Mono González desde Italia: “El arte de la calle es una lucha popular, contra la cultura opresora hegemónica”

La pandemia del Covid-19 pilló al muralista y fundador de la histórica Brigada Ramona Parra en Francia, cuando inauguraba una muestra de grabados y carteles en Burdeos que terminó siendo cancelada. Por estos días, ya viviendo el desconfinamiento europeo, el artista se trasladó a Italia, donde ha estado pintando murales y haciendo talleres de grabado con académicos de la Academia de Bellas Artes y la comunidad. Siempre conectado con la contingencia, el artista opina del proceso social en Chile y adelanta que planea regresar en septiembre para trabjar por el plebiscito. “Los artistas tenemos que denunciar de alguna manera, todos somos ciudadanos, todos tenemos que opinar e involucrarnos con la realidad”, dice.

Por Jennifer Abate

Alejandro “Mono” González (Curicó, 1947) estudió en la Escuela Experimental Artística de Santiago y luego Diseño Teatral en la U. de Chile. En 1968 fue uno de los fundadores de la Brigada Ramona Parra, como parte de las Juventudes Comunistas. Dentro de sus trabajos más memorables, al menos en Chile, están los murales del Metro Parque Bustamante, el Hospital del Trabajador y El primer gol del pueblo chileno, realizado en La Granja, en 1971, junto a Roberto Matta. Además el año pasado, el artista fue candidato al Premio Nacional de Arte.

Alejandro «Mono» González está desde el 13 de marzo pasado en Europa, debido a la pandemia del Covid-19.

—El comienzo de la pandemia te pilló en Europa, a punto de iniciar una gira por Italia, Francia y España. Escribiste un texto que publicamos en revista Palabra Pública, donde contabas tu experiencia encerrado en Burdeos. ¿Cómo viviste esa experiencia tan lejos de casa?

Bueno, fue curioso, porque yo venía por un mes y con presupuesto para un mes, y eso cambió todo. Uno es bien patiperro y he viajado harto, y nunca pensé que en un viaje me iba a pasar una cosa de este tipo. El asunto es que inauguramos una exposición un día viernes y el día lunes o martes se cierra todo y se entra a la cuarentena, y ahí, por suerte, estaba en casa de unos amigos en Francia, muy solidarios, con los cuales me quedé prácticamente casi tres meses, en los cuales mes y medio, 40, 50 días, estuvimos en confinamiento. No salíamos, a lo más íbamos a media cuadra a proveernos de mercadería, pero una vez a la semana, en general yo lo hacía los jueves. Con todas las medidas de seguridad, logramos sobrevivir. Cuando salimos del confinamiento, con mucha timidez logramos hacer un mural que ya estaba comprometido en la parte de afuera de un colegio, con todas las medidas de seguridad, donde nadie se acercaba a uno, yo pinté solo y después fuimos relajándonos, saliendo más, y el colegio se entusiasmó mucho de que le pintáramos un mural dentro del colegio. Entonces organicé el mural para trabajar con los niños de lunes a martes, al final logramos perderle el miedo a la calle con todas las medidas de seguridad.

En América Latina lo estamos pasando muy mal con el brote de Covid-19, que ha implicado no sólo contagios y muertes, sino también un drama social, pero de alguna manera habíamos visto lo que pasó en Europa. ¿Cómo fue para ti vivir esa experiencia antes que el resto del mundo?

Era muy curioso y terrorífico, al mismo tiempo, porque la pregunta, todas las mañanas, cuando uno se levantaba, era ¿cuántos muertos hay? ¿Cómo va la estadística? Además empezamos a preocuparnos por compañeros en París, en Burdeos, más viejos o de la edad mía. Por ejemplo, lo de Luis Sepúlveda, en España, yo lo sentí mucho. Ahí decíamos “esta cosa es muy fuerte”, y ahora estamos siguiendo lo que pasa en Chile. Siempre he pensado, hasta el día de hoy, que ahí hay un genocidio, porque aquí se comenta mucho el maltrato que ha tenido Chile, Brasil y los países de Latinoamérica, porque además los hospitales o la seguridad, la cosa sanitaria, el asunto de salud es ineficiente desde antes y, por lo tanto, las personas más vulnerables son las más afectadas. A mí me deprime, uno vive preocupado de la familia, de hecho, se murió una cuñada mía, que fue una de las que me fue a dejar al aeropuerto. Incluso cuando viajé ya se veía que algo no era normal, el avión venía más desocupado y en el aeropuerto ya venía gente que andaba con mascarilla, había más distanciamiento.

¿Cómo afectó la pandemia tu trabajo artístico, que tú defines como colectivo? 

Acá en Burdeos estuve en la casa de unos amigos, de Iván Quezada y su señora, dos personas ya jubiladas, en un departamento no muy pequeño, pero no muy grande. Encerrado en un dormitorio, me dediqué a hacer lo que nunca había hecho o a lo que no le había dedicado tiempo, a trabajar digitalmente, tratar de dominar los programas para dibujar en el computador. También me dediqué a hacer un cuento para niños, con ilustraciones coloreadas digitalmente, y después empecé a trabajar proyectos de murales y a ordenar mi computador, las fotos de los países, de los viajes, todas las cosas, para un futuro libro de murales. O sea, me di tareas para trabajar en un escritorio, sentado y encerrado. Obvio que empecé a engordar también, porque hacíamos pan, faltaba el ejercicio físico que nos da hacer murales. Entonces estaba preocupado de esas cosas, de hacer ejercicio, el día jueves era la vuelta a la manzana, caminar, relajarse, comprar y volver. Pero cuando llegué a Italia estaba la cosa más relajada y ahora estamos haciendo cosas más interesantes.

—Hace unos días participaste en un laboratorio de gráfica y grabado en Italia. ¿Cómo ha sido la experiencia de volver a trabajar luego del encierro? 

Me estoy quedando en la casa de una pareja amiga, él es muralista y ella, fotógrafa, y lo primero que hicimos fue intervenir y pintar una fábrica gigante, donde yo fui asistente de brocha gorda. Pero lo segundo fue el trabajo de laboratorio y ahí lo más interesante fue el trato privilegiado que tuvimos. La Academia de Bellas Artes de Nápoles, que fue fundada en 1700, tiene un departamento de grabados que está cerrado por problemas del virus y alumnos, docentes viajaron al pueblo donde nosotros estamos, acá, cerca de Nápoles, y se instalaron a trabajar una semana en este laboratorio. Había profesores, alumnos y una cantidad de lugareños, pobladores. Hicimos este laboratorio y lo inauguramos en una semana intensa, surgió ahí una carpeta producto de este taller, que se guarda en la academia, y la otra carpeta viaja conmigo de vuelta a Chile, porque cuando yo regrese quiero hacer una exposición en la galería del Persa Biobío sobre la Academia de Bellas Artes de Nápoles y este laboratorio. Será como llevar el resumen de mi gira, una gira obligada por el virus. Lo segundo es que el taller que hicimos junto con la Academia de Bellas Artes dejó una prensa en este pueblo, materiales, gubias, y dejamos instalado para un taller de tallado en el pueblo, y mi idea es sacar provecho del tiempo que esté aquí para hacer grabados.

En esos encuentros se enfrenta el trabajo desde una perspectiva solidaria, colaborativa, en la que se van generando afectos. ¿Cómo ha sido esa experiencia de ir generando lazos de afecto y trabajo lejos de Chile?

Es bien interesante, porque yo estoy acostumbrado a la cosa participativa y me interesó mucho la opinión del director de la Escuela de Bellas Artes de Nápoles, del Departamento de Grabado que vino el viernes al cierre del taller y dijo que era interesante lo que había resultado del taller, una mezcla latinoamericana y europea en la iconografía de los grabados que se hicieron, y ahí uno se da cuenta de que yo también fui alumno en este taller, también voy aprendiendo de ellos, estoy hablando de profesores de la academia que trabajan en grabado, con los alumnos y asistentes. Hubo murales y actividades que perdí, tenía que pintar un mural sobre la Violeta y tenía un proyecto para pintar en Nápoles que estaba financiado por las escuelas que están cerradas y eso se cayó, pero igual vuelvo a Nápoles a pintar de otra manera, entonces siempre hay una cosa, hay algo que se cae y algo que se levanta.

¿Cómo crees que esta situación extraordinaria que nos ha tocado vivir impactará en el arte? Por lo menos acá, en el discurso, ha habido una revalorización del aporte que realiza el arte y la cultura a nuestra vida. ¿Crees que va a cambiar la manera de ver y producir arte?

Claro que va a pasar algo distinto y ya está pasando, y eso tiene que ver con cómo subsistimos los trabajadores del arte, cómo subsiste la gente que trabaja, los técnicos de teatro, por ejemplo, las multitudes que van al teatro. Al fin y al cabo, el primer mural que pinté en Burdeos lo hice solo, porque la gente pasaba y miraba desde lejos. A mí me gusta que la gente pinte, pero no se podía, entonces las cosas también van a cambiar en la forma del hacer, pero yo creo que tenemos un problema sobre todo con el financiamiento, porque tenemos que comer, vivir. ¿Cómo se pone el Estado? ¿Como se ponen, por último, las galerías? ¿Cómo venden sus productos? En eso vamos a tener que ser muy solidarios, vamos a tener que hacer una cadena solidaria de los trabajadores del arte para, en el fondo, remecer los Fondos de Cultura, y ahí tendremos que adaptarnos. Hay algo bien importante que estoy aprendiendo acá. Como estoy afuera, he visto que muchas veces algunos chilenos dan direcciones desde acá de lo que se debería hacer en Chile y eso me incomoda. Me incomoda porque hay que estar ahí, en el dolor, no verlo desde afuera. Yo veo a un montón de amigos artistas mirando hacia Chile y pienso cómo puedo ayudar. Ahora he ayudado de alguna manera, en lo que uno sabe hacer, he hecho cuatro videos sobre el plebiscito, otro sobre las ollas comunes y sobre el hambre, etc. Son como cápsulas animadas y no las hago solo, yo hago los dibujos y un amigo en París los anima, y así los subimos a las redes sociales. El video del hambre ha sido visto 16 mil veces. Ahora quiero hacer un video que ya tengo dibujado y debe estar por salir, que es cómo el pueblo se defiende con la solidaridad y la unidad, ese es el tema que se grafica con dibujos de manos que se empuñan, que se mueven, tampoco la idea es caer en el panfleto, sino que hacer las cosas de la manera más creativa posible.

Y sin dictar cátedra de lo que está ocurriendo acá.

Exacto, exacto, sino cómo podemos ayudar, cómo podemos ser partícipes cooperando, la idea es estar con los pies puestos allá aunque no estemos allá.

Mural de Mono González ubicado a la salida de metro Estación Bellas Artes, junto al del grafitero Inti.

—Durante el estallido social en Chile surgió una propuesta de arte callejero y de expresión artística en las calles que fue muy importante. ¿Cómo viste tú esa expresión en las calles de Chile en ese momento?

Esto es como la sangre que corre por las venas, que vibra, que palpita, que salta. Para el estallido social yo estaba pintando un mural para la Bienal de Arquitectura, que por primera salió de los espacios tradicionales como la Estación Mapocho, y se llevó al barrio Franklin, donde tenemos esta galería. Entonces la primera semana de octubre yo empiezo a pintar un mural en el metro estación Franklin y viene el estallido y tuve que pararlo, y lo seguí después, como a finales de octubre, principios de noviembre. En esos momentos también salimos a la calle, hicimos unas serigrafías, de hecho, en la exposición que traje a Burdeos había dos carteles que yo había pegado en Plaza de la Dignidad, “Por tus ojos venceremos”, y eran los que inauguraron la exposición que se llamaba “Dignidad” y que hicimos en marzo y que fue una presencia de este estallido social chileno acá en Francia. Estas cosas las llevamos en el corazón y en la cabeza también, esto va a seguir, esto no ha parado, el virus nos ha tenido detenidos, pero esto va a tener que seguir en marcha.

¿Qué panorama ves tú respecto al plebiscito en Chile? ¿De qué manera te interesa trabajar en ese proceso?

La sensación que tenemos desde fuera de Chile, a la distancia, es que allá hay un gobierno que no gobierna o que gobierna de una manera que los beneficia a ellos, muy aislada de la realidad, incluso hay una opinión en Europa de que prácticamente no existe gobierno, se están dando palos de ciegos con respecto al control sanitario y ahora estamos hablando de que viene el plan de desconfinamiento. Yo he estado leyendo todas las informaciones sobre Chile y ¿cuál es la preocupación que tengo? Que de repente tiren para el lado lo del plebiscito. El plebiscito tiene que realizarse de acuerdo a los compromisos adquiridos, hay un problema claro, que tiene que ver con el confinamiento, con el virus, el virus en Chile no es una cosa que se va a cortar de la noche a la mañana. Entonces tenemos que ver cómo va eso, pero yo tengo organizado que la primera semana de septiembre termino mi trabajo acá y regreso a Chile, y la idea es que septiembre y parte de octubre lo voy a dedicar a pelear y participar en la campaña del plebiscito.

¿ Y qué quieres hacer en la campaña?

Pintar en la calle, salir a pegar propaganda, movilizarme, de hecho, tengo algunos compromisos de recorrer un poco el país, o sea, la idea es estar en la calle, incluso estoy acumulando energías para eso. Es que es el momento de jugársela, porque Chile tiene que cambiar y las presiones sociales tienen que hacerlo cambiar, las injusticias no pueden seguir. La presión por el 10% de las AFP se está sintiendo, la presencia del pueblo en la calle, algo están escuchando, porque hasta ahora no han querido escuchar al pueblo o a este estallido o a esta realidad.

