Las víctimas de abuso sexual se ven enfrentadas a un sistema judicial en el que son constantemente cuestionadas, desacreditadas y revictimizadas. La escritora argentina Belén López Peiró, en su libro debut Por qué volvías cada verano —recién publicado en Chile por Hueders— expone cómo se vive el proceso de denuncia, reconstruyendo los abusos que padeció por parte de su tío, un policía de la provincia de Buenos Aires. Y lo hace a través de un relato polifónico, en donde se entrelazan las voces de familiares, peritos, abogados y médicos; dándole así una dimensión colectiva a este drama que cada día viven miles de mujeres en el mundo.
Por Félix Torrellas
Cada verano, la escritora argentina Belén López Peiró (1992) viajaba desde Buenos Aires a un pueblito a pasar las vacaciones con sus tíos. Lo hizo durante tres años, desde que tenía 13 hasta que cumplió 16; un período que, lejos de traerle buenos recuerdos, fue un infierno, como lo cuenta en la novela de no ficción Por qué volvías cada verano: esas visitas fueron la ocasión que aprovechó el marido de su tía, un policía bonaerense, para abusar de ella. El libro, que fue descrito por la prensa argentina como uno de los “más valientes y crudos” que se han publicado en el último tiempo, está construido a partir de un relato polifónico que sumerge al lector en un coro de voces que vuelven palpable la rabia, el miedo y la impotencia de las víctimas de violencia sexual. Un relato colectivo que involucra a familiares, abogados, médicos y peritos que participaron en el caso, y que deja en evidencia la complejidad de un sistema de justicia patriarcal que muchas veces dota a los victimarios de impunidad.
López Peiró, periodista de formación, entrega un texto potente que, más que un testimonio personal, es una suerte de investigación novelada que deja al descubierto una realidad feroz: por un lado, la persistencia de los abusos a menores —en Chile, según datos de la Policía de Investigaciones (PDI), durante el primer semestre de 2021 existieron 3.284 denuncias de abuso sexual, siendo en su mayoría presentadas por menores de 14 años—, y por otro, el hecho de que en un 50% de los casos, el victimario es un miembro de la familia, según cifras de la Unicef.
En ese contexto, se suma otra forma de dolor, que tiene que ver con ciertos cuestionamientos familiares, como lo deja ver la autora en las líneas que abren la novela: “Y entonces, ¿por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?”. Belén López Peiró relata de forma cruda el momento en que decidió alzar la voz y denunciar, cargando el peso de los comentarios y opiniones de sus familiares, de la justicia y del propio victimario. El libro, publicado originalmente en 2018 y que hoy cuenta con la secuela Donde no hago pie (2021), refleja la situación que viven miles de mujeres en Latinoamérica y el mundo.
En Por qué volvías cada verano decides contar la historia a través de una suerte de relato coral, lo que remarca la idea de que el abuso es un asunto colectivo que rebasa la dicotomía víctima/abusador: está la familia, el sistema judicial, incluso una sociedad que sigue permitiendo que estos hechos sucedan. ¿Por qué quisiste abordar el caso de esta manera? ¿Cuál fue tu intención detrás de ello?
—Esto en un principio tuvo que ver más con una pulsión. Cuando estaba terminando mi carrera (Periodismo y Licenciatura en Ciencias de la Comunicación), me inscribí en un taller de escritura, principalmente ficción, con (la escritora) Gabriela Cabezón Cámara, y en una de las consignas que nos dieron llegué a mi casa y empecé a escribir. Empecé a escribir en primera persona una de las situaciones de abuso que había vivido. Y cuando terminé de escribir eso me pasó que tenía en mi cabeza otras voces, como la voz de mi tía, del victimario, de mi madre, del abogado, de la perito, de la médica. Y lo que hice fue volcarlas al papel. En ese entonces yo todavía no sabía si la polifonía podía ser una posibilidad, sin embargo, empecé a buscar y a ver libros como Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich, o libros más antiguos de Argentina como los de Manuel Puig, que daban cuenta de que la polifonía era una posibilidad. El relato polifónico me permitió poner en evidencia a un montón de participantes que parecen estar invisibilizados en el abuso, que no se trata solo de los dos protagonistas del hecho en sí —la víctima y el victimario—, sino de todo un contexto que es completamente social, que involucra a las instituciones, a la familia. A medida que avanzaba con la escritura, sentía que si bien el hecho había sido supergrave y había tenido consecuencias importantes en mi vida, lo que más me angustiaba era todo aquello que se generaba alrededor. ¿Por qué no hablaste antes? ¿Por qué volvías? ¿Por qué los diez años de silencio? Yo creo que en Por qué volvías cada verano el relato con las voces permite dar algún tipo de respuesta y también hacerse otras preguntas.
