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Fragmentos de vidas ordinarias

En Lo que no bailamos, la escritora chilena Maivo Suárez crea un mundo desde anécdotas aparentemente simples, cotidianas, prosaicas incluso. Se trata de cuentos de gran potencia que fueron escritos con el dolor de la desesperanza y también con una aguda observación de lo agobiante que puede ser la vida en el hogar y en la ciudad.

Por Beatriz García-Huidobro M.

Hablar sobre un libro de cuentos siempre tiene una complejidad mayor por cuanto las temáticas pueden ser diferentes, también sus estructuras, incluso la calidad. Por eso es que los cuentos que funcionan suelen tener dos características: por una parte están aquellos que dan el golpe de gracia, sea con la historia, con las imágenes, con los méritos literarios que tenga. Y esos tienden a ser cuentos únicos, irrepetibles. Y no es infrecuente que estén acompañados de otros más débiles. Siempre me viene a la mente el cuento “La garra del mono”, de William Jacobs, un humorista inglés de comienzos del siglo XX en el registro de P. G. Wodehouse, cuyas obras fueron muy valoradas en su momento pero han ido desvaneciéndose con el tiempo, mientras que este cuento de terror ha permanecido, único, solo, desligado de su autor.

Pero hay otros en los que es el conjunto lo que funciona como un corpus, y es entonces el autor o autora quien se superpone a la obra, pues en sus cuentos no hay solamente historias sino la creación de un universo único y propio. Si Cortázar decía que un cuento debe ganar por knock out en segundos, cuestión con la que no estoy de acuerdo,  pues en Lo que no bailamos, de Maivo Suárez —volumen de cuentos tan logrados—, cada pequeña historia tiene su propia vuelta de tuerca en su formato cadencioso, en una especie de tiempo real. Nada de efectismos, sino pura realidad. No por nada Maivo es una novelista notable. Crea un mundo desde anécdotas aparentemente simples, cotidianas, prosaicas incluso. Leer estos cuentos es adivinar de inmediato a la novelista que se oculta entre relatos.

Suele ser difícil desligarse de lo personal y “leer” el libro sin que lo atraviese el uno mismo. De modo que mi lectura es personal, como lo son todas, pero más en este caso, donde comentaré las ideas y pensamientos que surgieron a partir de ella. 

Si Marc Augé habla de los no lugares como los aeropuertos, los metros, los estacionamientos, los personajes de estos cuentos parecen estar en un mundo que es un no lugar, un espacio de ajenidad que se repite sin variaciones ni emociones, en tiempos actuales pero imprecisos en su indefinible igualdad cotidiana.

Lo que no bailamos
Maivo Suárez
Provincianos Editores, 2022
130 páginas

Estamos ante relatos de gran potencia; es evidente que fueron escritos con el dolor de la desesperanza y también con una aguda observación de lo singular que tiene lo usual, de lo agobiante que puede ser la vida en el hogar y en la ciudad, en el huis clos de la existencia, en la fragilidad de la clase media y la vida adulta.

Estos cuentos que no están unidos ni relacionados entre sí, transcurren en escenarios diversos, con personajes de diferentes condiciones e historias, y consiguen crear su propio universo como sucedía con los cuentos de Raymond Carver o de Samanta Schweblin; un mundo donde la desesperanza y una suerte de emotividad no resuelta se cuelan en lo cotidiano y son fragmentos de vidas ordinarias. Y si en ocasiones en estas vidas corrientes, en estos episodios de apariencia vulgar podría estar lo magnífico de la existencia humana, Maivo Suárez no permite que así sea. Aunque la densidad de la conducta de hombres y mujeres y niños tensionados por las circunstancias, por hechos tangenciales, por dramas larvados, por situaciones personales y sociales que no solo no han logrado procesar, sino que aparentemente no tienen modo de hacerlo. Gente normal sometida a situaciones también “normales”, pero cuya reacción particular y única consigue que nos conectemos con las fibras inconscientes de nosotros mismos. O que como espectadores veamos lo que ellos no ven y nos conmuevan.

