En la Patagonia chilena, el quetru no volador —el pato marino más grande del mundo— ve amenazada su supervivencia por el avance del visón americano, una especie invasora introducida por el ser humano. Este choque entre especies endémicas e invasoras abre un dilema ético y ecológico, y plantea una urgencia ineludible: cómo reparar los daños que la acción humana ha dejado en la naturaleza.
Por Rodolfo Westhoff | Foto principal: Olaf Oliviero Riemer/animalia.bio
La Patagonia chilena es hogar del quetru no volador (Tachyeres pteneres), el pato marino más grande del mundo. Esta ave endémica, incapaz de volar pero adaptada magistralmente para nadar en las frías aguas australes, enfrenta una amenaza que pone en jaque su supervivencia: el visón americano (Neogale vison), una especie invasora introducida en el siglo XX para la industria peletera. Este depredador oportunista ha encontrado en los nidos del quetru un blanco fácil, diezmando sus poblaciones y evidenciando un dilema ético y biológico: ¿vale más la vida de una especie endémica que la de una invasora? Entendiendo, claro, que para salvar a uno hay que sacrificar a otro.
Desde una perspectiva biológica, la respuesta parece inclinarse hacia el quetru. Las especies endémicas, como este pato que habita desde Valdivia hasta Cabo de Hornos, son irremplazables en los ecosistemas locales. Su desaparición no solo reduce la biodiversidad, sino que altera el equilibrio de los hábitats costeros donde se alimentan de moluscos y crustáceos. La biodiversidad es, en cierto modo, una medida de la “riqueza” de un ecosistema, un indicador de su resiliencia y capacidad para sostener la vida. El quetru, con su cuerpo robusto y su manto de plumas casi impenetrable, es un símbolo de esta riqueza patagónica, una joya evolutiva forjada por millones de años en un entorno único.
Por otro lado, el visón americano, aunque también es un ser vivo con su propio valor intrínseco, no pertenece a este paisaje. Introducido artificialmente, su presencia desestabiliza el ecosistema al depredar no solo al quetru, sino también a otras aves y pequeños mamíferos. Según un estudio de 2025 publicado en la revista Scientific Reports, liderado por la biológa ambiental chilena Valeria Gómez Silva, la densidad de nidos de quetru en la isla Navarino ha caído drásticamente en 15 años: de 0.33-0.39 nidos por kilómetro en 2006-2007, a solo 0.22 en 2021-2022, con la mayoría de ellos relegados hoy a islotes, en un intento desesperado por escapar del visón. Sin embargo, este depredador semiacuático, capaz de nadar hasta 300 metros, alcanza incluso estos refugios, dejando al quetru sin escapatoria.

Aquí surge la pregunta ética: ¿quiénes somos nosotros para decidir qué vida animal vale más? Cada especie, desde el majestuoso quetru hasta el astuto visón, tiene un lugar en la trama de la vida. Sin embargo, la introducción del visón no fue un proceso natural, sino una intervención humana que ha desencadenado un desequilibrio. Mientras que el quetru ha evolucionado durante milenios para integrarse armónicamente en su entorno, el visón actúa como un agente disruptivo, una consecuencia no deseada de las acciones humanas. Comparado con el caiquén (Chloephaga picta), que ha adaptado sus nidos a matorrales menos densos para mejorar su visibilidad ante depredadores, el quetru parece menos flexible, atrapado por su dependencia de hábitats costeros específicos y su limitada experiencia frente a amenazas terrestres.
Preservar ecosistemas con poblaciones endémicas como el quetru debiera ser una prioridad. No se trata de menospreciar la vida del visón, sino de corregir un error humano que amenaza con borrar una especie única. Medidas como las propuestas por el equipo de investigadoras del Centro Internacional Cabo de Hornos —trampas para visones en islotes, control de perros asilvestrados y mapas de nidificación para priorizar la conservación— son pasos urgentes. La clasificación del quetru como “Preocupación menor” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) podría escalar a “Vulnerable” si no actuamos, un recordatorio de que nuestra responsabilidad no es solo preservar la biodiversidad, sino también reparar los daños que hemos causado.
El quetru, con su presencia imponente y su arraigo en la Patagonia, nos desafía a preguntarnos si podemos permitir que una especie invasora borre un legado natural. La respuesta no es sencilla, pero inclinar la balanza hacia la conservación del quetru es un acto de justicia ecológica, un compromiso con la riqueza de un mundo que, sin estas especies únicas, sería irremediablemente más pobre.