A simple vista, da la impresión de que el abuso sexual y otros asuntos que afectan principalmente a mujeres, como el aborto o la dureza de la maternidad, son temas que empezaron a aparecer con mayor fuerza en la literatura en los últimos años. ¿Estás de acuerdo con esto?
—Todavía suele suceder que un texto se califique como “escritura femenina”, pero más allá de eso y de esas cuestiones que todavía quedan por derribar, es un hecho que ahora hay un gran porcentaje de mujeres en los catálogos de editoriales, lugar que antes solo pertenecía a hombres. Con el tiempo, nuestros temas han empezado a aparecer en la literatura, no solo a través de la ficción, sino que de la escritura autobiográfica. Temas que antes quedaban en el ámbito privado ahora han comenzado a ocupar el espacio, el debate público, y creo que eso es un cambio importantísimo.
¿Existieron otros libros de autoras que te acompañaron durante la escritura?
—Dentro de los libros que me acompañaron durante la redacción de mi historia estuvieron Virginie Despentes con Teoría King Kong, también Gabriela Cabezón Cámara con Le viste la cara a Dios; Selva Almada, María Moreno, entre otras escritoras contemporáneas.
Después de que Virginie Despentes publicara Teoría King Kong, donde cuenta un episodio de violación, un sinfín de mujeres se le acercaron para hablar de agresión sexual, al punto de que ella llegó a decir que estaba harta de hablar del tema, porque pareciera que el abuso sigue normalizado, pareciera que nada cambia. Publicaste tu libro en 2018. ¿Cómo crees que han cambiado las cosas desde entonces a nivel social? ¿Cómo crees que se ha avanzado —o no— en términos judiciales y sociales en el desarme de las estructuras patriarcales que han normalizado los abusos y el acoso?
—En Argentina, particularmente, se legalizó el aborto seguro y gratuito. Se volvió un derecho más, y creo que esa fue una gran conquista. Sin embargo, los femicidios siguen aumentando, las violaciones y el abuso siguen sucediendo, y falta que la ley de educación sexual integral se aplique en todas las escuelas. Yo creo que hay algunas conquistas que hicimos en el último tiempo, que tienen que ver con un nivel simbólico, en esto de que (el feminismo) sea un tema en los hogares, que sea un tema en las escuelas, que sea parte de la educación de los niños, que nos estemos preguntando de qué manera educamos a niñas y niños, qué pasa con la justicia, qué tipo de reformas necesitamos. Yo creo que, aunque sean solo preguntas, también son un cambio.
No obstante, en términos estructurales, la justicia sigue siendo muy patriarcal. Mi caso particular, que inició una causa judicial en 2014, sigue en proceso y sin fecha de juicio. Desde mi perspectiva, no puedo decirte que la justicia haya cambiado. Me ha tocado ver la cara más dura de este proceso, que es la dilatación y la revictimización. De todas formas, en Argentina existe la Ley Micaela, que tiene que ver con la formación en perspectiva de género de todo el personal y de todas las personas que trabajan en el Estado, incluyendo los miembros de la justicia, los jueces fiscales. Está bien esa formación, pero en términos generales, la realidad no ha cambiado mucho.
En tu libro mencionas algunos términos que utiliza la justicia, como víctima y abusador. Dices que llamarlos a ellos “abusadores” es hacerles un favor, mientras que a la denunciante se le recuerda constantemente su calidad de víctima. ¿Sientes que es difícil encontrar reparación en la justicia considerando esos aspectos?
