En Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas, Juan Cristóbal Peña “reelabora textos anteriores y hace un seguimiento de sus personajes, actualizándolo, con la sabiduría de quien conoce en profundidad el panorama político, y con la capacidad crítica de un lector ya antes interesado por las ambiciones literarias de un personaje tan bizarro como Pinochet”, escribe Lorena Amaro.
Por Lorena Amaro | Foto principal: Gentileza Universidad Diego Portales
Hace unas semanas La Tercera publicó una lista de los mejores libros de 2024, en la que no aparecía, para mi sorpresa, Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas, de Juan Cristóbal Peña. Yo misma, consultada por ese diario, no lo incluí, pensando que otros lo mencionarían. Dos son las razones: su autor, Juan Cristóbal Peña, es un conocedor como pocos de los entretelones de la dictadura chilena, con libros fundamentales como Los fusileros (2007) o La secreta vida literaria de Augusto Pinochet (2013). En segundo término, la historia que aborda aquí es digna de una novela de espionaje: la doble vida de una mujer que trabajó para la DINA, que participó en el atentado contra el general Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert y, al mismo tiempo, soñaba con hacerse un lugar como escritora en el Chile de los ochenta.
No pretendo explicarle a nadie las arbitrariedades de las listas de fin de año, sino solo dejar constancia del valor de este volumen, cuyo origen se remonta a los reportajes escritos por Peña para Ciper en 2010, donde ya abordaba la inaudita historia de Mariana Callejas, cuya vida familiar se desarrolló durante años en “Quetrupillán”, la casa cuartel de Lo Curro, donde el químico Eugenio Berríos producía gas sarín y donde fue asesinado el diplomático español Carmelo Soria. De hecho, se podría pensar que no hay novedad en el tema, ya que no pocos textos se han inspirado en este personaje siniestro que, al mismo tiempo que recibía y agasajaba a los escritores que participaban en sus talleres y fiestas, formaba parte de crueles planes y conspiraciones. Pedro Lemebel escribió sobre ella en la crónica “Las orquídeas negras de Mariana Callejas (o el centro cultural de la DINA)”, publicada en 1998; en la novela Nocturno de Chile (2000), de Roberto Bolaño, aparece transfigurada en “María Canales”, y Nona Fernández hizo de esto el argumento de la obra de teatro El taller (2012). No obstante, la investigación de Peña aporta una gran cantidad de información menos conocida sobre la vida de Callejas y su turbulenta relación con Michael Townley.
Peña logra sortear el peligro de transformar a Callejas en una heroína. Con este personaje era tentador caer en una suerte de fascinación, ya que se trata de una mujer que abandonó a los 18 años su pueblo natal de Rapel, en el Norte Chico, para irse a vivir en un kibutz —no porque fuera judía, sino porque la convencieron unos amigos que sí lo eran—, que fue madre muy joven, vivió entre Estados Unidos y Chile y se enamoró de Townley cuando este apenas cumplía los 18 años y ella ya tenía dos hijos. Tema aparte es su relación con la escritura y sus primeros relatos, inspirados en la vida de judíos neoyorquinos a los que conoció, como conoció también a cubanos anticastristas y a fascistas italianos que en los 70 recalaron en la casa de Lo Curro. Toda una vida aventurera que Peña cuidadosamente modela, reiterando cuál fue el tamaño de su infamia a lo largo de un texto que quizás pudo ser más breve. Se hizo necesaria la insistencia con que Peña dibuja la soledad, el descrédito, la condena social que vivió Callejas desde el momento en que se hizo pública la participación de Townley en el atentado contra Orlando Letelier. Comenzaría entonces su peregrinaje en busca de reconocimiento y amigos: “A esas alturas (…) es probable que haya estado habituada al rechazo. Es probable también, como dijo ella, que no fuera fácil destruirla. Pero su orgullo se resquebrajaba por una doble humillación: al tiempo que sus posibilidades de publicar se cerraban, una y otra vez, y sus antiguos compañeros del taller literario de Lo Curro eran reconocidos con premios, publicaciones y ventas”. Así se refiere Peña a la relación de Callejas con los escritores Carlos Franz, Gonzalo Contreras y Carlos Iturra, compañeros suyos en el taller de Enrique Lafourcade y, posteriormente, miembros de su propio taller.