Perteneces a una generación que se involucró activamente en luchas políticas. En los últimos años se ha dado una discusión fuerte en el mundo del arte y no queda claro si este debe o no tomar posición política. ¿Cómo te paras tú frente a esa discusión, habiendo dedicado tu vida a la militancia?

Yo siempre coloco el ejemplo de Goya, de quien siempre he dicho que ha sido el mejor militante para el pueblo. Él pintaba para el Rey, para el sistema, pero pintó el desastre de la guerra, pintó la serie negra, la realidad del pueblo, él estaba ahí, entonces los artistas no pueden separarse de la realidad, los grandes artistas nunca se han separado de la realidad. Ahora, sí existe un sistema que busca neutralizar esta realidad, estas denuncias, demandas, pintando cosas decorativas, que los muritos sean blancos en las calles, ya lo vimos en el estallido social. La gente tiene necesidad de opinar, de hablar, y hay que dejarla hablar. Hay leyes para contener esas palabras, para determinar lo que se coloca en las calles, los monumentos de los soldados, los guerreros y todas estas cuestiones. Ahora estaba leyendo un artículo sobre cómo, en todas partes del mundo, este tipo de monumentos han empezado a caer, hay una manifestación en contra de estas demostraciones del sistema, de fuerza, en el sentido de que la gente está buscando otros íconos.

Mural El primer gol del pueblo chileno (1971) realizado entre la Brigada Ramona Parra y Roberto Matta, en La Granja.

—¿Por qué crees tú que el arte resulta subversivo para la autoridad?

Porque no lo pueden controlar, todo lo quieren controlar, todo lo quieren reprimir, y así Piñera ha logrado mantener la cantidad de armas, de represión, pero la discusión sobre el 10% de los fondos de las AFP es porque el sistema y el Estado no han logrado entrar a subsidiar, a ayudar, a abrir una brecha de soluciones económicas para el pueblo, y la gente está recurriendo a esos ahorros a los que no debería recurrir. Entonces nosotros, los artistas, tenemos que denunciar de alguna manera, todos somos ciudadanos, todos tenemos que opinar, involucrarnos con la realidad. Tenemos familia, hijos, nietos y tenemos que luchar por ellos. Es un sistema súper individualista y egoísta el que hay en Chile, y el estallido social ha abierto una brecha que tiene que ver con la solidaridad, con el sueño colectivo, el deseo de la justicia colectiva.

El año pasado fuiste nominado al Premio Nacional de Arte. En ese momento dijiste que, más que ganar, te interesaba generar una discusión sobre el valor del arte urbano y callejero. ¿De qué manera el arte popular se relaciona con la historia de los países, de las comunidades y localidades?

Está pasando algo bien interesante, incluso este año con el Premio Nacional de Literatura y con el de Música, donde estaban postulando a Salinas de los Inti Illimani y en literatura a Elicura Chihualaf y a Patricio Manns, o sea, uno del sector mapuche, un Pato Manns músico, que viene del arte popular. El arte popular tiene que tener presencia, yo siempre me preguntaba por qué nunca a la Violeta se la pudo nominar al Premio Nacional. El arte popular es lo que está teniendo presencia porque es lo que está nutriendo a este país, es lo que fuera de Chile se ve. Ahora, en Italia, veo la importante huella que dejó Inti Illimani. El tema es cómo al pueblo le hacemos justicia respecto a su sentir, a su creación, a su cultura, yo siento que eso, de alguna manera, no sería un premio sólo a la persona, sino un premio a esa cultura popular.

La ciudad es un elemento fundamental para tu trabajo. A ti te tocó, al menos en Santiago, una experiencia más colectiva durante la UP, luego la restricción de una ciudad militarizada durante la dictadura y hoy tenemos una ciudad que se caracteriza por la desigualdad territorial. ¿Qué opinas sobre la forma en que estamos organizando nuestras ciudades hoy en Chile?

La ciudad ha sido la expresión de la injusticia, eso está clarísimo. Uno lo ve en el diseño de una ciudad que está cortada por la mitad, siempre ha sido el barrio alto versus los barrios bajos o barrios periféricos, donde viven quienes les trabajan a estos ricos. Y la pandemia o el virus, donde se ha expandido más ha sido en estos barrios populares, en los sectores más vulnerables. A veces yo pienso si hay buena o mala intención con cómo se está dirigiendo el control del virus, no me imagino gente tan mala, pero todavía no se ha superado el virus y ya están pensando en desconfinar porque están preocupados de la cuestión económica, pero no están preocupados de la seguridad del ser humano y de la alimentación del ser humano. Lo que hizo Pinochet y la dictadura fue fundar ese individualismo, egoísmo e injusticia, que son los valores que se han instalado. Falta el valor de la solidaridad, de la unidad, y en estos momentos el estallido ha colocado esto en el tapete, lo del 10% de las AFP, del No + AFP, que es un sistema que viene de esa época, que nos prometió seguridad social para la vejez y al final terminamos con una migaja, menos del mínimo para poder vivir después de haber trabajado toda la vida. Y quiénes están manejando y lucrando de los fondos de los trabajadores son las grandes empresas, grandes consorcios, ese es el capital que están usando. O sea, utilizan el capital de la mano de obra en la explotación y después utilizan el capital de las reservas que el trabajador pudo haber acumulado para poder vivir en su vejez. Toda la vida han estado explotando y siguen explotando.

Con respecto al muralismo que se apodera de los espacios públicos. ¿Cuáles serían las características de un muralismo chileno, si es que es posible hablar de una corriente de ese tipo?

Claro que es posible, el arte de la calle tiene que ver con una lucha cultural, popular, en contra de la cultura opresora o hegemónica, es una cultura liberadora. Todos los movimientos sociales, en la medida en que van progresando y avanzando, van dando fruto a una cultura popular, a su propia cultura. Cuando hablamos de la Violeta hablamos de cómo ella se nutre del canto, del canto popular, y cómo le da fuerza para hacer las creaciones que hizo. Eso es cultura nuestra y el mural de la calle tiene que ver con eso. Las brigadas, la conformación de los movimientos sociales, la propaganda, el rayado de las calles, la apropiación de ese muro es parte del diario vivir, de la bitácora social de cómo los titulares de los diarios se expresan en la calle, es nuestra cultura liberadora, y eso es una expresión muy importante porque se da en algo colectivo, anónimo, efímero, contingente, que incita, moviliza, educa, que proyecta y da ideas. 

Extracto de la entrevista realizada el 24 de julio de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Derribar el Premio Nacional

Este año, se entrega el mayor galardón estatal en Literatura, y una campaña de la agrupación de Autoras Chilenas (AUCH) aboga para que se le entregue a una mujer poeta, la que se sumaría a la  única mujer premiada en ese género en la historia del premio: Gabriela Mistral. La crítica literaria Patricia Espinosa presenta su visión sobre el tema y lo pone en debate: “Las poetas postulantes tienen méritos de sobra y este reconocimiento debiera servir para comenzar a  resarcir en parte el histórico maltrato que han sufrido las poetas en Chile. Pero aun así y aunque vinieran 20 premiaciones más a mujeres, la historia de este premio seguirá siendo el mayor símbolo del dominio patriarcal en la literatura nacional y con ello de todas sus prácticas de silenciamiento, monopolización de la voz y construcción del canon por parte de los hombres”.

Por Patricia Espinosa H.

Este año se otorga el Premio Nacional en mención poesía y los nombres más resonantes y las escrituras más contundentes son de mujeres; no debería quedar duda alguna que este año sí o sí debe ganarlo una mujer y al hacerlo sería la primera vez que en dos entregas consecutivas lo ganan mujeres. ¿Algo para celebrar? Sí, por supuesto. Las poetas postulantes tienen méritos de sobra y este reconocimiento debiera servir para comenzar a  resarcir en parte el histórico maltrato que han sufrido las poetas en Chile. Pero aun así y aunque vinieran 20 premiaciones más a mujeres, la historia de este premio seguirá siendo el mayor símbolo del dominio patriarcal en la literatura nacional y con ello de todas sus prácticas de silenciamiento, monopolización de la voz y construcción del canon por parte de los hombres. 

La única poeta mujer ganadora del Premio Nacional ha sido Gabriela Mistral, quien lo recibió en 1951, cinco años después del Nobel.

El Premio Nacional de Literatura es un galardón creado por el patriarcado para el patriarcado, la inclusión de mujeres en el listado siempre ha sido una anomalía. De hecho cualquier varón, poeta o narrador mediocre o definitivamente sin mérito alguno, ha tenido siempre mil veces más posibilidades de ganárselo que cualquier mujer. El listado está plagado de ejemplos y en la sala de espera del premio hay una multitud de hombres al acecho. A tanto ha llegado esta práctica, que la hemos naturalizado,  como si fuera “normal” la exclusión de género, llegando a celebrar cuando gana una mujer. Conformarnos con la excepcionalidad es hacernos cómplices de la política sexista que destila este galardón. En este mismo momento los ataques a las poetas postulantes se multiplican en las redes sociales. Se les ha cuestionado  su condición ya sea de feminista, regionalista o, insólitamente, el hecho de ser “eterna candidata”. Esto ha venido tanto de parte de los hombres, mayoritariamente, como de mujeres. Lo cual tiene una explicación fácil: el patriarcado, que está conformado no sólo por varones sino también por mujeres patriarcalizadas, ha salido a defender su territorio con una fuerza pocas veces vista en sus escrituras literarias. 

Es más, la violencia contra las mujeres de este galardón ha sido tan desmesurada que históricamente la misoginia no ha sido obstáculo alguno para llevárselo. Así, poetas claramente machistas y misóginos de la envergadura de Neruda, Zurita, Rojas, Parra, Barquero, pueden lucir campantes su pasaporte a la inmortalidad literaria, mientras multitud de mujeres escritoras se han muerto esperando un reconocimiento. 

Tengo claro que ya van a salir con que las feministas queremos quemar los libros escritos por hombres y destruir las bibliotecas. A pesar de que es una estupidez, se hace tan constante que hay que responderla. No pretendo evitar su lectura ni remitir sus obras al bote de la basura, pero sí incitar a leer sus obras desde una mirada antipatriarcal. Para eso hay que comenzar por las representaciones de la mujer y de la masculinidad que sus escrituras levantan. El resultado es la imagen de la mujer desde el conjunto madre-virgen-prostituta-bruja-feminazi. 

Resulta verdaderamente ridículo que en pleno siglo XXI tengamos que estar justificando la presencia de mujeres postulantes. Solicitando, además, un jurado paritario en términos de género, lo cual no siempre ocurre; clamando, incluso, por representantes diversxs que aseguren un criterio desligado de lobby o intereses extraliterarios. ¡En treinta años de democracia sólo dos mujeres, Allende y Eltit, han obtenido el premio! ¡Dos en treinta años! Que una mujer obtenga el galardón no debiera ser nunca más una apertura circunstancial del canon, de la ley del patrón. Para ello es necesario elaborar y poner en práctica una política de la diversidad que permita romper de una vez y para siempre con el criterio sexista que articula a este Premio. 

Sólo dos mujeres han sido galardonadas con el Premio en estos últimos 30 años: Isabel Allende, en 2010 y Diamela Eltit, en 2018.

Reparar la exclusión de las autoras es posible y esto no pasa solo por premios o por ponerles nombres femeninos a bibliotecas o parques, sino por la destrucción del canon masculinizante y de todos los efectos que su predominio conlleva. Más allá de eso, lo que queda es una reflexión sobre la cultura del patronazgo y la necesidad de derribar su representación estatuaria. Llegó el momento de pensar en derribar unas cuantas estatuas oprobiosas. Nuestra literatura está plagada de estatuas que debemos eliminar y el Premio Nacional ha sido la mayor fábrica de estatuas literarias para la consolidación del canon masculino y la violenta exclusión de la producción literaria de mujeres. 

Vivimos en un contexto político-cultural necromachista, donde el fin último es hacer desaparecer cuerpos, escrituras y autoras. Los retoques y maquillajes con los cuales hoy el patriarcado intenta cambiarle el rostro a su sistema de dominio serán incapaces de hacernos olvidar que el Premio no es más que una pequeña muestra de la violencia con que la cultura dominante ataca a los cuerpos de las mujeres para exigirles su sometimiento. 

Para ser más clara, nos enfrentamos a dos opciones: reformular las bases del Premio, esto significa normar para que se alternen ganadores masculinos y femeninos o que derechamente el Premio desaparezca. Yo opto por su desaparición y la creación de otro tipo de reconocimiento a la labor de escritoras y escritores, obviamente bajo un estricto sistema de paridad, en tanto no se elimine la odiosa binariedad que parece ser la ley que rige todas las decisiones estatales. Ya no estamos para migajas, ha sido suficiente con la denigración constante que los gobiernos continúan ejerciendo contra las mujeres. No más escritoras premiadas cada treinta años que sirven para lavar la imagen del Premio o reformulaciones que en la práctica pierden toda relevancia. Más de lo mismo no tiene sentido. 

