Hace cinco años, la cofundadora de Kilombo Negrocéntricxs, organización de activismo afrofeminista que busca concientizar sobre la identidad negra, viajó más de seis mil kilómetros desde Colombia hasta nuestro país. Al poco tiempo, notó que había llegado a una sociedad racista y xenófoba, lo que determinó su mirada sobre la discriminación. “En Chile, la comunidad migrante más violentada es la más oscura, la comunidad haitiana. Es momento de que los chilenos se den cuenta de que esto de salvarse cada uno no tiene ningún sentido, porque vivimos en comunidad, y para ello debe haber acuerdos comunes”, dice Palacios, una de las voces fundamentales del debate afrofeminista local.
Por Monserrat Lorca
La organización Negrocéntricxs nació en 2019 de la mano de un grupo de mujeres afrodescendientes que se propusieron denunciar públicamente el racismo y luchar contra la discriminación. Paola Palacios es una de las fundadoras del Kilombo —como lo llaman—, un colectivo que ha logrado notoriedad en Chile gracias al trabajo que han hecho sus integrantes por la causa que las motiva: generar un espacio de resistencia en el que se rescate y fortalezca la identidad y la conciencia de la mujer negra y/o afrodescendiente. A través de distintas estrategias etnoeducativas y socioculturales, las miembros de Kilombo Negrocéntricxs participan en actividades de visibilización, en conversatorios sobre el tema y en espacios de diálogo gubernamentales.
El grupo se define como “un laboratorio comunitario” que entiende la afrodescendencia y la negritud como “procesos revindicatorios, reconocedores de la herencia africana de la población negra en América”, pero también como “un concepto político, de significación de la experiencia propia y (de) apropiación de espacios políticos históricamente negados”.
Paola Palacios, diseñadora gráfica de profesión, se identifica como negra, mujer, migrante, afrodiaspórica y afrofeminista. Se presenta como una activista por la justicia social y por las demandas históricas de visibilización y respeto hacia la comunidad afrodescendiente, un perfil que la ha relevado como una de las voces fundamentales del debate sobre afrofeminismo en Chile. Dice que es una utopía pensar en la brevedad en una sociedad completamente intercultural, pero que los avances hasta la fecha propician un camino para la transformación total.
“En Chile, la comunidad migrante más violentada es la más oscura, la comunidad haitiana. Es momento de que los chilenos se den cuenta de que esto de salvarse cada uno no tiene ningún sentido, porque al final vivimos en comunidad, y para ello debe haber acuerdos comunes, etarios, donde yo también tengo que ceder algunas cosas que me gustan hacer para que el otro pueda estar cómodo. Mi invitación es a repensar el espacio cotidiano, a pensarse en la micropolítica, porque creo que de ahí vamos a poder construir los espacios macro”, dice la activista desde Brasil.
Te has definido como “protagonista de la condición específica y compleja de nacer, vivir y sobrevivir en un cuerpo negro”. ¿Qué significa denominarse así en la sociedad actual?
—Esta definición hace alusión a la complejidad de vivir en el territorio chileno siendo una persona negra. Chile es un país abiertamente racista. El racismo en cada territorio tiene connotaciones distintas, y en Chile, en particular, está avalado socialmente. Las personas te violentan en la calle, te gritan cosas, insultos racistas. Yo he estado en otros países donde esto no es tan fuerte, así que me defino protagonista también. Defendemos nuestra lucha por el respeto, porque es nuestra vivencia a diario. Cuando eres una persona visiblemente negra, salir de tu casa es un desafío diario y tienes que tomar una decisión: si vas a dejarte maltratar por la sociedad, o vas a tomar una posición activa. Esas son las luchas, las implicancias, que tiene esta autodefinición en la sociedad chilena.
Tu lucha como afrofeminista se asocia directamente a que eres, como indicas en tu presentación, “afrodiaspórica, negra y mujer migrante”, lo que consideras “una condición triplemente específica”.
—Las personas estamos compuestas por diferentes factores. En mi caso, soy afrodiaspórica porque pertenezco a la comunidad descendiente de África, pero somos nacidos en otros territorios, específicamente aquí, en América Latina. También me defino afro de África, por eso me defino negra, porque lo negro históricamente ha sido lo malo, lo negativo, lo negado. Somos el mismo pueblo negro el que ha tomado esta palabra, inicialmente usada por el colonizador para denostar, para sacar nuestra humanidad, pero la hemos cogido y la hemos resignificado en pro de nuestra lucha. Mis amigas me dicen que a veces no hablan para que la gente no escuche su acento y, a través de esto, la identifiquen como extranjera. En mi caso, como persona negra, no puedo hacer esto porque tengo la marca de la inmigración en la piel oscura.
Al mismo tiempo, soy una mujer migrante, una persona que tomó sus cosas y llegó hasta Chile para construir su vida en este lugar. En ese sentido, estas aristas racistas confluyentes terminan siendo de discriminación. El Estado se ha encargado de instaurar que lo blanco es bueno. Ha habido varios procesos de blanqueamiento, de chilenización, que tienen que ver con esa aspiracionalidad que se respira en el ambiente. Tú hablas con alguien de Chile y una de las primeras conversaciones es sobre abuelos europeos. Yo conozco otros países de América Latina y esto de “mi abuelo era alemán, mi abuelo era italiano” no es tan común. Pero hay que decirlo: muchas veces no son fruto de una descendencia directa y orgullosa, sino que descienden de algún colono estuprador de alguna bisabuela o tatarabuela indígena.
