Desde el inicio de las históricas manifestaciones de octubre de 2019 la música ha sido un relato paralelo del hastío social. “No son treinta pesos, son treinta años”, fue la consigna inicial del movimiento, y hay canciones como evidencia de esos treinta años de protesta latente. Se veía venir, desde luego. Y sobre todo, se escuchaba venir.
Por David Ponce
Hacia las cuatro de la tarde de esa jornada de viernes, en la primera cuadra de la santiaguina avenida Vicuña Mackenna, estaba instalado un camión a modo de escenario improvisado. Era el día que dentro de poco rato iba a quedar en la historia con mayúsculas: la fecha de la Marcha Más Grande de Chile, el viernes 25 de octubre de 2019, cuando al menos un millón doscientas mil personas se congregaron en la calle sólo en Santiago, a una semana de iniciado el movimiento social por demandas ciudadanas y contra el gobierno de Sebastián Piñera.
Arriba de ese camión precario y entre el aire enrarecido por las bombas lacrimógenas llegó a tocar la popular banda Sol y Lluvia. Una de sus canciones, “Armas, vuélvanse a casa”, se había vuelto una consigna espontánea tras una semana de militares fuera de sus cuarteles a raíz del Estado de Emergencia decretado por el Presidente entre el 18 y el 27 de octubre. Rato antes un músico callejero preparaba el ambiente con una melodía de zampoña y guitarra aprendida de Inti-Illimani. A su lado un señor traía puesta una polera negra con la frase “En todas las esquinas viva la libertad”, verso del grupo Congreso. Y luego de la actuación de Sol y Lluvia, la trombonista del grupo, Isadora Lobos, dejó prendido el coro de la audiencia con la melodía de “Chile despertó”.
No siempre ha habido escenarios así en estas semanas de manifestaciones callejeras desde el 18 de octubre. Pero siempre ha habido música. Ha bastado salir a las calles para encontrar guitarristas aficionados, bandas de bronces, batucadas, tinkus o chinchineros, para corear cánticos con manifestantes o para leer versos de canciones inscritos en paredes y pancartas. Se oyen una y otra vez “El baile de los que sobran”, de Los Prisioneros, “El derecho de vivir en paz”, de Víctor Jara, y “El pueblo unido”, de Sergio Ortega, y Violeta Parra se multiplica en carteles, papelógrafos y rayados, con la clarividencia de versos como “Miren como se alistan cabo y sargento / para teñir de rojo los pavimentos” si hay que referir a las víctimas de la represión uniformada, o de títulos como “Miren como sonríen” si se trata de retratar algo tan puntual como el rictus del ex ministro Andrés Chadwick en tres palabras certeras.
La música popular es repertorio, pero además es referencia. Ante una idea recurrente en esos primeros días de revuelta, sobre lo difícil que fue anticipar este conflicto, la canción es un desmentido, como constancia previa y cuantiosa de los motivos de la crisis. Cierto que fue un asalto por sorpresa, pero lo impredecible pudo ser el momento, no el estado de cosas que transformó la chispa en incendio. Sobre ese estado hay literatura, hay un historial movilizaciones previas y hay música. “No son treinta pesos, son treinta años” es una de las consignas iniciales del movimiento, tal vez la primera, y de esos treinta años existe evidencia grabada en canciones.
Es posible remontarse a los inicios de la transición en los ’90 para trazar desde ahí la denuncia del Chile post-dictatorial hecha en versos y música. El sello disquero Alerce había producido el más cuantioso repertorio musical contra la dictadura de Pinochet en los años ’70 y ’80 y siguió difundiendo a grupos de esa escuela. “No voy a bailar al ritmo de ningún general” afirmaban los citados Sol y Lluvia en el disco Hacia la tierra (1993), como si fuera una respuesta a los enclaves dictatoriales vigentes, y el dúo Schwenke & Nilo grababa en “Anda un pueblo” (1993) la estrofa “Este pueblo se pasa el tiempo / pareciéndose a los demás / sus canciones son otra lengua / no hay oídos para el de acá / el Estado es un ente inerte / con una sola ocupación / tener en calma al poderoso / sea gerente o general”. Eran versos molestos para la época, visto el desuso en que habían quedado palabras como “pueblo” en el escenario político de consenso, pero sorprende su sintonía con las rimas de “Al pueblo le asusta la revolución”, canción grabada dos décadas después por el rapero Portavoz en 2012. Dos momentos, dos lenguajes, la misma observación.