En tiempo de pandemia, la violencia hacia la mujer ha recrudecido. Las figuras de varones pululan en los medios de prensa y mesas de asesoría sanitaria exponiendo sus saberes científicos y políticos, pero basta que alguna mujer se atreva a levantar la voz para que las hordas patriarcales desaten su furia contra ella. Alejandra Matus e Izkia Siches son los ejemplos más claros en este periodo, agredidas constantemente por investigar y denunciar la catástrofe en las que el gobierno nos tiene sumergidxs. Las cifras de violencia intrafamiliar crecen y crecen de manera abismante. Las mujeres se encuentran recluidas haciendo teletrabajo y realizando labores de cuidado familiar. La cesantía ha golpeado especialmente a las mujeres. A pesar del épico 8 de marzo las mujeres no hemos conseguido transformaciones profundas que por lo menos equilibren el panorama. En este contexto, la actual preocupación por un premio literario podría sonar exagerada, pero contra el patriarcado y su política de silenciamiento o muerte no hay pelea chica.

Hay que dejarlo claro, este año sí o sí el Premio Nacional de Literatura debe ser para una mujer y es de esperar que en los siguientes dos años el territorio sobre el cual establecemos esta discusión haya cambiado lo suficiente para no tener que volver a la carga en defensa de las narradoras, cosas que claramente vamos a hacer.

Juntas pero no revueltas: la cruzada por relevar a poetas mujeres camino al Premio Nacional

Rosabetty Muñoz, Carmen Berenguer y Elvira Hernández son las tres poetas que compiten por el Premio Nacional de Literatura 2020 y la asociación de Autoras Chilenas (AUCH) manifestó su apoyo a todas las candidatas por igual. En un espacio donde los respaldos individuales son la norma, nominadas y escritoras analizan las complejidades de destacar a todas las voces femeninas.

Por Florencia La Mura

Las puedes contar con los dedos de una mano: Gabriela Mistral, Marta Brunet, Marcela Paz, Isabel Allende, Diamela Eltit. Desde las redes sociales del colectivo de Autoras Chilenas (AUCH) son enfáticas: solo cinco de las 54 veces que ha sido entregado el Premio Nacional de Literatura, éste ha recaído en mujeres. El galardón estatal más importante y longevo en Chile, fue creado en 1942 para apoyar financieramente a un gremio que no conseguía vivir de sus derechos editoriales y a la vez para ser un reconocimiento a quien “haya consagrado su vida al ejercicio de las letras y haya recibido la consagración por el juicio público”. La historia y los números reflejan una evidente disparidad entre hombres y mujeres que han recibido el premio, donde influyen múltiples factores. Es por eso que escritoras que forman parte de AUCH y poetas nominadas al Premio Nacional sacan a la luz sus encuentros y desencuentros cuando se habla de la escritura de mujeres.

Las candidatas poetas de este año: Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández.

Autoconvocadas y heterogéneas

“Un sol delicado alumbra el tránsito

de los que vamos

sin apuro a ninguna parte”.

Marea Roja (extracto) – Rosabetty Muñoz

“Es muy rico poder compartir con autoras, con una serie de preocupaciones y problemas en común. Desde gente que tiene un recorrido internacional importante hasta quienes están empezando y que a lo mejor tienen un libro publicado. Me hubiera encantado con 25 años haber podido entender cómo funcionaba este mundo, con todas sus limitaciones, problemas e injusticias”, reflexiona la escritora Lina Meruane, sobre el colectivo del que es parte, al teléfono desde Nueva York. Autoras Chilenas (AUCH) es una agrupación que nació en abril de 2019, luego de que un grupo de mujeres relacionadas al mundo del libro caminaran juntas para el Día internacional de la Mujer, el 8 de marzo. Un mes después, se autoconvocaron para reunirse y discutir cómo funcionaría su agrupación. Autoconvocado, transversal, feminista y horizontal son los términos que resaltan de sus primeras declaraciones. Un año y medio después, el colectivo integrado por diversas caras visibles de la literatura local, además de editoras, ilustradoras y académicas, sigue constante en su afán de visibilizar mujeres autoras desde una mirada política.

Lo que comenzó con un breve comentario en Twitter a fines de junio terminó siendo una campaña como tal. AUCH planteó una postura de apoyo a las tres candidatas mujeres de este año al Premio Nacional de Literatura. “Sabemos que los premios son un gesto político y en el caso de las mujeres se ponen siempre en desmedro”, conversa la escritora Pía Barros, también parte de AUCH, explicando la cruzada por visibilizar a Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández por igual. “Las tres candidatas son de una diversidad espectacular”, reflexiona Barros, “está la etnopoesía de Rosabetty Muñoz, que además es de Chiloé, tierra de poetas. Si hay una escritora local que rescata ese lenguaje chileno y esa forma de articular una historia es Carmen Berenguer, su desenfado es indiscutible, de hecho ha sido premiada en muchas partes y no tiene el Nacional. Si miras a Elvira Hernández tiene solidez, arrastre, esa capacidad de mostrarnos un Chile que no queremos ver”, ahonda la escritora, destacando su obra, temática y consistencia.

Respecto al Premio Nacional en sí, para Pía Barros, su estado actual es “inmoral” de parte de un Estado se vuelve insuficiente. “Cuando dices ‘una vida dedicada a la literatura’, son todos, muchos, cientos, los que están en Chile y con una solidez en su obra que es absolutamente merecido. El premio pasa a ser una migaja y como un aval de jubilación”, explica. ¿Cuál sería la solución? Barros propone desde una modificación del premio a una modalidad anual (actualmente se entrega cada dos años) hasta un cambio completo en la estructura cultural de nuestro país. “Chile cree ser vanguardista, pero es muy snob”, explica, mencionando además que el hecho de difundir múltiples voces, sin poner a pelear las unas contra las otras, es un gran primer paso. Según Barros, el Premio Nacional debiera ser una discusión en el sentido de incorporar a sectores de la literatura más allá de lo académico. “Debe haber pares e instituciones que son parte del mundo de la literatura, que no estén presentes y sean parte permanente de un equipo de trabajo”, agrega.

Mujeres escritoras v/s escritura de mujeres

“(..) no estoy obligada a escuchar palabras

de un pequeño dios que me ahoga con ingredientes sempiternos”

Oda a mi huerto de pelos (extracto) – Carmen Berenguer

Un tema complejo que vuelve a asomarse en la discusión por potenciar mujeres en un área es el hablar sobre “escritura femenina”. Si bien no es nueva, cada cierto tiempo se vuelve al tema, sobre como el potenciar mujeres debe diferir de una “literatura femenina” en el sentido de que no por ser mujeres se escribe sólo de ciertos temas, lo que sería caer en una nueva división sexista. Así lo ha señalado, entre otras, Diamela Eltit, última Premio Nacional y quien integra el jurado de este año -con mayoría de mujeres- junto a la Ministra de Cultura, Consuelo Valdés; el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, un representante de la Academia de la Lengua, un representante del Consejo de Rectores, dos personas expertas designadas por el Ministerio de Cultura, la ensayista y primera director mujer de la Academia Chilena de la Lengua, Adriana Valdés y la investigadora, académica y en experta en lengua mapudungún, María Isabel Lara.

Contemporáneas todas, las poetas nominadas reconocen el trabajo de las otras, con quienes además cruzaron caminos en distintas ocasiones. Carmen Berenguer recuerda los años 80 como un “lugar clave de una ‘otra poesía’ escrita por mujeres, que escapaba del yoismo y ponía el cuerpo de la mujer al centro de la escritura”. “Si para algo sirve toda esta exposición pública, aspiro a que una parte de la comunidad, empiece o amplíe su lectura de poesía”, comenta Rosabetty Muñoz.

 “Más allá de que sea una cruzada -una palabra con un airecillo bélico- me parece una excelente iniciativa. Haría de ella una manifestación continua que superara la circunstancia de esta triple nominación de poetas mujeres para mostrar lo que hoy se está escribiendo en todo el ámbito literario nuestro”, reflexiona Elvira Hernández respecto a su nominación, agregando que tanto como el reconocimiento a la trayectoria, importa todo lo nuevo y lo oculto. “Necesitamos de un movimiento de lectura y escritura que dé cuenta de lo que ya está ahí, que ha salido de manos más jóvenes y que no puede quedar congelado. En estas duras condiciones de existencia se espera por una palabra viva y la que traen las nuevas escritoras viene palpitante”, agrega la autora de La bandera de Chile

Por otro lado, Rosabetty Muñoz, siente su nominación no solo como un reconocimiento a las mujeres, sino además a la escritura desde regiones. “Así como las mujeres han estado fuera de la lista de premiados, tampoco la escritura de las provincias que se produce en lugares apartados del país, que apuesta por la participación en el desarrollo del pensamiento y el arte desde otros puntos del territorio, ha sido señalada en la lista de Premios Nacionales”, menciona, agregando que Stella Díaz Varín, Winnet de Rokha, Cecilia Casanova y Paz Molina, por nombrar algunas que tampoco han obtenido el Premio Nacional, desde hace décadas debieron ser miradas y leídas. 

Desde otra vereda, Carmen Berenguer, postula que “es demasiado categórico pensar que existen solo dos géneros literarios solamente”, en relación a la entrega del premio solo por novela y poesía. Agrega, además, que el reconocimiento de una trayectoria dedicada a la palabra y la ausencia de mujeres se aloja bajo un sistema que incluye universidades, academias, carreras literarias, librerías, medios y páginas literarias, las que replican una lógica tanto competitiva donde se prioriza lo comercial. Bajo esa mirada, explica que “lo que más le ha costado a la escritora de literatura es hacerse de una voz y singularizar su apuesta literaria”, y por ende considera que la propuesta de AUCH borra en vez de destacar, haciendo aún más difícil que una mujer efectivamente logre ganar.

El caso Mistral

En un pie

la garza

sostiene la tarde.

En los bajíos – Elvira Hernández 

En su ensayo de 1983 “Cómo acabar con la escritura de las mujeres”, la autora estadounidense Joanna Russ reflexiona sobre las críticas que han debido enfrentar las mujeres en este espacio de la palabra. Desde el anonimato casi forzado, a una lectura particular -solo por el hecho de ser mujeres- o incluso a medirlas según la vara masculina: a Marta Brunet, como bien recuerdan las AUCH en sus redes, se le destacaba por “escribir como hombre”. Russ plantea, en síntesis, que a las mujeres siempre se las ha analizado desde una óptica blanca y heteropatriarcal, y donde cuya libertad ha sido solo un decir. “El truco reside en hacer que la libertad sea tan sólo nominal y después […] desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes”. 

Desde la literatura local, el caso más evidente y mencionado al hablar de mujeres premiadas es el de Gabriela Mistral, quien recibió el Nobel de Literatura en 1945 y recién cinco años después, en 1951, el Nacional de Literatura, el último en ser otorgado a una mujer poeta. Además de este desaire histórico a su carrera, por supuesto que el legado de Mistral fue cubierto con un manto de despolitización. Como analiza Russ, el peso de la lectura hacia las mujeres tiene una carga histórica gigante, pero ¿podemos aprender a leer a las autoras mujeres sacándoles la lectura patriarcal? “El caso de la Mistral es muy evidente, porque se le negó su irreverencia, su potencia política, que está en muchos de sus escritos ensayísticos, incluso poéticos y se la leyó desde una figura preestablecida a la que ella en realidad no corresponde, que es de la mujer sufriente, la viuda, la virgen, la maestra rural. Se le negó una vida compleja en el relato”, analiza Lina Meruane, quien trabajó en Las Renegadas, antología de la poeta chilena donde la escritora fue consciente de dejar fuera esta carga que había sobre su lectura para dejar ver tanto lo que Mistral era, como aquello que ocultaba. “Ella es muy hábil hablando de ciertas cuestiones, por un lado mostrando y por el otro tapando, una estrategia del siglo XX sobre todo para escritoras queer, que muestran lo suficiente para que el lector o lectora pueda leer lo que está tratando de decir”, agrega Meruane.

“Así como las mujeres han estado fuera de la lista de premiados, tampoco la escritura de las provincias que se produce en lugares apartados del país, que apuesta por la participación en el desarrollo del pensamiento y el arte desde otros puntos del territorio, ha sido señalada en la lista de Premios Nacionales”.

rosabetty muñoz, poeta chilota y candidata al premio.

La cruzada de la AUCH ha generado el ruido suficiente como para poner en conversación la diversidad de autoras locales, con o sin reconocimiento institucional de por medio. De haber premios, conversa Meruane, la contienda es desigual al momento de competir con hombres y también se replica junto a otras mujeres “en instancias que han sido creadas y definidas por un sistema patriarcal, masculino, de jurados de hombres”, detalla, la autora de Sangre en el ojo. Pero como la historia es cíclica, ya lo mencionaba Virgina Woolf en su clásico de 1929 Un cuarto propio: cuando lee a las mujeres de la época, siempre están compitiendo por un hombre o por un favor masculino, en vez de solidarizar entre ellas. 

Se suma el hecho de que tanto en la cima como en la base, la prevalencia de hombres sigue siendo mayor. En una búsqueda rápida, un estudio español del 2019 demuestra que los hombres siguen escribiendo más que las mujeres, a pesar de ser ellas quienes más consumen libros. El sistema está construido de manera masculina y permea desde la escritura, hasta cómo se desenvuelven los autores entre pares. “Uno de los problemas es que el canon está construido de manera tan masculina así como el sistema de recomendaciones, que no se lee a las mujeres, no se sabe de ellas y por lo tanto no se las considera”. Tres mujeres nominadas al máximo galardón nacional en letras aparece como un pequeño primer paso en pensar un futuro donde la escritura de las mujeres sea reconocida, con o sin premios de por medio. 

