Reconstruyendo el espacio público

La reciente decisión de otorgar a nuestro Hospital Universitario un aporte para inversión en equipamiento constituye una noticia importante y esperanzadora. En primer lugar es un reconocimiento a la comunidad toda del Hospital por la perseverancia con la que, en condiciones tan adversas y de tanta incomprensión, ha sabido resguardar los valores trascendentes y generosos de la docencia de pregrado, de la formación de especialistas, de la responsabilidad asistencial, de la investigación científica, de la innovación.

La noticia es recibida con alegría por la Universidad toda no sólo por el afecto que su Hospital despierta, sino porque este gesto de apoyo de parte del Gobierno, mediado por los ministerios de Salud y Hacienda y por Fonasa, y que contó con el voto aprobatorio transversal de diputados y senadores, simboliza un reconocimiento al rol que cumple nuestra Universidad.

Al destacar la función que el Hospital juega en la formación de especialistas se está reafirmando el rol de la universidad pública como fulcro a través del cual el Estado incide en la sociedad en su conjunto. La formación de postítulo es un excelente ejemplo de cómo una tarea clave para el desarrollo de un área de actividad, en este caso la salud, es esencial tanto para el sector público como para el sector privado.

Ningún modelo razonable de sociedad puede prescindir de un Estado responsable que cuide de su sector público, incluyendo muy especialmente su ámbito académico. El apoyo estatal a la labor que desempe- ñan sus universidades no puede ser considerado como contradictorio con los intereses de nadie. La formación de especialistas que realiza nuestro Hospital es un excelente ejemplo, pues se trata de una función esencial para cualquier red de salud. Una clínica privada definitivamente no podría existir sin los especialistas que aquí son formados. Es por ello que al escuchar empecinamientos dogmáticos contrarios a la institucionalidad pública, uno ha de pensar que quizás el nuestro sea el único país del mundo en que se hable de mezquinar tres granos de maíz a la gallina de los huevos de oro.

Tras despreocuparse, abandonar o intentar activamente desmantelar la institucionalidad pública, hasta ahora se suele agregar al daño el insulto y declarar que ésta es ineficaz, ineficiente, poco competitiva.

Si se abandonara a su suerte a la institucionalidad pública, la sociedad entera, indolentemente, perdería a un grupo muy selecto de su mejor gente. A personas que se identifican y hacen suyos los problemas que afectan al conjunto del país tanto o más que los proyectos individuales. Personas altamente calificadas, generosas y con vocación de liderazgo.

Queremos invocar hoy aquí a Mario Luxoro, en el doloroso momento de su partida, como un caso ejemplar entre tantos académicos que necesariamente uno identifica como formados en y volcados a nuestra Universidad. Un hombre íntegro, comprometido siempre con cada momento histórico que vivía la sociedad a la cual pertenecía, científico brillante que aportaba desde Chile al mundo universal de la ciencia, universitario valeroso que promovía una nueva facultad dedicada a la ciencia en su quehacer intrínseco.

Son personas como Mario quienes espontáneamente se hacen parte y contribuyen al espíritu de la gran universidad pública. Este espíritu conlleva necesariamente las ideas de bien común y de cohesión social. La educación pública construye un pluralismo en la convivencia que ocurre al interior de una misma comunidad, en contraposición a la noción de la competencia y entre instituciones, cada una homogénea en una ideología o credo excluyentes.

Es por el rol que juega en sostener la convivencia del país en su conjunto, de su desarrollo científico y tecnológico, de su evolución como sociedad, de su acervo cultural, que la suerte de las universidades públicas necesariamente ha de ser asumida como algo que nos afecta a todos los chilenos y, por lo tanto, ante lo que han de responsabilizarse todos los protagonistas del quehacer político o el debate ideológico. Resulta absurdo argumentar, como suele hacerse en nuestro país y sólo en nuestro país, que porque hay proyectos en el mundo privado no podemos conversar y definir un proyecto para la universidad pública. Muy por el contrario, debemos primero diseñar colectivamente lo público y en seguida dejar las puertas abiertas a todos los que quieran asimilarse a este paradigma.

Diálogo con María Emilia Tijoux: La crueldad del racismo como marca de la historia

De sus motivaciones para estudiar las migraciones, las huellas que dejaron en su aproximación la infancia y el exilio, y la gravedad de los discursos xenófobos en boga conversamos con María Emilia Tijoux. Para comprender el rechazo al extranjero en Chile, sostiene, debemos situarlo a la luz del racismo heredado y aún practicado contra los indígenas. Y para combatirlo, añade, son necesarias las armas de todas las disciplinas. La Universidad, coinciden entrevistada y entrevistadora, ambas académicas de la Universidad de Chile, no puede ser espectadora.

Por Ximena Póo / Fotografías Alejandra Fuenzalida

Diciembre en Santiago de Chile, muy cerca de La Moneda, donde se discute el devenir de la República. Ahí, en los extramuros del bullicio, decidimos conversar con María Emilia Tijoux, Doctora en Sociología de la Universidad de París 8 y con una trayectoria que inspira estudios sobre migraciones, cuerpo, racismo, vidas cotidianas y la condición humana. Hace una década leí por primera vez sus textos y desde la comunicación y las humanidades comencé a investigar, mapeando calles para comprender cómo la inmigración intrarregional es para Chile una oportunidad de dar vuelta la cámara y reconocernos en este espacio del mundo. En mi calidad de Doctora en Estudios Latinoamericanos comencé mi búsqueda. Sin embargo, para ambas la búsqueda se inició mucho antes, desde la crueldad del exilio para ella y desde el desasosiego de la migración para mí. Ella en París y yo en Madrid, donde conviven los primeros y cuartos mundos contenidos en metrópolis. Y se inició aquí, en un Chile que aún se resiste a sus derivas latinoamericanas, persiguiendo la blancura de lo imposible. Ambas comprometidas con la diversidad, la interculturalidad, los derechos humanos y la necesidad de que la migración no sea secuestrada por el discurso fascista. La historia ya nos ha enseñado que, como reguero de pólvora, ese discurso sólo termina en odio, violencia y exterminio.

Hoy estamos expectantes. Mientras Trump anuncia muros, aquí se promete una nueva ley migratoria –que debía estar redactada en agosto de 2015 para terminar con la decretada por la dictadura en 1975– y Europa es recorrida por una ola xenófoba que no sabe qué hacer con un mar Mediterráneo mecido por la muerte y con caminos alambrados por donde miles de refugiados intentan avanzar bajo la no-promesa de un futuro.

Cuando era niña, María Emilia Tijoux creció en un barrio obrero de Santiago. Desde ahí que no ha dejado de mirarse en otros, como lo hace hoy en los ojos de una de sus grandes amigas, inmigrante, con trabajos esporádicos, intelectual y fuerte. En su infancia, María Emilia, cuenta, “escondía los zapatos para andar a pie pela’o, igual que mis amigos del barrio; siempre trato de pensar en esa costra en los pies, ésa que se forma por el contacto directo, repetido, cotidiano y directo con la vida. Pienso también en el gueto de Varsovia, donde resistieron armados. Quienes lograban salir, escabullirse, eran los niños. Era ese sufrimiento social el que les había permitido inventar y resistir”. En los barrios obreros aprendió a escabullirse y a trajinar. Y eso jamás se le ha olvidado, menos hoy, cuando investigando sobre racismo en Chile –desde hace más de una década- no pierde un día sin estar en terreno, movilizando a estudiantes de doctorado, magíster y pregrado, educando contra el racismo.

