Hacia una nueva salud pública en Chile: claves para responder a los desafíos del país

Por Verónica Iglesias

La crisis de la salud pública en nuestro país se viene desarrollando desde hace un par de décadas. El gasto público en salud en Chile es más bajo comparado con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y durante el 2019 el porcentaje disminuyó en 0,11 puntos respecto de 2018 (5,4% y 5,51%, respectivamente, del Producto Interno Bruto –PIB–). Si estas cifras se llevan al gasto en el sector público, este porcentaje es aún menor, lo que se traduce en menor infraestructura, menor dotación de recursos humanos, falta de insumos, falta de equipos de alta tecnología, largas listas de espera, pocos recursos destinados a la promoción de la salud y prevención de la enfermedad, entre otras variables. Todas estas son condiciones a las que se enfrenta de manera permanente la población que se atiende en el sector público (78%). El desfinanciamiento y las limitaciones en la respuesta del sistema en su conjunto frente a las necesidades de salud de la población fueron parte sustancial de las demandas elaboradas desde la sociedad civil durante el estallido social, que puso sobre la mesa los cambios estructurales que el sistema de salud necesita. 

Ilustración: Fabián Rivas.

No es de extrañar entonces que en el contexto de crisis basal, la crisis provocada por la pandemia haya puesto de manifiesto nuevamente las condiciones desiguales en las que vive nuestra población, desnudando las deficiencias que nuestro sistema tiene para enfrentarlas. La salud es expresión de cómo se han experimentado los determinantes sociales desde que las personas nacen y aquellos determinantes relacionados con el sistema de salud. De manera fundamental, influye la estratificación social, entornos y condiciones de vida a nivel colectivo con su resultado en los estilos de vida. El contexto de la actual epidemia es una situación que por afectar simultáneamente a toda la población deja muy al desnudo las determinaciones sociales, incluido el propio sistema de salud. Las desigualdades en salud son materia conocida, y en este contexto resulta evidente que se requiere abordar con recursos y estrategias factores que están determinando una mayor carga de morbilidad y mortalidad. En nuestro país, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer son las patologías que generan una mayor tasa de mortalidad y representan alrededor de un 27% y 25% del total de las defunciones, respectivamente. 

Las enfermedades cardiovasculares están muy relacionadas con los estilos de vida (sedentarismo o alimentación saludable) y factores de riesgo en los cuales nuestro país está en los primeros lugares del ranking de la OCDE, con altas frecuencias de consumo de tabaco, obesidad, hipertensión y diabetes, siendo varios de estos factores más prevalentes en el nivel socioeconómico más bajo. En niños, preocupa la alta prevalencia de sobrepeso y obesidad, la que alcanza cifras cercanas al 45%, lo que debe ser abordado con urgencia dado el riesgo que representa para la salud mantener esta condición. 

Un aspecto relevante para el análisis en el contexto de pandemia ha sido el rol fundamental de la Atención Primaria en Salud (APS), pieza clave de la red asistencial en la respuesta territorial, cuya ausencia, por definición, en el sistema privado ha mostrado la cara de ese subsistema en términos de su compromiso real con la salud de las personas. En esta pandemia, las labores de seguimiento y trazabilidad, principales actividades en el enfrentamiento de la misma, representan el acompañamiento preventivo que no es posible garantizar desde lo privado. Es fundamental hoy y mañana destinar más recursos para fortalecer a la Atención Primaria que, bajo el Modelo de Salud Integral, Familiar y Comunitario, tiene como desafío implementar las acciones de promoción y prevención, y favorecer la participación comunitaria, empoderando a la ciudadanía como agente de cambio de su propia situación de salud. Para ello, antes de la pandemia, se había establecido como mínimo necesario que el per cápita aumentase de $7.000 a $10.000, pero hoy, en función de la pandemia, parece claro que también es relevante repensar la forma de financiamiento de la APS. En relación a la participación de la comunidad organizada, esta ha tenido un papel relevante a nivel territorial, muchas veces sin un diálogo posible con las estructuras del gobierno local, lo que ha dejado de manifiesto las deficiencias actuales en los mecanismos y las limitadas formas de participación y transferencia de poder a las personas y comunidades. Las organizaciones sociales y comunitarias han desplegado su trabajo no sólo en tiempos de crisis, sino siempre que el Estado no ha logrado dar respuesta con el sentido de urgencia requerido a las necesidades básicas de grupos más vulnerables.

El ambiente psicosocial es parte fundamental en las determinaciones sociales de la salud, y evidentemente estas van mucho más allá de las políticas del sector salud, pues involucran un amplio espectro de políticas públicas intersectoriales, las que deberían estar orientadas a hacer posible una mejor calidad de vida y evitar la enfermedad, disminuyendo las brechas de desigualdad en la salud en su más amplio sentido. Para ello se requiere que concurran sectores como economía, trabajo, vivienda, medio ambiente y otros, cuyas políticas también deberían estar al servicio del bienestar de la población. Hemos visto en esta pandemia que la falta de enfrentamiento conjunto de las dimensiones sanitarias, sociales y económicas ha llevado a que sólo un segmento acotado de la población haya podido “quedarse en casa”, lo que ha dado como resultado un elevado número de casos y personas contagiantes, que nos podrían mantener en una situación peligrosa de endemia prolongada mientras no se cuente con una vacuna. Esta situación ha afectado con mayor fuerza a comunas en que se concentran determinantes como menor nivel socioeconómico, mayor hacinamiento, mayor porcentaje de personas migrantes, precariedad e informalidad laboral, entre otras. Es fundamental comprender, como sociedad, que en la medida en que los países disminuyen la desigualdad, también alcanzan mayor nivel de bienestar y paz social, lo que va acompañado de mayor progreso. De esta manera, las acciones que se realicen hoy o la falta de ellas tendrá sus resultados en el mediano o largo plazo, por eso resulta urgente actuar: no se puede esperar resultados diferentes si no se generan cambios. 

“En la medida en que los países disminuyen la desigualdad, también alcanzan mayor nivel de bienestar y paz social, lo que va acompañado de mayor progreso”.

A nivel del sistema de salud se requiere de una reforma estructural que, en el marco de una nueva Constitución, nos conduzca hacia un sistema público universal de salud, con una red pública fortalecida y sin lucro, lo que permitirá avanzar hacia una reducción de las inequidades en salud. También se necesita transitar desde el modelo biomédico orientado a la atención de salud y la sobremedicalización, que ha quedado en evidencia en el enfrentamiento inicial de la pandemia, hacia un modelo de salud pública colectiva. Un modelo de atención que, más allá del discurso, tenga su eje en la APS, que considere las particularidades del territorio y las necesidades de salud de su población, que reconozca los saberes de pueblos originarios, que participe activamente del empoderamiento de su comunidad para el ejercicio de sus derechos en salud, a fin de que alcance mayores niveles de participación y le permita ser corresponsable del proceso de salud.

La pandemia también ha puesto de manifiesto la necesidad de que la gestión pública del sector salud cuente con profesionales sólidamente formados en salud pública. Nuestra Universidad de Chile, a través de la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina, forma anualmente entre 60 y 70 estudiantes de posgrado y especialidad médica en salud pública, y cuenta con el único Doctorado en Salud Pública de nuestro país. Adicionalmente, la formación de más de mil estudiantes al año en cursos y diplomas de educación continua permite la actualización de un importante grupo de profesionales de instituciones públicas. Pero, sin duda, se requiere un mayor aporte financiero del Estado para que las universidades públicas puedan cumplir con su rol en la formación de profesionales y equipos capaces de enfrentar los desafíos actuales y futuros, mucho más allá de los recursos individuales. En el ámbito de la investigación, la Universidad de Chile ha respondido con mucha creatividad y potencia frente a las necesidades que ha levantado la pandemia, y esto ha dejado de manifiesto las limitaciones en la disponibilidad de fondos para la investigación en el área de salud pública. 

La pandemia deja a su paso aprendizajes e interrogantes e interpela a toda la institucionalidad pública a realizar los cambios necesarios para enfrentar los grandes desafíos del país y responder frente a las legítimas demandas de justicia social de la ciudadanía.

La frágil memoria de las pandemias en Chile

En los últimos meses se ha reiterado que la del Covid-19 es la peor pandemia de todos los tiempos. Si bien es la de mayor alcance global y ha obligado en pocos meses a cambiar la cotidianidad de millones de personas, lo cierto es que la humanidad ya había pasado por tragedias similares. En Chile, desde el siglo XIX, enfermedades como el cólera, la gripe española o el tifus exantemático han costado la vida de miles de personas y, al mismo tiempo, impulsado importantes reformas en salud. ¿Cómo han terminado estas pandemias y por qué no las recordamos tanto? Expertos entran en ese debate.

Por Denisse Espinoza A.
Página del diario El Ferrocalito de 1886, sobre la epidemia de cólera en Chile.

Creyeron que era la pandemia que por largo tiempo habían estado esperando, pero ¿realmente lo era? 

El 16 de mayo de 2009 el entonces ministro de Salud, Álvaro Erazo, confirmaba lo inevitable: la gripe A(H1N1) había llegado a Chile con la detección de los primeros casos: dos mujeres que pasaron sus vacaciones en Punta Cana, República Dominicana, contrajeron el virus que a mediados de abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) identificó como una nueva cepa de la gripe porcina. Durante años, el organismo incentivó a los países a que trabajaran en un plan de contingencia para una posible pandemia y Chile no fue la excepción. Eso sí, desde 2005, la preparación giró en torno a un posible brote de influenza, pero de tipo aviar y proveniente de Asia, por lo que el nuevo virus se instaló en el país con una rapidez que encendió las alarmas. 

Sin embargo, la reacción de las autoridades locales fue oportuna. Se dispuso de inmediato una barrera sanitaria de ingreso al país y se hicieron exhaustivos controles en el aeropuerto de vuelos provenientes de Canadá, EE.UU. y México. No fue necesario suspender clases ni tampoco decretar cuarentenas: la epidemia concluyó en marzo de 2010 con un total de casos que se alzaron por sobre los 300 mil y con sólo 155 fallecidos confirmados por el virus. “En el papel habíamos previsto millones de casos e incluso teníamos negociada con dos años de anticipación la compra de antivirales, autorizada por el presidente Lagos, por lo que fuimos el único país del Cono Sur que contó con medicamentos en cápsulas que redujo mucho la tasa de complicaciones y, por consecuencia, la demanda de camas hospitalarias. El problema fue que después se cuestionó haber comprado demasiados antivirales”, recuerda la epidemióloga Ximena Aguilera, quien fuera una de las principales responsables del plan de preparación para la pandemia de influenza y que hoy integra el consejo asesor del Covid-19.

“Aunque no fue exactamente el virus que estábamos esperando, había un plan pensado, sabíamos cuáles eran los comités que se debían armar, las autoridades que iban a participar más fuertemente. Era tanto así que la estrategia comunicacional estuvo a cargo de una empresa que diseñó logos, avisos, spots de radio y TV, incluso estaba escrito el discurso de la presidenta cuando llegara el primer caso y se produjera la primera muerte”, cuenta la también académica de la Universidad del Desarrollo. Diez años después de esa epidemia, está claro que el trabajo previsor se ha perdido, luego de que el mismo presidente Piñera declarara el 17 de mayo, por cadena nacional, que “ningún país, ni siquiera los más desarrollados, estaba preparado para enfrentar la pandemia del Coronavirus, como lo demuestra la evidente saturación de los sistemas de salud en países de alto nivel de desarrollo. Chile tampoco estaba preparado”.

La epidemióloga e integrante de la Mesa Técnica Covid-19, Ximena Aguilera.

¿Es posible que la memoria pandémica se pierda en una sola década? ¿Qué pasó entonces? “Yo diría que tras la epidemia de influenza se abandonó el tema en las Américas. La misma OPS (Organización Panamericana de la Salud) que empujaba el tema lo sacó de sus prioridades y se abocó al reglamento sanitario internacional. Sin embargo, otros países que participan con Chile en la APEC han reaccionado bien a esta pandemia. Los australianos y oceánicos nunca descuidaron el trabajo preventivo, de hecho, cuando empezó, vi por televisión cómo en Australia se anunció que se iba a poner operativo el plan pandémico, es decir, que lo tenían y bien actualizado”, explica Ximena Aguilera.

Así, en esta pandemia, hemos visto cómo frente al poco ojo avizor que han tenido las autoridades para controlar el avance incesante del virus se ha optado por una estrategia que pretende alzar al Covid-19 como la mayor amenaza que ha enfrentado el ser humano en su historia, pero ¿qué tan cierta es esa afirmación? Para el académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y especialista en historia de la salud, Marcelo Sánchez, comparar los contextos históricos es complejo, pero “en ningún caso esta es la peor epidemia de la humanidad”. Y ejemplifica: “las enfermedades que se dieron por el contacto entre conquistadores europeos y población aborigen se alzan por sobre los 25 millones de personas y en el contexto nacional republicano, las estimaciones más bajas de la epidemia de cólera de 1886-1888 están en torno a 25 mil fallecidos y las altas en torno a 30 mil, y eso habría que verlo en la proporción de población total del país que rondaba a los dos millones, entonces esa fue mucho peor. Creo que, más bien, lo del Covid-19, es un relato de la catástrofe que busca provocar unidad política, llevar a la gente a seguir instrucciones, pero es una retórica que sinceramente esconde falta de responsabilidad y creatividad política”, dice, tajante, el historiador.

