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Léxicos familiares

«La literatura de Juana Inés Casas se construye a partir de las imágenes que recolecta, imágenes que solo una buena observadora puede lograr, y ella, sin duda, es una gran observadora, revelando lo cotidiano con sensibilidad única», escribe la escritora Carolina Melys sobre Segundo idioma, el nuevo libro de la autora argentina radicada en Chile.

Una de las cosas que me asombran de las palabras es la capacidad de crear imágenes: lugares, colores, aromas y esa cercanía con personajes que parece que los conociéramos. Imágenes que se vuelven tan reales que después de un tiempo no sé si las leí, las vi en alguna película o las viví en otro tiempo. Ese es uno de los criterios que me gusta usar para describir la buena literatura: esa indistinción a la hora de recordar esas historias —y qué más da, pues ya forman parte del propio imaginario. Ese, para mí, es una de las brillantes particularidades de estos cuentos que conforman Segundo Idioma (Montacerdos, 2023), de Juana Inés Casas. Esa lectura que es a la vez vivencia: la apropiación de un imaginario ajeno, la construcción de una experiencia común. Para esto, el lenguaje sutil y cuidadosamente escogido por Casas es fundamental, y no sólo en cuanto a significantes, sino a la construcción de una propuesta literaria que aborda tanto las palabras, como la estructura, los personajes y la historia misma.

Segundo idioma, de Juana Inés Casas. Montacerdos, 2023. 148 páginas

Para esto, el segundo idioma propuesto en el libro resulta esclarecedor. Este segundo idioma refiere a aquellas normas que la geografía y contexto imponen a las mujeres. Una nueva gramática atenta a los pasos que se dan y un abecedario que se ajusta a los peligros del entorno. Un segundo idioma que se construye como un medio de supervivencia.

Pero el segundo idioma que Juana construye en estos relatos no es sólo aquel que las mujeres deben aprender en el cuento del mismo nombre.

Pareciera que, asimismo, la autora se apropia de un segundo idioma para pensar y estructurar estos cuentos de manera hábil. Un idioma que se constituye de un léxico familiar, ese que Natalia Ginzburg se inventa para convertir lo mínimo y lo cotidiano en una experiencia común.

Repertorio que se compone de recuerdos, lecturas, ideas y experiencias. Sin orden preestablecido, con algunos vacíos en la historia, con olvidos, omisiones pero que no mellan en nada la experiencia literaria.

Ese léxico es el que también aparece en los cuentos de Casas, porque estos relatos escapan de la linealidad, los personajes saltan de la vivencia al recuerdo, del recuerdo a las ideas y de ahí de vuelta a la escena. De esta manera logra construir un cuadro más amplio, con detalles y desvíos, una amplia paleta de colores que configuran este cuadro que es el cuento. Y los detalles: los ladridos de un perro, el siseo de las bicicletas al avanzar, el agua que se cuela por el techo, los duraznos en una tina de baño, los restos de torta en un platito de cumpleaños son imágenes en las que los lectores pueden detenerse y esos detalles pueden ser la historia. La sola imagen basta para echar andar ese diálogo que es propio de la lectura.

Así, este idioma se acerca mucho a lo que proponía en su cuaderno de notas Virginia Woolf al querer cambiar el significado de las palabras, armar su propio léxico para una nueva forma de narrar. De esos cuadernos, Úrsula K. Le Guin toma la nueva definición que Woolf le asigna a héroe. En su glosario, héroe es igual a botella. Es a partir de esta imagen que K. Le Guin construye su conocida “teoría de la bolsa de la ficción”, en que justamente el héroe, la hazaña del héroe no es relevante, sino todo aquellas imágenes que se recolectan a diario y van configurando un mundo de observaciones mínimas pero esenciales.

Siguiendo esa lectura, en estos cuentos no hay héroes, no son necesarios, hay historias de personajes secundarios o incidentales, que por error o casualidad la cámara siguió y se detuvo un momento en ellos. Las hazañas no son otra cosa que vivir.

Así, por estos once relatos transitan palabras, tópicos, ideas que concebíamos como preestablecidas en la literatura, porque hay construcciones que son difíciles de abandonar al escribir, pero en estos cuentos esas ideas son reelaboradas. Y si bien los temas seguirán pareciéndonos familiares, revelan particularidades iluminadoras.

Ida Vitale, en su Léxico de afinidades, afirma que “una ciudad no perdona a aquel que se aleja por largo tiempo. Sin embargo ―agrega― todo ausente tiene derecho a la aventura a la que lo insta una esperanza absurda”. Esta definición desacraliza la idea del viaje y lo enfrenta a aquello que se busca ―que nunca estamos seguras de qué es—, y que está latente en los personajes de estos cuentos: personajes que se mueven, que retornan a su casa, ya sea para cuidar al padre o para ser cuidadas, para cambiar de rumbo o buscar la ruta. El camino como búsqueda y no como hazaña es otra propuesta de este segundo idioma.

Entonces, la literatura de Juana Inés Casas se construye a partir de las imágenes que recolecta, imágenes que solo una buena observadora puede lograr, y ella, sin duda, es una gran observadora, revelando lo cotidiano con sensibilidad única. Hay algo constante en estas historias que invita a los lectores a ser parte de este libro, a participar de esta lectura.

Intuyo que desde esta escritura también se va desterrando ese primer idioma, se desarticula la idea de héroe y de conflicto y todo un campo semántico bélico asociado a lo literario. Vamos desterrando la idea de que “el cuento gana por nocaut”, o eso de que “Una historia debe ser vista como una batalla” o incluso eso de que nos hallamos ante un nuevo boom literario. Desarmar el léxico, y tal vez esa sea la clave para desmantelar la casa del amo, siguiendo la idea de Woolf, desmantelar el significado mismo de la palabra amo. Y es en esta tarea fundamental de repensar la literatura donde se sitúa, con luces propias, este Segundo idioma de Juana Inés Casas.


* Este texto fue leído el 30 de agosto de 2023 en el lanzamiento de Segundo idioma, en la librería Catalonia.