El camino ha sido largo. En Francia, desde su exilio en 1975, comenzó a trabajar en la calle “porque estaba como educadora en barrios denominados de inmigrantes, donde los chicos que vivían allí, malamente denominados de segunda o tercera generación de inmigrantes, eran colocados en un lugar aparte, negado”. Siendo chilena, se insertó rápidamente. “Llegué en condición de refugiado político, pero siempre fue una voluntad nuestra no colocarnos en ese lugar y vincularnos a la sociedad francesa, y así fue que participamos en movimientos por la lucha del pueblo marroquí, por Nicaragua, en la lucha por distintos pueblos. Además comenzamos a trabajar como los inmigrantes cuando llegan, planchando ropa, haciendo aseo, lavando copas, cantando en bares, dando clases particulares de español, siendo secretaria de un grupo de dentistas y médicos”, me dice y yo le cuento que mientras cursaba un magíster en la Universidad Complutense y cubría el “caso Pinochet”, en la noche salíamos a pegar publicidad de una cerrajería de urgencia por cada calle madrileña. Sólo un ejemplo de los trabajos –y de los buenos; tuvimos suerte- que más de un millón de chilenos que han emigrado hoy, seguro, realizan repartidos por el mundo. María Emilia “había estudiado Filosofía y eso allá valía nada. Yo no tenía una conciencia de lo que estaba pasando, salvo que tenía que trabajar rápidamente. Me fui especializando como educadora y luego estudié Sociología. La vida se regularizó medianamente en Francia. Nunca fue un lugar sentido como de castigo. Naturalicé que hacer aseo y ese tipo de cosas, como la mayoría de los inmigrantes aquí, era un trabajo para mí. La mejor enseñanza de mi padre fue que una tiene que hacer de todo en la vida. Y lo que una hace había que hacerlo bien. Yo vengo de la clase obrera y no podría haber sido de otro modo”.

Al regreso a Chile, en los ‘90, le llama la atención que los inmigrantes peruanos en Santiago pasaran largas horas “a los pies de la Catedral, como buscando una suerte de protección de la Iglesia; principalmente mujeres, en situación bastante pobre, que vendían en la calle”. Ahí fue ella. A observar en la plaza y llevar una bolsa plástica grande, como lo hacían sus compañeras de escaños. “Ahí me di cuenta de que algunas eran profesionales y que la mayoría había venido debido a la crisis política en Perú. Ya habían llegado los argentinos por la crisis económica, pero ellos se insertaban rápido de uno u otro modo, sobre todo en el sector de ventas”, cuenta María Emilia.

Comenzó, desde allí, a trabajar en migraciones, investigando las transformaciones sociales, políticas y culturales de familias de inmigrantes. Se interesa por el concepto de viaje, ese viaje no proyectado, la fisura que trasciende cada trayectoria de vida al momento de decidir migrar. Quien ha migrado, incluso si vuelve a su país de origen, nunca deja de ser migrante.

“Me importaba cómo esas vidas cotidianas se iban transformando al ser mal tratadas, ignoradas, insultadas. Y luego viene una investigación con niñas y niños en escuelas de Santiago, y es ahí cuando comienzo a hablar de racismo. Qué otra cosa era que le dijeran a los niños ‘come palomas’, ‘cholo feo’. Y había un enredo entre el origen indígena vinculado con la historia de la guerra”. Y así, continúa, “al buscar en los albores de la República te das cuenta de que hay una marca brutal, y no por la guerra misma, sino porque el origen indígena es un origen negado, maltratado. Y eso vale para el que viene de afuera así como para los que están dentro del país”. Se encontró con la marca de quien la impone para blanquear, higienizar, civilizar desde la fuerza y la negada humanidad.

Después de ese estudio, indagó –entre otras investigaciones relacionadas con campamentos, pobreza, cuerpo, género- en las trayectorias laborales exitosas de inmigrantes peruanos. “Las entrevistas eran a gerentes, dueños de grandes empresas, restaurantes; en un comienzo siempre decían que no habían tenido problemas en Chile, pero cuando uno insistía más en sus vidas cotidianas, lo que aparecía era el racismo. Algo detonaba el origen indígena, aunque no lo fueran”. Mientras buscaba estas respuestas, en el Instituto de la Comunicación e Imagen buscábamos cómo los medios se constituían en dispositivos que reproducían relatos discriminatorios que lograban constituirse en un discurso xenófobo, clasista, naturalizando el lugar común que construye a Otro desde el espacio de la criminalización o desde la victimización; desde un lugar inferior.

Ir más atrás para mirarnos

Para mirarnos hay que ir más atrás, desde una mirada interdisciplinaria que devuelva a la academia esa posición crítica que demanda la sociedad. “Somos colonizados y somos una mezcla de distintos lados, pero la más problemática de las mezclas es la anterior a la inmigración del siglo XIX, que tiene que ver con la obsesión por la blancura, los lazos con Europa. Nosotros ya estamos en un lugar negado desde antes y basta con viajar para que nos demos cuenta de que no somos los europeos que pensábamos ser, sino que somos chilenos y chilenas con origen indígena también”, dice María Emilia, mientras comentamos sobre las deportaciones en el aeropuerto, las tratas de personas en las fronteras del norte y de la zona austral. Pensamos en cómo Chile está al debe con los mismos tratados internacionales que ha firmado y que deberían resguardar a quienes migran al país.

“La llegada de inmigrantes afrodescendientes, especialmente de piel negra, nos instala en un espacio necesario para mirarnos en ellos. La diferencia es una producción política”, enfatiza, y por eso no hay que dejar de lado la noción de que “hay una historia construida en el racismo, anterior a lo que estamos viendo ahora. Está sostenida en una antropología racista del siglo XIX y en una filosofía que también lo plantea desde el dualismo cartesiano. Cuando los españoles llegan a estos territorios hablan de los indígenas como habitantes sin alma. La cuestión del alma la resolvían evangelizándolos. Es decir, si son dominados. Pero, ¿qué pasa con el que se rebela y no acepta entrar en este juego civilizatorio de dominación que se da con mucha brutalidad según los territorios y según el tipo de españoles que llegaron?”. Hoy estamos en un contexto globalizado de desplazamientos de personas debido a la pobreza, las persecuciones, las guerras. Estamos en un cambio de paradigma. Las personas nos desplazamos, insistimos, ya no de sur a norte, sino que en todas direcciones. En el norte se desplazan del este al oeste; desde el norte de África a Europa; hay desplazamientos de sur a sur. María Emilia no habla de flujos; yo tampoco.

Al deconstruir los conceptos que están detrás de la historia será posible destrabar lo que nos pasa hoy; la academia, piensa, debe “examinar los conceptos de base para desnaturalizar sentidos comunes que ya se han fijado, incluso, como científicos, validados y legitimados desde la instrumentalización de una razón que ha justificado incluso los genocidios”. Y esto tiene mucho que ver con cómo se legitima el castigo contra la gente y con cómo el concepto de “clase” no se puede separar del concepto de “raza” y tampoco del concepto de “nación”. “Desde ahí vienen todos los posicionamientos diferenciados para situarnos como personas. Y es ahí donde algunos quedan más abajo que otros; las naciones se quedan unas sobre otras”, reflexiona María Emilia antes de acotar que “el otro concepto asociado es “género” en esta trama de clase-‘raza’-nación. En todas las construcciones del racismo y el fascismo hay patriarcado. Si no vemos eso en conjunto no vamos a lograr destrabar la historia y seguirán matando mujeres, persiguiendo a inmigrantes y seguirá habiendo trata de personas”.

