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La música de la fiebre. Prólogo

En julio de 2023, la poeta y guionista Malú Urriola murió a los 56 años. La antología La música de la fiebre (Lumen, 2024) reúne una selección de los siete libros publicados por la escritora, más cuatro poemas inéditos. “Leyéndola de cabo a rabo, podría aventurarse que su escritura se eleva en sus fugas, en sus sostenidas mudanzas de estilo, tono y materia (…) no tiene, en ese sentido (ni en otros), nada de asentamiento ni menos de acomodo sino al contrario, podría pensarse como una poética del desarreglo”, escribe Vicente Undurraga, editor del volumen, en el prólogo del libro, que compartimos aquí.

Por Vicente Undurraga | Crédito de foto: Chercán Films

No es breve ni tan prolífica la obra de Malú Urriola –siete libros en treinta y cinco años, más lo inédito–. Sí es, en cambio, sobre todo considerando esa relativa contención, muy diversa, versátil: es cosa de mirar por encima la cambiante textura de sus libros. Mutan desde los contornos de los textos, las elecciones tipográficas y espaciales, hasta lo observado –la vida callejera y nocturna, la música y la escritura, lo político y la muerte, de frente– y, sobre todo, aunque manteniendo un hilo rojo siempre, cambia la mirada, cómo mira quien mira en esta poesía, “la epístola de un sí mismo borrascoso y tragicómico / que persiste en el encomio / de entrenar los músculos para una vida fugaz”.

Leyéndola de cabo a rabo, podría aventurarse que su escritura se eleva en sus fugas, en sus sostenidas mudanzas de estilo, tono y materia, brillando intensamente lo que se mantiene de aquello que deja, lo que arranca de donde llega. No tiene, en ese sentido (ni en otros), nada de asentamiento ni menos de acomodo sino al contrario, podría pensarse como una poética del desarreglo, del arranque de sí: “Nunca estoy, vengo llegando siempre”, escribió en uno de sus últimos poemas. Busca, encuentra, se deja ir, divaga y reitera, pero no se perpetúa. Deja ser y deja pasar, capta sin capturar el rastro de lo fugaz, las estrellas que se extinguen, los amores y las noches que pasan.

Debutó en 1988 con Piedras rodantes, una colección de poemas habitados por gatos, una voz que le habla a la propia poeta con los acentos y las ondas de una época, los años ochenta, en que convivían miedos e ilusiones, el rock y la violencia, el spanglish y la bohemia, la fiereza y la fragilidad. A ese libro le siguió Dame tu sucio amor (1994), donde se abre ya el poema en prosa, tan central en su poética: con parrafadas largas y anotaciones sueltas, manuscritas y otras indagaciones, Urriola le da forma a una voz enfática, de mayúsculas y negritas, de frases como cuchilladas. Es un libro inestable donde una voz pelea y se afirma “en la furia del desencanto” y da con poemas que mantienen indemne su rayada potencia.

Esa entonación luego fue a estallar y de algún modo a concluir en Hija de perra (1998), donde, ya en pura prosa, Urriola escribe un extenso monólogo que termina con unas palabras que a la distancia podemos considerar un vislumbre del giro que tomaría su poética: “te juro que esta boca de perra no volverá a ladrar, ni a dar aullidos”. Esos tres libros constituyen una primera etapa marcada por el ímpetu, ese que probablemente llevó a Diamela Eltit a definir a su autora como “una de las más sorprendentes y deliberadas superstars de la poesía chilena”; es una poesía rodante y chocante, en el sentido literal de ir al choque –con la tradición poética, con el país y consigo misma, sobre todo–. Por algo en 2015 la poeta reunió esos tres títulos en un volumen llamado Las estrellas de Chile para ti.