El rock, el punk y el rap aportaron orígenes proletarios genuinos a este discurso crítico gracias a bandas como Panteras Negras y sus rimas de población popular, Los Miserables con una combinación de ska y punk rebelde o Sandino Rockers con su ska militante. La Banda del Capitán Corneta apuntaba a la brutalidad policial en el blues “Sarna” (1994), mientras Profetas y Frenéticos en su segundo disco, Nuevo orden (1992), capturaban instantáneas como “Nuevos tiempos, todos amigos / cualquier idiota se disfraza y pasa por ovejilla” en “Nuevo orden” o “Ellos hablan de que se preocupan por darnos bienestar a cada cual / y todos tener / y yo quiero comprar también antes de que se acabe el stock” en “Caribou Lou”. Hijos de los años finales de la dictadura, Fiskales Ad Hok tienen en el historial títulos contestatarios como “El cóndor” (1993), donde el cantante Álvaro España imagina un cóndor que baja de las montañas y cubre de una diarrea justiciera instituciones como La Moneda, el Congreso y la Iglesia, y siguen en esa línea con canciones como “Odio”, “Cuando muera” o el disco Lindo momento frente al caos (2007).
Hasta grupos más visibles del pop y el rock de los ’90 mostraron cuotas de contingencia, en la supuesta crisis moral acusada por la iglesia católica que Beto Cuevas cita en “Tejedores de ilusión” (1993) de La Ley, en canciones de Los Tres como “La primera vez” (1991) o “De hacerse se va a hacer” (1997) y en el verso “Hasta cuándo con eso de todo está bien / basta ver las vitrinas y el Senado también” con que Colombina Parra inicia la canción “Vendo diario” (1996), de los Ex. En la misma época el libro “Chile actual – Anatomía de un mito” (1997), de Tomás Moulian, parece ser la lectura de cabecera del Joe Vasconcellos que grabó “La funa” y “Preemergencia” (1997), con menciones al “alto precio de la modernidad” y “lo absurdo con celular”. El trovador Francisco Villa venía cantando a la juventud nacida en dictadura en “Mi generación” (1993) y al transformismo político de parte de la misma generación en “¿Qué fue de ti?” (2000). Y en el caset La esperanza intacta (2001) editado por el sello autogestionado Masapunk, la banda hardcore Malgobierno hacía referencia a lo bonito de legislar con versos como “Orgulloso de trabajar / en el Senado de Pinochet”, de la canción “Legislar”, con el dictador todavía investido como senador vitalicio.
En el nuevo siglo fue sobre todo el rap el que hizo explícito el mensaje. Makiza había traído su visión de hijos del exilio a fines de los ‘90 mientras Legua York o el colectivo Hip-hoplogía, con raperos como GuerrillerOkulto y Subverso, marcaban presencia en barrios y poblaciones. En especial Subverso produjo una serie considerable de canciones con “Infórmate”, “San Bernales”, “El jarrazo” y “El padrino” (todas de 2008), “1.500 días” (2009), “Terroristas (2010), “Rap al despertar” (2011) y “Lo que no voy a decir” (2013) y con rimas como “Hay mil quinientos días entre cada votación / mil quinientos días de lucha y organización”.