Investigar y acoger

Como académicos y académicas, sostiene y concuerdo, “no podemos dedicarnos sólo a hacer ensayos. Me parece que son interesantes, pero cuando se trata de problemas tan duros la investigación tiene mucho más sentido. Y ojalá fuera lo más rigurosa posible, sea ésta cualitativa o cuantitativa. Veo muy difícil poder construir un discurso potente, argumentado, seguro, si no se hace investigación y no se va a terreno. Si no se hace un trabajo empírico, ojalá interdisciplinario, porque los ojos que hay que ponerle al problema a veces quedan chicos. Para el caso del racismo y el clasismo necesitamos investigación interdisciplinaria desde la medicina, las humanidades, las ciencias sociales, la comunicación, la educación, las artes”.

Y lo necesitamos cada vez con más urgencia. Estamos en un momento de inflexión pre-electoral que nos ubica en un escenario de populismos donde el Estado sigue ausente. “Los últimos dichos de Sebastián Piñera y Manuel José Ossandón son demasiado graves al vincular migración con delincuencia. No basta que se hagan unos cuantos memes y la gente se ría de que Piñera no maneje ciertos conocimientos culturales. Lo que él hizo está pensado, es algo racional que iba a tener efectos en unos sentidos comunes muy potentes, especialmente en los medios de comunicación, y que después iba a tener efectos en todos los sectores sociales más abandonados por el Estado, que están viviendo situaciones de soledad, endeudamiento, cesantía”. Toda esa rabia tiene que buscar culpables y, ya se ha visto aquí, en Europa y Estados Unidos, que “los culpables tienen que venir de afuera”.

Esta construcción ha sido transversal y ha quedado en evidencia, por ejemplo, cuando Alejandro Guillier habla de “seleccionar” migrantes. “Selección”, se detiene María Emilia, “es la palabra de los nazis. Hay un lenguaje de guerra para tratar a un enemigo”. Y volvemos a los conceptos. Por ejemplo, ¿por qué hablar de amnistía migratoria si estar indocumentado o sin papeles no es un delito, sino sólo una falta administrativa? ¿Por qué hablar de ilegales si ningún ser humano es ilegal?

Así es como surge otro concepto en este diálogo, el de “crueldad”; la crueldad fascista, racista, y le recuerdo algunos posteos en medios, esos comentarios que se ubican debajo de las noticias y que, para el caso de noticias relacionadas con inmigrantes en Chile, son de una violencia extrema. Deberían estar prohibidos por ley, decimos mientras abrimos alguna página de La Tercera o El Mercurio. Y ahí están. Hay torturas, asesinatos, violaciones, ensañamientos; están escritos en clave de deseo. “Alientan a ser crueles; la brutalidad del racismo que vi en Francia era mayor que acá y por eso me preocupa que aquí llegue a esos niveles”, dice María Emilia al tiempo que pensamos en la resistencia, el concepto que viven a diario quienes sufren estos discursos y sus efectos. “Ese deseo de aniquilar –insiste- se puede canalizar desde otros lugares: pedir selección para que sólo entren los buenos inmigrantes, leyes más duras, pedir que se hagan exámenes para saber si traen enfermedades. Ahí se expresa el deseo de tenerlos en el lugar del enemigo, en el lugar de la guerra, en el lugar del contaminante”

Discusión de gratuidad en Educación Superior por glosa presupuestaria: Opiniones sobre la ausencia de una ley larga de educación

A fines de noviembre, en Comisión Mixta del Parlamento se logró resolver la discusión que evitó que la oposición llevara la decisión sobre gratuidad en Educación Superior al Tribunal Constitucional y que permitirá financiar la educación de los estudiantes más vulnerables del país. El acuerdo, que homologa los aportes vía becas a planteles privados y estatales, implicó una ardua negociación sobre la que los parlamentarios involucrados aún guardan sus dudas y aprensiones, y reafirman la necesidad de contar, al fin, con una ley larga de educación para el próximo año.

Por Ana Rodríguez | Fotografías: Alejandra Fuenzalida y Felipe Pizarro

Andrés Zaldívar, Senador DC:

“Ojalá antes del presupuesto del próximo año tengamos una ley de financiamiento a la Educación Superior como debemos”

La solución que se dio fue la más realista que se tenía a mano. Quedar expuesto al Tribunal Constitucional era un tema que había que evitar y creo que lo que lograron los ministros de Hacienda, Educación y Secretario General de la Presidencia fue un logro realista y positivo. Esto hay que contemplarlo, por supuesto, en una ley larga definitiva y no tener que recurrir a la Ley de Presupuesto nuevamente. Ojalá antes del presupuesto del próximo año tengamos una salida, una solución y una ley de financiamiento a la Educación Superior como debemos, que está pendiente en el Parlamento.

Hubo una concesión en cuanto al aumento de cupo de becas, pero que yo creo que si hubiéramos ido al Tribunal Constitucional hubiese sido mucho más complejo, con mayores costos. Además logramos una cosa que es muy importante, que la agenda no ha valorizado, que es la gratuidad en los Institutos Profesionales y Centros de Formación Técnica, con cuatro años de acreditación y que no tengan fines de lucro. Creo que es un gran avance que va a beneficiar a miles de estudiantes, normalmente los más vulnerables.

¿Comparte la idea de que en esta pasada las universidades estatales han sido apartadas de la mano del Estado?

No estoy de acuerdo con esa tesis porque creo que se logró algo que es también importante, la aprobación de un plan de fortalecimiento de la educación de los establecimientos estatales. También hay ahí puntos de apoyo donde tenemos que seguir insistiendo en que se fortalezca la educación de las universidades estatales sin que ello signifique desmedro de las otras universidades que cumplen también una función pública y que históricamente así ha sido, las llamadas G9 más las universidades que pertenecen al G9 y al Cruch, como la Alberto Hurtado, la Silva Henríquez, o la de Concepción. Tenemos que reconocer que si bien no son estatales, históricamente han cumplido una función equivalente a las universidades estatales.

¿Qué le parece a usted que el Estado dé la posibilidad a las universidades estatales de recibir un financiamiento estable que les permitiera, más allá de las becas por cada alumno que ingresa, desarrollar investigación y extensión y que esos ítems no dependan del número de alumnos captados por año?

Lo que hay que darle a las universidades estatales es una mayor capacidad de gestión. Porque también tenemos que exigirles calidad y acreditación. Y en cuanto a recursos, por supuesto que tendrá que hacerse un plan de apoyo a las universidades estatales, pero que también sea correspondido con acciones concretas en mejoría y calidad de la educación. Creo que hay que evitarles burocracia, hay muchos controles de la Contraloría que no corresponderían y además la capacidad de endeudarse para determinados efectos, para hacer inversión en infraestructura y que además haya un plan especial de apoyo a las universidades estatales.

Carlos Montes, Senador PS:

“Hace años que las universidades estatales han estado perjudicadas respecto al resto”

“Podría haber habido un presupuesto consistente con la opción que tiene una parte importante de la Nueva Mayoría de fortalecer las universidades estatales. No fue así. Se esperaba que este año fuera así, no nos resultó. Y eso nos dejó muy su – jetos a la decisión final y lo que se logra es bastante limitado. Hace años que las universidades estatales han estado perjudica – das respecto al resto. Justamente se trata de comenzar a revertir esto, de comenzar una recuperación. A mí me parece mal que esto no se haya logrado, por razones políticas, construir un vínculo más fuerte con las universidades estatales. El Estado tiene la posibilidad de apoyar proyectos interesantes y también a los estudiantes. Creo que no fue un buen paso, al contrario”.

