Joan Garcés fue uno de los asesores más cercanos del presidente Salvador Allende y testigo vivencial del gobierno de la Unidad Popular. Un libro de 1971 de este abogado español, reeditado en 2024 por la Editorial Universitaria, es un catalejo histórico que refresca nuestra mirada del pasado, a menudo determinada por las lecturas del presente.
Por Cristóbal Chávez Bravo | Foto principal: Wolfgang Schmidt/Right Livelihood
4 de septiembre de 1970. El joven abogado español Joan Garcés (Valencia, 1944), tras almorzar con Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular (UP), en su residencia personal ubicada en la calle Guardia Vieja de Santiago, se traslada al comando de la UP, en la sede del Partido Socialista. Ese día se escoge un nuevo presidente de Chile. Garcés había estudiado minuciosamente esta elección. Dos meses antes defendió su tesis en el Instituto de Estudios Políticos de París con una conclusión que sorprendió al tribunal: Allende podía ganar las elecciones.
El doctor en Ciencia Política se dispuso en el comando con un modelo matemático basado en la evolución de los porcentajes electorales de años anteriores; era la cuarta elección presidencial de Allende. A medida que conocía los resultados informados por las estaciones de radios, alimentaba su modelo. A las 10 de la noche, los medios de comunicación daban por hecho que el líder de la UP iba a perder. Por teléfono, Allende le pregunta a Garcés qué decían sus datos. “Mire, si no hay un pucherazo —robar la elección en el argot español—, usted ha ganado”. En el comando había incertidumbre. Recordaban con pavor la elección presidencial de 1958, cuando en primera instancia las radios informaron que Allende tomaba la delantera para, luego de un apagón de luz, invertir la tendencia a favor de Jorge Alessandri, por solo 33 mil votos. En esa ocasión, no denunciaron un fraude porque el mismo Allende los llamó a la calma.
—Esa conversación él la consideró decisiva porque Allende siempre iba en contra de lo que iban instalando los medios de comunicación. Allende levantó el teléfono y le pidió al jefe de plaza, el general Camilo Valenzuela, del Ejército, que autorizara a sus partidarios a celebrar la victoria y que permitiera la manifestación. Es interesante la conversación, porque Camilo Valenzuela fue el hombre que fue sobornado unas semanas después. Recibió 50 mil dólares de la época para que se sumara como jefe de la Guarnición de Santiago a la conspiración para evitar que el Congreso pleno pudiera ratificar la victoria electoral de Allende —recuerda Joan Garcés desde Madrid, 54 años después. El abogado mantiene una memoria encomiable sobre la historia de Chile, además de su icónico mostacho.
Tras obtener la autorización, Allende llamó inmediatamente a celebrar el triunfo cuando el Ministerio del Interior aún no publicaba los resultados oficiales, que fueron informados incluso después de su histórico discurso en la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. La tesis de Garcés era correcta.
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En el libro 1970, la pugna política por la presidencia en Chile, publicado el segundo semestre de 1971 por la Editorial Universitaria, reeditado este año, Garcés registró el contexto sociopolítico que antecedió las elecciones presidenciales de 1970, además del análisis de los tres programas de gobierno de esa votación (Radomiro Tomic, Jorge Alessandri, además de Allende). El libro fue presentado en el extinto Hotel Crillón junto a una obra del escritor uruguayo Mario Benedetti, con quien inició una estrecha amistad.
En el libro, usted plantea que el Gobierno de la Unidad Popular era factible en la realidad chilena, ¿sigue manteniendo esta postura?
— Sí, indudablemente. Los hechos lo demostraron y, es más, el golpe de Estado, la forma bárbara cómo se llevó a cabo y la tragedia que impuso al pueblo de Chile y los efectos que vemos hasta ahora han eclipsado en la imagen pública y merced también a esa campaña encabezada por los medios de comunicación dominantes, que el Gobierno fue elegido en virtud de ese movimiento organizado de amplia base; e insisto mucho, organizado con unas direcciones políticas respetadas increíbles para el electorado, organización y prestigio de las direcciones políticas. Ese era el Chile que yo conocí. Tal fue así que en las elecciones municipales que siguieron, en abril del año 71, el bloque de izquierda obtuvo 50 por ciento del electorado. Pasó del 36 al 50 por ciento, lo cual por sí mismo ya habla. Y en las elecciones parlamentarias que hubo en el mes de marzo de 1973, pocos meses antes de la insurrección armada, el 44 por ciento votó a favor de las candidaturas de izquierda, a pesar de que el país ya estaba sufriendo los efectos de la desestabilización social y económica impulsada por Estados Unidos y la derecha.