Más que coincidencias 

Lo que sí ha complejizado el manejo de esta pandemia en el territorio local es la falta de credibilidad política que sufre el gobierno y la élite debido al estallido social del 18 de octubre. Sin embargo, los historiadores se apuran en aclarar que esta característica tampoco es excepcional. “Ha sucedido que las pandemias en el país han coincidido con crisis de legitimidad, donde la población ha mantenido cierta distancia frente a las decisiones gubernamentales. En la gripe española de 1918 que afectó a Chile, por ejemplo, también hubo una coyuntura social y política, la república parlamentaria hacía agua por varios lados, hubo grandes manifestaciones sociales y se sumaba a la arena política Alessandri, como el gran reformista, el tribuno del pueblo que iba a resolver todos los problemas”, cuenta el historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica. Así también se vivió una crisis política durante el cólera, la primera epidemia que afectó a Chile y que llegó desde Argentina en diciembre de 1886 con casos en Santa María, San Felipe y La Calera, y que se extendió hasta abril de 1888 con un carácter estacional. 

Foto histórica de la gripe española de 1918, que afectó también a Chile.

El presidente era José Manuel Balmaceda, quien promovió un rol más activo del Estado y que era resistido por las élites debido a su insistencia por arrogarse más atribuciones como presidente. Los debates en torno al manejo de la pandemia se vertían en la prensa, en periódicos como El Ferrocarril, El Mercurio de Valparaíso y El Estandarte Católico. Sin embargo, las clases bajas quedaban fuera y más bien se informaban de forma básica y a veces errónea, a través de los versos de la Lira Popular y de la sátira política del Padre Padilla, pasquín donde se educaba a la población y que es detallado por la historiadora Josefina Carrera en su artículo El cólera en Chile (1886-1888): conflicto político y reacción popular, donde concluye: “una de las comprobaciones más interesantes fue captar el abismo que separa al mundo popular de la elite. Así observamos a un pueblo lleno de temor, desconfianza y disconformidad ante las autoridades, especialmente las médicas”. 

Otro evento epidémico que fue consecuencia directa de una crisis económica y social fue el tifus exantemático de 1931, enfermedad transmitida por el piojo del cuerpo humano y que surgió a partir del quiebre de las salitreras del norte del país en 1929. Los mineros y sus familias fueron confinados en pésimas condiciones de higiene y luego trasladados a labores de cosecha en Valparaíso y Santiago, lo que propagó el virus hasta 1935. “En la capital se dieron restricciones en los tranvías, cierres de teatros, de las actividades docentes, hubo desinfección en conventillos y recintos públicos y muchas restricciones a la libertad individual”, comenta el historiador Marcelo Sánchez, quien ha estudiado a fondo el tema. 

El historiador y académico de la U. de Chile, Marcelo Sánchez.

Claro que quizás el contexto epidémico más curioso, por las coincidencias que guarda con el momento actual, es el brote de influenza de 1957, que vino justo luego de la llamada “batalla de Santiago”. Las protestas masivas del 2 y 3 de abril de ese año fueron detonadas por el alza en el transporte público y tuvieron como protagonistas a las organizaciones sindicales lideradas por la CUT. La policía intervino con un saldo de una veintena de civiles muertos y la declaración de Estado de Sitio. Bajo ese clima, el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo enfrentó en agosto el arribo de la influenza asiática, proveniente de un barco estadounidense que atracó en Valparaíso. La pandemia ubicó a Chile entre los países con índices más altos de mortalidad, con al menos 20 mil muertos, y parte de las razones fue el tenso ambiente político de un gobierno asediado por huelgas populares. 

“Hay ciertos comportamientos que se repiten en las crisis sanitarias. El miedo, la huida y sobre todo, la desconfianza hacia la autoridad es algo que repercute en el combate de la enfermedad”, explica Marcelo Sánchez. Según la epidemióloga Ximena Aguilera, la desconfianza social en la actual pandemia se enraíza en “el factor de la desigualdad. Si has tenido toda la vida la experiencia de que algunos tienen privilegios y muchos, y que tú no, es difícil creer que vaya a haber igualdad de trato y de derechos para todos”.

El peso de la historia 

Cien años después, un nuevo brote de cólera se detectó en Chile: llegó desde Perú a fines de 1991 pero a diferencia de otras pandemias, tuvo a favor el clima político. “El gobierno estaba compuesto por una alianza de partidos mucho más estable que ahora. Hubo presiones de empresarios que decían que para qué íbamos a comunicar la pandemia, que mejor lo hiciéramos para callado, pero yo me negué porque sabía que la transparencia era la única forma para que la gente siguiera las instrucciones y así fue”, cuenta el médico y ex ministro de Salud de la época, Jorge Jiménez de la Jara, quien lideró la coordinación con los ministerios del Interior, Obras Públicas y las FF.AA. “Era mal visto el contacto con los militares, pero decidí jugármela y ayudaron mucho en el control de las barreras sanitarias”. 

Jiménez de la Jara cuenta que justo en ese momento había expertos de la U. de Maryland (EE.UU.) y de la U. de Chile investigando en el país la fiebre tifoidea –que tiene un ciclo similar al del cólera– e hicieron un mapeo de la ciudad, indicando cuáles zonas de Santiago eran las de mayor peligro. Así, en lugares como Rinconada de Maipú, chacras regadas con aguas contaminadas fueron clausuradas por orden directa de la Seremi de Salud del sector poniente, la doctora Michelle Bachelet.

Los resultados del manejo del cólera fueron exitosos: se notificaron sólo 146 contagiados, tres fallecidos y la población cambió para siempre sus hábitos higiénicos: lavarse las manos se volvió natural, al igual que desinfectar las verduras y no consumir mariscos crudos. “En ocho años se logró que el tratamiento de las aguas servidas fuera una realidad en todo Chile, del 5% subió al 95% con la implementación de plantas en varias ciudades y una inversión de varios miles de millones de dólares”, agrega Jiménez de la Jara. 

Sin duda, tras las pandemias se han mejorado los aparatos institucionales. La epidemia de cólera de 1888, por ejemplo, impulsó la creación en 1892 del Consejo Superior de Higiene y el Instituto de Higiene, dependientes del Ministerio del Interior. Estos dieron paso en 1929 al Instituto Bacteriológico y luego al Instituto de Salud Pública en 1979, que incluso supervisó la manufactura nacional de medicamentos y vacunas hasta fines de los años 90. “Desde 1892 Chile construyó un sistema público de salud bastante robusto, pero todo eso se destruyó entre 1979 y 1981”, afirma el historiador Marcelo Sánchez, pero aclara: “por supuesto que el sistema antiguo tenía defectos, era lento, burocrático, muchas veces no tenía recursos y siempre se le acusaba de practicar una medicina deshumanizada, pero como ideal quería atender la salud de todas y todos los chilenos y no había ninguna exigencia de pago para la atención primaria y de urgencia”. 

Además, sucede que una vez aprendidas las lecciones, los recuerdos más duros de las crisis se terminan enterrando. ¿A qué se debe esta mala memoria de los detalles de la tragedia? “Son traumas colectivos y buena parte de la población lo único que quiere es olvidar”, dice el historiador de la UC, Marcelo López. “Es parte de la psicología humana dar vuelta la página, pero hay sociedades que deciden recordar e incluso hacer memoriales. Esa es una discusión que hace falta en nuestro país, porque no tenemos una buena memoria sanitaria”, agrega. 

El historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica.

Por ejemplo, en 2003, durante las excavaciones para la construcción de la Costanera Norte, se descubrieron restos óseos humanos dentro de fosas comunes que, luego se comprobó, correspondían a un antiguo cementerio de coléricos de 1888, ubicado al lado de uno de los lazaretos de la época; residencias sanitarias donde los enfermos eran aislados. “Se construían en las periferias de las ciudades, eran muy precarios y allí básicamente se iba a morir. Eso da cuenta de la magnitud de este tipo de tragedias y la respuesta común que se les dio durante el siglo XIX”, dice el historiador de la U. de Chile, Marcelo Sánchez. De hecho, al igual que el del 2003, hay una serie de otros sitios de entierro de cadáveres en distintas zonas de Chile que quedaron inscritos en la memoria popular como las “lomas de los apestados”, pero que nadie sabe exactamente dónde están. 

Pareciera que uno de los errores más recurrentes es reducir la respuesta de una crisis de salud al ámbito de la ciencia, cuando en realidad el elemento social es decisivo y por eso urge cruzar disciplinas. “Mientras no haya una vacuna o un tratamiento, dependemos más que nada del comportamiento humano. Hoy sabemos que los niveles de confianza y la credibilidad en las instituciones es importante para manejar una crisis como esta y lo sabemos porque justamente no se está dando”, dice la historiadora de la ciencia y académica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva. “Lo de la memoria y la conciencia histórica es un tema sensible, o sea, en los últimos años hemos visto las intenciones de reducir la relevancia de la historia y de las ciencias sociales en el currículum escolar y eso tendrá consecuencias ahora y a largo plazo”, agrega Silva. Mientras, López da un dato relevante. “La historia de la salud se desterró de la mayoría de las Escuelas de Medicina y eso es paradójico. Es decir, ni siquiera los médicos conocen la historia de su disciplina. Al parecer, lo que ocurrió fue que en el siglo XX la medicina se enamoró tanto de sí misma que ya no necesitó ninguna otra disciplina para explicarse los problemas”.

Bárbara Silva: “Buscamos certezas en la ciencia, como antes se hacía con la religión”

La Doctora en Historia, que acaba de presentarse en el Festival Puerto de Ideas, reflexiona sobre el valor que le damos a la ciencia en un contexto que nos empuja, más que nunca, a exigirle certezas, olvidando que es una actividad humana como cualquier otra.

Por Florencia La Mura

En 1998, el médico británico Andrew Wakefield presentó una investigación en la prestigiosa revista médica The Lancet que en sus resultados preliminares relacionaba la vacuna del sarampión -conocida como MMR en inglés- con casos de autismo en niños. Esta aseveración, planteada sólo como hipótesis, bastó para que comenzaran a bajar los índices de vacunación, primero en el Reino Unido y luego en el mundo. Una investigación posterior develaría que el médico tenía un conflicto de interés y que su intención era posicionar una vacuna distinta a la MMR para el sarampión. Fue la misma publicación, The Lancet, que diez años después, desmintió los resultados del estudio, los que Wakefield había adulterado para su propio beneficio, según recuerda la BBC. Aún así, hasta el día de hoy hay un amplio número de personas que defiende la relación entre vacunas y autismo en niños, citando el cuestionado estudio. 

La Doctora en Historia de la Ciencia y acádemica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva.

Ejemplos como este hacen preguntarse ¿es la ciencia incuestionable? Para Bárbara Silva, Doctora en Historia, especializada en Ciencia y Tecnología y académica del Departamento de Historia en la Universidad Alberto Hurtado, la gente no parece querer debatir con la ciencia, no existe una mirada crítica y eso se debe a que ni siquiera la entendemos. En el marco del Festival Puerto de ideas, Silva presentó la conferencia titulada La ciencia y las enfermedades o la historia de las (in) certezas, donde reflexionó sobre el desconocimiento de nuestra propia historia, además del de la ciencia -plantea la académica- lo que nos lleva a olvidar que la incertidumbre es una constante en el mundo. Es aquí donde aparecen las comparaciones con otras enfermedades similares, con el fin de buscar respuestas.

Bárbara Silva (40), llegó a la historia de la ciencia por casualidad y se quedó ahí. Ha editado seis libros de historia, siendo los más recientes -sobre divulgación científica- Estrellas desde el San Cristóbal. La singular historia de un observatorio pionero en Chile, 1903 – 1995 (Catalonia, 2019) y El sol al servicio de la humanidad. Historia de la energía solar en Chile (Ril, 2019) en coautoría con Mauricio Osses y Cecilia Ibarra. Además, trabaja como investigadora FONDECYT y su interés por la historia de la ciencia se mueve por el cruce entre saber cómo se generaba conocimiento y los contextos políticos y sociales que los rodeaban. “Si hablamos de pandemia, tenemos que entender que es la unión del agente infeccioso más la reacción social que se genera, no solo un virus actuando solo”, plantea Silva en esta entrevista, donde ahonda en los factores sociales que se entrelazan con lo científico, recordando que la ciencia es una actividad humana, como cualquier otra. 

-¿Cómo decidiste especializarte en Historia de la Ciencia y qué valor tiene para tí esta área en particular?

Surgió a partir de un proyecto en Historia de la astronomía. No fue un plan elaborado de antemano, sino que fue una investigación histórica la que me fue llevando hacia la historia de la ciencia. Ahí me di cuenta que era un área fascinante porque se trata de entender cómo los seres humanos conocían, como generaban su proceso de producción de conocimiento en una época pasada y me parece muy interesante y fundamental para entendernos a nosotros mismos. Así es como llegué al área y se me abrió un campo además muy atractivo. Me parece que hay mucho por hacer, para mí tiene un valor enorme, porque creo que a través de la Historia de la ciencia no solo se sabe cómo se generaba el conocimiento en el pasado sino que te hace converger distintos aspectos. Uno no puede hacer Historia de la ciencia sin saber Historia política o Historial cultural, cuáles eran las mentalidades de la época y las formas de vincularse. Se conectan distintas realidades del pasado.

