Miguel O’Ryan: “Cuando se habla de falta de transparencia es con una intencionalidad detrás”

El académico de la Universidad de Chile e integrante de la Mesa Técnica Covid-19 comparte sólo “parcialmente” las críticas a la falta de transparencia que se han hecho al Ministerio de Salud y al de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. “El gran esfuerzo que ha desplegado el Ministerio de Ciencia, y lo digo con absoluta convicción porque lo he vivido, ha sido tratar de obtener información útil, transparente, para compartir con la comunidad científica y con quien quiera utilizarla con los mejores fines”.

Por Jennifer Abate C.

Este 2020, en el contexto de la llegada de la pandemia del Covid-19 a nuestro país, Miguel O’Ryan, Profesor Titular de la Facultad de Medicina, infectólogo e integrante del Instituto Biomédico de la Universidad de Chile, sumó a su larga lista de labores una crucial: ser parte de la Mesa Técnica Covid-19, integrada por expertos y expertas del más alto nivel, cuyo objetivo central es recomendar estrategias y acciones al Ejecutivo para enfrentar la expansión del virus. Tarea nada fácil, pues a las críticas por el manejo sanitario y económico del gobierno se suma, como afirma O’Ryan, que “la epidemia fue más significativa de lo que podríamos haber imaginado”.

El médico infectólogo e integrante del Instituto Biomédico de la Universidad de Chile, Miguel O’Ryan. Crédito de foto: David Garrido.

—En los últimos días (mediados de julio) hemos escuchado un mensaje optimista del gobierno apoyado en cifras de descenso de las muertes y contagios diarios. Como integrante de la Mesa Técnica Covid-19 y como infectólogo, ¿en qué situación estamos respecto de la pandemia en Chile?

Cuando visualizábamos esta pandemia, por allá por marzo, teníamos varias preocupaciones. Una, la fundamental, era que muy probablemente la pandemia iba a tener un crecimiento explosivo cuando avanzara a las zonas densamente pobladas de la megaurbe, fundamentalmente en la región Metropolitana. Con la estrategia de las cuarentenas selectivas de alguna manera se logró ralentizar, pero no evitar que ocurriera eso, y buena parte del incremento explosivo ocurrió justamente de esa manera, en la diseminación del virus en las zonas densamente pobladas, específicamente en la RM y en otras megaurbes del país. En ese contexto, lo que puedo decir ahora es que estamos en una situación en donde la epidemia fue más significativa de lo que podríamos haber imaginado con los cientos de miles de casos y el número de fallecidos que hemos tenido y, sin embargo, quizás la buena noticia es que, estando en la tercera semana de invierno, el virus empieza a tener visos de control, y aún en los periodos más duros de invierno que se vienen por delante, vemos un horizonte en el que si hacemos las cosas bien, esperemos, vamos a lograr seguir manteniendo este virus bajo control.

—¿Qué significa hacer las cosas bien? ¿Qué medidas esperaría usted de ahora en adelante para mantener este descenso en las cifras de contagio y fallecimientos? 

La idea es que tratemos de fomentar la reflexión con bases académicas, y si algo aprende uno en la academia es que más que plantear verdades, caminos inequívocos, hay posibilidades, hay debate, hay deliberación, hay evidencias, no hay bolas de cristal, lamentablemente. No hay caminos perfectos. En ese sentido, hay que tratar de que, como sociedad, como grupos que están tomando decisiones o abordando la decisión, tratemos de hacer las cosas de la manera más inteligente posible. La propuesta que hemos hecho desde el consejo asesor [respecto al desescalamiento] es poner lineamientos fundamentales desde el punto de vista sanitario, cuatro conceptos fundamentales que debiesen cumplirse, que no están escritos a sangre y fuego, aquí nadie tiene la verdad absoluta. El primero es que deberían pasar al menos 21 días de un descenso del número de casos nuevos; el segundo es que la positividad se acercara y disminuyera del 10%. Hoy estamos en un 19% global país, pero hay que desagregarlo por regiones porque hay algunas que están claramente bajo el 10% y la idea es que este desescalamiento sea regional. Un tercer factor muy importante es que la capacidad hospitalaria en esas regiones esté a buen nivel para poder recibir personas si es que hubiera pequeños rebrotes, debe haber menos de un 85% de uso de camas intensivas; y el cuarto punto, que es muy importante, es que debemos tener desarrollada la capacidad de trazabilidad y de detección pronta de casos nuevos que pueden ocurrir en las comunas donde hay circulación.

—Una crítica recurrente desde la comunidad científica ha sido la poca transparencia en la entrega de los datos por parte del Ministerio de Salud y la demora en la entrega de esos datos. ¿De qué manera afecta esta falta de transparencia la interpretación de los datos por parte de las y los expertos y la percepción ciudadana de la evolución de la crisis?

 Mientras más información robusta, fidedigna, valedera manejemos y maneje la población en general, mientras más informada esté, es mejor. La información es fundamental en todo sentido para tomar las mejores decisiones, hacer las deliberaciones adecuadas. Yo comparto parcialmente lo que podría ser la opinión de que ha habido falta de transparencia intencionada; cuando se habla de una falta de transparencia es con una intencionalidad detrás, de no querer mostrar los datos.

—Se ha hablado de ocultamiento… 

Claro. Yo debo decir bien claro que no he visto eso en lo que llevo participando con diferentes autoridades de salud, del Ministerio de Salud y principalmente del Ministerio de Ciencia. Diría todo lo contrario: el gran esfuerzo que ha desplegado el Ministerio de Ciencia, y lo digo con absoluta convicción porque lo he vivido, ha sido tratar de obtener información útil, transparente, para compartir con la comunidad científica y con quien quiera utilizarla con los mejores fines. Lo que sí ocurrió, a mi manera de ver, es que inicialmente faltaba mucha información y era bastante angustiante para quienes estábamos tratando de dar algún tipo de recomendación, pues faltaban datos del número de testeos que se estaban haciendo, qué estaba pasando a nivel comunal, cómo se estaban tomando las decisiones de cuarentena. Esta fue una pandemia que de alguna manera ocurre en un sistema global en nuestro país, y el sistema de salud, que distaba mucho de ser óptimo, tenía muchas debilidades, y creo que esas debilidades fueron quedando de manifiesto, pero comenzaron a ser abordadas y pienso que se ha avanzado muchísimo. Si uno ve ahora la información disponible que existe en las páginas web del ministerio, especialmente en el Ministerio de Ciencia y Tecnología, y la compara con las páginas web de cualquier parte del mundo, ni hablar de Latinoamérica, yo diría que la información es sideralmente mayor y de mejor calidad.

Ilustración: Fabián Rivas.

—El Covid-19 es un virus nuevo. ¿Qué hemos aprendido sobre él hasta ahora? 

Los virus están cambiando, mutando, mezclándose entre ellos de forma permanente, tenemos millones de virus ocurriendo todos los días. Existe una idea de que este virus pilla a la comunidad virológica, infectológica, sin saber qué hacer; no es así, este es un Coronavirus, se sabe su estructura completa, su genoma completo, se conoce más o menos bien, bastante bien su comportamiento, conocemos sus progenitores, hemos ido aprendiendo y comprendiendo su comportamiento epidemiológico. Los comportamientos generales y patrones los conocemos. Obviamente, no conocemos muchos detalles o pequeñas variantes o variabilidades que podrían eventualmente incidir en su comportamiento. El virus no nos pilla de sorpresa, pero tenemos que seguir observándolo, sabemos cómo va a ser el patrón general de comportamiento, porque el virus da sorpresas. Hay temas generales que son importantes: las personas se infectan y la gran mayoría de quienes se infectan va a tener un curso clínico más o menos conocido, un periodo de síntomas más o menos severos y un periodo de convalecencia, y las personas infectadas van a quedar, probablemente, la gran mayoría, con un cierto grado de protección. Por ahora la información sugiere que la gran mayoría de la población va a quedar con un cierto grado de protección de la reinfección, la magnitud de esa protección y cuánto va a durar, lo vamos a ir viendo en el tiempo.

—El ministro Enrique Paris lo ha mencionado como la persona a cargo de ir evaluando la llegada de una vacuna a nuestro país. ¿Cuál es el escenario actual en la carrera por una vacuna y cómo evalúa su aplicación en Chile? 

