Antinerudismo (y anticomunismo) es lo que advierte Verónica Jiménez en ciertas lecturas de la obra del poeta y de algunos rincones de su biografía. Que violador, que padre monstruoso, que adicto al estalinismo. Etiquetas basadas en recortes literales y fragmentarios de su obra, dice la escritora, y juicios no siempre ingenuos sobre los avatares de su vida. Una discusión ineludible, añade, a 50 años del Premio Nobel a Neruda.
Por Verónica Jiménez
La lectura de un fragmento literario como una noticia y del recorte de una carta como una evidencia: lecturas de resonancias mediáticas, que alientan el surgimiento de un antinerudismo que luego se opone a renombrar el aeropuerto de Santiago con el nombre del poeta; lecturas que hacen vacilar a escritoras entrevistadas en la prensa, forzándolas a ellas, lectoras con oficio, a interpretar sin método y emitir opiniones precipitadas. Cómo leer no parece una tarea tan simple como recorrer un texto y decodificarlo.
En los últimos años, he visto cómo se reiteran las invitaciones a leer literalmente o de un modo fragmentario ciertos escritos de Pablo Neruda (legalmente inscrito con ese nombre en el Registro Civil en 1946). Reconozco que no es simple arrancar una lectura desde y hacia los textos sin proyectar, simultáneamente, juicios y preconceptos —es justamente por eso que la enseñanza de lengua y literatura en todos los ciclos escolares reitera la práctica de una metodología de comprensión e interpretación de textos que consta de varias etapas—, tampoco es sencillo abstraerse de los nuevos modos de leer. Uno de ellos consiste en considerar todos los textos, sean estos literarios o no literarios, como discursos sociales. De ahí a leer un fragmento literario como una “noticia” hay un paso.
Hacía bien en despreciarme
La primera vez que oí la “noticia” de la violación descrita por Neruda en Confieso que he vivido fue en los momentos previos a la presentación de un libro. Me encontraba junto a una crítica literaria, y ambas levantamos las cejas e intercambiamos palabras de asombro. Para la época, los textos periodísticos ganaban preeminencia sobre los escritos literarios y, luego de que Nicanor Parra declarara que Chile era ya no un país de poetas sino uno de columnistas, en la página cultural de un diario, uno de esos columnistas, tomándose en serio la jugarreta lingüística de Parra, sostenía que la buena poesía era aquella que se podía entender (esto es, la que él podía entender).
En ese contexto fue que la lectura de la “noticia” se socializó en medios tradicionales e internet, y algunos se preguntaron por qué nadie la había descubierto antes. Una respuesta puede ser: porque antes el texto no había sido leído desde este “nuevo modo de leer”. Lo cierto es que tanto se ha redundado en la lectura noticiosa que, recientemente, Hernán Loyola la ha confrontado calificando de “pecado” al episodio narrado, entre otros. Con todo, pienso que aún es válido y oportuno proponer una experiencia de lectura más rigurosa y reflexiva.
En años siguientes al golpe noticioso, el tema fue rebotando en diferentes países, hasta que en España, donde la poesía viene dando tumbos hace tiempo, se emitió una especie de edicto para leer a Neruda como un violador. Lo dijo textualmente la poeta Elena Medel. Los españoles, que nos someten, a nosotros los hispano hablantes, a sus traducciones, puesto que somos parte de “su” mercado editorial, administran también los derechos de autor de Neruda, con bastante celo, y, por otra parte, promocionan en su prensa de derecha libros locales que cuestionan la figura del poeta, por violador, por abandonador y también por comunista. En ese país el antinerudismo alimenta, además, al siempre oportunista anticomunismo.
El antinerudismo leyó el texto de Neruda, antes que nada, como un relato veraz. No le interesó preguntarse por su función ni la intención de su autor, algo a lo que podríamos acercarnos a partir de los planteamientos del crítico Terry Eagleton. Hay que considerar que sus postulados, y en general los de la crítica literaria marxista, sobrevivieron bastante bien a la marea de la posmodernidad, tal como los grandes relatos lo hicieron en medio de la profusión de los relatos personales.