Jaime Bellolio, Diputado UDI:

“No creo que un bien público solamente pueda ser entregado por las universidades que son estatales”

(La discusión de este año) nos ha dejado como aprendizaje que el Ejecutivo no puede hacer discriminación arbitraria, tiene que tratar de igual forma a estudiantes que son vulnerables. La discusión más larga puede ser que por qué algo que era tan fundamental para la Educación Superior, como la gratuidad y como la entrega de las becas, solamente está siendo legislado año a año a través de la ley de presupuesto y no a través de una ley larga de Educación Superior.

La razón por la cual no hemos legislado todavía es que el Gobierno se disparó en ambos pies. Primero se dispara cuando se presenta un proyecto que en mi visión es completamente atrasado, que tiene una visión nostálgica de lo que fue la universidad hace 40, 50 años, que no responde a una idea de universidad, ni siquiera a una idea de Educación Superior que quiera promover por los próximos años. Transversalmente fue rechazado y entonces hace un grupo de propuestas para indicaciones, que a su vez también es rechazado. Entonces ahí termina por dispararse en el otro pie. Y yo me imagi – no que lo que ahora va a querer hacer es gobernar no solamente para una minoría, sino que quieren hacerlo para la mayoría de los ciudadanos, con una visión de largo plazo y no con una mirada nostálgica de lo que ya fue la universidad.

¿A qué se refiere con una visión nostálgica de lo que fue la universidad?

Se nota demasiado cuando en las presentaciones se refieren a la universidad foucaultiana como la única posible. Es decir, una que sea compleja, que se dedique a la investigación de manera central, que tenga todas las áreas presentes. Esas universidades en el resto del mundo son contadas con los dedos de una mano. Y este proyecto estaba hecho como que todas las universidades chilenas tengan que atender a ese modelo, lo cual es completamente absurdo. En ese nivel quedarían solamente la Universidad de Chile y la Católica. Es una visión cómodamente nostálgica y que no responde a las necesidades del futuro.

Sin embargo, universidades que sí se han dedicado tradicionalmente a la investigación, como la U. de Chile, quedan un poco a la deriva en cuanto a esas áreas cuando se mantiene el criterio de gratuidad por becas.

El Gobierno se metió en un zapato chino al querer decir que hay que separar el financiamiento de la docencia del de la investigación y la extensión. Significa que son ellos quienes pueden saber mejor que las universidades cuánto cuesta hacer esa docencia. Entonces entregan estos aranceles regulados para la gratuidad, que sabemos que le producen déficit a las instituciones. Tanto así que la Universidad Diego Portales, la Alberto Hurtado, la Católica y la misma U. de Chile dicen que si siguen tal cual, no pueden seguir con el mismo nivel de calidad de sus proyectos educativos. Ahí hay un zapato chino y creo que hay que hacer una separación entre el tratamiento del Estado hacia las universidades que son propiedad del Estado versus el resto de las universidades. Lo que no creo es que un bien público solamente pueda ser entregado por las universidades que son estatales. Pero como en las instituciones estatales el mandante es el Estado, tienen que preocuparse de tener un gobierno corporativo de tal forma que no queden capturadas por un grupo de profesores, estudiantes, o un grupo político para que haya pluralismo al interior de ella y represente a la sociedad. Y sí creo que puede haber fondos dedicados a universidades estatales porque tienen proyectos de investigación, regionales. Pero en el tratamiento de los estudiantes creo que es distinto. Y ahí sí que no puede haber en mi opinión un tratamiento desigual, es decir, que tengan ventaja si es que van a una universidad del Estado y desventaja si van a una universidad que no es del Estado.

Alberto Robles, Diputado PRSD:

“Lo que (los gobiernos de los últimos años) han hecho es impulsar a las universidades del Estado a actuar como si fuesen universidades privadas y eso es un sinsentido”

No me gusta legislar con glosa de presupuesto cosas que son tan relevantes, como la Educación Superior de nuestro país. Desde el año pasado mi planteamiento es que debiéramos haber tenido esto resuelto en la ley de Educación Superior. Lamento mucho la presión ejercida por la derecha para entregarles más aportes a las instituciones privadas amenazando ir al Tribunal Constitucional. Esa es una forma de hacer política que yo no comparto, me parece poco correcto resolver temas de tipo político con presiones de este tipo. Y no respaldado en temas más valóricos, sino más bien en defensa de instituciones privadas.

El problema más importante de la discusión anual en glosa presupuestaria es que no resuelve el tema de la gratuidad en su conjunto, en forma concreta. La gratuidad hay que financiarla en forma adecuada, permanente, no año a año. Tiene que ser una política pública permanente. Las leyes permanentes son las que aseguran políticas públicas permanentes. Lo que hace una glosa es simplemente discutir cómo y cuánto se va a entregar y no da certezas ni a las instituciones de Educación Superior ni tampoco a las familias que requieren de la gratuidad para educar a sus hijos.

Creo que las que más perdieron, para ser franco, en esta discusión, fueron las universidades privadas del Cruch. Todas ellas tienen un desarrollo histórico en nuestro país de aporte a la Educación Superior durante muchos años y además son todas instituciones de gran calidad. Se aumentó el número de becas, pero principalmente para universidades privadas y no necesariamente las del Cruch. Me parece que ahí hubo una mirada un poco inadecuada, por decir lo menos.

El trato que el Estado de Chile ha dado a sus universidades a través de los gobiernos de los últimos años ha sido inadecuado. Lo que han hecho es impulsar a las universidades del Estado a actuar como si fuesen universidades privadas y eso es un sinsentido. Estoy convencido de que las universidades del Estado deben ser apoyadas, fortalecidas muy importantemente, no sólo en el financiamiento, sino también desde el punto de vista de la acción del Estado con sus universidades. Permitiendo que éstas trabajen en red, se articulen, se colaboren y sean instituciones que, si bien es cierto están una en cada región, no es menos cierto que todas deben confluir en un objetivo común, en términos de brindar educación de calidad a todos los chilenos sin distinción de ningún tipo.

Camila Vallejo, Diputada PC:

“Es vital que el Estado refuerce el vínculo con sus instituciones”

El hecho de que la gratuidad haya sido discutida por una glosa en vez de en el marco de una reforma integral a la Educación Superior tiene el problema de dejar fuera de la discusión aspectos fundamentales como la regulación y democratización de las instituciones de Educación Superior. En ese sentido, el problema es que el debate se centra en el acceso, pero no se considera el tema globalmente. Si bien es positivo que más jóvenes puedan ingresar a la Educación Superior de manera gratuita, al hacerlo mediante una glosa en la Ley de Presupuesto y no en el marco de la reforma a la Educación Superior, corremos el peligro de poner más recursos públicos a instituciones que no cuentan con una regulación adecuada. Por eso es necesario que la gratuidad sea tratada en el marco de una reforma que contemple la regulación y democratización de las instituciones de Educación Superior.

