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Valeria Tentoni: «El arte es una materia volcánica y hay que tratarla con cuidado (pero también hay que faltarle el respeto)»

La escritora y periodista argentina ganó este año el Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet con “Cera de avispa”, relato que se suma a su amplia y variada obra literaria. “No conozco el aburrimiento ni la soledad, siempre que me sentí un poco perdida hubo un libro para mí”, dice la autora, que en esta entrevista habla sobre su relación con Chile y su trayectoria.

Entrevista: Francisca Palma
Edición: José Núñez

Valeria Tentoni nació en Bahía Blanca, Argentina, en 1985. Ha publicado libros de poesía, cuentos, literatura infantil y actualmente dirige la revista digital Eterna Cadencia, sitio literario de referencia en su país asociado a la editorial y librería del mismo nombre. Libros del Pez Espiral editó en Chile tres de sus títulos: Antitierra (2014), Furia diamante (2017) y Piedras preciosas (2018). Sobre el primero, la escritora chilena María José Navia escribió: “Los versos de Tentoni son semillas pequeñas donde se esconde el mundo. Un mundo donde se insiste en las cosas que no pasan: en los poemas que no se escriben, en las palabras que no se dicen, en todo lo que no funciona. Sin embargo, más que desesperanza, lo que se escucha con más nitidez en esta voz es la furia: furia que es deseo por vivir, aunque eso lleve a hacerse pedazos”. 

Algo así sucede en “Cera de avispa”, relato con el que Tentoni ganó en julio la primera versión del Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet, organizado por el Comité Marta Brunet y la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile. Aquí, el lector asiste al conflicto de Moli, una protagonista que, a punto de terminar la educación secundaria, busca torcer su destino en medio de un ambiente opresivo y sofocante. El cuento está ambientado en un pequeño pueblo de provincia, enclave literario fructífero para la literatura argentina reciente —algunos ejemplos son la obra de Selva Almada, Federico Falco, Iosi Havilio o Esteban López Brusa—, y en él Tentoni explora el deseo de proyectar un futuro distinto en un horizonte de posibilidades aparentemente clausurado.

“Cera de avispa” habla de una chica de provincia que quiere irse a la capital. ¿De dónde viene la idea de esta historia?

—En pandemia pasé mucho tiempo en un pueblito, en el interior de la provincia de Buenos Aires, y allí vi muchas imágenes. Creo que, sin haber conocido nunca a alguien que fuese precisamente la chica sobre la que escribí, el personaje me vino muy en claro. Y alrededor de ese personaje, robando un poco el paisaje de ese lugar, armé la historia. Se trata de alguien que quiere escapar, que está en una situación muy opresiva, no solo a nivel económico, sino también familiar y social. Creo que tiene que ver con los rastros de esa opresión que se sintió en pandemia, de haber estado encerrados, de no poder circular libremente. Esa sensación de que el mundo era muy pequeñito y no podíamos movernos de donde estábamos. Es algo que convive con el sufrimiento de esa protagonista, que si bien sufre, por lo menos no se rinde. Desde hace un tiempo estoy empezando a pensar en qué destino le doy a los personajes, no quiero desentenderme tanto de su suerte. Quise mostrar a alguien que finalmente logra sobreponerse por una vez.

¿Qué lugar ocupa este cuento en tu producción literaria, considerando que escribes poesía y estás a cargo de una revista?

—Espero incluirlo en un libro nuevo de cuentos que hace bastante tiempo estoy armando. Escribo varios proyectos a la vez, soy bastante desordenada en cuanto a la producción de escritura. Siempre tengo muchas cosas abiertas. Trabajo como editora en una revista literaria hace años, ahí leo mucho además de escribir. Está todo muy cerca, me cuesta separar cada una de las cosas que hago, incluso separar los géneros. La escritura por lo general se produce en olas. Por ejemplo, a veces puedo estar trabajando en tres libros a la vez y después salen todos juntos y es un desastre, porque es muy desprolijo.