-Planteas una mirada de tiempo y mirada histórica como dos posturas distintas ¿podrías explicar las diferencias?

No lo planteo como dos cosas absolutamente distintas, sino que parte de esa mirada temporal tiene una dimensión histórica, por tanto vamos hacia el pasado. Pero viéndolo más ampliamente, es cómo nos situamos en una relación entre distintos tiempos. Estamos hoy día en este presente que resulta tan difícil de abordar y estamos relacionándonos con distintas temporalidades, estamos yendo hacia el pasado a buscar experiencias de otras pandemias, pero también estamos yendo hacia el futuro al preguntarnos cuándo va a terminar, cuándo esto va a tener solución, cuándo la ciencia va a tener respuestas que espero que tenga, etc. No son dos cosas distintas, sino que la mirada histórica es parte de la mirada temporal, diciendo que a pesar que estamos viviendo en el hoy, estamos permanentemente relacionándonos con otras temporalidades.

-En la actualidad se refuerza la especificidad de las profesiones y se deja de lado lo interdisciplinario ¿De qué forma la historia de la ciencia ayuda en este aspecto, al no aislar a la ciencia como un elemento aparte?

Por el propio proceso que ha tenido la producción de conocimiento, estamos cada vez más superespecializados. Uno no puede saber todo con el volumen de conocimiento que existe y por eso nos especializamos. La historia de la ciencia aporta justamente en eso, en tender redes, en generar estos espacios de conexión para que el conocimiento se vincule, porque si tenemos áreas cada vez más compartimentalizadas, también vamos a tener un problema. Creo que la historia de la ciencia hecha de manera interdisciplinaria, aporta en generar un diálogo entre historia y ciencia.

Hoy ha quedado demostrado que financiar la investigación científica es algo crucial en el incierto mundo en que vivimos.

-En la charla mencionaste que tomamos lo que nos diga la ciencia como verdades absolutas, ¿por qué se produce esto?

Viene de la necesidad nuestra de tener algo a lo que aferrarse, que te pueda dar certezas y esa confianza de que va a estar todo bien. Me parece que habla de la naturaleza humana, pero se nos olvida que nosotros buscamos esas certezas en la ciencia, como en otra época pudo haber sido la religión. Se nos olvida esta cualidad tan asombrosa de la ciencia que es que siempre se corrige a sí misma. El conocimiento científico no tiene una meta, no es una fe, sino que tiene su propio dinamismo y está en permanente movimiento y a nosotros se nos olvida eso, por nuestra propia necesidad de tener una certeza.

¿Por qué no tenemos una mirada crítica a la ciencia como sí sucede con las humanidades?

Puede tener que ver con la formación científica que tenemos, no solamente en el espacio escolar, sino que hemos hecho que esa producción de conocimiento sea cada vez más hermética, en el sentido de que el lenguaje y las prácticas que usamos se quedan en el espacio de nuestros expertos, entonces mis colegas me pueden entender pero salir de esos espacios es difícil. En el fondo, creo que se ha abierto una brecha entre la producción del conocimiento y su dimensión social. Cuando estás en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, si bien también existe esa brecha, es un poco más factible que sea comprensible por un amplio público. Pero si estamos en el terreno de la ciencia o uno hace un esfuerzo consciente de superar esa brecha o se vuelve tremendamente hermético. Por ahí pasa esto que no tengamos una mirada crítica, porque ni siquiera lo entendemos.

¿Qué se puede entender desde otras profesiones y áreas de estudio así como desde la sociedad civil respecto a una mirada crítica de la ciencia?

Creo que es fundamental tener una mirada crítica, no para que uno cuestione todo aquello que diga la ciencia, sino para poder entenderlo. Hoy lo estamos experimentando de manera muy cotidiana. Los seres humanos buscamos explicaciones, si no entendemos el por qué me están diciendo que me quede en mi casa, es difícil hacer caso y contribuir a superar la situación que estamos viviendo hoy día. Más allá de eso, tenemos que entender que la actividad científica es una actividad humana como cualquier otra, tiene sus tiempos y procesos. No porque yo quiera que me de certezas voy a demandarlas, transgredir esos tiempos que son fundamentales para tener resultados científicos confiables.

«Hay mucho mensaje apelando al miedo y el miedo no lo han inventado los políticos, pero sí ese mundo político se justifica diciendo que es la «peor pandemia» y que no han podido hacer más porque es la peor, pero eso es no tener conciencia histórica».

La salud pública tomó relevancia en Chile luego de diversos brotes de enfermedades ¿qué hemos olvidado de otras pandemias y cómo cambia la forma de enfrentar una desde este momento en particular?

Todas esas experiencias son muy diversas. Si hablamos de pandemia, tenemos que entender que es la unión del agente infeccioso más la reacción social que se genera, no solo un virus actuando solo, por lo tanto, cada experiencia de pandemia es distinta. Ahí hay varios temas, por supuesto que los brotes de enfermedades han tenido un impacto directo en cómo se entiende y qué es lo que se hace en salud pública, entendiendo también que la salud pública es históricamente nueva, reciente. En el siglo XIX no existía como concepto, estaba en manos de la caridad, la beneficencia. Sobre la experiencia de pandemia propiamente tal, creo que se ha olvidado bastante, me parece que moviliza en un miedo tan primigenio, que se tiende a olvidar, a suprimir. 

También eso se vincula con esta frase que hemos escuchado tanto sobre que «esta es la peor pandemia que hemos vivido». No sé si mejor o peor son categorías que aplican en la medida en que la sociedad que se hace cargo de un brote de esta magnitud es muy distinta de la que pudo haber existido en algún pasado. Hay mucho mensaje apelando al miedo y el miedo no lo han inventado los políticos, pero sí ese mundo político se justifica diciendo que es la «peor pandemia» y que no han podido hacer más porque es la peor, pero eso es no tener conciencia histórica. No saber que son categorías muy difíciles de aplicar en términos históricos, por la cantidad de variables que influyen.

En las últimas décadas muchos problemas se han ido solucionando a través de la tecnología ¿cómo influye esto respecto a la visión sobre el coronavirus?

Se nos está mostrando precisamente que por mucha tecnología que tengamos -que es fantástica- de igual manera un virus ha detenido el mundo y la única manera de reacción se basa en el comportamiento humano y no en esa tecnología, porque no sirve para resolver el problema de una vez. Mientras no podemos resolverlo -desarrollando una vacuna u otro método- tenemos que confiar en el comportamiento humano: distanciamiento social, lavarse las manos, etc.

Un tema importante en el desarrollo de la ciencia es el financiamiento y claramente ahí se cruzan muchos tipos de intereses ¿puede la ciencia ser social considerando el contexto neoliberal actual?

En términos de investigación científica, es muy difícil, porque lo que valida el sistema es un modelo de éxitos y de resultados inmediatos. Y la ciencia, medicina incluida, no funciona de esa manera, entonces me parece que es un tema super importante y que viene como desafío a futuro. Hoy día una «buena» investigación científica es la que tiene resultados exitosos rápidamente. Los procesos de investigación se están midiendo en torno a los resultados que equivale a decir «cuánto publicaste» y no se refieren al proceso de investigación. Eso la Historia de la ciencia lo muestra, de investigaciones a veces salen resultados no programados, que no estaban planificados y a veces son más importantes que aquello que se había diseñado en un comienzo. No hay espacio para ese fracaso, entendiéndolo no como algo de lo que se deba estar avergonzado, sino como parte del proceso de conocimiento. Si empezamos a entender esa investigación científica de otra manera, incluído su financiamiento, creo que hay hartas cosas que se deben cambiar. 

La crisis en la que estamos hoy día también lo muestra: cortar los financiamientos a la investigación científica parece que no es una buena idea, en tanto de pronto sucede algo que lo que necesita es investigación científica, es la única manera que tenemos para resolver la situación actual. Pero ese trabajo no se genera de un día para otro, ni de un mes para otro, ni responde a contingencias. Como no podemos predecir el futuro, no sabemos para qué vamos a necesitar investigación científica mañana, parece que no es muy buena idea estar cortando los presupuestos de ciencia porque en la medida en que tenemos esa investigación activa podemos tener muchas más herramientas para enfrentar una situación como la de hoy en día.

Covid-19: la esperanza de una vacuna en un país sin infraestructura para crearla

Está claro que la única vía para aplacar de manera efectiva la pandemia es la elaboración de una vacuna. Más de 100 equipos de investigación en todo el mundo se han volcado frenéticamente en su búsqueda y Chile no es la excepción. Sin embargo, hace décadas que nuestro país detuvo la fabricación de vacunas y medicamentos y hoy dependemos exclusivamente de la labor de laboratorios farmacéuticos extranjeros. Expertos explican nuestro actual escenario y por qué sería importante impulsar una industria de investigación y producción científica nacional.

Por Denisse Espinoza A.

Las primeras luces en la instalación de políticas de salud pública en Chile se originaron a raíz de una epidemia. Durante el siglo XVIII, la viruela mató a 15 millones de personas en el mundo en un periodo de 25 años y en Chile los primeros brotes generaron una mortandad de más de 38 mil personas. La viruela había llegado al territorio tempranamente con la colonización en el siglo XVI, y el contagio, al igual que con el Covid-19, se producía por el contacto físico con una persona enferma o por el contacto con fluidos u objetos contaminados. En los años 20 y debido a que la enfermedad seguía latente en el país, autoridades y médicos como Alfonso Murillo debatieron sobre la necesidad de crear una ley de vacunación obligatoria, pero la medida fue rechazada por parlamentarios de tendencia liberal, quienes esgrimieron que la vacuna hasta ese momento había sido un fracaso y que atentaba contra las libertades individuales. 

Recién en los años 50 y con la aparición de nuevos casos en Santiago y Talca, se inició una campaña de inmunización masiva de la población que duró varios años y que involucró al Estado con vacunas elaboradas por el Instituto Bacteriológico de Chile (actual ISP) y que permitió erradicar por completo la enfermedad del país en 1959, 10 años antes de que se produjera el último caso en Latinoamérica, detectado en Brasil.

La historia de la exitosa lucha contra la viruela nos vuelve a dar esperanzas en el actual contexto de la pandemia del Covid-19; fortalece la confianza en la ciencia y al mismo tiempo nos recuerda que estas batallas no son instantáneas y que se necesita, además, la experiencia y el compromiso de todos los sectores de la ciudadanía para llegar a buen puerto. “Una cura para el Covid-19 sería eliminar este virus del planeta. Esto es extremadamente difícil, pero ha ocurrido anteriormente con la viruela gracias a que se logró la vacunación e inducción de respuesta inmune en un gran porcentaje de la población humana”, reafirma el inmunólogo y académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Alexis Kalergis. “Otro ejemplo de erradicación de microorganismos que está en progreso es el caso de la poliomielitis y del sarampión. Ambas enfermedades se estaban logrando eliminar de la población humana gracias a la vacunación, sin embargo, en varios países las personas comenzaron a decidir no vacunar a sus hijas o hijos y esto ha resultado en rebrotes de estas enfermedades”, cuenta.

El inmunólogo y académico de la UC, Alexis Kalergis.

Kalergis sabe bien lo crucial que es el efecto de las vacunas en el combate de las enfermedades infectocontagiosas. Él mismo estuvo detrás de la creación de una vacuna contra el virus sincicial, principal causante de enfermedades infecciosas respiratorias en lactantes y niños pequeños, la que le llevó 15 años de estudios y que se convirtió en la única en el mundo que puede ser aplicada en recién nacidos, lo que le ha valido varios reconocimientos en Chile y el extranjero. Por estos días, y desde enero pasado, lidera la respuesta científica concreta a la actual pandemia con la investigación de una vacuna “hecha” en Chile. “Hemos completado ya el diseño conceptual y hemos avanzado en la formulación de algunos de los prototipos con los cuales estamos actualmente desarrollando los ensayos preclínicos, que corresponden a las pruebas a nivel de laboratorio que demuestren seguridad e inmunogenicidad efectividad en modelos experimentales”, cuenta el académico, quien es director del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia (IMII) e investigador del Consorcio Tecnológico en Biomedicina Clínico Molecular (BMRC).

El paso siguiente tras estos ensayos es formular la vacuna con un plan de manufactura que cumpla con las regulaciones nacionales e internacionales, para luego realizar estudios clínicos, es decir, pruebas en grupos humanos, para evaluar su seguridad e inmunogenicidad. Sin embargo, aunque el equipo de Kalergis llegara a un prototipo exitoso de una vacuna, lo cierto es que en Chile es imposible elaborarla, simplemente porque no existe en el país ningún laboratorio o centro que se dedique a ello.

“Chile ha tenido una política de inmunización de la población sistemática durante muchas décadas que ha permitido mantener enfermedades erradicadas del país, que en otros países no las tienen, como el sarampión o la tuberculosis. Esa tradición iba acompañada del esfuerzo del Estado a través del Instituto de Salud Pública para generar esas vacunas. Sin embargo, entre la década del 90 y el 2000 surgió la idea de que ya no merecía la pena mantener esas capacidad de producción porque siempre era posible, más viable y menos costoso comprar las vacunas en el extranjero, es decir, importarlas desde países desarrollados”, explica el doctor Flavio Salazar, vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile y director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia.

