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Bernardo Quesney: “Más que a la comedia, en Chile hay un miedo a explorar otros géneros”

Tras un sólido paso por festivales y salas independientes, Historia y Geografía —su tercer largometraje— debutó en la plataforma MUBI. El director profundiza en las claves de esta comedia negra con la que retrata la precariedad del arte en Chile, reflexiona sobre los desafíos de hacer cine, alargar la vida de las películas en cartelera y al mismo tiempo, trabajar fuera de la maquinaria comercial. Habla también de sus inicios en el videoclip, de los códigos del humor chileno y adelanta algunos detalles de su próximo filme.

Por Pedro Bahamondes Chaud

Poco después de estrenar su segundo largometraje, Desastres naturales (2014), Bernardo Quesney se inscribió en un taller de teatro con un objetivo claro: quería aprender a dirigir actores desde un lugar menos técnico y más empático. “Me hicieron hacer millones de cosas que me daban vergüenza y entendí que la actuación es eso: perder el miedo, jugar con los límites. Pensé: esto es una película. No sé cómo, pero esto es una película”, recuerda.

Se entregó de lleno a la experiencia: improvisó, se expuso, jugó. En ese ejercicio lúdico y emocional, el director nacido en 1989 en San Felipe, halló el germen de lo que más tarde se convertiría en Historia y Geografía, su tercer y aclamado filme, estrenado en agosto de 2023 durante el 19º Santiago Festival Internacional de Cine (SANFIC).

Quesney fue galardonado en el mismo certamen con el premio a Mejor Director, mientras que Amparo Noguera obtuvo el de Mejor Interpretación por su entrañable rol de Gioconda Martínez, una actriz cómica de televisión que regresa a su ciudad natal para montar una obra de teatro sobre la conquista de Chile, en un intento por recuperar el reconocimiento que creyó haber perdido, y que en realidad nunca tuvo.

Lejos de arrojarse a la experimentación teatral, Quesney no dejó espacio para la improvisación. A lo largo de ocho años, escribió hasta nueve versiones del guion, puliendo una y otra vez la historia, el tono y los personajes. El resultado fue una comedia negra íntima y atípica, que retrata con ironía y una serie de situaciones desopilantes la precariedad del quehacer artístico en Chile y sus egos malheridos: el lado tragicómico de la creación y del divismo en los márgenes.

La película, producida por Equeco —responsable también de títulos como Las demás y Denominación de origen—, se filmó en San Felipe en diciembre de 2020, en plena pandemia. Amparo Noguera y Catalina Saavedra, sus protagonistas, se alojaban en un hotel vacío, a pocos minutos de las locaciones. Pasaban el día entero hablando de la película, compartiendo ideas y sensaciones sobre el texto. El fiato entre ambas generó una intimidad que, según el realizador, se percibió luego en el set y en cada plano.

“Fue un honor trabajar con ellas. No solo confiaron en el guion, sino que lo enriquecieron. Amparo ajustó algunas líneas que no le sonaban del todo, buscando más verdad para su personaje, y la Cata tenía una energía completamente distinta, pero que complementaba perfecto. Nunca sentí que tenía que forzar algo: ellas mismas fueron construyendo a partir del material que yo les había entregado”, cuenta Quesney en un concurrido centro comercial del centro de Santiago.

Previo al rodaje, el director reunió al elenco en el pequeño Centro Cultural de la misma ciudad de la V Región, donde transcurre gran parte del filme, y durante cuatro días impartió su propio taller: les enseñó algunas referencias e hicieron las primeras lecturas y pruebas con cámara.

“Les mostré películas de Martín Rejtman, de Lucrecia Martel y Fernando Eimbcke, que son directores que admiro, leímos varias escenas y las grabé. Rápidamente, todos entendieron que no buscábamos hacer una comedia exagerada o de ojos disparatados”, cuenta Quesney.

“En Historia y Geografía lo chistoso no era que alguien se cayera o dijera algo gracioso, sino lo injusto, lo precario. No quisimos exagerar nada, porque muchas veces ahí, en la tristeza o en lo absurdo, es donde aparece el humor”, agrega.

A comienzos de 2024, la cinta inició una ruta por los principales certámenes de la región: fue parte de la selección oficial del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), donde recibió elogiosas críticas de la prensa especializada argentina, y luego participó en la competencia latinoamericana de ficción del Festival de Cine de Lima. En abril del mismo año, tuvo su debut comercial en salas locales, donde fue vista por más de 10 mil espectadores.

Actuaciones de lujo, un afiche amarillo de culto y una campaña viral en redes encendieron el boca a boca y posicionaron rápidamente a la película como una rareza imperdible del cine chileno reciente. Ahora, Historia y Geografía llega a la plataforma de streaming MUBI, consolidando un recorrido azaroso e inusual para una comedia chilena independiente, según su propio director.

