El desafío que requiere equidad

“Las decisiones que tenemos entre manos como humanidad requieren de todos, todas y todes. Esto, claro, no puede desconocer que nuestra sociedad humana actual no es una igualitaria, sino que profundamente estratificada y segregada, donde el poder y la influencia están […]

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El monólogo del crecimiento económico: una confusión conveniente

En momentos en que en Chile se debate la reducción de la jornada laboral a 40 horas, es crucial buscar formas más razonables y menos sesgadas de medir el desarrollo económico, más cercanas al desarrollo humano. Para poner límites a la lógica capitalista se necesitan decisiones políticas: así ha ocurrido en países europeos, donde se ha logrado que una parte significativa de la expansión productiva redunde en más tiempo libre. 

Por Nicolás Grau | Ilustración: Fabián Rivas

A pesar de lo que podría pensar una persona ajena a nuestra disciplina, las y los economistas sí consideramos el tiempo libre como una variable importante de bienestar. De hecho, la mayoría de nuestros modelos macro —los que están diseñados para capturar las decisiones más sustantivas de los individuos en la sociedad y así analizar las dinámicas de crecimiento— consideran que el total de horas no trabajadas es uno de los elementos que da bienestar a las personas. Incluir el tiempo libre como un bien preciado en las preferencias de los individuos tiene muy buenas justificaciones normativas y positivas.

Lo anterior implica que cuando las y los economistas hacemos análisis de bienestar a partir de nuestros modelos macro, el tiempo libre sí es un factor. Y, por ende, no consideramos igualmente desarrolladas dos sociedades con PIB parecido, distribuido de forma similar, pero donde en una se trabaja más que en la otra. La paradoja es que nuestras medidas más utilizadas para el desarrollo económico suelen olvidar esta dimensión, haciendo equivalente el crecimiento del PIB con el desarrollo económico.

Desconozco cómo llegamos a esta confusión. Pero en defensa de nuestra profesión, y en atención a lo señalado en el primer párrafo, creo que es justo señalar que el problema no tiene necesariamente que ver con el foco de la disciplina económica. En cambio, parece haber una disociación entre cómo hacemos nuestra ciencia social y los instrumentos concretos que utilizamos para medir cómo progresan las sociedades.

Vale la pena notar que esta confusión sesga positivamente la valoración normativa de la sociedad capitalista y de sus variantes más extremas, como la chilena. A saber, las sociedades capitalistas tienen una capacidad sin precedentes en la historia de la humanidad de expandir la capacidad de producción de bienes y servicios. Si pensamos en dos extremos, tal expansión de la productividad podría ser aprovechada para trabajar menos (y producir/consumir más o menos lo mismo) o para producir/consumir más (y trabajar más o menos lo mismo). Pues bien, la lógica interna del desarrollo capitalista requiere que su expansión productiva redunde principalmente en aumentos de la producción y consumo, y no en mayor tiempo libre.

“La lógica interna del desarrollo capitalista requiere que su expansión productiva redunde principalmente en aumentos de la producción y consumo, y no en mayor tiempo libre”.

El mecanismo tiene los siguientes componentes: primero, los capitalistas, en su afán de lograr el máximo nivel de utilidades, buscan desarrollar nuevas y más eficientes formas de producción. Segundo, quienes logran hacer estos progresos en productividad requieren rentabilizar su inversión vendiendo lo máximo que puedan de su producto, ya que no les sirve (o les sirve menos) vender lo mismo que antes, pero produciendo de forma más eficiente. Tercero, lo anterior requiere desarrollar en los potenciales consumidores un interés cada vez mayor de consumir más y nuevas cosas (basta con ver los avisos comerciales), obligando a esos consumidores, por lo tanto, a no bajar sus horas trabajadas para sostener el ritmo de consumo. Si algo se corta en esta cadena, el motor de la expansión productiva capitalista se pone en riesgo.    

