Históricamente y a nivel internacional, la evidencia de los vínculos entre política y medios de comunicación es incontestable. Desde medios de relevancia mundial que apoyan explícitamente candidaturas políticas, hasta periodistas organizados y coaliciones de medios que inciden en legislación sobre comunicaciones, pasando por campañas políticas que sacan al pizarrón a los periodistas, como las de Trump o las últimas presidenciales chilenas. ¿Debía o no el Colegio de Periodistas manifestar su preferencia en la última elección presidencial? ¿Abandonó la imparcialidad al hacerlo? Mirados de lejos, periodismo e imparcialidad parecen aliados. Mirados de cerca, los conflictos son evidentes.
Por Claudia Lagos y René Jara
Yo escribo, anoto la historia del momento, la historia en el transcurso del tiempo. Las voces vivas, las vidas. Antes de pasar a ser historia, todavía son el dolor de alguien, el grito, el sacrificio o el crimen. Incontables veces me he hecho la pregunta: ¿Cómo pasar entre el mal sin aumentarlo, sobre todo hoy en día, cuando el mal adopta unas dimensiones cósmicas?
—Svetlana Alexiévich, Los muchachos de zinc.
En una columna publicada antes de la segunda vuelta presidencial, Alberto López-Hermida critica la declaración del Consejo Nacional del Colegio de Periodistas en que manifestó su apoyo al programa de gobierno del candidato de Apruebo Dignidad, Gabriel Boric. En particular, López-Hermida acusa al gremio de haber claudicado a un supuesto deber de imparcialidad.
La acusación pudiera parecer válida, siempre que partamos de un ideal que concibe al periodismo como un espacio imparcial. No obstante, la enorme evidencia con la que contamos hoy día —y por supuesto, nuestra experiencia como ciudadanos— da cuenta de que esta imagen está lejos de ser real. Muy por el contrario, el periodismo aparece como un campo en permanente tensión debido a su mayor o menor autonomía respecto de los campos adyacentes, en particular, del campo político y del económico.
De ahí que la noción de imparcialidad nos enfrente a preguntas fundamentales. ¿Puede y debe o no el periodismo ser imparcial? ¿Qué distinciones podemos establecer entre los periodistas, a modo individual, los medios en los que se desempeñan y, finalmente, las organizaciones en las que participan los periodistas (como los sindicatos o colegios profesionales u otras organizaciones intermedias)?
La imparcialidad ha sido un tema ampliamente discutido al interior del gremio. Algunos la definen como sinónimo de reporteo balanceado, en donde se asigna un espacio equivalente a perspectivas opuestas. A la imparcialidad se la emparenta de cerca además con la objetividad; es decir, el esfuerzo por excluir el juicio subjetivo del reporteo y de las técnicas narrativas. En esta perspectiva, podemos señalar que la imparcialidad supone “el intento de considerar ideas, opiniones, intereses o individuos diferentes, con distancia”.
La imparcialidad: dos ideas históricamente situadas
Definir y aplicar el principio de imparcialidad en periodismo requiere entonces de un examen crítico a la luz de las razones históricas, o, en otras palabras, una comprensión situada y contingente de la emergencia y valoración de la imparcialidad en el periodismo. Implica además preguntarnos acerca de la transparencia en el periodismo y en el sistema mediático en general, y qué rol juega, entonces, la publicidad de ciertos principios o enfoques editoriales por parte de los medios y del periodismo. Todas estas facetas no tienen fácil respuesta ni un solo camino para llegar a esta.
Las condiciones en las cuales la imparcialidad en el periodismo emergió y ha sido considerada valiosa han sido estudiadas en distintos contextos. Por ejemplo, en el caso estadounidense, tradición influyente en el debate público chileno sobre qué valoramos o no en el periodismo, autores como Kaplan y Nerone han historizado los orígenes de la objetividad y de los modelos normativos del periodismo en esa sociedad. Sus trabajos han documentado detalladamente el contexto y las fuerzas en las que se han acuñado valores como la objetividad, la imparcialidad y la neutralidad en la historia del periodismo estadounidense. Otros han discutido, también, la aplicación universal y acrítica de dichos conceptos en culturas periodísticas distintas a la anglosajona.