Ese underground tenía para mediados de la década un arrastre de masas con raperos como Salvaje Decibel, Mente Sabia Crú y decenas de otros nombres. La revuelta escolar de 2006 y las manifestaciones generalizadas de 2011 tuvieron un correlato considerable en el rap, con maestras de ceremonia como Michu MC y Belona y con el disco Escribo rap con R de revolución (2012), de Portavoz, incluidas canciones como “Donde empieza”, con Subverso, y «El otro Chile», con Stailok.
Anticipada también a 2011 apareció la escena de solistas como Camila Moreno, llamativa desde su inicial canción “Millones” (2009), y Ana Tijoux, graduada de Makiza y autora de éxitos como “Shock” (2011), “Mi verdad” (2013) y “Vengo” (2014). Y en paralelo crecía un movimiento mestizo donde se encontraban la conciencia latinoamericana de La Mano Ajena en “Favela” (2005), la canción de barricada de Juana Fe en “La bala” (2010) o el encuadre del país como fantasía exitista retratada por La Patogallina Saunmachín en el disco Chile (2011).
Desde entonces es posible trazar lazos entre cada reivindicación de los últimos años y canciones respectivas. La cantora mapuche Daniela Millaleo el rapero Luanko son voces de pueblos originarios de primera fuente. Del poder corrupto de la iglesa ya daba señales Camila Moreno en «1, 2, 3 por mí, por ti y por todos mis compañeros» (2011). De los movimientos estudiantiles trataba la canción “Michelle y los pingüinos” (2007), de Mauricio Redolés, y el incendio de la Cárcel de San Miguel en 2010, con su testimonio dramático de inequidad nacional, quedó patente en “Cárcel arde” (2011), de Manuel Sánchez. La denuncia en temas ambientales consta en obras como “Pascua Lama”, de Santiago del Nuevo Extremo (2011), o “De Pascua Lama” (2011), canción de Patricio Manns que ganó la competencia folclórica del Festival de Viña nada menos, y el cuestionamiento a los medios de comunicación aflora electrizante en «Vuelan las protestas» (2011), deLaFloripondio. Sobre comunidades migrantes han cantado desde Anarkía Tropikal en “La chamba” (2009) hasta Andrea Andreu en “Colores de feria» (2017). En agosto de 2016 se inició el movimiento No + AFP y Villa Cariño llevó esa demanda a la cumbia «Antes que tú te mueras» el mismo año. Las disidencias sexuales se han expresado sutiles o frontales en Javiera Mena, Alex Anwandter o en la banda lesbiana de punk rock Horregias, así como del movimiento feminista hay señas en “Antipatriarca” (2014), de Ana Tijoux, o «Reacciona, mujer» (2018), de Chorizo Salvaje. El descontento generalizado se palpa en canciones como “No le entregues el poder” (2011) y «Luz de rabia» (2015), de Tata Barahona, tal como la conciencia de clase aflora en «La chusma inconsciente» (2017), de Evelyn Cornejo. Un registro destacado es el de Isabel Parra, histórica y vigente como la que más en canciones como “Minorías” y “Abusos” (2015), mientras, para delinear un contraste extremo, el reggaetón y el trap muestran su borde contingente con el popular Pablo Chill-e y su éxito «Facts» (2018).
Son casos elegidos entre muchos más posibles. El discurso crítico ya es tranversal, y no hay mucha excusa para no estar al tanto después de años de evidencia. El 23 de octubre último, en los días iniciales de las protestas, un panelista del programa matinal de Canal 13, Polo Ramírez, fue tendencia por su frase “Sabíamos que había desigualdad, pero no sabíamos que les molestaba tanto”. Cuatro años antes, en 2015, el mismo panelista había posado de “punk” como humorada para una nota en televisión. De haberse molestado en aparentar menos y reportear más sobre el tema tal vez hubiera encontrado, en el disco Calavera (2011), de Fiskales Ad Hok, la canción “Sudamerica-no”, rubricada con un verso que nunca estará de más citar, una otra vez, sobre todo en días como los que corren. Grabado y avisado hace dieciocho años: “No se sorprendan si reaccionamos mal”.