El análisis anterior tiene un alto nivel de abstracción, pues obviamente hay variantes del capitalismo donde se trabaja más (Estados Unidos) y otros donde se trabaja menos (Europa), pero eso no pone en cuestión —como se apunta en el párrafo anterior— que la lógica de la dinámica capitalista que explica sus sucesivas revoluciones productivas sea también la que explica su sesgo anti-tiempo libre. Son decisiones políticas, que conscientemente ponen límites a esa lógica capitalista, las que han permitido en el caso europeo lograr que una parte más significativa de esta expansión productiva redunde en más tiempo libre.   

Dicho lo anterior, me permito una digresión metodológica. El hecho de que esta forma de medir el desarrollo económico beneficie la valoración normativa del capitalismo no es razón suficiente para pensar que es su funcionalidad al capitalismo lo que explica su existencia. Pensar de esa manera es, en mi opinión, una forma muy peligrosa de hacer ciencia social (y también de hacer análisis político). 

Con todo, me parece que es crucial buscar formas más razonables y menos sesgadas de medir el desarrollo económico, más cercanas al desarrollo humano. Acá sólo he puesto el acento en una de las dimensiones olvidadas, pero hay muchas otras, como las vinculadas al medioambiente, al trabajo reproductivo o a la salud de los individuos. Y no es que tengamos que partir de cero, ya que hay abundante desarrollo conceptual en la economía y en otras disciplinas. Sin ir más lejos, los avances importantes que hemos hecho en Chile en la medición de la pobreza, pasando de una medida basada en ingresos a una multifactorial (con enfoque de capacidades), son un claro signo de que es posible medir distinto el desarrollo económico.

Patricia Politzer

(Independientes por la  Nueva Constitución) Distrito 10 Región Metropolitana

Si tuviera que definir en una sola palabra los primeros dos meses del trabajo constitucional sería aprendizaje. Ha sido una etapa llena de sorpresas y emociones. La primera fue Carmen Gloria Valladares, esa funcionaria pública ejemplar que manejó con maestría la ceremonia de instalación. Las manifestaciones en el entorno del Congreso y las sensibilidades a flor de piel podían llevarnos a un callejón sin salida. Pero el espíritu republicano y la responsabilidad democrática de esta abogada le dieron solemnidad a la ceremonia. Logró que se hiciera silencio y cada cual declaró su compromiso con la tarea de escribir una nueva Constitución.

Luego vino la ineficiencia o falta de voluntad política del Ejecutivo con el proceso constitucional. La hoja en blanco había sido entendida como la nada, no solo en el texto sino en la infraestructura. No había computadores, papel, lápices, tampoco basureros. Sin embargo, con el apoyo de la Universidad de Chile y de la Cámara de Diputadas y Diputados, en menos de un mes se levantó de esa nada una nueva institución de la República: la Convención Constitucional.

En pocas semanas, sus 155 integrantes ya habían elegido a una presidenta mapuche, un vicepresidente, siete vicepresidencias adjuntas (dos de ellas con representantes de pueblos originarios), y habían formado ocho comisiones temáticas para comenzar a trabajar. Un mes después, la Comisión de Reglamento recibió la tarea cumplida para armonizar un documento que debe pasar por la aprobación del Pleno.

Sigo tan optimista como el día en que el Tricel comunicó oficialmente mi elección como Convencional Constituyente. He sido partícipe de un ejercicio democrático como nunca antes en nuestra historia. La Convención reúne a un conjunto plural y diverso, que refleja la complejidad de nuestra sociedad en toda su dimensión. Esta amalgama de historias de vida, experiencias, cosmovisiones, ideologías, religiones, ha ido conformando un todo armónico para dar forma a la institucionalidad constitucional.

Es en esta institucionalidad, en la que cada cual va encontrando su espacio, su manera de relacionarse con el otro, de asombrarse con vivencias insospechadas, de enriquecerse con nuevos conocimientos. Lentamente, la rigidez de nuestra sociedad se va metamorfoseando, para permitir que participen en el ágora diversos colectivos que durante décadas fueron invisibles para las elites.

