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Vacunas: entre el apartheid y la diplomacia

En medio de nuevas olas de contagios de covid-19 y la aparición de nuevas variantes, la comunidad internacional vive una carrera a contrarreloj para inmunizar a la mayor cantidad de gente posible. Pero mientras algunos países aún luchan por vacunar a sus poblaciones más vulnerables, otros ya están planificando cómo abrir las fronteras para viajar al exterior. El covid-19 no solo ha puesto en evidencia las profundas desigualdades en el acceso a la salud en el mundo, también ha abierto un nuevo flanco de enfrentamiento por el orden mundial disfrazado bajo negociaciones y donaciones de vacunas. La etiqueta de “hecho en” nunca había tenido tanta importancia como hasta ahora. 

Por Sofía Brinck

Cuando Bárbara Barrera (26), directora de Contenidos de la productora BTF Chile, fue a vacunarse junto a su equipo contra el covid-19 a fines de marzo, se encontró en una situación inesperada. La mayoría de sus compañeros había pasado por las manos de las y los enfermeros de turno, cuando una doctora se les acercó a ella y a su jefe, los únicos restantes. Al enterarse de que su trabajo implicaba viajar mucho, les hizo una oferta: “¿No prefieren vacunarse con Pfizer en lugar de Sinovac?”. Pfizer estaba reconocida en Europa y Estados Unidos, y Sinovac no, explicó, por lo que creía que corrían el riesgo de que no los dejaran entrar. “No nos habíamos preocupado por eso, sólo queríamos vacunarnos con lo que hubiese”, explica Bárbara. “Pero viajar es fundamental para nuestro trabajo, tenemos viajes a México y España. Y por miedo a que nos negaran la entrada, le dijimos que queríamos Pfizer. No tengo dudas de que ambas vacunas funcionen, pero Pfizer parecía ofrecer más garantías”. El resto del equipo, en tanto, ya había sido inoculado con la vacuna china, lo que en ese momento, cuando Sinovac no había sido aprobada aún por la Organización Mundial de la Salud (OMS), los dejaba en la extraña situación de que quizás algunos miembros del equipo no pudiesen viajar. 

Tal como se ha visto en otros países que ofrecen más de un tipo de inmunización, no fueron criterios médicos los que influyeron en la decisión de Bárbara. En lugares como Estados Unidos, Reino Unido o Hungría, la gente puede elegir con qué vacunarse, mientras que en Chile o Argentina la distribución ha sido al azar, por lo que no existe, en teoría, la opción de elegir. Aun así, hay gente que, por razones de trabajo, médicas o sociales, busca ciertas marcas de vacunas y las garantías que supuestamente conllevan. 

Crédito: Fabián Rivas

Para María José Monsalves, investigadora del programa Movid-19, de la Universidad de Chile y el Colegio Médico, esta preferencia se explica por el caso de países, especialmente en Europa, que utilizaron cierto tipo de vacunas y están priorizando la apertura de sus fronteras para aquellos inmunizadas con ellas, algo que, sin embargo, no tiene que ver con las propiedades médicas de cada una: “Todas tienen diferencias, pero no son significativas. La vacuna más importante, o la mejor vacuna, es la que está disponible a nivel poblacional y eso es lo que tenemos que transmitir”, afirma. Aunque el tema de la elección de vacunas ha ganado importancia en Chile en las últimas semanas, Monsalves cree que es más bien una controversia mediática y estima que no ha influido en la vacunación efectiva. Si bien aún no hay información concreta sobre este fenómeno en el país, los investigadores de Movid-19 ya lo incluyeron en su última encuesta, cuyos resultados se publicarán a fines de junio. 

El apartheid de vacunas 

Que la preferencia por ciertas vacunas en Chile esté ligada a decisiones de otros países, especialmente los de mayores ingresos, no es casualidad. Tal como pasó en 2020 con las primeras olas de la pandemia, los procesos de vacunación contra el covid-19 han resaltado las desigualdades económicas y políticas en la comunidad internacional. Así, mientras la Unión Europea o Estados Unidos buscan fórmulas que permitan a sus ciudadanos volver a viajar fuera de sus fronteras, otros países como el Congo o Armenia apenas han logrado inmunizar a su personal de salud. De acuerdo con la OMS, los países de bajos y medianos ingresos representan el 47% de la población mundial, pero han recibido solo el 17% de la producción de vacunas. En tanto, los países del G7, que cuentan con el 13% de la población global, han comprado un tercio de las dosis producidas mundialmente. 

