Poesía, de Juan Radrigán (1937-2016), repone dos series de poemas de uno de los más grandes creadores y dramaturgos chilenos, cuya producción estética se abocó a iluminar las zonas clausuradas por los acuerdos hegemónicos. El libro, publicado por Libros del Pez Espiral, nos habla del último tercio del siglo XX y a la vez del presente del primer tercio del siglo XXI. Nos habla de la repetición y nos incita a comprender lo que nos cerca mediante actos colectivos de memoria.
Por Diamela Eltit
Juan Radrigán forma parte del imaginario cultural chileno. Su obra, centrada especialmente en la dramaturgia, atraviesa la totalidad de los espacios teatrales, demarcando una geografía social signada por la densidad de su poética. Su producción estética se abocó a iluminar las zonas clausuradas por los acuerdos hegemónicos. Acuerdos pactados por el conjunto de las diversas instituciones que modelan y modulan el aparato social. El escritor visibilizó parte de esas zonas oprimidas que congregan a las personas castigadas por la violencia excluyente del sistema. Comunidades destinadas a habitar formas masivas de inexistencia o bien expuestas a experimentar la constancia discriminadora.
El autor transitó los bordes más obturados por el diseño elitista de la geografía social. Se detuvo en los bordes que contienen cuerpos desterrados, disociados, excluidos de la mirada pública oficial porque opacan el triunfalismo blanco y aséptico promovido y validado por la aguda dominación neoliberal. Pero Juan Radrigán re-construyó un escenario teatral y social para ellos, lo hizo para volverlos protagonistas de sus propias vidas, de la vida de sus vidas y de las condiciones de sus muertes.
Su política literaria fue notable y más aún, impecable. Legó sus obras para transitar la actualidad, quiero decir, para este presente y los futuros de cada uno de los presentes. El escritor Incluyó, como asegura el filósofo Jacques Rancière, a la parte de los que no tienen parte o, como señaló Frantz Fanon, convocó a “los condenados de la tierra” para dotarlos de aquello que les ha sido expropiado por los conquistadores del territorio de la riqueza: la subjetividad, esa subjetividad que posibilita la singularidad fundada en la complejidad y la paradoja.
Toda referencia a Juan Radrigán implica situarse políticamente en un espacio concreto y material. Significa ubicarse en un deseo que contempla una poética social que conozca y reconozca a los cuerpos descartados por la hegemonía. Significa la deconstrucción de las tácticas, formatos y estrategias que inoculan modelos de vida comprados a plazo. Lo que quiero señalar es que la vida humana está capturada por una pedagogía que naturaliza la inacabable deuda y a la usura del crédito. Vidas que se reducen a un ingreso interminable al mercado y la captura vitalicia de los cuerpos mediante la hipoteca orgánica a lo largo de la vida. Referirse al autor implica situarse en el lugar en donde la letra ingresa al abierto desacato y rompe la monotonía y la comodidad del pequeño drama en el interior del espacio burgués. Me refiero a la tarea acuciosa de salir a los bordes y allí, de lleno en el terreno de la exclusión, experimentar el acto de vivir.
Los cuerpos marcados y demarcados con insistencia por Juan Radrigán no han cesado. Están diseminados de manera multitudinaria, asistidos por ellos mismos. Es así porque la planicie cultural que nos habita carece de un abecedario que escriba los matices estéticos que portan las formas de habitar. El peso de la cultura burguesa del objeto y su deshecho ha sido implacable, se abocó a denigrar y destruir cada una de las marcas culturales de los distintos espacios asolados por una escasez abrumadora y que, sin embargo, portan poderosos signos impresos en las hablas, en sus tonos, en cada uno de los signos que pueblan sus espacios. El colonialismo cultural que nos habita ha luchado por anular los dilemas de clase mediante clasificatorias que miden ya no pertenencias, sino meros órdenes materiales, y así se producen simulacros sociales como la clase media convertida en clase alta y los pobres en ascendentes capas medias. Pero no. Allí están los “hechos consumados” escritos por el dramaturgo que continúan la ruta del desamparo.
Hoy, Poesía, editado por Libros del Pez Espiral, con un intenso prólogo de Flavia Radrigán, repone dos series de poemas del autor, una escrita en 1975, “El día de los muros”, y la segunda en 1983, “Poesía intranquila”. Poemas escritos bajo los años más destructivos de la dictadura y sus aliados civiles y el fatídico 83, marcado por una crisis económica de una magnitud inexpresable que se unió a cada una de las prácticas represivas.
Este libro está escrito en un tiempo específico, la dictadura. Sin abandonar el tiempo y sus signos, es posible pensar hoy en una alarmante repetición. Una repetición en la que se unen, desde, luego, en otra dimensión, pero no por eso menos comparable, el 75 y el 83 con el 2019 y el 2021. En medio de una crisis que ha unido protestas ciudadanas con violencias políticas, sumado al imperativo de la enfermedad y la muerte pobre que trajo de vuelta el hambre, existe una repetición tal como la entiende Sigmund Freud, es decir, aquello que ha sido reprimido y por esa represión no se comprende y se reitera.
Desde la repetición hay que recordar cómo y cuánto se reprimió la memoria de la dictadura a partir de la transición. Lo reprimido es lo que posibilita la repetición de las vulneraciones de derechos humanos, debido a que no fue posible comprender la intensidad de la dictadura (cárcel, torturas, desapariciones y muertes) ni alertar en torno al hambre debido a las diversas mecánicas de olvido: la alegría ya viene o el reciente y repulsivo entierro que marcó la imagen inaugural de la campaña del candidato Briones. O como lo señala Juan Radrigán: “cuando la juventud cumple/ en plena juventud/ dos veces la edad de la vejez”. Pienso en el asesinato joven de ayer y de hoy. Pienso en la ceguera.
El libro Poesía nos habla del último tercio del siglo XX y a la vez nos habla del presente del primer tercio del siglo XXI. Nos habla de la repetición y nos incita a comprender lo que nos cerca mediante actos colectivos de memoria. Mientras no se establezca un modo social masivo e inequívoco de recordar y alertar estará siempre latente la neurosis repetitiva.
Y en los actos de memoria está impresa la obra de Juan Radrigán, desplegada sobre diversos espacios donde ocurre y transcurre, crece y se disemina. El libro Poesía recoge parte de su imaginario, su deseo de “tomar el toro de la vida por las astas”, esa vida y esas vidas que terminan inevitablemente por rebelarse de manera multitudinaria.
Sin duda atravesamos por un tiempo terrible para millones de chilenos por los efectos masivos de la enfermedad, la represión que no ha cesado, y los tiempos de la prisión política. Pero también este tiempo, en el siempre imprevisible futuro, resulta auspicioso e incierto a la vez.
Quiero señalar de manera concluyente que Juan Radrigán se estableció siempre en el lado más poético y político de la vida. Él mismo lo dice de manera exacta o exhaustiva: “Yo, con esa manía de no estar nunca conforme/ con esa terrible herencia/ de amor por los acosados”.
Terrible herencia, sí, pero absolutamente necesaria.