Cuando se cumplió un mes de la instalación de la Convención escribí una columna que hablaba de los extraordinarios tintineos que se escuchan en los pasillos y de cómo la norma son los colores, los aros y los adornos en hombres y mujeres. Los ponchos y vestidos cuyas formas y texturas dan cuenta de variados territorios de norte a sur. Un colorido similar a la diversidad de los seres humanos. Esta realidad, cada vez más natural, da cuenta de que ya se inició el cambio profundo que Chile necesita. Algunos siguen incrédulos y enfadados; otros, atemorizados y a la defensiva. Pero el mirarnos a los ojos, reconocer nuestras voces, adivinar una respuesta, permite que empiecen a caer las corazas, surjan complicidades insospechadas y se vayan creando confianzas. Que se pueda trabajar codo a codo, hablar con franqueza y sin resquicios de realidades duras y dolorosas. Así, en conjunto, vamos aprendiendo a dialogar, argumentar y llegar a acuerdos.

Bárbara Sepúlveda

(Apruebo Dignidad) Distrito 9 – Región Metropolitana

Lo más complejo ha sido adaptarse a un espacio de deliberación política como este. La diversidad que existe adentro ha implicado descubrir una forma de relacionarse que, personalmente, me es ajena. Viniendo de organizaciones sociales y del activismo, incluso aunque sea militante, no me había tocado tener una experiencia de este tipo, entender las dinámicas y las lógicas de las relaciones políticas. Ha sido un gran aprendizaje. Lo más difícil es estar con gente de la que no se sabe qué esperar. Si tengo al frente a una persona de derecha, sé inmediatamente cuál es su postura, sin embargo, hay gente de centro que en algunas cosas se inclinan para un lado, en otras para otro, y eso representa una gran complejidad en las conversaciones y los acuerdos.

Una de las sorpresas gratas ha sido conocer gente independiente, de otras regiones, de otras listas y colectivos políticos. Hemos podido construir relaciones muy buenas; hay muchas mujeres increíbles, llenas de fuerza y convicción. El trabajo más intenso ha sido el de la Comisión de Reglamento, donde comparto con gente muy aplicada, con muy buenas ideas. Este es un un espacio donde la mitad somos mujeres, algo novedoso. Por eso pienso mucho en mis compañeras que están en el Congreso y en lo tremendo que debe ser estar en un espacio tan masculinizado.

Ser parte de este proceso histórico es importante y lo vivo en el día a día, tratando de superar mis estándares de exigencia. Trato de mantener un contacto muy fluido con la gente, especialmente de mi distrito, y es un trabajo que consume muchísimo tiempo. Fuerzo mi agenda a tener espacios de conexión con la ciudadanía e ir a asambleas, y no es sencillo por el ritmo que tiene la Convención, que es brutal. Nuestros horarios de trabajo son sin parar de mañana a noche, fines de semana completos. A todas y todos nos ha pasado que vemos menos a nuestra familia y amistades. Vivo con mi compañero, no tengo hijos, pero sí una gata: la Abogata. Pienso en mis compañeras que son madres y mis compañeros que son padres o que ejercen labores de cuidados y la incompatibilidad de eso con este ritmo. No podemos permitirlo, porque las que se van a ver más afectadas serán las mujeres. Si nosotras no somos capaces de moderar esto de alguna forma, ellas tendrán que empezar a marginarse de espacios de reunión y eso es tremendamente injusto. Creo que no estamos dando un buen ejemplo sobre lo que es tener una política de cuidado dentro de la CC, y eso es grave. Avanzar en eso es clave.

Mi gran batalla es la Constitución feminista. Obviamente, son varios los otros asuntos en los que he puesto mucho énfasis, sobre todo en los derechos sociales, pero creo que mi gran batalla es introducir la perspectiva de género de principio a fin en el texto constitucional.

Adriana Ampuero

(Insulares e Independientes) Distrito 26 – Región de Los Lagos

Mis principales recuerdos de los primeros días son los cantos y gritos de la gente que fue junto a nosotros desde Plaza Dignidad hasta el ex Congreso Nacional, como símbolo del acompañamiento que realizarían a sus representantes populares y al proceso en general. Nuestra primera dificultad fue sesionar. Parecía mentira que no estuvieran las condiciones mínimas para el funcionamiento después de tantos meses de preparación. Era la señal más patente de que esto no era de consenso para los poderes constituidos y de lo difícil que sería todo el proceso.

