El Pabellón de Chile en la Bienal de Arquitectura de Venecia ha puesto en el centro del debate un aspecto poco explorado de la inteligencia artificial: su impacto material y territorial. Bajo el título Inteligencias reflexivas, la exposición muestra de forma inédita las maquetas de los 25 data centers aprobados en Chile y revela la opacidad de estas infraestructuras de alto consumo energético e hídrico.
Por Denisse Espinoza | Crédito de foto principal: Cristóbal Palma.
La expansión de la inteligencia artificial nos sitúa ante una encrucijada crítica que entrelaza la sostenibilidad ecológica con la fortaleza de nuestras democracias. Como plantea el futurista y tecnólogo Andrew McAfee, aunque la IA promete un progreso sin precedentes, su implementación masiva nos exige una “gestión prudente de los recursos materiales y un escrutinio democrático riguroso para evitar que el avance tecnológico se convierta en una carga para el planeta y la sociedad”. En este contexto, mientras el mundo celebra sus logros vertiginosos y sus promesas de un futuro sin fricciones, el pabellón chileno en la 19° Bienal de Arquitectura de Venecia irrumpe con una reflexión necesaria y contundente: la inteligencia artificial, lejos de ser abstracta o neutral, posee un cuerpo físico capaz de dejar una huella material profunda debido a su dependencia intrínseca de la tierra, el agua y la energía, recursos que transforman drásticamente los territorios donde se asientan.
Inteligencias reflexivas es el nombre de la propuesta de los arquitectos Serena Dambrosio, Nicolás Díaz Bejarano y Linda Schilling Cuellar, quienes no solo buscan visibilizar la infraestructura de los data centers en Chile, edificios opacos en su diseño y de alto consumo energético e hídrico, sino también interpelar una proliferación que, a menudo, avanza a espaldas de las comunidades y de una regulación ambiental transparente, invitándonos a mirar la otra cara del progreso tecnológico y sus implicaciones para la participación ciudadana.

Chile ha emergido en los últimos años como un actor relevante en el desarrollo de la inteligencia artificial, impulsado por su riqueza mineral, energías renovables y un clima económico favorable. Para afianzar esta posición, el país ha recurrido sistemáticamente a la “mesa de trabajo” como herramienta política, un espacio donde se gestan normativas y se consolidan visiones.
Entre 2018 y 2024, el gobierno chileno implementó más de 80 de estas mesas para diseñar políticas de IA, reuniendo a figuras políticas, empresariales y expertas. Sin embargo, en estas instancias, la huella material de la IA —la tierra, el agua y los minerales que sustentan su operación, y las comunidades que habitan esos territorios— ha permanecido en gran medida ausente. Esto ha transformado la mesa en un símbolo incompleto, una abstracción que no logra abarcar las tensiones, injusticias y límites planetarios que la crisis climática impone a esta tecnología.
El visitante que entra al pabellón de Chile es envuelto por una suave penumbra que prepara el ambiente para descubrir un conjunto de maquetas iluminadas por una luz verde esmeralda. Son los data centers de Chile, edificios que suelen pasar desapercibidos, pero que aquí se muestran en su forma tangible y en su versión vulnerable. El color verde representa el flujo de datos, pero también la “luz verde” de una aprobación silenciosa, un permiso concedido sin el clamor de la participación ciudadana. En el centro, una mesa de 16 metros de largo que simboliza el espacio que a menudo se levanta para el diálogo, pero donde no todos están invitados. Sobre la mesa, que es a su vez un espejo de agua, se proyecta un video con testimonios de las comunidades afectadas, una forma de ver más allá de la superficie y comprender el impacto real de estas infraestructuras en el territorio y en las vidas.
El curador y arquitecto Nicolás Díaz, quien aborda las implicancias materiales de la IA en su tesis doctoral, explica que el foco no es la inteligencia artificial en sí misma, sino los algoritmos, las plataformas y la nube de datos que la preceden. La creciente capacidad de cómputo de los dispositivos actuales ha permitido el despliegue masivo de tecnologías que existían conceptualmente desde hace décadas. “Esto empieza antes del boom de marketing que implicó el auge de ChatGPT. Gracias a la actual capacidad de cómputo es posible el despliegue a esta escala de las inteligencias, pero ni los mismos que la diseñan entienden muy bien su funcionamiento”, afirma Díaz.
