La escritora argentina, una de las autoras latinoamericanas contemporáneas más leídas en el mundo, llena salas y agota entradas como una estrella de rock. Su próximo libro, de hecho, será sobre música: a mediados de 2023, publicará un ensayo sobre el grupo británico Suede. Porque además de ser creadora de cuentos y novelas de fama mundial como Nuestra parte de noche, Enríquez es una conocida melómana. “Ser fan tiene que ver con la obsesión, el entusiasmo y una sensación erótica que te producen la música y los músicos”, dice.
Por Javiera Tapia
“Esto era Londres a comienzos de los noventa, muy diferente del popular mito revisionista de la ‘Cool Britannia’ que los medios han proyectado sobre esa década de forma tan simplista. Al menos los primeros años parecían una resaca de los ochenta: (…) el desempleo, la cerveza barata y las boybands de mierda”, escribió Brett Anderson, vocalista del grupo Suede, en su libro de memorias Coal Black Mornings (2018).
Ese fue el contexto en que la banda británica publicó su disco debut homónimo, el 29 de marzo de 1993. Un año en que el panorama no era tan diferente en la Argentina menemista donde vivía una adolescente Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973). Era la época del dólar igualado al peso. El año de la privatización de YPF y los ferrocarriles. El año de la infame portada de la revista Gente con una foto de la modelo Nicole Neumann acompañada del titular “Sexy a los 12”. Un año de profundización del modelo neoliberal, de la aparición del crédito, el aumento del desempleo y el empobrecimiento de las clases populares.
Es 29 de marzo de 2023 y la periodista y escritora argentina aparece a la hora pactada para esta entrevista. “Hoy cumple 30 años el primer disco de Suede y me deprimí ¡porque yo lo compré!”, dice. En unos meses más, Mariana publicará un libro con la editorial chilena Montacerdos sobre su fanatismo por la banda. Y días después de esta conversación, la escritora dará una charla magistral en Santiago organizada por Fundación Plagio que agotó inscripciones en unos minutos, así como agotan entradas las estrellas de rock.
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Decir que Mariana Enríquez es una escritora del género de terror, como se le llama a veces en los medios de comunicación, es reduccionista. Hablamos de una de las autoras latinoamericanas contemporáneas más leídas en el mundo, y aunque el terror aparece en muchos de sus libros, lo hace de la misma forma en que es parte de la vida. Separar su obra en géneros solo sirve a modo de panorama: todo su universo está conectado, sin importar si se trata de novelas, cuentos, ensayos o textos de no ficción. Su trabajo como periodista cultural —es subeditora de “Radar”, de Página/12, uno de los mejores suplementos culturales en español— será el eje de esta conversación, pero también sus fanatismos y su amor visceral por la música. Porque además de ser autora de libros como Nuestra parte de noche (Anagrama) —novela ganadora del Premio Herralde 2019, traducida a veintitrés idiomas—, y de tener una trayectoria larga en la que se cruzan música, política, sexo, miedos y memoria, Mariana es fan.
Uno de los elementos que define su escritura periodística y que la hace apasionante, justamente, es que jamás esconde su fanatismo, un perfil que a menudo han tomado los hombres en las salas de redacción. Le cuento mi propia experiencia en los medios: “Si te dejabas ver muy fan, te miraban en menos”.
“Sí, es algo real —responde—. Pero a ellos también les pasa. Lo que sucede es que se lo niegan. Hablo de los hombres cishetero. Lo de tener a otros varones sobre el escenario y sentir esa atracción, sentirla con el cuerpo, se lo niegan. Yo creo que, en general, las mujeres y la gente queer tienen otra relación con la música, porque se asume la parte sexual que implica ser fan. El fanatismo tiene que ver con la obsesión, el entusiasmo y la sensación erótica que producen la música y los músicos. Me parece que la sistemática negación de la sexualidad y todo lo que se siente con la música trivializó mucho la manera en que las mujeres se relacionan con ella. Creo que muchas chicas también lo niegan, sobre todo las periodistas, como para sentirse un poco más ‘serias’, lo que para mí es una especie de misoginia internalizada”, dice. “Y pasa esto porque el periodismo musical está absolutamente dominado no tanto por varones, sino por esta idea de cómo se escucha la música”.