Lee la columna de Patricia Espinosa H, relacionada con este tema: Derribar el Premio Nacional

La persistencia de Lotty Rosenfeld, la artista que desafió por cuatro décadas al poder

A fines de los 70 integró el grupo CADA, con quienes enfrentó a la dictadura de Pinochet a través de polémicas acciones de arte en el espacio público. Su trayectoria estuvo marcada por las cruces que dibujó en varias ciudades del mundo como símbolos contra el autoritarismo. En 2015 expuso en la Bienal de Venecia y el año pasado fue candidata al Premio Nacional de Arte. Se fue sin recibirlo. Falleció este viernes, a los 77 años, a causa de un cáncer al pulmón.

Por Denisse Espinoza A.

Una simple línea vertical marca la diferencia entre menos y más. Una simple línea que cambia el significado completo de un mensaje y que en manos de Lotty Rosenfeld se transformó en una acción de rebeldía y resistencia contra el autoritarismo de la dictadura de Pinochet. En diciembre de 1979, la artista egresada de la Universidad de Chile realizaba su primera acción pública: Una milla de cruces sobre el pavimento, en la que trazó líneas horizontales sobre las verticales que dividen las pistas de autos en Avenida Manquehue. La performance, registrada en video, se transformó en una de las obras icónicas de la artista que durante cuarenta años siguió replicándola en lugares emblemáticos del poder como las afueras de la Casa Blanca en Washington DC, la Plaza de la Revolución en La Habana y la frontera entre Alemania oriental y occidental. A medida que el gesto se multiplicó, el alcance político y teórico de su obra también se profundizó.

Carlota «Lotty» Rosenfeld integró a fines de los 70 el grupo CADA y a partir de 1983 el movimiento Mujeres por la Vida.

En 2007, Rosenfeld fue invitada a la Documenta Kassel, Alemania, una de los principales encuentros de arte en el mundo, y en 2015 representó a Chile en la Bienal de Arte de Venecia, junto a la fotógrafa Paz Errázuriz, en un pabellón curado por la teórica Nelly Richard. Su obra, además, es parte de prestigiosas colecciones como la Tate Gallery de Londres, el Museo Guggenheim de Nueva York y el Malba de Argentina. Sus credenciales la hicieron varias veces candidata favorita para el Premio Nacional de Artes Visuales, galardón al que fue postulada por última vez el año pasado, pero que nuevamente no recibió. Este viernes, la artista falleció, a los 77 años, debido a un cáncer de pulmón que la aquejaba hace largo tiempo. Su legado pionero en el formato de la performance, el videoarte y la instalación la dejarán inscrita de por vida en la historia del arte chileno.

“La muerte de Lotty es un golpe fuerte para las mujeres artistas chilenas. Era una hermana mayor, una mujer increíble, sabia y libre, y una artista icónica y gigante, sobre todo tenaz, y de una resistencia ética y estoica absolutamente admirables”, dice la artista Voluspa Jarpa, quien apoyó su candidatura el año pasado junto a otros artistas, escritores y figuras de la cultura como Raúl Zurita, Gonzalo Díaz, Diamela Eltit, Sol Serrano y Alfredo Castro.

Nacida el 20 de junio de 1943, Carlota Eugenia Rosenfeld Villarreal, más conocida como Lotty, fue una de las pioneras del arte conceptual y performático de finales de los 70 e integró lo que posteriormente se conoció como Escena de Avanzada. De forma paralela a sus obras individuales, integró el Colectivo de Acciones de Arte (CADA) junto al artista Juan Castillo, la escritora Diamela Eltit, el poeta Raúl Zurita y el sociólogo Fernando Balcells, con quienes entre 1979 y 1983 realizó diversas y polémicas obras en el espacio público como resistencia a la dictadura. Luego de eso, Lotty trabajó de manera individual en performances e instalaciones, pero también en la recopilación y edición de imágenes en video, con las que siguió entregando un mensaje político contra la obediencia ciega a la autoridad, que cuestionó los discursos oficiales. “Sin renunciar a las matrices que recorren mi obra, me he propuesto trabajar en las zonas que presagian un nuevo escenario, donde se cursan batallas políticas, económicas y culturales. Batallas que se juegan en el territorio de las imágenes y de la tecnología y sus procedimientos comunicativos. He utilizado el sonido como instrumento estructurador de obra. Me ha interesado explorar el discurso fónico, donde la voz testimonial se interconecta con la voz oficial para poner en escena la ‘otra versión’, aquella sumergida por los discursos dominantes. Hoy el neoliberalismo promueve formas de arte que tienden al espectáculo, pienso que lo importante y lo productivo es poner en el espacio público producciones artísticas incómodas a las operaciones de mercado”, contaba la artista respecto a cómo había desplazado su trabajo a otros soportes en una entrevista concedida el año pasado ad portas a su candidatura al Premio Nacional.

En esa ocasión, Lotty también hizo memoria de su trabajo junto al CADA, que partió en octubre de 1979 con la obra titulada Para no morir de hambre en el arte, donde a través de varias acciones abordaron el problema de la pobreza extrema, dotando a la leche del poder simbólico para representar un problema político irrepresentable. Hoy la obra cobra inusitada vigencia en el Chile pandémico y postestallido social.

El colectivo repartió 100 litros de leche entre los pobladores de La Granja en bolsas de medio litro, aludiendo a la política de alimentación infantil de Salvador Allende; consiguieron que camiones de leche Soprole se estacionaran frente al Museo Nacional de Bellas Artes, donde antes habían clausurado la entrada con un lienzo blanco, afirmando que el arte estaba fuera y no dentro del edificio; y distribuyeron frente al edificio de la Cepal el texto No es una aldea, con reflexiones como esta: “cuando el hambre, el terror conforman el espacio natural en el que la aldea se despierta, sabemos que nosotros no somos una aldea, que la vida no es una aldea, que nuestras mentes no son una aldea; sabemos también que el hambre, el dolor significan todos los discursos del mundo en nosotros”. El grupo hizo historia y Lotty seguiría en esa línea con obras que siempre trascendieron la contingencia política de su época.

Intervención de cruces frente al Palacio La Moneda, 1985.

“Las acciones generalmente nos tomaban sólo algunas horas llevarlas a cabo, sin embargo, su logística podía demorar meses para conseguir el objetivo planificado”, contaba la artista el año pasado, quien además recordó los pormenores de Ay, Sudamérica, acción realizada el 12 de julio de 1981, en la que el colectivo logró que seis avionetas sobrevolaran Santiago lanzando textos poéticos. “Esta obra nos llevó más tiempo y mayor astucia. Fue necesario dirigirnos a varios municipios de la periferia de Santiago para solicitar autorización de sobrevolarlos y dejar caer ‘algunos’ volantes poéticos. El texto, que se imprimiría en 400 mil ejemplares, tuvo que ser corregido varias veces hasta que fue aceptado por cada uno de los alcaldes. Ya con la autorización de tres o cuatro comunas, nos conseguimos seis pilotos civiles de avionetas, quienes ni siquiera leyeron los permisos, pero les encantó el texto. Les pedimos que sobrevolaran lo más al centro de la capital que fuera posible. Al aterrizar nos estaba esperando una patrulla de Carabineros. Habían caído panfletos sobre una comisaría de Independencia. Nos llevaron al retén donde el susto y las aprehensiones policiales se solucionaron con unas disculpas y un cheque”, rememoró la artista.

Su compañero de labores en el CADA, Juan Castillo, la trae a la memoria hoy. “Los recuerdos son muchos y se atropellan. En todo colectivo las dinámicas son diversas porque los roles pueden variar y variaron muchas veces, pero fundamentalmente con ella nos ocupábamos más de la visualidad de los trabajos que desarrollamos. En todo caso, mi relación con Lotty es de antes del CADA y siguió mucho después, era ella quien me importaba, ella y su obra”, dice el artista visual radicado en Suecia. “Su trabajo es icónico, porque abrió muchos sentidos. La posibilidad de intervenir nuestra señalética cotidiana, abrir muchas lecturas que, pasando por el No+ del CADA, fue a marcar el No para la vuelta a la democracia y sigue vivo hoy en día en todas las manifestaciones sociales”, agrega Castillo.

Por su parte, el poeta y Premio Nacional de Literatura, Raúl Zurita, prefiere dedicarle un verso a quien también fuera su compañera de colectivo.

“Casas de 40 pisos 

muchedumbres de color 

millones de circuncisos 

y dolor dolor dolor

Adiós Lotty Rosenfeld”

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El legado de una artista feminista

Tras la desarticulación del CADA en 1983, Lotty Rosenfeld siguió ligada a las acciones de arte cuando se integró al movimiento Mujeres por la Vida, que reunió a mujeres opositoras a la dictadura de diversas profesiones, afiliaciones políticas y orígenes sociales, pero que tenían la meta común de restaurar la democracia. Entre ellas estuvieron las periodistas Mónica González y Patricia Verdugo, la escritora Diamela Eltit y la fotógrafa Kena Lorenzini. Esta última trabó una estrecha amistad con Lotty Rosenfeld. “Nos conocimos y enganchamos altiro por el sentido del humor que ambas teníamos y porque además era artista visual y a mí me encantaba ese mundo, y nos hicimos muy amigas. En Mujeres por la Vida ella era pieza fundamental, decidía la visualidad, cómo iba a ser la forma en que iban a hacerse las acciones del colectivo. En el fondo, hacía carne nuestras ideas”, cuenta Lorenzini.

«Mi trabajo es un relato visual que se niega a concluir porque transita a la par de una historia que va otorgando nuevos relieves y sumando nuevos sentidos a la obra»

Lotty rosenfeld, 2019

“Ella era una creadora total que vivía del arte, para el arte y por el arte, y también por el sueño del final de todo este sistema. Era, por sobre todo, una persona muy libre, que se autogobernaba, que hacía lo que ella pensaba y quería hacer, y eso era muy hermoso y un ejemplo de vida. Para mí fue clave encontrarme con una mujer así, estar al lado de una persona que pensara todo lo contrario a lo que pensaba la gente que circulaba por el mundo”, agrega la fotógrafa.

En Mujeres por la Vida, Lotty Rosenfeld siguió trabajando codo a codo con Diamela Eltit. Juntas realizaron una serie de entrevistas a mujeres fundamentales para el movimiento feminista chileno. Así, entrevistaron a la sufragista Elena Caffarena (1903-2003); a la primera mujer en ocupar un escaño en el Senado, María de la Cruz (1912-1995); a la diputada socialista Carmen Lazo (1920-2008); a la socióloga y política Mireya Baltra (1932) y a la profesora Olga Poblete (1908-1999), entre otras. El archivo inédito fue donado el año pasado por las artistas al Centro de Estudios de Literatura Chilena (CELICH), de la Facultad de Letras UC.

Sin embargo, la obra emblemática en la trayectoria de Lotty Rosenfeld sería sin duda la Milla de cruces… y el signo No+. Para ella la continuidad de ese trabajo fue también la constatación de una tensión política que ha seguido repitiéndose en la historia de las sociedades. “He insistido sobre la circulación de los discursos con que se ordena a los cuerpos individuales, haciéndolos políticamente sumisos. No sólo he persistido durante años en el trabajo con el signo (+), sino que he realizado obras en distintos lenguajes y soportes que muestran los procedimientos automáticos de sometimiento. Mi trabajo es un relato visual que se niega a concluir porque transita a la par de una historia que va otorgando nuevos relieves y sumando nuevos sentidos a la obra”, decía en 2019 sobre el motor de su trabajo.

Registro de la intervención en Documenta Kassel, en 2007.

Para el artista Camilo Yañez, Lotty Rosenfeld logró algo difícil, pero trascendental en el mundo de la visualidad. “Lotty construyó un signo mínimo, particular que se volvió universal. Reivindicó a las mujeres sus derechos y sus luchas, reivindicó la disidencia y finalmente logró darle lugar y voz al desacato frente a las injusticias de este país y del mundo”, dice el también curador quien trabajó con la artista en varias exhibiciones, la última fue Otrxs Fronterxs, el año pasado. “Mi último contacto con ella fue en marzo pasado, estábamos coordinando la entrega de sus obras después de la desmontar  en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos donde participó con múltiples fotografías de sus acciones. La pandemia y la cuarentena impidieron el encuentro. Siempre fue una artista, generosa, comprometida y coherente. Era, sin lugar a dudas, una merecedora del Premio Nacional”, agrega Yañez.

Aunque Lotty disfrutó del reconocimiento de su obra, durante su trayectoria también debió sortear la censura y el desconocimiento, incluso en contextos altamente artísticos, como en 2007, durante su participación en la Documenta Kassel, cuando la reversión de su obra Una milla de cruces sobre el pavimento fue destruida por error por el servicio de limpieza de la ciudad. “Más allá de la anécdota, esto habla del carácter irrecuperable de mi obra. El que hubieran retirado y botado a la basura toda la milla de cruces trazadas en la noche anterior a la inauguración reafirmó la vigencia de mi obra. Afortunadamente, la acción alcanzó a ser registrada en video y fotografía, por aire y por tierra. Tengo las más bellas imágenes de este trabajo, pero mi propósito de que Google Earth hubiera recogido esta milla de signos (+) se vió frustrada”, contó el año pasado.

En estos últimos años, la artista mantuvo su trabajo en el espacio público. En 2018 realizó tres acciones: en la puerta de Alcalá en Madrid, frente al Coliseo en Roma, y en el puente del Cuerno de Oro en Estambul. Esta última fue en reemplazo de una intervención que la artista había intentado realizar desde 1997: trazar un signo (+) al centro de uno de los puentes del Bósforo que une Asia y Europa, usando como horizontal la estela que deja una embarcación al cruzarlo. La situación política y el financiamiento impidieron hacerla. “Las migraciones, el tránsito libre en las fronteras y los traspasos generacionales se unen en este proyecto que quedará como desafío legado”, decía Lotty el año pasado.