El ministro me mencionó, lo cual agradezco, he trabajado en vacunas gran parte de mi carrera, pero no estoy a cargo, soy uno más de los que estamos mirando la posibilidad de hacer un proyecto de vacunas en el país, que está avanzando rápidamente. Hay diferentes tipos de estrategia de producción de vacunas, cuyo objetivo fundamental es producir una sustancia que vamos a inocular en personas sanas, que no les cause daño, pero que al mismo tiempo despierte una repuesta inmune al Coronavirus, de tal manera que si esa persona es expuesta al virus un mes, tres meses, un año después, su sistema inmune haya estado activado por esta vacuna que recibió y le permita reaccionar más rápido al contagio, evitando que este se transforme en infección. Hay diferentes estrategias, plataformas, hay más de doce estudios clínicos, vacunas que han llegado a estudios clínicos, que han traspasado la fase que sugiere que son seguras para ser usadas con seres humanos y nosotros, en nuestro país, hemos estado trabajando fuertemente con el Ministerio de Ciencia (otra gran labor que ha estado haciendo, además de aportar en conseguir datos) para ver cómo podemos participar en diferentes estrategias de desarrollo vaccinal. Tenemos en el país grupos que están haciendo vacunas en diferentes niveles, pero es difícil que se pueda hacer con la rapidez necesaria, porque el objetivo final es tener vacuna lo más pronto posible para la población, ese es el objetivo: queremos proteger a la población y ahí estamos evaluando distintas estrategias. Evaluamos con mucha seriedad cuáles son los candidatos para ofrecer a nuestra población hacer ensayos clínicos voluntarios. Visualizamos tres o cuatro candidatos de vacunas de aquí a octubre que estamos evaluando en distintos lugares con estudios que tienen que ser muy rigurosos, estrictamente monitoreados, con clara noción de la voluntariedad de las personas que decidan participar, con mucho conocimiento, lo que significa la existencia de un comité de ética y todo el proceso regulatorio que permita hacer ensayos clínicos muy bien hechos, de buen nivel y asegurando la voluntariedad y la seguridad de las personas.

—Hoy, a diferencia de antaño, nuestro país no cuenta con infraestructura técnica para fabricar vacunas. ¿Por qué dejamos de enfocarnos en esta labor? 

Son temas de decisiones políticas que tienen complejidades múltiples. Hace varias décadas, Chile producía algunas vacunas que se utilizaban para inocular en el Programa Nacional de Inmunización, no eran muchas, pero producía algunas de las vacunas. En una etapa de desarrollo del país finalmente se tomó la decisión de dejar de hacerlo. Respecto a esa decisión hay otras personas que pueden opinar mejor que yo, pero lo que uno visualiza es que en un mundo globalizado se empieza a optar por producir o no producir algunos bienes dependiendo de si se evalúa que le conviene al país adquirirlos de otros o producirlos uno. Básicamente, pasa a ser un análisis de costo-beneficio para el país en lo que significa producir vacunas versus comprarlas y lo que puede ser el beneficio o perjuicio de producirlas o no en el país. Ahí se podrá evaluar si eso está bien o mal. Obviamente, yo he escuchado estas críticas de que por qué Chile no produce vacunas y quedamos en la cola. Yo creo que ahí estamos mezclando cosas. Independientemente de que Chile estuviese produciendo alguna vacuna en este momento, de ahí a decir que se tiene la capacidad de investigación científica y recursos necesarios (porque los recursos son costosísimos) para poder avanzar en la investigación de una vacuna y hacer un ensayo clínico made in Chile… Hay que tener visos de realismo, sería deseable, pero hay que entender que los recursos para invertir en eso son notorios, y si vamos a tener una pandemia cada diez años, no sé si es costo-efectivo. Entonces, no estoy diciendo ni que no ni que sí, pero estas cosas hay que mirarlas de una manera un poquito más amplia antes de empezar a emitir opiniones.

Pensar el futuro desde el fin del mundo

El escritor Óscar Barrientos lleva más de cien días encerrado en su casa, junto a su familia, en el barrio croata de Punta Arenas, su ciudad natal. Una cuarentena voluntaria que le ha permitido, de todas formas, observar cómo la pandemia ha afectado a la capital de la región de Magallanes. Un lugar habituado al aislamiento y que luego de vivir intensamente el estallido social de octubre ahora lucha para sobrellevar una crisis sanitaria que estuvo dos veces a punto de colapsar la red de salud.

Por Diego Zúñiga

—A los magallánicos el aislamiento no nos resulta algo nuevo. No es una palabra ajena. 

El que habla es el escritor Óscar  Barrientos, por teléfono, desde Punta Arenas. Lleva encerrado en su casa junto a su pareja y sus dos gatas desde el 16 de marzo, un par de días después de que se conocieron en Chile los primeros casos de contagiados por el Covid-19 y donde la capital de la región de Magallanes fue una de los que registró, muy temprano, un caso positivo: un día después de que Barrientos comenzara una cuarentena voluntaria, se daba a conocer en Punta Arenas la noticia de un primer contagiado, un alumno de la Universidad de Magallanes, de 23 años, que trabajaba como guía turístico. A partir de ahí, la ciudad ha atravesado un vaivén de experiencias con la pandemia y que Barrientos considera que se podrían dividir en tres momentos:

El escritor magallánico, Óscar Barrientos.

—Lo primero fue el tema de los cruceros, cuando se dijo que no era prudente la entrada de cruceros y un montón de gente fue al Muelle Prat a evitar que desembarcaran los turistas. Lo segundo fue la noticia de que Punta Arenas, en un momento, a principios de mayo, se convirtió en la comuna de Chile con más tiempo en cuarentena. Yo creo que eso a todos nos puso un poco nerviosos, era difícil. Y el tercer momento importante fue cuando levantaron la cuarentena y empezó esta “nueva normalidad”. Ya llevamos un rato así, pero el rebrote sorpresivo de hace unas semanas volvió a complicar las cosas. 

El rebrote del que habla Barrientos ocurrió en dos plantas pesqueras que estaban funcionando sin los resguardos sanitarios a comienzos de junio. Ambos lugares fueron clausurados por la autoridad sanitaria. Las cifras de la región, a comienzos de julio, muestran que son más de 1.500 los contagiados y que han fallecido 15 personas producto del Covid-19. Unos meses antes, a fines de abril, Ciper Chile publicaba un reportaje titulado: “La receta de Punta Arenas: dos veces ha estado al borde del colapso y su red de salud respondió”. 

En ese momento, Punta Arenas era la ciudad que tenía el mayor nivel de contagio en el país. Por eso tuvieron que reaccionar rápido para evitar el colapso: aumentaron sus camas UCI, reorganizaron turnos y montaron un laboratorio para procesar exámenes de detección y así no tener que depender de los laboratorios de Santiago. —Ahora todo parece un poco más tranquilo, pero en realidad no hay ninguna certeza.

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Óscar Barrientos Bradasic nació en marzo de 1974 en Punta Arenas, ciudad donde ha vivido la mayor parte de su vida. Es profesor de Literatura —hace clases en la Universidad de Magallanes— y ha publicado más de diez libros, entre novelas, cuentos y poesía: Trilogía de Puerto Peregrino (Cinosargo, 2015), Paganas patagonias (LOM, 2018) y Saratoga (Emecé, 2018) son algunos de sus últimos y celebrados títulos. Vive en el barrio croata y lleva más de cien días en cuarentena. Ahora sus alumnos de la universidad están en paro virtual.

Dice que le costó acostumbrarse a las clases remotas, pero que ya le había agarrado el ritmo. Más de cien días en cuarentena, repite. 

—Salgo a comprar a los almacenes de aquí cerca, pero nada más. Un día tuve que ir al centro a hacer un trámite y me impresionó ver que había una nueva cotidianidad, y que las personas la asumieron muy rápido.

—¿Y cómo ha afectado todo esto a tu proceso de escritura? ¿Has podido escribir? ¿Has podido leer?

 —Es cierto que hay un tiempo y espacio real para la escritura. Pero no es un estado contemplativo, onda torre de marfil, no, nada de eso. Cuando uno se informa, cuando ve y lee noticias, es tanta la crudeza de lo que está pasando, es tan apoteósico y terrible, que es imposible concentrarse. Estamos cotidianizando el apocalipsis… el dolor, la muerte… inevitablemente, todo eso creo que va a atravesar lo que estoy escribiendo, que son unos cuentos infantiles. También ha estado revisando y corrigiendo algunos textos que escribió hace un tiempo. Y no ha dejado de pensar en un cuento de Edgar Allan Poe: La máscara de la muerte roja. Es un cuento que empieza así: “La ‘Muerte Roja’ había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora…”.

 —He pensado mucho en ese cuento a propósito de cierta torpeza de nuestros gobernantes, que es una torpeza que no viene de ahora, sino que está atravesada por el estallido de octubre. En el cuento hay un deseo de renegar de la muerte y finalmente la muerte ingresa igual… Me da la sensación de que la muerte, la peste, refleja el juicio de la historia que quieren evadir algunos de nuestros gobernantes.

—Ahora que haces mención al estallido de octubre… ¿Pareciera que es inevitable leer toda esta pandemia sin pensar en lo que ocurrió en el país después de ese 18 de octubre, no? 

