En La oficina de la nada. Poéticas negativas contemporáneas (Siruela), el poeta y académico Felipe Cussen inicia un viaje desde la teología negativa, la poesía hispanoamericana, hasta el arte del siglo XX y comienzos del XXI para pensar la nada en su materialidad, entenderla como efecto e incluso, a veces, como provocación.
Por Jimena Castro
¿Cómo ha sobrevivido la nada, durante los siglos, siendo algo? “En cualquier tipo de nada, la materia permanece”, escribe Felipe Cussen, autor de La oficina de la nada. Poéticas negativas contemporáneas. Se trata de un libro, pero también de un mapa, un museo, una bodega o, quizás, una oficina. En este espacio para la nada, desplegado en diez capítulos y más de trescientas páginas, Cussen expone una serie de casos de la literatura y el arte de los siglos XX y XXI que han perseguido sostener la nada en su materialidad, pensarla como efecto, incluso a veces como provocación. Su interés parte de la observación de cierto tipo de obras, que se concreta mediante una voz que asume el rol de un cronista o de un guía de museo. Como en un diario de lectura, el autor toma muy en serio la labor de mostrar la nada, clasificarla y contextualizarla mediante la metodología de las “poéticas comparadas”, que le permiten desenvolver sus modos de mirar y leer.
La selección es cuantiosa, “a veces excesiva”, según confiesa el mismo Cussen, donde también en las notas al pie cita y expande el universo de obras que analiza más profundamente en el libro. Nombres como Mario Levrero, Robert Barry, Edgardo Antonio Vigo, Eileen Tabios, Mark Rothko, Jorge Eduardo Eielson o Florence Jung circulan libremente por archivos, pasillos y escritorios de esta oficina de la nada. La intención de reunir esta cantidad de piezas se explicita tempranamente en el texto, y tiene que ver con dos propósitos: primero, reunir un canon de obras y reflexiones críticas que Cussen estima que han coexistido de manera dispersa. Luego, refutar la idea de que dichos trabajos responden a “caprichos o casos aislados” y demostrar que “es posible establecer una recurrencia que merece ser destacada, y que puede operar como una resistencia crítica a aquella concepción de una obra literaria o artística como un dispositivo creado solo para transmitir historias o mensajes explícitos”. Así, nos invita a transitar por obras que contemplan cajas vacías, hojas en blanco, libros invisibles; pérdidas, ausencias, vacíos, borraduras, tomaduras de pelo.
A pesar de que el enfoque del libro está en las poéticas contemporáneas, Felipe Cussen no deja de atender a la larga tradición en torno a la nada y los procedimientos de aquellos que ya la habían pensado y tomado muy en serio. Lejos de solo mencionarla, el autor entiende que esta tradición guarda una relación muy estrecha con las poéticas contemporáneas; ambas dialogan por contraste o directamente en “un mismo esfuerzo por decir y no decir a la vez”. Ejemplo de ello es que en el capítulo “Series negativas” conviven la obra de Mel Ramsden (1944) y Robert Barry (1967), con la teología negativa del Maestro Eckhart (+1328) o la mística de Matilde de Magdeburgo (1207-1282). Ramsden pintó un cuadrado negro en una obra llamada Secret Painting (1967-68) acompañado del texto “El contenido de este cuadro es invisible; el carácter y la dimensión del contenido serán siempre secretos, solo los conocerá el artista”. Cussen vincula esa declaración de ausencia, que también destaca principalmente en la obra de Robert Barry, como “estrategias similares frente a una misma tensión” entre estos artistas contemporáneos y la tradición religiosa. De ahí que luego se aventure a sumergirnos en los impulsos iconoclásticos durante la historia de las religiones y la negación de la imagen en la mística, particularmente de la mano del trabajo del historiador Alain Besançon y la filóloga Victoria Cirlot, respectivamente.
La oficina de la nada es un libro enciclopédico, sin dudas. Pero esa cualidad Cussen la lleva con soltura, incluso con humor en algunos momentos; no busca grandes revelaciones, a pesar de que proporciona lecturas muy bien pensadas, que lo llevan no solo a reflexionar en torno a las obras que analiza, sino que además a ensayar algunas impresiones en torno a ciertas ideas con respecto al canon. Dice en un momento: “Todas estas colecciones nos recuerdan precisamente eso: la fragilidad de los cimientos con que hemos construido la historia de la literatura o el arte. Por ello, cada vez que hablamos de un ‘clásico’, más allá de la genuina valoración, no podemos olvidar la inmensa cantidad de obras ausentes que con tanto o mayor mérito podrían merecer la misma denominación”.