Las anécdotas más divertidas venían de los convencionales de zonas aisladas y extremas, de los extensos viajes que tuvieron que hacer para llegar hasta ahí, algunos por mar y tierra, otros que no podrían volver a sus territorios durante todo el proceso por las condiciones sanitarias derivadas de la pandemia. Les comenté a mis compañeros que no podría acostumbrarme jamás a la capital, que no me gustaba la idea de acomodarnos en el Ex congreso ni en Palacio Pereira. Semanas más tarde me convertiría en la coordinadora de la comisión de descentralización y organizaríamos junto a Cristina Dorador y 17 convencionales de regiones, el primer despliegue territorial de la Convención.

El significado de ser parte de este proceso estuvo claro desde el primer día en que salí a marchar por una nueva Constitución en octubre de 2019. Este proceso democrático y deliberativo es lo más relevante que ha ocurrido en los últimos 40 años del país, para mí representa una instancia que se debe defender a fuego, una instancia para buscar la anhelada justicia y dignidad por la cual luchamos nosotros y nuestros antepasados, para hacerlo junto a la gente y no entre cuatro paredes.

El choque entre las expectativas y la realidad es entender en la práctica, que tanto los poderes constituidos como los partidos del orden, la prensa y las elites políticas y económicas de este país no solo no comparten la creación de una nueva constitución (que era de esperarse) si no que se empeñaran en entorpecer el proceso constituyente.

Para mi territorio es prioritaria la descentralización efectiva, y por ende, lo es también para mí. Buscamos avanzar en autonomías políticas, económicas, tributarias, fiscales y legislativas que le otorguen a los territorios la posibilidad de salir del olvido y la invisibilización, para poder tomar decisiones pertinentes a sus realidades.

Rosa Catrileo

Escaño reservado del pueblo mapuche – Región de La Araucanía

Estos dos primeros meses en la Convención han sido de muchos cambios, trabajo, estudio y también aprendizaje. En lo personal, tuve que cambiarme de ciudad y trasladarme desde Temuco a Santiago junto a mi pareja, dos de mis 3 hijos y mi mamá, quien nos viene a apoyar en los cuidados de los niños.

Los primeros convencionales que conocí y con los cuales tuve contacto antes de la Convención fueron los mapuche, con quienes obviamente tengo mayor afinidad y con los que trabajamos en varios puntos en conjunto. Luego fueron los convencionales de escaños reservados de los otros pueblos indígenas. Desde esos espacios, me he desenvuelto hacia el resto de la Convención. He podido interactuar y trabajar con convencionales de todos los sectores, sobre todo porque he sido parte de la Comisión de reglamento (la que más trabajo ha tenido). Soy coordinadora de una subcomisión dentro de ella y llegamos a sesionar veinte horas diarias.

Como anécdota, fui quien presentó la indicación de eliminar la “República de Chile”, lo que generó mucho debate y cuyo objetivo era armonizar textos. A pesar de todo, nos sirvió para analizar las bases del surgimiento del Estado uninacional que mira el modelo europeo, y pensar en cambiar los paradigmas que le dieron inicio, ya que a través de él se buscaba homogenizar la población para ser una nación y así diferenciarse de la monarquía, a la vez negando lo indígena preexistente.

Cuando llegué a la Convención, sabía que sería parte de un proceso histórico. Venía con legítima desconfianza por el actuar del Estado respecto del pueblo mapuche. Pensé que sería casi imposible dialogar con muchos, sin embargo, he visto que gran parte de los convencionales están acá para generar los cambios profundos que los pueblos esperan.

En cuanto a mis expectativas del proceso y de lo que busco plasmar en la Constitución, espero que podamos crear una que deje atrás el colonialismo en el que se fundó el Estado de Chile, que se haga cargo de los derechos de los históricamente excluidos; de la naturaleza, las mujeres y, por supuesto, de los pueblos indígenas.

