El periodista Diego Olivares comenzó hace casi 30 años a reunir películas grabadas por aficionados. Actualmente, lidera un equipo de investigadores de la Universidad de la Frontera que tiene como misión catalogar, digitalizar y difundir más de 3.000 archivos de cine doméstico. Aquí, sus principales retos y hallazgos.
Por Amanda Marton Ramaciotti
Ocurrió por casualidad. En 1998, el investigador de cine Pablo Corro se fue a estudiar a Barcelona y le regaló a su primo, Diego Olivares, un proyector Bell & Howell de 1938. Diego nunca había tenido una cámara. En su círculo cercano, nadie jamás había hecho filmaciones.
–¿Dónde consigo películas? –le preguntó a Pablo.
–En el Persa Bíobío. Llegando allá pregunta por el mago Karman.
Lo hizo. Su primo no le había advertido, eso sí, que el mago solo vendía películas en bolsas, sin indicar su procedencia, el tipo de material que tenía el film u otros detalles. Era tomar o dejar. Diego aceptó las reglas y, al llegar a su casa, empezó a proyectar las películas. Una tras otra.
La mayoría de ellas eran cortitas, de menos de cuatro minutos, y mostraban la vida doméstica de familias chilenas a principios del siglo XX. Hubo una, en particular, que le llamó la atención: una grabación de 1938, cuando se fundó el Estadio Nacional. “A mí me gusta mucho el fútbol, muchas veces fui al Nacional. Entonces era muy bonito verlo recién inaugurado”, dice Diego.
El gusto por ese tipo de películas se mantuvo a lo largo de las décadas. Entre reencuentros con el mago Karman, idas a otros persas y búsquedas en ferias, Diego llegó a reunir de manera personal más de 500 rollos de pequeño formato, varios de ellos destinados a un proyecto documental aún inconcluso sobre la vida de Hernán Castellano Girón. Hoy, el periodista de formación trabaja en la Universidad de la Frontera junto a otros cinco profesionales (Rocío Ortega, Karin Cuyul, Cristóbal Koch, Morín Ortiz y Felipe Cona) que se adjudicaron un fondo de más de 59 millones de pesos para catalogar, digitalizar y difundir el cine doméstico.
Su proyecto, titulado “Filmoteca UFRO”, ya cuenta con más de 3 mil rollos de materiales filmados mayoritariamente en Chile entre 1920 y 1980. “Es una gran oportunidad para la archivística chilena, sobre todo la audiovisual, porque son imágenes nuevas, casi todas inéditas, que vienen a refrescar el panorama de los archivos fílmicos chilenos”, afirma Diego. “Es una posibilidad para refrescar la mirada hacia el siglo XX, romper mitos, ver lugares en colores que nunca habíamos visto con este cine que no es profesional”, añade.
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El cine doméstico es un subgénero del cine, realizado normalmente por aficionados con un equipamiento no profesional (casi siempre de 8mm o 9,5mm) y en un contexto familiar. Existe desde que existe el cine: “las primeras filmaciones de los hermanos Lumière son domésticas, ellos filmaban el interior de sus casas, sus patios, etcétera”, recuerda Diego, y con el tiempo ha ganado un gran interés colectivo al incluir costumbres y lugares desaparecidos o muy alterados. En Latinoamérica, los esfuerzos por conservar este tipo de cine se han incrementado en el último tiempo.
Más allá del trabajo por encontrar las películas, Diego y su equipo deben actuar como verdaderos arqueólogos que intentan reconstruir la vida de los chilenos del siglo pasado a partir de las grabaciones.
Uno de los mayores descubrimientos fue que había una exacerbación del mundo ideal en las grabaciones. Las personas se vestían bien para ser filmadas; se mostraba la alegría, jamás las peleas, jamás el horror, incluso cuando el material reunido atraviesa tanto la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo como la de Augusto Pinochet. “Existe una suerte de altar familiar (tomando el término usado por investigadores argentinos de la materia) que se consolida: el hogar es un lugar de protección y no se muestra el mundo tal cual es”, comenta Diego. En ese sentido, se retrataba la intimidad familiar, el vínculo entre quien filma y quien es filmado, pero no su privacidad: no hay imágenes de desnudez, tampoco de los espacios más reservados de la casa, como la cocina.