Intervención artística de Delight Lab para el 8M de 2018, inspirada en la obra de Lotty Rosenfeld.

Ese legado, sin embargo, ya estaba en marcha. En 2018, el colectivo Delight Lab -que se han hecho conocido por sus proyecciones vinculadas a la protesta social- homenajeó a la artista para el 8M, proyectando el No+ en los edificios ubicados sobre el Teatro de la Universidad de Chile, en plena Plaza Italia. Esta noche volverán a hacerlo con una nueva proyección en el edificio Telefónica a raíz del fallecimiento de Lotty Rosenfeld. “Para nosotros es un referente directo en nuestro actuar. Finalmente, ella lleva el discurso crítico a un formato artístico, al espacio público, y se toma ciertos aspectos de la ciudad para poner en cuestionamiento las injusticias, sobre todo durante la dictadura y en su proyecto Mujeres por la Vida. El 2018 la contactamos y de inmediato nos dio su apoyo para el proyecto y luego supimos que había quedado muy contenta. Por eso, para nosotros es un súper potente referente, y si bien sentimos la pérdida de su muerte, al mismo tiempo queremos celebrarla como artista, porque su obra está más que vigente”, afirma Octavio Gana, miembro de Delight Lab.

Pandemia y pobreza: ¿el castillo de naipes era el modelo?

Los pronósticos no varían demasiado: cientos de miles –si no millones– de chilenos pasarán a ser pobres y los que ya lo son, lo serán aún más. Especialistas coinciden en ver la pandemia como una tormenta perfecta para un país marcado por la vulnerabilidad de su población y economía. Si la mayoría vivía en un ascensor que subía y bajaba de la línea de la pobreza, el Coronavirus le cortó los cables. Y no es claro cómo sacarlo del fondo.

Por Francisco Figueroa

A fines de 2019, la Plaza Italia de Santiago era el epicentro de un masivo levantamiento social que decía que la dignidad depende de mucho más que de poder llevarse algo de comer a la boca. Unos meses más tarde, el mismo espacio, rebautizado popularmente como Plaza de la Dignidad, es caja de resonancia de la menos ambiciosa pero mucho más desesperada lucha por evitar que el hambre cause más estragos que el Covid-19. 

Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Este cambio en el contenido de los imaginarios colectivos del país refleja la abrupta caída de las expectativas económicas y sociales tras la pandemia del Coronavirus. Al pronóstico de la Cepal sobre un aumento de la pobreza absoluta en Chile de aproximadamente 4% se suman las preocupantes cifras que arroja el INE sobre el último trimestre: la tasa de ocupados bajó en 16,5% y el desempleo llegó al 11,2%.

Estas proyecciones y datos se producen en un panorama económico todavía incierto y con una relativa “ceguera estadística” sobre la evolución real del desempleo y los ingresos por las dificultades que impone la situación sanitaria al levantamiento de datos de calidad. Lo que es claro, sin embargo, es que además de aumentar la pobreza, la crisis desafía la manera en que concebíamos este concepto y las fórmulas que el país había utilizado para intentar reducirla.

Aplanamos la curva… de la pobreza 

Para la socióloga Emmanuelle Barozet, académica e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (Facso) de la Universidad de Chile, la pobreza va a crecer a costa de grupos que considerábamos “de clase media” sin que realmente lo fueran. Desde medidas sociológicas basadas en la ocupación, explica, “la clase media es un grupo consolidado, con contratos estables, profesiones calificadas y mayor capacidad de resistir shocks económicos como el que vivimos”. No supera el 30% de la población, dice. 

Una situación distinta vive el resto de los “ni pobres ni ricos”. “Existe un grupo amplio de trabajadores en Chile, alrededor del 40% de la población, que no son clase media, pues no tienen ocupaciones calificadas ni contratos estables y están endeudados. Es el grupo que se mueve en la informalidad. Ese gran conjunto de sectores ‘trabajadores’, si bien no eran pobres, es el que ahora ve amenazada su situación por pérdida de empleo, enfermedad, muerte de un cercano, obligación a quedarse en casa para cuidar a los dependientes, baja de ingresos”, sostiene Barozet. 

La socióloga Emmanuelle Barozet, académica e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (Facso) de la Universidad de Chile.

El también sociólogo de la Facso, Carlos Ruiz Encina, agrega que el hecho de que estos sectores hayan estado sobre la línea de la pobreza antes de la pandemia no significa que estuvieran mejor preparados que quienes estaban debajo. “A los dos lados de la línea de pobreza la situación social es básicamente la misma, porque lo que hay es un nivel de rotación muy fuerte alrededor de esa línea. A los sectores que están arriba, por lo menos cuatro y hasta cinco deciles, con cualquier cosa que los toques, caen debajo. No se aplanó la curva del Covid, pero sí la de la pobreza”, asegura. 

La rotación y la precariedad laboral, la volatilidad de los ingresos y el endeudamiento, añade Ruiz Encina, son características sobresalientes de estos sectores. Por eso, asegura, las encuestas longitudinales (que miran las trayectorias de los individuos a través del tiempo) dicen más que las encuestas que sacan “una foto”, como la Casen. “Si al momento de la foto había más pega en la casa, saltaste dos o tres deciles arriba de la línea. Y cuando se acaba, caes de nuevo debajo”, afirma. 

Una de las primeras encuestas longitudinales que se aplicaron en Chile la realizó entre 1996 y 2006 la Fundación Superación de la Pobreza (FSP). Su asesor de políticas públicas, Leonardo Moreno, cuenta que descubrieron que “si bien Chile tiene unas tasas de pobreza por ingreso bajas, la cantidad de personas que vive el fenómeno de esa pobreza es extremadamente elevada. Tenemos una entrada y salida constante de la pobreza”. La gente que se mantiene en pobreza por ingresos, explica, no supera el 3%, pero hay aproximadamente un 30% de gente que rota.

“Se pensó que habían llegado por fin a ser clase media, pero su situación era precaria. Eran los ‘vulnerables’, es decir, la clase media para ellos era un espejismo. Incluso el Banco Mundial ha argumentado en estos últimos años que las personas o familias que han salido de la pobreza no son clase media”, abunda Barozet. Y refiere al estudio A vulnerability approach to the definition of the middle class (2011) de esa entidad, que sitúa el umbral de vulnerabilidad en el percentil 60 de la distribución del ingreso en Chile y otros países de América Latina.

Abandonados al mercado 

La no consolidación de estos sectores trabajadores como una clase media mejor preparada para resistir el shock de la pandemia, piensa Barozet, está relacionada con que “la política de superación de la pobreza y de aumento del bienestar de la población estaba centrada en la integración al mercado laboral y el crecimiento económico”. Precisamente, dos de los elementos que están “en pausa o con cifras negativas” por la crisis actual.

Para Ramón López, académico e investigador de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, la vulnerabilidad de estos sectores se ha desarrollado gradualmente a través de los últimos 30 años y “fundamentalmente por la falta de equilibrio entre los bienes de mercado, que sí crecieron bastante, y los bienes públicos y sociales, que no crecieron a la misma tasa”. La crisis generada por la pandemia se agrava, sostiene, al coincidir con los resultados acumulativos de esa vulnerabilidad.

Ramón López, académico e investigador de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile.

A fines de los 90 e inicios de los 2000, afirma López, “teníamos una población más joven que usufructuaba bien de los bienes privados: no resentía tanto la falta de protección social al tener mejor salud y no tener que jubilarse todavía. Se estaba construyendo una vulnerabilidad, pero parte de la población aún no la sentía. Pero cuando la población empieza a envejecer, a enfermarse o cuando pierde el trabajo o tiene un accidente, va sintiendo lo vulnerable que es, porque el Estado no le ofrece nada en esas circunstancias”. 

El egreso de “jóvenes endeudados y de universidades que eran una estafa” y la jubilación de más generaciones bajo el modelo de las AFP, “con profesores pasando de ganar 800 mil pesos a 150 el día que se jubilan”, son para el economista golpes de realidad que desnudan las débiles bases que sirvieron para reducir la pobreza desde los 90. A la pandemia, insiste, “los jubilados llegan con ninguna reserva y la clase media llega endeudada y con muy pocos ahorros, porque tenía que pagar un montón de conceptos que en otros países son gratuitos”. Un problema añadido es que estos grupos “se corresponden con familias que no reciben ayuda o poca de parte del Estado”, señala Barozet. 

El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), de hecho, llega a hogares con hasta 400.000 pesos de ingreso, sólo el 34% de los hogares del país. “Es un problema derivado del hecho de que esa línea de pobreza que no discrimina entre condiciones sociales muy distintas, sí discrimina acceso a beneficios”, dice Ruiz Encina. “Por eso no podría (la línea de pobreza absoluta) ser la base de sustento para una política de beneficios y atención a las economías familiares más vulnerables”. A mayor pobreza, suma el sociólogo, “vamos a ver un aumento y un cambio en la fisonomía de la desigualdad en la sociedad chilena. Cuando la gente se imaginaba lo que había detrás del (Índice) Gini, lo que veía era concentración de la riqueza, a diferencia de pobreza, como en el resto de América Latina”. Ahora la desigualdad crecerá en ambas direcciones, afirma, e ilustra con los fondos de emergencia destinados a la micro y pequeña empresa (Fogape): “se ponen en manos de la banca privada, que utiliza un gasto estatal y lo entrega con intereses. Ese tipo de cosas estimula la concentración de ingresos”.

En el otro extremo, añade Moreno, “nos enfrentamos a una situación que no veíamos hace 35 años. Y es que aparecen en el horizonte personas con inseguridad alimentaria. Tenemos malnutrición, es un hecho de todos los países en desarrollo, pero inseguridad alimentaria no habíamos tenido. Es una vuelta atrás muy fuerte”. Soledad Ruiz Jabbaz, académica de la Universidad de Chile especializada en psicología social y comunitaria, recuerda que los sectores populares “han lidiado históricamente con la incertidumbre, es su estado cotidiano”. Al no saber si el sueldo alcanzará hasta fin de mes o si el próximo habrá trabajo, explica, “han elaborado un sistema de vida en torno a esa incertidumbre. Las familias extendidas viven cerca para poder ayudarse; se vive por generaciones en las mismas poblaciones, por ende, las redes son muy densas”. De ahí el rápido resurgir de las ollas comunes contra el hambre, subraya.

Soledad Ruiz Jabbaz, académica de la Universidad de Chile, especializada en psicología social y comunitaria.

Consultada por la relación de los sectores populares con el Estado, cuyas políticas resultarán fundamentales para contener la pobreza extrema, Ruiz Jabbaz advierte que no es cotidiana y que “cuando aparece, está mediada por mucha burocracia, por la sensación de estar siendo examinados, de tener que demostrar que se es pobre. Para obtener su ayuda uno debe estar dispuesto a ser sometido a un escrutinio, a un proceso humillante, en cierto sentido”. Una presencia que sí es cotidiana “es la represión”, añade, “aunque la sensación más común es de ausencia, de abandono”.

¿Otra forma de repartir y producir? 

Para Emmanuel Barozet, “el tamaño de la debacle social y económica podría empujar a un cambio de las reglas del juego, pues la crisis actual desafía todas nuestras concepciones de lo que es la política sanitaria y social. Incluso los grupos de clase media que no se sentían vulnerables pueden serlo hoy o mañana”. 

Frente a la pregunta de cómo enfrentar dicha debacle, Leonardo Moreno asegura que Chile tiene mayor capacidad que a principios de los 90 para aumentar el gasto público, para “echarle una mano a la gente que está en una situación compleja y reactivar la economía”. El gran problema, a su juicio, “es cómo, a través de la política pública, vamos a determinar quiénes son los beneficiarios, si son titulares de derechos o si vamos a focalizar y cómo”. “Con una rotación tan grande alrededor de la pobreza y un 60% tan homogéneo de la población, tener políticas tan focalizadas es complicado”, indica. 

Además, “la cantidad de problemas psicológicos, sociales, de rompimiento de los vínculos que trae aparejada la focalización que en Chile ha tenido durante 40 años el sistema, es brutal. Aquí los pobres no sólo tienen que ser pobres, tienen que demostrar que son pobres, pero no sólo eso, tienen que competir”. 

Desde la FSP, cuenta Moreno, vienen planteando la necesidad de cambiar el modo de focalizar ciertas políticas y asegura que redoblarán los esfuerzos en ese sentido. Se refiere a la necesidad de focalizar “no por individuos, sino por grupos y territorios, trabajando más con la comunidad”. La “fijación con lo individual y a lo más lo familiar”, asegura, impide pensar políticas que favorezcan la cohesión social y “se hagan cargo de un concepto fundante de la pobreza multidimensional: la soledad y el aislamiento social”. 

Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Carlos Ruiz Encina coincide en la necesidad de repensar las políticas sociales: “se van a tener que basar en otro modo de apreciar, medir y abordar la pobreza y la forma en que la contempla el gasto social. Discriminar debajo de la línea de la pobreza es un absurdo”. Pero advierte que “esta es como la dimensión hospitalaria del problema de la pobreza, que es contenerla”. El problema más grande, alerta, es que “el modelo de crecimiento que sirvió para reducirla ya no tiene las ventajas que tuvo”. 