Sé que mi presencia acá representa la esperanza de muchas mujeres mapuche que han estado silenciadas. En este espacio, soy la voz de quienes nunca han tenido la posibilidad de hablar, de mis antepasados que lucharon por el reconocimiento y el respeto del derecho a seguir siendo mapuche. Espero que ello se refleje en las normas que se escriban en la nueva Constitución, que ya no será de la República de Chile, sino de todos los pueblos presentes en este territorio. Fey muten fentren mañum!

Javier Fuchslocher Baeza

(Independientes por la Nueva Constitución) Distrito 21 – Región Del Biobío

Estos meses comenzó un nuevo camino, único en nuestra historia, donde la ciudadanía por primera vez participa en la redacción de una nueva Constitución. Al comienzo, para quienes vinimos desde regiones, resultó algo complejo adecuarnos a las dinámicas de Santiago, especialmente por dejar nuestras ciudades (en mi caso, Los Ángeles), hogares y familias. Sin embargo, este ajuste se comenzó a dar de forma más fácil, luego de pasar varios días junto a compañeros y compañeras convencionales, con los que logramos generar relaciones de amistad, tras extensas jornadas de trabajo en el Pleno, la coordinación de la comisión de Participación Popular y Equidad Territorial (de la que soy parte), y en los lugares de hospedaje en común.

La conversación e intercambio de ideas en ambientes cotidianos y más relajados, como en el desayuno, almuerzo, cena y espera de locomoción, estableció una dinámica que permitió conocernos más allá de las ideas políticas, valorando nuestra diversidad como personas con diferentes experiencias y una gran calidad humana. Esto permitió ir avanzando en la búsqueda del diálogo de forma más distendida, con risas y buen humor, más allá de las polémicas largamente cubiertas por los medios.

En cierta medida, se esperaban las dificultades que se prestaron en las primeras semanas de la Convención, lo que significó un enorme desafío para cada integrante sacar adelante esta tarea, que hasta el momento ha contado con grandes avances. Para quienes buscamos aportar a esta Convención desde la ciudadanía -en particular en mi caso como profesor de Historia-, en el proceso se ha dado un choque con el lenguaje y los tecnicismos jurídicos, situación que hemos ido superando con aprendizajes y con la práctica diaria que demanda esta instancia.

Avanzar en los resultados de esta labor es algo que tiene expectantes a quienes ven el proceso desde afuera, principalmente aquellas personas que buscan equidad, dignidad y justicia. En mi caso, pretendo que la Convención sea capaz de entablar la garantía de los derechos para miles de trabajadores a través de la negociación ramal, el término de las malas prácticas laborales y la erradicación de la atomización sindical. Esto, para que en Chile se haga realidad el anhelo de que el trabajo permita alcanzar una mejor calidad de vida, proyección profesional, desarrollo personal y así lograr la felicidad de cada habitante del país.

Ricardo Neumann

(Vamos Por Chile) Distrito 16 – Región Del  Libertador Gral. Bernardo O’Higgins

Hay muchos sentimientos encontrados estas primeras semanas. Se mezcla la  sensación apasionante de participar en un proceso que  definirá el futuro de Chile, con ciertas señales que te  hacen pensar que esta oportunidad histórica podría des aprovecharse. Creo que la Convención, además de ser  una instancia jurídica, es una instancia cultural, donde  debemos encontrar entre distintas posturas una forma  de relacionarnos políticamente de manera pacífica, equilibrando nuestra diversidad con elementos de identidad  en común. Encontrar ese elemento de cohesión social es  un factor esencial que aún no veo en una Convención  que pareciera discutir gran parte de los temas desde una  excesiva lógica identitaria que fragmenta en vez de unir.  La nueva Constitución debe ser la casa de todos y no  solo de algunos, y la Constituyente debería ser una instancia de reconciliación y no de refundación radical,  como a veces se siente: cuando no fuimos capaces de  cantar nuestro himno el día de la instalación o cuando se  ponen en duda elementos fundamentales como la idea  de Nación o el concepto de República. 

