El movimiento parece no acabar y trasciende estilos y generaciones: comenzó con la indignación por una violación confesa en un texto de Pablo Neruda, siguió con otro episodio de violación en una autobiografía de Alberto Fuguet y en estos días enciende los ánimos con columnas publicadas por Francisco Ortega. El castigo a la naturalización de los abusos sexuales en obras literarias es una de las luchas del pensamiento crítico actual feminista, frente al cual han aparecido propuestas que buscan generar mayor conciencia a la hora de integrarlos a los currículums escolares o, incluso, eliminarlos del panorama cultural.
Por Ana Rodríguez | Fotografía de portada: INTERCONTINENTALE / AFP
En un muro de calle Curicó, casi esquina San Isidro, los artistas italianos Jorit Argoch y Leticia Mandrágora pintaron a fines del 2017 un retrato del rollizo rostro de Pablo Neruda, enmarcado en las letras del poema “Podrán cortar todas las flores pero no detendrán la primavera”. Hoy, a esas palabras se suman los rayados “Neruda = Misógino, Legado Patriarcal”, que irrumpieron para completar la composición luego de la polémica desatada por el reflote de un texto perteneciente a Confieso que he vivido (1974), donde el Premio Nobel relata el episodio en que habría violado a una trabajadora encargada de hacer el aseo –concretamente, de llevarse los excrementos del poeta- de su habitación en Ceilán. La cita es textual:
“Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia”.
La escritora Pía Barros no conocía el texto de Neruda. Dice que le pareció terrible que nadie hubiese reparado en él antes.
– Leí el fragmento y es terrible, es claramente una violación. Sobre todo porque ahí hay un problema de clase y de género. Hay mucha problemática metida en aquello a lo que él pone el viso del romanticismo; no tiene nada de romántico, sino que es solamente una violación- asegura.
El texto, continúa Barros, es una clara evidencia de cómo operaba la clase alta chilena y, también, de cómo incorporamos y naturalizamos prácticas y discursos aparentemente “tradicionales”, sin someterlos a una lectura crítica.
– En este país la oligarquía buscaba niñas limpiecitas, jovencitas, para que fueran inauguradoras de sus hijos y les quitaran la virginidad. Es una costumbre que por supuesto hay que erradicar y que es brutal. Pero esa costumbre que nosotros naturalizamos es también parte de aquello de naturalizar ciertas obras en la literatura. Tú naturalizas ciertas obras como buenas sin cuestionar su contenido y sin cuestionar al lector que recibe ese tipo de contenido. Hay prácticas que hay que erradicar; pero no por ello dejar de visibilizarlas, cuestionarlas y transformarlas también en un aparato literario y un cuerpo político- dice Barros.
Elvira Hernández, recientemente galardonada con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, trae al recuerdo un cuento de Teresa Hamel presente en el libro Las causas ocultas (1980). En él, Hamel relata un incesto que se produce en una zona campesina. “No era aquél sólo un caso particular aunque lo fuera; eran miles de casos en nuestro territorio que se reunían en ese relato donde el jefe de familia, el padre, tiene en la hija mayor una segunda esposa. Una costumbre proverbial de los campos chilenos que lo pone en el tapete una escritora y que no fue examinado con ahínco por la crítica de entonces”, explica.
Hernández cree que “la violación de una mujer es una de las mayores fantasías masculinas”. Cuenta que tras escuchar los debates acerca de la despenalización del aborto en tres causales en el Congreso Nacional, “no me cupo duda que entre uno de sus tantos objetivos, estaba darle institucionalidad a esa fantasía, sojuzgar a la mujer a través de una maternidad forzada, quitarle su libertad individual”. La autora de La bandera de Chile (1981) cree que la manera como hemos construido nuestra sociedad es “violenta y cercana al crimen” y que hay que tener en cuenta que los textos autobiográficos son portadores de discursos falsificados “cuyos propósitos son contribuir a la exaltación del ego de quien cuenta su vida desde el pedestal de figura. Y es probable que muchos sientan en la ficción que la violación de una mujer los engrandece y hace innegable el poder viril. Ahí hay mucho que indagar desde el punto de vista literario, pero la confesión de una violación en la vida real es algo que sin duda compete en primera instancia al Ministerio Público, pues determinados oficios no son impunes frente al delito”, asegura.