Juan Cristóbal Peña
Ediciones UDP, 2024
270 páginas
Es posible detectar en la prosa de Peña una evolución considerable desde los textos de Ciper, que la acercan más a un libro como La hermana menor, de Mariana Enríquez, que a sus propios libros anteriores. Por ejemplo, está el recurso de indagar en los cuentos escritos por Callejas buscando mostrar así el imaginario violento y también contradictorio de la agente de la dictadura, una decisión que no entorpece en nada el desarrollo narrativo: por el contrario, lo nutre. Es muy interesante que Peña utilice estos textos hoy difíciles de hallar, ya que con ello también introduce la pregunta por la literatura que escribió Callejas. En su momento algunos intentaron defenderla, como Enrique Lafourcade o, más sorprendentemente, Germán Marín, en su papel de editor en Sudamericana, quien vaciló sobre si debía publicar sus cuentos, un tema que abordó con el entonces gerente general, Arturo Infante. Peña entrevistó a este último. Según Infante, Marín le dio ejemplos “de escritores célebres que habían simpatizado con Mussolini, con Franco o con Hitler. Gabriele D’Annunzio, Camilo José Cela, Günter Grass, Eugène Ionesco, Emil Cioran”, también le habló de Céline. Pero si bien “¿Conoció usted a Bobby Ackermann?”, el cuento estrella de Callejas, es un buen relato, no es comparable, ni con la mayor buena voluntad del mundo, con Viaje al fin de la noche, ni tampoco “simpatizar” es lo mismo que asesinar y matar a dos personas. De esta brutalidad se daban cuenta la mayoría de los editores y escritores que trataron con ella, si bien casi nadie se atrevió nunca a confrontarla.
“En ese cuadro amplio y deforme de la Nueva Narrativa Chilena, los cuentos de Callejas bien podrían haber tenido cabida, pero de ella solo se ocupaban las páginas de crónica y de tribunales”, escribe Peña, bastante inteligente en su comprensión de ese panorama oscuro, en que al lado de nombres muy valiosos, como los de Pía Barros, Ana María Del Río o Ramón Díaz Eterovic, rondaban otros de escritores que sacaron provecho de la situación política atrincherándose en las páginas de El Mercurio. Creo que el periodista solo se apresura un poco cuando arriesga la hipótesis de que “el punto de partida del derrumbe del movimiento” de la Nueva Narrativa (¿fue un “movimiento”?) estuvo en la publicación de la crónica de Lemebel sobre Callejas. ¿No fue el hecho mismo de que se impusieran los nombres de Lemebel y Bolaño en la escena literaria de los 90 y de que aparecieran narradores jóvenes más interesantes lo que hizo evidente la precariedad de esa construcción de mercado que fue la Nueva Narrativa?
Pero Letras torcidas no tiene por qué ser un libro de crítica literaria. Sí es un excelente perfil donde reelabora textos anteriores y hace un seguimiento de sus personajes, actualizándolo, con la sabiduría de quien conoce en profundidad el panorama político, y con la capacidad crítica de un lector ya antes interesado por las ambiciones literarias de un personaje tan bizarro como Pinochet. “A mí no se me trata de usted”, le dice Callejas a Peña durante las conversaciones en el departamento frío y sin alma donde habitó sus últimos años, amargada por haber sufrido el abandono de la dictadura a la que tan brutalmente sirvió, pero sobre todo, por el desdén con que la trató ese mundo literario que le dio la espalda. Una mezcla triste de coquetería, autoridad y dureza, contradictoria como muchos de los materiales que Peña trata con pinzas en este libro.