Avanzando las semanas, también he podido percibir instancias positivas. En las comisiones, en general, se ha  dado un buen ambiente de trabajo y de diálogo, en las  que se ha podido avanzar y llegar a acuerdos. Desaparece  el ánimo declarativo de trinchera que se vive en el Pleno  y se puede percibir un mayor espíritu de construcción  en común. Tengo la esperanza de que la Convención sea  una instancia de diálogo, que marque una nueva forma  de hacer política, una política que sea capaz de resolver los problemas de las personas. Por lo mismo, espero  aportar cuando se discutan los temas de fondo, porque  esa es la única manera de cumplir con el mandato que  nos entregó la ciudadanía, para que la promesa de construir “la casa de todos” no sea solamente un eslogan de  campaña. Pese a las dificultades, siempre trato de ver el  vaso medio lleno de este tiempo accidentado que llevamos en la Convención. Estamos partiendo. Nos estamos conociendo, y también le estamos tomando el pulso a lo que la ciudadanía nos exige.  

Algunas veces, cuando hemos debido sesionar algunos sábados por Zoom, me pongo optimista cuando veo que al final de la reunión aparecen a saludar por las cámaras los hijos e hijas de varios convencionales. Esos son los momentos lindos. Pese a nuestras divergencias ideológicas, esos son los momentos en que entro en la convicción de que todos tenemos en común algo importante para no desaprovechar esta oportunidad que nos pone la historia: acá está en juego el Chile en el que crecerán nuestros hijos y, por supuesto, nadie quiere que eso resulte mal.

Beatriz Sánchez

(Apruebo Dignidad) Distrito 12 Región Metropolitana

Ha sido emocionante tomar conciencia de este proceso histórico. Pero también ha sido super duro, porque empiezas de cero a hacer un trabajo con gente que no conoces,  adaptándote a una pega que nunca habías hecho. Cuesta  al principio. Las primeras semanas pasamos muchas ho ras en miles de reuniones y sentíamos que no avanzaba mos nada. Y, de repente, empezamos a avanzar. Fue una  mezcla de todo eso. A algunas reuniones le pusimos las  “reuniones inhumanas” para reirnos un poco, porque ya  no encontrábamos más horas que exprimirle al día. A ra tos fue frustrante y también, para mí, ha significado mu cho aprendizaje, ya que estamos viviendo un proceso de  mucha innovación política. Estoy abriendo los ojos y las  orejas lo más que puedo. Dicen que “el bosque no te deja  ver los árboles” cuando estás muy metida en algo, por eso  una trata de tomar algo de distancia para gozar con lo  que está pasando. Estoy intentando hacer una reflexión  todas las semanas para no ir perdiéndome de cosas que  son super interesantes de mirar. Carolina Pérez, que me  está ayudando a levantar el trabajo territorial, me dijo:  “imagino que como periodista estás haciendo un registro  diario” y no, no se me había ocurrido. 

Supongo que a la gente que ha pasado por el congreso,  todo esto le resulta más fácil o cómodo. Hay cosas que me  siguen impresionando mucho, como la performatividad  de la política y el reconocimiento de identidades políticas,  algo a lo que no me acostumbro mucho. Creo que lo que  más me ha gustado mirar e ir absorbiendo es la relación  con los pueblos originarios. Aprender de sus formas y  tiempos políticos ha sido superinteresante. Es un Chile  que nunca había compartiendo un espacio así.  

Lo que más me llama la atención de la Constitución del  80 es que, al cimentar un sistema subsidiario neoliberal, lo  que se instauró no fue solo un sistema político-económico.  También se terminó afectando a una sociedad completa.  Hoy, hay una forma cultural neoliberal subsidiaria, por  decirlo así. Pensamos en neoliberal. Eso permea todos los  espacios: el valor de la competencia, del rascarse con las  propias uñas; se premia a los que sacan las mejores notas.  Me hace explotar la cabeza que eso se haya vuelto parte de  las relaciones sociales. El corazón de esto, para mí, es que  podamos superar ese sistema neoliberal con una Constitución de derechos sociales, democráticos, paritarios; y así,  quizás en diez años, la sociedad se mirará a sí misma de  forma distinta. Me dan ganas de llorar cuando lo digo. No  sé si lo logremos, pero ya estar pensando que podríamos  hacerlo como país es lo que me tiene acá. Sería el mayor  paradigma que podríamos cambiar.