El valor de una obra que hace referencia a una realidad externa, dice Eagleton, no radica en la veracidad de la información que entrega sino en cómo la usa y articula el autor. Podemos leer que, en efecto, el texto de Neruda tematiza un acto sexual no consentido, encadenando de manera causal una serie de pulsiones y acciones —deseo, intento de seducción, sometimiento forzado, desprecio, comprensión del sentido del sometimiento y del desprecio—, y de esa tematización podemos extraer una síntesis: el acto descrito es una violación, un acto despreciable y, asumido como tal, algo que no debe repetirse. Hecho este análisis, nos preguntamos: ¿qué función cumple este texto frente al lector y cuál es la intención autoral que manifiesta? O, en otras palabras: ¿para qué escribió Neruda este texto y qué efectos quiere provocar en quienes lo leen?
En lugar de hacerse estas preguntas, el antinerudismo indica que hay que leer a Neruda como un violador, o no leerlo. Pero nada dice respecto de cómo hay que leer a los demás autores del siglo XX, y esto aunque sea bastante ingenuo pensar o sostener que si los contemporáneos de Neruda no escribieron sobre el acto de violar es porque ninguno de ellos lo cometió. El mismo razonamiento podría eventualmente ensayarse respecto de los escritores contemporáneos nuestros. En toda obra, sostenía el crítico Edward Said, interactúan literatura y realidad social, y tanto si lo dice explícitamente como si lo omite, toda obra nos informa acerca de su época.
Al parecer, Neruda no tenía una razón extra literaria para narrar este episodio. Las nociones de culpa o de pecado no parecen haber sido el motor del escrito. Lo que sí se puede afirmar es que estaba consciente de que este texto sería leído y que, aunque hay en el mismo libro pasajes oníricos o enteramente ficcionales, particularmente éste sería comprendido desde la verosimilitud de los datos entregados.
Hace muchos años, Oscar Wilde escribió que una obra no convierte en símbolo a la realidad que incorpora, sino que muestra, de forma mimética, lo que cada época representa por sí misma de manera simbólica. El simbolismo del siglo XX se asocia comúnmente con la guerra, pero también está expresado en el machismo y sus prácticas (en verdad, el siglo XX le quedó corto al machismo y, por ello, se está haciendo simbólico también, al menos en parte, en este siglo), y eso es lo que evidencia el texto de Neruda.
La comprensión de un texto, decía Said, se alcanza si se lo considera como un campo dinámico que cuenta con un rango de referencias potencialmente reales, referencias que se extienden como tentáculos hacia el autor, hacia el lector, hacia una situación histórica, hacia el pasado y hacia el presente. Y también hacia el futuro, podríamos agregar respecto del texto de Neruda, si intentáramos responder las preguntas acerca de la intención del autor y la función que cumple frente al lector.
Quizá sea oportuno en este punto releer un pasaje de Una poesía sin pureza, texto publicado en octubre de 1935, en el número 1 de la revista Caballo verde para la poesía, dirigida por Neruda en Madrid, y que funciona como un manifiesto que propone que ninguna zona de la experiencia quede fuera de los usos posibles de la literatura: “Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos”.
Recortes
Luego de la noticia de la violación, los medios comenzaron a informar que “el poeta más amado por la izquierda” había, además, repudiado y abandonado a su hija, que sufría de hidrocefalia. Para armar un relato coherente con ese juicio, los divulgadores se han valido, hasta el presente, del recurso de “sacar de contexto” sus palabras, recortando la carta que Neruda envió a su amiga Sara Tornú mientras él vivía en Madrid y ella en Buenos Aires. El recorte ha sido reproducido infinitas veces, en artículos periodísticos, en algún paper académico y en alguna biografía. El procedimiento, apartado de toda ética, no amerita quizá mayor tratamiento que la publicación de la carta completa.
