Hoy, en plena emergencia medioambiental, los temores sobre el futuro del planeta son cada vez más habituales. “No quiero tu esperanza, quiero que entres en pánico”, dijo alguna vez la activista sueca Greta Thunberg, representando a una generación joven especialmente vulnerable a lo que se conoce como ecoansiedad, un miedo crónico ante el posible colapso de nuestros ecosistemas.
Por José Núñez
Camila Lois (35), profesora de Lenguaje, vive la preocupación por el cambio climático en su vida cotidiana. Esto la lleva a tomar diferentes medidas para reducir su huella de carbono, como evitar el consumo de carne, los plásticos de corta vida y el uso de vehículos contaminantes para desplazarse entre lugares de máximo 10 km de distancia. “Durante la pandemia, me producía calma ver esas imágenes de las playas de Chile llenas de aves. Creía que era un pequeño respiro para la flora y fauna. De vuelta a la normalidad, empezaron nuevamente a mostrar imágenes de las playas con residuos y desechos. Eso me generaba mucha ansiedad. No tenía ganas de ir, me sentía superculposa de darme ese lujo porque sé que aunque yo no bote basura igual estoy contribuyendo a la contaminación. En un momento la angustia fue incontrolable”, dice.
En una época caracterizada por el impacto de la actividad humana —específicamente, de una economía extractivista basada en los combustibles fósiles—, temores sobre el futuro del planeta como los que experimenta Camila son cada vez más habituales. Científicos y expertos llevan años advirtiendo sobre las catástrofes naturales originadas por el calentamiento global: tormentas, sequías, inundaciones e incendios forestales junto con la disminución de los glaciares, el aumento del nivel del mar (un fenómeno peligroso para las regiones costeras como Chile), la escasez de agua y tierras fértiles, y la aparición de pandemias, por nombrar algunas.
El cambio de los patrones climáticos constituye una amenaza para especies y ecosistemas enteros, y múltiples informes científicos, así como también autores de las ciencias sociales y las humanidades y activistas por la justicia climática nos recuerdan su origen: un modelo de crecimiento económico basado en la explotación ilimitada de recursos.
Sin embargo, los crecientes niveles de concientización de la crisis climática que se han logrado en los últimos años han traído consecuencias inesperadas, como las repercusiones en la salud mental. “Los niños/as y adolescentes expuestos a eventos climatológicos extremos, como sequías e inundaciones, tienen 50% de probabilidades de sufrir consecuencias en salud mental, como estrés postraumático, ansiedad y depresión”, explicó Ignacio Silva, académico de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile durante un seminario realizado en diciembre de 2019.
En The Psychological Impacts of Global Climate Change, uno de los primeros estudios sobre el tema publicado hace más de una década, se postulaba la idea de que el cambio climático no solo tendría efectos en quienes lo viven directamente (con lesiones o estrés derivados de fenómenos meteorológicos), sino también en aquellos que lo siguen a través de los medios de comunicación. “Los impactos indirectos y vicarios incluyen emociones intensas asociadas a la observación de los efectos del cambio climático en todo el mundo y la ansiedad e incertidumbre ante la escala sin precedentes de los riesgos actuales y futuros para los seres humanos y otras especies”, sostenían Thomas Doherty y Susan Clayton, autores del estudio.
Esta intersección entre cambio climático y salud mental ha llevado a los investigadores a acuñar una nueva terminología, que incluye palabras como solastalgia, trauma vicario, eco-duelo o estrés pre-traumático. En ese sentido, un concepto que ha ganado popularidad en los últimos años es el de ecoansiedad, definido en 2017 como “el miedo crónico a la fatalidad medioambiental” por la ONG ecoAmerica y la Asociación Estadounidense de Psicología.
María Jesús Rapanague, geofísica de la Universidad de Chile y directora de Contenido del Congreso Estudiantil Universitario de Sustentabilidad (CEUS Chile), cuenta su propia experiencia con ecoansiedad: “Cuando se lanzó el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), me acuerdo mucho de los titulares. Había uno en particular que decía ‘la peor noticia para la humanidad’. Eran muy catastróficos, todo era terrible. Ver este tipo de titulares me afectó”, recuerda, en referencia al informe en que se señalaban los efectos irreversibles del cambio climático, como el aumento del nivel del mar, y en el que se advertía que la única forma de evitar el colapso climático es apartarse de cualquier modelo basado en el crecimiento perpetuo. Además, se dejaba fuera de toda duda la influencia del ser humano en el calentamiento de la atmósfera, los océanos y la tierra. “Veía en redes sociales a mucha gente muy preocupada, especialmente gente que tenía hijos. ‘¿Qué va a ser de mis hijos?’, ‘¿qué mundo les estamos dejando?’, ‘no sé qué hacer’. En el fondo es una angustia que no sirve de nada, porque no promueve la acción”, agrega Rapanague.
