La responsabilidad del Estado con el individuo y los límites del poder han sido dos temas que han cruzado el trabajo de este reconocido abogado y escritor franco-británico, que ha participado en juicios internacionales relacionados a la guerra de Yugoslavia, el genocidio de Ruanda o las torturas en Guantánamo. De paso por Santiago para investigar los pasos del oficial nazi Walter Rauff, quien fuese parte de la acusación contra Pinochet en Londres reflexiona sobre la justicia, la memoria y los crímenes contra la humanidad, tres temas que ha encontrado más vivos que nunca en Chile, un país “increíblemente traumatizado, de heridas enormes”, afirma.
Por Sofía Brinck Vergara
La historia de Philippe Sands (Londres, 1960), profesor universitario, autor de los libros Calle Este-Oeste (2017) y Ruta de escape (2021), ambos publicados por Anagrama, está compuesta de múltiples círculos que se entrecruzan.
El primero es sobre su relación con Chile. En 1998, mientras estaba en el funeral de su abuelo en París, recibió una llamada para ser parte de la defensa de Pinochet en Reino Unido. Los abogados británicos tienen la costumbre de aceptar a la primera persona que los contacte, tal como un taxista para ante la primera persona que le hace señas. La historia habría sido otra si no hubiese sido por su esposa, quien le dijo que si aceptaba, se divorciaba. No lo hizo, y terminó formando parte del bando acusatorio. Su conexión con Pinochet podría haber terminado ahí, pero mientras investigaba para Ruta de escape, su último trabajo, se encontró con un personaje que desaparecía para irse a Chile. Los rumores decían que no solo se había asentado en el país, sino que había trabajado en los servicios de represión de la dictadura. Pinochet se le aparecía de nuevo.
Otro círculo parte un par de años después, cuando decide desentrañar la historia de su abuelo judío, Leon Buchholz. El mismo en cuyo funeral estaba cuando recibió la llamada del caso Pinochet. Aprovechando una conferencia, Sands siguió los pasos del padre de su madre en la ciudad de Lviv, antigua Polonia y actual Ucrania. Su abuelo fue el único sobreviviente en su familia, quienes murieron en manos del nazismo. Como parte de esa investigación entabló relación con dos hijos de oficiales nazi que comandaron la zona. Uno rechazaba a su padre, el otro defendía su memoria familiar y negaba su involucramiento en los crímenes del Holocausto.
El tercer círculo también tiene su origen en Lviv. Coincidentemente, en el mismo lugar vivieron Hersh Lauterpacht y Raphael Lemkin, abogados judíos que inventaron los términos “crimen contra la humanidad” y “genocidio”, respectivamente, para los juicios de Núremberg en 1945. Temas a los que Sands ha dedicado su trabajo como abogado en derecho penal internacional, y cargos bajo los que el juez español Baltasar Garzón acusó a Pinochet para lograr su arresto.
La unión de los tres círculos ha dado como frutos sus dos novelas de no-ficción. Calle Este-Oeste cuenta la historia de su abuelo y los juristas Lauterpacht y Lemkin. Ruta de escape es la historia de Otto von Wächter, un oficial nazi que logró evadir los juicios de Núremberg y cuyo hijo, Horst, entabló amistad con el autor en la investigación del primer libro. El tercero, bajo investigación aún, seguirá la historia de Walter Rauff, el personaje desaparecido en Ruta de escape, y lo conectará con la dictadura de Pinochet y su arresto en 1998.
Para Sands, el punto común entre sus libros y su vida son más que simples coincidencias. “Lo que une mis libros es la importancia de lo vivido en 1945. Cuando por primera vez los países se unieron y dijeron ‘no, el poder del Estado no es ilimitado. Los individuos y grupos tienen derechos’. Es un momento que debe ser atesorado, cuyo mensaje debe ser transmitido a todo tipo de audiencias. Ese es el objetivo de mi proyecto, contar historias sobre el derecho, la justicia y la injusticia, sobre crímenes y no crímenes. No soy solo un escritor de historias. Soy un escritor con una agenda, que busca proteger la idea de que el poder de los Estados no es absoluto”.
Tus libros se caracterizan por procesos de investigación detallados y una búsqueda constante de la verdad, algo muy relacionado a tu carrera en el derecho. ¿Qué crees que puedes hacer en la literatura que no puedes hacer como abogado?
