En física estudiamos el movimiento con devoción. Pero este no solo tiene que ver con lo que se desplaza físicamente. También se mueve la historia, las ideas, las reglas, las luchas. El tiempo, el movimiento y la evolución van de la mano.
Por Carla Hermann Avigliano | Ilustración: Fabián Rivas
Como ocurre con tantas cosas en física, lo que vemos no siempre representa la realidad. La Tierra parece plana, pero no lo es. Parece que el Sol gira a nuestro alrededor, pero es al revés (casi). La luz parece comportarse como una onda… pero también se comporta como partícula. Y el paso del tiempo… el paso del tiempo cambia según la velocidad y el campo gravitatorio.
De hecho, para un fotón —esa pequeña partícula que compone la luz— el tiempo no transcurre, debido a la velocidad con la que se mueve. Desde lo que sería su “punto de vista”, si pudiéramos definir uno, nace y llega sin experimentar el paso del tiempo. Fascinante, ¿no? ¿Cómo puede ser? Que la luz, que nos revela el universo, toda su historia, de lo más pequeño a lo más grande, y todo lo que ocurre dentro, en su esencia no experimente eso que estudia, yo no sé si lo entiendo muy bien.
¿Sabían que en pleno siglo XXI no sabemos si la velocidad de un fotón de ida es igual a la de vuelta? La famosa velocidad de la luz es, en realidad, un acuerdo (que funciona muy bien, pero un acuerdo al fin). En el paper original de 1905, Albert Einstein se da cuenta que solo puede definir la velocidad del haz en un trayecto ida y vuelta. La convención actual es asumir que no hay un sentido privilegiado. Podría ser que la luz saliera de la Tierra a una velocidad distinta que si viniera hacia ella. ¿Qué tan loco sería eso? ¿Afectaría nuestra percepción del movimiento? Eso sí, esto no debería alimentar conspiraciones absurdas. La ciencia es ciencia, y dentro de ella, la duda es valiosa. Pero extrapolar sin rigor puede transformarse en fraude. De todos modos, en cualquiera de los dos escenarios, no cambiaría el resultado de ningún experimento concebible.
Ante esto, me hago una pregunta filosófica: ¿existe realmente el tiempo? ¿O depende de la referencia desde donde lo observamos?
Parece que el tiempo tiene que existir, porque sin él no habría movimiento. Y sin movimiento, no habría causa y efecto; no habría un existir, un proceso. ¿Podemos encontrar una causa inicial que sea atemporal, fuera de nuestro movimiento? Yo creo que sí, pero esa es harina de otro costal. Volvamos a lo que nos convoca.
En física estudiamos el movimiento con devoción. Lo periódico, como nuestro fiel compañero de aventuras: el oscilador armónico simple. Pero también estudiamos lo aparentemente caótico, lo que escapa a nuestros modelos, lo que no se deja predecir: la dinámica no lineal.
Pero el movimiento no solo tiene que ver con lo que se desplaza físicamente. También se mueve la historia. Se mueven las ideas, las reglas, las luchas. El tiempo, el movimiento y la evolución van de la mano.
Hagamos un ejercicio: imaginemos que nos podemos teletransportar instantáneamente a la Luna, y queremos ver nuestro hogar, la Tierra. Veríamos el pasado, es decir, la luz que salió de la Tierra 1,28 segundos antes de teletransportarnos, debido a que eso es lo que tarda la luz en recorrer la distancia entre ambos cuerpos. La luz es rápida, muy rápida, pero ¿más rápida que el prejuicio? Habría que preguntarle a Einstein… o, así como vamos con la historia, a Mileva, su primera esposa, con quien discutía tanto sobre relatividad, que quizá estemos olvidando su nombre en varios artículos.
Como decía, la misma historia tiene movimientos.