—Hay un proceso que se repite en muchos lados de Chile: ¿te has fijado que el eje de la discusión política no ha pasado por el Congreso, sino que ha transitado entre el Poder Ejecutivo y las municipalidades? La línea de fuego principal han sido las alcaldías, que tienen la mayor capacidad de decisiones de cosas muy perentorias, y eso te habla de cierta lentitud procedimental de las leyes o cierta distancia entre las leyes y la realidad… ¿Te has fijado que desde octubre que los alcaldes han aparecido contraviniendo el poder central? Son gestos que me parecen importantes.

Creo que eso va a ser una reflexión que vamos a tener que hacer cuando pase el tiempo y pensemos en todo lo que ha ocurrido.

—¿Y cómo se vivió el estallido social en Punta Arenas? 

—Tuvo una enorme presencia, un gran calado. Manifestaciones grandes, multitudinarias… Lo que pasa es que Magallanes es una zona históricamente de huelgas obreras, con una tradición sindical muy fuerte. Piensa que la primera protesta contra Pinochet, fuera de Santiago, ocurrió aquí, el famoso “Puntarenazo”. Hay que recordar, además, que Magallanes no es una zona piñerista, y si a eso le sumamos el centralismo como un factor más de los abusos contra los que se ha salido a protestar desde octubre, entonces tienes una ciudad donde se vive con mucha fuerza el descontento.

Punta Arenas fue una de las primeras ciudades de Chile donde se decretó cuarentena por la pandemia de Covid-19.

*** 

—Contabas que en estos casi cuatro meses de cuarentena has ido dos veces al centro de Punta Arenas. ¿Cómo se ha comportado la población con respecto a las cuarentenas y al distanciamiento social? 

—Tengo la sensación de que en un primer momento la gente tuvo un cierto temor y se ocultó bastante, se guardó. Después, la gente empezó a decir: ya, no es para tanto, y comenzaron a salir. Me inquieta mucho cuando veo en redes sociales personas en los bares, en la calle. De todas formas, la ciudad ha funcionado bien. Aunque el tema del abastecimiento es algo que siempre está rondando.

—¿En qué sentido? 

—Ese es un tema: en un momento dado, si hay una crisis general, las cosas no van a llegar. Lo hemos vivido. Es una espada de Damocles en las regiones extremas y que ninguna autoridad puede pasar de largo. Hasta ahora hemos resistido bien, pero no es algo que podamos olvidar.

—Decías que para los magallánicos el aislamiento no es algo nuevo. ¿De alguna forma eso ha determinado la manera en que han afrontado esta pandemia?

 —Creo que vivir en uno de los extremos del país es algo que determina tu forma de ser, de relacionarte con el mundo. Modela el temple de sus habitantes. Entonces la palabra aislamiento es algo con lo que siempre hemos convivido. Lo curioso, ahora, es que la cuarentena es una legitimación de ese aislamiento, y entonces surgen otros problemas que siempre han estado ahí: el vivir tan lejos del centro metropolitano siempre ha hecho que todo sea más difícil, muchísimo más desigual, y eso ha quedado en evidencia con la pandemia.

—¿Cómo se piensa el futuro desde el fin del mundo? 

—Hay dos factores que para mí son medulares y que no pueden pensarse por separado: el estallido social y la pandemia. Ahí están y seguirán estando ahí porque están cambiando nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Son los pilares constitutivos de una nueva sensibilidad —escritural, artística, estética— y no se pueden evadir, están a la vista. El estallido social remeció las estructuras del país como no había ocurrido hacía muchísimos años. Los abusos del mercado y de los gobiernos que fueron serviles a las políticas de mercado: las Isapres, las jubilaciones, las colusiones de las empresas… Todo eso está puesto en entredicho, y para mi generación, para los que fuimos jóvenes en los 90, todo esto me parece que ha sido una experiencia refrescante desde lo emocional, ver que se está moviendo el país…

—¿Y la pandemia, cómo funcionaría en este entramado? 

—Creo que la pandemia nos obligó a entender que lo apoteósico no es algo que está en una distopía orwelliana o en una distopía de H. G. Wells, sino que es algo que está ahí, cuando voy a comprar al almacén de la esquina. La muerte como un fantasma acechante que nos interpela a cada rato. Me imagino que la literatura va a dar cuenta de todo esto, que se escribirá y reescribirá la historia de nuestro paso por estos días.

—¿Probablemente vengan muchos textos autobiográficos, no? 

—Tal vez. Lo que pasa es que los bombazos están súper cerca. Hay amigos enfermos, gente que uno conoce. Nadie está a salvo. Pero creo que todavía estamos muy perplejos, medio noqueados, entonces no ha llegado el momento de la lucidez ni la interpretación de todo lo que hemos vivido en estos meses.

Adiós Machuca

Por Federico Galende

Machuca no era un crítico de arte. Esa definición le quedaba corta y lo excedía a la vez, porque su estilo era más bien el de quien extraía de la materia desvalida y suntuosa del arte los retazos con los que armaba su teoría personal del conocimiento. Esta teoría conjugaba una poética profundamente intuitiva con una filosofía de los transportes: tomaba algo de acá para llevarlo allá y viceversa. Su método era el del pelambre, pero porque el pelambre era un aparato de portabilidad. Y por eso no se esforzaba —como suelen hacerlo las críticas o los críticos— en explicar sus invectivas, que atesoraban cuotas parejas de gracia e injuria a la manera de un Borges con calle. Esas explicaciones que no daba a nadie, tampoco las solicitaba.

Guillermo Machuca, crítico de arte y docente de la Universidad de Chile, fue hallado muerto el 8 de junio pasado en su departamento de calle Antonio Varas. Tenía 58 años.

Machuca usaba el lenguaje en estado de ebullición, como agolpamiento libre de las palabras y como sustancia volátil. No le importaba lo que uno dijera; lo que le importaba era el espacio que se formaba entre las palabras, los gestos, el decorado y las circunstancias. De todo eso extraía la esencia cómica de la vida, que imaginaba como un texto abierto por voces anudadas en bares, galerías y esquinas. En esto era un experto, no porque aspirara a alguna experticia, sino porque estaba especializado involuntariamente en el poder. Su único antecedente en esto era Kafka, quien como se sabe hizo de esta especialidad el fundamento de toda su literatura, quizás la mejor que se escribió durante el siglo XX. Machuca era también una suerte de Kafka, un Kafka cocinado en el punk y vertido en pócimas refinadas y venenosas. Jamás conocí a alguien que, siendo tan indiferente al poder, lo pensara de un modo así de radical.

El poder era para él una forma de lo humano, una forma inmanente a la vida, y precisamente por esto vivir le daba vergüenza. Cargaba el peso de esa vergüenza en la rigidez de sus hombros, en sus pies lentos e inconmovibles, como si vivir significara estar destinado, algo que alcanzaba a comunicar con esos ojos que se movían chispeantes pero confinados a ocupar un segundo plano detrás de la malla de carne que los rodeaba. En esto estaba todo: en su dificultad para soportar que se aspirara a una forma y en la fatalidad de corroborar que la vida era a la larga modelada por esta. Residía quizás aquí el secreto que le impedía servirse la vida de un modo más fácil, y de esto provenía a la vez la dificultad de conversar con él sin tratar al mismo tiempo con su doble.

Había dos Machucas, y en general uno se relacionaba con el que él empujaba hacia afuera levantándole las compuertas a las palabras, que salían a chorros para recubrir por detrás la plegaria del solitario que interrogaba con circunspección la tristeza del existir. Machuca pertenecía al selecto grupo de los críticos y las escritoras que concebían la vida como degradación, y este juicio delicado lo convertía en un piloto suicida. No sabía frenar en las curvas, y si respetaba alguna era porque perduraba en él un tipo de clasicismo. Era el clasicismo que empleaba para su escritura, un modelo tomado del tardoromanticismo del siglo XIX y reinterpretado a la luz de las mitologías de Barthes, lo que le permitía no dejarse vencer por el caramelo de las causas organizadas. No era un revolucionario, era un amante de las inocencias que padecían los seres que no tenían cómo cambiar el mundo, un enamorado discreto de las pequeñas supervivencias que flotaban en el abandono y el desamparo, en todas aquellas y aquellos que se habían venido a pique donándole al universo de las causas un último testimonio de indefensión y de pena.

Él mismo portaba esta pena, que rodeaba de una poética única y totalmente curiosa: la del que habla por lo que no dice. Y esto que no decía era la muerte de la que esperaba una segunda chance, una que concibió como su parte faltante y a la que confió en secreto la sombra completa que un día trazaría en todas nosotras, en todos nosotros. Sabía como pocos mostrar el mundo en la boca de la decrepitud y la humillación, y atisbaba en la nada su salvataje, que en sus libros, agudos y magistrales, decoraba con un manejo de écfrasis y enumeraciones que diagramaban la edad de todas las inocencias. Lo hacía recuperando los gestos sencillos que veía transitar en los bares, las pocilgas y las madrigueras de los perdedores. Tenía una banderita en el corazón (uno de los corazones más nobles que conocí en mi vida) y esperaba el momento en el que pudiera bajarla para decirnos que por fin se había estacionado donde siempre había querido. Había nacido para pensar en serio, y pensar en serio lo llevó a considerar la vida como un chiste pasajero, minado de chispas y atribulaciones.

