«Frente a la invisibilidad femenina en la estructura social, las narrativas de mujeres, alojadas en su mayoría en testimonios, entrevistas y crónicas, son clave para construir la memoria colectiva», escribe Catalina Lufín, estudiante de Literatura y Lingüística Hispánica y presidenta de la Federación de Estudiantes de la U. de Chile.
Por Catalina Lufín
Los oleajes de la memoria avanzan por las costas del presente, deformando las huellas en la arena y demandando aquello que, bajo el ritmo acelerado del capitalismo tardío, parece imposible: tiempo. A 50 años del golpe de Estado, la marea sube y nos deja con el agua hasta el cuello, acorralados entre nuestros silencios y secretos. Y es que el plebiscito de 1988 no solo selló la salida institucional del régimen, sino también un compromiso tácito de repartir las culpas entre la sociedad civil y los orquestadores del horror, lo que marcó el tono conciliador y amnésico de la transición. Para consagrar el “Nunca más” como un emblema de futuro, tenemos la responsabilidad de recoger esas experiencias silenciadas y de encontrar nuevos mecanismos para transmitirlas y escribir una historia más justa y verdadera.
Frente a la invisibilidad femenina en la estructura social, las narrativas de mujeres, alojadas en su mayoría en testimonios, entrevistas y crónicas, son clave para construir la memoria colectiva. Bajo la condena androcéntrica y concertadora de los noventa, las mujeres aparecieron solo como testigos de la dictadura, como observadoras lejanas y sufrientes que acompañaron a la Patria por el viacrucis de la violencia. Así fueron vistas, en su mayoría, las luchas sociales por la defensa de los derechos humanos que encabezaron las madres, esposas y familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados político.
Sin embargo, la necesidad de avanzar en reparación y verdad exige que las voces de las mujeres abandonen su posición subalterna y testimonial para que sus recuerdos confluyan en la articulación de memorias colectivas. ¿Cómo lograr ese proceso de reconstrucción del pasado? ¿Cómo superar las barreras silenciadoras del patriarcado y la dicotomía entre el espacio público y privado? Un primer paso es reconocer que los mecanismos para recordar tienen distinciones genéricas. Según la socióloga argentina Elizabeth Jelin, las voces de mujeres contarían historias distintas y con un enfoque diferente a las de los hombres, por lo que al ingresar al campo de la memoria provocan discordia y pluralidad. Hombres y mujeres, dice Jelin, desarrollan habilidades disímiles en relación a la memoria, lo que está directamente relacionado con la separación sexual del trabajo y la subjetividad de los tiempos: las mujeres recuerdan a partir de la vida cotidiana, la familia, las tareas de cuidado y su vulnerabilidad como seres sexuales; los hombres narran desde la seguridad de lo público, un espacio esencialmente masculinizado.
Con una genealogía injusta y difícil de rastrear, las escrituras de mujeres son una expresión de rebeldía contra la muerte, contra los horizontes caducos del período y, sobre todo, contra el olvido. La mejor ofensiva frente a los pactos de silencio y la monopolización del discurso es la organización de un relato con textualidades disidentes y diversas que convivan sin sofocarse. La alianza entre las mujeres y sus memorias resulta, con todo, en una pulsión de vida y en un compromiso reparatorio con nuestra historia.