En el marco de su tesis doctoral, Garcés visitó por primera vez Chile en 1968, cuando conoció al en ese entonces presidente del Senado, Salvador Allende, quien lo invitó a una gira por Chiloé, Aysén y Magallanes para preparar su nueva candidatura senatorial. Regresó el año siguiente a París para concluir la redacción de su tesis, pero meses antes de la elección presidencial de septiembre de 1970, fue convocado por Allende para ser parte de su equipo de campaña. Tras ganar la presidencia, le pide que se sume al gobierno revolucionario. Así, se transformó en el principal asesor del mandatario hasta el 11 de septiembre de 1973. Nunca más volvió.
—Cuando llegué en julio del 70, en la dirección política de la izquierda había amplios sectores que pensaban que iba a ser la cuarta derrota del candidato, pero mi análisis llegaba a otra conclusión y es que el desarrollo de las organizaciones de izquierda era un movimiento popular amplio con una unidad sindical real. La Central Única de Trabajadores tenía un alto nivel de sindicalización. Había una solidez de las instituciones representativas; hubo todo un movimiento militar en otras oportunidades, como el del año 69 por parte del general [Roberto] Viaux [el “Tacnazo”], pero la estructura había resistido muy bien a esa tentativa de desestabilización. Y, además, se da la coyuntura de que en el transcurso de los años 1964-70, en el periodo de gobierno de la Democracia Cristiana (DC), se había agudizado la contradicción entre las bases populares de la DC, que realmente existían entonces, y la derecha. De modo tal que se llegaba a las elecciones de 1970 con 3 candidaturas en las que el antagonismo con la derecha, con la candidatura de Jorge Alessandri, era claro y manifiesto por parte de las otras dos. Tanto la que encabezaba Radomiro Tomic en la DC, como Allende en la izquierda. En mi análisis, la evolución electoral permitía pensar que podía ganar la candidatura de izquierda —sopesa Garcés.
Con menos de 30 años, el abogado tuvo que enfrentarse varias veces a los hombres anclas de la izquierda chilena, reorientar sus ánimos derrotistas y reencausar las reservas de votos para Allende.
—En 1981, en el exilio, el antiguo secretario general del Partido Socialista y exsenador Aniceto Rodríguez me presentó a los venezolanos diciendo que gracias a este hombre ganaron las elecciones de 1970 —recuerda.
Los estudios citados en su libro plantean que un país debía impulsar su crecimiento económico y fortalecer sus instituciones para no caer en la vía socialista, y así nace la Alianza para el Progreso de Estados Unidos. Sin embargo, en la década del 60, Chile aumentó su padrón electoral, se consolidó el multipartidismo y la separación de poderes del Estado y, aun así, fue electo un presidente socialista-marxista.
—Estábamos en plena Guerra Fría, hay que tener muy presente ese condicionante internacional que, a la postre, fue la que decantó la evolución política interna de Chile. Y, en esa época, el antagonismo ideológico y propagandístico central en el mundo se daba en la parte donde se sitúa Chile, España y Europa occidental y toda América Latina bajo la hegemonía norteamericana. La propaganda y los alineamientos políticos estaban condicionados por la asociación del concepto, nombre, sustantivo y adjetivo “socialista” con estalinismo. Es decir, con un régimen político de dictadura, de partido único o casi único y de libertades fundamentales muy restringidas. Mientras que en Chile era lo contrario, era un país con una pluralidad de partidos, con libertad de prensa total, con separación de poderes real y efectiva. Por consiguiente, toda la propaganda antiAllende recibida era la importación del mensaje anticomunista, antimarxista que era el dominante en aquella época.
Usted era uno de los asesores más cercanos…
—El más cercano, el asesor personal.
¿Cómo veía a Allende a medida que lograba darle sentido a su programa de gobierno?
—Es interesante [pensar en] esto cincuenta y tantos años después. En primer lugar, estaba la unidad de dirección, organizada en la izquierda plural, lo que significa que había distintas corrientes y concepciones estratégicas, pero la confluencia estaba en la presidencia, en el presidente. En segundo lugar, la decisión de iniciar desde el primer día los cambios sociales y económicos que administrativamente se podían tomar, sin esperar más allá, de manera que en el llamado periodo de gracia, que son tres o seis meses, se lograra tener en siguientes elecciones el resultado que se obtuvo. Pasar del 36 al 50 por ciento entre septiembre del 70 y abril del 71. Esas medidas permitieron al gobierno disponer de los recursos financieros para que la población y el electorado, que lo había elegido y al que se dirigía, constatara la diferencia que significaba el nuevo gobierno. Estas dos premisas no se aplicaron en Chile el año 2022 [cuando ganó la presidencia Gabriel Boric]. El gobierno no aprovechó el periodo de gracia para llevar adelante medidas de gran valor simbólico y de gran contenido para la gran masa de la población y su propio electorado. Se optó por postergarlas y el resultado fue el que se conoce y que ha condicionado el desarrollo de la actual coalición del gobierno en Chile.