Hoy en Chile, todas las vacunas son obtenidas desde laboratorios extranjeros a través de una licitación de Cenabast (Central de Abastecimiento del Sistema Nacional de Servicios de Salud) para seleccionar a los proveedores o bien los mismos laboratorios farmacéuticos privados realizan importaciones directas. Las consecuencias a largo plazo de la decisión de traer todo desde afuera quedan claras frente a la actual crisis sanitaria, cuando literalmente el mundo entero necesita una vacuna. “Chile desarmó todas las capacidades que tenía de generar vacunas y hoy lo único que hace la autoridad es evaluar y hacer exigencias regulatorias para vacunas que lleguen desde el extranjero. Lo que sucede entonces es que cedes tu soberanía, hoy no tenemos ninguna autonomía para aplicar tal o cual vacuna, sino que vamos a tener que esperar a ver cuál será la que apliquen en EE.UU. o Europa”, agrega Salazar.

Sin embargo, el esfuerzo que realiza Alexis Kalergis y su equipo no es en vano. La primera etapa de investigación para un prototipo de vacuna es la clave en la elaboración final de una. Es además parte del acervo científico de un país y permite sin duda seguir teniendo expertos en el tema. Lo ideal, claro, sería que estas iniciativas nacieran desde los Estados, fueran parte de una política nacional y no instancias privadas de universidades o centros, que aunque loables, se hacen insuficientes. “Mejorar esta situación debería ser uno de nuestros grandes desafíos como país, a fin de dejar de depender de la producción extranjera y poder asegurar el acceso permanente de nuevas vacunas y medicamentos seguros para nuestra población. Una infraestructura de este tipo requiere el trabajo conjunto entre la ciencia, el Estado, el sector privado y la ciudadanía. Nuestra investigación ha recibido recientemente el apoyo de la Fundación COPEC-UC, cuyo aporte actúa como catalizador del proceso de generación de conocimiento y su transferencia hacia la sociedad”, cuenta Kalergis. 

Además, el científico señala otro punto importante: el acceso a una vacuna efectiva puede ser prioridad para quienes estén involucrados en su investigación de primera mano. “Es importante explorar múltiples caminos de acción para garantizar el acceso a una vacuna. Uno de estos sin duda es el desarrollo en Chile de investigación científica para la generación de prototipos locales, dado que eso nos posiciona en el mapa de desarrolladores de vacunas. La colaboración con grupos y organismos internacionales es clave, porque podemos conocer y acceder de primera fuente a los avances hechos por otros equipos. Esto podría favorecer que podamos acceder con mayor facilidad a las nuevas vacunas que se puedan ir generando”, explica.

Aunque el problema no sea realmente acceder a la “receta” exitosa de una vacuna, ya que probablemente la OMS se encargará de liberarla, sí lo es contar con las plataformas y capacidades de producción para elaborarla y distribuirla. En el caso del Covid-19, el tema es más complejo debido a la cantidad de ellas que se necesitan. En ese sentido, la Fundación de Bill Gates ya anunció que construirá fábricas para siete vacunas diferentes, a pesar de que se terminen eligiendo sólo dos de ellas, “sólo para no perder tiempo”, dijo el multimillonario. Mientras que Vijay Samat, experto en fabricación de vacunas, reconoció que “Estados Unidos sólo tendrá capacidad para producir en masa dos o tres vacunas. La tarea de fabricación es insuperable, llevo noches sin dormir pensando en ello”, dijo a The New York Times.

El doctor y vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile, Flavio Salazar.

Lo que se viene en cuanto a fabricación de vacunas bien puede ser brutal. “Probablemente van a haber contratos de quienes desarrollan las vacunas y con quienes las produzcan a gran escala, y luego otros contratos para quienes las van a distribuir y los diferentes gobiernos, etc. Habrá también una presión política de los gobiernos por obtenerla y luego la discusión sobre la gratuidad que debería tener la aplicación de la vacuna; sin embargo, alguien debe pagar el costo de ella. Es un tema complejo y obviamente hay una ansiedad al sentirnos expuestos y totalmente vulnerables ante una enfermedad que no tiene cura”, señala Flavio Salazar, quien matiza esta gravedad. “Digamos que lo bueno de esta enfermedad es que tiene un efecto mortal en una porción pequeña de los pacientes. La mayoría no va a tener síntomas, algunos no se van a dar cuenta y otros van a tener síntomas menores”.

La carrera por una vacuna

Hoy, el mundo científico está en una verdadera cuenta regresiva para hallar una vacuna que funcione y así poder comenzar a detener los contagios de Covid-19 y las muertes que ya se alzan sobre las 320 mil personas en el mundo. Sin embargo, todos coinciden en que los tiempos mínimos para el hallazgo de una son de al menos 12 o 18 meses y estos plazos no incluyen lo relativo a la manufactura y la distribución de la vacuna para su uso masivo. Además, como regla general, los investigadores no comienzan a inyectar a personas con vacunas experimentales hasta después de rigurosos controles de seguridad. Primero prueban la vacuna en pocas docenas de personas, luego en cientos y miles, pero entre cada una de estas fases deben pasar meses de control, por lo que si se sigue la manera convencional de producción de vacunas, no hay forma en que se llegue al plazo de los 18 meses.

En la década de 1950, por ejemplo, se aprobó un lote de una vacuna contra la poliomielitis que estaba mal producida. Esta contenía una versión del virus que no estaba del todo muerto, por lo que los pacientes contrajeron nuevamente la polio y varios niños murieron. Además, ¿puede una vacuna prometedora en realidad hacer que el virus se contagie más fácil o empeorar la enfermedad? Esto ha sucedido, de hecho, con algunos medicamentos contra el VIH y vacunas para la fiebre del dengue, debido a un proceso conocido como “mejora inducida por la vacuna”, en el que el cuerpo reacciona inesperadamente y hace que la enfermedad sea más peligrosa. Con las vacunas no se juega.

Tradicionalmente, las vacunas funcionan mediante la creación e ingreso de una versión debilitada del virus, suficientemente similar al original como para que el sistema inmune esté preparado si es que la persona está expuesta a una infección completa en el futuro, lo que ayuda a prevenir enfermedades. Por ejemplo, en el caso del virus de la influenza, los laboratorios van desarrollando vacunas nuevas cada año, donde a la “receta” original se le suman “ingredientes” según las mutaciones que haya adquirido el virus ese año; entonces, los laboratorios se van adelantando a estas mutaciones y permitiendo que la población se mantenga inmune para la siguiente temporada. Con suerte, el Covid-19 se sumará a la lista de enfermedades de infecciones respiratorias que ya existen, junto al virus sincicial, la influenza y el resfrío común, y que son tratadas con vacunas o medicamentos.

Hoy, el panorama aún es complejo y los cierto es que sólo dos de los 76 candidatos a vacunas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene en su radar han optado por ese enfoque tradicional que lleva mucho más tiempo desarrollar. La mayoría confía en la vía rápida y en que el sistema inmune no necesite ver el virus completo para poder generar municiones que lo combatan, sólo una parte bastaría y en el caso del Covid-19, esa parte son las protuberancias, conocidas como proteínas de espigas, que forman ese halo o “corona” alrededor del virus. 

Uno de las primeras que realizaron ensayos clínicos, sólo ocho semanas después de la publicación de la secuencia genética del Covid-19, fue la empresa estadounidense Moderna, que anunció esta semana que los primeros 45 voluntarios vacunados ya desarrollaron anticuerpos que podrían neutralizar el virus. Con esto, la empresa recibió autorización para iniciar, en las próximas semanas, un segundo ensayo clínico con 600 participantes, y si todo sale bien, en julio iniciarían el ensayo con miles de personas. 

La vacuna de Moderna es de tipo ARN, una molécula mensajera monocatenaria que normalmente entrega instrucciones genéticas del ADN, enrolladas dentro de los núcleos de las células, a las fábricas de producción de proteínas de la célula fuera del núcleo. En este caso, el ARN ordena a las células musculares que produzcan la inocua proteína espiga como una advertencia para el sistema inmune. 

Otros que evalúan ensayos en humanos son la compañía china CanSino Biologics y un equipo de la Universidad de Oxford dirigido por la profesora Sarah Gilbert. Ambos usan virus inofensivos que han sido desactivados para que no se repliquen una vez que ingresan a las células. Estos vehículos de entrega se conocen como «vectores virales no replicantes».

Otro enfoque que se está desarrollando es el de la empresa estadounidense de biotecnología Inovio, con una vacuna que usa ADN para llevar instrucciones que convierten la proteína espiga en células, que se transcribe en ARN mensajero, el que luego ordena a las fábricas de proteínas que comiencen a bombear la proteína espiga enemiga. Eso sí, no existen en el mercado vacunas de ARN o ADN probadas en humanos, por lo que estos experimentos, de ser exitosos, significarán un gran salto en el desarrollo científico de inmunología.

Pero ¿qué sucede si no se encuentra jamás una vacuna adecuada para esta pandemia? Según los científicos, esto sería bastante improbable debido a la baja tasa de variabilidad que ha presentado el virus, lo que permite que los ensayos no tengan la mutación como un factor de riesgo. A pesar de esto, ha sido inevitable que el Covid-19 viva a la sombra de otro virus mucho más impredecible y molesto, para el cual, tras 40 años de investigación, aún no se ha podido encontrar una vacuna efectiva: el VIH.

La experiencia del VIH

Varias publicaciones han intentado establecer similitudes entre el Covid-19 y el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), e incluso a fines de abril circuló la declaración que hizo el virólogo francés Luc Montagnier, reconocido en 2008 con el Premio Nobel justamente por haber descubierto el virus del VIH, que apuntaba a que el Covid-19 contenía material genético del VIH y que bien podría haber sido creado en un laboratorio mientras alguien buscaba una vacuna contra el SIDA.

La inmunóloga y ex decana de la Escuela de Medicina de la U. de Chile, Cecilia Sepúlveda

Hasta hoy no hay ninguna prueba que asegure esta teoría y lo cierto es que el Covid-19 se ha expresado de manera bastante diferente al VIH. Así lo afirma la inmunóloga Cecilia Sepúlveda, ex decana de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y quien se ha dedicado a fondo a investigar el virus del VIH. “Ambos virus pertenecen a familias completamente diferentes. En términos de la estructura del virus son totalmente distintos, la única similitud que tiene es que ambos son virus que tienen como material genético el ARN, pero en el caso del VIH es una doble hebra de ADN, y en el caso del virus SARS-COV 2 (que da como resultado la enfermedad Covid-19) es una hebra simple. Otra similitud es que ambos son virus envueltos en una especie de capa protectora de la cual emergen partículas virales que son las que le sirven a ambos para adherirse a los receptores en el ser humano y que les va a permitir la entrada a la células del individuo, pero son completamente diferentes en cuanto a estructura molecular y componentes”, dice la académica. 

“En cuanto a los mecanismos de transmisión del virus también son diferentes, en el caso del VIH es a través de transmisión sexual, de sangre contaminada o de la madre al hijo durante el embarazo, mientras que en el caso del SARS-COV 2, la transmisión es viral, a través de gotitas de saliva y secreciones respiratorias que saltan de una persona a otra, y por eso este virus es tan contagioso, sin embargo, en términos de letalidad, el VIH es mucho mayor, ya que si no es tratado, las personas siempre van a morir, mientras que el Covid-19 tiene una baja letalidad”, agrega Sepúlveda.

El VIH fue identificado en 1984 y desde 1987 que se está intentando producir una vacuna con más de 850 ensayos clínicos, todos fallidos. La dificultad radica principalmente en la capacidad que tiene el virus de mutar cada vez que se replica al interior de las células que infecta, además de ser capaz de esconder algunas de sus estructuras y de evadir la respuesta inmune. De hecho, el blanco del VIH es el sistema de defensas del ser humano; es decir, justamente la estructura que debe dar respuesta inmunológica contra el virus, queda bloqueada.

“En el último tiempo hubo un ensayo clínico que fue bastante prometedor en Sudáfrica, que llevaba más de un año y medio estudiándose en más de 4.500 personas, pero se tuvo que detener porque se vio que entre las personas que recibieron la promesa de vacuna, se contagiaron de la misma manera que las personas que recibieron un placebo”, cuenta Sepúlveda sobre el ensayo HVTN 702. Hoy se siguen haciendo ensayos como el denominado Mosaico, que se está probando en ocho países de América y Europa, en personas sobre todo transgénero y homosexuales; o el Imbokodo, que es un estudio especialmente aplicado en el África Subsahariana y que está siendo probado en mujeres.

«Es obvio que Chile tiene que invertir más en ciencia y tecnología, no alcanza con el 0,38% del PIB, porque no sólo tienen que tener científicos trabajando por sus propios intereses de curiosidad personal, digamos, sino que tienen que haber plataformas adaptadas y preparadas para estas nuevas amenazas»

Flavio salazar, médico y vicerrector de investigación y desarrollo de la u. de Chile.