Y menciona una nota que apareció en un portal argentino hace algunas semanas. “Una de esas estupideces que publican de vez en cuando”, dice. Se trataba sobre las groupies más famosas de la historia. “¡Y estaba Marianne Faithfull! —reclama Enríquez—. O sea, hay mujeres que sí han sido groupies, que tenían ganas de serlo, de ser las compañeras sexuales de los músicos y está bien. Hubo montones de excesos. Eso fue cambiando con el tiempo y también fue parte de su época. ¡Pero Marianne Faithfull nunca fue eso! Fue la novia de Mick Jagger mucho tiempo, escribió canciones con los Rolling Stones, era absolutamente respetada como música en ese círculo. Sigue estando en actividad y saca unos discos extraordinarios. O sea, clásicos como Broken English. Esa nota era desesperante, no porque hubiese estado mal que fuese groupie, sino porque estamos en 2023 y no se dieron cuenta de que esta mujer es una gran artista”.
Estamos en 2023, pero hay cosas que aún no cambian. El disfrute sexual de la música, por ejemplo, todavía no es del todo aceptable a nivel social, advierte la escritora: “Lo ves en los shows de Harry Styles, Louis Tomlinson, Gaga o Rosalía, y las chicas gritan como locas. Quiero decir, es una cosa muy pansexual lo que pasa con la música. Siempre se dice que son unas locas, unas histéricas; que cómo pueden estar en la calle durante seis días, cosa que no pasa cuando los varones hacen lo mismo por una entrada para ver a la selección de fútbol de un país”. Y agrega: “Me han retado mucho por ser fan, mucho, pero no les hago caso”.
Mariana Enríquez detecta “otro peligro” en el periodismo de música: la escritura sobre mujeres o sus obras la están haciendo otras mujeres, como si fuese un terreno que los varones no quisieran explorar.
“Por ejemplo, al último disco de Lana del Rey le hicieron una muy buena reseña, muy bien pensada, en The New Yorker. Pero lo hizo una chica. Está empezando a pasar eso: ‘nosotros no sabemos qué decir porque una mujer habla, qué se yo, de estar con hombres’. Creo que hay una falta de costumbre entre los críticos varones de leer, escuchar y entender de qué están hablando estas músicas. Si pensás en Miley Cyrus y una canción de amor como ‘Malibú’, ¿eso no lo puede hacer un varón? Yo sí puedo. Bob Dylan hizo un disco entero de canciones de ruptura y no tengo ningún problema en analizarlo. Antes pasaba con Cat Power o PJ Harvey, yo sentía que me lo pedían a mí. Los hombres están muy desacostumbrados a ese tipo de aproximación, porque muchas de estas mujeres le dan mucha importancia a la dimensión sensual, erótica y sentimental. Lo mismo pasa en el cine. Estaba muy acostumbrada a leer críticos de cine que decían ‘la película no cae en el melodrama’. Bueno, ¿y si cayera? ¿Cuál es el problema? ¿Qué pasa si te hace llorar la película? A mí no me hace llorar nada. No tiene que ver con lo femenino o masculino. O sea, yo lloro viendo películas en los aviones solo porque me falta oxígeno”.
“Es como si los varones sintieran una suerte de terror”, dice. “Además, siempre están escuchando cosas muy emotivas hechas por tipos. Por ejemplo, todo el último ciclo de Nick Cave sobre el duelo de su hijo. Es una cosa dramática, tremenda. He estado escuchando el disco más reciente de Nacho Vegas, que también es terrible. Hay una canción [‘Ramón In’] sobre la muerte de un amigo, donde confiesa que estuvieron juntos y que tomaba heroína, todo como una cosa que parece escrita por Sylvia Plath. Y digo: ¿escuchan eso? Es raro. Es como si no percibieran.”
Hace poco, en la revista Rolling Stone, el músico británico Ed Sheeran dijo que ya nadie necesita a la crítica musical.
