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Por qué volvemos al teatro (una y otra vez)

Ya no recuerdo dónde ni cuándo, pero hace algunos años llegué a una entrevista en que Brian Eno reflexionaba sobre su creación. Explicaba que una de sus búsquedas musicales consistía en lograr que esos momentos placenteros contenidos en una canción —que normalmente no superan los dos o tres— se extendieran tanto como fuera posible, para dar por resultado una canción o un disco entero compuesto solo de una concatenación de sonidos placenteros prolongados en el tiempo.

Lo propuesto por Eno es una búsqueda de aquellos sonidos que cautivan, que obsesionan y que, de algún modo, son la razón por la que volvemos a escuchar una canción una y otra vez, y por la que la música es capaz de convertirse en una experiencia estética. De ello se desprende la posibilidad de articular una pieza artística utilizando estos momentos de goce como materia prima, dejando al descubierto la pregunta sobre qué es lo que nos seduce, en este caso, cuando escuchamos música.

En esa línea está Este teatro no está vacío, obra de creación colectiva basada en textos de Guillermo Calderón, Harold Pinter, Juan Radrigán, Gabriela Mistral, María Izquierdo y Ana Luz Ormazábal, en la que se propone una búsqueda similar pero trasladada al teatro. A propósito del extendido cierre de teatros producto de la crisis sanitaria, este trabajo plantea una reflexión sobre eso que se echa en falta del teatro, entendiendo esta práctica desde su dimensión de acontecimiento y, por tanto, ahondando en lo que implica la experiencia de presenciar una obra.

Desde el inicio, la puesta en escena hace un fuerte énfasis en lo musical: la obra abre con una interpretación actoral frente a un piano y sigue con una concatenación de escenas que se proponen como momentos dentro de un flujo total, sin generar cortes entre escenas, como lo haría una coreografía o una composición musical. Durante el transcurso de la obra volvemos a ver citas al lenguaje musical y a monólogos y escenas de obras de la tradición teatral chilena que alguna vez albergó el Teatro UC, como la tan recordada Neva. También somos testigos de composiciones vocales y corporales que insisten en una búsqueda escénica por el error, explorando la posibilidad de la falla como un recurso escénico que subraya el presente, interrumpiendo textos o modificando repentinamente la propuesta vocal.

Todo se inscribe en un diseño escénico que cita el universo técnico del teatro, usando el concepto del afore, aquella tela negra tras la que se oculta el aparataje técnico, ese maquillaje tan utilizado para invisibilizar elementos, y que aquí tiene una relevancia estética, resaltando así los elementos y recursos propios de la sala teatral.

Este teatro no está vacío insiste en lo teatral desde diversos flancos, abriendo preguntas sobre la experiencia del teatro y cuestionándose sobre qué es lo que extrañamos de la presencialidad. Ese sentido de expectación se encuentra aquí en algún lugar en medio de momentos musicales, de aquellos errores que producen risa, de ver un cuerpo moverse con gracia, monstruosidad y entrega; de ver el telón abrirse y cerrarse, de sentir el vértigo de una actriz interpretando un monólogo al borde del fallo y de escuchar voces haciendo magia al combinarse y crear sonidos particulares.

En este sentido, la obra resalta esos momentos cautivadores que encapsulan lo que nos produce goce al experienciar una obra. Vuelvo al ejemplo del inicio: hay una razón por la que escuchamos repetidamente una canción, y lo mismo ocurre con el teatro. Esa es la búsqueda detrás de Este teatro no está vacío: regresamos al teatro una y otra vez por esos instantes que reivindican el presente en una obra, que privilegian el acto de experienciar por sobre el acto de ver

Esos momentos no se pueden nombrar o enumerar; son los que guardamos en la memoria y a los que volvemos cuando recordamos una obra. Son los momentos que ocultan uno de los misterios que rondan toda creación teatral: ¿qué vemos cuando vemos teatro?

Así, Ana Luz Ormazábal y el equipo de esta creación colectiva emprenden una investigación que da como resultado una obra que, si bien hace un ejercicio de memoria, de tributo, e incluso de conmemoración de la historia contenida en el edificio del Teatro UC —también cuando está vacío—, también insiste en lo que nos hace vibrar en cada experiencia teatral, lo que se explora mediante escenas tejidas en un flujo que esquiva constantemente las aproximaciones racionales.

La obra se centra, en parte, en la historia de ese teatro que podríamos etiquetar de tradicional, a través de referencias claramente dirigidas a un público con conocimientos previos, con un capital cultural e incluso, a ratos, con una carrera de teatro encima. Proponiendo procedimientos escénicos contemporáneos, transdisciplinares y experimentales, Este teatro no está vacío huye del lugar común del homenaje y propone una mirada autoral en torno a la memoria, resaltando que cuando se recuerda, inevitablemente, lo que se trae al presente se contagia del momento actual.

De ahí que este trabajo plantee la necesidad de articular los relatos históricos en concordancia con los lenguajes del presente y con la experiencia del presente. De nada sirve la nostalgia, de nada sirve cristalizar relatos y volverlos monumento. Al preguntarnos por las razones que hacen que algo ingrese al relato histórico del teatro, nos preguntamos también por la dimensión emotiva que hay en ello: tal vez una obra se recuerda porque se vibró con ella, pero ¿qué hace que la recordemos o no? ¿Qué es lo que nos hace volver al teatro?

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Este teatro no está vacío – Hasta el sábado 11 de junio en Teatro UCCreación colectiva basada en textos de Guillermo Calderón, Harold Pinter, Juan Radrigán, Gabriela Mistral, María Izquierdo y Ana Luz Ormazábal | Dirección: Ana Luz Ormazábal | Elenco: María Izquierdo, Camila González Brito y Josefa Cavada

Crédito fotografías: Eugenia Paz