Según el jurado, uno de los temas presentes en los cuentos de las autoras que participaron en el concurso es el enfoque de género. ¿Qué potencialidades tiene para la literatura ese enfoque y, en particular, para tu obra? 

—Me interesan mucho los personajes femeninos. Me interesa explorar el mundo de las mujeres, quizás porque pasé toda la infancia leyendo literatura que exploraba mundos de varones. Hay algo muy forzado en las identificaciones a las que quizás nos vimos obligadas en esas lecturas, con historias muy masculinas. Pensar también que una protagonista mujer puede tener coraje y puede vivir una aventura… Por supuesto que eso no se inaugura ahora ni se va a inaugurar con nosotras, con este premio. Pero sí me interesa leer a autoras como Katherine Mansfield, Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor; escritoras que, por otra parte, escribieron también sobre varones. Yo también lo hago, lo mismo que Brunet, pero es cierto que ella tiene una gran destreza particularmente para diseñar a sus personajes femeninos. Quizás algo que la generación de Brunet tuvo que desbloquear fue la pertinencia de esos temas que parecían menores. Al igual que Olga Orozco o Clarice Lispector, Brunet escribió recetas de cocina (quizás le daba placer, por qué no), pero todas fueron relegadas a secciones de los diarios del mundo entre comillas femenino. Lo mismo las mujeres que como ella escribían literatura para infancias, quedaban un poco encajonadas. Entonces es interesante ver ese cambio, esa valoración de los mundos que las mujeres habitan y problematizan, pero no es en absoluto lo único que me interesa. Yo siempre digo que soy escritora y soy feminista, pero no soy una escritora feminista, en el sentido de que no tengo una obra que persiga dar lecciones de ningún orden, mucho menos de feminismo, que es un área en la que estoy aprendiendo como todo el mundo y quizás lo haga toda la vida. No soy una especialista, me parece una materia en la que es importante que se pronuncien personas que estén formadas. Por supuesto que en mi vida tengo lecturas feministas, y sí, leo sin inocencia, ese es un rasgo feminista. Creo que Brunet tampoco se definía como escritora feminista. Estoy siempre hablando de ella porque creo que es bueno traerla y pensarla, quizás incluso corriendo el riesgo de que me equivoque y arroje hipótesis un poco salvajes. Aun así, prefiero equivocarme a no pensarla.

¿Qué sabías de Marta Brunet, de su trabajo literario?

—Hasta el momento de conocer el concurso no la había leído, porque en Argentina no circula la antología de cuentos que compiló Cynthia Rimsky, quien fue la que publicó en sus redes sociales la convocatoria. A Rimsky la leo, la sigo, es una escritora extraordinaria que por suerte está viviendo en Argentina. Cuando publicó la convocatoria, me puse a leer a Brunet. Mi reacción fue de sorpresa y a la vez no, porque me está pasando con un montón de escritoras de esa generación, que ahora a través del rescate editorial las estoy conociendo en una juventud desfasada. Me refiero a que los cuentos que leí antes de participar en la convocatoria son los que ella escribió más o menos a mi edad. Siempre pienso que los escritores tienen la edad que tenían cuando escribieron el texto que estoy leyendo. Cuando pienso en esas personas, intento buscar en qué momento de su vida escribieron lo que escribieron, y claro, tenía un poco mi edad. Entonces fue una sorpresa muy grata, y es muy sorprendente que no la haya leído antes, me da un poco de bronca habérmela cruzado tan tarde. Pero no es la primera escritora genial que me cruzo tardíamente.

¿En qué momento de tu carrera te encuentras al recibir el Premio Marta Brunet? 

—Estoy muy agradecida y sorprendida, ya que no suelo participar en concursos. Los premios son estimulantes porque la escritura es un oficio solitario en el que una siempre está bastante perdida, no sabe si lo que está haciendo tiene sentido o le va a llegar a interesar a alguien. No sé si esa sensación en algún momento remite. Creo que no, de hecho, es posible que se profundice. Hace muchos años que escribo y los reconocimientos son una especie de empuje. Y además lo recibo en Chile, que es un país donde tengo la suerte tan extravagante de haber tenido muchas oportunidades. Desde mi primer libro siento que estoy escribiendo en los dos países a la vez. Leo literatura contemporánea de los dos países por igual, conozco bastantes escritores, escritoras y editoriales de allá. Me siento de algún modo parte del ecosistema, como invitada.