A pesar del fallido intento por producir una vacuna, en la historia del VIH hay una luz de esperanza que se proyecta para esta y otras pandemias, debido a que en estos años los investigadores sí han logrado desarrollar una variedad de medicamentos antivirales que han reducido la mortalidad y que permiten a las personas con SIDA convivir con el virus de manera casi normal. “Al existir tratamientos que te permiten una buena calidad de vida, transforman la enfermedad del SIDA en una enfermedad crónica, que aparte de tomarte una pastilla todos los días e ir a control de vez en cuando, no le producen a las personas mayores inconvenientes. En Chile, además, el tratamiento está asegurado por el Auge, e incluso la gente que está en Fonasa en los grupos A y B -los más vulnerables- no tiene que pagar nada para acceder al tratamiento”, dice la inmunóloga.

A pesar de que el panorama ha mejorado para las personas con esta enfermedad, en 2019 un informe de ONU SIDA volvió a encender las alarmas al revelar que Chile es el país de Latinoamérica que más ha aumentado sus casos de contagio, con 71 mil personas que conviven con el virus, cifra que significa un aumento del 82% desde 2010. Frente a esto se comenzó una campaña de difusión que tiene como objetivo, además de incentivar las prácticas sexuales preventivas como el uso del condón, el aumento de los diagnósticos. “Lo importante es que las personas confirmadas con VIH positivo comiencen desde temprano un tratamiento, ya que se ha demostrado, desde 2015 en adelante, que las personas tratadas que ya no tienen carga viral demostrable en la sangre ni en el semen ni en las secreciones sexuales, dejan de transmitir el virus a otro, no contagian porque el virus ya está totalmente suprimido”, explica la doctora Sepúlveda.

Hoy, sin embargo, la contingencia del Covid-19 ha cambiado las prioridades del gobierno y la población. “Me preocupa que hoy quede invisibilizado el VIH. Chile adquirió el compromiso, al igual que otros 150 países, de lograr el objetivo 90-90-90 con respecto al VIH, es decir, diagnosticar al menos 90% de los casos, tratar al menos 90% de ellos y que de esos tratados, al menos 90% tengan una carga viral suprimida o indetectable. No sé si lo lograremos, debemos hacer los esfuerzos necesarios”, advierte la profesora titular de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile.

Además, Sepúlveda recuerda que tal como las vacunas, los medicamentos antivirales, aunque existen, no se producen en Chile. “Los primeros fármacos para tratar el VIH, todos producidos en EE.UU. o Europa, eran carísimos, además empezaron a llegar varios años después de que se empezaran a usar en esos lugares, no sería la idea que ocurriera los mismo con la vacuna del SARS-COV 2, que esperamos esté disponible el año que viene. Sería importante que en Chile hubiesen laboratorios de alto nivel que pudieran trabajar en red con otros laboratorios e investigadores del mundo para contribuir en la búsqueda de vacunas y medicamentos”, dice.

La inmunóloga vuelve al tema de la falta de una industria farmacéutica local y de investigación que se adelante a este tipo de crisis sanitaria que hoy vivimos. “Me parece que tenemos que aprender y pensar en que hoy estamos haciéndole frente a este nuevo virus que pilló desprevenido a todo el mundo, pero que el día de mañana se puede presentar otro agente infeccioso tan transmisible y severo como este o incluso peor. Permanentemente se están produciendo nuevas enfermedades asociadas a agentes infecciosos y yo creo que Chile necesita y se merece un instituto nacional que se dedique al estudio de las enfermedades infecciosas y que realice investigaciones básicas y aplicadas para enfrentar mejor estas nuevas situaciones”.

Es cierto que si bien el virus pilló de sorpresa al mundo, hay países mejor preparados y con plataformas de investigación avanzadas, que significarán tarde o temprano la salvación de millones de seres humanos. Para Flavio Salazar la discusión apunta hacia un tema de fondo: la financiación científica en Chile se debe incrementar con urgencia y debe comenzar a delinearse como política pública, tema que hoy, dentro de la emergencia, queda en evidencia, pero que con el tiempo amenaza con esconderse bajo el tapete nuevamente. “Es obvio que Chile tiene que invertir más en ciencia y tecnología, no alcanza con el 0,38% del PIB, porque no sólo tienen que tener científicos trabajando por sus propios intereses de curiosidad personal, digamos, sino que tienen que haber plataformas adaptadas y preparadas para estas nuevas amenazas, y eso significa inversión en equipamiento, en infraestructura. Tampoco es un tema de plata inmediata, o sea, si a mí me dieran 10 mil millones de dólares para que yo en un mes haga una vacuna, eso es de todas formas imposible. Tiene que ver con capacidades, inventiva, creatividad, experiencia, y eso se debe ir trabajando desde antes, no se puede improvisar”, resume Salazar.

Ciencia, elitismo y mercado: una mirada crítica al desarrollo de las políticas de CyT en Chile

Por Claudio Gutiérrez y Mercedes López

Aunque desde los orígenes de la República se consideró a la ciencia, fue a partir de la formación de la Corfo, en 1939, que se instaló la idea de que la ciencia y tecnología es central para el desarrollo del país. A partir de ese momento se generaron grandes debates sobre política científica y tecnológica, sobre industrialización y desarrollo, que se desplegaron en dos perspectivas divergentes. Por un lado, en torno a la ciencia (básica), la educación universitaria y la cultura, impulsada fundamentalmente por quienes «investigaban» en las universidades y por los jóvenes doctorados que venían llegando al país, que conformarán la elite científica. Bajo esta mirada se crearon instituciones como la Academia de Ciencias, las facultades de ciencias y Conicyt. Por otro lado, se desarrollaron las aplicaciones de la tecnología y la ciencia a la industria y el desarrollo económico. En esta línea, se multiplicaron los institutos de investigación del Estado y comenzaron debates impulsados por investigadores aplicados, ingenieros y economistas al alero de instituciones como Corfo, Odeplan y agencias internacionales como Cepal.

Instauración, desarrollo y consolidación del modelo actual

El golpe de 1973 truncó ese debate y la CyT perdió prioridad con el régimen dictatorial. A poco andar, la noción de eficiencia económica comenzó a invadir todos los campos. La elite científica se centró en resaltar la relevancia de la ciencia para la cultura y la educación universitaria. La dictadura desmontó la ciencia como asunto institucional y social, quitándole el financiamiento a las universidades, y la transformó en un asunto competitivo individual (proyectos Fondecyt, 1982), un modelo orientado a conformar a los científicos ya instalados y que introducía la idea de que el desarrollo de la ciencia se mide por el número de científicos y de papers que estos producen.

La tecnología, por su parte, se desentendió de la estrategia de país y se concibió como un bien de capital para las empresas privadas, como un commodity importable y, a lo más, «adaptable» a las necesidades. En paralelo, se truncaron los esfuerzos por desarrollar una base tecnológica nacional con el desmantelamiento de los institutos de investigación del Estado.

Los gobiernos posteriores a la dictadura continuaron con el modelo y crearon diversos programas e instrumentos que impulsan proyectos más prolongados y con mayores recursos, como los Fondap (1997, dependientes de Conicyt), la Iniciativa Científica Milenio (2000, dependiente de Mideplan), los Centros Basales y Consorcios Tecnológicos (2004, dependientes de Conicyt) y los «Centros de Excelencia» (2006, dependientes de Conicyt). Aunque algunos de estos programas apuntaban a temas país, las métricas de evaluación y la lógica individual prevalecieron. Así, importantes recursos públicos se concentraron en la elite científica y en pocas unidades, apuntando progresivamente a crear grandes empresas científicas con lógicas esencialmente privadas, produciendo un natural conflicto con las universidades proveedoras de infraestructura, formación y estudiantes.

En el ámbito de la tecnología también continuó el espíritu de las políticas de la dictadura. Una prueba de esto es el hecho de que la matriz productiva chilena mantuviera (¿o profundizara?) su sesgo extractivista y la baja complejidad productiva del país. El modelo ahondó la dependencia tecnológica al extremo de diseñar programas para financiar la «atracción» de centros de excelencia internacional (2009) y emprendedores extranjeros (Startup Chile, 2010).

Consecuencias del modelo y sus políticas científicas

En las políticas, el quehacer científico se redujo a cuatro variables: prestigio internacional, número de científicos, número de papers y eficiencia empresarial. Ellas aseguraban esencialmente que (la elite de) el país pudiera frecuentar clubes internacionales. No importó el evidente empobrecimiento reflexivo y disciplinar de la academia ni menos el abandono de la búsqueda de respuestas a los problemas del país.

El sujeto “científico” se modeló como un emprendedor eficiente, guiado por rankings de prestigio y «excelencia» internacional. Esto benefició individuos y unos pocos grupos, que concentraron los recursos y el poder. Más abajo, invisibilizado, quedó el grueso de «colaboradores», en el cual está la mayoría de los jóvenes científicos y científicas, con una carrera insegura, un trabajo y vida precarios y un futuro profesional incierto.

Disciplinariamente, se privilegiaron ciertas áreas, no en función de un plan país, sino por mecanismos de mercado y de influencias. En particular, las ciencias sociales fueron sometidas a métricas que desincentivan el estudio de la sociedad local y sus problemas. Es paradigmática la irrelevancia de la ciencia social «oficial» (de los grandes centros) para prever el estallido social del 18 de octubre.

Propuestas mínimas para una futura política de CyT

De lo anterior se deduce que los problemas de CyT en Chile no son sólo ni principalmente presupuestarios, como se ha hecho tan común afirmar. Es indispensable:

1. Democratizar la toma de decisiones en CyT para incorporarla participativamente en todos los insterticios del Estado y la vida del país. Es crucial buscar mecanismos para que la comunidad científica y la sociedad toda participe y decida sobre las políticas cientifícas.

2. Reestructurar las relaciones entre ciencia y tecnología. Se debe romper el muro histórico existente en Chile entre la formación técnica y la educación universitaria, y repensar la relación entre los centros de investigación (excelencia), los institutos de investigación del Estado y de las FF.AA.

3. Redireccionar el modo de producción del conocimiento. Esto significa desmontar la concepción tecnocrática y cortoplacista de la ciencia, guiada por incentivos e indicadores basados en factores externos, e incentivar la diversidad del pensamiento y líneas de investigación, el desarrollo estratégico y la ligazón con la academia.

4. Terminar con la inaceptable división entre científicos de elite que concentran prestigio, dinero y poder, y que definen la agenda y los modos de producción de conocimiento, y «colaboradores» o científicos precarizados (usualmente jóvenes) con contratos a honorarios y temporales, sin posibilidades de desarrollar sus propias ideas ni una carrera científica.

Planteamos estas ideas como una contribución al necesario debate que debemos tener como país respecto de la CyT en el marco del proceso constituyente que vivimos.

Mercedes López, Doctora en Ciencias Biomédicas y académica de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Chile
Claudio Gutiérrez, Doctor en Ciencias de la Computación y académico de la Facultad de Ciencias Físicas y
Matemáticas de la Universidad de Chile

*Esta es una versión resumida de un trabajo de lxs autorxs que contiene todo el aparato académico (datos, referencias, citas, etc.) que por razones de espacio no incluimos aquí.

El derecho a la salud en el debate constituyente

Por Pamela Eguiguren

Dentro de las causas del estallido social que nuestros jóvenes gatillaron hace ya seis semanas, la salud es una dimensión que ocupa un lugar central en las demandas. En muchas de las pancartas se plantean consignas que reflejan las insuficiencias del acceso a una atención de salud oportuna, continua, humanizada y de calidad, pero también que el sistema social, político y económico en el que vivimos condiciona nuestra salud de manera integral y fundamental. Desde la salud pública, hace muchas décadas que la evidencia señala que son las determinaciones sociales la fuente más importante de enfermedad o de protección frente a ella, poniendo alertas sobre la necesidad de políticas públicas que promocionen en todo orden y desde los distintos sectores, la salud y el buen vivir, abordando determinantes sociales de la salud. Sin embargo, los logros económicos se han puesto progresiva e insensiblemente por delante de los indicadores del bienestar humano y colectivo. Una de las consignas que resume el discurso del malestar es: “No era depresión, era el sistema”. Frases como esta resuenan para los y las salubristas que han venido encendiendo las alarmas respecto de las cifras de depresión y otros trastornos de salud mental en la población chilena y sus vínculos con ejes de desigualdad social, por ejemplo, género, ya que las mujeres doblan en cifras de prevalencia en varios trastornos a los hombres.

Hablando del sistema, la penetración de la doctrina neoliberal en nuestra sociedad se relaciona con la falta de protección del Estado ante garantías de derechos sociales fundamentales, como educación, salud, trabajo, pensiones dignas y muchas otras necesidades, hasta las más básicas para la vida humana. El alcance de estos derechos en Chile está limitado por lógicas de mercado que abandonan a los individuos a sus propias posibilidades de satisfacer sus necesidades. Este diseño de sociedad se ha ido adueñando progresivamente de todos los espacios, y lo ha hecho sobre la base de la generación de niveles inaceptables de desigualdad, con brechas insostenibles entre una gran parte de la población cuya vida se ha precarizado, frente a reducidos grupos privilegiados vinculados al poder económico que disfrutan con creces de un buen vivir.