La desigualdad es tan evidente que ha sido descrita como un “apartheid de vacunas” por el director general de la OMS, el doctor etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus. “La actual crisis revela una desigualdad escandalosa que está perpetuando la pandemia. Más del 75% de las vacunas ha sido administrada en solo 10 países, y no hay forma diplomáticamente correcta de decir esto: el pequeño grupo de países que produce y compra la mayor parte del suministro mundial de vacunas está controlando el destino del resto del mundo”, declaró el pasado 24 de mayo en su discurso de apertura de la Asamblea Mundial de la Salud. 

El número de vacunas no es lo único que varía por país, sino también la repartición según fabricante. De acuerdo con el registro Our World in Data de la Universidad de Oxford, hay once vacunas siendo distribuidas internacionalmente en estos momentos. Sin embargo, hasta el cierre de esta edición, la OMS ha dado aprobación de emergencia solo a siete de ellas: Pfizer-BioNTech (alemana-estadounidense), Moderna (EE.UU.), Johnson & Johnson (EE.UU.), Oxford-AstraZeneca (Reino Unido-Suecia), Covishield (patente de AstraZeneca producida en India), Sinopharm (China) y Sinovac (China). Por su parte, Sputnik V (Rusia) está en las fases iniciales del proceso de evaluación. 

Los países de mayores ingresos han comprado en su mayoría productos de las farmacéuticas occidentales. Moderna se ha repartido casi exclusivamente en Estados Unidos, Canadá y Europa; Johnson & Johnson en Estados Unidos, Europa y Sudáfrica, donde realizó estudios clínicos. Sinopharm, Sputnik V y Sinovac, por su parte, han sido compradas por países en Latinoamérica, África y parte de Asia. En tanto, Pfizer-BioNTech y AstraZeneca han repartido dosis en más de 100 países cada una por ser la base de la iniciativa internacional COVAX, un acuerdo entre intereses públicos (entre ellos, la OMS) y privados que busca la distribución equitativa de vacunas en el mundo y que ya ha repartido más de 80 millones de dosis. Cualquier vacuna aprobada por la OMS podría participar de COVAX, pero muchas compañías han llegado a acuerdos de venta directos con países, a los que han comprometido su producción. 

Esta diferenciación por fabricante y lugar de distribución ha permeado también en cómo son percibidas las vacunas y su efectividad. El investigador Achal Prabhala es coordinador del proyecto internacional AccessIBSA, que busca igualdad de acceso en medicamentos en la India, Brasil y Sudáfrica, y ha seguido de cerca la distribución y el uso de las vacunas a nivel mundial. Según su opinión, se ha construido un discurso que distingue ciertas “vacunas correctas”, las que son usadas por los países occidentales y que tienen ciertos beneficios como viajar, pero que no llegan a los países de medios y bajos ingresos. “La discusión sobre las vacunas está marcada por la presunción de que si es occidental, funciona. Y si no son occidentales, hay una sospecha de que son malas. Desafortunadamente, estas ideas no están basadas en la razón o la ciencia, es una combinación de fuerzas geopolíticas, sesgos personales y prejuicios”, explica Prabhala desde la India. 

Diplomacia sanitaria

El pasado 10 de junio, el presidente estadounidense Joe Biden anunció que su país comprará 500 millones de vacunas Pfizer-BioNTech para donarlas a los 92 países de menores ingresos a través de COVAX. “Estados Unidos ha vuelto”, declaró al llegar a su primera cumbre del G7 en el Reino Unido, en clara referencia a la política de America First de su antecesor. Según la Casa Blanca, la donación es sin condiciones y sin esperar nada a cambio, ya que “está en nuestros valores hacer todo lo posible por vacunar al mundo contra el covid-19”. 