La doble crisis de legitimidad y la solidaridad como camino

Por Carlos Huneeus

La doble crisis de legitimidad que vive hoy el país tiene una larga historia que es necesario recordar, pero que se puso de relieve a partir del 18 de octubre cuando, seguido al salto masivo del torniquete que hicieron los secundarios como protesta por el alza del pasaje de Metro, la ciudadanía siguió manifestando su malestar por otros tantos problemas. Los altos costos de la educación, los servicios de salud y los medicamentos, las bajas pensiones que entregaban las AFP, los abusos de casas comerciales y la colusión de precios por parte de grandes empresas situadas en diversos sectores –farmacias, pollos, papel higiénico y pañales–, todos ellos de alto consumo masivo. 

Concentración histórica en Plaza Italia, post 18 de octubre de 2019. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Los manifestantes marcharon por las principales plazas y avenidas del país. No portaron banderas de los partidos de oposición y tampoco participaron en las movilizaciones de dirigentes o parlamentarios opositores, lo que ratifica el alejamiento de los partidos respecto de la ciudadanía, su debilidad y la baja confianza de esta en las instituciones y élites políticas. 

En tanto, el gobierno no supo responder ni encauzar estas demandas, a pesar de contar con todos los resortes institucionales para hacerlo. Tras la chispa inicial del llamado “estallido social”, en lugar de prevenir y evitar la violencia y el vandalismo previsibles se limitó a reaccionar después. El presidente Sebastián Piñera declaró el Estado de Emergencia y sacó a los militares a las calles por primera vez desde la dictadura. No abordó ni buscó aplacar las causas de fondo de las manifestaciones y declaró una “guerra” contra “un enemigo poderoso e implacable”, convencido, como también sus ministros y asesores más cercanos, de que el país retornaría a la normalidad en dos o tres meses. Después, Carabineros reprimió en forma indiscriminada, sin diferenciar entre manifestantes pacíficos y vándalos. Piñera, finalmente, se allanó a respaldar un acuerdo político que tiene como fin cambiar la Constitución de 1980 –considerada ilegítima al haberse instaurado en dictadura y hoy entendida como el freno institucional a las demandas de cambio– por una nueva Carta Magna que interprete los valores e intereses de todos los chilenos y no sólo los de quienes la concibieron hace 40 años. Debido a los efectos del Covid-19, el plebiscito para una nueva Constitución se postergó para el 25 de octubre de este año. La pandemia “rescató” a Piñera del estallido social, pero cayó al poco tiempo en otra crisis más profunda todavía, sanitaria, económica y social. En pocos meses, Chile ha pasado a ser uno de los países del mundo con mayor número de contagios y fallecidos por millón de habitantes debido a la pandemia.

La crisis de legitimidad política 

La caída de la participación electoral, el debilitamiento y fragmentación de los partidos y la baja confianza de los ciudadanos en las instituciones son reflejo de la crisis actual que vivimos. En ese contexto, el presidente, como institución y persona, tiene bastante responsabilidad. Piñera es débil porque fue elegido en segunda vuelta por una minoría del electorado (26,5% del padrón electoral, con una votación del 49,1% de este); tiene minoría además en las dos ramas del Congreso Nacional y una baja aprobación en las encuestas. Piñera no es un político que tenga las habilidades de quienes lo han precedido, a pesar de que hoy es presidente por segunda oportunidad (2010-2014 y 20182022) y antes fue senador (1990-1998). Es, más bien, un exitoso hombre de negocios del sector financiero –uno de los billonarios chilenos según la revista Forbes–, que actúa en política a partir de su experiencia en el sector privado y no como un hombre de Estado. 

Por otro lado, los mismos partidos se han debilitado como organización. Tienen hoy un número reducido de afiliados, la mayoría de ellos funcionarios públicos (gobierno central o municipal), y ha caído su capacidad de participar en el gobierno. Carecen de programas que convoquen a los electores y no cuentan con profesionales con credenciales y sin conflictos de interés para ocupar los puestos del Ejecutivo, un fenómeno que deteriora la calidad de la gestión pública y abre camino a malas prácticas, especialmente al clientelismo, el patronazgo y la corrupción. 

En 2014, el fiscal Carlos Gajardo develó el financiamiento ilegal de campañas y políticos al revisar la contabilidad del grupo económico Penta. La Fiscalía sumó a otras –como SQM y Corpesca, del grupo Angelini, uno de los tres principales del país– que favorecieron a numerosos candidatos, especialmente de derecha, y a los candidatos presidenciales de 2009 y 2013. Todo esto terminó por agravar la desconfianza de la ciudadanía en las instituciones y la élite política. Este fenómeno de desconfianza se extiende a los tribunales de justicia, el Parlamento, la Iglesia Católica, Carabineros y el Ejército. Esto último es un hecho relativamente reciente, como consecuencia de los casos de corrupción (Pacogate y Milicogate), la violencia y las prácticas de obstrucción a la justicia en la región de La Araucanía y durante “el estallido social”. La violencia de Carabineros puso de relieve la fragilidad del Estado de derecho. La fuerza pública no respeta el orden jurídico, la vida y la integridad física de las personas, actúa con una amplia autonomía y desconoce su subordinación, lo que pone en tela de juicio al propio Estado, aunque por definición este tiene el monopolio de la fuerza legítima (Weber).

La crisis de legitimidad económica 

El país tiene un sistema económico de “mercado puro”, en la tipología de Linz y Stepan (1996), que impide el desarrollo de una democracia moderna y estable pues no provee los bienes públicos en salud, educación y vivienda, no combate los monopolios y no protege a los consumidores. Además, se estableció en dictadura, siguiendo un paradigma de neoliberalismo radical que desmanteló al Estado empresario con las privatizaciones, y al Estado de bienestar con la privatización del sistema de pensiones y la introducción de instrumentos de mercado en la educación y en la salud, entendidos como ámbitos de negocios. La función reguladora del Estado fue desconocida, abriendo espacio para decisiones abusivas y hasta delictivas, que pavimentaron el camino a la corrupción. Los gobiernos de la Concertación tomaron la decisión estratégica de optar más por la continuidad que por la reforma del sistema económico, sin revisar después esta decisión. Esto produjo un efecto de path dependence que se mantuvo y reforzó en los siguientes gobiernos de la coalición por los incentivos creados al favorecer el crecimiento económico y el fortalecimiento de la economía con control de los privados.

Esta decisión fue comprensible durante el primer gobierno democrático, de Patricio Aylwin (1990-1994), por las difíciles condiciones políticas imperantes, con la presencia de Augusto Pinochet en la arena política como comandante en jefe del Ejército, sus principales colaboradores en el Congreso elegidos o como senadores designados, y sin tener mayoría en la cámara alta. Sin embargo, esta ausencia de reformas estructurales del modelo de “mercado puro” no se justificó en el segundo gobierno democrático de Eduardo Frei Ruiz-Tagle (19942000) y menos aún cuando la izquierda volvió a La Moneda con Ricardo Lagos (2000-2006), el primer presidente socialista después de Salvador Allende. No se impulsaron cambios institucionales al sistema económico guiados por otro paradigma –la economía mixta o una economía social de mercado, como la de Alemania–, sino que se hicieron reformas parciales que no alteraron su arquitectura institucional.

“Los gobiernos de la Concertación tomaron la decisión estratégica de optar más por la continuidad que por la reforma del sistema económico, sin revisar después esta decisión. Esto produjo un efecto de path dependence que se mantuvo y reforzó en los siguientes gobiernos de la coalición por los incentivos creados al favorecer el crecimiento económico y el fortalecimiento de la economía con control de los privados”.

Reformar el sistema de pensiones para recuperar la legitimidad 

La solidaridad es un valor indispensable para enfrentar los desafíos del planeta, como el cambio climático y la protección del medio ambiente. Más aún, para abordar la pandemia del Covid-19. Más allá de los graves errores cometidos por el presidente Piñera y el ex ministro de Salud Jaime Mañalich, las instrucciones de la autoridad sanitaria a la ciudadanía no han conseguido sus objetivos porque chocaron con el individualismo que prevalece en la sociedad, el cual es reforzado por las AFP, un sistema que nació en los 80 y que se basa en las cotizaciones individuales del trabajador para reunir fondos que financien su jubilación. Los empresarios no aportan a la pensión, a diferencia de muchos otros países. 

Se apoya en supuestos teóricos que nunca ocurrieron: salarios dignos y un mercado laboral que incentive la estabilidad del empleo de los trabajadores. El cambio del sistema de pensiones es urgente y necesario para que los trabajadores tengan una expectativa de jubilaciones dignas, ya que, además, el carácter individualista de las AFP responde a un argumento ideológico: en la sociedad hay individuos, no comunidades. Cada uno labra su propio futuro. Este fundamento contradice un componente central de la democracia, que es la existencia de adhesiones y vínculos sociales entre organizaciones, grupos y estratos sociales que dan cohesión a la sociedad y son un pilar primordial de la democracia: estas relaciones existen en una comunidad cuando predominan valores de solidaridad y cooperación. 

