En su nuevo libro ¿Cómo estudiar la autoridad?, la renombrada socióloga e investigadora de la Usach explica por qué este concepto es tan importante para el sano funcionamiento de las sociedades, y por qué, a pesar de su mala fama, hay que diferenciarlo tajantemente del autoritarismo, con el que se suele confundir. En un país en crisis, revisitar términos, enfoques y metodologías es clave para que las ciencias sociales puedan acompañar las transformaciones sociales, señala Araujo, una de las teóricas más citadas para entender el estallido de octubre.
Por Jennifer Abate
La académica del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago y directora del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetría de Poder ha publicado más de veinte libros, entre ellos, El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad (LOM, 2016), Hilos tensados. Para leer el octubre chileno (Usach, 2020) y Las calles. Un estudio sobre Santiago de Chile (LOM, 2020). Su extenso trabajo de investigación, que desde distintos frentes ha analizado los cambios sociales del Chile reciente, la ha convertido en una de las voces fundamentales a la hora de entender la autoridad, asunto que estudia en su último ensayo, publicado por Ediciones Usach, y en el que destaca la relevancia que este concepto tiene en una sociedad donde suele tener particular mala fama. En esta entrevista, Kathya Araujo, una de las investigadoras que se adelantó al estallido de octubre, habla sobre su nuevo libro y analiza las transformaciones que está viviendo nuestro país.
¿Cómo lee una investigadora social como usted lo que está ocurriendo en Chile hoy? Hay un contexto de gran efervescencia social y política, emergen candidaturas presidenciales, crece la participación en las votaciones populares y hay una gran expectativa sobre el trabajo de la Convención Constitucional.
—Creo que los científicos sociales, en general, tenemos la tendencia a pensar las cosas un poco más a largo plazo y como procesos. Para mí es muy interesante e importante ver cómo esos procesos que hoy observamos se han ido produciendo a lo largo de las décadas; cómo la sociedad se ha ido transformando, cómo ciertas transformaciones sociales han adquirido un rostro político. El proceso más relevante que a mi juicio ha estado aconteciendo en la sociedad chilena es una enorme recomposición de las lógicas, de los principios que han ordenado tradicional e históricamente las relaciones sociales y que comenzaron a ser puestos en cuestión o a debilitarse o a replantearse, sin que hayamos encontrado una solución para esta recomposición. Hay un trabajo muy arduo de la propia sociedad en sí, porque la recomposición toca hasta las relaciones más íntimas, por ejemplo, las relaciones de pareja, de padres e hijos o madres e hijos. Lo veo con mucho interés, a veces con optimismo, a veces con pesimismo.
Tras la revuelta social, la falta de identificación con las autoridades políticas tradicionales y las violaciones a los derechos humanos hicieron que se cuestionara la idea de autoridad. Usted la aborda no como el uso de la fuerza, sino como una institución necesaria para la vida en sociedad. ¿Por qué le pareció relevante discutir sobre un concepto que ha adquirido tan mala fama en el último tiempo?
—Justamente porque tiene tan mala fama. Hace años publiqué El miedo a los subordinados, y en esa investigación noté que las personas consideraban que la forma histórica de ejercicio de la autoridad había sido una forma autoritaria. Lo comenzamos a ver con más fuerza todavía en el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder: las personas tienen esta especie de confusión muy grande entre la autoridad y el autoritarismo. Como hemos vivido tan largo tiempo bajo estos modos autoritarios de ejercer la autoridad, consideramos que autoridad es autoritarismo. Este libro intenta abordar esa confusión tratando de entregar las herramientas para entender lo que es la autoridad hoy, o cómo uno puede pensar la autoridad en sociedades como las actuales. La autoridad no es una cosa sin historia y sin localización geográfica; es un mecanismo de gestión de simetrías de poder que tiene nacionalidad, clase social, género. La autoridad como fenómeno social es un mecanismo que no podemos dejar de lado, porque funciona en tareas básicas: la sociedad deja de funcionar si no está actuando de una determinada manera. Nos ayuda a tener una cierta solución para ciertas cuestiones funcionales, pero también es esencial para el lazo social, porque permite, vista desde el lado más positivo, poner a raya el reinado del más fuerte.
¿Qué es lo que el pueblo chileno busca hoy en sus autoridades? ¿Cuáles serían, a su juicio, las características que hoy les darían legitimidad a las autoridades?