Entrado el tercer milenio, Urriola renovó aires al publicar dos libros –Nada, en 2003, y Bracea, en 2007 (los que pueden verse como otra trilogía con Vuela, libro alguna vez anunciado, pero no publicado hasta este año 2024, de manera póstuma)–. Estos títulos marcan un alejamiento de sus tonos primeros para entrar en otros más templados y, quizás, más hondos, aunque siempre audaces y sin dejar nunca la impronta jazzera que la anima, “la música de la fiebre de las palabras”. Nada alude al acto de nadar y también al vacío, que es la condición de quien escribe: “Yo que adentro estoy tan despoblada como un desierto / entretanto me pierdo”, y quizás sea su libro central, donde con más fuerza se da su “estrecha e incalculable relación / entre ferocidad y dulzura”. Bracea, en tanto, elocuente respecto a su estética huidiza, abre con “El Cardo”, una delicadeza que bien podría ser el epílogo de Nada:

Pasa volando una mariposa frente a estos ojos negros
/ que estaban mirando el cardo.
La mariposa bracea, y braceando se retira tan lejos del cardo
/ blanco,
que se ha quedado vibrando, como queda el alma
/ cuando el dolor con ella hace lo suyo.
Tan imperceptible, que pareciera que no lo notara el cardo blanco
/ ni el viento.
Soy una intrusa de la relación que mantiene el cardo con
/ el viento y la envidio.
Pues yo quisiese ser ese cardo abrazado por el viento y no ser
/ lo que soy.
(…)

La música de la fiebre. Antología
Malú Urriola
Lumen, 2024.
236 páginas

Tras ese poema-enlace, se abre ahí otro mundo: el de un enrarecido libro de cuentos expresivos, por no decir expresionistas, no exentos de crueldad y humor negro, como en una cruza de Agota Kristof y Mario Bellatin. Es una prosa incrustada de versos e imágenes que redoblan la historia contada. La de las siamesas que narran y el amigo de tres piernas, el otro sin piernas, la madre cambiante, los animales acechantes, el padre borracho.

A Nada y Bracea –que consolidaron el carácter reflexivo de la poesía de Urriola y la frontalidad delicada de su decir–, siguió un relativo silencio de la autora, interrumpido en 2010 por una colaboración con la fotógrafa Paz Errázuriz, La luz que me ciega. Y ya en 2017 reaparece con Cadáver exquisito, cuyo primer verso dice: “Poesía regresaste / ha sido un infortunio esperarte”. Está escrito al modo de un cuaderno, con apuntes, poemas abiertos, dibujos, prosas. Es un libro largo y de un saber duro, de una escritura filosa y reflexiva, movida por la conciencia del despojo: “Para vivir hay que tener huesos / que no teman hacerse polvo”. Cadáver exquisito anuncia una nueva, remarcada y final entereza, que cristalizará en su último libro, El cuaderno de las cosas inútiles (2022), escrito durante la pandemia, en Madrid; “Tuvimos una vida y la tratamos como un perro”, se lee en sus páginas. Y luego quedan los inéditos, un terreno por explorar y del cual esta antología incorpora cuatro poemas escritos por Urriola en sus últimos meses de vida.

Se da ya en este ciclo final una potencia y a la vez una sencillez que conmueven, la música que siempre alentaba sus páginas crece y la intuición de la muerte parece conciliada, o en una tensión sostenible, cabría decir, con la dicha de la escritura y un sereno encanto por la existencia, sus enigmas y su materialidad; es la hermosa y final aceptación de quien, con fiereza, vivió resistiendo:

Tal vez sea hora de construir una noria,
juntar las piedras, humedecer la tierra,
moldear lo posible,
hasta que finalmente el viento me cuente
cómo se configura la lluvia.

Esas tres etapas, que en esta antología se presentan como Poesía final, Poesía central y Poesía inicial –llenas por supuesto de conexiones y ecos–, están dispuestas aquí en orden inverso, de manera de entrar por donde esta escritura quedó.

El 21 de julio de 2023, en el Santiago donde había nacido hacía cincuenta y seis años, murió Malú Urriola producto de un cáncer fulminante. Ese día llovió sostenido y soplaron recios vientos en la capital y en la costa central de Chile. “Empedrado abajo, la muerte toca el violín”, dice el último verso que publicó.