“Es preocupante que el mundo digital sea campo fértil para instaurar discursos y prácticas afectadas por esta desinformación, que en muchos casos es ejercida incluso, y de manera preocupante, por actores de la esfera política”, escribe la senadora universitaria Daniela Lavín.
Por Daniela Lavín | Crédito de imagen principal: Pexels.com
Nos encontramos inmersos en un mundo donde la inmediatez se ha convertido en una característica omnipresente de nuestra vida cotidiana. La actual era digital no solo ha cambiado nuestras costumbres, sino también ha instaurado una cultura de estar siempre conectados, siempre disponibles y en constante dependencia con el espacio digital. Su influencia ha llegado a tal punto, que una buena parte de las relaciones sociales han migrado forzosamente al territorio de las redes sociales, donde la interacción cara a cara ha sido sustituida por mensajes instantáneos, reacciones y publicaciones. Estar a un solo clic del mundo implica recibir aquel bombardeo de publicidad e información que predominan en aplicaciones como TikTok e Instagram, que influyen de manera preocupante en nuestra percepción de la vida y en nuestros sueños y metas.
La realidad de la que somos parte hoy es altamente dinámica, fluida y cambiante. La hiperconexión en la que vivimos nos obliga de cierta forma a alejarnos de nuestro entorno, de quienes nos rodean y de nosotros mismos. La infinidad de tendencias que surgen día a día, las que tenemos al alcance de nuestras manos, en nuestros bolsillos, influyen sin duda en la construcción de nuestra identidad y en nuestras reflexiones frente al futuro. Paradójicamente, mientras más conectado se está, más desconectados de nosotros mismos estamos.
Esta creciente desconexión ha dado paso a diversos problemas. La proliferación de las fake news, por ejemplo, se ha vuelto un fenómeno recurrente que afecta nuestros análisis del quehacer nacional —y también mundial— en sus diversos ámbitos. Es preocupante que el mundo digital sea campo fértil para instaurar discursos y prácticas afectadas por esta desinformación, que en muchos casos es ejercida incluso, y de manera preocupante, por actores de la esfera política. Esto no solo distorsiona la comprensión de ciertos hechos, sino que también permea el sentido común de los ciudadanos.
Hacer frente a la actual hiperconexión y a sus consecuencias, y, a la vez, a la desconexión que tenemos con lo tangible son tareas que debemos poner sobre la mesa con urgencia. La digitalización de las relaciones y de la vida cotidiana nos ha alejado de nuestro medio, debilitando el tejido social y dando amplia cabida al individualismo. Esto nos exige comprender y enfrentar estos problemas de forma colectiva, revitalizando la participación en nuestros territorios y desbordando los límites que la era digital actualmente nos impone. Solo así podremos hacer frente a los dilemas que estos tiempos, marcados por la inmediatez y el exceso de información, nos imponen.
En este contexto, la organización y la participación activa se revelan como herramientas fundamentales, no solo para estar a la altura de los desafíos sociales, políticos y culturales del presente, sino también para generar un espacio de reflexión y cuidado de nosotros mismos.