“Ha sido impresionante la recepción que ha tenido, pero no te voy a mentir: me sorprende que siga viva. Antes, una película podía durar dos años en circulación. Hoy, si no entraste al streaming, desapareciste”, dice Quesney.

“Por lo general, para que una plataforma de streaming te pesque, tienes que haber pasado por un festival grande. Acá fue al revés: nos pescaron por el ruido que hizo la película. Muy pocas logran eso. El peor miedo para cualquier película chica es desaparecer, y esta, afortunadamente, ha ido encontrando su público. Estuvimos apenas tres o cuatro semanas en salas comerciales, pero llegamos a estar 16 semanas en el Cine Arte Alameda, lo cual es bastante. MUBI le dará otro alcance, y además quedará al lado de cineastas y títulos enormes que forman parte de ese catálogo. Eso ya es importante; son palabras mayores”.

La vida comercial de algunas películas es bastante más breve que lo que toma producirlas. ¿Sigue siendo difícil hacer cine en Chile, incluso en un momento en que se habla de una industria más activa?

—Sí, aún es difícil. Hoy hay más gente estudiando cine, hay más equipos y más formas de sacar adelante una película. En ese sentido, hacer cine ya no es imposible, el problema es otro: hacemos películas, pero no tenemos dónde mostrarlas. Hay algunas que se estrenan y a las pocas semanas ya desaparecieron, y no sabes dónde verlas. No hay videoclubes, ni cable, ni circuitos alternativos que sostengan esas producciones. Y si no llegaste a una plataforma, simplemente dejaste de existir.

¿Ves alguna salida a ese problema?

—Creo que hay que repensar los modelos de distribución. No podemos depender solo de las salas grandes, que te sacan a las dos semanas porque viene la próxima Spiderman. El cine chileno más exitoso muchas veces ni siquiera parte en Chile. Se va directo a los festivales porque sabe que afuera va a encontrar una mejor recepción. Pero también hay películas, como Historia y Geografía, que logran encontrar su público por otros caminos. El problema es que eso sigue siendo la excepción.

De qué se ríe

En una cinematografía superpoblada de dramas políticos e historias íntimas, Bernardo Quesney ha logrado abrir un espacio para la comedia negra y la sátira social, bebiendo de la tradición de directores como Raúl Ruiz y Cristián Sánchez, pero con un sello reconocible. Sus películas ofrecen un espejo agudo y a la vez hilarante de la realidad chilena, exponiendo con lucidez sus contradicciones más profundas.

Aunque se formó como cineasta en Santiago —es egresado de la Universidad Mayor— Quesney siempre mantuvo un espíritu autodidacta y una mirada anclada en el lugar donde creció. “San Felipe siempre está en mis películas, aunque no lo diga explícitamente. Es un lugar que ha marcado mi forma de mirar el mundo; mis códigos vienen de ahí”, dice.

A los 19 años ya había rodado su primer largometraje independiente, Sed de mar (2008), una historia sobre un grupo de amigos que pasan sus vacaciones en un balneario de la Quinta Región, filmada con una handycam en Papudo. Luego vino Efectos especiales (2011), una comedia absurda de bajo presupuesto rodada en Panquehue que exploraba el humor físico y los códigos del cine clase B, por la que fue distinguido en el Festival de Cine Digital de Lima.

Su primer gran salto lo dio en 2014, cuando estrenó Desastres naturales, coescrita junto a Pedro Peirano. Protagonizada por Ana Reeves, la historia retrata a una profesora jubilada que, al ser reemplazada por una colega más joven, decide tomarse la sala junto a sus estudiantes para recuperar su puesto, desatando una insurrección escolar tragicómica.

Para Quesney, el humor es una cuestión geopolítica. Cambia según el clima, la geografía, la historia de cada país. “Nosotros tenemos una cordillera que nos aísla, somos un país de terremotos y de desastres naturales. Todo eso influye en cómo nos reímos, en lo que nos parece gracioso”, dice.

“En Historia y Geografía, por ejemplo, hay un tipo de humor muy local, que no necesariamente funciona en Santiago, pero que en regiones se entiende perfecto. Y también fuera de Chile. En Argentina se cagaron de la risa, y yo pensaba que no iban a entender nada”.

¿Por qué crees que se hacen tan pocas comedias en Chile, y en particular en el cine?

—Creo que más que a la comedia, en Chile hay un miedo a explorar otros géneros. Son difíciles, hay que saber mucho para desarrollarlos bien, y muchas veces se prefiere ir a la segura con el drama o el cine de autor. También está la idea de que si haces comedia, sacrificas algo: que es menos seria, menos valiosa. Pero no es así. La comedia puede ser tan precisa y potente como cualquier otro género, incluso más.

