Los discursos que hacen del 12 de octubre una fecha de festejo por ser el día de la raza, el día de la hispanidad, el día del orgullo nacional o del celebrado encuentro entre dos mundos suponen que las consecuencias funestas y dolorosas de aquellos hechos no son el resultado de un proceso de muerte, expoliación y dominación, sino del rencor que nos atribuyen a las personas que pertenecemos a pueblos indígenas. Pero el colonialismo no pasó. Sus efectos siguen totalmente vigentes: sin ellos, es imposible explicar el desarrollo del sistema capitalista o la crisis climática a la que se enfrenta la humanidad.
Por Yásnaya Aguilar Gil
El resentimiento, ese rencor persistente, se utiliza constantemente para desacreditar los señalamientos sobre lo sucedido hace poco más de quinientos años durante el desembarco de Cristóbal Colón a tierras de este continente o sobre el comienzo de ese proceso llamado la conquista española encabezada por Hernán Cortés. “No seas resentida”, me dicen constantemente cuando hablamos de esos hechos que comenzaron un lamentable periodo de la humanidad. “Tienes que superar el resentimiento para que puedan construir un futuro como pueblo mixe”, me respondieron hace unos años cuando apuntaba el dramático descenso de la población mixe durante el proceso del establecimiento del orden colonial. Mientras citaba datos, estadísticas y hacía alusión al trabajo de investigadores y especialistas, las respuestas que obtenía se relacionaban con una suposición sobre mi estado emocional que invariablemente terminaba en una certeza indiscutible: estoy resentida. Más allá de lo inadecuado de andar opinando sobre los sentimientos, existentes o no, de una persona con la que se debate, me sorprendía mucho, y aún lo hace, cómo los argumentos que se presentan en torno a las terribles consecuencias del colonialismo se borren contraponiendo un diagnóstico emocional sobre la persona que presenta esos argumentos. Ante ese diagnóstico, las posibilidades de intercambio de argumentos y evidencias se cancelan y solo queda la recomendación condescendiente de que es hora de superar el resentimiento.
En contraste, los discursos que hacen del 12 de octubre una fecha de festejo por ser el día de la raza, el día de la hispanidad, el día del orgullo nacional o del celebrado encuentro entre dos mundos no reciben estas descalificaciones; no he presenciado o leído que ante tales muestras de alarde se recomiende a quienes defienden estas posturas que superen aquello que sucedió hace tanto tiempo, que nada queda qué celebrar de las glorias de las que se jactan (por decirlo de algún modo), que aquello pasó hace demasiado tiempo y que es momento de pasar la página para no vivir de supuestas hegemonías pretéritas que en nada contribuyen al presente y que son un lastre para diseñar un futuro digno. En las posturas que celebran el 12 de octubre y el comienzo del establecimiento del orden colonial, la lejanía temporal no parece ser un argumento que les ayude a moderar sus muestras de entusiasmo.
En contraste, mostrar las consecuencias funestas y dolorosas de aquellos hechos se desacredita apelando a que aquello es el resultado, no de un proceso de muerte, expoliación y dominación, sino de ese rencor persistente que habita y carcome nuestra alma y que, en sus dichos, solo vamos heredando de una generación y otra. El problema no es que más de la mitad, en cálculos conservadores, de la población nativa haya muerto entre guerras, enfermedades y trabajos forzados, el problema es que estamos enojados. El problema no es que millones de personas hayan sido secuestradas en el continente africano para traerlos como población esclava a este continente, el problema es que estamos resentidos. El problema no son los aperramientos de personas mixes que resistieron a los tributos extenuantes a los que los sometían y que los dejaban sin alimento, hechos que jamás nos cuentan los libros de texto, el problema es que aún no lo supero.
Superar el resentimiento, ese rencor persistente que nos atribuyen inmediatamente a las personas que pertenecemos a pueblos indígenas cuando hablamos de los estragos del orden colonial ignorando nuestras evidencias y argumentos, supone que aquellos hechos no siguen ordenando el mundo actual o que ya no tienen efecto sobre la vida de las personas.
El colonialismo no pasó, sus efectos siguen totalmente vigentes. ¿De qué otra manera explicamos el sistema racista que sigue determinando la diferencia entre ser arrestado después de cometer una masacre como hombre blanco o ser asesinado por la policía como persona afrodescendiente? Sin los efectos del colonialismo, sin el despojo del territorio de los pueblos indígenas y sin la esclavitud de las personas afrodescendientes es imposible explicar el desarrollo del sistema capitalista y la actual división entre países considerados de primer mundo y países calificados despectivamente como del tercer mundo o la crisis climática a la que se enfrenta la humanidad derivado de este sistema económico. Los cánones de belleza, el asesinato de defensores del medio ambiente, la posibilidad de poder acceder a ciertos trabajos, la pauperización de los pueblos indígenas en la actualidad son efectos del colonialismo en funciones. En las narrativas oficiales, lo sucedido hace más de quinientos años quedó en el pasado y poco se ha difundido y enseñado en la historia oficial sobre las líneas que unen esos hechos con la manera en la que el mundo funciona en la actualidad. Ponerlos en relieve es fundamental porque, si bien no podemos hacer nada con respecto de esos acontecimientos, podemos sí, trabajar en la manera en la que los efectos del colonialismo funcionan en estos días, desenmascarar sus dinámicas y comenzar a pensar cómo, desde diversas trincheras, desarticular sus violencias más que vigentes.
Urge superar el colonialismo, sí, pero nada se supera ocultándolo; ninguna violencia se supera negándola en sus dimensiones actuales, el ocultamiento de la vigencia palpable y presente del colonialismo es, de hecho, una de sus violencias más efectivas. Hablar a detalle de lo sucedido resulta fundamental para develar lo que la historia oficial ha matizado y sigue matizando como el festivo encuentro de dos mundos o el descubrimiento de América. El colonialismo no solo es pasado, es presente, y por eso, para muchas personas su celebración aún tiene contenido y necesita defenderse. Celebrar estas fechas con júbilo es la evidencia misma de los efectos presentes del colonialismo, ojalá que lo superen y pasemos a una etapa reflexiva necesaria para sentar las bases mínimas de otra narrativa que permita vislumbrar un futuro distinto.
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Este texto fue publicado originalmente en la revista Este País, de México.