Para Lina Meruane, autora de Contra los Hijos (2014), el reflote del texto de Neruda y también la polémica surgida posteriormente por el libro autobiográfico del escritor Alberto Fuguet, VHS (2017) -donde asegura: “¿Qué sabía de sexo con mujeres? Casi nada, y mis manoseos a prostitutas sin que se me parara o con una empleada doméstica mapuche que Julio Facusse prácticamente me obligó a violar cuando yo tenía 15 años y ella no más de dieciocho, me dejaron claro que por ahí no iba la cosa”-, son necesarias.
– En estos textos no hay ficción o invención o problematización de estos hechos sino memoria, recuerdo autobiográfico, declarada verdad. Y en estos casos la distinción no es menor. Y es necesario que nos parezca impactante que Neruda haya contado esto y nadie haya respondido, pero Neruda sabe que puede contarlo porque no era extraño que esto sucediera en esa época y porque se trata de una empleada de la clase paria que a nadie le va a importar– asegura.
Según Meruane, la comodidad y la impunidad con la que el poeta puede relatar esos hechos de violencia son los que salen a relucir y generar escándalo. La misma impunidad, dice, aparece en Fuguet, “sólo que los tiempos han cambiado y la manera de considerar estos hechos también –por más que se trate de una empleada sin poder, esa mujer tiene derechos y mayor reconocimiento. Esto no es admisible, y lo que sorprendente ahora es que tras la abierta confesión de violencia sexual no esté habiendo más pelotera”.
“Creo que decir ‘violé a una mujer’ es tal cual como decir ‘yo torturé personas’; es lo mismo, quiebras y anulas a ese cuerpo, eso no se borra, sólo se aprende a vivir ‘a pesar de’. Me encantaría que los delitos de abuso sexual y violaciones sean imprescriptibles, que tengan categoría de crímenes de lesa humanidad. Me parece que va más por ahí que enfrentar o censurar al hombre Fuguet”, asegura la poeta Ivonne Coñuecar.
– Me parece que esta arremetida crítica que está generando el feminismo actual no puede obviar el vicio de la industria literaria que convierte a ciertos escritores en ídolos y más que lectores genera fans. Fuguet me parece un personaje, un escritor y un realizador que goza de una atención desproporcionada. Tuvo muchas oportunidades, educación suficiente y tiempo para cuestionar ese texto y no lo hizo, estamos hablando de una obra publicada el 2017. Siendo quizás muy mal pensada, tal vez esté consciente de lo que está haciendo y de lo beneficiosa que le resulta esta provocación para continuar manteniendo la atención y vender, para mi gusto, libros prescindibles- dice la periodista y escritora Naomi Orellana.
La autora de Vida de Hogar (2016) destaca la necesidad de que posterior a estos cuestionamientos públicos “se vaya más allá y dejemos de pensar en cómo podemos hacer desaparecer ese texto o prohibirlo, porque no es posible, el texto está, existe y como ese muchos y mucha literatura. Incluso bellas escrituras que sostienen vergonzantes exposiciones”.
Crimen y castigo
La polémica que levantó el extracto de Confieso que he vivido provocó la aparición de columnas –como “Confieso que he violado”, de la periodista Carla Moreno- y también iniciativas más concretas, como el “Breve decálogo de ideas para una escuela feminista”, de las españolas Yera Moreno y Melani Penna, que proponen, entre otros puntos, “eliminar libros escritos por autores machistas y misóginos entre las posibles lecturas obligatorias para el alumnado. Ejemplos de libros y/o autores machistas a eliminar de los temarios: Pablo Neruda (Veinte poemas de amor y una canción desesperada), Arturo Pérez Reverte y Javier Marías (cualquiera de sus libros)”.
– La violación que Neruda confiesa –con cierta vergüenza– fue un crimen real que lo deshonra y creo que él lo sabía. Sin embargo, proscribir o desaconsejar la lectura de la poesía de Neruda porque su autor cometió un crimen, es un exceso. Condenar a la obra artística por los delitos personales del autor parece una forma de venganza arcaica, como condenar a los hijos por las culpas de sus padres- asegura el escritor Carlos Franz.