—Sin duda, yo creo que habría que pensar bien qué es la reparación, porque para cada persona que vivió una situación así, reparación puede ser algo diferente. Para alguien puede ser sentirse escuchado o escuchada; para otra persona puede ser sentirse acompañado; para otra, resarcimiento económico; para otra puede ser el veredicto de un juez. Yo creo que hay tantas reparaciones como mujeres que denuncian. Esa reparación es muy personal. En mi caso, tuvo que ver con la vía legal, pero también tuvo que ver con la escritura, sin dudas. Creo que parte de las cosas que tienen que cambiar de manera estructural en la justicia tiene que ver con incluir las formas de reparación y el acompañamiento a víctimas que denuncian.
Existe una cierta presión social frente al tipo de «víctima» que se debe ser. La escritora argentina Tamara Tenenbaum decía en una entrevista que se rebelaba contra la obligación de ser un tipo de víctima, de tener que ser una «víctima responsable» y militar por la causa que te convierte en víctima. Ella, hija de una víctima del atentado de la AMIA, dice: «Siempre pensé que mi deber era sobrevivir». ¿Cómo ha sido tu experiencia en ese sentido? ¿Qué opinión tienes sobre esto?
—Como mencioné antes, creo que hay tantas reparaciones como mujeres que denuncian, y creo que cada persona vive como puede, no solamente como quiere. No se le puede exigir a todas las personas que vayan y denuncien, cuando denunciar tiene implicancias emocionales y económicas que no todas están dispuestas a cubrir. Yo creo que para mí fue fundamental, al principio, reconocerme víctima para poder hacerme cargo de esa situación, de lo que viví, y poder hacer algo con eso, por lo menos en el ámbito privado. Llevarlo a la escritura tuvo que ver con hacerlo público, con transformar eso en una obra literaria, y eso está sin duda asociado a un acto político, porque creo que son muchas las personas que están atravesando por situaciones como esta. Como feminista, milito y hablo en las entrevistas siempre del abuso sexual y de lo íntimo. La verdad es que no me hace gracia hablar todos los días de esto, pero creo que es necesario. De la misma manera, creo que abordar una obra solo por sus temas y no por su forma, su estilo, su lengua, es descalificarla, así que en mi caso me interesan las dos cosas.
¿Cómo ha sido la recepción de tu libro en todos estos años?
—Ha sido muy enriquecedor, porque me ha ayudado en lo personal. Me parece que Por qué volvías cada verano ya no tiene que ver solo conmigo, tiene que ver con todo lo que genera al ser leída por otras personas que atravesaron una situación similar o que son padres, madres, hermanos, compañeros; personas que pueden informarse y entender mejor. Y eso me parece buenísimo, más aún cuando se traduce o se lleva a otros países, principalmente latinoamericanos. Creo que se vuelve parte del movimiento feminista latinoamericano en donde entendemos que el abuso sexual no es una problemática nacional, sino que no tiene fronteras: tenemos que trabajar en conjunto y tiene que ver con cómo las mujeres nos retroalimentamos. Yo creo que lo que sucedió en Chile en 2019 con Las Tesis y que después fue replicado en Argentina y otros países, muestra algo colectivo y latinoamericano.
¿Cómo crees que ha afectado la pandemia al movimiento feminista latinoamericano?
—Sin duda la situación de pandemia ha sido un problema. Por ejemplo, en el caso de los abusos sexuales, la mayoría de los casos son intrafamiliares, y por lo mismo, es más difícil pedir ayuda. Cuando sufres violencia doméstica y tu agresor es un miembro de tu familia o tu pareja, es mucho más difícil poder irte. Además, la situación se ha complejizado muchísimo, y se han corrompido de alguna u otra manera las redes (de apoyo) que hemos estado intentando tejer. Me parece clave seguir informando, hablando, leyendo y comunicando, porque los abusos siguen sucediendo.
Por qué volvías cada verano
Belén López Peiró
Hueders, 2021
112 páginas
$10.200