La arremetida de Biden llega cuando su país respira más tranquilo tras alcanzar un 43% de población inmunizada, pero también tras meses de negociaciones internacionales en la llamada “diplomacia de vacunas” en la que Estados Unidos no había sido un protagonista activo. “La diplomacia busca que un país A se acerque a un país B para estrechar lazos, establecer marcos de influencias o generar algún tipo de estrategia de posicionamiento. En ese sentido, cuando hablamos de diplomacia de vacunas se hace alusión a un mecanismo de ciertos países, ya sean productores de vacunas, organismos internacionales o países que compran y redistribuyan, a través del cual se pueden acercar a otros países, establecer marcos solidarios de relaciones activas o instalar estrategias de entrada o de competencia internacional”, explica Andrés Bórquez, académico del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. 

Crédito: Felipe PoGa

A diferencia de los países de medios y bajos ingresos, cuya principal preocupación ha sido entrar en la negociación por las inmunizaciones, los países de altos ingresos, varios de ellos productores de vacunas, han optado por dos caminos. Uno podría llamarse un “nacionalismo de vacunas”, es decir, preocuparse de obtener el mayor número de dosis posible para su propio beneficio; mientras que el otro es una estrategia agresiva de cooperación internacional que prioriza las exportaciones sobre las situaciones internas. “Cada país tiene sus propias complicaciones, sus propios intereses, sus propios puzles que resolver. Es un asunto de legitimidad, tanto interna como internacional”, indica Bórquez.

Bajo el gobierno de Donald Trump, Estados Unidos se mantuvo firme en el nacionalismo, prohibiendo exportaciones de medicamentos, equipamiento y vacunas. Más tarde, Joe Biden también priorizó resolver la catastrófica ola de covid-19 con la que recibió al país antes de entrar en negociaciones internacionales. Sin embargo, en marzo anunció sus primeras donaciones a México y Canadá, y en mayo informó que pondría 80 millones de dosis a disposición internacional, de las cuales 60 millones corresponden a vacunas AstraZeneca que el país no ha usado, ya que no cuentan con autorización estadounidense. La Unión Europea, por otra parte, priorizó la negociación conjunta de vacunas con laboratorios occidentales y se ha enfrentado con varios problemas de suministro. Los contratiempos han sido tales que algunos integrantes de la comunidad europea, como Hungría, han optado por otras vacunas como Sinovac o Sputnik V, que no están aprobadas por la Agencia Europea de Medicamentos. 

En tanto, países productores de vacunas como China, India y Rusia han priorizado la diplomacia y han negociado e incluso donado miles de dosis a sus zonas de interés en el Sudeste asiático, África y Latinoamérica. Un ejemplo es la reciente donación de 50 mil dosis de la vacuna Sinovac a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) para distribuir entre las selecciones que participen en la Copa América y las federaciones locales, así como el ofrecimiento de proveer vacunas a bajo precio al Comité Olímpico Internacional para los Juegos de Tokio. No obstante, a algunos la estrategia les ha jugado en contra: ante una devastadora segunda ola de covid-19, la India debió restringir fuertemente las exportaciones de los 2,4 millones de dosis de Covishield que producía a diario para destinarlas a su propia población. Esto, en consecuencia, afectó directamente los programas de vacunación en muchos países que dependen de COVAX. 

El tira y afloja en torno a la diplomacia de vacunas ha sido criticado por la OMS, que advirtió que no se puede pensar en este mecanismo como una forma de cooperación internacional cuando está en juego la salud de millones de personas. Para Lorena Oyarzún, académica del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, el tema ya dejó de pertenecer a los ámbitos de la salud y la economía, y debe ser entendido como un asunto estratégico y de seguridad, que refleja las tensiones mundiales del último tiempo. Según Oyarzún, el crecimiento económico de China, que ha extendido su influencia a áreas como infraestructura y tecnología, sumado al rechazo del multilateralismo de parte del gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, ha empujado un reordenamiento del sistema internacional. “La diplomacia de vacunas es claramente otra forma de ejercer influencia en áreas del sistema internacional donde aún no hay un orden establecido y siguen bajo disputa entre las dos potencias, como en el área comercial”, afirma. 