A su vez, cuando se filmaba afuera de la casa, la cámara asumía un rol de testigo que testimoniaba lo que ocurría, como eventos públicos, choques, catástrofes. Si las imágenes eran negativas, la familia solía mantenerse detrás de la cámara.
“Hay que tener presente que estas películas en general eran filmadas por los hombres para ser vistas por la familia, un par de amigos cercanos o parientes extendidos, no para todo el mundo. El cine se completaba al ser proyectado, porque ahí se reconstruía una narración de lo que había sido grabado”, explica Diego.
Ese es uno de los principales misterios del cine doméstico, reconoce el investigador. Aunque su equipo podrá archivar el rollo siguiendo normas internacionales, la experiencia original de estas películas es imposible de ser reproducida.
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–¿Qué otros misterios han logrado identificar en este tipo de cine?
–Un fenómeno bien particular es que estas películas se desanclan de sus lugares de origen. En Santiago uno podía encontrar imágenes de todo Chile y en Temuco las pocas que hemos encontrado muestran imágenes de Arica. Las películas viajaron, se movieron. Hay una parte que no vamos a poder reconstruir nunca o será muy difícil, y se trata de cómo fue este tránsito. ¿En qué momento las películas perdieron la custodia de las familias y empezaron a moverse por circuitos de venta de anticuarios?
–Me imagino que eso va asociado a otro misterio: el de quién filmó estas películas…
–Sí. Por suerte, estamos mostrando algunas de esas ellas en nuestra cuenta de Instagram (@filmoteca.cl) y eso nos ha permitido que algunas personas se reencuentren con esas películas huérfanas. Nos ha pasado como cuatro veces y siempre es alucinante, porque responde a esa gran pregunta de quién filmó esto.
–¿Y ahí se respondía la pregunta de por qué esas películas quedaron ‘huérfanas’?
–Lo que fuimos descubriendo –no solo acá en Chile, sino con profesionales de otras partes de Latinoamérica–, es que en realidad la gente no se deshacía de sus recuerdos: lo que hacían era guardar imágenes más que formatos. Por ejemplo, pasaban estas películas a VHS, conservaban estos VHS, después pasaban el VHS a DVD y botaban el VHS, entonces lo cierto es que la gente nunca se desprendía de sus películas intencionalmente.
–Como cuando uno tenía las fotografías reveladas y se deshacía de los negativos…
–Exacto. También, ocurría en muchos casos que la generación siguiente no entendía qué había en este rollo porque no es un rollo que muestra su potencia a primera vista: uno tiene que verlo a contraluz, ojalá con una lupa, para saber que ahí hay imágenes. Entonces, hay gente que encontraba estas cajas, que muchas veces tienen olor a vinagre y hongos, que eran de su abuelo, por ejemplo, y no entendiendo lo que había en ellas las tiraban a la basura, pero sin mala intención.
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Más allá de los misterios, el archivo de cine doméstico de la Universidad de la Frontera ha permitido revisitar un Chile que ya no existe. Rapa Nui en los años 60, el transporte de las distintas décadas, la ruralidad, personajes públicos que ya fallecieron…
Pero a Diego lo que más le sorprende es la capacidad de refrescar imágenes que parecían estar clausuradas. “La posibilidad de volver a mirar el Chile del siglo pasado con ojos nuevos. Durante mucho tiempo pensamos que las imágenes que habíamos visto del siglo XX se habían agotado, y estas películas muestran lo contrario”, comenta. “Si uno las mira en su globalidad, puede armarse un recorrido completo por el país, incluso saliendo de las fronteras de Chile, porque algunas personas filmaban sus viajes a Europa, a África, a Asia. Es bien interesante reconstruir un mundo a partir de imágenes que son nuevas, que son viejas-nuevas”, agrega, riéndose.
El gran sueño de Diego y su equipo es poder tener un repositorio web donde esté el material completo, sin las limitaciones de Instagram, y sin editar. Que esté catalogado adecuadamente y que pueda abrirse para nuevas investigaciones históricas, audiovisuales e, incluso, éticas. “Quedan muchas preguntas aún por responder”, reconoce el académico.
Por ahora, estas películas tienen nuevos espacios de significación. Y dan pie a la construcción de otras historias. Historias que, quizás, no sean las mismas de cuando fueron hechas. Pero que son tan válidas como las que se contaron hace casi un siglo, cuando las familias se reunían alrededor de un proyector para ver su propio cine. Su cine doméstico.