Neruda es el paradigma del hombre que desde la remota provincia se abre paso hasta alcanzar ámbitos de reconocimiento cada vez más amplios, hasta convertirse en poeta universal. En esto, de alguna forma, sigue el modelo de movilidad social ascendente basado en el mérito y el talento, que gracias a la Universidad de Chile se impuso en el país desde principios del siglo XX, por sobre los privilegios de linajes y de castas.
Por Darío Oses
Las relaciones de Neruda con la Universidad de Chile comenzaron muy tempranamente. En sus memorias el poeta recuerda, entre los episodios de su juventud, un solitario viaje que hizo a caballo para concurrir a una trilla campestre. La noche lo sorprendió en medio del campo. Buscó refugio en la casa de tres viudas que le abrieron el elegante salón de su casa. En la conversación, una de ellas mencionó a Baudelaire. El joven Neftalí contó que estaba traduciendo sus versos. “Fue como una chispa eléctrica —escribe el poeta—. Las tres damas apagadas se encendieron (…) ¡Baudelaire! —exclamaron—. Es quizás la primera vez, desde que el mundo existe, que se pronuncia ese nombre en estas soledades…”.
Habría que preguntarse qué fue lo que hizo posible que un joven colegial de la apartada región de La Frontera, leyera y tradujera a uno de los precursores de la poesía francesa moderna. La respuesta es que su profesor de francés en el Liceo de Temuco, Ernesto Torrealba, formado con la más alta excelencia en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, lo había introducido en el conocimiento de esta literatura. La irradiación cultural de la Universidad llegaba entonces hasta las provincias más apartadas del país, desde donde surgirían los nombres de los grandes poetas del siglo XX chileno.
Desde ahí en adelante, la vida de Neruda estuvo permanentemente vinculada con la Universidad. Colaboró en las revistas de la Federación de Estudiantes, en Juventud y principalmente en Claridad. Pasó muy fugazmente por la carrera de Arquitectura, de la que huyó después de recibir una clase de geometría descriptiva. Luego ingresó a Pedagogía en Francés, donde cursó cuatro años, lo que no deja de ser excepcional, puesto que de los 183 alumnos que ingresaron a la carrera con Neruda en 1921, solo 17, entre ellos el poeta, se matricularon en el cuarto año.
Neftalí Reyes no se presentó a dar los exámenes finales, pero, sin ser un alumno brillante, había aprobado en distintos niveles materias como francés, lingüística, latín y pedagogía. Estos datos indican que también hubo disciplina y rigor en sus años juveniles, y tal vez esto contribuyó a hacer su diferencia con otros poetas y artistas que se perdieron para siempre en la bruma de la bohemia.
Neruda es el paradigma del hombre que desde la remota provincia se abre paso hasta alcanzar ámbitos de reconocimiento cada vez más amplios, hasta convertirse en poeta universal. En esto, de alguna forma, sigue el modelo de movilidad social ascendente basado en el mérito y el talento, que gracias a la Universidad de Chile se impuso en el país desde principios del siglo XX, por sobre los privilegios de linajes y de castas. Neruda se reconocía como un hombre de la clase media ilustrada chilena.
En 1954, como parte de la conmemoración de sus cincuenta años, el poeta donó su magnífica biblioteca y su colección de caracolas marinas a la Universidad de Chile. En esa ocasión dijo:
“No pertenezco a esas familias que predicaron el orgullo de casta por los cuatro costados y luego venden su pasado en un remate».
«El esplendor de estos libros, la flora oceánica de estas caracolas, cuanto conseguí a lo largo de la vida, a pesar de la pobreza y en el ejercicio constante del trabajo, lo entrego a la universidad, es decir, lo doy a todos.”
Antes de eso y en el mismo discurso, el poeta había dicho:
“Yo fui recogiendo estos libros de la cultura universal, estas caracolas de todos los océanos, y esta espuma de los siete mares la entrego a la universidad por deber de conciencia y para pagar, en parte mínima, lo que he recibido de mi pueblo”.
En esas palabras se advierte un gesto que repitieron miles de graduados y profesionales universitarios que, al recibir educación gratuita y de excelencia, se sentían con el deber moral de retribuir lo que se les había dado. La Universidad de Chile creó este círculo virtuoso de dar y retribuir, y este sentido de responsabilidad social, gracias al cual el país pudo disponer de buenos servicios públicos de salud y educación, entre otros, y alcanzar un desarrollo cultural que lo distinguió en el continente. En esta gran tarea Neruda contribuyó entregando lo mejor que tenía: sus libros y su poesía.