Debe llevarse a cabo con otro paradigma, en torno a la solidaridad y no al individualismo, con un papel activo del Estado, que no debe subvencionar a las AFP con los recursos de todos los chilenos. La solidaridad permitiría resolver la crisis del sistema de pensiones y constituye un pilar fundamental para enfrentar la doble crisis de legitimidad a través de cambios en el sistema económico que instauren otro paradigma, y transformaciones institucionales que faciliten llegar a una democracia soberana, con gobiernos que enfrenten las limitaciones y carencias del sistema económico, entre las cuales destaca la desigualdad.

Por el derecho a la igualdad: mujer y emancipación

Por Patricia Espinosa

Ediciones Libros del Cardo liderada por la poeta, gestora cultural y feminista Gladys González, reedita (La 1ra edición es patrocinada por el SERNAM y publicada en 1998) el volumen Crónica del sufragio femenino en Chile (Valparaíso, 2018), una rigurosa investigación realizada por nuestra Premio Nacional Diamela Eltit.

Estamos ante una crónica que posee dos niveles de relato: por un lado enfocado en la sujeta, particularizada, y en el colectivo, por lo mismo, no sólo conforma una genealogía en torno a la lucha por el sufragio, sino que da cuenta de voces específicas, testimonios individualizados.

Me parece destacable que Eltit señale que la historia se construye de múltiples acciones, activismos, gestos, riesgos, voces que, la mayor parte de las veces, tienden a perderse en el anonimato. Esta consciencia de la cronista sobre las mujeres anónimas me parece de gran relevancia en cuanto contribuye a reflexionar sobre la condición fragmentaria, no totalizante, de la crónica, la historiografía y aquellos nombres, vidas, que no quedaron inscritos en los registros, pero que con su batallar contribuyeron al logro del derecho a sufragio igualitario.

Crónica del sufragio femenino en Chile. Diamela Eltit Ediciones Libros del Cardo, 2018 128 páginas

Los diversos feminismos tuvieron que enfrentarse al más duro orden patriarcal para hacer ver sus demandas. Esto, podríamos afirmar, da cuenta de un itinerario que poco ha cambiado en más de un siglo. Sin embargo, lo que claramente es posible inferir de esta crónica es que sin articulación en comunidades, los cambios respecto a las políticas de la mujer serán imposibles de realizar.

Crónica del sufragio es un libro que nos aproxima a la épica, a la comunidad, a la utopía de cambio social, la incomodidad de la mujer y sus insubordinaciones, que irían progresivamente armando una trama política. Al respecto, la narración expone en detalle la amplia red de asociaciones de mujeres que contribuyeron con su trabajo en la proposición de demandas que finalizan con la adquisición del derecho a voto en 1949 bajo el gobierno de Gabriel González Videla. Por debajo de esa épica se puede apreciar la fractura entre el trabajo de las mujeres de la élite y las mujeres de los sectores populares. Esa fractura sigue presente hasta el día de hoy, amenazando la validez misma de esa épica. Es decir, el tremendo logro alcanzado con el sacrificio de las sufragistas, su extraordinaria lucha se desmorona con la crisis del mito del voto como parte de la desvalorización general de las creencias que sustentaron la validez del camino eleccionario como forma de alcanzar nuevos niveles de libertad.

Sin embargo, si pensamos en la pérdida de significación del voto hoy en día, salvo para los que quieran participar de los beneficios que trae el clientelismo eleccionario, esta pérdida de significación debiera convertirse en una gran oportunidad. Primero, para desarmar la falacia del feminismo neoliberalizado que celebra cada vez que se logra suavizar mínimamente los efectos de la cultura patriarcal. La corrupción del aparataje político-partidista es tan abrumadora que dificulta en extremo participar de él sin que se terminen defendiendo los privilegios de la clase política.

La escritora y Premio Nacional de Literatura 2018, Diamela Eltit.

La condición épica del sufragio se ha degradado al acto de votar rutinariamente por el mal menor. Un simulacro de inclusión que instrumentaliza el sentido último de ciudadanía. Junto con la radicalización de la derecha y una buena parte de la izquierda luchando denodadamente por el derecho a participar del sistema, una parte mayoritaria de la población ha optado por la suspensión del sufragio. Las respuestas desde la élite, que sigue votando, acusan a las masas de ignorancia, individualismo extremo y hasta de fascismo; contra ello, ofrecen mejorar la oferta electoral con más honestidad, nuevos rostros y más reformas, incluido, cómo no, más mujeres y más feminismo, con feministas que voten, eso sí. No votar, de tal manera, será comprendido como una actitud de ciudadanía degradada, negada a la inclusión y futuro derecho a crítica. Pero en esa despreciada masa que no vota se sigue repitiendo la historia, la lucha a muerte entre el poder y el deseo de emancipación. Paradojalmente, se cumple así un viejo anhelo, la huelga general y el sabotaje a la producción, en este caso, la huelga de votantes y el sabotaje a la producción de votos. Si alguna vez fue un derecho negado a las mujeres y por el cual era obligatorio luchar, hoy parece ser no más que un placebo, un simulacro de participación. Por lo mismo, desde mi perspectiva, hemos de celebrar el pasado, el sentido épico de la historia de lucha feminista del derecho a voto, un gran paso sin lugar a dudas, pero, a la vez, reflexionar sobre cómo debe darse hoy el entrecruce entre la lucha de emancipación feminista y el voto, preguntarnos si es necesario votar ante un escenario donde se consolida el sexismo y se limita a la mujer a la producción de hijos o fuerza laboral, despojada de toda autonomía.

“Los diversos feminismos tuvieron que enfrentarse al más duro orden patriarcal para hacer ver sus demandas. Esto, podríamos afirmar, da cuenta de un itinerario que poco ha cambiado en más de un siglo. Sin embargo, lo que claramente es posible inferir de esta crónica es que sin articulación en comunidades, los cambios respecto a las políticas de la mujer serán imposibles de realizar”.

Palabra de Estudiante. Pandemia en Chile: los costos de una democracia restringida y neoliberal

Por Emilia Schneider

Las últimas semanas, a propósito del debate generado por el proyecto que permite el retiro del 10% de los fondos previsionales, hemos sido testigos de un álgido y polarizado debate público, el retorno de las protestas populares y del pueblo como actor político que determina la agenda y ejerce presión sobre los distintos sectores políticos para aprobar una medida que ideológicamente está lejos de ser un triunfo antineoliberal en sí, pero que tiene una implicancia muy importante. Esos días de fuertes cacerolazos a todas y todos nos trajeron recuerdos de la revuelta social, la primavera del pueblo de Chile, y renovaron nuestra convicción de que la organización social es la vía para la transformación, de que juntos y juntas somos más fuertes. Y es que la pandemia y el distanciamiento social no pueden dejar más clara una cosa: somos seres sociales y lo colectivo juega un rol esencial en nuestra conformación como sujetos y en la resolución de nuestros problemas, a diferencia del individualismo que promueve nuestro neoliberalismo salvaje y, cabe recordar, nuestro sistema de AFP y capitalización individual.

¿Por qué hemos llegado a fijar como demandas centrales proyectos que no necesariamente responden al ideario de los movimientos sociales del último tiempo?, ¿cómo es posible que sólo bajo la amenaza de las protestas los sectores políticos de la derecha y la vieja Concertación pongan celeridad a una agenda social para enfrentar la crisis social producto del Covid-19? Esos son los costos de años de políticas públicas neoliberales, que terminaron por modelar un Estado subsidiario incapaz de actuar y una democracia débil y restringida. El punto en el que estamos hoy requiere de medidas desesperadas, porque todas las propuestas viables que se han levantado desde el mundo social y las izquierdas antineoliberales (Ingreso Familiar de Emergencia por sobre la línea de la pobreza, congelamiento del pago de los servicios básicos y deudas, impuesto a los súper ricos, etc.) han chocado contra la muralla que la dictadura construyó y que la transición apuntaló para que los intereses sociales, que son antagónicos a la élite empresarial y conservadora, jamás tocaran la política y fueran incapaces de incidir directamente, por la vía institucional, en la toma de decisiones.

Performance durante la protesta social post 18 de octubre. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

La presión social es la única herramienta que nos queda, y en tiempos de militarización, distanciamiento y confinamiento nos la habían quitado, pero de a poco nuestras voces vuelven a tomarse las calles y a ordenar la agenda de las desorientadas organizaciones sociales y políticas, que aún no logran adaptarse a los profundos cambios de la sociedad chilena tras la revuelta social. 

