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Un libro a vela

“Con estilo y conciencia de lo que hace, este libro aborda y construye historias de acuerdo a los mapas de una historiografía feminista que no se ciñe a hitos demarcatorios, que rehúye la linealidad dictada por relatos hegemónicos, que esquiva la lógica de las fundadoras o pioneras y evita criterios dados de antemano como, por ejemplo, los de ‘importancia’”, escribe Macarena García Moggia sobre Bajo el signo mujer. Exposiciones de artistas chilenas 1973-1991 (Ediciones Metales Pesados, 2024), de Mariairis Flores Leiva, un libro que propone una emancipación de la mirada, el pensamiento y la escritura frente al concepto de “mujer” en el arte.

Por Macarena García Moggia

Muchas cosas le hace la palabra signo a la palabra mujer. Por lo pronto, la desestabiliza, la convierte en un consenso, en un constructo, en un encuentro; la historiza, la manosea. La pone, en cuanto signo, a interactuar con otros, porque de entrada advierte que jamás opera solo: mujer artista, mujer latinoamericana, mujer chilena. Conforme a ello, el signo mujer produce sentidos y significados distintos, más aún cuando se lo ubica en un contexto específico y particularmente complejo: la dictadura chilena y sus múltiples esquemas de opresión política y de género, trenzadas allí las más violentas formas de censura, marginación y exilio.

Para destejer este entramado y pensarlo de manera no abstracta sino concreta, lo más concretamente posible, Mariairis Flores escoge como punto de arranque el discurso que la dictadura proclamó de manera oficial en abril de 1974, en lo que llamó Declaración de principios del gobierno de Chile, donde se afirma, como quien respira, que “la familia, la mujer y la juventud son los pilares de la reconstrucción”, y que es la familia el lugar donde “la mujer se realza en toda la grandeza de su misión”, para convertirse “en la roca espiritual de la patria”.

Una de las tantas preguntas que este libro afronta es qué hizo el arte con ese discurso y sus aberrantes formas de naturalización ideológica. Cómo frente a él pudo el arte de mujeres establecer ciertas tensiones entre complicidad y supervivencia, entre participación y discursos críticos. Se trata de una zona particularmente esquiva y problemática en la que esta investigación tiene la astucia de ingresar sin prejuicios, abierta a pensar lo que ocurrió. Y para hacerlo, adopta una estrategia que consiste en atreverse a examinar y analizar todos los fenómenos a los que le fue posible acceder proyectando sobre ellos la misma luz, es decir, brindándoles el mismo relieve, sin ironías que obliteren ni oculten. Sin jerarquizaciones preconcebidas. Volviendo a observar los matices de las cosas, las singularidades de los casos a partir de toda clase de materiales. Sin negarse, incluso, a la posibilidad de pensar cómo la fractura producida por la dictadura y su debilitamiento institucional pudo haber generado efectivamente nuevos espacios para las mujeres en el arte.

Con estilo y conciencia de lo que hace, este libro aborda y construye historias de acuerdo a los mapas de una historiografía feminista que no se ciñe a hitos demarcatorios, que rehúye la linealidad dictada por relatos hegemónicos, que esquiva la lógica de las fundadoras o pioneras y evita criterios dados de antemano como, por ejemplo, los de “importancia”. Renuente a las jerarquías, Mariairis Flores organiza temática o problemáticamente los materiales, sirviéndose del análisis institucional como herramienta metodológica principal, lo que incluye la descripción de las muestras seleccionadas, discursos curatoriales, aparatos críticos, criterios de selección de artistas, fortuna crítica de los trabajos, análisis de discursos de prensa, entre otros. Tanto es así que salta a la vista, de buenas a primeras, la ausencia de reproducciones de obras de arte en el libro, lo que sugiere a poco andar que es en el orden de la circulación, la divulgación y los discursos donde se producen las diferencias que Bajo el signo mujer aborda.

Con todo, la autora lleva adelante una escritura que sabe arrimarse a los bordes, que no busca tomar asiento en las aparentemente cómodas poltronas desde las cuales la crítica actual juzga a veces la producción artística de otras épocas y contextos; que prefiere antes la intemperie de la proa a los techos teóricos o conceptuales que pudieran convertir la producción artística de mujeres en meros ejemplos de ideas bien fundadas. Sería eso caer en formas de subordinación disciplinar parecidas a las que este libro revisa. Por el contrario: me parece que pensando precisamente los resquicios a través de los cuales todo gesto artístico se emancipa, de una u otra forma, de los signos que lo acordonan, este libro propone una emancipación de la mirada, el pensamiento y la escritura frente a los cordones teóricos y conceptuales que abrochan el pensamiento crítico “bajo el signo mujer”.

Dicho sea entre paréntesis: ocupé antes la palabra “proa”, estirando el hilo metafórico de una escritura que surca aguas abiertas, sin recorridos pretrazados, ateniéndose a la lectura atenta de los signos que salen a la superficie. Pero debí decir popa: es desde esa intemperie que va un poco por detrás de los hechos desde donde este libro realiza el acto de leer preguntando, es decir, haciendo de la pregunta un gesto de apertura radical a un horizonte que multiplica los caminos, sin por ello impedir avanzar.  

Dos o tres consideraciones sobre los hallazgos de Bajo el signo mujer que podríamos tal vez imaginar como un barco a vela, por el modo en que conoce, persigue y se entrega a los vientos. La primera dice relación con los alcances que tuvo esa “roca espiritual” que la dictadura puso en los hombros del “signo mujer” en la petrificación de las técnicas de producción artística dominantes, básicamente pintura y escultura, delimitando un canon que sería rebasado de forma notoria con el retorno de la democracia, con la aparición de la foto, el video, el textil y las formas de la colectividad, esto es: una consolidación de la palabra “mujeres”, desde un primer momento resistente o abiertamente contraria a LA MUJER o el ETERNO FEMENINO, tan caro a los imaginarios castrenses. En esa estela, el libro parece alinearse, esta vez en la escritura, con un conjunto de obras y exhibiciones que buscaron superar las reivindicaciones específicas para dar paso a una renovación de los signos, poniendo en cuestión no solo las reparticiones entre femenino y masculino, sino también la existencia de semejantes categorías con miras a relevar la potencia crítica de la sola palabra “femenino” en el terreno en disputa entre una forma de entender el arte como espejo de la sociedad, y las fuerzas transformadoras del arte entendido como un modo de producción de signos y sentidos imprevistos, por venir.

Lo que se deja leer en estas páginas son en último término una serie de operaciones ingenuas o programáticas tendientes a abrirse paso de cara a un problema —la palabra mujer y las muestras realizadas en nombre de aquella palabra— que, como sugiere Griselda Pollock, nos deja en situación de reflexión permanente, sin conclusiones, pero no por ello con relativismos. Lo que acaba remeciendo la petrificación de la historia es el planteamiento de los feminismos o del feminismo como una multiplicidad de miradas que no necesariamente derivan en una colectividad ni tampoco en discursos unívocos o militantes, dinamizando de esa manera la posibilidad de comprender las relaciones entre el arte, la política y la vida.

Así las cosas, Bajo el signo mujer muestra una vez más cómo, pese a los discursos, imágenes e imaginarios tendientes a fijar el sentido de los signos vivos, estos se muestran esencialmente huidizos, renuentes a toda forma de declaración de principios, a cualquier clase de policía del sentido —que para eso, decía Barthes, tanto mejor naufragar en el sinsentido.


Este texto fue leído en la presentación del libro Bajo el signo mujer, que tuvo lugar en el Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso el 14 de octubre de 2024.