¿Por qué? 

—Mi primer libro, que fue de poemas, salió en una editorial de Rancagua muy bonita, Manuel Ediciones, y surgió porque hubo dos escritores chilenos que vinieron a Buenos Aires y organizaron una lectura de poesía y narrativa en la que leí. Ahí nos conocimos y nos hicimos amigos, y comenzamos a hacer intercambios, visitas. Ellos son Guido Arroyo y Jorge Polanco Salinas, los dos de Valdivia. Entonces, claro, siempre fue un vínculo no tan capitalino. Esa primera publicación para mí fue muy importante. Además en Chile, que tiene una tradición de poesía muy alta, quizás incluso más destacada que la de Argentina, que parecería ser más cuentística, aunque eso se podría discutir y problematizar… En suma, era un desafío. Y fue todo muy hermoso, me sentí muy a gusto, muy desafiada también por la poesía chilena como lectora, porque tiene otra contextura. Sería muy largo hablar de las preguntas que me genera la comparación de los dos mundos literarios. Pero son distintos a la vez que se parecen; compartimos una lengua, que no es poco. También por eso lo de Brunet me alegró. Ella fue una viajera y además una persona que habitó Buenos Aires, que leyó a las escritoras argentinas, tuvo contacto con Borges, con las Ocampo, con Revista Sur; fue premiada acá también. Me parece una coincidencia feliz. 

En libros como Antitierra y Piedras preciosas trabajas la cotidianidad. ¿Qué importancia tiene este tema en tu obra?

—Nunca hice un esfuerzo en decidir con qué material iba a trabajar, quizás porque nunca hubiese podido. No tomo tantas decisiones en ese aspecto. Creo que lo que está a la mano, lo doméstico, lo ordinario, siempre guarda un montón de potencias. Me interesa sobre todo una mirada que genere efectos sobre las cosas que uno mira. Trabajo con saturaciones, con algún grado de hiperrealidad, como si fuera una mirada muy detenida y en cierta medida lisérgica; una mirada que se permite ciertas alucinaciones. Por ejemplo, algo tan humilde como un vaso de agua puede contener una historia muy truculenta. Trabajo con elementos muy simples, y eso sí me parece una constante. Persigo un poco la simpleza, intento maniobrar elementos básicos y componer desde ahí, aunque es en la composición, en el entramado, donde reside el valor, más que en las cosas. Soy consciente de que se repiten algunos escenarios, momentos u objetos incluso, pero es totalmente involuntario. Creo que cualquier mundo puede albergar un millón de mundos, pero hay que mirarlos, y ahí el peso lo da más la mirada que lo que se mira, aunque uno nunca sabe.

Uno de los aspectos de tu obra que quizás en Chile se conoce menos es la literatura infantil. 

—Comencé a escribir libros para niños y niñas cuando trabajé en una biblioteca en mi ciudad. Tenía a cargo la sala infantil y muchísimos volúmenes, casi 10 mil, y hacía visitas guiadas a niñas y niños que venían a conocer la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia. Al leerles y acercarles libros, descubrí primero un mundo lector muy exigente, porque son muy sinceros y si no les gusta algo simplemente lo dicen o lo descartan. Me parecen muy superiores como lectores en esa sinceridad, en esa vara tan alta que ponen, y a la vez no toleran que les hagas perder el tiempo. Ahí comencé a escribir algunas historias que tardé mucho en llevar a una editorial, justamente por el altísimo respeto que les tengo como lectores. Me alegro de haberme animado a hacerlo, porque la experiencia es alucinante: trabajar con un ilustrador, que el libro se convierta en un objeto tan bello como son los libros para niños. Dan ganas de solo escribir para ellos. Es una experiencia muy feliz y aprendo mucho, incluso mucho de mí misma. 