En este contexto, hoy en la discusión ciudadana ha emergido fuerte y claro el derecho a la salud como un derecho social que debe ser reconocido en nuestra Constitución, que no admite dudas sobre el deber del Estado de garantizarlo. La salud, cuyo concepto se ha medicalizado en extremo, debe aproximarse más a la noción de bienestar integral y no sólo a la ausencia de enfermedad. La necesidad de un cambio sustancial del articulado que aborda esta materia tiene que ver con que el texto actual de nuestra Carta Fundamental sólo establece el derecho a la protección de salud a través del acceso a un sistema de atención de salud y sus acciones. Su modificación debe apuntar a la salud que se construye en la suma de las condiciones sociales, culturales y económicas, y es el Estado quien debe garantizar condiciones de vida dignas y equitativas para su ciudadanía. Otro punto fundamental que hay que desmantelar en la Constitución es la dualidad de la respuesta frente a las necesidades de salud, lo que instala una elección obligada entre el sistema público o privado, a partir de la cual las personas deben suscribir y, más gravemente, aportar su contribución a la seguridad social en un sistema u otro, lo que resta solidaridad y capacidad redistributiva a la salud. La sociedad chilena tiene en el cuerpo casi cuarenta años de esa dualidad, que hace evidente y demostrable que la elección no es tal y cuyo resultado ha sido el debilitamiento del sistema público de atención en desmedro de su capacidad de responder integralmente a las necesidades de salud de toda la población, particularmente la beneficiaria de este sistema, que es más del 75% de los/as usuarios/as a nivel nacional.

En esa vereda, el sistema público concentra a población de mayor edad y que producto de los determinantes sociales y sus interseccionalidades —como ser mujer y a la vez adulta mayor e indígena— es también la población con mayor carga de enfermedad y necesidades más complejas. El mercado de la salud y las reglas del juego, Isapres mediante, ha favorecido el crecimiento de un sector privado, concentrando los aportes a la seguridad social del 15% de la población que corresponde a la más sana y con más recursos. Adicionalmente, a este sector privado van a parar ingentes sumas de dineros públicos que no sólo enriquecen al sector privado, sino que pauperizan al público, incrementando la desigualdad.

El avance hacia un sistema público universal de salud que para su financiamiento y el fortalecimiento de su red pública de atención cree un fondo mancomunado, reuniendo los aportes a la seguridad social de todos/as los/as ciudadanos/as y los impuestos generales, es la alternativa que comienza a visualizarse en las discusiones de cabildos ciudadanos, incluidos los que están siendo organizados por organizaciones como Acauch, Ces y Afuch en alianza con la Escuela de Salud Pública y otras unidades de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. La red pública de salud chilena es sin ninguna duda una de las mejores en su diseño y posibilidades en la región, y cualquier medida debe comenzar por fortalecer sus recursos y recuperar su funcionamiento integrado, con el objetivo de que las personas tengan en su territorio las posibilidades de atención accesible, resolutiva e integral concebidas en el modelo de atención, con eje en atención primaria, y de desarrollar estrategias de promoción y prevención de la salud comunitaria, que actualmente tenemos en la teoría y que efectivamente podríamos brindar si creamos un sistema universal de salud capaz de responder como un todo integral y coordinado.

El llamado ciudadano es a encontrar, en esta construcción, formas que cambien y abandonen modelos donde el lucro con la enfermedad siga siendo posible. Desde la salud pública se tiene la obligación de pensar fuera de los límites del modelo actual a través de una amplia discusión social que abra espacios para construir caminos que nos puedan llevar, como sociedad, a una respuesta sanitaria a la altura de lo que el momento histórico nos demanda. Chile despertó y las fuerzas sociales están disponibles para participar activamente en la construcción del sueño colectivo, donde la negociación de las expectativas de todos/as ocurra no en las cúpulas y en la superficie, sino en comunidad, en los barrios, en la calle, en el contexto democrático que sin duda se está instalando y se instalará con la construcción de un poder constituyente. En ese diálogo democrático y participativo, el análisis profundo de los significados de estas modificaciones a la estructura del sistema de salud debe permitir comprender a todes las ventajas que tendrá para la ciudadanía destinar sus principales esfuerzos a una forma de hacer sociedad en la que sin exclusión tengamos lugar equitativamente en el aporte y también en los beneficios.

Pedro Maldonado: “La neurociencia hoy tiene la capacidad de intervenir el cerebro”

El Profesor Titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile lleva una buena parte de su vida explorando el cerebro humano. Hoy, con el mundo científico empeñado en descifrar los misterios de la mente, Maldonado —quien acaba de lanzar el libro Por qué tenemos el cerebro en la cabeza— pone la mirada en los debates que se vienen: inteligencia artificial, privacidad mental, neuroderechos, eugenesia, ciencia y poder. “La neurociencia ha traído avances que pueden afectar la manera en que nuestro cerebro es usado y compartido”, advierte.

Por Francisca Siebert | Fotografías: Felipe Poga

Desde hace años que a Pedro Maldonado le gusta llevar del laboratorio a la calle la conversación sobre el cerebro humano. “Hay preguntas increíbles que uno también quiere saber y muchos mitos, por supuesto. Y en un momento pensé que yo tenía material para contarlo”, cuenta sobre el origen de Por qué tenemos el cerebro en la cabeza (Debate), libro que lanzó a fines de agosto, y que gira alrededor de esta máquina biológica sobre la que la ciencia avanza esperando lograr la gran revolución: conocer cómo funciona y lograr su manipulación. 

Hasta aquí, aún sabemos poco sobre este órgano que posee cerca de 100 mil millones de neuronas y un número astronómico de conexiones. “Conocemos menos del 15 por ciento”, dice Maldonado, doctor en Fisiología de la Universidad de Pensilvania, director del Departamento de Neurociencias de la Facultad de Medicina e investigador del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica (BNI).

Sobre sus inicios en la ciencia, cuenta: “Entré a estudiar Biología el año 78 porque quería seguir a Jacques Cousteau”. A la larga no tomó el camino de la biología marina, sino el de la fisiología del sistema nervioso. Así llegó al laboratorio de Epistemología experimental de Humberto Maturana y Francisco Varela: su tesis de magister, titulada “El sistema frontal y lateral de los pájaros” —un estudio conductual sobre la retina de los pájaros—, fue el último trabajo publicado en conjunto por ambos.

Ser neurocientífico y haber estado en el laboratorio con Maturana y Varela es, a estas alturas, algo bastante histórico. ¿Cómo fue estar ahí?

Fue increíble. Ambos eran personas extremadamente brillantes y complementarias: Francisco era riguroso, muy hábil tomando ideas y concretándolas; Humberto es más brillante proponiendo ideas nuevas. Y como en esa época había repoca plata, pasamos mucho tiempo discutiendo frente a la pizarra, lo que fue un entrenamiento teórico muy fuerte, durante el que aparecieron ideas de ellos dos que todavía son muy vigentes, y que quizá recién ahora se están tomando más en serio en el mundo de la neurociencia.

“Hoy existen técnicas que permiten tener una línea de pensamientos de un sujeto. Si esto se llega a sofisticar, una persona podría estar sujeta a que todos sus pensamientos y su privacidad mental esté expuesta al escrutinio de alguien”.

Conocer el cerebro es un desafío impostergable para la humanidad. El Proyecto BRAIN (Brain Research Through Advancing Innovative Neurotechnologies), en el que el gobierno de Estados Unidos está invirtiendo 6 mil millones de dólares, es una muestra de eso. ¿Cómo ve los avances de esta iniciativa?

BRAIN está diseñado para crear tecnología que permita mirar el cerebro completo de un humano en tiempo real. Actualmente son muy pobres las técnicas que tenemos en neurociencia para hacer eso. El problema es que, en ciencia, la tecnología es una herramienta, no una explicación. La aproximación de BRAIN va en una buena dirección, pero por sí solo no va a explicar nada.

Pese a lo poco que se conoce del cerebro, Rafael Yuste, director de BRAIN, y un grupo de neurocientíficos firmaron hace unos años una declaración en la revista Nature en la que hablaban sobre neuroderechos, alertando sobre el riesgo inminente al que están expuestas nuestras mentes. ¿Cuál es su opinión?

La neurociencia en la última década ha traído muchos avances importantes que pueden empezar a afectar la manera en que nuestro cerebro es usado y compartido, y a eso apuntan los neuroderechos. Esto va a tener impacto dentro de los próximos diez o veinte años, pero no podemos esperar hasta entonces para empezar la discusión.

En esa declaración se plantearon cinco neuroderechos inalienables: la privacidad mental, la identidad personal, el libre albedrío, el acceso equitativo y la no discriminación en el acceso a las neurotecnologías. ¿Puede que estos derechos estén en riesgo hoy?

Hoy existen técnicas de imageonología que permiten tener una línea de pensamientos de un sujeto. Si esto se llega a sofisticar, lo que es cosa de tiempo, una persona podría estar sujeta a que todos sus pensamientos y su privacidad mental esté expuesta al escrutinio de alguien. Ahí hay una amenaza, en términos de que alguien puede saber lo que quiero y lo que pienso. Por otro lado, lo que soy y lo que pienso pueden ser datos, por lo tanto, mi identidad como persona puede no estar sujeta a mi propia voluntad, y entonces el libre albedrío también estaría en riesgo. Esto no sólo involucra los datos: la neurociencia hoy tiene la capacidad de intervenir el cerebro, y si yo logro mejorar el cerebro, eso puede generar inequidad en la población, pensando en la posibilidad de que existan humanos potenciados, lo que crea todo un problema ético, que también es parte de esta discusión. Como también lo es la relación cerebro-máquina, que es algo que ya está ocurriendo.

¿Y cuál es el debate que se abre en torno a la relación cerebro-máquina?

Desde hace diez años los científicos tienen acceso a las señales eléctricas de las personas, y eso pueden usarlo en pacientes que no logran mover el cuerpo para que lo hagan a través de un brazo robótico o con su propio brazo. Yuste plantea que si hay un paciente que maneja con la mente un brazo robótico, y ese brazo me muele la mano al saludarme, ¿quién es el responsable? ¿La persona que me apretó la mano? ¿El técnico que la fabricó? ¿El programador que hizo el software? Si conecto mi cerebro a un celular y logro tener una supermemoria en contraste con la tuya, habrá personas que van a poder ser superhumanos y otros no, y eso creará una diferencia. ¿Hasta qué límite vamos a llegar? ¿Quiénes van a poder tener acceso? Todas esas cosas están ocurriendo a una velocidad de avance mucho más rápido que leer los pensamientos. 

La idea de un superhumano suena peligrosa. Es inevitable, además, pensar en la desventaja en que esto dejará a los países y a las personas más pobres, ¿no?

El debate de la inteligencia artificial va por el mismo lado, y tiene relación con el cerebro, porque por primera vez lo que busca la tecnología no es reemplazar las habilidades físicas de las personas, sino las habilidades mentales. Esa ha sido un área que nunca se ha tocado, y ahora la tecnología tiene la capacidad de hacer ese tipo de cosas. Sabemos que cualquier tecnología siempre tiene el potencial para ser usada para beneficio o no, y es responsabilidad de la sociedad velar porque la ciencia contribuya al bienestar y no a una mayor segregación de las personas o países.

Los científicos saben el impacto que puede tener la inteligencia artificial en el desarrollo, pero la inversión en ciencia sigue siendo baja en Chile. ¿Cómo entra la Inteligencia Artificial en este modelo?

La gran ventaja de la inteligencia artificial como tecnología es que es más democrática quizás que otras tecnologías porque requiere creatividad humana, y eso existe en todas partes del mundo. Ahora, la ciencia necesita también apoyo financiero, es la semilla para el desarrollo tecnológico y eso no está muy claro. Muchas veces se argumenta que la ciencia se puede comprar, que el conocimiento se compra, pero en realidad estamos comprando tecnología, no conocimiento, y eso nos hace dependientes del conocimiento extranjero. Ellos son los que terminan vendiendo alambres de cobre y nosotros produciendo el cobre. Y mientras no nos volquemos a una sociedad del conocimiento, esa diferencia se va a mantener.

En este horizonte que abre la inteligencia artificial, ¿corremos el riesgo de seguir llegando tarde?

Por supuesto. Esto implica un apoyo inicial de recursos y es problemático, porque muchas veces no se entiende por qué se debe invertir en ciencia, dicen que es caro, habiendo otras necesidades de país más importantes. La respuesta es que uno no puede predecir con exactitud dónde la ciencia va a dar sus frutos y, por lo tanto, tiene que generar una masa crítica de científicos.

¿Cómo explicaría la relevancia que tiene la ciencia para el país?

El ejercicio de preguntarse y responderse es superimportante. El pensamiento crítico, que es parte fundamental de la ciencia, es una enorme herramienta para las personas porque les da poder, les permite tomar buenas decisiones basadas en el conocimiento. Yo digo que la ciencia es la herramienta democrática más poderosa que puede tener un país, no sólo por el producto científico, sino porque la práctica científica empodera. Las democracias se basan en el aporte de las personas, de poder contribuir con sus reflexiones y sus decisiones. ¿Por qué ciertos países son los más poderosos? Porque tienen poder científico y ese poder está basado en la ciencia que tienen. ¿Y quién lo entendió ahora? China, que está poniendo cuatro y tanto por ciento de su PIB en ciencia, porque eso les va a dar poder, poder y desarrollo. 