Me parece bien que jóvenes vulnerables tengan la oportunidad de estudiar en instituciones privadas sin fines de lucro y debidamente acreditadas. El problema es que la actual legislación no asegura que efectivamente se cumpla con el requisito de no lucrar y también hay falencias en cómo medimos la calidad de la educación que estas instituciones entregan, entonces existe el peligro que dineros públicos no vayan efectivamente a educación, sino al bolsillo de los dueños. Por esto mismo es que urge que temas de financiamiento sean vistos en el marco de una reforma a la Educación Superior que tenga como eje el derecho a la educación desde una institucionalidad pública, democrática y pluralista. Soy una convencida de que es un deber del Estado hacerse cargo de sus universidades y ahora también lo será de sus Centros de Formación Técnica. Este hacerse cargo no pasa sólo por aumentar la cantidad de recursos (que sin duda debe hacerse), sino velar porque efectivamente la educación pública superior, tanto universitaria como técnica, sea de la mejor calidad y ofrezca reales oportunidades de desarrollo para las y los jóvenes, pero que también sea un pilar fundamental de desarrollo para el país, en materia cultural, científica y tecnológica. En este sentido, es vital que el Estado refuerce ese vínculo con sus instituciones, impulsando la colaboración entre ellas.

Mujer, violencia y erotismo

Soledad Fariña nace en 1943 y su primera publicación es de 1985, El primer libro (Santiago, Ediciones Amaranto). Su contundente obra poética continuará con Albricia (1988), En amarillo oscuro (1994), La vocal de la tierra (1999), Otro cuento de pájaros (1999), Narciso y los árboles (2001), Donde comienza el aire (2006), Ábreme (2012), Yllu (2015) y ahora El primer libro y otros poemas (UDP, 2016).

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La dimensión desconocida

En este libro todo pareciera ser una investigación periodística. Pero es, en cierto modo, ficción. Y todo parece ficción, pero es la inscripción de una historia real (y de muchas historias reales) ocurridas durante la década de los ‘80 en Chile. Paradojas de la memoria: hay que hacer ficción para poder recuperar la historia real.

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Universidad de Chile y su aporte al desarrollo artístico cultural del país

“Gobernar es educar” era el famoso lema del Presidente Pedro Aguirre Cerda. Comenzaban los años ‘40 y la Casa de Bello respondía haciéndose parte del modelo desarrollista del mandatario. Con plena convicción de su rol público, surgieron bajo la conducción del Rector Juvenal Hernández las líneas fundacionales del arte nacional: la Orquesta y el Coro Sinfónicos, el Ballet Nacional Chileno, el Teatro Experimental y los Museos de Arte Contemporáneo y de Arte Popular Americano. De su aporte y el desafío de leer su rol en una sociedad tan distinta a la de los años ‘40 se tratan las siguientes páginas.

Por Sofía Brinck y Natalia Sánchez
Fotografías: Felipe Poga / Colección Archivo Fotográfico, Archivo Central Andrés Bello / Fotografía de portada: Montaje de Fuenteovejuna (1952). Colección Fotográfica CIP – Teatro Nacional Chileno.

Fueron años difíciles. El país se sacudía con las noticias de una guerra que volvía a azotar los cuerpos y las mentes, separando el mundo en dos polos de pensamiento enfrentados en las armas. Es en este contexto que la visión de dos hombres radicales sobre el concepto de desarrollo de la nación da curso al rol protagónico de la Universidad de Chile. Se trata de Pedro Aguirre Cerda y Juvenal Hernández, quienes desde sus trincheras al mando del país y la universidad pública estatal decidieron crear una nueva institucionalidad para un sector históricamente relegado, las artes.

La ley 6.696 de 1940 creó bajo el alero del Estado el Instituto de Extensión Musical (IEM) con el mandato de la formación de una Orquesta Sinfónica, un Coro y un Cuerpo de Baile, los que debían fomentar la creación de obras nacionales y las iniciativas musicales en el país. La iniciativa era inédita en Latinoamérica. Por primera vez un Estado se hacía cargo directamente de la creación de una institucionalidad artística de carácter nacional que diera un espacio a los músicos, compositores y bailarines nacionales.

Fue el primer paso. Luego vendría el Teatro Experimental en 1941, el Museo de Arte Popular Americano en 1944 y finalmente el Museo de Arte Contemporáneo en 1947. Francisco Brugnoli, director del Museo de Arte Contemporáneo, los llama “los años dorados” de las artes en Chile. “Los cuerpos estables, los museos, los institutos… esos fueron la primera institucionalidad cultural del país”, recuerda. Es la era de la extensión universitaria, las Escuelas de Temporada (que recién en 2015 recuperaron su carácter regional después del corte de la dictadura) y también la era de ser el motor -Universidad y Estado- del desarrollo artístico y cultural de la nación.

La Orquesta y el Coro: compañeros de una vida

Fue un martes 7 de enero de 1941 en el Teatro Municipal de Santiago. Ante un lleno total, Domingo Santa Cruz, Decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile y presidente del flamante Instituto de Extensión Musical, pronunciaba las palabras que precederían a la primera función de la Orquesta Sinfónica de Chile: “el Instituto y su Orquesta serán un remanso en el que todos los músicos tendrán confianza, la palestra acogedora para estimular el trabajo de nuestros creadores y la mano generosa que habrá de tenderse en ayuda y apoyo de los ejecutantes y los profesionales de la música en general”.

Desde su inauguración, la Orquesta estuvo al mando de Armando Carvajal hasta 1947, cuando se hace cargo el maestro Víctor Tevah. Para ese entonces el IEM ya había pasado a estar bajo la tutela de la Universidad de Chile y la Orquesta Sinfónica se había hecho de un nombre a nivel nacional e internacional, lo que llevó a personalidades como Leonard Bernstein, Herbert von Karajan e Igor Stravinsky a dirigirla.

Luis Alberto Latorre, pianista titular de la Orquesta y reciente ganador del Premio a la Música Nacional Presidente de la República, lleva 26 años en la agrupación. Mirando al pasado, comenta que las décadas del ‘50 y ‘60 fueron fundamentales para el desarrollo musical de la Orquesta, pero que ésta ha cambiado: “el sonido y el trabajo de la Orquesta Sinfó- nica han ido aumentando en calidad en un gran nivel. Es cierto que antes hubo directores célebres que pasaron por acá, pero creo que el nivel de la Orquesta ahora es muy distinto, se ha ido profesionalizando cada vez más”.

Misma suerte ha corrido el Coro Sinfónico y las cien voces que lo componen. Fue fundado sólo cuatro años después que la Orquesta, siendo su primer director Mario Baeza. A pesar de que su trayectoria ha estado íntimamente ligada a la Orquesta -ésta los acompañó en su primer concierto en el estreno del Oratorio El Mesías de Händel- el Coro ha logrado construir un nombre por sí mismo. Esto se ha reflejado en las múltiples giras nacionales e internacionales, y en los numerosos reconocimientos que ha recibido, entre los que destacan el Premio a la Trayectoria otorgado por el Círculo de Críticos de Arte, un premio APES y en 2008 el Premio a la Música Nacional Presidente de la República.

“La labor cultural que ha realizado el Coro Sinfónico en este país no la ha realizado ningún otro coro, y no sé si hay ejemplos en Sudamérica”, afirmaba su director, Juan Pablo Villaroel, en noviembre para el aniversario 70° de la agrupación, ocasión que fue conmemorada con un concierto en la Casa Central de la Universidad de Chile.

En enero la Orquesta Sinfónica cumple 76 años de trayectoria, celebración que comenzó de forma anticipada en diciembre con el Premio Senado de la República 2016, recibido recientemente por la agrupación sinfónica por su aporte a la cultura nacional.

Para Diego Matte, director del Centro de Extensión Artística y Cultural (CEAC) que agrupa a las mencionadas entidades, los cuerpos estables nacionales no se pueden entender fuera de la Universidad de Chile y en ese contexto enmarca el galardón recibido. En su opinión, los principales aportes de las agrupaciones nacionales a Chile son el compromiso con la excelencia artística y el acceso a esa excelencia, que debe estar al alcance de todos. “Es un mérito que estas instituciones todavía existan y que estén bajo la tutela de la Universidad de Chile, lo que les ha permitido esa proyección y desarrollo, porque acá están protegidos dentro del ámbito público, en un ambiente comprometido con el desarrollo intelectual, científico y social del país”, reflexiona.