De este modo, la idea de una oficina se ajusta a la temática y a la metodología que se desarrollan en el libro. El término “oficina de la nada” proviene de Miguel de Molinos (1628-1696), un místico y teólogo español que armó las bases para un movimiento que propiciaba la anulación de la voluntad y la pasividad del alma para abrirse a recibir la divinidad. Estas ideas de Molinos fueron condenadas por la Inquisición, pero aquello no impidió que se propagaran profusamente, llegando incluso al continente americano en tiempos coloniales. Por otra parte, se refiere también a la idea de la oficina en cuanto a un despacho en el que se trabaja. “Me atraía esta paradójica fórmula en la que se combinaba un lugar de trabajo y rutina con la experiencia del alma en su punto máximo de anulación”, explica en sus primeras páginas.
Pensar en este libro como una oficina, con escritorios, máquinas de escribir, distintas puertas y archivadores representa el modo en el que Cussen entiende la nada, llena de variables. Para esto, ha modulado la perspectiva que llama “poéticas negativas” y que explica como “aquellos procedimientos y estrategias que permiten la emergencia de la nada, ya sea como tema, como materialidad o como efecto, y que implica la consideración de aquellos elementos que componen y rodean la obra para determinar la tensión que provoca frente a las expectativas de su propio contexto”. Pero también es una oficina porque en el libro se explicitan ciertos modos de trabajar en que el conocimiento no solo se adquiere por los libros y las obras, sino que gracias a colegas y amigos que comentan, sugieren y piensan juntos. De hecho, el autor recibe la primera aproximación a la nada de mano de su maestra, Victoria Cirlot, quien en una clase en el doctorado en la Universitat Pompeu Fabra analizó el texto de Guillermo de Aquitania (1071-1127) “Farai un vers de dreit nien”. A partir de ahí, Cussen iniciará un viaje desde la teología negativa, la poesía hispanoamericana, hasta el arte del siglo XX y comienzos del XXI, sumado a los propios procesos creativos del autor. Y todo ello aparece como un conocimiento compartido con sus colegas, como Marcela Labraña y Megumi Andrade Kobayashi, con quienes ha trabajado conjuntamente estos mismos asuntos en distintos proyectos de investigación. Este intercambio de ideas pocas veces se evidencia en los libros o artículos académicos y, en este caso, sugiere una oficina que se reúne para ver y pensar el sentido de las obras. Josep María Esquirol en La resistencia íntima diagnostica que “en nuestra época se actúa como si se hubiese encontrado la solución de la vida humana y ya no hubiese más secreto”. Todo lo contrario a lo que se intenta llevar a cabo en La oficina de la nada. Aquí, Felipe Cussen ha intentado comprender la nada, pero en un ejercicio de docta ignorancia, sabiendo de su apertura, dejando espacios para ella, permitiendo que la nada circule a través de las obras que él muestra. Sus problemas abordan la mística, el valor monetario que se le pone a una obra, lo inefable del lenguaje propositivo, en qué soportes se contiene la nada, cómo entendemos la condición de un libro. El mismo Esquirol dice que el nihilismo (aunque Cussen no entra en ese terreno), como el dios Jano, tiene dos caras: una del vacío y la otra, de lo lleno. Como la portada de este libro. Se trata de una pintura de la artista alemana Irma Blank que pertenece a la serie Radical writings, de 1989. Blank, cuya obra también aparece en el cuerpo del libro, ha elaborado una poética que experimenta con escrituras ilegibles y la tensión entre las imágenes y las palabras. Esta serie consiste en distintos monocromos, rosados, violeta y azules, que poseen unas bandas horizontales que suplantan la caligrafía. En esta portada, de color azul, una doble banda vertical irrumpe en medio del texto ilegible, como simulando una apertura, una puerta. La puerta está cerrada, o no, pero al menos sabemos que se puede abrir. Quizás esta imagen nos recibe para anunciarnos los límites de la nada, y también su rebasamiento.