Si el Capitaloceno es la era de la superación de los límites de la naturaleza, es urgente cuestionar el modelo económico basado en la destrucción ambiental. Renunciar al crecimiento perpetuo es impulsar un cambio de valores y una profunda transformación social, económica y cultural. No será fácil, pero poner límites, a estas alturas, es un imperativo moral para nuestra subsistencia.
Por Maria Christina Fragkou
El lunes 20 de marzo de 2023, las noticias de la mañana anunciaban: “Santiago recibe el otoño con una ola de calor intensa” y, de paso, se pronosticaban temperaturas que llegarían a los 35 grados. Este insólito hecho es un reflejo de cómo la crisis ambiental global está alterando el medioambiente y afectando nuestra vida cotidiana a través de récords de mínimos y máximos de temperatura, sequías, incendios y otros eventos climáticos extremos. Pensar en los problemas ambientales es pensar en los límites de la naturaleza, y cómo estos son constantemente superados por las acciones humanas. Por un lado, generamos y desechamos más contaminantes y basura de los que pueden asimilar los ecosistemas, afectando la calidad del aire, las aguas y los suelos. Por otro, extraemos los recursos naturales más rápido de lo que tardan en regenerarse, agotando fuentes de agua, extinguiendo plantas, animales, flores e insectos, y destruyendo ecosistemas únicos, como bosques nativos, humedales y salares.
A pesar de que la crisis ambiental global en su dimensión climática, hídrica o energética se ha tratado con urgencia recién en los últimos años, la preocupación por los límites del planeta ha sido constante en la comunidad científica, ya que la degradación ambiental se ha producido de forma paulatina, como un desastre lento. Ya en 1798, el economista británico Thomas Malthus publicó Ensayo sobre el principio de la población, en el que a partir de proyecciones demográficas y económicas adelantaba que no se podría alimentar a toda la población por la limitada tierra de cultivo. El historiador y geógrafo estadounidense Mike Davis, en su libro El desierto que viene. La ecología de Kropotkin (2016), evidencia las preocupaciones de los geógrafos del siglo XIX, quienes observaron cómo los cultivos en las colonias modificaban los climas locales. En 1972, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) publicó el informe Los límites del crecimiento, en el que se explicitaba que la naturaleza no podría sostener el desarrollo económico hasta el infinito si se seguía con el mismo ritmo. A partir de este texto, los límites finitos de la naturaleza se instalaron como tema central en las ciencias de la sustentabilidad, e incluso dieron origen al concepto de “desarrollo sustentable”, que se usa para diseñar políticas sociales, ambientales y económicas alrededor del mundo.
Si bien el sentido común indica que para que el desarrollo humano sea sustentable este debe hacerse dentro de los límites de la naturaleza (es decir, con relación a la disponibilidad del agua, la tierra, la energía y demás recursos), la lógica capitalista imperante ve el carácter finito de la naturaleza como una barrera que se debe superar. Dicho de otro modo, se apuesta por un desarrollo que desafía estos límites naturales. Cuando se agota un recurso, este simplemente se sustituye por otro(s), creando nuevos mercados, tecnologías e infraestructuras para su explotación, distribución y comercialización, sin profundizar en las causas del agotamiento ni cuestionar la meta del crecimiento infinito. En el caso del agua, por ejemplo, pasó de ser un recurso renovable a uno escaso. Agotamos las fuentes superficiales y luego las subterráneas; los ríos se secaron, los lagos desparecieron y los pozos del sistema de Agua Potable Rural (APR) se vaciaron. En vez de proteger y recuperar las fuentes de agua perjudicadas, de poner en duda el modelo extractivista y cuestionar los efectos del modelo hídrico chileno, se encontró una solución en una nueva fuente infinita de agua dulce: el agua de mar, que se puede desalinizar para su uso industrial e incluso humano. La desalinización es un ejemplo claro de cómo se empujan también las fronteras mercantiles a través de la comercialización de partes de la naturaleza todavía no explotadas. Antes era el agua dulce, y ahora que la agotamos, es el agua salada.
Agua infinita significa minería y urbanización infinitas; inversiones, crecimiento y también desarrollo infinitos. ¿Es posible un desarrollo infinito?
Los límites de la naturaleza son imaginarios. La naturaleza y los seres humanos somos uno, somos un todo. Cruzar los límites de la naturaleza es cruzar nuestros límites, de la misma forma en que la salud del planeta es también nuestra salud. Un informe recién publicado por la revista científica The Lancet revela cómo el cambio climático está afectando la salud de las personas en América de Sur, a través de cifras alarmantes: las muertes relacionadas con el calor en la región aumentaron un 160% entre 2017 y 2021 en comparación con el período 2000-2004, mientras que Chile y Perú lideran el ranking de muertes por contaminación del aire.
Entender la sociedad y la naturaleza como un único sistema socioecológico permite comprender las causas políticas de la destrucción ambiental y por qué unas comunidades están más expuestas a daños ambientales que otras (o por qué no todas tienen la misma vulnerabilidad ante el cambio climático). Las primeras personas afectadas por los daños ambientales son los sectores más vulnerables de la sociedad, quienes están en la pobreza, viven en zonas rurales o en los márgenes, como los inmigrantes, las mujeres y las disidencias. Lo vemos en Petorca, donde sus habitantes esperan el agua que un camión aljibe lleva una vez a la semana, mientras sus tierras se secan y sus animales mueren. ¿Son suficientes 50 litros de agua al día por persona? ¿Cuál es la cantidad máxima de agua que puede acaparar una empresa? Lo vemos también en Ventanas y Puchuncaví. ¿Cuántos niños más se intoxicarán con gases contaminantes? ¿Qué restricciones propone la norma ambiental para regular las emisiones atmosféricas de las industrias en vistas a proteger la salud humana? Los límites son también políticos, se modelan, se deciden, se mueven para servir ciertos intereses.
Si el Capitaloceno —como algunos llaman a esta época marcada por una economía capitalista de apropiación de la naturaleza, las personas y los territorios— es la era de la superación de los límites del planeta, es urgente darle vueltas a la cuestión ambiental. Más que preocuparnos sobre cómo expandir los límites naturales, deberíamos cuestionar el modelo económico basado en la destrucción ambiental. Renunciar al crecimiento perpetuo es impulsar un cambio de valores y una profunda transformación social, económica y cultural. No va a ser fácil, pero esta vez poner límites será una cuestión de sobrevivencia.