“Las ventajas de una economía basada en la inserción primario-exportadora tenían límites, y esos límites ya los tocamos. Apostar a eso no era sostenible en el tiempo. No se va a repetir un ciclo de disminución de la pobreza como el que vimos en ese momento”. Según Ruiz Encina, “habrá que replantearse el patrón de crecimiento, buscar otras formas de inserción en la economía internacional que no impliquen tener que levantarse cada mañana a ver cómo está el precio de los commodities. Ojalá eso cruce el proceso constituyente”. 

También para Ramón López la reducción de la pobreza es indisociable de cómo se produce y reparte la riqueza. “Los grandes monopolios, los súper ricos, los 260 individuos que tienen en promedio una riqueza por encima de los 700 millones de dólares, han creado sólo una proporción de la riqueza que tienen, lo que más han hecho es apropiarse de riqueza existente. Del consumidor, cobrándole precios exageradamente altos; de los trabajadores, pagándole salarios menores a su productividad marginal; explotando a las Pymes, usando información privilegiada –que es extraer riquezas de otros inversionistas–”. 

Por eso propone gravar las rentas económicas, “los retornos al capital que están muy por encima de la tasa que reinvierten”. Es el caso de las empresas del cobre, asegura, que de acuerdo al estudio del que es coautor, Nuevas estimaciones de la riqueza regalada a las grandes empresas de la minería privada del cobre: Chile 2005-2015, generaron “120 mil millones de dólares durante los 10 años del boom que no fueron gravados por el Estado y se dejaron ir a manos de empresas privadas. Chile podría gravar allí sin afectar ni un ápice la inversión e invertir ese dinero en los bienes públicos y sociales en los que estamos tan rezagados”.

Los desafíos que impuso el Covid-19 al modelo universitario

El paso súbito a la educación online de emergencia ha involucrado una serie de desafíos para las universidades a nivel global. En Chile, quizás, la principal dificultad está dada por la dependencia de los planteles del pago de aranceles, herencia del histórico manejo del financiamiento de la educación superior.

Por Antonia Orellana

Andrés (18) vivió un agitado proceso de ingreso a la educación superior: primero le tocó rendir la Prueba de Selección Universitaria en medio de las protestas en contra de ese sistema. Si bien pudo ingresar a una carrera científica en una universidad pública, no alcanzó a tener clases presenciales: el 16 de marzo, debido a la pandemia global del Covid-19, su universidad suspendió las clases y pasó completamente a la modalidad en línea. “La mayoría de mis compañeros son pantallas negras para mí. Sólo he hablado fuera de las clases con un par, pero no conozco a ninguno”, relata. 

Vida universitaria pre pandemia de Covid-19. Crédito de foto: Felipe PoGa.

No es un problema local: en distintos momentos, escuelas y universidades de todo el mundo cerraron sus puertas, afectando a 1.570 millones de estudiantes en 191 países. A nivel global, una de las principales preocupaciones de las autoridades universitarias tiene que ver con el financiamiento. De acuerdo a la encuesta de Times Higher Education Líderes de la educación: ¿dejará el Covid-19 a las universidades en la UTI?, que entrevistó a 200 líderes universitarios de 53 países en los cinco continentes, un 42% de las autoridades teme que haya quiebras en instituciones educativas de su país. De acuerdo a la clasificación que sugiere la OCDE desde 2007, existen cuatro grandes tipos de modelos de financiamiento de la educación superior. Están los países con tasas de arancel nulas o bajas y sistemas generosos de apoyo para los estudiantes, donde se encuentran Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia. También existen países con altas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes bien desarrollados, que corresponde al caso de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos. Países con bajas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes de bajo desarrollo, como Australia, Bélgica, Francia, Italia, Suiza, República Checa, Irlanda, Polonia, Portugal o España. Y países con altas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes de bajo desarrollo, donde se encuentran Chile, Japón y Corea. 

Para el sociólogo Víctor Orellana, integrante del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile y del centro de estudios Nodo XXI, nuestro sistema universitario está en “alto riesgo”. “El sistema chileno de educación superior, a diferencia de otros en el mundo, depende mucho de los aranceles”, explica. “Los aranceles son una porción muy relevante del financiamiento a las instituciones, al grado de que en algunos casos pagan el funcionamiento completo de la institución». 

Dificultad que hoy se expresa con toda su crudeza: de acuerdo al último Termómetro Social del Centro de Microdatos de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, publicado el 17 de junio, el 31,7% de las personas señala que algún miembro de la familia ha perdido su trabajo después del 16 de marzo, de ellos, casi el 80% es atribuible directamente a la pandemia, y el 13,6% como consecuencia indirecta. 

De acuerdo a algunos cálculos, las universidades del Consejo de Rectores estarían recibiendo un 8% menos de ingresos de lo proyectado previo a la pandemia, porcentaje que se distribuye en forma desigual entre las instituciones, acentuándose en algunos planteles regionales. Entre estos menores ingresos se considera una inferior matrícula de primer año, menores ingresos por menor matrícula de cursos superiores, menos ingresos por deserción en el primer semestre y también por morosidad en el primer semestre. 

Es por eso que durante mayo el Consorcio de Universidades Estatales de Chile (CUECH) solicitó al Ministerio de Educación habilitar un nuevo periodo en el Formulario Único de Acreditación Socioeconómica (FUAS) que permite la postulación a gratuidad, becas y créditos de arancel para la educación superior, y a los beneficios complementarios que JUNAEB otorga a las y los alumnos, además de no considerar el año 2020 para el cálculo de avance curricular de la gratuidad. Paralelamente, en el Congreso se han presentado tres mociones parlamentarias que intentan suspender el cobro de aranceles a los estudiantes, las que no han conseguido el apoyo suficiente para convertirse en ley o están fuera de admisibilidad por involucrar gasto fiscal. Además, el Consejo de Rectores de Universidades Chilenas (CRUCH) ha solicitado al Ministerio de Educación permitir el uso efectivo de los recursos excedentes del Fondo Solidario y también un plan financiero de emergencia. La respuesta de las autoridades ha sido negativa. 

“El sistema de educación superior tenía muy poca experiencia respecto a la educación en línea: sólo el 4,41% del total de las y los matriculados en el sistema el año pasado lo hicieron a través de esa modalidad, según el portal Mi Futuro”.

La solicitud de abrir nuevas líneas de apoyo estatal a los estudiantes tiene justificación: este año se matricularon al menos 11 mil alumnos menos y según el Sistema Único de Admisión (SUA), durante este primer semestre hubo una fuga de nueve mil alumnos en 17 planteles. Así, como parte del paquete de medidas dirigidas a la clase media, el presidente Piñera anunció una ampliación y postergación del Crédito con Aval del Estado (CAE), al que podrían acceder un universo de 130 mil estudiantes. De acuerdo a cálculos del Ministerio de Educación, la medida permitiría que ocho de cada 10 estudiantes de la educación superior cursen sus carreras con un apoyo del Estado para el año lectivo 2020. Adicionalmente, la propuesta incluye suspender las cuotas del Crédito con Aval del Estado, lo que beneficiaría a un total de 392.210 personas, incluyendo deudores morosos. 

De acuerdo a Víctor Orellana, “en Chile los aranceles son tan altos que, para los estudiantes, las brechas que hay entre el arancel y las ayudas estudiantiles puede llegar a costar uno o dos meses de arriendo, por lo tanto, es de los primeros pagos que está en riesgo ante una dificultad económica”. Esta morosidad y la permanente diferencia entre el arancel de referencia del sistema de gratuidad y el arancel real de las universidades representa otra amenaza financiera para el sistema universitario.

“Lo que está haciendo con su propuesta de cambios de sistemas de crédito es lisa y llanamente provocar el quiebre de algunas universidades públicas. Yo diría que hay que tener una terapia rápida de disminución de la dependencia de los aranceles, y en el caso de las universidades privadas, el Estado debiera participar de la propiedad y la gestión. No es aceptable que en una situación de emergencia se rescate a los grupos económicos dueños de las universidades privadas. Para que eso se haga el Estado debe participar, no puede simplemente regalar su dinero”, advierte el investigador.

Vida universitaria online

 Cuando se suspendieron las clases universitarias y luego las escolares en marzo, no había proyecciones claras sobre cuánto duraría esta fase de transición. El sistema de educación superior tenía muy poca experiencia respecto a la educación en línea: sólo el 4,41% del total de las y los matriculados en el sistema el año pasado lo hicieron a través de esa modalidad, según el portal Mi Futuro. Es por eso que algunos autores han llamado a distinguir entre la educación en línea o e-learning y la educación a distancia en emergencia, que es la que actualmente se desarrolla producto de la pandemia. Esto, ya que en la educación en línea el factor clave sería la planificación y análisis de las herramientas, cuestión que producto del Covid-19 no ha sido posible: fue un golpe súbito.

A esto se suma que Chile vivía bajo la ilusión de ser uno de los países con mayor penetración digital, pero las diferencias de cobertura, calidad y dispositivos de acceso han mostrado una vez más la desigualdad en el país. Según la publicación Desconexión y brecha digital en Chile durante la epidemia Covid-19 de Ricardo Baeza-Yates y Cristián Ocaña Alvarado, mientras que para el grupo ABC1 tener Internet es tan natural como el agua potable, tan sólo en el segmento C2-C3 ya hay 1.4 millones de personas que no tienen Internet. Luego, en el estrato socioeconómico D y E, que equivale al 50% de la población (más de nueve millones de personas), las restricciones son mayores, con sobre el 70% con móviles con prepago y 3,6 millones de personas sin Internet en sus casas. 

Para sortear esa primera barrera, muchas universidades han entregado dispositivos electrónicos y también chips para la conexión de sus estudiantes con menos recursos. Otras alternativas han sido becas o beneficios de conectividad. De acuerdo a cálculos del CRUCH, en esto se han invertido al menos $16 mil millones, gastos no presupuestados que consideran apoyos en equipamientos y conectividad para los y las estudiantes, licencias y software para docencia virtual, y reforzamiento de infraestructura en TIC, entre otros, lo que implica un aumento de 13% a la fecha respecto al 2019.

¿Qué opinan los estudiante? Según la encuesta Pulso Estudiantil -aplicada a 2.650 estudiantes de más de 100 carreras en 15 regiones de Chile- el 60% declara estar insatisfecho con la respuesta institucional frente a la crisis, mientras que un 47% dice que su casa de estudios se ha preocupado por asegurarles recursos mínimos. En forma transversal, un 72% declara que su relación con las y los académicos ha disminuido. Aún más, 84% de los recién ingresados declara que la modalidad virtual no ha beneficiado su aprendizaje, lo que supera el promedio nacional de 78%. 

“Fue complicado, porque la plataforma online no soportaba a tantos alumnos conectados al mismo tiempo”, cuenta Paula (19), estudiante de primer año de Arte en una universidad privada. “Hasta hoy no he generado relaciones reales con mis compañeros y en pocas ocasiones pudimos vernos con cámara durante el semestre. Tampoco he podido involucrarme en actividades extra a las clases por falta de comunicación general”. 

Vida universitaria pre pandemia de Covid-19. Crédito de foto: Felipe PoGa.

Desde el otro lado, la experiencia tampoco ha sido fácil. Myriam Barahona , presidenta de la Federación de Asociaciones de Funcionarios de la Universidad de Chile, señala que “ muchas veces el sistema remoto nos hace estar en horarios extensos de trabajo, aislados y, principalmente lo que han expresado los trabajadores universitarios es que se han visto muchos trastornos de salud mental respecto a la incertidumbre”. 

Desde la academia, la científica de la Universidad de Antofagasta, Cristina Dorador, llama a tener en cuenta las posibles brechas de género. “Este sistema ha sacado a relucir situaciones previas para las mujeres, de las que quizás no había conciencia, como las labores de cuidado de niños y otras personas mayores. También va a provocar que muchas académicas no logren completar sus planes académicos de este año, principalmente en lo que respecta a redacción de artículos, postulaciones a proyectos y otras actividades que son claves para la evaluación”, apunta. 

De hecho, la revista Nature señaló en mayo que las mujeres estarían inscribiendo menos proyectos de investigación y entregando menos publicaciones a revistas especializadas, lo cual se traducirá en una profundización en la brecha de acceso a la carrera académica. “Si las universidades no reaccionan y realizan acciones afirmativas tanto para ponerse alerta a las brechas de género como contextualizarlas en pandemia”, señala Cristina Dorador. Sin embargo, para la especialista en microbiología hay algunos aspectos positivos en la educación online de emergencia: “reuniones que antes eran muy largas ahora ya no, y también ha servido para disminuir las brechas territoriales: ya no hay excusas para conectarse con colegas de otras ciudades e incluso países”.

La paradoja del recorte educativo

En la encuesta de Times Higher Education la mayoría de quienes dirigen universidades piensan que la ciencia tendrá una mayor prioridad para sus gobiernos el día después del Covid-19: un 62% cree que aumentará el financiamiento para investigación. En Chile podría ser una respuesta ante el debate que se ha venido planteando sobre la gran dependencia que tenemos de la producción extranjera de vacunas e insumos médicos, además de otros tipos de innovaciones que en el combate de esta pandemia se han vuelto cruciales.

Sin embargo, la batalla por el financiamiento de la ciencia local aún no está ganada e incluso hay iniciativas parlamentarias que exhortan al presidente Sebastián Piñera a destinar los fondos de las Becas Chile para ayudar a la clase media y las pequeñas y medianas empresas, lo que finalmente afectaría negativamente el perfeccionamiento de cientos de profesionales. 