—Ya no tenemos esas sociedades donde todos pensamos lo mismo y tenemos las mismas representaciones ni los mismos valores de lo que es bueno o malo. Por eso la cuestión de la legitimidad es importante, pero hay que moverse un poquito de ahí, porque no todos tenemos los mismos valores. Weber decía: “tenemos legitimidad, estamos listos”. Ahora no es así, porque en estas sociedades plurales no tenemos un acuerdo común sobre qué cosas resultan o no legítimas. Además, el mundo ha cambiado de tal manera que ha puesto en cuestión la forma en que entendíamos la jerarquía. La idea de jerarquía muy estable y permanente en el tiempo señalaba que merecíamos la misma consideración de nuestra autoridad, aunque no estuviéramos realizando la función que nos confería esa autoridad. Yo he repetido este ejemplo porque es el más claro: el del juez o el profesor en un pueblo. El juez iba a todos lados y todos lo respetábamos. Lo mismo con el profesor. Hoy estamos en un mundo de jerarquías móviles. Si estoy en el cine y vienes a sentarte conmigo para imponer tu opinión, esa es una falta de respeto; tu autoridad se terminó, está situada, localizada, porque estas jerarquías se han vuelto más móviles y van transformándose.
Su nombre fue una referencia obligada después de la revuelta de octubre de 2019, pues había advertido desde antes sobre un malestar en la sociedad chilena, fruto de la desigualdad, que se había convertido en rabia. ¿Rabia contra qué?
—Yo creo que era una irritación. Siempre he hablado de una irritación que puede producir rabia. Y creo que no ha cambiado; es muy alta y está vinculada con varias cuestiones: con un grado muy alto de desmesura de las exigencias que tenemos que responder para solucionar los retos de nuestra vida ordinaria, mantener la salud de los que queremos, poder construir la idea de un futuro mejor, tener educación para nuestros hijos, tener un trabajo, tener algún grado de certidumbre para poder hacer proyectos, como irse a vivir con la pareja. Este sentimiento de desmesura atravesó a la sociedad. Tanto la desmesura de exigencias como los abusos y el sentimiento de abuso han estado ligados muy fuertemente con las instituciones. Hay una irritación muy fuerte contra ellas.
¿Cree que esa irritación ha mutado tras la crisis sanitaria, política y social del covid-19?
—Pienso que en algunos puntos se agudizó, porque en 2019 pasaron cosas que fueron muy importantes. El malestar era un diagnóstico a comienzos de los 2000, y ese malestar cambió a irritación. Lo esencial de 2019 fue el amplio apoyo de la ciudadanía, que le puso nombres a lo que estaba pasando. No hay vuelta atrás en la mirada de la desigualdad. Pero, al mismo tiempo, se afirmó una idea que venía de antes: que las cosas se resuelven por la fuerza y que el más fuerte es el que gana. Siempre ha sido así en los grandes cambios sociales. Creo que hay una especie de reverberación entre las dos cosas: hay una irritación todavía más acentuada y una idea de que efectivamente la fuerza es lo esencial para dirimir lo que se juega. No estoy hablando políticamente, sino que se juega en cualquier situación social, porque como nuestras reglas no están claras y no sabemos muy bien qué tenemos que hacer, la fuerza aparece como una cuestión muy fuerte.
¿Cuál es el rol que tienen en estos momentos de transformación quienes están en su posición, es decir, quienes han hecho planteamientos acertados a la hora de leer las crisis y las coyunturas?
—Uno tiene que acompañar estos cambios. Yo creo que las ciencias sociales hicieron un increíble aporte mostrando las desigualdades y los efectos desde el lado de la dominación, pero ahora es el momento de tratar de acompañar estos cambios y de analizar cómo funciona la sociedad más que de denunciar. Creo que el primer gran esfuerzo debe ser acompañar, tratar de entender. En segundo lugar —y es la razón por la que hice este libro y participo en conversaciones públicas sobre cómo estudiar la autoridad—, tenemos que pensar seriamente las herramientas que tenemos para entender las sociedades; hay que renovarlas para producir un conocimiento que esté más cerca del momento que estamos viviendo, para poder identificar los nudos problemáticos sin temor. Tenemos que renovar nuestras herramientas conceptuales, porque en muchos casos creo que no están dando el ancho para la sociedad y los desafíos que estamos enfrentando. Por eso terminamos diciendo que el escenario es líquido, pero el concepto líquido no explica nada; tienes que poder explicar si eres cientista social y analista.
En un momento se decía que todo pasó a ser líquido…
—Todo es líquido, porque nuestras herramientas no nos están sirviendo. Entonces repensemos el enfoque, comencemos a hacer este trabajo de cambiar las perspectivas y las herramientas analíticas, teóricas, conceptuales y metodológicas que tenemos.