—En general, no estoy de acuerdo con estas cuestiones, porque la crítica siempre me sirvió para pensar ciertas obras. No basta solo con la compañía de los fans, también se necesita la crítica. Por definición, un crítico es una persona que viene escuchando mucha música, que viene pensando mucho en un artista, que lo dimensiona, lo contextualiza históricamente. Y eso no solo en la música. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo un libro de Coetzee y lo que quiero hacer es ver otras reseñas de libros de Coetzee, para ver cómo se posiciona esta novela en particular en cuanto a lo que él piensa sobre el apartheid sudafricano, cuáles son sus otras novelas sobre el tema, cómo se recibió esta, porque me parece un libro superpotente y eso no lo puedo hacer con otros lectores. Lo tengo que hacer con una persona que lo haya estudiado, que sepa de la historia de Sudáfrica, que sepa de los escritores sudafricanos, etcétera. Para mí siempre tiene que haber esta otra persona que piensa con vos.
Soy muy fan de Suede, y en el segundo disco [Dog Man Star, 1994] empiezan una canción con un verso de Lord Byron: “She walks in beauty, like the night”. Y hace poco me encontré con una persona que se lo había tatuado en el brazo y no sabía que era de Byron, creía que era una letra de Brett Anderson. Y pensé: bajón para él porque tiene escrito un verso de Byron pensando que es una cita de Suede. Igual quizás ni le importa, pero el trabajo de un periodista de música es saber eso. Que pueda decir ‘mirá, están citando poetas románticos aquí’ o que entienda esta canción dentro de esa idea del romanticismo. Es una tontería, pero al mismo tiempo no. Y un fan solo no lo puede hacer. También es posible que a Ed Sheeran no le guste lo que los críticos dicen de él.
Este año vas a publicar un libro con la editorial chilena Montacerdos sobre tu relación con Suede, desde tu fanatismo.
—Sí, y lo que hablamos antes acerca de la cuestión de los fans y las mujeres tiene mucho que ver con eso. Yo tenía 19 años, ya era bastante grande cuando escuché el primer disco, pero fue la primera banda que me invitó a disfrutarlos de esa manera, como banda de rock, quiero decir, porque ya me pasaba con Take That. Me estaban diciendo: “fantasea con nosotros. Si querés pensar que somos novios o que somos gays, lo podés hacer”, y me lo decían con una tapa en que aparecían dos chicas besándose. Era claramente una invitación a verlos como seres que desean y tocan música.
Mariana Enríquez piensa y escribe sobre estas ideas en el libro, que llegará a librerías chilenas este año. Sobre las fans como mujeres que entienden la música de esa manera, desde las bacantes, las mujeres griegas que seguían al dios Dioniso, hasta las fanáticas que se desmayan. “Yo ahí veo una continuidad de iniciación femenina que tiene que ver con el deseo que siempre se canalizó a través de la música”.
En Suede, dice, encontró una banda de contemporáneos que estaban en su misma sintonía:
—Era gente de fuera de la gran ciudad, de clase media baja. Toda esa cuestión de glamorizarse sin plata. En ese momento tenía el CD con el librito y vivía en La Plata. Conseguías una NME [la revista británica New Musical Express] que los tenía en la tapa y tres meses después te enterabas que habían hecho algo con [el artista, director y escritor] Derek Jarman y yo era recontrafan de él. Había una sensibilidad parecida que no ocurre todo el tiempo. Es una especie de complicidad y compañía muy particulares. Porque es eso: gente que no conocés, pero de la que estás esperando algo. E incluso literalmente, a veces. Nuestra parte de noche la terminé escuchando el último disco de Suede. Hay cosas que me cerraron con ese disco. Es una especie de entendimiento que pasa con otras artes, pero a mí me pasa mucho con la música —explica. Y agrega:
—Conozco a Mat Osman, el bajista de Suede, porque es escritor, y me dijo que le costaba entender por qué los fans de otros países son tan intensos. A ellos les parecía que eran una banda superbritánica, y yo le dije “bueno, porque la cuestión de la ambigüedad sexual y de no vivir en la gran ciudad y querer llegar a ella son narrativas muy habituales en cierta especie de jóvenes”. También pasa con el rap, pero ahí lo que se busca es otra cosa, es una especie de ascenso social pero por otras vías. Lo que quiero decir es que no creo que la lírica de Suede esté tan lejos de la de Kendrick Lamar.