El desafío que requiere equidad

“Las decisiones que tenemos entre manos como humanidad requieren de todos, todas y todes. Esto, claro, no puede desconocer que nuestra sociedad humana actual no es una igualitaria, sino que profundamente estratificada y segregada, donde el poder y la influencia están […]

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José Maza: “Los Premios Nacionales deberíamos ser intelectuales públicos”

Este 2 de julio, el astrónomo más popular de Chile romperá todos sus récords: reunirá a más de 15 mil personas en el estadio La Portada de La Serena, donde dará una charla magistral y será el “telonero” del eclipse total de sol. Invitado al programa radial Palabra Pública, el académico de la Universidad de Chile habló de su fama, de la importancia de la divulgación científica y del papel de las universidades en el acercamiento de la cultura a la gente.

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij

—En relación al éxito que fue la presentación de su último libro Eclipses en abril, en el Teatro Caupolicán, ¿cómo se explica que un científico llene un estadio con seis mil personas? ¿Podría llenar el Estadio Nacional, como lo dijo esa vez?

—No, creo que ahí me fui de lengua. En el Caupolicán fueron cinco mil personas, en la Medialuna de Rancagua fueron seis mil, en Peñaflor, cuatro mil, y otros cinco mil en Concepción. Así que cinco mil personas en Santiago no es algo para tirar cohetes. La charla en Peñaflor partió a las 9 de la noche y ya eran más de las 11 y no terminaba. Tuve que salir arrancando porque la gente me perseguía para sacarse una selfie conmigo y para que le firmase autógrafos.

—Se proclamó el “telonero” del eclipse del 2 de julio, y tiene sentido, ya que a menudo se le asocia a la figura del rockstar. ¿Cómo se siente en ese papel, llenando estadios y caminando al auto resguardado por guardias?

—Espero que esto no avance más. Siempre me he sentido uno más dentro del grupo, nunca me he sentido importante. He sido uno del montón. Pero tener notoriedad me produce cierto agrado. La otra vez estuve literalmente de telonero en un concierto de rock en el Teatro La Cúpula, dando una charla. También estuve hace poco dando una charla en la plaza de Quilpué donde tocaba el grupo Congreso y fue un evento con música, charla y poesía. La cultura es una sola, ¿por qué hay conciertos de rock y festivales de poesía? Hagamos una mezcla. A lo mejor el que va sólo por el rock, descubrirá la ciencia o viceversa. Así se van formando puentes. Me encanta la poesía, la música y la ciencia, así que estaría feliz con una alianza entre esas disciplinas.

—¿Y cómo explica esa fanaticada que lo sigue?

—Es complicado. La astronomía está cada día más en los medios, como por ejemplo cuando se dio a conocer la imagen de un hoyo negro que está en el cúmulo de Virgo, a sesenta millones de años luz. Esas cosas están en la tele. Y se logró esa imagen con ayuda del observatorio chileno ALMA. La mitad de las noticias del mundo que se refieren a Chile son de astronomía. La astronomía es parte de la imagen país. Chile tiene los mejores cielos del mundo y la mitad de los telescopios del mundo están acá. Con los que están construyendo, serán un 70 por ciento. Eso es porque el país es excepcionalmente bueno para hacer astronomía. Creo que eso influye mucho.

Por otro lado, yo soy un poco deslenguado y hablo las cosas sin pelos en la lengua. Y, sobre todo, he tomado temas de astronomía que son bastante más cotidianos. Si yo hablo “del hoyo negro de Messier 87” nadie entiende nada. Es como hablar de un mundo imaginario. Lo mismo con los eclipses: en las charlas que daré en torno al eclipse solar total del 2 de julio hablaré sobre este fenómeno y también sobre cómo será el eclipse total de sol que cruzará la Araucanía en 2020. Estoy bajando el conocimiento del Olimpo y hablando en el lenguaje de la gente. Y estoy en esto desde el cometa Halley, en 1986. Ese año di muchas entrevistas, fui a la tele. También escribí varios Icarito de La Tercera, siete suplementos enteros. Nada surge de repente, esto es como una bola de nieve que hoy agarró un cierto volumen.

—Cuenta la leyenda que cuando estuvo en Tucson, Arizona, en 1976, había un ciclo de charlas de divulgación del astrónomo Nick Wolff que inspiraron su primera charla pública en Chile llamada “El universo: puedo sentirlo en mis huesos”. ¿Cómo comienza a interesarse en la comunicación científica?

—Siempre quise ser ingeniero, desde que tengo uso de razón. Pero luego me interesó la astronomía y comencé a buscar libros de divulgación de astronomía. Leí varios cuando tenía entre 13 y 15 años, hasta que a los 17 entré a Astronomía en la Universidad de Chile. Los libros de astronomía y los grandes divulgadores de mi época, como Fred Hoyle, me producían un gran entusiasmo. Luego tuve la suerte que, cuando estaba estudiando en Canadá, en dos ocasiones fue a Toronto Carl Sagan, el gran divulgador de astronomía del siglo XX. Y el tipo era notable, así que leí todos sus libros y vi la serie Cosmos entera.

Creo que la divulgación científica siempre la tuve dando vueltas en la cabeza. A la primera oportunidad que tuve, con ocasión del cometa Halley, hice un libro para enseñar astronomía. Luego de eso, he ido retrabajando la puntería, porque ese era un texto que escribí para mí cuando tenía 15 años. Volviendo al presente, a los tres últimos libros que saqué les ha ido muy bien. Polvo de estrellas lleva 18 ediciones y en total se han vendido 50 mil copias.

—A usted le interesa desmontar ciertas teorías que circulan, como las de los terraplanistas, las historias sobre el fin del mundo o la veracidad del horóscopo. ¿Cree que entre tanta fake news es más necesaria la voz de los científicos?

—Sin duda. Yo me he hecho algo de camino, pero ha sido a puro pulso, porque no hay oportunidades. En diarios he ofrecido columnas y me dicen que a la gente no le interesa, pero en todos esos diarios tienen un horóscopo, porque eso sí les interesa. Todos sabemos que el horóscopo es mentira, pero parece que es un juego que todos quieren jugar. Alguien de un programa de televisión me preguntó qué opinaba de los terraplanistas y dije que me parecía el colmo. Pero más lata me da que los editores pongan a esa gente en los medios. Si uno pasó por la escuela y no hizo la cimarra, entonces aprendió las leyes básicas de Newton y, por ende, que la Tierra no puede ser plana.

Cuando escribí los Icarito, el editor de suplementos me dijo “la gente no entiende esto” y me rayó el texto con todo lo que él no entendía. Tuve que corregirlo, hasta que ya al tercer suplemento no me corregía más. Si uno hace un esfuerzo, va a lograr entender. Pero claro, el editor pone basura como el horóscopo y no temas de ciencia porque “no lo van a entender”.

«No puedo salir a la calle y hablar igual que en la academia. A lo mejor sí vulgarizo mucho (el lenguaje científico), pero así logro empatía con la gente (…). Escribo para un público transversal, quiero que los adultos y los niños aprendan a pensar».

—Para usted es relevante enseñar ciencias exactas de una forma que sea comprensible para toda la gente. ¿Dónde está la línea, según usted, que divide la divulgación científica de lo que se podría llamar una “banalización del conocimiento”?

—Creo que el problema es el siguiente: se trata de divulgar ciencia entre gente que no conoce la disciplina. Si uno quiere hacer divulgación científica no puede hablar sobre el hoyo negro de Messier 87 o de la galaxia en el Cúmulo de Virgo, porque la gente que no estudió ciencias no conoce el contexto de esos fenómenos. Es como si quisiera explicarte un capítulo de una teleserie, siendo que no viste los anteriores, entonces no vas a entender qué pasó. Si yo divulgo esa teleserie, debo comenzar por el capítulo 1, no por el 45.

En la ciencia pasa lo mismo, es muy acumulativa. Si uno quiere hacer divulgación tiene que bajar la complejidad para llegar a un nivel comprensible para la gente a la que quiere llegar. Y sí, es banalizar. Pero hablo desde tan arriba todos estamos perdiendo el tiempo. Una vez hubo en Chile una charla de Stephen Hawkings y el presidente de entonces, Eduardo Frei, dijo “parece que estoy un poco oxidado, porque no entendí mucho”. Él, que era ingeniero, no entendió. No quiero hacer leña del árbol caído, pero Hawkings no hacía divulgación. Todos lo veneraban por ser una persona de una tenacidad extraordinaria, pero como divulgador científico no me lo creo.

—¿Se ha encontrado con críticas de parte de sus colegas científicos? Pasa en otras disciplinas, como en la filosofía: quienes escriben para ser leídos masivamente son criticados por quienes permanecen en las aulas universitarias.

—La verdad es que no. Mis colegas han sido bastante generosos en no criticarme. Pero, por otro lado, -y no quiero parecer soberbio- no me importaría que me critiquen, porque yo estoy convencido de que esto vale la pena. A lo mejor hay muchos caminos para lograr un mismo propósito y he encontrado el mío. Algunos dicen –como en una crítica que leí- que vulgarizo el lenguaje para hablar de astronomía, que debería usar uno más elevado. Que, a lo mejor, de esa manera igual llegaría a la gente. Yo sé hablar bastante bien, hablo un castellano muy correcto. Pero no puedo salir a la calle y hablar igual que en la academia. A lo mejor sí lo vulgarizo mucho, pero así logro empatía con la gente. Cuando el conductor del metro me dice que ha leído mis libros me alegro mucho, porque estoy escribiendo justamente para él. No estoy escribiendo para mis colegas, ellos no van a aprender nada nuevo con mis libros. Escribo para un público transversal, quiero que los adultos y los niños aprendan a pensar. Quiero contribuir con un granito de arena en ese proceso. Y si me critican con razón, logré mi objetivo, porque tuvieron que pensar para discutir lo que está escrito ahí, así que me parece estupendo.

—Una de sus teorías es que a la gente en Chile no se le ha permitido mucho pensar. ¿Podría desarrollar esa idea?

—En el siglo XIX tuvieron analfabetos a toda la población. El 95% de los niños en 1880 eran analfabetos. Y los señores políticos de este país, todos los grandes presidentes, se olvidaron que había que enseñar a leer y escribir, porque a ellos se les enseñaba en la casa con una institutriz traída de Francia o de Londres. Incluso nuestro gran Andrés Bello dijo: “a cada cual hay que darle la educación que necesita”, y el obrero no necesitaba educación, ¿para qué? Había un elitismo terrible. Los que tenían el sartén por el mango no querían que nadie supiera leer y escribir.

En el siglo XX nos permitieron aprender a leer y escribir, pero sin que nadie entendiera lo que leía. Hasta el día de hoy en las escuelas rurales tienen en una misma pieza a niños de primero a cuarto básico juntos y eso es lo único que se les enseña. No queremos que la gente piense, y creo que la universidad tiene la obligación de darle cultura a la gente, transversalmente.

«En la universidad todos los académicos somos juzgados por cuánta docencia hacemos o cuántos papers publicamos (…). Los Premios Nacionales deberíamos tener un papel distinto en la vida universitaria. Es muy importante que un profesor de la Universidad de Chile se pare ante 10 mil personas y conteste las preguntas que le quieran hacer».

—Usted es Premio Nacional de Ciencias Exactas 1999. ¿Cuál cree usted que es el papel de quienes han recibido este premio en Chile? ¿Cree que hay una cierta responsabilidad de intelectual público entre quienes han recibido este galardón?

—Creo, efectivamente, que los que hemos recibido el Premio Nacional deberíamos ser, en alguna medida, intelectuales públicos, con más participación en los medios. En la universidad todos los académicos somos juzgados por cuánta docencia hacemos o cuántos papers publicamos, y yo me muevo todo el tiempo haciendo charlas en distintas partes de Chile. Los Premios Nacionales deberíamos tener un papel distinto en la vida universitaria. Creo que es muy importante que un profesor de la Universidad de Chile se pare ante 10 mil personas y conteste las preguntas que le quieran hacer. Me parece que si somos la universidad pública por excelencia en Chile, entonces nos debemos a la ciudadanía. Entonces tengo la obligación de contarle a la gente por qué vale la pena mirar el cielo y contestarle si me quieren preguntar otra cosa.

El otro día un médico decía, en relación al suicidio del expresidente de Perú, Alan García, que cuando el cerebro cuando recibe una conmoción muy grande se produce un edema que deriva en una hipoxia y en una isquemia. Yo decía: “¿a quién le está hablando este caballero?”. Edema, hipoxia e isquemia. A veces, la divulgación que hacen está llena de esas palabras. He leído libros que explican cosas y en la página 20 ya no entiendo nada. Creo que la divulgación no es contar lo que uno está haciendo como científico, porque a veces no es contable para el público. Yo nunca en mi vida he trabajado en eclipses, pero me parece que es un fenómeno que cualquier astrónomo conoce bien. Soy uno experto en eclipses como cualquiera de los otros cien astrónomos en Chile. Al no salir explicando el fenómeno en términos simples, uno deja el espacio para que lo cubran todos estos chantas que se dedican a vivir del cuento.

—Se habla del Antropoceno para referirse a esta época en que la Tierra estaría cambiando por la actividad humana. Las visiones respecto del futuro parecen ser sombrías, en particular por el avance del calentamiento global. ¿Qué visión tiene de los tiempos que vienen?

