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El mercado de las creencias contemporáneas

En esta era de cambios acelerados, hay quienes han optado por religiones catalogadas como ultraconservadoras u ortodoxas, mientras otros se han inclinado por el “nomadismo religioso”. En este escenario, cabe preguntarse por la capacidad que tiene hoy la religión en Chile para responder a la incertidumbre de estos tiempos.

Por Luis Bahamondes

Una de las lecturas tradicionales que se hacen en torno a lo religioso versa sobre la capacidad que tendrían los sistemas de creencias para paliar la incertidumbre y la crisis de sentido de los sujetos. A través de la historia, se ha visto a las religiones como dispositivos capaces de apaciguar la sensación de indefensión y entregar respuestas a los individuos en periodos de crisis sociales, económicas, políticas, ambientales, sanitarias o de cualquier otro orden. En Chile, sin embargo, las encuestas de los últimos años (CEP, Latinobarómetro, entre otras) nos vienen mostrando no solo una disminución en las identificaciones de las religiones tradicionales (el catolicismo y el llamado “mundo evangélico”), sino también un marcado declive en la confianza depositada en ellas: solo el 19% de los católicos confía en la Iglesia, según la Encuesta Nacional Bicentenario UC 2021. Asimismo, el crecimiento del agnosticismo y ateísmo advierte un cambio importante del mapa religioso en el país.

Esta realidad invita a repensar la forma bajo la que se analiza la vinculación de los sujetos con la religión, pues es necesario considerar las transformaciones sociales y culturales experimentadas en Chile en las últimas décadas. Hoy, por ejemplo, la relación de dependencia monopólica con las religiones ha entrado en tensión, pues las incertidumbres del pasado solían acrecentarse por la carencia de insumos vitales (comida, abrigo, techo), por la precaria instrucción educativa de la población y por la incidencia de las iglesias en la construcción de imaginarios sociales (paraíso e infierno incluidos).

Crédito: Fabián Rivas

En estos tiempos, el pluralismo religioso ha implicado una mayor diversidad de opciones disponibles para elegir, pero también menores restricciones y sanciones sociales para adherir a una denominación particular. Así, ante la incertidumbre actual, hay sujetos que han optado por religiones catalogadas como ultraconservadoras u ortodoxas (Opus Dei, Legionarios de Cristo, iglesias pentecostales tradicionales), al parecer, eficientes en normar y orientar diversos aspectos de la vida cotidiana en un mundo convulso. Otros, en cambio, se han inclinado por el “nomadismo religioso”, como lo llama el sociólogo Frédéric Lenoir. Estos “nómades” salen al encuentro de lo religioso, espiritual, mágico y esotérico con el fin de satisfacer su necesidad de vinculación con lo trascendente, buscar respuestas y solucionar sus problemas, pero también para sentirse parte de una comunidad a través de complejas hibridaciones de creencias, sin necesariamente adscribir a una institución particular. 

En un mundo donde nada es seguro, la incertidumbre deriva en búsquedas de protección. Lo demostró la pandemia del covid-19, donde a pesar de los avances científicos y la secularización de las sociedades modernas, miles de sujetos buscaron respuestas y soluciones en sus sistemas de creencias (como lo mostró la encuesta Values in Crisis International de 2021). Muchos se refugiaron en altares privados en sus hogares, reprodujeron sus cultos a través de plataformas virtuales, se volcaron a leer pasajes de textos sagrados y recurrieron a determinada ritualidad fúnebre para despedir a sus seres queridos.

Asimismo, la búsqueda de respuesta por parte de los individuos también ha permitido la proliferación de curiosas teorías explicativas que desafían los avances científicos y fortalecen las teorías conspirativas, entre ellas, que el covid-19 habría sido generado en laboratorios militares chinos como arma biológica, que la tecnología 5G sería el origen del virus o, bien, que organismos internacionales como la OMS o la ONU estarían aplicando medidas restrictivas a la población con la finalidad de dominarla, teoría que ha sido llamada “plandemia”.

El escenario de crisis permanente también ha servido como promotor de nuevas expresiones religiosas “re-creadas” y/o resignificadas, lo que se traduce en el auge  de nuevos movimientos religiosos y terapias alternativas que prometen aplacar la indefensión, otorgar soluciones a problemas concretos, dotar de sentido la vida y acceder a nuevas formas de conocimiento. Sistemas adivinatorios, amuletos, lecturas esotéricas, rituales de protección, entre otros, conviven con las religiones históricas y espiritualidades ancestrales, ampliando la oferta de bienes y servicios religiosos/espirituales, a lo que se suma la emergencia de agrupaciones religiosas minoritarias (catalogadas como “sectas” de manera sensacionalista). 

Los dispositivos que provee la religión no resultan del todo inocuos en la “sociedad del riesgo”, como la llamó el sociólogo Ulrich Beck —aquella donde las amenazas y los peligros son permanentes e inminentes, afectando la cotidianeidad de los sujetos—, ya que ante la incertidumbre, ciertas agrupaciones o líderes de opinión han incorporado en sus discursos supuestos argumentos religiosos para establecer fronteras con la alteridad, construyendo chivos expiatorios para explicar determinados problemas. Así, los discursos de odio dirigidos hacia la población inmigrante, hacia minorías sexuales o militantes de ciertos partidos políticos, entre otros grupos, se amalgaman con las palabras de los textos sagrados, buscando fortalecer la representación social negativa del “otro” desde la superioridad moral que les otorgan sus creencias religiosas. Es así como grupos milenaristas han visto señales del Apocalipsis, colectivos new age vislumbran un nuevo comienzo de la humanidad o comunidades de fe evangélica avizoran un castigo de Dios.

Ante la amplia gama de opciones religioso/espirituales disponibles en el mercado de las creencias contemporáneas, el ser humano se enfrenta a una nueva incertidumbre: ¿cuál de todas elegir?