Banch y TNCH: Dos compañías para dos escuelas de artes escénicas

Cuando el afamado Ballet Jooss se presenta en el Teatro Municipal en 1940 con La mesa verde, obra que marca un antes y un después en la historia del ballet moderno, la historia nacional de la danza también comienza a reescribirse. Tal fue el impacto de la compañía en Chile, que cuando llega a los oídos de Armando Carvajal y Domingo Santa Cruz que parte del equipo del Ballet Jooss se había instalado en Venezuela no dudaron en realizar las gestiones para contratar a tres de ellos con la misión de conformar la escuela de ballet del IEM. Así es como llega al país Ernst Uthoff, como director y fundador de la futura escuela, su esposa y bailarina Lola Botka y el bailarín Rudolf Pestch.

El 7 de octubre de 1941 se iniciaron las actividades de la Escuela de Danza con una selección de 70 postulantes entre los centenares que solicitaron matrícula. El 18 de mayo de 1945 se presentaron por primera vez como un cuerpo estable con el nombre de Ballet de la Escuela de Danza, que con los años se transformaría en el Ballet Nacional Chileno (Banch). Coppelia fue la obra escogida, con música de Leo Delibes y coreografía de Uthoff.

Inverso fue el proceso de profesionalización del teatro en Chile. Meses antes, en el mismo año 1941, un grupo de estudiantes del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile presentaba en el Teatro Imperio la primera función oficial del Teatro Experimental, compañía que muchos años después se conocería como Teatro Nacional Chileno (TNCH). El grupo, formado y liderado por Pedro de la Barra y José Ricardo Morales, se componía de 28 actores y actrices aficionados que fueron conocidos como la Generación del ‘41. Mauricio Barría, actual Subdirector del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile e integrante del Directorio Transitorio del TNCH, afirma que “el objetivo era profesionalizar el teatro y renovar los repertorios. Se instalan como un teatro de vanguardia, por eso el nombre es Teatro Experimental, hay toda una mirada de la época a pesar de que ya vienen un poco pasadas las vanguardias en el año ‘40’”.

Es gracias a los esfuerzos del Teatro Experimental que en 1949 se funda la Escuela de Teatro y, casi en paralelo, la Escuela de Diseño Teatral. Otro importante logro se da en 1954, cuando se logra el arriendo al Banco del Estado de la Sala Antonio Varas, que acoge al TNCH hasta hoy.

Durante las décadas del ‘50 y ‘60 ambas compañías de artes escénicas alcanzan su época de mayor gloria con un amplio repertorio y un nutrido desarrollo de sus disciplinas. Destacan en el Banch montajes como Carmina Burana, considerada la obra maestra de Uthoff, y también las obras de Patricio Bunster; Bastián y Bastiana (1956), y Calaucán (1959), una de las más importantes de la época y de las piezas mejor logradas del Ballet Nacional Chileno. En tanto, el Teatro Experimental se consolidó a través de obras que transitaban entre lo clásico y moderno, como Romeo y Julieta, protagonizada por Marcelo Romo y Diana Sanz, y ¿Quién le tiene miedo al lobo?, dirigida por Agustín Siré y llevada a escena en 1964.

La llegada de la dictadura y la intervención militar en la Universidad presenta un quiebre en la historia común de estos elencos. Es en el año 1987 cuando, bajo la rectoría designada de José Luis Federici, se decreta la desvinculación del Coro de la Universidad de Chile, el Ballet Nacional Chileno y la Orquesta Sinfónica de Chile de la Facultad de Artes, tras la creación, ese año, del Centro de Extensión Artística y Cultural Domingo Santa Cruz, actual CEAC. Por otro lado, el Departamento de Teatro defiende la permanencia del Teatro Nacional Chileno y lo consigue, sin embargo, el elenco deja de funcionar en la década siguiente por problemas administrativos y financieros. Para la historiadora y directora del Proyecto NAVE, María José Cifuentes, el Banch -que en 2015 cumplió 70 años de funcionamiento- ha sabido sobreponerse a diversas dificultades que ha enfrentado en el último tiempo. “Los cambios de dirección y de elenco han sido un importante desafío y sin duda sus decisiones han apostado a su profesionalización y desarrollo de nuevos lenguajes, determinaciones que han llevado a esta compañía a seguir siendo un referente nacional en el ámbito de la danza, afirma Cifuentes.

El actual Directorio Transitorio del Teatro Nacional Chileno -que celebró sus 75 años de vida el presente año- se encuentra trabajando, según relata Mauricio Barría, en un nuevo estatuto que establezca los mecanismos para escoger a su director o directora mediante concurso público, que redefina la relación del TNCH con el Departamento de Teatro, entendiendo al Teatro Nacional como “el organismo natural de extensión de nuestro departamento”. “Para nosotros el Teatro Nacional debería ser un lugar de prácticas profesionales, un lugar donde están apareciendo los discursos que al departamento, como investigadores y creadores, le interesa que aparezcan, las reflexiones, pero también las formas de vinculación con la comunidad”, concluye Barría para la nueva etapa que está en diseño.

MAPA: patrimonio e identidad de Chile

“El Museo de Arte Popular Americano Tomás Lago salvaguarda el patrimonio para todos los chilenos”. Nury González es rotunda al definir la labor de la institución de la que es directora desde el año 2008. Y como si no fuese a quedar claro, agrega: “Somos nacionales. Es el único lugar que está salvaguardando una memoria de una identidad que está desapareciendo”.

El MAPA se inaugura oficialmente el 20 de diciembre de 1944, pero sus orígenes se remontan a la Exposición de Artes Populares que se realizó en 1943 en medio de las celebraciones del centenario de la Universidad de Chile. Para esa ocasión, Amanda Labarca, académica de la institución y presidenta de la Comisión Chilena de Cooperación Intelectual, encabeza un llamado a los países vecinos a donar obras de artesanía popular para la muestra. Si bien no todas las piezas alcanzan a llegar debido a la inestable situación política de la época, la exposición se realiza exitosamente y da pie para que el Consejo Universitario decrete la creación del MAPA.

El museo ha tenido una historia accidentada. Desde su fundación nunca ha contado con una sede propia, recalando primero en el Castillo Hidalgo y siendo luego relegado a las instalaciones del MAC después del golpe militar, periodo durante el cual incluso desaparecen piezas de la colección. Actualmente su sede está en una casa en la calle Compañía, pero parte de su acervo se exhibe en el Centro Cultural Gabriela Mistral.

En palabras de su directora, las más de seis mil piezas que componen su colección “tienen que ver con objetualidades del cotidiano. Son objetos que se hacen en lo que llamo el espacio calmo de la heredad, son transmisiones de abuelas a madres a hijos, transmisiones de saberes aprendidos en ese contexto.”

En esta tarea el MAPA trabaja codo a codo con el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes mediante proyectos y convenios. Uno de los más importantes tiene que ver con el Programa “Sello de Excelencia”, concurso que releva la calidad de la artesanía chilena. Las piezas ganadoras pasan automáticamente al MAPA, alimentando así la colección con nuevas representaciones artísticas. “Los únicos que damos garantías de dar el acervo para el país somos el MAPA, porque somos un museo público y estatal. Lo que entra al MAPA, entra para la Universidad; y si entra para la Universidad, entra para Chile”, afirma su directora. Ana Carolina Arriagada, directora regional del Consejo de la Cultura de la Región Metropolitana, está de acuerdo con ella. “El MAPA es un anclaje a nuestra identidad latinoamericana, al reconocimiento de nuestras artes y oficios tradicionales y populares; una reivindicación de nuestros saberes y formas de habitar en nuestro territorio”, explica.