De todas formas, es bueno reconstruir la línea de tiempo de la vida de Malva Marina. Pablo Neruda se había casado con María Antonieta Hagenaar en 1930. La hija de ambos nació agosto de 1934; Neruda no sólo no ocultó su existencia, sino que invitó a sus amigos a conocerla, entre ellos a los poetas Vicente Aleixandre y Federico García Lorca. Para 1936, Neruda había iniciado una relación con Delia del Carril y se había separado de su esposa. El contexto de la guerra civil hacía imposible que todos siguieran residiendo en España. Partieron entonces a París y, desde allí, María Antonieta y Malva Marina viajaron a Mónaco y, más tarde, a Holanda. Neruda vio por última vez a su hija cuando la visitó en 1939, un año antes de que ese país fuera invadido por los nazis. Finalmente, la niña falleció en 1943, con Europa aún en guerra. Según ha explicado Darío Oses, está documentado en cartas y papeles consulares que Neruda jamás dejó de enviar la mesada a su hija.
¿Qué tiempos son estos?
La pregunta es de la poeta estadounidense Adrienne Rich. La fórmula en un poema en el que habla de comunidad y revolución, empleando como pretexto a los árboles. El poema en sí es una mini clase acerca de la necesidad de preguntarse por la función del poeta en la sociedad, algo de lo que Neruda se ocupó en su obra y su actividad política.
Quisiera hacer una distinción en este punto. Desde hace un tiempo se viene cuestionando, en términos generales, la figura del poeta, no así su función. La función del poeta, un asunto medular y de reflexión honda, aunque de respuesta pausada, no parece compatible con la actual tiranía de “lo urgente”, que es también lo provisorio, lo precipitado, lo arbitrario. La retórica de lo urgente nos dice hoy que no hay poeta sino poetas, que no hay voces individuales, que los poemas los hacemos entre todos, por la vía de la reelaboración, que la poesía es más una práctica comunitaria que una producción estética particular, de tal modo que la función del poeta acaba por diluirse.
Nicanor Parra supo poner en tela de juicio la función del poeta presente en la obra de Neruda, en un ejercicio productivo y sin urgencias, pero, sobre todo, sabiendo que no podría desplazarla; a lo más, tendría que convivir con el pacto social y la estética nerudiana, mucho más universalistas. Parra se plantó desde otra posición frente a la poesía, como un catalizador del lenguaje de la tribu, pero reconoció a Neruda como el más popular de los poetas. La medida para ese escrutinio personal es bastante simple (e inequívoca): todo el mundo se sabe de memoria algún poema de Neruda, o partes de sus poemas; y “todo el mundo” quiere decir no sólo poetas, estudiantes de literatura o escolares “obligados” a leerlo, sino personas de distintos oficios, procedencias, gustos y personalidades, en español y en otras lenguas.
Plantarse desde la función del poeta es una tarea compleja y no muy ambicionada por quienes escriben poesía en estos días. Pienso que quizá esto se deba a que es más sencillo entrar al oficio desde la disolución de la figura del poeta, para formar parte de esas entelequias llamadas “los poetas” o “la poesía”. Integrar una comunidad imaginaria nos dispensa de algunas faltas y nos exime de situar nuestra voz en relación con la sociedad, paradojalmente desde la pertenencia a grupos cerrados: los poetas becarios de tales talleres, los integrantes de tales o cuales instituciones, la poesía chilena, la poesía de X lugar, etcétera. Esos grupos, incluidos los ligados a la fundación que lleva su nombre, hacen poco o nada por despejar la bruma de las lecturas literales de Neruda, que frecuentemente mimetizan a los hablantes de sus poemas con la persona del poeta.
Hay, por ejemplo, poemas que, como consecuencia del antinerudismo, son leídos hoy como alegorías machistas, sin contar para ello con apoyos textuales. Así, el verso “Me gustas cuando callas / porque estás como ausente”, perteneciente al Poema 15, que en una primera versión se tituló Poema de tu silencio, y que fue inspirado por un encuentro del poeta con Albertina Azócar, es interpretado arbitrariamente como un mandato de Neruda para que todas las mujeres nos callemos.
Más llamativo aún es que otro verso, extraído de un poema complejo, como lo es Alturas de Machu Picchu, sea leído linealmente, incluso por poetas: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta”. Este poema, que consta de varias etapas, admite algunas lecturas interpretativas, dentro del rango de lo razonable. Una de esas lecturas, que me parece particularmente asertiva, es la que hace Grínor Rojo, quien destaca el programa emancipador propuesto en el poema, que logra conjugar el legado indígena americano con la lucha de los pobres del continente. La poesía como un medio de conocimiento es en este poema, dice Rojo, siguiendo a Benjamin, iluminación profana al servicio de los oprimidos. Si alguna vez estuvo en el Olimpo, Neruda ya había bajado cuando escribió el Canto general.