El 30 de marzo de 1962, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile recibió a Neruda como miembro académico. El poeta dedicó su discurso a “los ecos diferentes y contradictorios”, que despertaron en su memoria dos “esclarecidos escritores” miembros de esa facultad: Pedro Prado y Mariano Latorre.
En muchos otros sentidos, el poeta fue un universitario. Lo fue, por ejemplo, por la universalidad de su mundo de referencias y conocimientos. Ya hemos visto que tuvo una formación universitaria que le permitió un muy buen conocimiento en la literatura francesa moderna. Desde ahí sus saberes se expanden hacia la literatura universal de todos los tiempos, y también hacia una visión de la totalidad del conocimiento, que no excluye las ciencias naturales ni las humanas.
A título de ejemplo, cito un párrafo del libro Neruda clandestino, de José Miguel Varas, hecho sobre la base de testimonios de la huida del poeta a Argentina, en febrero de 1949. Allí se dice que durante el viaje en automóvil al sur:
“Neruda todo lo comentaba. Sabía el nombre del insecto que acababa de morir al chocar contra el parabrisas, conocía el nombre científico de los árboles que bordeaban el camino e incluso la época en que la especie había sido traída a Chile desde España. Hablaba de los cultivos agrícolas preferidos en las provincias de O´Higgins y Colchagua, de la uva rosada de Rancagua y de la chicha de Curtiduría, de los vinos de Curicó y San Clemente. También incursionaba en la historia. Comentaba los desastres de Cancha Rayada y de Rancagua, las grandes batallas de la Independencia, la vida apasionante de José Miguel Carrera…”.
Podríamos decir que Neruda realizó poéticamente el mismo trabajo científico que hizo la Universidad de Chile en el siglo XIX: el registro, recopilación, taxonomía y descripción de la realidad histórica, física, humana, cultural, mineral, animal y vegetal del país.
Recordemos que el poeta, en uno de sus discursos, “A la paz por la poesía”, dijo: “Nuestras plantas, nuestras flores deben ser por primera vez contadas y cantadas. Nuestros volcanes y nuestros ríos se quedaron en los secos espacios de los textos. Que su fuego y su fertilidad sean entregados al mundo por nuestros poetas.”
Para realizar su gran inventario poético, Neruda leyó y estudio las obras de los grandes naturalistas y geógrafos: Claudio Gay, Ignacio Domeyko, Rodolfo Amando Philippi, Hans Steffen, Federico Johow, Amado Pissis y tantos otros, casi todos los cuales trabajaron en la Universidad de Chile.
El punto más alto en el que se encuentran Neruda y la Universidad es la figura de su fundador, don Andrés Bello. En uno de sus viajes a Venezuela, el poeta escribió:
“Al acercarme a la Guayra divisaba, en la confusa línea verde, de la costa, la mirada de mármol de Andrés Bello. Aquella mirada que acompañó mis luchas estudiantiles, mis primeros versos, mis primeros amores (…) Bello dio profundo sentido y organización a la república recién nacida de Chile. Escribió los códigos, inspirados en las ideas de la revolución francesa, fundó los estudios de las letras y las ciencias en mi país recién salido de las tinieblas coloniales».
«Mi historia personal también se une de alguna manera, con aquella estatua de las calles de Santiago.”
Como sabemos, don Andrés Bello dedicó parte de su célebre discurso fundador a señalar el lugar que la poesía, a la que llamó “la más hechicera de las vocaciones literarias, debiera tener en la Universidad. Reconoció entonces el maestro su predisposición favorable hacia los poetas jóvenes, en algunas de cuyas obras encontraba “destellos incontestables de verdadero talento” y hasta de “verdadero genio poético”. Agregó que la Universidad, “alertando a nuestros jóvenes poetas”, debería decirles que si querían que sus nombres no quedaran encarcelados “entre la cordillera de los Andes y el Mar del Sur” y si querían que los leyera la posteridad, debían hacer buenos estudios, empezando por la lengua nativa, y tratar asuntos dignos de su patria.
Neruda parece haber seguido estas advertencias. Escribiendo sobre su patria, la chilena, y sobre la gran patria americana, alcanzó un reconocimiento universal que le permitió recibir, hace ya 50 años, el Premio Nobel de Literatura.