En Chile, en su más reciente libro, La República de Papel (2021), Eduardo Santa Cruz analiza detalladamente los orígenes doctrinarios del periodismo y la prensa chilenas, desde La Aurora de Chile hasta los diarios y pasquines publicados durante el período de la Patria Nueva. Durante la primera mitad del siglo XIX el ejercicio periodístico abordaba una dimensión informativa, claro está; sin embargo, su despliegue al calor de las luchas ideológicas en el momento de la configuración del Estado-nación estaba a la base de sus prácticas. Hay abundante literatura, también, que demuestra el diálogo permanente del periodismo con las coyunturas de sus épocas (como el caso de la prensa obrera de diverso signo, la feminista, los periódicos católicos o las revistas culturales, por mencionar algunos ejemplos). Ningún periodista o investigador en periodismo serio podría afirmar que El Ferrocarril o El Mercurio practicaron o han practicado la imparcialidad pura y dura en el periodismo, a pesar de su decisión revolucionaria de separar las páginas informativas de las editoriales.
La imparcialidad en un contexto global
A nivel internacional, la presencia de vínculos entre el sistema político y los medios de comunicación es de una evidencia incontestable. En uno de los trabajos más clásicos en la materia (Comparing media systems, 2009, y Comparing Media Systems Beyondthe Western World, 2011), Hallin y Mancini denominan a este fenómeno como paralelismo entre medios que defienden ciertas posturas ideológicas y sus respectivos partidos. Si bien este concepto puede ser (y ha sido) problematizado, nadie discute hoy que gran parte de los sistemas de medios en el mundo se estructuraron poniendo más o menos énfasis en esta variable. Rehuir esta evidencia tiene el defecto de pensar que los sistemas de medios actuales, donde estas divisiones originarias tienen una expresión menos nítida, son producto de la generación espontánea.
Esta evidencia no ha impedido que alegatos por la imparcialidad en el periodismo hayan generado acalorados debates en medios influyentes, en distintos rincones del planeta. Por ejemplo, cuando Tim Davie asumió la dirección general de la BBC en 2020 abogó por renovar el compromiso con la imparcialidad en su discurso de inicio de gestión y reforzó sus declaraciones tras conocerse que un reportero de la cadena había conseguido, 25 años antes, una entrevista con la entonces princesa Diana con mecanismos muy lejanos a tal distancia o imparcialidad. La postura del director general de la BBC ha encontrado resistencia y ha alimentado un rico debate, así como también dificultades para implementarla.
Mientras, otros reporteros promueven un periodismo que sí tiene punto de vista y que debe contribuir a enriquecer el debate público. En 2017, Lewis Raven Wallace publicó un artículo titulado “La objetividad está muerta. Y estoy de acuerdo” y fue despedido de la emisora en la que trabajaba debido a que, argumentaron, sus afirmaciones contradecían el código del medio. Wallace ha contribuido a lo que algunos han denominado periodismo en movimiento (acá más información) y ha abogado por un periodismo que tenga perspectiva. Por otra parte, muchos medios de referencia internacional han redactado y capacitan a sus equipos de prensa en principios y prácticas que no los involucren con activismo de ningún tipo (como es el caso de The New York Times o agencias noticiosas internacionales, por ejemplo) que pueda comprometer la imparcialidad de reporteros o del medio mismo.