—He pensado mucho en este tema estos días en Chile. Una respuesta simple sería que la literatura permite abrir la imaginación, mientras que en la no-ficción pura, en libros de historia o leyes, no hay espacio para ella. Y no estoy escribiendo un libro sobre leyes, estoy escribiendo historias que incluyen decisiones complejas sobre cómo presentarlas, quiénes son los personajes, cuáles son los hilos narrativos. Para mí escribir es un acto de defensa de una causa. Se parece a ser abogado en una corte, no puedes decirles a los jueces qué hacer. Debes exponer el material de una forma que les permita alcanzar las conclusiones que tú quieres. En mis libros hay muchas pistas en las primeras páginas, todo está ahí por una razón. Y el lector, que es muy inteligente, empieza a preguntarse “¿por qué está esto aquí?”.
Tu método de escritura consiste en presentar hechos sin incluir tus emociones o pensamientos. Sin embargo, tú eres parte de tus libros, tu voz está siempre presente. ¿Por qué decidiste incluirte en ellos?
—Fue una sugerencia de mi gran editora en Nueva York, Victoria Wilson. Cuando compró el manuscrito de Calle Este-Oeste me dijo que tenía que reescribirlo e incluirme en la historia, que los lectores no solo estaban interesados en saber qué había descubierto, sino también cómo. Le dije que no podía, había pasado 35 años como profesor y abogado, excluyéndome de las historias. Fue una jugada genial de su parte, y una vez que logré sentirme cómodo, se hizo mucho más fácil. Ahora es parte de mi investigación, en cada entrevista tengo en cuenta mi rol en esa reunión y mis reacciones. Lo voy a incluir también en mi próximo libro, que va a ser publicado antes que el que trata sobre Chile. Se titula La última colonia (The Last Colony) y es una serie de conferencias que daré en un lugar muy prestigioso, pero conservador: la Academia de Derecho Internacional de La Haya. Deseché la idea de objetividad y me puse a mí mismo en la historia para hablar del colonialismo británico, de esclavitud y de racismo. La gente va a decir “dios mío, esto no es una conferencia, esto no es derecho internacional”. Pero lo es.
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Philippe Sands está en Chile siguiendo la pista de Walter Rauff, oficial nazi de la SS e inventor de la cámara de gas móvil, cuya historia se insinúa en una carta que aparece en Ruta de escape. Pero también será la historia del caso Pinochet en Londres y de lo que significó para el derecho internacional. “Fue la primera vez que se estableció el principio de no inmunidad para un jefe de Estado acusado de crímenes penales internacionales. A la gente se le olvida que Pinochet fue acusado de crímenes contra la humanidad y genocidio”, recuerda. De Chile lo sorprendió el clima electoral, la literatura chilena y la existencia del diario The Clinic y el origen de su nombre. Los círculos de su vida entrecruzándose, una y otra vez.
Más allá de esa carta, la historia de Rauff se basa en muchos rumores. ¿Has podido comprobar algo hasta ahora?
—No te puedo contar nada de la investigación ni con quiénes me he encontrado, pero después de décadas como abogado no estoy interesado en rumores, me interesa la verdad. Rauff es famoso en Chile, todos conocen el nombre. Todos dicen “Rauff, por supuesto, trabajó para Pinochet”. ¿Pero lo hizo realmente? ¿Qué hacía? Es una puerta que se abrió con la carta que había entre los documentos que me entregó Horst von Wächter y que no sé adónde me llevará. Tal vez concluya que Rauff era solo una persona mayor y que no hizo nada. O tal vez concluya que hizo esto y lo otro. O tal vez concluya que no sé lo que hizo. Y eso es lo interesante.
Hace un par de años dijiste que el caso Pinochet había sido el momento más decisivo de tu carrera profesional. Pero más allá de las implicancias en el derecho internacional, Pinochet murió sin ser juzgado. ¿Cómo ves el caso a 23 años del arresto en Londres?
—No tengo grandes objeciones a cómo terminó. Creo que es muy importante que cada país se haga cargo de su propia historia, más allá del rol que puedan jugar otros países en ella. Siempre me hizo ruido que fuese una investigación española la que llevara al arresto, porque España nunca se ha hecho cargo de su propia guerra civil, ¿y qué derecho tiene a juzgar crímenes de otros cuando no ha juzgado los propios? No me siento destrozado porque Pinochet haya vuelto a Chile, su reputación quedó hecha pedazos y el caso le abrió puertas a la justicia chilena para que investigara sus finanzas. Pero es mi postura por ahora, porque puede cambiar dentro de los próximos años. He conocido gente furiosa y desolada porque Pinochet logró volver, y mi explicación legal no es mucho consuelo. Pero la justicia internacional es un proceso de largo aliento, que comenzó recién en 1945. Antes, un Estado podía hacer lo que quisiera con su gente. Son pasos graduales en un proceso largo, y la detención de Pinochet fue uno de ellos.
Mencionaste que los países deben hacerse cargo de su historia, pero ¿qué pasa cuando no solo no ocurre, sino además se niegan partes de esa historia? Como en los discursos negacionistas que hemos visto en movimientos de extrema derecha.