La ansiedad es un mecanismo de supervivencia que pone a nuestro cuerpo en modo de alerta frente a una situación de peligro. “En este estado, no solo podemos ordenar las ideas con mayor eficacia, sino que incluso podemos oír, sentir y oler mejor”, dice la psicoanalista y escritora Anouchka Grose en su libro A Guide to Eco-Anxiety (2020). El problema surge cuando estas respuestas se activan sin un desencadenante específico. ¿Qué ocurre si la amenaza no desaparece?, se pregunta Grose, y pone como ejemplo a un jefe acosador con el que lidiar constantemente en el trabajo o la amenaza inminente de un colapso producido por la degradación del clima.
“Te puede dar ansiedad por muchas cosas, lo que acá hace la diferencia es que lo que te genera intranquilidad es no saber qué pasará con los impactos del cambio climático en el futuro. El contenido es lo que cambia, los síntomas son los mismos”, añade Rodolfo Sapiains, académico del Departamento de Psicología de la Universidad de Chile e investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)². Aunque la ecoansiedad no cuenta con un diagnóstico oficial, puede provocar síntomas tales como ataques de pánico, pérdida de apetito, irritabilidad, debilidad e insomnio.
Generación climática
El 20 de agosto de 2018, con tan solo 15 años, la estudiante sueca Greta Thunberg decidió no asistir a la escuela para protestar frente al parlamento de su país. Su objetivo era presionar al gobierno a cumplir con la reducción de emisiones de carbono. Al mes siguiente, comenzó una huelga regular conocida como «Viernes por el futuro», que convocó a más de 17 mil estudiantes de 24 países. La manifestación hizo visible a gran escala que, a estas alturas, el cambio climático ya pasó de ser una idea abstracta a una realidad que motiva marchas masivas e inquieta a una buena parte de la población, especialmente a los más jóvenes. Una encuesta elaborada en 26 países (incluido Chile) por la consultora Deloitte reveló que la salud mental y el cambio climático están entre los cinco temas que más le preocupan a la llamada generación Z.
“En el Reino Unido, Extinction Rebellion es un movimiento de activistas que intentan evitar la extinción de los humanos por el cambio climático y el colapso social. En Estados Unidos, el Sunrise Movement trabaja para conseguir un nuevo pacto verde que regule las emisiones a nivel federal. Las marchas estudiantiles europeas por el clima y las huelgas escolares inspiradas en las protestas de la estudiante sueca Greta Thunberg sugieren que el cambio está llegando, y que la generación del clima lo está impulsando”, afirma la escritora y académica Sarah Jaquette Ray en su libro A Field Guide to Climate Anxiety (2020).
A pesar de los cuestionamientos en torno a la idea de generación como concepto generalizador, para Ray los jóvenes que crecieron en la era del calentamiento global pertenecen a lo que denomina “generación del clima”, a quienes sitúa entre los nacidos a principios de los 90 y comienzos de los 2000. Viven en una época en donde la pobreza extrema, el número de víctimas de guerra, la mortalidad y el trabajo infantil han descendido, al tiempo que existe una mayor esperanza de vida y acceso a la educación. Sin embargo, tienen un pronóstico más sombrío sobre las condiciones de vida en el planeta a futuro.
La escritora estadounidense relata en su libro un ejercicio que les hizo a sus alumnos: “Les pedí que visualizaran qué sentirían y qué aspecto tendría vivir en un futuro con cambios climáticos en el que todos los resultados positivos de sus esfuerzos colectivos se hubieran hecho realidad”. Se suponía que el ejercicio los ayudaría a definir su propio plan de acción, pero fracasó de una forma que la autora no había previsto: ninguno de los estudiantes pudo imaginar un futuro.
“El cambio climático siempre se ha presentado como un problema del futuro, a pesar de que hoy se define como algo que ya está ocurriendo, pero cuyas consecuencias más extremas siempre se plantean para 20 o 30 años más. Por lo tanto, quienes más están recibiendo ese mensaje son los jóvenes”, sostiene Rodolfo Sapiains. Son ellos quienes más probabilidades tienen de sufrir algún grado de ecoansiedad. La encuesta realizada por el centro de ciencias estadísticas StatKnows y el (CR)² reveló que el 75% de las personas mayores de 18 años en América Latina siente preocupación por el cambio climático, un promedio similar al de Chile. “Yo insisto en que mi generación, entre los 30 y los 35 años, siente que ya no hay escapatoria, y nos abrumamos. Quizás los mayores no consumen todo el tiempo información como nosotros a través de las redes sociales, pero sí están conscientes del daño y no hacen mucho para ayudar”, dice Camila Lois.
