Está claro que la única vía para aplacar de manera efectiva la pandemia es la elaboración de una vacuna. Más de 100 equipos de investigación en todo el mundo se han volcado frenéticamente en su búsqueda y Chile no es la excepción. Sin embargo, hace décadas que nuestro país detuvo la fabricación de vacunas y medicamentos y hoy dependemos exclusivamente de la labor de laboratorios farmacéuticos extranjeros. Expertos explican nuestro actual escenario y por qué sería importante impulsar una industria de investigación y producción científica nacional.
Por Denisse Espinoza A.
Las primeras luces en la instalación de políticas de salud pública en Chile se originaron a raíz de una epidemia. Durante el siglo XVIII, la viruela mató a 15 millones de personas en el mundo en un periodo de 25 años y en Chile los primeros brotes generaron una mortandad de más de 38 mil personas. La viruela había llegado al territorio tempranamente con la colonización en el siglo XVI, y el contagio, al igual que con el Covid-19, se producía por el contacto físico con una persona enferma o por el contacto con fluidos u objetos contaminados. En los años 20 y debido a que la enfermedad seguía latente en el país, autoridades y médicos como Alfonso Murillo debatieron sobre la necesidad de crear una ley de vacunación obligatoria, pero la medida fue rechazada por parlamentarios de tendencia liberal, quienes esgrimieron que la vacuna hasta ese momento había sido un fracaso y que atentaba contra las libertades individuales.
Recién en los años 50 y con la aparición de nuevos casos en Santiago y Talca, se inició una campaña de inmunización masiva de la población que duró varios años y que involucró al Estado con vacunas elaboradas por el Instituto Bacteriológico de Chile (actual ISP) y que permitió erradicar por completo la enfermedad del país en 1959, 10 años antes de que se produjera el último caso en Latinoamérica, detectado en Brasil.
La historia de la exitosa lucha contra la viruela nos vuelve a dar esperanzas en el actual contexto de la pandemia del Covid-19; fortalece la confianza en la ciencia y al mismo tiempo nos recuerda que estas batallas no son instantáneas y que se necesita, además, la experiencia y el compromiso de todos los sectores de la ciudadanía para llegar a buen puerto. “Una cura para el Covid-19 sería eliminar este virus del planeta. Esto es extremadamente difícil, pero ha ocurrido anteriormente con la viruela gracias a que se logró la vacunación e inducción de respuesta inmune en un gran porcentaje de la población humana”, reafirma el inmunólogo y académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Alexis Kalergis. “Otro ejemplo de erradicación de microorganismos que está en progreso es el caso de la poliomielitis y del sarampión. Ambas enfermedades se estaban logrando eliminar de la población humana gracias a la vacunación, sin embargo, en varios países las personas comenzaron a decidir no vacunar a sus hijas o hijos y esto ha resultado en rebrotes de estas enfermedades”, cuenta.
Kalergis sabe bien lo crucial que es el efecto de las vacunas en el combate de las enfermedades infectocontagiosas. Él mismo estuvo detrás de la creación de una vacuna contra el virus sincicial, principal causante de enfermedades infecciosas respiratorias en lactantes y niños pequeños, la que le llevó 15 años de estudios y que se convirtió en la única en el mundo que puede ser aplicada en recién nacidos, lo que le ha valido varios reconocimientos en Chile y el extranjero. Por estos días, y desde enero pasado, lidera la respuesta científica concreta a la actual pandemia con la investigación de una vacuna “hecha” en Chile. “Hemos completado ya el diseño conceptual y hemos avanzado en la formulación de algunos de los prototipos con los cuales estamos actualmente desarrollando los ensayos preclínicos, que corresponden a las pruebas a nivel de laboratorio que demuestren seguridad e inmunogenicidad efectividad en modelos experimentales”, cuenta el académico, quien es director del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia (IMII) e investigador del Consorcio Tecnológico en Biomedicina Clínico Molecular (BMRC).
El paso siguiente tras estos ensayos es formular la vacuna con un plan de manufactura que cumpla con las regulaciones nacionales e internacionales, para luego realizar estudios clínicos, es decir, pruebas en grupos humanos, para evaluar su seguridad e inmunogenicidad. Sin embargo, aunque el equipo de Kalergis llegara a un prototipo exitoso de una vacuna, lo cierto es que en Chile es imposible elaborarla, simplemente porque no existe en el país ningún laboratorio o centro que se dedique a ello.