Eres escritora, periodista, editora y poeta, pero también eres abogada. ¿Cómo dialogan todos estos planos en tu carrera?

—Soy abogada, me gradué pero nunca ejercí. Bastante pronto me di cuenta de que no quería dedicarme a eso, pero lo tuve que terminar para dejarlo, no tengo tanto coraje como la protagonista del cuento que escribí. Jamás me imaginé que iba a poder publicar mis libros, que a alguien iba a interesarle lo que yo escribiese. Nunca me pareció una posibilidad hacer otra cosa que la que estaba en mi camino: mis padres son abogados, yo nací el día del abogado, y creía que me gustaba. Simplemente no tuve la confianza en mí antes. Fue todo muy gradual, yo escribo desde los siete años pero nunca pensé que iba a ganar premios o que me iban a publicar. Por otro lado, el periodismo es el modo de ganarme la vida. Es lo que hago para pagar las cuentas, es mi trabajo. Me da mucho placer y muchas otras cosas, pero lo vivo más como mi trabajo. Las vocaciones de escritura y periodismo son tan cercanas que no sé cuánto le ha prestado una a la otra. Ahora estoy trabajando en un libro sobre eso y es muy difícil ver el límite, sobre todo porque hago un periodismo muy especializado, cultural, precisamente especializado en literatura. Lo que comenzó siendo un modo de conocer escritores y escritoras para preguntarles cómo hacían lo que hacían y que me enseñaran en privado, en clases que duran lo que dura la entrevista, terminó siendo mi sustento. Fue una serie de accidentes y casualidades, porque todo podría no haber sido así.

Y en cuanto a ese rol periodístico, ¿cómo describirías tu trabajo en la revista Eterna Cadencia?

—Eterna Cadencia es un mundo en el que confluyen varios proyectos. Yo estoy en la revista digital, pero también es una librería, y una editorial al mando de Leonora Djament. Además, hay un montón de cosas alrededor: está el Festival Filba, Big Sur, que trae muchos libros de Chile. Son mundos que comparten ideas, lo que convierte este trabajo en algo muy estimulante. En ese sentido, aprendo mucho, es como una gran escuela. A mi cargo está la edición de la revista gratuita en la que publicamos contenidos a diario, desde ficción, no ficción, ensayos y entrevistas hasta reseñas, críticas y literatura infantil. Mi intención como editora es producir un medio de comunicación popular, entregar contenidos de altísima calidad que puedan interesar a la mayor cantidad de personas posible. Mi gran esperanza es iniciar a alguien en la lectura de un autor o una autora, ese sería el gran premio. Si alguien entra a esa revista, lee algo que le gusta y luego va a buscar más de ese escritor o escritora, yo me siento pagada. Se trata de proponer conversaciones. Las personas que leemos no somos tan pocas, pero tampoco somos tantas. Mi vocación ahí es poner más sillas en esa mesa.

¿Qué les dirías a quienes quizás aún no se atreven a publicar?

—Diría que se atrevan y, a la vez, que no es tan fácil, porque no es nada fácil. Muchas veces me pregunto cómo hubiese sido mi vida si hubiera tenido deseos más serenos, porque a veces me siento muy perdida. Por eso estos premios serenan un poco. Por otra parte, una vida con libros, una vida en busca de la imaginación y la belleza, es una vida en la que uno jamás se aburre. No conozco el aburrimiento ni la soledad. Siempre que me sentí un poco perdida hubo un libro para mí. Creo que los libros son objetos muy poderosos, más de lo que estamos dispuestos a aceptar, y que el arte es muy poderoso y mucho menos inocente de lo que quizá conviene que creamos. Es materia delicada, volcánica, y hay que tratarla con cuidado, pero también hay que faltarle el respeto. El miedo es un respeto demasiado grande por todo lo que no es el propio deseo. Por eso, quizás, no hay que tener tanto miedo.


Esta entrevista fue editada para el formato escrito. Fue realizada el 9 de agosto de 2022 en el programa Palabra Pública, transmitido por Radio Universidad de Chile y UChileTV.