«La flor del anhelo, del dúo VillaMillie, e Hija natural, de La Chinganera, son discos enlazados por años de circuitos comunes y por su afinidad entre las tradiciones del folclor y la actualidad», escribe David Ponce sobre los últimos discos de estos músicos chilenos, quienes recogen influencias de la cueca chilenera y chinganera, pero también del tango, el vals peruano, las décimas, el guitarrón, las tonadas y el canto campesino.
Por David Ponce
Por la ventana desde el segundo piso de esa casona santiaguina era posible asomarse a ver la avenida Matta, a pasos de calle Carmen, mientras dentro arreciaban las coplas y seguidillas y la parejas llenaban el salón entre las mesas y el escenario. Era agosto de 2008, una noche cuequera en Santiago, en la casa elegida por cierto grupo de jóvenes cantoras para invitar a un encuentro de música y baile bajo un llamado que era un desafío: a pasar agosto con Las Niñas. La de 2008 fue la segunda vez que las anfitrionas convocaban a ese ciclo de cuatro semanas previo a las habituales fechas dieciocheras de septiembre, y como parte del elenco de ese año, junto a Las Niñas estaban anunciadas La Gallera!!! y La Chinganera, entre otros nombres.
La Gallera!!! era un grupo hermano de generación de Las Niñas, tanto así que el guitarrista Juan Pablo Villanueva era parte de los dos elencos. En cambio, La Chinganera no era un grupo sino una mujer: Fabiola González, cantora venida de la región del Biobío y también presente en los escenarios con un grupo llamado La Mesa del Pellejo, donde actuaba a su vez la actriz y cantante Marcela Millie. Eran días en que la cueca había probado ser un movimiento duradero, con más de un decenio pasado desde la aparición de los primeros conjuntos jóvenes de fines de los años noventa, y con más de una generación de grupos tocando cada semana en escenarios de la ciudad. Y era un tiempo en que el referente mayor de esa cueca seguía estando en cantores históricos del siglo previo como Los Chileneros y Los Chinganeros.
Quince años después ese panorama ha crecido. A poco andar, muchas de esas mismas voces jóvenes prestaron atención a otras influencias además de la cueca chilenera y chinganera, desde los repertorios del tango o el vals peruano de la misma vieja guardia, hasta el influjo más ancestral de las décimas y el guitarrón por una parte, o de las tonadas y el canto campesino por otra. Y el trío de jóvenes que estaba en escena esa noche de agosto de 2008 hoy es parte del abanico al que se ha abierto esta evolución. Marcela Millie y Juan Pablo Villlanueva son el dúo VillaMillie, que publicó en noviembre pasado su primer disco, La flor del anhelo. Y Fabiola González sigue siendo La Chinganera e inició esta temporada con la tercera grabación de su recorrido: Hija natural. Dos discos enlazados por años de circuitos comunes y por su afinidad entre las tradiciones del folclor y la actualidad.
El camino de La Chinganera ha sido en sí mismo un relato de esa evolución. Su primer disco, La Chinganera (2008), partía desde una estación mapuche para seguir por el contrapunto en décimas, el romance y la cueca al modo de exploraciones sucesivas. El segundo maduraba una postura marcada por la defensa de una creación siempre nueva enraizada en el folclor, tal como se lee en el sentido subyacente al título de ese disco: Todas íbamos a ser Violeta (2014). Y el tercero, Hija natural (2022), corrobora esa convicción por un folclor en movimiento.
Un continente del disco está en la cueca. La autora ya había dado a conocer en 2019 las armonías innovadoras en la cueca “Nativoamérica”, hoy recreada junto a la voz de la cantante maulina Evelyn Cornejo entrelazada con la de Fabiola González. Y se suman a ese repertorio las esdrújulas que dan forma a la “Cueca eléctrica”, con guitarra, bajo, batería y la voz del músico de rock Ángelo Pierattini; así como “Arauco”, con las muletillas “Luchando” y “Lloran cultrunes” y la voz lírica de Miguel Angel Pellao, El Tenor Pehuenche; y la “Cueca larga de mujer”, con menciones a una galería de mujeres notables.