—Son tiempos difíciles con el aumento de los nacionalismos y la xenofobia. No es solo Chile y Brasil, también es Francia, donde ciertos políticos aún niegan las prácticas colaboracionistas de los territorios ocupados durante la Segunda Guerra Mundial. O el Reino Unido y su pasado colonial. Los países tienen dificultades para hacerse cargo honesta y abiertamente de los períodos oscuros de su historia. En Europa es difícil porque la gente que vivió esos períodos está muriendo. Y estoy convencido de que la desaparición de la experiencia personal es muy significativa, deja espacios vacíos de los que cierta gente se aprovecha.
En tus libros y en Mi legado nazi (2015), el documental que hiciste con Niklas Frank y Horst von Wächter sobre el rol de sus padres como oficiales nazis, planteas la pregunta de la coexistencia, es decir, cómo cohabitar con gente que niega el pasado, como lo hace von Wächter con su padre. ¿Qué responderías hoy?
—Es muy difícil. Conozco a Horst hace diez años y nuestra relación está en un momento muy difícil, porque se niega a ceder. Creo que es un mecanismo de sobrevivencia que permite vivir el día a día. Y es lo mismo que he visto esta semana en Santiago, la frustración de hijos y nietos me es muy familiar. Tu pregunta es muy personal para alguien que vive en Chile, y esta semana me he cuestionado muchas veces cómo logran vivir juntos. He entrevistado a gente de ambos lados y es como si vivieran en mundos diferentes. Pasé de una casa en Renca directo al Club de Golf Los Leones. No hay coexistencia posible entre esas dos comunidades, no hay entendimiento ni deseo de entender. Me sorprendió profundamente. Ese mismo día en el club de golf le pregunté a alguien cómo veía las elecciones y me dijo que estaba muy preocupado porque los comunistas habían regresado, que estaban en todas partes. ¿En serio? ¿En 2021? ¿Cómo puedes tener una conversación con esos niveles de paranoia y desde un club de golf? Fue muy surrealista, y hace la convivencia muy compleja.
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Philippe Sands va y viene entre sus roles de escritor y abogado. A pesar del éxito de sus libros no ha dejado la práctica profesional, que lo ha llevado a casos como la acusación contra Myanmar en 2019 por el genocidio de la población Rohingya. Su último trabajo, sin embargo, fue de otra naturaleza. En 2020 fue invitado por la ONG Stop Ecocide International para copresidir el grupo de expertos que redactaría la primera definición del crimen de ecocidio. Parecería un tema fuera de sus intereses, pero no lo es. Fue la primera persona en impartir un curso universitario sobre Derecho Internacional de Medio Ambiente en el Reino Unido, clase de la que sigue siendo profesor, y negoció la Convención de la ONU sobre el Cambio Climático de 1992.
El panel presentó sus resultados en julio de 2021. En su primera definición, ecocidio es entendido como “cualquier acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existe una probabilidad sustancial de que cause daños graves que sean extensos o duraderos al medioambiente”.
“Acepté porque a pesar de que había sido escéptico de intentos previos para definir ecocidio, estoy cada vez más preocupado por el estado del medioambiente”, explica. “Y creo que haber estado expuesto de forma tan directa al trabajo de Lauterpacht y Lemkin en los años 40 me ha influenciado mucho. Te puedes quedar sentado y vivir tranquilamente, ir al cine y de vacaciones, o puedes hacer lo que ellos hicieron y pensar en cómo marcar una diferencia en el mundo. No estoy diciendo que el concepto de ecocidio lo logre, pero hay una oportunidad y hay que aprovecharla.»
Los conceptos de genocidio y crímenes contra la humanidad se desarrollaron en un momento humanitario crítico. ¿Crees que hemos alcanzado un punto similar en el ámbito medioambiental?
—Sí, y es por esa razón que esto se hará realidad. No tengo ninguna duda de que ecocidio será adoptado por la Corte Penal Internacional, la pregunta es cuándo y con qué características. La definición que propusimos es un borrador, va a evolucionar. Pero la respuesta mundial ha sido increíble. Hay una energía circulando en torno al tema que no puedes volver a encerrar y controlar. No es que crea que es una solución mágica y que todo cambiará de repente. Pero va a impactar en la conciencia general. Las nuevas generaciones están preocupadas por esto también, es la primera vez, en todos los trabajos que he tenido, que mis hijos me dicen “al fin estás haciendo algo útil”. Definir ecocidio no va a prevenir que hechos así ocurran, pero le va a decir a la gente, tal como pasó con el genocidio y los crímenes contra la humanidad, “no puedes hacer esto, no es aceptable”.