El 27 de abril, en tanto, la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) informó que se sumará al recorte presupuestario. Así, durante lo que resta del 2020 se suspenderán las convocatorias en todas aquellas líneas de financiamiento destinadas a cooperación internacional. Esto significa que también se suspenden las convocatorias 2020 de Becas de Magíster en el Extranjero y de sus variantes: Áreas Prioritarias; Personas en Situación de Discapacidad; Profesionales de la Educación; Subespecialidad Médica en el Extranjero; y Postdoctorado en el Extranjero. Pero, en otro ámbito, la ANID adjudicó recientemente 63 proyectos del concurso rápido Fondo para Proyectos de Investigación Científica sobre Covid-19. 

Según el investigador Víctor Orellana, “el alto grado de mercantilización de la educación superior ha hecho que esta pierda su eje. La pregunta debiera ser cómo ayudan sus estudiantes de medicina, los laboratorios, los recursos institucionales e intelectuales a bajar los contagios. ¿Por qué no nos estamos haciendo esa pregunta? Porque dependemos tanto de los aranceles, que las universidades se están preguntando cómo sobrevivir y no cómo aportar. Es decir, lo que debiesen hacer las autoridades es resolver rápidamente la cuestión de la supervivencia financiera para pasar a la verdadera discusión”.

Ollas comunes: lección de resistencia y solidaridad en tiempos de crisis

Dicen que siempre hay dos caras de la moneda y que siempre una crisis trae consigo una oportunidad. Autogestionadas, sin colores políticos y con mucho corazón, las ollas comunes vuelven a aparecer en Chile para combatir el hambre en medio de la pandemia, al igual que hace más de 30 años, durante la dictadura. Ellas son hoy el reflejo de un país más pobre de lo que hubiéramos querido creer y al mismo tiempo son ejemplo de la lucha de un pueblo que, unido, es capaz de organizarse por sí solo en la adversidad de su propia historia.

Por Denisse Espinoza A.

Ese 18 de mayo otra olla a presión explotó. Venía bullendo hace tiempo, vacía de alimentos, pero llena de necesidades, impotencia y desesperación. Fue en la comuna de El Bosque donde el brutal escenario quedó al descubierto, donde decenas de pobladores decidieron romper la cuarentena que el gobierno había decretado para salir con mascarillas y palos a gritar simplemente: ¡hambre! Fuerzas Especiales llegó a contener la protesta, a intentar acallar la furia de los pobladores, pero el mensaje ya había sido entregado. Tras las medidas de cuarentena obligatoria y el creciente desempleo, ya se instalaba una pandemia aún peor: la de la cesantía y falta de alimentos. 

Así, luego de casi tres meses de confinamiento, las mismas multitudes que golpearon con cucharas de palo ollas y sartenes como instrumentos sonoros de protesta, hoy las sacan para darles de comer al pueblo. A lo largo de todo Chile son los propios vecinos de las poblaciones vulnerables quienes se organizan para compartir un plato de comida caliente que les permita seguir viviendo con dignidad. Según una encuesta del Centro de Microdatos de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, el desempleo marca un 15,6% en Santiago, la peor cifra en 35 años; y de acuerdo al INE, un 11,2% a nivel nacional en el último trimestre. La ecuación es simple y desoladora: el virus trajo la cuarentena, la cuarentena trajo cesantía y la cesantía trajo hambre. Así, como dos curvas paralelas en ascenso, se multiplican también los casos de contagiados (sobre los 300 mil) y fallecidos confirmados por Covid-19 (7.057, según cifras del DEIS). Frente a esto, el pueblo se organiza en una estrategia de resistencia y solidaridad que sólo se había visto con esta intensidad en los años 80, en plena dictadura y crisis económica. El flashback a esa época es inquietante y deja en el aire la pregunta: ¿qué tan cierto es que Chile ha superado la pobreza en estos 33 años de posdictadura?

La vecina de El Bosque, María Valdera, junto a un equipo de mujeres preparando los ingredientes para su olla común.

“Tengo 57 años, soy diabética crónica, insulinodependiente, podría en este momento estar en mi casa, haciendo mis cosas, viviendo mi mundo, pero así me enfermaría más. Prefiero estar afuera, ayudando a mi vecino y lo hago de corazón. El Bosque va a salir adelante, vamos a salir victoriosos y el gobierno va a tener que darse cuenta de que hay mucha necesidad, nadie mira el bolsillo del pueblo”, dice María Valderas, vecina de El Bosque, de la calle Las Pataguas, quien trabaja de lunes a sábado en una olla común que entrega 360 colaciones al día. Debido a la pandemia y para evitar al máximo el contacto físico, levantaron un sistema de delivery, que permite a los vecinos que están inscritos recibir su almuerzo en casa. Además, los 30 trabajadores, entre cocineros, asistentes y repartidores, están equipados con guantes, mascarillas y mallas para el pelo. “Nos levantamos a las 8.30 de la mañana a poner agua a hervir y empezar a cocinar, hay vecinos que se llevan a su

casa unos sacos de papas o zanahorias para pelarlas y cortarlas, también hay gente para la limpieza y lavar los fondos, empezamos el día antes a adelantar las cosas. A las 12 ya estamos emplatando en los envases para que a las 12.30 se empiece a repartir”, explica María. “Estas son ollas autogestionadas, recibimos donaciones de vecinos y gente anónima que hace aportes. No hemos recibido ayuda del municipio ni la queremos, porque acá no hay colores políticos y no queremos avalar ningún proyecto de gobierno”, agrega. 

La prontitud y eficacia con la que estas organizaciones se levantaron y están actuando en los territorios ha dejado corto al gobierno, el que ha sido dura y transversalmente criticado por la insuficiente ayuda anunciada el 17 de mayo pasado por el presidente Piñera: 2,5 millones de cajas de mercadería que irían sólo al 70% del 40% de la población más vulnerable de Chile, según el Registro Social de Hogares. Muchas familias aún esperan la caja que incluye cereal, legumbres, arroz, fideos, conservas, aceite, leche, detergente, jabón líquido y no mucho más.

Las redes sociales han sido clave para que estas organizaciones se levanten y funcionen pidiendo aportes voluntarios. Una de las primeras en Twitter fue @comunolla, que partió con 32 y ahora ya suma 345 en todo Chile. También se puede consultar el hashtag #elpuebloayudaalpueblo para obtener información detallada de dónde, cuándo y cómo ayudar; o acceder al sitio web ollasolidaria.cl, que tiene un registro de varias iniciativas y donde se puede donar en línea. En su mayoría, las organizaciones cuentan con su propia cuenta de Facebook e Instagram, donde van subiendo fotos de sus labores y campañas. Además, la Universidad de Chile e integrantes de la Fundación Vértice están elaborando un mapa virtual con todas las ollas comunes y campañas solidarias a lo largo de Chile.

Donde comen cuatro, comen 100

 Celia Ramírez vivía en Conchalí, pero junto a su familia viajaba todos los veranos a Las Cruces, donde tenía un trabajo haciendo aseo en una residencial. Hasta que un día, la dueña le ofreció quedarse, le consiguió una casa y hoy Celia, junto a su marido Claudio Valenzuela y sus hijos Noemí de 24 y Lucas de 13, viven hace cinco años en el balneario. Les cambió la vida. “Jamás volveríamos a Santiago. En Conchalí estábamos en un sector con mucha delincuencia, droga, teníamos que vivir encerrados en una burbuja porque todos los fines de semana había balacera”, cuenta Celia, quien hoy va en ayuda de sus vecinos al liderar la olla del Comedor Solidario Las Cruces. “Como familia nos conmovimos porque supimos de muchos abuelitos que vivían solos y no tenían cómo alimentarse. Empezamos el 5 de abril, llevándoles almuerzo a 40 adultos mayores. Muchos creen que por no tener una situación económica buena no se puede ayudar, pero todos podemos hacer algo”, dice Celia, quien hoy está entregando, junto a su familia, 160 almuerzos los martes, jueves y sábados. Los domingos hacen desayunos para los niños u onces que también llegan a toda la comunidad y también han realizado actividades vendiendo empanadas a $1.000 para recaudar fondos. También en este último mes pasaron de cocinar en la casa de Celia a ocupar la sede del Club de Pesca y Caza Los Halcones de Las Cruces.

Algunos de los integrantes del comedor solidario del balneario Las Cruces.

Detrás de cada olla común hay historias de vida unidas no sólo por la necesidad de alimentarse sino también la de encontrarse con otros que comparten contextos de vida similares. Otro rasgo que se repite en estas ollas comunes de ayer y hoy es el liderazgo de las mujeres. Un ejemplo claro es el del grupo de vecinas conformado por Elizabeth Tejeda, Angélica Ríos, Fresia Bravo, Rosa Tejos, Evelyn Pichinao y Verónica Henríquez, de la población El Progreso en Temuco, quienes hace más de 10 años vienen trabajando en su comunidad realizando ferias de trueque, haciendo celebraciones de Navidad, Día del Niño y de aniversario de la población, que partió como toma en 1990. “Nuestros maridos trabajan, son obreros de la construcción, pero ahora están cesantes”, dice Elizabeth. “Juntas, nos propusimos primero ayudar con almuerzos a los adultos mayores y partimos con 20 personas, pero hoy ya entregamos colaciones tres días de la semana a 220 personas. Se ha sumado mucha gente por el tema de la cesantía, hay muchas mujeres solas criando a sus hijos, que también necesitan pañales y ropa”, añade.

“La municipalidad no se ha acercado para nada, nosotras hacemos todo con donaciones anónimas y de vecinos, por ejemplo, El Club de Leones ha costeado almuerzos, también la comunidad mapuche Trapilhue y Maquehue se han portado muy bien y están donando también a otras ollas comunes sus productos, los pescadores de Queule también nos trajeron pescado para las familias”, enfatiza Elizabeth.

Demasiadas veces hemos visto que cuando la necesidad es inminente, cuando la catástrofe se cierne sobre los más pobres, estos no tienen ni siquiera el tiempo para lamentarse o sufrir. Al contrario, rápidamente salen a las calles y luchan con más fuerza, levantan lo que ha caído al suelo, construyen una red de afectos y ayudas concretas, y al final del día hay siempre más sonrisas que lamentos. En tiempos adversos es cuando la solidaridad pareciera salir a la luz, pero lo cierto es que hay familias que vienen haciendo un trabajo de ayuda al prójimo más prolongado.

Es el caso de Estephanie Ortiz y Manuel Ruiz, matrimonio que desde hace tres años realiza un servicio a la comunidad entregando alimentos a personas en situación de calle. La actual pandemia, simplemente, amplificó sus labores. Partieron hace dos meses con tres ollas comunes y ahora ya suman siete desplegadas en las comunes de La Pintana, El Bosque y San Bernardo. “Cada vez hay más hambre”, dice Fanny, quien junto a un equipo de 30 personas entrega más de 2 mil colaciones a la semana. “También hacemos entregas directas de cajas con mercadería y ropa, además de otras ayudas. Hemos recibido muchas donaciones del barrio alto, pero lo cierto es que cada vez es más difícil parar la olla, porque es difícil que alguien done más de una vez”, cuenta Fanny, quien tiene cinco hijos junto a su marido Manuel Ruiz, dueño de una pyme, una pequeña pizzería en La Pintana. “Las cosas están pesadas para nosotros también porque las ventas han bajado, pero no vamos a bajar los brazos. A mis ojos, el gobierno no está haciendo ni la mitad de lo que el propio pueblo está haciendo”, dice Fanny.

Lo cierto es que, frente a la actual situación de hambruna, el gobierno ha pecado de ignorante. El pasado 28 de mayo, el ex ministro Mañalich reconoció que “no tenía conciencia” de la magnitud de la pobreza y hacinamiento en Chile. Sin embargo, los datos estaban a la vista. Según la Cepal, el nivel de pobreza pasará del 9,8% al 13,7% en Chile debido a la pandemia. Y, sin embargo, el gasto social público de Chile es el segundo más bajo de todos los países OCDE. En este ámbito, el gasto del Estado llegó al 10,9%, cifra que se ubica muy por debajo del 20,1% de la media que destinan los 36 Estados miembros.

“Si algo tiene el gobierno es disponibilidad de información, datos riquísimos. Si el gobierno no previó la situación actual es porque simplemente no quiso verlo, no puede declararse sorprendido”, afirma la psicóloga Clarisa Hardy, quien fuera ministra de Planificación en 2006 en el gobierno de Michelle Bachelet y hoy ejerce como presidenta del Instituto Igualdad. “En el primer gobierno de Bachelet, cuando empezamos a idear el sistema de protección social, advertimos que en la medición de la pobreza no se estaba consignando el índice de vulnerabilidad. Es decir, que frente a circunstancias que no se controlan, como enfermedades, accidentes, crisis económica, catástrofes naturales, inmediatamente un gran segmento de la población iba a caer en pobreza porque su nivel de ingresos es muy ajustado, les permite salir de la línea de pobreza, pero en el momento en que tienes un shock, lo pierden todo”, afirma la psicóloga.