“Chile ha tenido una política de inmunización de la población sistemática durante muchas décadas que ha permitido mantener enfermedades erradicadas del país, que en otros países no las tienen, como el sarampión o la tuberculosis. Esa tradición iba acompañada del esfuerzo del Estado a través del Instituto de Salud Pública para generar esas vacunas. Sin embargo, entre la década del 90 y el 2000 surgió la idea de que ya no merecía la pena mantener esas capacidad de producción porque siempre era posible, más viable y menos costoso comprar las vacunas en el extranjero, es decir, importarlas desde países desarrollados”, explica el doctor Flavio Salazar, vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile y director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia.
Hoy en Chile, todas las vacunas son obtenidas desde laboratorios extranjeros a través de una licitación de Cenabast (Central de Abastecimiento del Sistema Nacional de Servicios de Salud) para seleccionar a los proveedores o bien los mismos laboratorios farmacéuticos privados realizan importaciones directas. Las consecuencias a largo plazo de la decisión de traer todo desde afuera quedan claras frente a la actual crisis sanitaria, cuando literalmente el mundo entero necesita una vacuna. “Chile desarmó todas las capacidades que tenía de generar vacunas y hoy lo único que hace la autoridad es evaluar y hacer exigencias regulatorias para vacunas que lleguen desde el extranjero. Lo que sucede entonces es que cedes tu soberanía, hoy no tenemos ninguna autonomía para aplicar tal o cual vacuna, sino que vamos a tener que esperar a ver cuál será la que apliquen en EE.UU. o Europa”, agrega Salazar.
Sin embargo, el esfuerzo que realiza Alexis Kalergis y su equipo no es en vano. La primera etapa de investigación para un prototipo de vacuna es la clave en la elaboración final de una. Es además parte del acervo científico de un país y permite sin duda seguir teniendo expertos en el tema. Lo ideal, claro, sería que estas iniciativas nacieran desde los Estados, fueran parte de una política nacional y no instancias privadas de universidades o centros, que aunque loables, se hacen insuficientes. “Mejorar esta situación debería ser uno de nuestros grandes desafíos como país, a fin de dejar de depender de la producción extranjera y poder asegurar el acceso permanente de nuevas vacunas y medicamentos seguros para nuestra población. Una infraestructura de este tipo requiere el trabajo conjunto entre la ciencia, el Estado, el sector privado y la ciudadanía. Nuestra investigación ha recibido recientemente el apoyo de la Fundación COPEC-UC, cuyo aporte actúa como catalizador del proceso de generación de conocimiento y su transferencia hacia la sociedad”, cuenta Kalergis.
Además, el científico señala otro punto importante: el acceso a una vacuna efectiva puede ser prioridad para quienes estén involucrados en su investigación de primera mano. “Es importante explorar múltiples caminos de acción para garantizar el acceso a una vacuna. Uno de estos sin duda es el desarrollo en Chile de investigación científica para la generación de prototipos locales, dado que eso nos posiciona en el mapa de desarrolladores de vacunas. La colaboración con grupos y organismos internacionales es clave, porque podemos conocer y acceder de primera fuente a los avances hechos por otros equipos. Esto podría favorecer que podamos acceder con mayor facilidad a las nuevas vacunas que se puedan ir generando”, explica.
Aunque el problema no sea realmente acceder a la “receta” exitosa de una vacuna, ya que probablemente la OMS se encargará de liberarla, sí lo es contar con las plataformas y capacidades de producción para elaborarla y distribuirla. En el caso del Covid-19, el tema es más complejo debido a la cantidad de ellas que se necesitan. En ese sentido, la Fundación de Bill Gates ya anunció que construirá fábricas para siete vacunas diferentes, a pesar de que se terminen eligiendo sólo dos de ellas, “sólo para no perder tiempo”, dijo el multimillonario. Mientras que Vijay Samat, experto en fabricación de vacunas, reconoció que “Estados Unidos sólo tendrá capacidad para producir en masa dos o tres vacunas. La tarea de fabricación es insuperable, llevo noches sin dormir pensando en ello”, dijo a The New York Times.
Lo que se viene en cuanto a fabricación de vacunas bien puede ser brutal. “Probablemente van a haber contratos de quienes desarrollan las vacunas y con quienes las produzcan a gran escala, y luego otros contratos para quienes las van a distribuir y los diferentes gobiernos, etc. Habrá también una presión política de los gobiernos por obtenerla y luego la discusión sobre la gratuidad que debería tener la aplicación de la vacuna; sin embargo, alguien debe pagar el costo de ella. Es un tema complejo y obviamente hay una ansiedad al sentirnos expuestos y totalmente vulnerables ante una enfermedad que no tiene cura”, señala Flavio Salazar, quien matiza esta gravedad. “Digamos que lo bueno de esta enfermedad es que tiene un efecto mortal en una porción pequeña de los pacientes. La mayoría no va a tener síntomas, algunos no se van a dar cuenta y otros van a tener síntomas menores”.