La crítica central del pabellón se dirige a la opacidad de los procesos de evaluación ambiental de estos proyectos en Chile. Linda Schilling, otra de las curadoras del proyecto y quien investiga espacios de deliberación, destaca que los data centers ingresan al Servicio de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA) como “declaratorias” y no como “estudios de impacto ambiental”. La diferencia es crucial: los segundos mandatan participación ciudadana, los primeros no.

“Si la comunidad no está organizada, no se entera de lo que sucede en sus comunas”, advierte Schilling. Un ejemplo es el caso de Cerrillos, donde un data center fue aprobado por el SEIA, pero la comunidad detectó inconsistencias al revisar el documento. “Todos los centros de datos ingresados al Servicio de Evaluación de Impacto Ambiental han sido aprobados”, subraya Schilling, evidenciando una falencia sistémica.
Además, la evaluación de estos proyectos se enfoca en el almacenamiento de combustible, no en los altísimos consumos de agua y energía que generan. “No se está pensando una evaluación correcta”, asegura Díaz. Esto lleva a situaciones donde, por ejemplo, empresas afirman no usar agua “excepto en ciertos días calurosos”, dejando la puerta abierta a interpretaciones ambiguas y sin una fiscalización efectiva. “Existen ambigüedades que son problemáticas. Por ejemplo, Amazon dice que usa sistemas híbridos de agua para minimizar el consumo, pero nadie sabe a ciencia cierta cómo funciona ese sistema. No hay fiscalización ni una tabla oficial de consumo de los data centers”.
Las problemáticas expuestas por el pabellón se replican en otras infraestructuras, pero los data centers son las que tienen menos información disponible para entenderlas. “Hay un profundo desconocimiento sobre cómo funciona la IA, pero también qué tipo de infraestructura implica. Creemos que la arquitectura tiene un potencial para transparentar la información a través del entendimiento de los edificios y de las espacialidades que rodean esa tecnología”, explica la curadora y arquitecta Serena Dambrosio. “Hemos hecho el esfuerzo de poner en un pabellón las maquetas de los data centers chilenos, que es donde están sucediendo esos cambios y que no están abiertos al público. Muchas personas que visitan el pabellón nos preguntan: ¿de verdad todo esto está en Chile, de verdad son así, de verdad tienen este tamaño? Nadie sabe mucho del tema”, agrega Dambrosio.
En ese sentido, el equipo del pabellón ha dispuesto un sitio web (www.inteligenciaseflexivas.cl) con toda la investigación y un directorio de las comunidades entrevistadas, esperando que sirva de apoyo a futuras conversaciones. Allí, también se pueden encontrar algunos de los videos expuestos en Venecia, que recogen las voces de las comunidades afectadas que no han tenido mucha difusión, y que en el pabellón son proyectadas sobre la mesa.
“Entrevistamos a grupos socioambientales de Quilicura, Cerrillos, Pudahuel, Colina y Huechuraba que han estado en contacto o han participado o han experimentado la llegada de un centro de datos. Queríamos conocer de primera mano sus experiencias, cómo fue enfrentarse a esto”, explica Díaz. Estas narrativas son cruciales porque “el día de mañana la experiencia que ellos han vivido les puede servir a otras comunidades no solo en Chile, sino en cualquier parte del mundo”.
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Un caso emblemático es el de MOSACAT (Movimiento Socio Ambiental por el Agua y el Territorio), que nació en 2019, luego de que vecinos y vecinas se organizaran para estudiar e investigar el impacto que traería la construcción de un data center de Google en Cerrillos, que pretendía operar con un consumo estimado de 169 litros de agua por segundo.
En el video, se ve el relato de algunas integrantes de MOSACAT, como Sandra Leiva, quien recuerda las primeras conversaciones con Google, en las que, según cuenta, la empresa se se habría mostrado desinformada sobre los detalles del proyecto y solo ofrecía replantar árboles a cambio de un enorme consumo de agua y energía. Otra vecina, Tania Rodríguez, agrega que la traducción de las reuniones no era fidedigna, lo que llevó a la organización a intervenir directamente para demostrar que no eran “simples ciudadanos”, sino personas informadas y estratégicas.