Es por estas razones que el Ministro Ernesto Ottone nombró a González como curadora de la exposición chilena que participará en 2017 en Revelation, la III Bienal de Artes y Oficios que se realizará en París y que tiene a Chile como invitado de honor. “Cuando tomé el cargo de directora quería poner al MAPA en el mapa cultural chileno. Hoy nadie duda de qué es el MAPA”, declara Nury.

MAC: la añoranza por la actualidad

Corría junio del año 2002 y mientras Brasil y Alemania protagonizaban la final de la Copa del Mundo de Fútbol, en Chile cinco mil personas daban la sorpresa al salir a las calles a desnudarse ante el lente del fotógrafo Spencer Tunick, ante una fuerte oposición de grupos conservadores.

Francisco Brugnoli, director del Museo de Arte Contemporáneo, fue el coordinador de la venida de Tunick a Chile. “Debimos gestionar los permisos ante la Intendencia y el Concejo Municipal de la época en medio de mucha oposición”, rememora. Para Brugnoli, acciones como ésta representan el espíritu del MAC y demuestran, además, lo fundamental de que el Museo esté alojado en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. “Eso es muy importante, porque nos da autonomía, nos permite ser libres”, manifiesta.

Los orígenes del Museo de Arte Contemporáneo se remontan a la creación del Instituto de Extensión de Artes Plásticas en 1945, enmarcado en las políticas dedicadas a la cultura de la época. La primera muestra se inauguraba dos años más tarde en el edificio conocido como “El Partenón” en la Quinta Normal, con la presencia de autoridades nacionales, universitarias y artísticas. Para su primer director, Marco Bontá, el MAC representaba un “concepto que abarca lo histórico, lo estético y lo político”, que llegaba a cumplir un anhelo de los artistas de la época por la actualidad.

En 2017 el MAC cumplirá 70 años de historia. Por sus dos sedes -Quinta Normal y Parque Forestal- han pasado los más grandes artistas nacionales y connotados representantes internacionales. Francisco Brugnoli lo ha encabezado durante las últimas décadas y lo define como “un museo de actualidad que pone a la sociedad civil en contacto con el mundo, hace crecer el imaginario nacional”.

En la actualidad, el museo no sólo cumple la función de ser un espacio de exhibición, sino que también se hace cargo de las tres bases fundamentales de la universidad: docencia, investigación y extensión. Es en este último campo donde ha desarrollado áreas como Educamac, cuyo objetivo es convertir al museo en un espacio de intercambio de ideas y vinculación con la comunidad.

“El Museo de Arte Contemporáneo ha generado potentes dispositivos educativos y pedagógicos para nuestra comunidad, labor sumamente relevante en una área como las artes visuales, donde existen claras brechas de acceso, no sólo en la materialidad, sino también en lo simbólico, en comprender, acceder y participar al proceso de apropiación, señala la directora regional del Consejo de la Cultura de la Región Metropolitana. Para ella, el museo representa “una apertura a nuevos lenguajes, un diálogo con ‘lo otro’, la alternancia necesaria para definir lo que somos; la capacidad para abrirnos a otros referentes”.

La Camerata Vocal de la Universidad de Chile

Fue el último de los cuerpos estables en ser creado, fundándose en el año 2000. Está compuesta por 16 cantantes profesionales, que a su vez son instructores vocales del Coro Sinfónico. Su objetivo es cultivar y difundir repertorios de música a capella, entre los que destacan musicales como West Side Story, cantatas, música de películas, arias famosas de óperas como La Traviata, y música de grupos contemporáneos, como The Beatles, entre otras.

La guitarra indócil

En el año del centenario del nacimiento de Violeta Parra, Patricio Manns, cantautor, escritor y amigo cercano de la artista, comparte aquí un fragmento de su libro “Violeta Parra. La guitarra indócil”, próximo a ser relanzado por editorial Lumen.

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Acoso sexual y cambio cultural

Para Hobsbawm, uno de los efectos más relevantes del mayo francés que marcó la década del ‘60 en gran parte de Europa y Latinoamérica fue el cambio cultural que se venía gestando y que se traducía entre otros aspectos en la demanda de mayor incorporación de la mujer al trabajo; la píldora anticonceptiva y la apertura y liberalización de las relación sexuales, así como el cuestionamiento al patriarcado y a otras formas de expresión de la autoridad.

No era la Toma de la Bastilla ni la instauración de otro régimen lo que movía a los miles de manifestantes que ocupaban las calles pintando en los muros que se prohibía prohibir y que levantaban como consigna “la imaginación al poder”. Fue un fenómeno social y político que sin duda puso en jaque al poder establecido, pero que no surgió en las fábricas, sino al interior de los campus universitarios, atravesando incluso las fronteras ideológicas impuestas por la propia Guerra Fría.

Muchos de esos aires de cambio expresados cotidianamente en las relaciones humanas y jerárquicas se perciben hoy en medio de las crisis propias y ajenas que habitan dentro y fuera de nuestras fronteras. Cambios que ponen en cuestión temas y formas de comportamiento naturalizados por décadas, muchos de los cuales pasaron inadvertidos incluso para la vieja izquierda pese a los discursos emancipadores y libertarios que cruzaron el siglo XX. Temas y formas que hoy las nuevas generaciones no están dispuestas a dejar pasar.

Por ejemplo, la relación de respeto hacia los derechos de los pueblos originarios; la valoración y defensa de nuestro ecosistema; la defensa a los derechos de las disidencias sexuales; el respeto a la autonomía de las mujeres en torno a sus cuerpos y sus derechos sexuales y reproductivos; sus derechos al trabajo y a la igualdad salarial frente a los hombres; su derecho a no ser discriminadas, ni cosificadas, ni asesinadas por el hecho de ser mujeres.

De ahí que hoy resulte un escándalo lo que antes podía haber sido “una humorada”, como lo ocurrido con el episodio de la “muñeca inflable”, desnuda, con la boca tapada y exhibida como trofeo de empresarios y políticos; los hechos de la fragata Lynch, cuando nueve marinos grabaron en la intimidad de sus dormitorios a cinco de sus compañeras de armas; o que sea inadmisible que estudiantes sean objeto de acoso sexual de parte de sus pares o profesores en los campus de nuestras universidades y, lo que es peor, que algunos de esos “maestros” salgan en defensa de los acosadores calificando las denuncias como “sobrerreacción casi nerviosa”, en tanto ponían en peligro las “brillantes carreras” de algunos de los acusados.

Hacerse cargo de esos procesos de cambio representa un desafío tanto en materia de legislación y políticas públicas como en la implementación de protocolos y normas claras que den respuesta a las actuales demandas de igualdad, dignidad y no discriminación que se levantan con fuerza en todos los espacios de nuestra sociedad.

Sin duda, lo más difícil es cambiar la mirada sobre aquello que por siglos ha sido naturalizado, más aún cuando quienes se resisten son líderes de opinión o figuras que han sido objeto de admiración para los propios jóvenes.