Hace poco leí un análisis que hace Stefan Zweig acerca de Dickens, en el que resalta que él “(…) ayudó a todas esas personas simples a descubrir la poesía de la vida diaria, a amar todavía más aquello que era lo más amado (…) quería enseñarles la poesía de lo cotidiano a todos quienes estaban condenados a la cotidianidad”. Y acá creo que hay un punto interesante en lo que Maivo nos muestra. Es la cotidianidad, sin duda, pero ¿cuál? ¿Por qué parecería imposible salir de ella? ¿Cómo se reivindican los seres humanos? Ella no quiere salvarlos, sino dejarlos hundirse o seguir flotando sin que haya en la orilla nadie dispuesto a salvarlos. No hay redención.        

Me parece que en estos relatos también se presenta con inusitada fuerza la frustración. Pero no aquella inmediata ante estas luces ilusorias que acaban oscureciendo el camino que se veía tan luminoso y recto (como el sendero de Caperucita roja), y ante la certeza de haber sido engatusados, de que nos hayan dirigido por rutas sin destino posible. La frustración es ya endémica, pasó por la etapa de la esperanza, de las ilusiones, y está ahora asentada en una realidad inamovible. O si puede cambiar no tenemos por qué esperar que sea para mejor.

Karl Jaspers dice: “Un sentimiento no tiene realidad alguna fuera de la psique que lo experimenta. Es un acontecimiento, no una cosa. Tiene su raíz en sí mismo, por eso puede parecer efímero, como una mariposa nocturna, o inmortal como un dios”. Pero finalmente un sentimiento envuelto en la pulsión de vida, aunque sea agónica, adquiere dimensiones extremadamente reales. Pero Maivo no quiere que sus personajes las tengan, que sueñen o se ilusionen. Deben aceptar que si no todo está perdido, tampoco habrá una revancha.

Una reflexión interesante de estos relatos es que, como explica Bataille, el erotismo del hombre difiere de la sexualidad animal precisamente en que moviliza la vida interior al transfigurar el impulso sexual y volverlo amor y erotismo, confiriéndole a lo instintivo características divinas y trascendentes; buscando en él consuelo a su desesperanza de muerte. Sin embargo, en el mundo que crea la autora ni siquiera la ilusión del amor o las pasiones tiene la capacidad de movilizar una salida, aunque sea por una puerta falsa. Por ejemplo, en el cuento “Una de hormigas”, en que una pareja de amantes conversa las típicas tonteras que se hablan en la cama (¿hay algo más absurdo que los diálogos de los enamorados? Quizás los del coqueteo) y pronto nos enteramos de que el marido de ella es hermano de su amante. O sea, qué situación dramática. Y Maivo desvía hábilmente este nudo gordiano hacia lo que la mujer narra, su historia infantil aparentemente simplona. Algo semejante sucede con “Todo tranquilo”, donde una mujer se va de vacaciones con su marido y las niñas, dejando atrás a su amante. Se devela ahí la relación moribunda con ambos hombres, y aunque el marido es empático y sensible, ella ha perdido su lugar en ambos escenarios; no puede revertir ni una relación ni la otra. Es un relato triste a pesar de que todo está “bien” para la protagonista, ha hecho los malabarismos necesarios para equilibrar dos relaciones dispares, pero una espesa niebla oscurece todo lo bueno que subyace en su familia.

Como hacer spoiler es algo infame, solo citaré un párrafo mínimo para ver la prosa, de qué modo ella está al servicio de una poética fina. Hay unos niños que incursionan en una casa abandonada y el texto dice: “Era un patio enorme de largo, con unos pocos árboles y un extraño parrón en el centro. Vaya a saber cuánto tiempo llevaba sin que lo podaran. Parecía una persona rendida con sus largos brazos tocando el suelo”.

Hay un poema de Jacques Prévert que se llama “Para hacer el retrato de un pájaro”, en el que da las indicaciones necesarias para capturarlo, pintando una jaula de puertas abiertas y poniendo en ella elementos que lo atraigan. Si tarda en llegar no hay que desanirmarse, y una vez que haya entrado, hay que cerrar la jaula y borrar los barrotes uno a uno, traer la frescura del viento, pintar un árbol y esperar que cante. Si no lo hace, es una mala señal, pero si canta, entonces se puede arrancar una pluma del pájaro y escribir el nombre en un ángulo del cuadro. Creo que Maivo puede firmar el suyo. 


Este texto fue leído en la presentación de Lo que no bailamos, de Maivo Suárez, 15 de diciembre de 2022 en la Furia del Libro.