Si la poesía de mujeres ocupa un lugar invisibilizado en el patriarcal mundo de los poetas chilenos, qué decir de la poesía escrita por mujeres mapuche, doblemente subordinada, marginada, ignorada. Pese a su evidente y enorme valor estético, la poesía de Daniela Catrileo es un ejemplo de esta constante práctica segregadora, que me parece necesario seguir combatiendo. Río herido es un libro que acontece en un doble movimiento de pertenencia, en la estirpe y la naturaleza, y de rechazo, de expulsión hacia lo desconocido, un fuera violento, al que se expone la voz poética y su comunidad desgajada, sometida al despojo.
El volumen se organiza a partir de una ruta, similar al curso de un río que indica un territorio y un asentamiento: “Este no es mi viaje. / Este es mi viaje” (11) una proposición no disyuntiva que marca la indeterminación, evitando con ello singularizar y traicionar las bases de una ideología colectiva. Luego viene una afirmación radical para el conjunto: “NOHAYESTRUCTURANIORIGEN” (12). Aun cuando el verso homologa estructura y origen, el libro se encarga de negarlo. El poemario se aproxima, de tal forma, a una concepción no autoritaria, ni vertical, que no concibe el origen como un sitio único, sino que, por el contrario, los recorridos son transversales y las matrices, diversas.
El río es uno de los tópicos fundantes de esta escritura, río como vida, escritura, voz, lugar habitable, purificación: “me arrastro por el río con el pecho abierto/ limpiando la herida” (52). Pero también el río está herido, dañado, como la lengua rota, silenciada; ambas figuras, río y lengua, han sido violentadas. Para mí, la herida remite también a un pueblo, el mapuche, cuyo daño es anterior a la letra, como señala el texto de Catrileo: “¿Cómo escribir un nombre/ que nació herido, / antes de ser escrito/ antes del origen de la letra?” (15). La poeta inscribe un antes y un después a la escritura como marca de colonización. Es en este momento cuando asume el plural y dice: “es que estamos rotos” (17) para luego agregar: “la herida es nuestra/ evidencia” (18). La rotura es la violencia sobre los cuerpos de la comunidad a la cual pertenece la hablante, quien asume la herida como signo de la devastación que requiere ser demostrada.
Aun cuando, como señalaba, el volumen se abre negando el origen, la poeta insiste en abordarlo: “nacemos/ de rabia/ de pobres/ de olvido/ como musgo en la ribera” (24). Homologar entonces al sujeto con el paisaje, con el musgo como metonimia, que se adhiere al río, fuente-madre-padre, sin distinción genérica y afirmar las razones del nacimiento: de rabia, de pobreza, de olvido. Insisto en el carácter colectivo que asume el habla, que reconoce la multiplicación de su pueblo mediante tres términos. Se nace por rabia, para desautorizar el exterminio, se nace por pobres, porque la precariedad se atenúa conformando comunidad, ampliando la estirpe, y luego se nace por olvido, por una memoria del daño que se deja entre paréntesis, para intentar conformar una vida en concordancia y equilibrio con el paisaje, como el musgo en la ribera, aunque siempre se manifiesta con fuerza la conciencia de la catástrofe final.
Es importante insistir en que hay un afán por evitar la conformación de una realidad homogénea para esta comunidad. Esto incide en la exposición de un vínculo dual con el río: “Nuestra relación con los ríos nunca fue fácil. / Pueden darnos todo/ como podemos perder todo” (33). Porque el río también arrastra cuerpos muertos y “no purifica/ quema” (60). Desmitificar, de tal manera, la relación de equilibrio entre sujeto y naturaleza es la función de este poema. El sujeto se encuentra, por tanto, en un permanente estado de confrontación incluso con su hábitat. La naturaleza no tiene, de tal forma, sólo el idealizado signo nutricio o benevolente, sino que también puede transformarse en violencia. Porque todo lo que implica a la comunidad está expuesto siempre a la devastación, a la pérdida de lo construido.
En el segundo segmento del libro surge, por primera vez, la focalización en la familia y un lugar, la filiación específica de la hablante, donde la madre muere “en un charco aún más profundo/ que tus pies descalzos sobre el zanjón” (35) mientras el padre se representa como una figura dual que transita entre: “Lamer piedras para alimentarnos, / volver al barro para izar/ banderas del cabello” (35). El lugar es Nueva Imperial, en el profundo sur chileno, donde “-Arden y arden los puentes/ y los perros del territorio” (36).
Las marcas de arraigo permiten que ingrese con fuerza la voz testimonial de la hablante: “Tengo colgando mi periferia/ como fragmento de toda historia. / Herido tengo el fósil y mi llaga/ es un horizonte en su discurso.” (37). Ahora es ella quien porta la herida-llaga y la periferia, potente, porque “La vida se ha desarrollado de manera más fecunda/ constantemente/ en los / márgenes de los ríos” (45). Esta conciencia de margen viene a constituirse como unidad-crisis determinante para su identidad: “Tengo un río herido/ en forma de zanjón/ que grita india y me tira a la calle/ desprendiendo hijos/ en cada vena de su navío”. Esos últimos versos concitan el cuerpo-sujeto expulsado, violentado por el colonizador, al que desobedece, armando un lugar en espacios que se le niegan por su diferencia.
El viaje que emprende en este volumen Catrileo es hacia la ciudad que trae adherida pobreza, sin embargo el mayor peligro es el olvido del origen, la fragmentación de la comunidad. Así dice: “Somos una madeja/ la familia esparcida/ entre cables/ que recorren avenidas/ como antes el río” (49) para luego agregar, “Estamos en un mapa que se fragmenta/ y con cada piedra formamos un origen” (ibíd.). El refuerzo del plural, es la memoria ancestral y la memoria en torno al presente. Que no se olvide que hubo y hay comunidad y la pulsión a formar origen mediante aquello que vincula con el paisaje natural, como las piedras, ya que el enemigo, el que despoja, aprovecha que algunos “perdieron el camino de vuelta” (54). La poeta intensifica su visión de la violencia sobre su pueblo y señala una pérdida mayor, entrelazando su voz con la del expropiador, “Y toda su sangre/ todas sus tierras/ una que otra bala sucede ahora. / Un disparo es poca cosa./ Dame tus puentes/ tus caletas entre ríos, entre fango./ Los niños también caen muertos/ no solo la madre” (54).
“¿El río nos podrá salvar?” (60) se interroga hacia el final la voz lírica, como un clamor desesperado ante la catástrofe final para luego afirmar: “Nuestro rostro de frente/ ante balas./ Nuestros rugidos de frente” (65). Esta vez surge el rostro que confronta las armas del poder. El avasallamiento territorial es una tecnología puesta en marcha desde siempre, a la cual se puede contrarrestar dando la cara, aunque esto implique nuevamente la consolidación de un proyecto de exterminio étnico.
Río herido es un libro sobre la marginación y el exterminio de un pueblo, por medio de un trabajo que se niega a las idealizaciones y facilismos. Catrileo, en cada punto, elige la bifurcación del signo, la crisis de cualquier identidad, el rechazo a la lectura acrítica de la herencia cultural, sin por ello oscurecer ni amortiguar la rabia, la rebeldía. En un movimiento de reencuentro y búsqueda, Catrileo explora nuevos territorios, desde el desarraigo y posibilidad de una comunidad por construir, convirtiéndose así en una de las voces más interesantes de la nueva poesía de mujeres mapuche.