Si miráramos 1,28 segundos hacia atrás, desde nuestro sillón de espectadores, seguiríamos viendo a personas que no “creen” en las brechas de género. Como si la desigualdad fuera una opinión, un invento. Como si decir que aún faltan más de 130 años para lograr equidad fuera una exageración, o peor aún, una alucinación. Y en esa misma línea, hay quienes creen que luchar por la equidad atenta contra la meritocracia. Y así, seguimos, con avances y retrocesos, ideas viejas y nuevas. Todo al mismo tiempo.
Tal vez también veríamos una guerra, de esas que parecen atemporales, siempre presentes, como si no tuviésemos memoria (que, por lo demás, también se puede estudiar desde sistemas complejos). Es difícil creer que vivimos en el mismo planeta cuando vemos el dolor de la guerra. Yo escribo esto, y al mismo tiempo, el movimiento de no sé cuántos niños y niñas, bebés, de toda existencia se está deteniendo, sin vuelta atrás…
Ahí es cuando quisiéramos detener el tiempo… pero no podemos.
A veces dan ganas de dejar de mirar por el retrovisor.
Nos duele mirar, pero al mismo tiempo nos mueve. Porque también vemos a la señora Rosita, que nunca ha dejado de trabajar para dar mejores oportunidades a los suyos. O a Cristina, que lleva años luchando contra la trata de personas.
Hay mucho mal, sí. Pero también existe el bien.
¿Y si el bien y el mal fueran parte de un movimiento? ¿Algo que se conserva, como en las leyes físicas? ¿Habrá alguna simetría, como la del teorema de Noether, que nos ayude a entender por qué ocurre lo que ocurre?
Por cierto, para “ver” lo que hacía la matemática alemana Emmy Noether (1882-1935) en su época tendríamos que teletransportarnos instantáneamente a más de 100 años luz de distancia. ¡Uf! Esa visión sí que no me la pierdo. Su historia es fascinante. Logró todo lo que logró a pesar del tiempo en que vivía. Fue pionera. Fue valiente. Fue esencial. Y como muchas grandes revoluciones científicas, su legado nació de pensar lo impensable, de hacerse preguntas incómodas, de desafiar lo establecido.
Y hablando de mirar atrás…
Más o menos allí mismo, casi en ese mismo tiempo, podríamos ver a un joven Werner Heisenberg en 1925 proponiendo una nueva forma de entender el mundo cuántico (es decir, proponiendo la mecánica de la mecánica cuántica). Tenía menos de 24 años, un reciente doctorado (¡a los 21!), y venía de pasar un bochorno en su defensa de tesis. No existía Instagram, pero las noticias se movieron y llegaron a toda la comunidad científica.
Y un poquito más atrás en el tiempo, veríamos también otras preguntas que cambiaron por completo el rumbo de nuestra especie: ¿Y si las cargas en movimiento generan campos magnéticos? Así nació el electromagnetismo, de dos fenómenos que se entendían por separado, pero que al final eran complementarios, intrínsecamente unidos. ¿Y si la misma ley que hace caer una manzana rige el movimiento de los planetas? Así pensó Newton, y fue extraordinario. ¿Y si no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra, sino al revés? Así pensaron Copérnico y luego Galileo… y ya sabemos que casi rodaron sus cabezas.
Grandes revoluciones científicas han nacido de pensar diferente, de cuestionar la inercia, el movimiento de lo que es y debe seguir girando así como viene. Lo mismo pasa en muchas otras dimensiones humanas, políticas, religiosas.
Al parecer, el movimiento no es tan uniforme como pensábamos. El universo está en movimiento, y nosotros también. Quizás no basta con describir el movimiento. Quizás necesitamos entender su causa… Y si hay un gran propósito detrás de esa causa primordial.
Y sin embargo, todo sigue moviéndose.
Como el universo, como la historia, como la luz.
A veces lento, a veces impredecible.
Pero siempre hacia algún lugar.
Parece el final del texto,
pero quizá —como tantas cosas en física—
lo que vemos…
es solo el comienzo de algo más.
