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Memoria del fracaso 

“¿Qué puede una imagen documental? A veces no solo el descubrimiento de su propia función retórica o una exploración de los alcances epistémicos de la realidad, sino también poner sobre la mesa memorias de las que nadie quiere hablar”, escribe Iván Pinto sobre Oasis, del colectivo MAFI, una película sobre el estallido social de 2019.

Por Iván Pinto

 

En su tercer largometraje, luego de Propaganda (2014) y la fallida Dios (2018), el colectivo MAFI estrena Oasis, su película sobre el estallido de 2019, sumándose a otro filme de 2024 sobre el mismo tema, la ya comentada aquí El que baila pasa (2024), de Carlos Araya. Mientras el documental de Araya se centra en el estallido mismo desde una perspectiva plebeya y anárquica, y haciendo uso del material viral de las redes sociales, el acercamiento del colectivo MAFI es casi todo lo contrario, una búsqueda por organizar en un relato unificado en estilo y discurso los difusos días ocurridos entre la revuelta social y el primer proceso constituyente. 

Como hicieron con sus dos obras previas, MAFI hace gala del llamado “plano Lumière” —un plano sin corte que contiene una unidad narrativa en sí misma— para registrar un proceso colectivo, sin protagónicos individualizados ni voz en off. El resultado es un engranaje observacional, donde el montaje y la orientación de los encuadres establecen puntos de vista definidos sobre algunos aspectos de un proceso, en un espacio-tiempo determinado. 

En términos de estructura, Oasis comienza con la secuencia del estallido tal como la conocemos: desde el “esto no prendió” por parte de Clemente Pérez, exdirector del Metro, a las barricadas en las calles, la confrontación con la policía, los dichos de Piñera sobre un “enemigo poderoso” y el Acuerdo por la Paz Social firmado transversalmente por partidos institucionales de izquierda y derecha. La película recoge esto como “punto de no retorno”, sin subrayarlo, y se entenderá de ahora en delante como un derrotero del proceso constituyente, constantemente tensionado entre este “acuerdo institucional” y las demandas sociales amplias visibilizadas por el estallido. 

El colectivo registra aquí, de manera más o menos representativa, la dinámica del proceso. La formación de comisiones, el espíritu inicial con el que Elisa Loncón —mapuche y experta lingüista— fue elegida presidenta de la primera parte de la Convención, o las loas por un proceso democrático, incluyendo la participación activa de constituyentes no pertenecientes al mundo de la política oficial, así como los escaños reservados por género y etnia. Con todo, la polarización, la campaña mediática de la derecha y, sin duda, cierto amateurismo tensionan el espacio, llegando a confrontaciones bien directas entre convencionales representantes de las líneas más extremas. Entre la desinformación, el ataque directo y la campaña del terror —por ejemplo, respecto de temas como la identidad de los símbolos patrios, el derecho a la propiedad o el medioambiente—, el proceso empieza a hacer agua, y el documental muestra esto con elocuencia, sin exceso de dramatismo y dejando que sean los hechos frente a cámara los que se muestren como tales. 

Oasis (2024) 
Chile, 85 minutos 
Dirección: Tamara Uribe, Felipe Morgado 
Productora: MAFI

El montaje cumple un rol relevante en el documental. No solo se centra en construir más o menos secuencialmente los eventos, sino en trazar la relación entre aspectos particulares y generales, entre ideas y contextos. A las ideas discutidas en la convención, la película contrapone su materialización tangible en imágenes documentales del país: la escasez de agua en el riego, la contaminación en un lago donde la élite del país se pasea en motonetas de agua, la pérdida de diversidad en lagos y ríos fruto de la sobreexplotación del salmón, las llamadas “zonas de sacrificio” como la comunidad de Ventanas, un paisaje general de desigualdad económica, regional y política.  

A esto se suma la disputa identitaria, concentrada aquí en demandas por reconocimiento —étnico, cultural, de género— y el retorno a la identidad “fuerte” defendida por grupos conservadores que, además, hicieron alarde de la burla, el desprecio y el odio para reivindicar cuestiones como la bandera nacional, el rodeo o el himno. Este esfuerzo por la denostación empaña el proceso con determinadas “pasiones tristes”, al decir de Spinoza, cuestión que empieza a inundarlo todo, algo que el documental muestra, nuevamente, con eficacia. 

El tratamiento formal de MAFI —el plano fijo y el montaje discursivo— tiene algunos logros. Por un lado, se crea un juego entre la “escena política” propiamente tal (el parlamento, la asamblea) y su trastienda anecdótica, es decir, los gestos o situaciones que construyen la “lateralidad” de un punto de vista, con la dificultad lograda de no perderse en el camino. Aunque el tratamiento Lumière se siente a ratos un poco agotado y cansino, la ficción observacional construye tanto una estructura de coherencia nítida para la mostración y la construcción de ideas —una suerte de “estabilidad” que habilita la dimensión comunicativa—, como también cierto “centro” enunciativo al que el documental permanentemente vuelve. 

Por su parte, el montaje discursivo expresa una idea central con claridad: por un lado, la dimensión colectiva del proceso, donde lo que permea la situación es la construcción ejemplar o modélica de “la política”—entendida como fábula—, con lo que se establece la radiografía de una crisis institucional de largo alcance. Con esta idea cierra el documental: el retorno cíclico de “lo mismo”, una “foja cero” donde un proceso urgente en sus motivaciones y puntos de arranque naufraga, dejando al país sumido en una crisis socioambiental importante. 

 ¿Qué puede una imagen documental? A veces no solo el descubrimiento de su propia función retórica o una exploración de los alcances epistémicos de la realidad, sino también poner sobre la mesa memorias de las que nadie quiere hablar. La película alimenta la conversación pública en torno al fracaso de la política como estrategia y, particularmente en este caso, de la izquierda local como proyecto colectivo. De esta forma, Oasis logra hablar de la herida no cicatrizada de nuestra historia más reciente.