La crisis de legitimidad de las instituciones es transversal y se acrecienta cuando la única solución que ofrece el Estado ante la pobreza, el hambre, la enfermedad y la violencia son bonos escasos, cajas de alimentos repartidas de forma improvisada y créditos. Enfrentamos los estragos que dejan años de cercenar lo público y el único margen de acción que tiene nuestro Estado es a través de los bancos u otras instituciones privadas, cuyo fin central claramente no es el bien común. Esto, sin duda, está agravado por un gobierno autoritario y de derecha, colapsado internamente y sin legitimidad para gobernar. ¿Quién conduce, entonces, nuestros destinos? Es lo que nos preguntamos mientras las izquierdas se reacomodan y el mundo social trata de recomponerse. 

Estamos en esos momentos, diría Gramsci, donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, que es justamente cuando salen los monstruos, los atajos electorales, el autoritarismo y la indiferencia, por mencionar algunos. La ultraderecha tiene poco futuro y los gérmenes de una emergente derecha democrática, que no terminan de cuajar, siguen siendo serviles a la barbarie a la que nos tiene sometida la élite. Mientras, las izquierdas tenemos en nuestras manos la posibilidad de enfrentar este ciclo con unidad, pero la pequeñez, la inmediatez y la falta de anclaje social nos juegan malas pasadas una y otra vez. 

Los desafíos que tenemos en el horizonte –reconstrucción del país para enfrentar la crisis económica y social y el proceso constituyente– exigen que estemos a la altura del momento histórico complejo y convulsionado que estamos viviendo. Mientras, la revuelta social 2.0 que se avecina urge poner nuestros esfuerzos para que los golpes que demos al modelo de ahora en adelante sean certeros y afilados políticamente. Para ello necesitamos tomarnos en serio la tarea de construir y articular un polo social y político antineoliberal, cuyo gran consenso sea dar salida al neoliberalismo a través de la ampliación de la democracia y los derechos sociales, sexuales y reproductivos y el respeto de los DD.HH. Mientras la vieja Concertación se rearma, nosotras y nosotros debemos pujar por mejorar nuestra correlación de fuerzas dentro del sector e impedir consensos elitarios y neoliberales que coarten el impulso de transformación de la sociedad entera, y el plazo para ello ya está corriendo, debemos actuar cuanto antes para que los ritmos de las coyunturas electorales no subsuman nuestra política a la “medida de lo posible”. 

Disputar y proteger el proceso constituyente es una urgencia y debe ser entendida como tal por todos los sectores que creemos que otra forma de vida es posible, y es esa la coyuntura ideal para dar una solución a la profunda ilegitimidad que tiene la política. Debemos construir instituciones y un Estado que, en vez de domesticar al nuevo pueblo que se constituye, dé canales para que las mayorías organizadas construyan, participen y modelen las instituciones, pues para hacerle frente al autoritarismo que emerge con fuerza en nuestros adversarios no basta con decir “más Estado”, sino que debemos construir otro Estado, uno en que las comunidades sean soberanas para decidir y resolver sus problemáticas. Una democracia radical y con derechos es la única posibilidad de un horizonte en que seamos libres y recuperemos la política para todos, todas y todes.

Mohamed Bouaziz, Sergio Bordillo y Daniel Blake: narrativas sobre humillados

Por Faride Zerán

Usted seguramente no sabe quién fue Mohamed Bouaziz; quizás tampoco le suena el nombre de Sergio Bordillo, aunque de pronto, si es cinéfilo, se puede acordar del personaje de la película Yo, Daniel Blake, del cineasta Ken Loach, que obtuvo en Cannes la Palma de Oro hace cuatro años. La línea que une a los tres hombres, el primero, tunecino; el segundo, un ciudadano chileno; y el último, un carpintero británico enfermo y pobre en la ficción de Loach, es la humillación. Un sentimiento que aflora cuando quienes deben responder por sus derechos y bienestar, por acción u omisión disocian la palabra dignidad de aquella que define a la pobreza. Mohamed Bouaziz fue un joven vendedor ambulante tunecino, quien, a los 26 años, cuando funcionarios municipales le confiscaron su carro de frutas y en protesta por el abuso y la humillación de ese acto que le impedía ganarse la vida, decidió inmolarse el 17 de diciembre de 2010. Su muerte desató una ola de protestas que dio origen a la Primavera Árabe, protagonizada principalmente por jóvenes pobres y desempleados que salieron a las calles en Túnez, Egipto y otros países de la región.

Daniel Blake es el carpintero de 59 años que, luego de un infarto y de la recomendación de su doctora de dejar de trabajar por un tiempo, asume que sólo puede sobrevivir si obtiene la ayuda del Estado, una ayuda que se escurre cada vez más en medio de una burocracia que lo humilla en las largas esperas, en los extensos interrogatorios kafkianos o en papeleos que debe llenar solo a través de una computadora que no maneja. Finalmente, esa despiadada burocracia lo lleva a rebelarse y a maldecir las políticas de Thatcher en el sistema de seguridad social británico, cuyos efectos devastadores finalmente le provocan la muerte.

De Sergio Bordillo, pese a que es chileno, que vive en Colina y que lo vimos en los noticieros de televisión hace sólo unas semanas, conocemos menos. Sabemos, por ejemplo, que es un buen padre y abuelo, porque pese a la cuarentena que le impedía desplazarse, consiguió un permiso para hacer una larga fila ante el Registro Civil de Colina para activar la clave única de su hija, requisito fundamental para poder acceder a la ayuda estatal.

Pero este vecino no era el único que estaba tras ese trámite. Decenas de hombres y mujeres hacían largas filas esa mañana fría y lluviosa de invierno y pandemia. La situación, luego de más de cuatro meses de encierro obligado, de pérdida de empleos, de ausencia de políticas de ayuda oportuna a millones de ciudadanos, tornaba insostenible cualquier espera.

Por ello, la escena protagonizada por Sergio Bordillo no sólo era desesperada, sino que contenía toda la angustia que encerraba el lugar. Se puso de rodillas y, a viva voz, con las manos en alto, le rogó a la funcionaria que pasaba por su lado que por favor lo atendieran porque en su familia estaban todos cesantes y esa clave única le abría las puertas a una ayuda que resultaba vital.

La humillación de este vecino de Colina, quien expuso su drama ante todo el país, era similar a la que seguramente sintieron muchos hombres y mujeres que abrían las puertas de sus casas para recibir las cajas de alimentos básicos que entregaba el gobierno, pero a quienes nadie les había advertido que junto a las cajas esperaba más de alguna autoridad de turno, con cámaras y flashes, transformando un derecho, una ayuda estatal para las personas que en momentos de catástrofes requieren apoyo para sobrevivir, en un gesto de limosna ejecutado arbitraria y mediáticamente por quienes detentan el poder.

Quizás advirtiendo esta realidad, cientos de mujeres han asumido en sus barrios y poblaciones que las ollas comunes no sólo son una repuesta ante la necesidad y pobreza frente a la crisis sanitaria, social y económica que vive actualmente el país, sino que además son una expresión de organización, solidaridad y resistencia.

Muchas de ellas poseen una memoria social frente a contextos adversos, como los de inicios de la década de los años 80, cuando en plena dictadura la miseria y el desamparo golpeaban los hogares de los más pobres con empleos precarios ofrecidos en programas estatales como el PEM y POJH, creados por el régimen para mitigar la miseria.

Con un desempleo del 23% en 1982 y de 31,3% en 1983, ese año sería clave en tanto marcaba la primera protesta nacional contra el régimen y su modelo.

De las ollas comunes de ese tiempo a las que surgen hoy en distintos sectores de Santiago y del país hay casi cuatro décadas de distancia. En ellas se ha ido consolidando no sólo un modelo de desarrollo y una forma de crecimiento, sino también una manera de mirar, de analizar, de sentir el devenir de un país, en un consenso que ha sido compartido transversalmente por décadas.

Ese acuerdo sobre el modelo económico que va más allá de las sensibilidades políticas, porque cruza a toda la élite, de gobierno y de oposición, hoy nuevamente ha sido puesto en jaque. Porque ante la magnitud de la crisis, ahora está siendo confrontado por una opinión pública que en más de 80% está dispuesta a sacar el 10% de sus ahorros previsionales para sobrevivir en un momento en que las ayudas estatales resultan escasas o tardías ante la profundidad de la catástrofe.

Es decir, una mayoría de chilenos y chilenas que no son parte de ese acuerdo, porque nunca fueron consultados, están interpelando a esa élite que se niega a escuchar.

Esto es tan grave como las vidas, demasiadas vidas, que ha cobrado la pandemia. Porque no sólo corrobora la disociación de esa élite que define los destinos del país sin escucharlo, sino que reitera lo que el vecino de Colina pensó cuando se arrodilló frente a una representante del Estado –que debe protegerlo– clamando por un número de atención o lo que las mujeres que están tras las ollas comunes intuyen desde hace décadas.