Para Oyarzún, el siguiente capítulo de la diplomacia de vacunas debería darse en torno a la petición para liberar los derechos de propiedad intelectual de las patentes, idea propuesta el año pasado por India y Sudáfrica, y que ha encontrado un inesperado aliado en Estados Unidos. China y Rusia se han mostrado a favor, mientras que el Reino Unido, la Unión Europea y Japón se han opuesto tenazmente. Si bien sería un paso importante, varios especialistas coinciden en que no bastaría por sí solo, ya que hay tecnologías asociadas que no están en manos de todos, lo que seguirá acentuando desigualdades. “No todos los países del mundo tienen la capacidad para producir vacunas, hay muchos que no tienen la infraestructura necesaria”, sostiene Achal Prabhala. “Pero no se trata solo de copiar las vacunas de otros, sino de desarrollar tecnologías propias. Durante las últimas décadas, muchos países han sido entrenados para depender de las vacunas de otros, y eso ha pasado la cuenta. Si lo logramos, podríamos superar la dependencia emocional e intelectual que tenemos con los productos occidentales”. Sin embargo, ese escenario parece aún lejano. El tema de las patentes entró en la agenda de la reciente reunión del G7 en Inglaterra, pero la propuesta fue rechazada con la oposición de Alemania y Reino Unido. 

La diplomacia de vacunas, en cambio, sí tuvo éxito en la reunión. Los siete países donarán 870 millones de dosis, que sumadas a las prometidas anteriormente alcanzarán los mil millones de vacunas. Serán distribuidas a través de COVAX, con la promesa de que al menos la mitad sea entregada este año. Pero para muchos, el gesto llega tarde. “Necesitamos más y más rápido”, respondió al anuncio Tedros Ghebreyesus, director de la OMS, considerando que en el escenario actual el 90% de los países africanos no cumplirá la meta de vacunar al menos al 10% de su población para septiembre. Y los problemas no se detienen allí: COVAX, como mecanismo de distribución igualitaria, también está cuestionado. En la portada de su último número, la prestigiosa revista científica The Lancet hizo una crítica feroz a la iniciativa. Se suponía que las potencias mundiales invertirían en vacunas a través de este programa, lo que, sumado a donaciones directas, permitiría abastecer a los países de bajos ingresos. Algo que finalmente no sucedió, ya que las principales economías negociaron directamente con las farmacéuticas, acaparando las dosis. “COVAX era una hermosa idea, que nació de la solidaridad”, concluye la revista. “Desafortunadamente, no se cumplió (…). Los países ricos se comportaron peor que en las peores pesadillas”. 

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Latinoamérica y las vacunas 

Chile es el país de Latinoamérica que ha asegurado más dosis per cápita y también el que más ha vacunado: un 62,87% de la población tiene su esquema de vacunación completo al cierre de esta edición. Le siguen Uruguay, con un tercio de sus habitantes, y República Dominicana, con un 20%. El resto de la región presenta en general una baja tasa de vacunación. Según la ONU, a principios de junio solo el 4% de la población latinoamericana estaba completamente inmunizada y COVAX había distribuido 19 millones de vacunas en 31 países de la región. Además, de los 80 millones de dosis donadas por Estados Unidos en mayo, seis serán destinadas a países del continente como Brasil, Argentina, Colombia, Costa Rica, Perú, Ecuador, Paraguay, Bolivia y varios integrantes de la Comunidad del Caribe. 

Las negociaciones de Chile le han asegurado más del doble de dosis de las que necesita, lo que ha hecho que el país también haya entrado en la diplomacia de vacunas a través de la donación, en marzo, de 20 mil dosis de Sinovac a Ecuador y otra cantidad similar a Paraguay, en el marco de PROSUR. Hubo un proyecto de enviar 15 mil dosis a Argentina, a la ciudad de Río Turbio, destinada a familiares de chilenos en la localidad. Pero la iniciativa no prosperó, ya que las vacunas Sinovac y Pfizer utilizadas en Chile no forman parte del esquema de vacunación argentino y no se encuentran aprobadas por la autoridad sanitaria local.