La carrera por una vacuna
Hoy, el mundo científico está en una verdadera cuenta regresiva para hallar una vacuna que funcione y así poder comenzar a detener los contagios de Covid-19 y las muertes que ya se alzan sobre las 320 mil personas en el mundo. Sin embargo, todos coinciden en que los tiempos mínimos para el hallazgo de una son de al menos 12 o 18 meses y estos plazos no incluyen lo relativo a la manufactura y la distribución de la vacuna para su uso masivo. Además, como regla general, los investigadores no comienzan a inyectar a personas con vacunas experimentales hasta después de rigurosos controles de seguridad. Primero prueban la vacuna en pocas docenas de personas, luego en cientos y miles, pero entre cada una de estas fases deben pasar meses de control, por lo que si se sigue la manera convencional de producción de vacunas, no hay forma en que se llegue al plazo de los 18 meses.
En la década de 1950, por ejemplo, se aprobó un lote de una vacuna contra la poliomielitis que estaba mal producida. Esta contenía una versión del virus que no estaba del todo muerto, por lo que los pacientes contrajeron nuevamente la polio y varios niños murieron. Además, ¿puede una vacuna prometedora en realidad hacer que el virus se contagie más fácil o empeorar la enfermedad? Esto ha sucedido, de hecho, con algunos medicamentos contra el VIH y vacunas para la fiebre del dengue, debido a un proceso conocido como “mejora inducida por la vacuna”, en el que el cuerpo reacciona inesperadamente y hace que la enfermedad sea más peligrosa. Con las vacunas no se juega.
Tradicionalmente, las vacunas funcionan mediante la creación e ingreso de una versión debilitada del virus, suficientemente similar al original como para que el sistema inmune esté preparado si es que la persona está expuesta a una infección completa en el futuro, lo que ayuda a prevenir enfermedades. Por ejemplo, en el caso del virus de la influenza, los laboratorios van desarrollando vacunas nuevas cada año, donde a la “receta” original se le suman “ingredientes” según las mutaciones que haya adquirido el virus ese año; entonces, los laboratorios se van adelantando a estas mutaciones y permitiendo que la población se mantenga inmune para la siguiente temporada. Con suerte, el Covid-19 se sumará a la lista de enfermedades de infecciones respiratorias que ya existen, junto al virus sincicial, la influenza y el resfrío común, y que son tratadas con vacunas o medicamentos.
Hoy, el panorama aún es complejo y los cierto es que sólo dos de los 76 candidatos a vacunas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene en su radar han optado por ese enfoque tradicional que lleva mucho más tiempo desarrollar. La mayoría confía en la vía rápida y en que el sistema inmune no necesite ver el virus completo para poder generar municiones que lo combatan, sólo una parte bastaría y en el caso del Covid-19, esa parte son las protuberancias, conocidas como proteínas de espigas, que forman ese halo o “corona” alrededor del virus.
Uno de las primeras que realizaron ensayos clínicos, sólo ocho semanas después de la publicación de la secuencia genética del Covid-19, fue la empresa estadounidense Moderna, que anunció esta semana que los primeros 45 voluntarios vacunados ya desarrollaron anticuerpos que podrían neutralizar el virus. Con esto, la empresa recibió autorización para iniciar, en las próximas semanas, un segundo ensayo clínico con 600 participantes, y si todo sale bien, en julio iniciarían el ensayo con miles de personas.
La vacuna de Moderna es de tipo ARN, una molécula mensajera monocatenaria que normalmente entrega instrucciones genéticas del ADN, enrolladas dentro de los núcleos de las células, a las fábricas de producción de proteínas de la célula fuera del núcleo. En este caso, el ARN ordena a las células musculares que produzcan la inocua proteína espiga como una advertencia para el sistema inmune.
Otros que evalúan ensayos en humanos son la compañía china CanSino Biologics y un equipo de la Universidad de Oxford dirigido por la profesora Sarah Gilbert. Ambos usan virus inofensivos que han sido desactivados para que no se repliquen una vez que ingresan a las células. Estos vehículos de entrega se conocen como «vectores virales no replicantes».
