Estela Sepúlveda, domiciliada en Catedral 2474, Santiago, es la destinataria de un conjunto de cartas enviadas durante años por el poeta y narrador Óscar Castro (1910-1947). Óscar Castro. Cartas inéditas (Ediciones UC, 2019) es un epistolario facsimilar, hasta ahora inédito, prologado rigurosamente por el investigador Patricio Lizama, quien elabora una atenta lectura en torno al género epistolar y el discurso amoroso.
La decisión de Lizama de reproducir las cartas permite seguir el devenir de las emociones de Castro, un heredero tardío del romanticismo. Lo que primero salta a la vista es la caligrafía perfecta, sin manchas ni enmiendas, donde predomina la voz exaltada, entusiasta, plenamente dispuesta a la seducción. Con posterioridad, la caligrafía cambiará, ya que el estado anímico del escritor varía, inclinándose a la tristeza, decepción y falta de expectativas.
Castro comienza a escribirle a Estela en enero de 1933 y deja de hacerlo en octubre del mismo año. Ella, que vivía en Santiago, había ido de vacaciones a Rancagua, ciudad donde el autor nace y pasa gran parte de su vida. Sin embargo, el enamoramiento del escritor durará cinco años.
Rancagua es para el poeta y bibliotecario un simple villorrio. Es precisamente en la biblioteca, en diciembre de 1932, donde aparece Estela por primera vez, solicitando un libro de Dostoievski, uno de los autores preferidos de Castro. A partir de entonces, queda prendado de la muchacha de diecisiete años y comienza a escribirle estas cartas. Uno de los aspectos más llamativos de las misivas es que son enviadas diariamente a Santiago. Pero no sólo el rigor de la escritura demuestra la necesidad de Castro por escribir, lo hace incluso cuando tiene a Estela a unos cuantos metros de distancia, como en el momento en que la ve caminando por la vereda frente a su ventana. Por tanto, la distancia no es la única motivación de esta escritura. Castro escribe porque es su mejor herramienta de comunicación, aquello en lo que más confía, su mejor estrategia.
Si bien las primeras cartas dejan en claro que es Estela quien pide a Óscar que le escriba un poema, y que luego le escriba “todo lo que acaba de decirme”, parece desconocer que está dando pie al surgimiento de una escritura que irá más allá de la simple amistad. Aun cuando Estela rechaza la declaración amorosa, el escritor continuará su labor. Óscar simula aceptar ese tipo de relación, pero no ceja en declararle su pasión de manera rotunda. No hay una carta donde no señale que la ama, que toda su existencia lo remite a ella, y que si se cortara el vínculo epistolar, sólo quedaría la muerte.
“Estamos frente a un trabajo que significa un gesto de rescate patrimonial importantísimo para la historia literaria nacional que, además, nos muestra una faceta íntima de un autor poco leído”.
En sus cartas, Óscar Castro demuestra un evidente menosprecio por Rancagua, un lugar donde se impone el cotilleo, la maledicencia y la falta de expectativas para llegar a publicar sus poemas, pero también hay referencias interesantes al ambiente cultural de la ciudad. En una de sus misivas apunta que debe detener su escritura y abrir la biblioteca, porque ya son las cinco de la tarde y afuera hay mucha gente ansiosa esperando. También se refiere a la extensa elaboración de listas de libros por comprar, a su función de organizador de la Fiesta de la Primavera y la dirección de una revista en el Liceo de Hombres de la ciudad. Al contrario de lo que se podría imaginar para un bibliotecario de pueblo, Castro se lamenta constantemente por el exceso de trabajo y el sinnúmero de asuntos a los que debe prestar atención.
El mito del amor romántico es una construcción cultural determinante en la conformación de la subjetividad de las mujeres. El patriarcado encontró allí, en el amor romántico, un sitio privilegiado para situar a la mujer y construir no sólo su forma de pensar y decir, sino de actuar y reaccionar. La mujer es educada para ser dependiente del amor que la figura masculina le otorga o que debe ser capaz de despertar. La relación amorosa entre mujeres y hombres se sostiene en la asimetría, donde lo masculino representa la fuerza de la conquista, la figura activa, incusa acosadora, como ocurre con Castro, quien se atreve a exponer sus sentimientos aun cuando la muchacha no le corresponda. La mujer, por su parte, se ubica en el lugar de la aceptación del amor, del afecto que se le brinda. Es más, debiera mostrarse agradecida de ser amada por un hombre.
Este libro funciona como una pieza extraordinaria para reconstruir el amor romántico desde el punto de vista masculino. Estela rechaza el amor, sin embargo, eso no detiene a Castro, que insiste de manera casi delirante en cortejarla. Por desgracia no podemos adentrarnos en los pensamientos de ella, no sólo porque no existan sus respuestas, sino porque el enamorado no deja entrar la voz de ella bajo ninguna forma, ni diálogos ni reproducción de sus palabras, ella sólo existe como la amada. En tal sentido, Estela es reducida y convertida en mero símbolo; sus rasgos personales, aquello que le daría una identidad particular, se van borroneando bajo el peso arrasador del deseo masculino. Al respecto, Castro señala: “hubiera dado la mitad de mi vida por tener su cabeza rendida en mi pecho”. También, resulta significativo que Castro utilice la expresión “muñequita adorable” o el diminutivo “mujercita”, este último en innumerables veces, para referirse a Estela. Términos que empequeñecen, contradictoriamente, a la mujer que ha considerado la razón de su vida. El discurso amoroso, por tanto, no es impedimento para formular una jerarquización, donde la mujer ocupa un lugar subalterno y de musa inspiradora.
Más allá de lo anterior, estamos frente a un trabajo que significa un gesto de rescate patrimonial importantísimo para la historia literaria nacional que, además, nos muestra una faceta íntima de un autor poco leído, que tuvo la desgracia de morir muy joven y no pertenecer a la elite literaria santiaguina.
Óscar Castro. Cartas Inéditas
Óscar Castro
Ediciones UC, 2019
246 páginas
$16.000