Porque sin preguntarse y sin manifestar interés en la legitimidad política y social de sus decisiones, esa élite pareciera no estar dispuesta al cambio. Entonces, la promesa de un pacto social es sólo promesa, y no basta con historias como la de Daniel Blake, en la ficción de Loach, o la de Mohamed Bouaziz, cuya inmolación dio origen a la revuelta árabe.

Pese al horror del presente de pandemia y su secuela de vidas destrozadas y de muertes, instalar la mirada en octubre con su promesa de plebiscito y de debate constituyente adquiere una urgencia política e institucional dramática. Porque, como dice Neruda, aunque muchos esperen cortar todas las flores, no podrán detener la primavera.

Después de tanto tiempo, conversemos

Por Ennio Vivaldi

Hay conversaciones que, tras largo tiempo sin ser asumidas, se hacen de repente ineludibles. Esto suele ocurrir por acontecimientos que impiden seguir pretendiendo que está todo bien y que no necesitamos reflexionar acerca de ciertas condiciones

de existencia. En ese momento, la presunción tácita de normalidad se desvanece y hay que conversar. Esto nos ocurrió en Chile con un estallido social de convocatoria sorprendentemente amplia, y ahora, con la pandemia, pareciera que estamos tomando conciencia no sólo de nuestros problemas, sino también de los condicionantes que jugarán un rol clave en su solución. El problema evidenciado por el estallido tiene que ver con un inédito modelo de sociedad que nos fue impuesto y que, habiéndose reiteradamente tomado nota de sus falencias, pareciera haber sido imposible de reparar. El asunto de base está en que el modelo se diseñó desde la plataforma inexorable de un régimen dictatorial y se hizo en un modo cuasi axiomático. A partir de verdades asumidas como incuestionables, entre las que destacaban la primacía de lo privado sobre lo público, la ineficiencia del Estado y la motivación principal en la conducta humana del egoísmo y el lucro, se definieron estructuralmente los sistemas de educación, pensiones y salud, entre tantos. Poca o ninguna atención se prestó a los saberes disciplinares, a la opinión experta y a la historia de las instituciones. Ejemplo palmario es la redefinición operacional de lo que es una universidad como un lugar en el que se paga por obtener un título que después reembolsará dividendos. Otro ejemplo, que hoy nos cuesta caro, es el desinterés por la atención primaria en salud y por la salud mental de la población. Nótese, además, que los mencionados axiomas se presentaban como determinados por nuestra naturaleza humana, un antiguo juego de prestidigitación que enfatiza ejemplos de conductas que buscan la supervivencia individual e ignora las que promueven valores solidarios y altruistas.

La pandemia, por su parte, nos viene enseñando que los seres humanos necesitamos ser solidarios y sobreponer el interés colectivo al individual.

También nos ha mostrado que no nos sirven las miradas reduccionistas ni menos las que no quieren ver las interacciones factoriales. La pandemia se nos presenta en un nivel de complejidad donde lo sanitario y lo económico están recíprocamente relacionados, donde lo que le ocurre a algunos segmentos sociales necesariamente repercute en el todo. Pero de esto ya deberíamos haber estado más que advertidos, pues una visión transdisciplinar y sistémica ya se nos había mostrado como metodológicamente obligatoria ante problemas de la magnitud de, por ejemplo, el cambio climático y la preservación del medioambiente. 

Conversar acerca de cambios importantes en los valores y estructuras sociales podría habernos parecido un ejercicio inútil, ya fuera porque se pensara que los cambios no eran necesarios o porque no eran posibles. Hasta hace poco, se hubiera dicho que lo que la gente opinara sobre las cuestiones de fondo, si es que lo hacía, no importaba mucho. Hoy, recabar esas opiniones es absolutamente fundamental para poder restablecer un clima de convivencia, de intercambio de ideas, de reflexiones tranquilas que primen sobre la impulsividad y la rabia. Un muy buen ejemplo de esfuerzo en tal sentido lo constituye la iniciativa “Tenemos que hablar de Chile”, en la que las universidades trabajan colaborativamente al servicio del país para potenciar el diálogo, el pluralismo y la cohesión social. En este espacio, donde las personas pueden plantear sus inquietudes, necesidades e ideas a partir de discusiones ciudadanas, se elaborarán insumos que contribuirán a la creación de políticas públicas. En esta instancia será muy relevante la participación de personas de todas las regiones para pensar el ámbito local y el del país en el que quieren vivir. Es obvia la importancia que una labor de este tipo representa para el futuro debate constitucional. Otra iniciativa que nos compromete es el proyecto de generar una Propuesta de Acuerdo Social que busque la recuperación del concepto de lo público, un tema central para nuestra Universidad. Necesitamos establecer principios para la construcción de un nuevo Estado; volver a darle un soporte estructural a un concepto tan fundamental en nuestra historia y misión como es el de bien común; y lograr un acuerdo entre los ámbitos público y privado para la superación de la actual crisis. Este es un momento único para la solidaridad, la inteligencia y la responsabilidad.

Efraín Barquero: “Mi seudónimo está relacionado con la muerte”

Su nombre era Sergio Barahona. Fallecido el pasado 29 de junio, a los 89 años, el Premio Nacional de Literatura 2008 cuenta en esta conversación hasta ahora inédita, ocurrida en 2017, que el mismo día que firmó su primer libro asistió a la muerte de su padre. También se refiere al exilio, a su regreso a Chile después de haber vivido más de 25 años en Francia, a la dimensión social y religiosa de su poesía y a las nuevas generaciones.

Por Javier García Bustos

Su libro La compañera fue una suerte de hit desde su aparición a mediados de los años 50. Incluso tuvo una edición popular por editorial Nascimento. “La he tomado de entre los rostros pobres/ con su pureza de madera sin pintar”, señalan algunos versos de Efraín Barquero que se reproducen una y otra vez en las mejores antologías de poesía chilena y latinoamericana.

“Pero dejó de existir esa compañía tan profunda”, dijo el poeta en 2017. Un año antes, en 2016, había fallecido su compañera y esposa Elena Cisternas Franulic: la compañera. Se habían conocido en la década del 50 y formaron una familia con tres hijos. 

“Para mí fue un golpe fuerte, porque ella me acompañó por todas partes del mundo. Era la compañera, la amiga, la madre, la hermana, tenía todos los papeles de la mujer. Además, era una persona muy entendida en pintura, música y luego en poesía. A veces me hacía unas críticas demoledoras”, señaló Efraín Barquero en un diálogo entablado en su departamento ubicado en calle Antonio Varas, en Providencia, Santiago, donde el pasado 29 de junio falleció, a los 89 años, a causa de una enfermedad pulmonar crónica. 

El poeta y Premio Nacional de Literatura 2008, Efraín Barquero, falleció el 29 de junio pasado, a los 89 años.

Por esos días y hasta su muerte, el poeta estaba acompañado de una empleada y sufría además las secuelas de una miastenia, una enfermedad neuromuscular que se le notaba en la frecuencia y la manera en que con los dedos de una mano no dejaba de golpear la mesa, como marcando el ritmo. En aquella visita de hace tres años, quien nació en 1931, en Piedra Blanca (Teno, Curicó), con el nombre de Sergio Efraín Barahona Jofré, habló de sus orígenes y del grupo que integró: la generación literaria del 50. También se refirió a su seudónimo: Efraín Barquero, con el que recibió varios reconocimientos, como el Premio de la Academia Chilena de la Lengua en 1993, el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1999 y el Premio Nacional de Literatura en 2008. La primera vez que fue candidato al Premio Nacional fue cuando lo obtuvo Humberto Díaz-Casanueva, en 1971.

 “Yo nunca hice lobby ni nunca he estado detrás de ningún premio. Cuando me dieron el Premio Nacional de Literatura yo estaba en Francia, de manera que no pude empujar nada”, comentó riendo en 2017. “Esto también tiene que ver con mi carácter más bien tímido, y así me es difícil andar buscando premios”, añadió. 

Se crió en el mundo campesino, junto a su madre y su padre, quien era panadero y dueño de una pequeña panadería en Teno. “Hay el orgullo del que produce este fruto”, anotó el poeta en el texto Arte de vida. También es autor de El pan del hombre

Su comienzo en la escritura, eso sí, no fue la poesía. Siendo un adolescente, Efraín Barquero comenzó escribiendo crónicas deportivas. Iba al estadio a ver los partidos de fútbol en las canchas del sur y luego apuntaba textos de ficción con el seudónimo de “Centro mirón”. Estudió en el Liceo de Constitución, según él, al colegio le escribió su himno. Allí disfrutó de su biblioteca. 

“Literatura chilena y española y las crestomatías con los textos extranjeros”, recordó el autor citando a Víctor Hugo, Charles Dickens y Fiódor Dostoievski. En el liceo conoció una “antología de Neruda” y Barquero recordó cómo despertó su interés: “Este verbo poderoso nos alimenta, nos hace comprender la nueva poesía y nos hace sentir que estamos vivos”. 