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El 10 de septiembre de 1973, Joan Garcés, los ministros del Interior Carlos Briones y de Defensa Orlando Letelier, junto a otros colaboradores de Allende, se reúnen en la residencia oficial del presidente en la calle Tomás Moro para preparar la jornada política. Esa tarde, el mandatario se iba a dirigir en una cadena nacional al país para anunciar un referéndum para ratificarlo junto a medidas económicas de emergencia para asegurar la realización del plan de gobierno de 1974. Sin embargo, el anuncio se aplazó para el día siguiente al mediodía en la Universidad Técnica del Estado. Esa noche se enteran de que varios camiones con tropas salieron de Los Andes con dirección a Santiago. Garcés pide pernoctar en Tomás Moro, al igual que el periodista y asesor de Allende Augusto Olivares, quien estuvo varias semanas durmiendo en la residencia presidencial en previsión de cualquier emergencia, según recuerda Garcés en su libro Allende y la experiencia chilena, las armas de la política.
—La dirección de los conspiradores supo unas horas antes de que ese mensaje iba a abrir a los ciudadanos las urnas y adelantaron para el 11 la fecha de la sublevación, que estaba prevista para el día 14, para evitar que los chilenos supieran. Porque, evidentemente, en un país con cultura participativa muy alta como había entonces, el efecto político de poder acudir a las urnas hubiera sido una deslegitimación previa a una salida militar que suprimiera el derecho de voto y las elecciones —afirma el abogado.
El día del golpe de Estado, Garcés y Allende llegan desde Tomás Moro hasta La Moneda. Al interior del palacio, tras enterarse de la subversión militar, el presidente conminó a todos los presentes a retirarse si así lo deseaban. Nadie aceptó la invitación. Sin embargo, Allende se acerca a Garcés y le pide que abandone el palacio, minutos antes del bombardeo, para que le cuente al mundo sobre lo que estaba ocurriendo. Un grupo importante de los colaboradores personales que se quedaron ese día en La Moneda junto a Allende fueron torturados y asesinados, entre ellos Olivares. La mayoría se encuentra hasta hoy desaparecidos.
El bando número 10 de la Junta Militar emitido ese mismo día ordena a Garcés junto a un centenar de personas a presentarse ante las autoridades militares para ser detenido. No lo hizo. Dos días después, el acta número 2 de la Junta Militar del 13 de septiembre de 1973, en el punto cuatro, reza: “detener en cuanto se le ubique al asesor personal del ex-Pte. Allende [sic]”. En el libro 1970, la pugna política por la presidencia en Chile también advierte de una posible sublevación militar.
Garcés se asila en la Embajada de España y logra abandonar Chile. A fines de septiembre da las primeras entrevistas en París; el mundo se entera por primera vez del referéndum al que Allende iba a convocar.
—Usted puede consultar el periodo de la dictadura del 73 y después de años y años de gobiernos sucesivos, cómo la convocatoria del referéndum de Allende del 11 de septiembre es silenciada sistemática. Yo rompí ese silencio porque en la reunión de la noche del 10 al 11 de septiembre, yo era el único que estaba en el exterior, por consiguiente, solamente yo podía dar fe de que ese era el proyecto para el 11 de septiembre. Hoy ya lo reconoce todo el mundo.
¡En Chile muy poca gente lo sabe!
—Son décadas de machaqueo informativo por los medios hegemónicos que propiciaron el golpe. Es una consecuencia de esa campaña mediática, primero para propiciar el golpe, luego para apoyar el golpe y los crímenes durante la dictadura, y la impunidad después. Me encontré con una gran parte de la dirección política chilena que se acomodó a esa realidad y lo consideró aceptable, “pasemos la página y miremos el futuro”.
Tras el retorno a la democracia chilena, Joan Garcés nunca volvió al país, pero dirigió como jurista la estrategia que terminó con la detención por genocidio de Augusto Pinochet en Londres el 16 de octubre de 1998. Ese caso lo preparó desde 1996 y, tras enterarse, el dictador dijo en una rueda de prensa: “Es guiado por Joan Garcés, asesor del presidente de la república que cuando tomé el mando del gobierno el año 73 iba a ser juzgado y posiblemente fusilado”.
—Era un elemento freudiano porque nunca tuvo oportunidad de fusilarme por la sentida razón de que nunca estuve en su poder. Siempre tuve libertad en Chile. Y, por consiguiente, lamentaba en realidad no haberme podido detener ni reservarme la suerte que cabe suponer.