Otro enfoque que se está desarrollando es el de la empresa estadounidense de biotecnología Inovio, con una vacuna que usa ADN para llevar instrucciones que convierten la proteína espiga en células, que se transcribe en ARN mensajero, el que luego ordena a las fábricas de proteínas que comiencen a bombear la proteína espiga enemiga. Eso sí, no existen en el mercado vacunas de ARN o ADN probadas en humanos, por lo que estos experimentos, de ser exitosos, significarán un gran salto en el desarrollo científico de inmunología.
Pero ¿qué sucede si no se encuentra jamás una vacuna adecuada para esta pandemia? Según los científicos, esto sería bastante improbable debido a la baja tasa de variabilidad que ha presentado el virus, lo que permite que los ensayos no tengan la mutación como un factor de riesgo. A pesar de esto, ha sido inevitable que el Covid-19 viva a la sombra de otro virus mucho más impredecible y molesto, para el cual, tras 40 años de investigación, aún no se ha podido encontrar una vacuna efectiva: el VIH.
La experiencia del VIH
Varias publicaciones han intentado establecer similitudes entre el Covid-19 y el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), e incluso a fines de abril circuló la declaración que hizo el virólogo francés Luc Montagnier, reconocido en 2008 con el Premio Nobel justamente por haber descubierto el virus del VIH, que apuntaba a que el Covid-19 contenía material genético del VIH y que bien podría haber sido creado en un laboratorio mientras alguien buscaba una vacuna contra el SIDA.
Hasta hoy no hay ninguna prueba que asegure esta teoría y lo cierto es que el Covid-19 se ha expresado de manera bastante diferente al VIH. Así lo afirma la inmunóloga Cecilia Sepúlveda, ex decana de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y quien se ha dedicado a fondo a investigar el virus del VIH. “Ambos virus pertenecen a familias completamente diferentes. En términos de la estructura del virus son totalmente distintos, la única similitud que tiene es que ambos son virus que tienen como material genético el ARN, pero en el caso del VIH es una doble hebra de ADN, y en el caso del virus SARS-COV 2 (que da como resultado la enfermedad Covid-19) es una hebra simple. Otra similitud es que ambos son virus envueltos en una especie de capa protectora de la cual emergen partículas virales que son las que le sirven a ambos para adherirse a los receptores en el ser humano y que les va a permitir la entrada a la células del individuo, pero son completamente diferentes en cuanto a estructura molecular y componentes”, dice la académica.
“En cuanto a los mecanismos de transmisión del virus también son diferentes, en el caso del VIH es a través de transmisión sexual, de sangre contaminada o de la madre al hijo durante el embarazo, mientras que en el caso del SARS-COV 2, la transmisión es viral, a través de gotitas de saliva y secreciones respiratorias que saltan de una persona a otra, y por eso este virus es tan contagioso, sin embargo, en términos de letalidad, el VIH es mucho mayor, ya que si no es tratado, las personas siempre van a morir, mientras que el Covid-19 tiene una baja letalidad”, agrega Sepúlveda.
El VIH fue identificado en 1984 y desde 1987 que se está intentando producir una vacuna con más de 850 ensayos clínicos, todos fallidos. La dificultad radica principalmente en la capacidad que tiene el virus de mutar cada vez que se replica al interior de las células que infecta, además de ser capaz de esconder algunas de sus estructuras y de evadir la respuesta inmune. De hecho, el blanco del VIH es el sistema de defensas del ser humano; es decir, justamente la estructura que debe dar respuesta inmunológica contra el virus, queda bloqueada.
“En el último tiempo hubo un ensayo clínico que fue bastante prometedor en Sudáfrica, que llevaba más de un año y medio estudiándose en más de 4.500 personas, pero se tuvo que detener porque se vio que entre las personas que recibieron la promesa de vacuna, se contagiaron de la misma manera que las personas que recibieron un placebo”, cuenta Sepúlveda sobre el ensayo HVTN 702. Hoy se siguen haciendo ensayos como el denominado Mosaico, que se está probando en ocho países de América y Europa, en personas sobre todo transgénero y homosexuales; o el Imbokodo, que es un estudio especialmente aplicado en el África Subsahariana y que está siendo probado en mujeres.