Dado que los efectos del cambio climático impactan de manera desigual en la sociedad (los habitantes de los países más ricos del hemisferio norte son menos vulnerables a esta crisis que sus vecinos del sur a pesar de su mayor grado de responsabilidad en ella), el creciente activismo de dicha generación considera claves los temas de “equidad, violencia estructural, sistemas de poder e identidad. Es más probable que quienes unen las cuestiones de justicia social con las medioambientales se caractericen a sí mismos como un movimiento por la justicia climática”, afirma Ray en su libro.
Un problema sistémico
En Realismo capitalista (2009), el fallecido crítico cultural Mark Fisher advierte sobre la necesidad de repolitizar el campo de la salud mental. “La noción de la enfermedad mental como un problema químico o biológico individual posee ventajas enormes para el capitalismo. En primer lugar, es una idea que refuerza el impulso del sistema hacia el sujeto aislado”, dice, y agrega que la depresión y el estrés tienen una explicación social. Hoy sus palabras sirven para pensar de manera crítica la ecoansiedad, pues si bien los hábitos de consumo a nivel personal influyen en la crisis climática, a menudo se ignora el carácter político y económico sistémico que la sustenta. Un estudio de los investigadores de la Universidad de Harvard Geoffrey Supran y Naomi Oreskes reveló que los principales actores de las industrias contaminantes, así como también líderes políticos y medios de comunicación, ponen mayor énfasis en la responsabilidad de los individuos como parte de una estrategia para desviar la atención sobre su propio rol en esta crisis.
Los investigadores analizaron cómo el gigante petrolero Exxon utilizó propaganda de vanguardia para centrar las soluciones climáticas en el consumidor, individualizando la responsabilidad del cambio climático. Exxon es una de las 20 empresas del sector energético que, en total, han contribuido al 35% de las emisiones mundiales de carbono y metano desde 1965, año en que los líderes de la industria y los políticos habrían conocido el impacto medioambiental de los combustibles fósiles. Sus anuncios llamaban a ser ahorrativos con la energía, inteligentes en el uso de la electricidad y cuidadosos con el kilometraje de la gasolina. En definitiva, el consumidor —y no el fabricante— debía hacer la diferencia.
El mismo concepto de huella de carbono personal estaría detrás de una campaña mediática de BP, una de las petroleras más grandes del mundo, según el estudio de Supran y Oreskes. En 2004 lanzaron un sitio web en el que el usuario podía ingresar sus hábitos de compra, comida y viaje para así calcular el impacto ecológico asociado. Tan solo ese año, 278 mil personas realizaron el ejercicio. Supran recalcó en una entrevista con Vox que dichas narrativas pretenden ocultar “la naturaleza sistémica de la crisis climática y la importancia de emprender acciones colectivas para abordar el problema».
Este es un diagnóstico compartido por la psicoanalista Anouchka Grose. En su libro relata el sentimiento de impotencia por el que pasan los activistas medioambientales: a pesar de dedicar toda su vida a la defensa climática, saben que sus acciones por sí solas apenas cambiarán las cosas. “Hacen falta millones de personas para actuar, pero sobre todo un número pequeño pero significativo de políticos y directivos de empresas”, sostiene, idea replicada en el Sexto Informe de Evaluación del IPCC. El organismo sugiere que, para limitar el calentamiento global a 1,5°C, la mayor parte del mundo tendría que abandonar la infraestructura de combustibles fósiles en la próxima década, entre otras medidas.
La acción debe abarcar a todos los sectores. De acuerdo con el documento, aproximadamente el 34% de las emisiones globales proviene de los productores de energía, el 24% del sector industrial, el 22% de la agricultura, la silvicultura y otros usos de la tierra, el 15% del transporte y el 6% del sector de la construcción de edificios. Los últimos avances tecnológicos en la economía podrían ser fundamentales para reducir la contaminación, pero se necesita voluntad política para lograr estos cambios.
“Los políticos han sabido del cambio climático durante décadas, pero deliberadamente pasaron la responsabilidad de nuestro futuro a manos de especuladores cuya búsqueda de ganancias rápidas amenaza nada menos que nuestra existencia”, dijo Greta Thunberg el 20 de septiembre de 2019, en la víspera de una jornada de protesta juvenil. Todo indica que ese futuro ya ha llegado, y son las nuevas generaciones las que, politizando su angustia, han logrado abrir el camino ante un escenario de crisis cada vez más agudo. En ese sentido, la ecoansiedad puede ser el primer paso para movilizarse por una defensa activa del medioambiente.