En la Universidad de Chile, institución en la que también ha habido denuncias sobre el tema, luego de elaborar y difundir en las aulas manuales contra el acoso sexual y contribuir como política institucional a establecer normas de acompañamiento, investigación y sanciones, ahora se acaba de aprobar un completo articulado que se hace cargo del tema de manera integral, a través de una política para prevenir el acoso sexual, y un protocolo de actuación ante denuncias sobre acoso sexual, acoso laboral y discriminación.

Se trata de un hecho inédito en las instituciones de Educación Superior en Chile y de una noticia digna de celebrar. Lo que falta ahora es que en cada aula, campus o biblioteca, concluya el necesario y urgente cambio cultural.

La sorpresa del siglo

Por Diamela Eltit, desde Estados Unidos.

A la mañana siguiente de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos hubo un silencio extenso, de tal magnitud que parecía que la ciudad de Nueva York se hubiera fugado de sí misma. Se consolidó así una de las elecciones más bizarras de la historia reciente del país, con un candidato que hizo de la agresión y de una serie de promesas asombrosamente falsas y superficiales su sello identitario. A medio camino entre la ficción, la farándula y la realidad, culminó la prolongada escena en la que Trump actuó su rol de “jefe” de una compañía que se llamaba Estados Unidos.

La prensa, de manera absorta, apoyó a Hillary Clinton y, más todavía, algunos de los republicanos emblemáticos retiraron su soporte al candidato que debía representarlos. Todo forma parte de un apretado nudo político, social y mediático que todavía no termina de clarificarse, más allá de las diversas opiniones, de las analíticas, de las múltiples incertezas.

Pero lo que sí parece necesario enfatizar es que antes de la elección y a pesar de las encuestas, de los pronósticos o de la seguridad de la prensa, existía una “presencia Trump” poderosa que recorría todo el espectro social y lo mantenía curiosamente indemne, sin considerar las aseveraciones que negaban sus posibilidades.

A partir de la “mañana siguiente”, cuando Estados Unidos realmente “despertó” silenciosa, asombrada o frenética, pero nunca indiferente, empezó una y otra vez la imperiosa tarea de intentar entender lo que había pasado. Términos de moda como posverdad (cuya conceptualización está instalada hace más de diez años) se inscriben ahora con una fuerza nueva, una y otra vez, luego de que fuera legitimado por el prestigioso diccionario de Oxford a partir, precisamente, del resultado inesperado del Brexit inglés. Este término se refiere al triunfo de lo emocional sobre la realidad que esta emotividad recubre. En ese sentido, parece necesario recordar a Pierre Bourdieu cuando habla de “efectos de verdad” producidos fundamentalmente por los territorios mediáticos y hay que agregar, también, las redes sociales y sus intervenciones y distorsiones.

Desde luego, en lo personal, sería incapaz de leer qué sucedió para que un candidato tan lineal, curioso y extremo se convirtiera en presidente de los Estados Unidos. Más bien, para mí, lo importante fue entender que la democracia estadounidense porta una paradoja, pues no son coincidentes el voto directo y el resultado electoral.

En ese sentido, desde el conteo electoral por estados Trump venció ampliamente y se erigió como presidente. Pero desde la votación ciudadana perdió también de manera consistente. Esta diferencia, al parecer, es la más rotunda en toda la historia electoral de los Estados Unidos.

Otro punto neurálgico se ha centrado en señalar que los votantes de Trump pertenecerían, en gran número, a los sectores más pobres de la población blanca. Una clase trabajadora desplazada por la globalización capitalista y tecnológica (el uso de robots como fuerza de trabajo) que fue cautivada por un discurso paradisíaco que prometía una vuelta atrás, al retorno hacia una sociedad productiva, protagonizada por esos trabajadores legendarios, relegados por una mano de obra radicada ahora en China, India o en México, entre muchos países.

Sobre estos votantes, de manera injusta, recae todo el resultado electoral. Son esos blancos expulsados de su cultura obrera los que absorben la responsabilidad. Sin duda, como en todas partes, existen numerosos grupos populares inflamados por un nacionalismo escolar, por fobias, por pensamientos y conductas alarmantes de corte fascista. Pero definir al conjunto de los trabajadores como “ignorantes” y adjudicarles enteramente el resultado de esta elección, parece una reacción clasista. La primera pregunta debería establecerse sobre una extrema debilidad del mismo Partido Republicano y su frente de postulantes con tradición y experiencia política que, sin embargo, no lograron convocar a sus propias bases. Donald Trump es un outsider sin una militancia ni historia en el partido y, por supuesto, sin ninguna experiencia en cargos de representación pública. Por otra parte, el Partido Demócrata no consiguió perforar el discurso “trumpista” porque existe un malestar laboral que se arrastra desde la crisis y una distancia ideológica, básicamente, con los jóvenes cansados del neoliberalismo que los agobia.

Hay que señalar que el Partido Demócrata experimentó una derrota en todos sus frentes por la pérdida de representantes en las cámaras. En ese sentido, el “legado” del presidente Barack Obama está en franco riesgo ante las sucesivas promesas de Trump de terminar con el programa de salud pública, llamado también Obamacare; el mismo suspenso se yergue ante la reanudación de relaciones diplomáticas con Cuba o los acuerdos con Irán, la inversión en cuidado de medioambiente, entre otras materias.

Por otra parte, el discurso Trump deshizo conquistas importantes conseguidas por luchas civiles y puso sobre el escenario público la arrogancia del poder del dinero y su saber en torno a recursos mediáticos para establecerse como centro de la atención pública. Ninguno de sus insultos y exabruptos detuvo su inscripción. Su debilidad conceptual quedó en evidencia en cada uno de los debates donde se refugió en meros clichés y la promesa de “hacer grande a los Estados Unidos otra vez”. Así, desde una posición de una derecha ultra populista, nacionalista y racista, se generó un personaje que daba una impresión, hasta cierto punto, freak. Pero atravesando las analíticas y las lógicas, resultó electo el presidente del país más poderoso y del que desconfían casi la totalidad de los líderes del mundo, salvo su “aliado”, el presidente Putin.

Hoy, nadie sabe con certeza cuáles serán las claves de su gobierno. La designación de multimillonarios, ejecutivos y generales en su gabinete y puestos claves presagia un devenir, por decir lo menos, especialmente difícil a nivel interno y de alto riesgo en los espacios internacionales.

No se trata solamente de que Trump haya ganado una elección, sino que hay que considerar la magnitud del rechazo que concita y que mantiene al país dividido y hasta enfrentado. Una profesora de California aseguró que se trataba de una elección “terrorista”. Las marchas, protestas, resistencias, se suceden. Para el 21 de enero hay convocada una marcha nacional de mujeres en la ciudad de Washington contra el presidente electo por sus manifiesta misoginia.

Suposiciones, rumores y trascendidos marcan el curso de este tiempo transicional. Se dice que no respeta los protocolos, que durante las reuniones de trabajo no escucha a nadie porque está permanente tweeteando de manera frenética y adicta, que los conflictos de interés que mantiene son de una dimensión incalculable, que sus verdaderos asesores son una de sus hijas, Ivanka, y su yerno.

Desde luego, la situación es crítica. Pero más allá de la posverdad que demostró la elección estadounidense, lo que habría que observar es si acaso no podríamos estar en los inicios del tiempo de la pospolítica. Un tiempo en el que el proyecto neoliberal se materializa en toda su dimensión, descarta la política institucional como eje y transfiere el poder a multimillonarios aliados al poder militar, produciendo así una ecuación perfecta. Generales que garantizan el incremento de la industria de la guerra y multimillonarios que proyectan y ejercen su extremo narcisismo, desprecian la pluralidad y usan al Estado para multiplicar sus fortunas.