A pesar del fallido intento por producir una vacuna, en la historia del VIH hay una luz de esperanza que se proyecta para esta y otras pandemias, debido a que en estos años los investigadores sí han logrado desarrollar una variedad de medicamentos antivirales que han reducido la mortalidad y que permiten a las personas con SIDA convivir con el virus de manera casi normal. “Al existir tratamientos que te permiten una buena calidad de vida, transforman la enfermedad del SIDA en una enfermedad crónica, que aparte de tomarte una pastilla todos los días e ir a control de vez en cuando, no le producen a las personas mayores inconvenientes. En Chile, además, el tratamiento está asegurado por el Auge, e incluso la gente que está en Fonasa en los grupos A y B -los más vulnerables- no tiene que pagar nada para acceder al tratamiento”, dice la inmunóloga.
A pesar de que el panorama ha mejorado para las personas con esta enfermedad, en 2019 un informe de ONU SIDA volvió a encender las alarmas al revelar que Chile es el país de Latinoamérica que más ha aumentado sus casos de contagio, con 71 mil personas que conviven con el virus, cifra que significa un aumento del 82% desde 2010. Frente a esto se comenzó una campaña de difusión que tiene como objetivo, además de incentivar las prácticas sexuales preventivas como el uso del condón, el aumento de los diagnósticos. “Lo importante es que las personas confirmadas con VIH positivo comiencen desde temprano un tratamiento, ya que se ha demostrado, desde 2015 en adelante, que las personas tratadas que ya no tienen carga viral demostrable en la sangre ni en el semen ni en las secreciones sexuales, dejan de transmitir el virus a otro, no contagian porque el virus ya está totalmente suprimido”, explica la doctora Sepúlveda.
Hoy, sin embargo, la contingencia del Covid-19 ha cambiado las prioridades del gobierno y la población. “Me preocupa que hoy quede invisibilizado el VIH. Chile adquirió el compromiso, al igual que otros 150 países, de lograr el objetivo 90-90-90 con respecto al VIH, es decir, diagnosticar al menos 90% de los casos, tratar al menos 90% de ellos y que de esos tratados, al menos 90% tengan una carga viral suprimida o indetectable. No sé si lo lograremos, debemos hacer los esfuerzos necesarios”, advierte la profesora titular de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile.
Además, Sepúlveda recuerda que tal como las vacunas, los medicamentos antivirales, aunque existen, no se producen en Chile. “Los primeros fármacos para tratar el VIH, todos producidos en EE.UU. o Europa, eran carísimos, además empezaron a llegar varios años después de que se empezaran a usar en esos lugares, no sería la idea que ocurriera los mismo con la vacuna del SARS-COV 2, que esperamos esté disponible el año que viene. Sería importante que en Chile hubiesen laboratorios de alto nivel que pudieran trabajar en red con otros laboratorios e investigadores del mundo para contribuir en la búsqueda de vacunas y medicamentos”, dice.
La inmunóloga vuelve al tema de la falta de una industria farmacéutica local y de investigación que se adelante a este tipo de crisis sanitaria que hoy vivimos. “Me parece que tenemos que aprender y pensar en que hoy estamos haciéndole frente a este nuevo virus que pilló desprevenido a todo el mundo, pero que el día de mañana se puede presentar otro agente infeccioso tan transmisible y severo como este o incluso peor. Permanentemente se están produciendo nuevas enfermedades asociadas a agentes infecciosos y yo creo que Chile necesita y se merece un instituto nacional que se dedique al estudio de las enfermedades infecciosas y que realice investigaciones básicas y aplicadas para enfrentar mejor estas nuevas situaciones”.
Es cierto que si bien el virus pilló de sorpresa al mundo, hay países mejor preparados y con plataformas de investigación avanzadas, que significarán tarde o temprano la salvación de millones de seres humanos. Para Flavio Salazar la discusión apunta hacia un tema de fondo: la financiación científica en Chile se debe incrementar con urgencia y debe comenzar a delinearse como política pública, tema que hoy, dentro de la emergencia, queda en evidencia, pero que con el tiempo amenaza con esconderse bajo el tapete nuevamente. “Es obvio que Chile tiene que invertir más en ciencia y tecnología, no alcanza con el 0,38% del PIB, porque no sólo tienen que tener científicos trabajando por sus propios intereses de curiosidad personal, digamos, sino que tienen que haber plataformas adaptadas y preparadas para estas nuevas amenazas, y eso significa inversión en equipamiento, en infraestructura. Tampoco es un tema de plata inmediata, o sea, si a mí me dieran 10 mil millones de dólares para que yo en un mes haga una vacuna, eso es de todas formas imposible. Tiene que ver con capacidades, inventiva, creatividad, experiencia, y eso se debe ir trabajando desde antes, no se puede improvisar”, resume Salazar.