Históricamente, ser mujer en nuestra sociedad es una desventaja y, si a eso le sumamos ser negra y ser migrante, se tiene una desventaja aún mayor. Porque es distinto ser una mujer migrante mestiza o blanca que ser una mujer migrante negra.
Diversos trabajos que has realizado se vinculan con proyectos y organizaciones comunitarias relacionadas a temas de género, etnicidad, antixenofobia y antirracismo. ¿Cuál es la importancia de hacer cruces entre estos elementos, es decir, de tener un enfoque interseccional a la hora de pensar el mundo en que vivimos?
—A mí me gusta mucho generar espacios con otras comunidades, aparte de la comunidad negra y de la comunidad migrante, como por ejemplo con la comunidad LGTBIQ+, con la comunidad indígena, con la comunidad trans. Conocer un poco la lucha del que está al lado es la única manera en que voy a poder comprender que el mundo no gira alrededor mío, que las opresiones no son únicas y exclusivas para un grupo humano, sino que afectan a un abanico bien amplio de personas y que tienen cimentaciones diversas. Yo creo que gran parte de lo que nos ha faltado como movimiento [feminista] es precisamente interseccionalidad, para que los derechos de una no avancen pisoteando los derechos de otra.
Si analizamos avances o retrocesos en materia de políticas públicas vinculadas a la interculturalidad en Chile, ¿cuánto queda por hacer? ¿Cuáles son las deudas que tenemos en temas de integración?
—Creo que la deuda es ampliarse. Recién en Chile se están abriendo algunas ventanas —porque no creo que sean puertas— desde donde se puede empezar a avanzar. Tengo que decir que desde este nuevo gobierno hay hartos buenos gestos para generar otros enclaves de comunicación y otras iniciativas que valoro, al menos está la intención, que no cambia nada, pero es un buen inicio. El gobierno de Sebastián Piñera no tomó la situación de la migración con seriedad, solamente se habló mal en los medios de lo que estaba sucediendo. Eso no tiene ningún sentido, más allá de hacer que la gente del común le tenga odio a personas que no conoce.
Se suele decir que somos un país racista. Señalaste que una de tus labores principales es fortalecer la conciencia negra en Chile. ¿Cómo te has propuesto lograr este objetivo?
—Hay una diversidad de organizaciones en este momento que dan la pelea, una diversidad de cruces entre academia, movimientos sociales y organizaciones de otras temáticas que han ido integrando el tema antirracista. Es un desafío grande, pero al mismo tiempo hemos ido desarrollando maneras para que socialmente se comprenda que Chile no es un país blanco. Nosotras generamos espacios de conversación durante todos estos años y eso ha hecho que mucha gente afrochilena empiece a descubrir que el fenotipo negro en Chile no está desaparecido. Es cuestión de caminar en las plazas de las ciudades principales de Chile y ver un montón de personas, sobre todo mujeres. Se nota harto por el tema del cabello, mucho afro, mucha piel oscura. Hemos ido cimentando el autorreconocimiento y el orgullo. Luchamos para que lo negro no sea visto como algo negativo. Vamos lento porque no somos grupos tan grandes, pero de a poco hemos ido girando la manilla y creo que se está notando.
El periodista peruano Marco Avilés ha dicho que la columna vertebral de América Latina es el racismo, que opera como nuestro lenguaje común, ¿Estás de acuerdo con esto?
—Estoy totalmente de acuerdo. La división que se hizo en la Colonia, el bloqueo colonial que ha perpetuado la desigualdad por siglos y el proyecto colonial de robar personas desde África, de esclavizarlas, de venir a este continente a esclavizar a quienes ya habitaban el espacio; todo tiene que ver con la raza y lamentablemente se ha tratado de ocultar. Obama fue presidente, pero las excepciones no hacen que una comunidad esté mejor. Somos una comunidad sumida en el empobrecimiento, en la falta de acceso a salud, a vivienda, a justicia.
Dices que eres creyente en “la utopía de una sociedad intercultural y pluriétnica”. ¿Por qué una utopía? ¿Crees que en el corto plazo podamos avanzar hacia una sociedad más integrada?
—Uso la palabra utopía porque creo que los cambios sociales son paulatinos, lentos y generacionales. Para que podamos realmente hablar de una sociedad intercultural y pluriétnica necesitamos bastante tiempo, apertura de mente y un cambio cultural. Eso fue lo que generó el proceso de dictadura, un cambio cultural donde solo me interesa lo que me pase a mí o a mi grupo familiar. Pero para desarticular esa individualidad no lo vamos a hacer en dos, tres, ni diez años. Si yo, como individuo, en vez de pensar solo en mí, empiezo a cambiar mi cultura, empiezo a comprender que el otro es válido, que sus ideas, que sus planteamientos y que su experiencia son válidos, empiezo a desarrollar un poco de empatía. Necesitamos educación de calidad para que los chiquitines que van al colegio, a la escuela o al jardín no vean al niño que es hijo de padres haitianos como un extranjero. La identidad chilena es amplia, pero esto va a demorar y por eso lo hablo como una utopía. Creo que va a ser difícil que yo lo vea. Estoy esperando el nacimiento en las próximas semanas de mi hija afrochilena y espero que en su etapa adulta la situación haya cambiado bastante para su generación.