Gracias a la presión ejercida, Google desistió del proyecto inicial, aunque ahora se está resideñando. Las integrantes de MOSACAT aseguran que la exigencia de un diseño más eficiente, que considere el uso de tecnologías de enfriamiento por aire en lugar de agua, provino de ellas.
Las experiencias de las comunidades, aunque diversas, comparten un hilo conductor: la falta de información y la dificultad para incidir. En Quilicura, donde los data centers ya están construidos hace más de una década, “no los han pescado”, dice Díaz, a pesar del impacto real en la napa freática. Sin embargo, su postura es innovadora: “ellos desean sentarse en esta mesa para ver cómo puede existir un diseño que regenere el humedal, quizás reinyectando el agua, no evaporándola. Más que resistir, las comunidades quieren entrar a codiseñar”, explica Díaz.
También está el caso de Huechuraba, donde el movimiento No Más Amazon surgió a principios de 2023, como relatan sus miembros Ricardo Carter y Patricio Hernández. La organización nace de la preocupación vecinal tras la difusión de un proyecto para instalar 24 torres de alta tensión, componente esencial para un futuro data center de la empresa internacional Amazon, las que atravesarían un valioso cerro para la comuna.
“El cerro aquí tiene un alto componente identitario e histórico para la población”, dice Ricardo Carter, integrante de la organización. “Las 24 torres y sus obras asociadas no solo implicarían sacar decenas de miles de metros cúbicos de tierra del cerro, sino también destruirían parte del patrimonio paisajístico y afectarían una vertiente, fuente histórica de agua dulce para los pobladores”, dice Hernández, quien explica que para las familias el cerro se ha convertido en “una extensión de la vivienda”, ya que es un lugar de esparcimiento y reunión natural para ellos.

“No hay un diseño sensible con el lugar”, explica el curador Nicolás Díaz, señalando que la decisión se basó probablemente en el lote “más barato”. La opacidad y la falta de canales efectivos para resolver dudas generan “mucha fricción” y “pocos espacios de transparencia”, según los arquitectos.
El pabellón chileno en Venecia busca ser un espacio que permita que se hable de estas problemáticas. El evento funciona como una plataforma internacional para generar “conciencia crítica” también sobre el límite de los recursos planetarios ante las promesas de hiperdigitalización. El objetivo es descorrer el velo del “tecno-optimismo” y fomentar una discusión pública informada. “Que esta representación nacional por primera vez ponga un conflicto socioambiental sobre la mesa es muy relevante. Creo que ese es el primer objetivo que busca el pabellón”, señala Linda Schilling.
Los curadores no se oponen a la existencia de los data centers, sino que abogan por mejores estándares, mayor participación ciudadana y transparencia. “Al criticar la inteligencia artificial no le estamos diciendo ‘no’ a la infraestructura de los centros de datos”, aclara Linda Schilling. La ambición es repensar sus diseños para que, dada su creciente relevancia pública, puedan “incluir otros programas” y ser más abiertos a la comunidad, sugiriendo la posibilidad de espacios educativos o parques asociados. El pabellón, a su vez, le da un “tirón de orejas” a la arquitectura como profesión. “Es también un llamado a que los arquitectos se interesen por el tema, puedan acercarse y aportar”, afirma Díaz.
La pregunta clave que plantea Inteligencias reflexivas es cómo quiere Chile, y cualquier país, desplegar estas infraestructuras. “¿Agotando los recursos o teniendo un desarrollo quizás más plausible, más lento?”, se cuestiona Serena Dambrosio. “La pregunta del cómo es clave, y tiene que ver con el diseño, con uno que convoque a diferentes actores. No hay diseños buenos o malos, sino diseños por los que se optan y que se explican por ciertos caminos de solución a futuro. Las infraestructuras de los data centers son de largo aliento, y dado que no hay ni preguntas ni respuestas claras, se requiere una constante negociación en torno a una mesa”, resume.