¿Y cómo defines el humor chileno?

—El chileno es chistoso, pero con un humor parco, absurdo, medio raro. Nuestra comedia no es de carcajadas; es más de miradas, de silencios. Ese tipo de humor me interesa: uno que no necesite subrayar el chiste ni mirar desde arriba. Lo peor es cuando el humor se vuelve condescendiente. Prefiero un humor que se ría desde la empatía, que haga reír porque te reconoces en lo que estás viendo.

Nicanor Parra decía que Chile no es un país, sino un paisaje. ¿Cuánto de esa mirada “provinciana” hay en tu cine?

—Más que mirar en menos al país, se trata de mirarlo de frente, de asumir lo que es. Y creo que la comedia hace ese trabajo de forma más brutal que el drama. Es el género más honesto, porque revela las contradicciones de una sociedad. Expone cómo funcionan las cosas, dónde están las fallas, cómo se estiran o rompen los límites de la moral. Y mientras más te ríes de algo, más identificado te sientes con eso. Hay algo muy chileno en ese humor seco, incómodo. Parra decía que Chile era un paisaje, y para mí ese paisaje está en lo cotidiano, en las provincias, en los márgenes.

“Historia y Geografía hace reír porque muchos han pasado por lo mismo: hacer cultura en Chile es precario. Si trabajaste en un taller, en un centro cultural, si hiciste una película independiente, sabes lo que es eso. Ves el esfuerzo, la falta de recursos, la fragilidad con que se sostiene todo. Lo mismo pasa con el teatro, las artes visuales, las autoediciones. Hay algo muy cómico –y al mismo tiempo profundamente triste— en todo eso. Pero, más que un alegato sobre el estado del arte en Chile, la película opta por la risa como una forma de seguir adelante”.

El origen de la violencia


Antes de consolidarse como director de largometrajes, Quesney se hizo un nombre en la escena audiovisual dirigiendo videoclips. A la fecha, ha filmado más de cien encargos para artistas como Dënver (“Revista de gimnasia”, “Los adolescentes”), Gepe (“Alfabeto”), Javiera Mena, Colombina Parra, Fakuta, Pedropiedra, y más recientemente con nombres del trap y la electrónica como Marcianeke, Gianluca, Pablo Chill-E, Princesa Alba y Nicolas Jaar.

Ese cruce entre imagen, música y lenguaje pop fue su primera escuela: “Hacer videoclips me enseñó mucho. Me ayudó a entender mi propia estética. Uno aprende haciendo, equivocándose, probando cosas nuevas en cada rodaje”, comenta el director.

Incluso hoy, con tres largometrajes y presencia en festivales internacionales, Quesney no se aleja del todo de los formatos breves: actualmente, sigue tomando encargos de bandas y solistas, y además dicta clases de videoclip en la UC, donde busca transmitir a las nuevas generaciones parte de esa experiencia híbrida entre el cine y la música.

En paralelo, ya trabaja en su siguiente aventura cinematográfica. Policías y ladrones —título tentativo de su próximo largometraje— se encuentra en fase de escritura y desarrollo, y no es mucho lo que puede adelantar. Cuenta escuetamente que se trata de un proyecto muy personal y que está inspirado en recuerdos de su infancia.

“Es una historia de niños jugando a ser policías y ladrones. Quiero explorar qué pasa cuando esos juegos dejan de ser juegos. Hay una violencia latente que me interesa mucho indagar”, explica Quesney sobre la premisa de la película​.

Como en La cinta blanca (2009), de Michael Haneke, filme que ha estado analizando obsesivamente en el último tiempo, la niñez y sus juegos sirven como vehículo para hablar de algo más oscuro: la pérdida de la inocencia y la normalización de la violencia desde temprana edad.

A Quesney le atrae la idea de filmar el mundo oculto de los niños con una mirada diferente, alejada de la ternura convencional, y el retrato que hace el sombrío director austríaco de la infancia en un pueblo alemán previo a la Primera Guerra Mundial le resuena poderosamente: “Haneke muestra la violencia sin mostrarla directamente. Me interesa ese tono, donde lo inquietante está en lo que no se dice, en lo que queda en el aire”.

Como suele ocurrir con sus procesos creativos, Policías y ladrones irá tomando forma lentamente. No tiene apuro: se resiste a seguir los tiempos de una industria que exige cada vez más rapidez. “Las películas son lentas. Necesito absorber, ver más películas, leer, entender”, dice Quesney.

“Quizás me enamoré tanto de Historia y Geografía, que ahora prefiero avanzar con calma. Disfrutar el proceso. Prefiero seguir haciendo lo que quiero y de la manera que quiero, si no nada de esto tiene sentido. El cine sigue siendo para mí una forma de jugar, y quiero que se mantenga así”.