Otro continente de Hija natural es la décima. Inscritas en esa métrica profunda se oyen la tradición retratada en “Velorio del angelito”, entonada a dos voces con Jorge Coulon, de Inti-Illimani; y la declaración de principios de “Cantora”, cuya entonación remite de inmediato al canto a lo poeta. Mestizajes más abiertos hay en la libertad con que Fabiola González hace una relectura de los versos del poeta uruguayo Mario Benedetti en “¿De qué se ríe?”, y en la voz de la cantaora y bailaora Natalia de Triana presente en “Gitano”, una canción con arreglo final de banda de bronces. La presencia de un especialista en instrumentos andinos como Juan Flores Luza y de un baterista de jazz como Carlos Cortés se suman al efecto transversal de los saxos y flautas del músico Pedro Villagra, productor del disco y garantía adicional en este integrador trabajo de fusión latinoamericana. O nativoamericana, para adoptar desde ya el neologismo que propone La Chinganera.
Las rutas que han seguido Marcela Millie y Juan Pablo Villanueva se enriquecen a su vez entre sí. Un afluente de ella es su oficio de actriz, ejercido en especial en la compañía Teatro La Provincia que encabeza el actor y director Rodrigo Pérez, y también en el colectivo La Rabona, con roles protagónicos en obras como Violeta Parra: al centro de la injusticia (2008) y Las Hermanitas Loyola vuelven a la radio (2018). Y la genealogía de él viene de abuelas y tías abuelas cantoras campesinas, matizada luego por sus gustos rockeros y su paso desde 2000 en adelante por el grupo de Patricio Manns, por los elencos cuequeros La Gallera!!! y Porfiados de la Cueca, y por la banda chileno/mexicana Hoppo!, entre otros pasaportes.
A primera oída hay variedad también en La flor del anhelo, el primer disco de VillaMillie. Se oye una trilogía de cuecas entre las puras dos voces y la percusión de “Si te mudas de este valle” y los efectos y secuencias electrónicas de “Por las noches del invierno” y “Dicen que soy flor de otoño”, así como aparecen el romance en “La flor del anhelo”, el vals en “Cuando el sol sale”, la tonada en “Marinerita orillera”, los influjos del corrido en “El lago”, la ranchera en “Cuando te vayas de mí” y el foxtrot en “Una tal Sonia” junto al grupo La Nueva Imperial, hasta desembocar en el cruce con un sitar que resuena en “Canto inmaterial”.
Pero hay además un sello sonoro para toda esa variedad. En VillaMillie usan el tratamiento del sonido como un instrumento más, casi al modo de una escenografía sonora que se puede atribuir tanto a las destrezas musicales de Villanueva como a la vocación teatral de Marcela Millie. Materiales de construcción de esa escenografía son en especial el silencio y el pulso como herramientas poderosas de expresión, cuyo mejor ejemplo está en una cueca de tempo cansino como “Por las noches del invierno”, donde cada detalle resulta amplificado gracias a esa economía de recursos. La copla inicial descansa en apenas una nota insistente en alguna de las cuerdas graves de la guitarra. En la seguidilla se asoma la segunda voz. En el zapateo recién se suma el pandero. Y el sello del remate es una modulación armónica que llega directo al corazón, para que luego sobrevenga una segunda toma completa de la cueca entre efectos y reverberaciones, de lleno deconstruida en un paisaje sonoro inédito y envolvente.
Once de las trece canciones del disco son composiciones originales, y dos pertenecen a la tradición. En una de ellas, “El ingrato”, se escucha la voz de una mujer mayor. Es el fragmento de una grabación del año 91 de Berta Carreño Zúñiga, abuela de Juan Pablo Villanueva, que cantaba y tocaba guitarra mientras junto a sus hermanas molía choclos para preparar humitas en su casa en la localidad de El Asilo, cercana a Cuncumén, en la provincia de San Antonio. Ahora Berta se escucha sampleada en La flor del anhelo como una raíz desde donde se encumbran estas nuevas hojas y flores de música chilena.