Su debut literario fue financiado por tres amigos del barrio: el poemario La piedra del pueblo de 1954, que contendría justamente una nota inicial de Pablo Neruda. “La poesía de Efraín Barquero tiene cuerpo. Es un material rico, una reconstrucción según las leyes de la vida”, señaló el Premio Nobel de Literatura.

 “Al crear un seudónimo me estaba apropiando de una identidad. Quería ser yo mismo. Efraín era por mi segundo nombre, pero el primer nombre de mi padre, y Barquero, recuerdo que una vez dije que era por los barqueros del Maule, donde pasé algunas temporadas de mi infancia”, señaló hace tres años el escritor. “Pero también tiene que ver con el mito de Caronte, el barquero de la parte del Infierno de La divina comedia. Es un seudónimo que está relacionado con la muerte”, agregó.

—¿Por qué? 

Misteriosamente, el día en que publiqué mi primer libro, estimulado por tres amigos, puse el nombre de Efraín Barquero, ese día tuve que viajar a ver la agonía de mi padre, quien murió esa misma noche. Recuerdo que ese día llegó un telegrama a mi madre relatando que él estaba mal y yo viajé en una micro desde Santiago a Teno, donde estaba mi padre. Yo firmé ese día mi libro y ese día murió mi padre.

El poeta Efraín Barquero en su juventud. Crédito de foto: efrainbarquero.net.

Pekín, Marsella y la Biblia 

Efraín Barquero estudió Derecho en la Universidad de Chile y también pasó por el Instituto Pedagógico. Llegando a Santiago arrendó una pieza en un cité de Estación Central. “Conozco a los personajes de esas calles: prostitutas y lavanderas”, escribió el autor en el ensayo autobiográfico Arte de vida. 

Eran los años 50 y el poeta hizo amistad con sus compañeros de generación: Enrique Lihn, Jorge Teillier, Armando Uribe, Alberto Rubio y Rolando Cárdenas. “Yo venía de un pueblo del sur, de una familia campesina, y pude relacionarme con estos nombres, que fueron grandes poetas y amigos”, comentó Barquero en 2017. 

Su obra, ligada al campo, a lo popular y a lo social fue publicada en una veintena de libros como Enjambre, El regreso y Maula. A lo largo de su trayectoria, el poeta recibió elogios y comentarios de importantes críticos y escritores como Ignacio Valente, Alone, Naín Nómez, Juan Antonio Massone, Federico Schopf y Alejandro Zambra. 

Este último escribió en la prensa, en 2004, tras la aparición del volumen El poema en el poema: “El autor ha mantenido una inusitada fidelidad a las obsesiones que han dado forma a su personalísima obra: la necesidad de preservar los vínculos familiares y, sobre todo, la vindicación del mito como único relato capaz de darle sentido a la existencia”, anotó el autor de la novela Poeta chileno

En 1962 Efraín Barquero viajó a China y pasó dos años en la capital, Pekín, invitado por el gobierno chino. De esa experiencia nació su libro El viento de los reinos (1967), poemario reeditado el año pasado por Ediciones Lastarria en conjunto con editorial Nascimento.

Aterrizando en Chile, el poeta se instaló a vivir en el sector de Lo Gallardo, cerca de San Antonio. Allá llegaban a visitarlo escritores como José Donoso y un personaje de la bohemia de la época, Eduardo “Chico” Molina. “Fue el Chico Molina quien me prestó el libro Exil, de Saint-John Perse, y con ese libro de modelo hicimos El viento de los reinos”, comentó Barquero en 2017.

La dedicatoria del poemario dice: “A Eduardo Molina Ventura por su espíritu poético. A mis antecesores en la ruta interior a la China primordial: Paul Claudel, Victor Segalen, Saint-John Perse, André Malraux y Marcel Granet”. 

“Saint-John Perse fue uno de los primeros poetas franceses que fue a China. Yo, estando en Francia, después tuve relación con el Instituto Saint-John Perse. Y como anécdota siempre cuento que en su museo hay un libro mío”, recordó el poeta. 

En la década del 70, para el golpe de Estado de 1973 en Chile, Barquero se encontraba en Colombia como agregado cultural del gobierno de Salvador Allende. “Yo tuve allá cierta actuación pública y me expulsaron, me dieron unos días para salir. Esto sucedió, recuerdo, porque hablé por la televisión y por la radio sobre lo que estaba ocurriendo en Chile”, señaló hace tres años el autor de La mesa de la tierra. 

“Lo profundamente humano está en todos los escritores. Un buen escritor, aunque escriba sobre ficción, suspenso, si es bueno, siempre va a transmitir los diferentes aspectos esenciales del ser humano. Lo precario, las penas, alegrías, las relaciones amorosas, los problemas sociales”.

Así fue como Efraín Barquero después de Colombia se fue a México y luego pasó un año en Cuba antes de exiliarse en Francia. En La Habana, donde fue jurado del Premio Casa de las Américas, escribió dos poemarios contra la dictadura liderada por Augusto Pinochet: Bandos marciales y El poema negro de Chile, ambos de 1974. 

Era la primera vez que, en su producción literaria, el poeta elaboraba un discurso más directo y cargado de un mensaje contingente. “Obra de fuerte contenido político”, escribió Naín Nómez. “Metaforiza la represión con un tono que intensifica la peculiar estética de Barquero”, agregó el académico. Uno de los poemas de Bandos marciales dice: “Se exagera el número de muertos/ en esta operación de limpieza de nuestro país./ Son muy pocos. Los justos, los necesarios,/ cuando están en juego cosas tan importantes/ como Dios, la Patria y Libertad”. 

Hace tres años el poeta contó sobre su travesía: “Posteriormente me fui a Francia porque fue el país que me dio el asilo. Primero estuve en Estrasburgo, luego en Aix-en-Provence y después me instalé en Marsella. Están, igualmente, las inclinaciones e intereses como la literatura y la poesía francesa. Estando allá yo escribí varios libros, pero todos relacionados con Chile, es por mi raigambre campesina”, contó el poeta, quien se dedicó a hacer clases en Europa antes de regresar definitivamente al país.

“En Francia hice clases de cultura latinoamericana, particularmente, de cultura precolombina. Me fue bien en ese terreno, a pesar de que yo no soy profesor y no me siento un profesor. Yo les pasaba el misterio de nuestras tierras como el libro Popol Vuh. La cultura maya e inca eran los temas que abordaba en clases”, narró Barquero.

—¿Por qué volvió a Chile? 

Fue en 2014 cuando volví otra vez al país. Me vine porque soy profundamente chileno. Necesito de alguna manera estar aquí. Creo que estuve bastante afuera, quizás demasiado, más de 25 años. Ahora, acá tengo lo mínimo, como murió mi mujer, los famosos grabados chinos, por ejemplo, de los años 60, los tengo guardados. Pero, en general, todo se pierde con los viajes.

—¿Cómo ve el vínculo de su poesía con lo religioso? 

Siempre hay algo sagrado en lo que uno escribe. Por ejemplo, en mi nuevo libro Escrito está (2017) hay una dimensión religiosa. Esa frase está en los Evangelios. Ahora eso vino a mi mente, yo no lo busqué. Leo la Biblia por interés cultural, no soy un especialista. Y esto pasa también porque donde yo me formé no había libros, excepto la Biblia que tenía mi abuelo, quien era apicultor. Y también existía la naturaleza, que era el gran libro para aprender.

—Hay, igualmente, una dimensión social en su poesía… 

Lo que pasa es que lo profundamente humano está en todos los escritores.

Un buen escritor, aunque escriba sobre ficción, suspenso, si es bueno, siempre va a transmitir los diferentes aspectos esenciales del ser humano. Lo precario, las penas, alegrías, las relaciones amorosas, los problemas sociales, etcétera.

—¿Cómo se llevaba con Pablo Neruda y Nicanor Parra? 

Con Neruda fue una relación fuerte, muy grande. Viví mucho junto a él, yo iba a verlo a su casa de Isla Negra. Me sirvió mucho para la vida y la poesía. Y cuando me hizo el prólogo a mi primer libro yo salté, en ese tiempo, a los primeros lugares de la poesía chilena. Fue un impulso muy grande. Con Parra no había vínculo en absoluto. Esto, a pesar de que yo escribí cosas de humor y burlescas.

—¿Y tiene relación con las nuevas generaciones? 

Creo que tal vez hace falta más diálogo con las nuevas generaciones. Ya no está ese fuego de la poesía que existía como sucedió con la generación del 50. Ahora he visto, a lo más, hace algunas semanas, a Pedro Lastra. Sobre las nuevas generaciones yo creo que es el cine, las series, lo que captura hoy mayor interés en ellos. Ahora, igual tengo contacto con los más jóvenes a través de correos electrónicos, me envían emails desde España y Francia. Es interesante lo que está ocurriendo en Chile en la política, por ejemplo, con el trabajo del Frente Amplio.