Durante las campañas electorales los medios de comunicación más leídos han expresado el apoyo explícito a candidaturas políticas (como The Washington Post, The New York Times y The Guardian, que consulta con su audiencia qué candidato debiera apoyar el medio). También sindicatos de periodistas y trabajadores mediáticos han apoyado ciertas candidaturas políticas en el pasado, no sin controversia. La decisión, al aire, de varias cadenas de TV estadounidenses, incluida Fox News, de cortar en vivo las declaraciones del entonces presidente Donald Trump, por considerarlas falsas o que desinformaban, fue un intento, quizás tardío, de los medios tradicionales o mainstream de ese país por ensayar, como dice Waisbord, “una autocrítica, errática y tibia, sobre su rol en el triunfo de Trump y su complicidad con el proto-fascismo ascendente. El periodismo, que tanto se ufana de ser independiente y equitativo, concedió enorme atención a Trump. No supo cómo posicionarse frente a la catarata de mentiras, odios y agresiones. Fue aliado (in)voluntario de la propaganda oficial, aun cuando pataleó por el maltrato, tomó distancia retórica y respondió con ráfagas de investigaciones sobre la corrupción del régimen”.
En el caso mexicano, los medios de comunicación llegaron incluso a formar coaliciones (como el Grupo Oaxaca), siendo activos promotores de la reforma legal que permitió promulgar e implementar una ley federal de acceso a información pública, interviniendo directamente en el debate como medios, así como también en tanto gremios y redes asociadas. En otras palabras, la ley federal de acceso a información pública en México, modelo para otras que le siguieron en el continente, incluyendo la chilena, no habría sido posible sin el compromiso decidido y la incidencia explícita de periodistas, de medios y de gremios periodísticos de ese país.
Antes que eso, en Brasil, distintos actores de la sociedad y la política se movilizaron, en dictadura, para exigir que el presidente fuera elegido por voto universal y directo. El movimiento se denominó «Diretas Já!» y contó con el respaldo de los sindicatos, de partidos de izquierda y de centro democrático, de clubes de fútbol populares, de personajes de la cultura brasilera y de varios medios brasileros que apoyaron activamente la demanda, como fue el caso de Folha de Sao Paulo.
Frente a esta evidencia, cabe entonces volver a las preguntas iniciales: ¿debe o no el Colegio de Periodistas u otros organismos intermedios que agrupen a profesionales de las comunicaciones explicitar sus preferencias políticas? ¿Cuáles serían las ocasiones en las que sería legítima la expresión de tales adhesiones? ¿Cómo regularlas, si es que hubiera que regularlas? ¿Y quién las regularía? Tenemos la sospecha de que tales filtros debieran provenir de quienes estén asociados a tales organismos, a sus visiones y misiones y a los acuerdos básicos de convivencia y procedimientos. Pero lo cierto es que valores periodísticos como el de imparcialidad deben discutirse radicalmente, esto es, en su raíz. Si no, corremos el riesgo de utilizarlos o aplicarlos cual comodines, vacíos de sentido.
Aspirar a una supuesta imparcialidad parece entonces un despropósito, puesto que ni los periodistas de forma individual, ni el gremio, pero tampoco los medios de comunicación, parecen haber quedado al margen del debate sobre la carrera presidencial. Ya sea a partir de la controvertida propuesta de revisión de la regulación sobre medios y comunicación que protagonizó la primaria de Apruebo Dignidad (que fue etiquetada como Ley de Medios) hasta las declaraciones de distintos actores políticos de que los periodistas son todos de izquierda, las diferentes candidaturas hicieron una invitación explícita a que las y los periodistas tomen partido en esta discusión. Dejar pasar esta oportunidad consistiría justamente en un desprecio por participar del debate público y del rol social y público con que majaderamente definimos a esta profesión.
Finalmente, es necesario hacer notar que justamente en nombre del ejercicio imparcial del periodismo se ha prohibido a periodistas que han denunciado haber sido abusadas sexualmente cubrir el movimiento #MeToo o casos de violencia de género o se ha dudado del profesionalismo de periodistas no-blancos que reportean los problemas de comunidades racializadas. El uso de las plataformas digitales por parte de reporteros también abre un espacio de difícil intervención para los medios y ha habido diversos intentos y políticas por regular qué y cómo pueden opinar políticamente (si es que pueden opinar) los periodistas y editores en sus redes sociales digitales personales sin comprometer su imparcialidad o la del medio para el cual trabajan.
De todo esto se colige que, aun cuando parecen cercanos, periodismo e imparcialidad pueden llegar a ser, más que aliados, falsos amigos.