La opción social de Neruda es puesta en tela de juicio por el anticomunismo, valiéndose de los cuestionamientos antinerudianos, aunque un Neruda clasista, cínico o fingidamente comprometido, como postulan algunos, es más bien una fabulación provocada por lecturas sesgadas o desinformadas, no sólo de su obra, sino también de su biografía, de su época y de los hechos históricos que lo rodearon. En 1972, siendo embajador en Francia, le tocó a Neruda defender la propiedad del cobre chileno frente a las amenazas de embargo por parte de capitales norteamericanos y, por ello, sus pasos fueron seguidos por el FBI y la CIA, como lo demuestran los archivos desclasificados por Estados Unidos. Asumir riesgos por otros representa un compromiso incuestionable.
El anticomunismo critica las alabanzas a la figura de Stalin en sus poemas, y hace parte al poeta del horror al que sometió a los soviéticos —que sería conocido con posterioridad—, aun cuando Neruda reconocería su equivocación en un pasaje de Confieso que he vivido. Los versos de Neruda evidencian ciertamente una idealización del modelo socialista frente al modelo capitalista, sin embargo, hay que reconocer que nunca adscribió al realismo socialista que dictara despóticamente el estalinismo, como tampoco lo hizo, por ejemplo, César Vallejo, también poeta de izquierda.
El anticomunismo nada dice sobre la donación de la Antología popularque hizo Neruda a la Unidad Popular, para que entregara gratuitamente al pueblo un millón de ejemplares, en 1972, pero rechaza los últimos versos que publicó en vida, bajo un título provocador: Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Se acusa en este libro combativo la ausencia de la imaginación nerudiana, o los sentidos desplegados en imágenes, o la hondura metafísica, y se repudia, sobre todo, su contenido, que acusa las maniobras norteamericas en contra de Chile y la actuación de algunos entes locales. Julio Cortázar cuenta que cuando lo visitó en Isla Negra en febrero de 1973, Neruda no podía ya levantarse de la cama. Le mostró el libro y le explicó cuál fue su intención al escribirlo: “Ya que no puedo ir a las manifestaciones ni hablarle al pueblo, quiero estar presente con estos versos que escribí en tres días”. Si Víctor Jara compuso canciones contingentes, y les reconoció una función distinta a las de su trabajo propiamente artístico, Neruda escribió, por su parte, poesía también contingente y explicó la función de ese gesto.
En 2020, un año en que muchas ideas entraron en conflicto, se publicaron artículos en periódicos de distintos países de América a propósito de los cincuenta años de la edición mexicana del Canto general, una obra importante, que en octubre fue leída completa en una lectura colectiva en Francia durante dos días. En Chile, a nivel mediático, nada se dijo. ¿Qué tiempos son estos?, nos preguntamos frente a ese silencio. La pregunta es válida y tiene varias matrices de interpretación; el antinerudismo y el anticomunismo parecen ser las principales.
En 2021 celebraremos (¿celebraremos?) el cincuentenario del Premio Nobel a Pablo Neruda. Haríamos bien en generar desde ya discusiones para intentar responder todas las preguntas acerca del poeta formuladas en la última década, las bien y las mal intencionadas, las mismas que en los últimos años se han despachado en una o dos líneas irreflexivas a través de columnas periodísticas, entrevistas, artículos, papers, carteles y redes sociales.
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Este texto surgió de las discusiones generadas en el taller “Cómo leer a Neruda y por qué”, convocado por la escritora y editora Verónica Jiménez. Las sesiones se realizaron de manera virtual entre el 11 y el 25 de noviembre de 2020, con participantes de Chile, Perú, Honduras y México. En el taller, se revisaron algunos poemas y prosas literarias de Pablo Neruda, así como textos periodísticos, testimonios y artículos provenientes del ámbito académico. El objetivo fue generar una reflexión a partir de ciertas lecturas literales que se hacen en la actualidad de parte de la obra del poeta y de algunas zonas de su biografía.