Según Franz, la ficción narrativa es un reducto final de la libertad de expresión. “Se ha ganado ese derecho precisamente porque al ser ‘ficción’ ha renunciado al poder real. La inutilidad práctica del arte y la literatura son el precio que estos pagan para que en ese espacio irreal todos nosotros, los creadores y los lectores, seamos libres de imaginar lo que nos place y lo que nos horroriza”, asegura el autor de Si te vieras con mis ojos (2015).
Elvira Hernández se declara contraria a los vetos en las obras literarias. “Si se considera que hay obras ideológica o estéticamente configuradas por elementos machistas, y las hay en abundancia pero muchas de ellas también son portadoras de una excelencia literaria, a mi juicio, no se debe tratar de borrarlas del mapa de la literatura sino de examinarlas con pinzas, sacar a la luz todo el caudal de costumbres; analizar esa forma de dominación que imperó y a la que no se pudo enfrentar con la radicalidad actual, algo comprensible en medio de la seducción y el miedo”, asegura.
Eliminar ciertas obras, es, para Lina Meruane, una solución fácil, “pero no una solución que eduque críticamente a los jóvenes lectores en términos de género”. A su juicio, es importante examinar y problematizar la representación de género que producen.
– Preguntarse, por ejemplo, por qué los personajes femeninos son objetos codiciados o silenciados en vez de sujetos, por qué nunca tienen profundidad sicológica o agencia, por qué cuando transgreden las normas de su época los autores las destinan a una muerte horrenda al final de las novelas, y pensar también en los valores de la época, en el contexto de producción y de recepción no para “explicar” o “justificar” esas obras sino para entender -para que los estudiantes veanque cierta escritura ha podido ser vocera de las ideas de su época y que por eso, además de su valor estético, han podido permanecer en el tiempo. Y por qué la literatura más desafiante, la que cuestiona esas premisas socialmente valoradas, le ha costado más- asegura Meruane.
“Hay que estudiar en profundidad la recepción social que tuvo el machismo con innumerables iconos de virilidad, sagacidad y conquista amorosa, su gran logro, como ejemplo de una cultura amatoria”, dice Elvira Hernández, para así entender cómo desde ahí se construyó una escala de valores que permea el desarrollo de la humanidad.
La poeta magallánica Ivonne Coñuecar cree que es el lector quien debe juzgar. “Por ejemplo, a mi parecer no hay obra que atente más contra los derechos humanos que la Biblia, y ahí está, aún da vueltas, y es uno de los libros más difundidos”.
– Son obras que no hay que descartarlas ni proscribirlas -no vayamos a la quema de libros- sino a inaugurar para ellas nuevos momentos de lectura en este espacio deconstructivo y común ya, del larguísimo tiempo de la masculinidad que hoy deja ver la trizadura de la universalidad del concepto hombre. Los y las estudiantes no se pueden privar de nada- indica Hernández.
A Meruane le parece importante cambiar la respuesta a tales textos: “pensar no en qué se lee sino en cómo se lee. Esto es educar de manera crítica, no recurriendo a la censura sino a la activación de maneras de leer y de pensar que permitan no sólo entender lo que hacen determinadas novelas o poemas sino también las narrativas sociales en las que vivimos inmersos y, a veces, un poco ciegos”. Pía Barros se inclina por la opción de la lectura dirigida e informada. “A mí no me parece que los niños tengan que pasar Mi Lucha de Hitler en el colegio. Todo aquello que incite al odio, a discriminación, todo aquello que vaya en contra de los derechos humanos no debiera pasarse en un colegio sin supervisión y sin discusión. Pero yo creo que las personas tienen que tomar sus decisiones y crear opinión informada, es un modo de educar”. A su juicio, la lectura supervisada y dirigida es clave: “Yo aprendí mucho con esa lectura supervisada, además por mi capacidad de ir en contra siempre de lo que me estaban enseñando. Mi capacidad argumentativa vino también con ese tipo de lecturas”.
En ese sentido, para Naomi Orellana el rol de los educadores es de gran relevancia. “Hay que considerar cómo planteamos desde el discurso la idea de dejar de considerar ciertas obras que a muchas educadoras y educadores ya no les hacen sentido, porque se dan cuenta de que no son lo mejor que le pueden entregar a una joven de estos tiempos o bien les parece responsable dejar de desarrollar el gusto y el hábito de la lectura con obras que estetizan el abuso de poder. Me gusta la idea de incitar a los profesores a buscar y proponer en sus clases, sin remordimientos, escrituras más frescas y emancipadoras”.