—Está la tontería de decir “yo no creo”. Cuando uno dice “yo creo” o “no creo” es porque no quiere usar la razón. Hay elementos contundentes que demuestran que la Tierra se ha ido calentando. Acabo de leer una cosa terrible que dijo (el Secretario de Estado de los Estados Unidos) Mike Pompeo, donde agradece que se derrita todo el océano Ártico, porque ahí hay grandes riquezas y vamos a tener otras oportunidades. Y él lo encuentra estupendo. No se da cuenta, el tonto, que cuando se derritan todos los hielos, las penínsulas van a quedar todas debajo del agua, como Florida y Nueva York.  El hombre tiene que entender que debe dejar de tirar gases invernaderos. Una cosa que el hombre hará para ir a marte es crear una máquina que chupe anhídrido carbónico de la atmósfera marciana, rompa la molécula de CO2 y produzca oxígeno. Deberíamos tener esas máquinas, que funcionan como árboles, y a lo mejor así podríamos arreglar el efecto invernadero. El hombre tiene esa inteligencia. Tiene la falta de previsión para embarrarla también, pero tiene la inteligencia para encontrar soluciones.

***

Esta entrevista se realizó el 10 de mayo de 2019 en el programa radial Palabra Pública, de Radio Universidad de Chile, 102.5.

El Big Bang de la divulgación científica

El interés por los libros de ciencia en Chile no es nuevo, pero el espacio antes reservado para autores extranjeros hoy es compartido por investigadores chilenos como José Maza, Mario Hamuy, María Teresa Ruiz, Gabriel León y Andrés Gomberoff, entre varios otros. Son los protagonistas de un fenómeno que ha tomado por asalto las librerías locales.

Por Ricardo Acevedo | Ilustración: Fabián Rivas

José Maza se despide y abandona el escenario en medio de una ovación. Frente a él, seis mil personas aplauden —algunas de pie—, mientras las luces de la Medialuna Monumental de Rancagua comienzan a apagarse. A la salida, y tras una hora de show, una multitud armada con lápices y libros como Marte: La próxima frontera (2018) y Somos polvo de estrellas (2017) se aglomera para pedir autógrafos. 

Aunque todo —salvo por los libros— parece indicar el fin de un concierto de rock, la escena ocurrió luego de la charla del popular astrónomo y divulgador científico de la Universidad de Chile, José Maza Sancho, transformado hoy en un éxito de ventas en las principales librerías del país: 70 mil ejemplares se han vendido de sus dos últimos libros, mientras que uno nuevo, Eclipses, salió a la venta en abril y lo lanzó ante 6 mil asistentes en el Teatro Caupolicán, evento donde dijo: “Si me consiguen el Estadio Nacional, lo llenamos también”. 

Maza es uno de los protagonistas de un fenómeno editorial que se ha tomado las librerías, con divulgadores científicos chilenos llevando temas complejos a un público masivo que los está convirtiendo en bestsellers: astronomía, física, hallazgos y curiosidades de la ciencia, por nombrar algunos temas, ostentan hoy un lugar privilegiado en los rankings de venta. 

Aunque el interés por este tipo de libros no es nuevo, sí lo es el hecho de que este espacio, antes reservado para divulgadores extranjeros —como Carl Sagan, Stephen Hawking, Neil Degraise y Yuval Harari—, ahora también cuenta con reconocidos investigadores locales. Una ecuación cuyos resultados se han visto reflejados en un aumento en las publicaciones: según cifras de la Cámara Chilena del Libro, los títulos nacionales en la categoría Ciencias puras crecieron en un 74 por ciento desde el año 2000, y en el área de Tecnología aumentaron en un 81 por ciento. Sumados, en 2016 llegaron a 598 títulos, mientras que en el año 2000 eran 333, incluyendo autores nacionales e internacionales.

“La divulgación científica se instaló en nuestras vitrinas”, comenta un librero del centro de Santiago, mientras apunta la sección de recomendaciones y novedades, donde la ciencia comparte espacio con los “top venta” de la literatura contemporánea. Recorriendo algunas librerías, se encuentran nombres como los del físico Andrés Gomberoff (Física y berenjenas; Einstein para perpelejos); el bioquímico Gabriel León (La ciencia pop 1 y 2, volúmenes que pronto serán publicados en checo; Qué son los mocos); el matemático Andrés Navas (Lecciones de matemáticas para el cerebro; Un viaje a las ideas: 33 historias matemáticas); o los astrónomos y Premios Nacionales José Maza, María Teresa Ruiz (Hijos de las estrellas; Desde Chile un cielo estrellado. Lecturas para fascinarse con la astronomía) y Mario Hamuy (El universo en expansión, pronto a publicar un nuevo libro sobre eclipses), entre otros autores chilenos que forman parte de este fenómeno.

Juan Manuel Silva, editor de Planeta —que publica a Maza, Navas y Hawkings—, explica que hoy existe un mayor interés por la ciencia, algo que, según dice, tiene que ver con la cercanía que se produce entre los científicos nacionales y el público, pero también con una mayor necesidad por consumir información, lo que ha sido gatillado por las nuevas tecnologías. Según su opinión, se podría hablar de al menos tres factores: “el cambio en el modo de consumir, el enriquecimiento intelectual de la masa crítica y la aparición de figuras chilenas en la ciencia”.

La Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, dada a conocer por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) en 2016, ayuda en parte a comprender este fenómeno. De acuerdo al estudio, este interés por las ciencias existe: el 58 por ciento manifiesta que le interesa el tema, mientras que el 68,4 por ciento dice lo mismo respecto de la tecnología. La encuesta, sin embargo, revela que la gente no sabe mucho acerca de estas materias: el 76,9 por ciento afirma sentirse poco o nada informado sobre ciencias, mientras que el 65,2 por ciento dice lo mismo respecto de la tecnología.

Científicos de carne y hueso

El autor de La ciencia pop, Gabriel León, cree que los divulgadores chilenos han sabido canalizar esta necesidad, mostrando que los científicos son gente común como cualquier lector, y que la ciencia no es algo de “otro planeta”. “Lo que más me interesa es que las personas logren vislumbrar las motivaciones de los científicos, que puedan entender por qué muchas veces nos encerramos en el laboratorio, en un microscopio, en el telescopio o en una pizarra con ecuaciones, tratando de entender la naturaleza, que es lo que nos apasiona. El motor de todo esto es la emoción asociada a los descubrimientos. Creo que transmitir esa emoción es el ejercicio más interesante de la divulgación científica”, opina. 

El éxito editorial de León ha sido tal —incluyendo sesiones de firmas para fans en librerías—, que en 2016 tomó la decisión de dejar la ciencia experimental. Cerró su laboratorio y decidió dedicarse por completo a la comunicación científica. “La premisa fundamental es bastante básica: los científicos son personas y les ocurren las mismas cosas que a cualquier ser humano normal. Ese ha sido el eje de las historias de ciencia que cuento: humanizar al científico y no mostrarlo como este personaje de delantal, solitario, con los pelos parados y que hace cosas que nadie entiende”, agrega el autor, doctor en Biología celular y molecular.

Con una fórmula similar, el físico Andrés Gomberoff comenzó a escribir columnas en medios de comunicación como revista Qué Pasa sobre temas científicos de contingencia: descubrimientos, efemérides o un nuevo Premio Nobel; cualquier hito o noticia podía dar pie a estas dosis semanales que luego se transformaron en Física y berenjenas, una recopilación de 40 textos que acercan la ciencia a la vida cotidiana y que acaba de ser traducida al coreano. En su segundo libro, Einstein para perplejos, abordó la vida y obra de este científico alemán, y luego vino Belleza física: El aperitivo, una serie de cápsulas audiovisuales basadas en los contenidos de sus libros.

A Gomberoff no le sorprende el éxito que está experimentando la divulgación científica y recuerda que grandes nombres en la historia de la ciencia, como el propio Einstein o los físicos Erwin Schroedinger y Richard Feynman, siempre tuvieron mucho interés en comunicar sus ideas al público masivo, que los seguía y validaba como líderes de opinión. “De la misma manera que el Chino Ríos hizo que los chilenos se interesaran en el tenis, hoy existe una generación de científicos haciendo cosas buenas y eso también ha alimentado el deseo de la gente. La ciencia es algo tan hermoso, que vale la pena que nadie se la pierda”, afirma. 

“La premisa fundamental es bastante básica: los científicos son personas y les ocurren las mismas cosas que a cualquier ser humano normal. Ese ha sido el eje de las historias de ciencia que cuento: humanizar al científico y no mostrarlo como este personaje de delantal, solitario, con los pelos parados y que hace cosas que nadie entiende”, dice Gabriel León.

Jorge Babul, académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, cree que el intento de científicos como Gomberoff y León por llegar al lector usando un vocabulario simple es positivo, en especial para ayudar a expandir el horizonte de las personas: “Permite un enriquecimiento personal. Por ejemplo, si abro el diario y no entiendo los beneficios que trae la investigación acerca del genoma humano, me estoy perdiendo todo un mundo. Creo que lo más importante es que esto ya partió y hay varios académicos escribiendo cosas que todo el mundo debería saber”, asegura. 

¿Moda o nicho?

Si bien es cierto que cuando se trata de vender libros la moda influencia a muchos lectores, tanto autores como editores coinciden en que este es un nicho estable. A diferencia del auge de publicaciones del área “juegos y pasatiempos” —motivada por la afición al sudoku—, todo apunta a que la ciencia está conquistando a un público transversal y ávido de conocimiento. Según los últimos datos oficiales del Ministerio de Educación respecto del nivel educacional de los chilenos, existe efectivamente más gente interesada por la “cultura científica”: en los últimos 10 años, la cantidad de titulados de carreras profesionales del área casi se duplicó. Si en 2007 se titularon 63.408 nuevos profesionales, en 2017 esa cifra llegó a 123.209. 

La diversidad y transversalidad del público lector se refleja, además, en un interés renovado de parte de los más jóvenes, como lo explica el astrónomo y Premio Nacional de Ciencias Exactas 2015, Mario Hamuy. “Algunos padres me han contactado para decirme que sus hijos admiran mi labor y han hecho trabajos sobre mí. Ahí es cuando uno entiende la importancia de lo que hacemos y lo esencial que es difundir y divulgar, porque los niños tienen muchas preguntas y, a la vez, necesitan inspiración para cambiar el mundo”, explica el astrónomo, que hasta el año pasado ejerció como Presidente de CONICYT. Según él, el auge de la divulgación se debe al esfuerzo en los últimos años por parte de investigadores y periodistas especializados. 

Otro ejemplo es Rodrigo Contreras, astrónomo de la Universidad de Chile y coautor de Bruno y el Big Bang, un libro ilustrado para niños que busca convertir en una saga y en el que aborda conceptos esenciales de la astronomía. Cuenta que su propio caso sirve para entender la importancia de la divulgación científica: al cumplir 18 años, no sabía qué hacer con su vida y, sin mucho entusiasmo, ingresó a la carrera de Ingeniería Civil. “Fue mientras asistía a unos cursos electivos de física cuántica que se me abrió la mente —dice—. Existía un universo microscópico bajo mis narices y otro universo enorme sobre mi cabeza que yo desconocía, pero que me parecieron fascinantes. ¿Por qué me demoré tanto en descubrirlos? Porque no existían medios ni estímulos suficientes que me permitieran conocerlos”.

Los divulgadores coinciden en que lo esencial para poder masificar el conocimiento científico es saber transmitir al público las emociones asociadas a los descubrimientos. Muchos lo sienten como un deber, como una forma de devolverle la mano a la sociedad por todo lo que recibieron durante su formación académica. “Los científicos trabajamos con fondos públicos, entonces es justo contarle a la gente no sólo lo que hacemos encerrados en nuestros laboratorios, observatorios u oficinas, sino también transmitirles la motivación que nos lleva a ser científicos y los beneficios que esto puede traer si, como país, invertimos en ciencia”, opina Contreras. 

Según las cifras, aún estamos lejos de ese objetivo: Chile sigue siendo el país de la OCDE con la más baja inversión en ciencia (0,4 por ciento del PIB), y la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia también arrojó luces sobre este aspecto: apenas un 3,5 por ciento de los chilenos menciona la ciencia como primera opción en cuanto a áreas donde se deba aumentar la inversión pública, privilegiando sectores como medio ambiente, obras públicas y justicia. “Nuestros gobernantes deben dejar de pensar que la ciencia es un lujo: hay que entenderla como la clave para insertar a Chile en la sociedad del conocimiento”, recalca Mario Hamuy, quien, como varios de sus colegas, cree que la ciencia permite a las personas adoptar una visión del mundo basada en la evidencia, lo que, a su vez, los capacita para tomar mejores decisiones y ser mejores ciudadanos.

La Segunda Encuesta Nacional de la Ciencia, cuyos resultados serán dados a conocer en los próximos meses, dirá si Chile ha avanzado en estas materias. Por ahora, el fenómeno de los libros y los divulgadores científicos promete seguir en ascenso, de la misma forma en que José Maza planea seguir rompiendo récords. ¿Su próximo desafío? Llenar el Estadio La Portada de La Serena con 10 mil asistentes durante su próxima charla en junio, con ocasión del eclipse de sol en Coquimbo.

Gabriel León – Crédito Penguin Random House
Andrés Navas – Crédito Mónica Molina
José Maza – Crédito Mónica Molina
Andrés Gomberoff – Crédito Penguin Random House
María Teresa Ruiz – Crédito Penguin Random House