Hace 33 años, Hardy iniciaba, bajo el alero de la Academia de Humanismo Cristiano, una experiencia de apoyo externo profesional a las ollas comunes que estaban emergiendo con fuerza en dictadura. “Hacíamos de mediadores para conseguir ayuda internacional, recursos para víveres, les dábamos asistencia técnica, por ejemplo, contratamos a una nutricionista para ayudarles a mejorar sus ollas, los asesorábamos sobre cómo ir al consultorio para exigir que a los niños los pesaran y midieran y así poder acceder a los programas de alimentación complementaria. Lo que hacíamos era una investigación en terreno, estudiamos la realidad, pero además actuamos y todo se hizo participativamente, los mismos pobladores llenaban nuestros formularios, nunca tuvimos encuestadores”, recuerda hoy la presidenta del Instituto Igualdad, quien en 1986 publicó el primer libro al respecto: Hambre + dignidad = ollas comunes, y en 1987, el segundo, Organizarse para vivir, pobreza urbana y organización popular. Ambos cobran hoy una vigencia inusitada, por lo que Hardy ya está en conversaciones para reeditarlos.

“La gran diferencia entre las ollas comunes de ese entonces y las de hoy es que antes era un país que no tenía el espacio fiscal que tenemos hoy ni tenía un gobierno democrático ni tenía partidos políticos ni debate ni organizaciones sociales legítimamente haciendo demandas. Entonces, hoy tienes un cuadro político absolutamente distinto y lo brutal es que estamos acercándonos a vivir una situación de crisis económica comparable a aquella”, afirma.

Ollas inmigrantes 

Sin duda, una de los segmentos más vulnerables de nuestra sociedad es la población migrante, de la cual una buena parte se concentra en el norte de Chile. Elizabeth Andrade es peruana y vive desde 2009 en la población Los Arenales en Antofagasta, compuesta por 1.700 familias, 85% de ellas migrantes. Ella, eso sí, llegó a Chile en 1995. “Tengo ya la residencia, pero nunca he dejado de sentirme inmigrante. Claro que en estos 25 años las cosas han cambiado. Primero vine trabajando de irregular, inventando cualquier excusa para poder cruzar la frontera Tacna-Arica, hasta que me pude quedar. Luego me fui a Antofagasta y trabajé como asesora del hogar puertas adentro e incluso me pude pagar mis estudios de educadora de párvulos, pero hace tres años dejé de ejercer para dedicarme a la dirigencia al mil por ciento”, cuenta Elizabeth, quien ahora, por la pandemia, ayuda a gestionar ollas comunes que reparten 400 raciones de lunes a viernes. “No es suficiente, pero es lo que podemos hacer por ahora. Nos dividimos en cinco comités y algunos de ellos incluso han decidido vender el plato a $1.000 para poder seguir financiándonos, pero en algunos lugares simplemente no hay dinero”, cuenta.

La organización ha sido vital y ya hace tres años existe la Red Nacional de Migrantes y Promigrantes en Chile que reúne a 50 grupos de chilenos y otras nacionalidades, la mayoría peruanos, bolivianos, ecuatorianos y en menos cantidad venezolanos, colombianos y brasileños. “He ido descubriendo cómo opera la discriminación y el racismo, pero también he visto el empoderamiento de vecinos y vecinas, nuestro reconocimiento como sujetos dignos de derechos y la sororidad, porque la mayoría somos mujeres”, dice Elizabeth.

  La Coordinadora Feminista Migrante, que es parte de la red, le entregó a la población Los Arenales $600 mil, con lo que pudieron armar cajas solidarias para 30 familias, mientras que otra brigada migrante de Temuco donó a la red $1 millón para que las distintas organizaciones pudieron comprar equipamiento de sanitización como mascarillas, alcohol gel, trajes especiales y una bomba de fumigación. “Hemos decidido migrar, hemos decidido ser parte de este Chile que ya despertó. Más allá de que las autoridades hayan hecho hasta lo imposible por mostrar una migración nefasta, nosotros mostramos una migración que es una oportunidad de conocer, de integrar las riquezas de nuestras culturas”, afirma la dirigenta.

De cartón y cholguán son la mayoría de las habitaciones del campamento La Pampa en Alto Hospicio.

A 417 km de ahí, en Iquique, está el campamento La Pampa, que abarca siete hectáreas en Alto Hospicio donde viven 90 familias, 95% de ellas migrantes. La mayoría no tiene trabajos formales ni están en los registros del gobierno municipal o nacional. Muchos llevan más de siete años en el país, pero siguen sin poder regularizar sus papeles. La precariedad del campamento es máxima. No tienen agua potable, la luz es un cableado que ellos mismos levantaron y sus viviendas están hechas de cartón y cholguán. Durante la pandemia, la cesantía y el abandono por parte de las autoridades se ha hecho sentir más que nunca. Así, desde abril comenzó a funcionar el comedor popular Mink’a (trabajo en comunidad en lengua quechua), donde se reparten entre 270 y 300 almuerzos diarios y que también es la casa del dirigente Enrique Solís, integrante del Movimiento Independiente por la Dignidad. “Ahora mismo no podemos estar peor, y por lo mismo tenemos que ser optimistas, vemos este momento como una oportunidad para mejorar nuestra situación”, dice el dirigente que ha contado con apoyo externo en la logística y acopio de alimentos y ayuda económicas de un grupo de académicos de la Universidad Arturo Prat.

Gracias a eso, el campamento tiene ahora los recursos para construir un comedor desde cero, una sala albergue para mujeres que sufren violencia intrafamiliar e instalarán cuatro postes de luces fotovoltaicas, que iluminarán las cuatro calles que componen el campamento. Pero uno de los problemas más grandes es la falta de agua potable y es lo que los mantiene en una tensa disputa con el municipio y el gobierno regional. “Hay 23 camiones aljibe privados que nos venden agua a través de unos bonos que nos entrega el municipio. Para una semana nos entregan 1.000 litros de agua, por los que pagamos 3.500 pesos, pero resulta que con eso no alcanza. Una familia necesita al menos el doble por semana, entonces, cuando se nos acaban esos bonos, tenemos que pagar 6.000 pesos, lo que es una barbaridad, es mucho más de lo que cualquiera paga en una casa residencial. Acá hay un lucro terrible y las autoridades no escuchan. Ahora, con la pandemia, el agua es indispensable para cuidar la higiene y evitar contagios”, reclama Enrique Solís.

Política de la calle

Aunque la mayoría de estas ollas comunes no tienen un origen partidista, sino que atienden más bien a las necesidades básicas humanas, lo cierto es que inevitablemente van apareciendo demandas políticas. Lo mismo sucedió hace 30 años, advierte Clarisa Hardy: “Esas ollas no nacieron como contestatarias a la dictadura, lo fueron en la medida en que se organizaron mínimamente para sobrevivir y a partir de ese encuentro comenzaron a analizar y a compartir experiencias y a politizarse. Hoy, tras el estallido del 18 de octubre, ha quedado claro que hay un tejido social reconstruible y que, ante la necesidad, este resurge espontáneamente”. 

Fue justamente así cómo nació el Comité de Cesantes de Quilicura, un grupo liderado por personas que hasta marzo estaban en la primera línea de la protesta y que cambiaron capuchas por mascarillas para seguir ayudando, esta vez en la organización de ollas comunes y un ropero solidario que se mueven por toda la comuna. “Estamos entregando 350 colaciones, dos días a la semana, en distintos sectores. Nos llegan aportes de vecinos de otras comunas, pero también tenemos harta ayuda de chilenos de fuera de Chile, compatriotas de Suiza, EE.UU. y Canadá que están viendo desde allá lo que ocurre y se han motivado en apoyar, porque la verdad es que las cajas del gobierno son totalmente insuficientes”, dice Alberto Vilches Mautz, coordinador general del comité. 

Un adulto mayor recoge su alimento en una de las ollas comunes de Quilicura, que organiza el Colectivo Cesantes de esa comuna.

A fines de junio y ante la proliferación de ollas comunes, la Subsecretaría de Prevención del Delito emitió un protocolo que obliga a obtener un salvoconducto a cada persona que participa en una olla común para reducir la movilidad de la gente en la calle. Este documento será enviado al mayor de Carabineros o al oficial de más alto rango de la comuna, quien lo validará y otorgará el permiso de circulación. La mayoría de las organizaciones rechaza la medida y desconfían de las buenas intenciones del gobierno. “Ninguna olla común tiene la capacidad de entregar la totalidad de las colaciones al domicilio de cada persona. Yo creo que es un protocolo para tener identificada a la gente, tiene otro fin. Son el tipo de medidas que usan para evitar que la gente se movilice y se agrupe, lo mismo que sucedía en Plaza de la Dignidad”, lanza Alberto Vilches. “Al gobierno le molestan estas organizaciones porque quedan mal afuera, porque se ve el hambre que hay en Chile”. 

Cabe preguntarse, además, por qué es la Subsecretaría de Prevención del Delito la que se hace cargo de emitir este protocolo y no otra entidad más afín a la naturaleza del problema, como el Ministerio de Desarrollo Social y Familia. En palabras de Hardy, “con estupor hemos conocido un protocolo para ollas comunes emanado de la Subsecretaría de Prevención del Delito, como si esta fuera una cuestión de orden público. Junto con tamaña insensibilidad aparece la ignorancia de la realidad y se aplica un protocolo único para toda la variedad de situaciones. Cuando no se confía en la participación ni en la descentralización y menos en la capacidad de organización ciudadana, se producen estas aberrantes decisiones”, afirma. 

Con el paso de las semanas y el persistente avance del Coronavirus, la subsistencia de las ollas se hace cada vez más compleja. Mientras crecen en número, la ayuda en donaciones se hace más difícil de sostener. A pesar de ser una red de solidaridad loable, organizada y eficaz, sin duda lo mejor sería que el Estado fuera capaz de resolver el problema del hambre. “Este es el momento para que Chile se endeude y haga el gasto social que corresponda, es el país con la tasa más baja de endeudamiento en América Latina y por esta crisis nunca antes habían estado más bajos los créditos, con tasas muy bajas, en rigor, vas a poder devolver la plata casi sin interés. No sé para qué más podría servir el Fisco y el gobierno si no es para acudir a salvar las necesidades mayoritarias de la población. No es este el momento para guardar la plata en un chanchito”, remata Hardy.

Hacia una nueva salud pública en Chile: claves para responder a los desafíos del país

Por Verónica Iglesias

La crisis de la salud pública en nuestro país se viene desarrollando desde hace un par de décadas. El gasto público en salud en Chile es más bajo comparado con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y durante el 2019 el porcentaje disminuyó en 0,11 puntos respecto de 2018 (5,4% y 5,51%, respectivamente, del Producto Interno Bruto –PIB–). Si estas cifras se llevan al gasto en el sector público, este porcentaje es aún menor, lo que se traduce en menor infraestructura, menor dotación de recursos humanos, falta de insumos, falta de equipos de alta tecnología, largas listas de espera, pocos recursos destinados a la promoción de la salud y prevención de la enfermedad, entre otras variables. Todas estas son condiciones a las que se enfrenta de manera permanente la población que se atiende en el sector público (78%). El desfinanciamiento y las limitaciones en la respuesta del sistema en su conjunto frente a las necesidades de salud de la población fueron parte sustancial de las demandas elaboradas desde la sociedad civil durante el estallido social, que puso sobre la mesa los cambios estructurales que el sistema de salud necesita. 

Ilustración: Fabián Rivas.

No es de extrañar entonces que en el contexto de crisis basal, la crisis provocada por la pandemia haya puesto de manifiesto nuevamente las condiciones desiguales en las que vive nuestra población, desnudando las deficiencias que nuestro sistema tiene para enfrentarlas. La salud es expresión de cómo se han experimentado los determinantes sociales desde que las personas nacen y aquellos determinantes relacionados con el sistema de salud. De manera fundamental, influye la estratificación social, entornos y condiciones de vida a nivel colectivo con su resultado en los estilos de vida. El contexto de la actual epidemia es una situación que por afectar simultáneamente a toda la población deja muy al desnudo las determinaciones sociales, incluido el propio sistema de salud. Las desigualdades en salud son materia conocida, y en este contexto resulta evidente que se requiere abordar con recursos y estrategias factores que están determinando una mayor carga de morbilidad y mortalidad. En nuestro país, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer son las patologías que generan una mayor tasa de mortalidad y representan alrededor de un 27% y 25% del total de las defunciones, respectivamente. 

Las enfermedades cardiovasculares están muy relacionadas con los estilos de vida (sedentarismo o alimentación saludable) y factores de riesgo en los cuales nuestro país está en los primeros lugares del ranking de la OCDE, con altas frecuencias de consumo de tabaco, obesidad, hipertensión y diabetes, siendo varios de estos factores más prevalentes en el nivel socioeconómico más bajo. En niños, preocupa la alta prevalencia de sobrepeso y obesidad, la que alcanza cifras cercanas al 45%, lo que debe ser abordado con urgencia dado el riesgo que representa para la salud mantener esta condición. 

Un aspecto relevante para el análisis en el contexto de pandemia ha sido el rol fundamental de la Atención Primaria en Salud (APS), pieza clave de la red asistencial en la respuesta territorial, cuya ausencia, por definición, en el sistema privado ha mostrado la cara de ese subsistema en términos de su compromiso real con la salud de las personas. En esta pandemia, las labores de seguimiento y trazabilidad, principales actividades en el enfrentamiento de la misma, representan el acompañamiento preventivo que no es posible garantizar desde lo privado. Es fundamental hoy y mañana destinar más recursos para fortalecer a la Atención Primaria que, bajo el Modelo de Salud Integral, Familiar y Comunitario, tiene como desafío implementar las acciones de promoción y prevención, y favorecer la participación comunitaria, empoderando a la ciudadanía como agente de cambio de su propia situación de salud. Para ello, antes de la pandemia, se había establecido como mínimo necesario que el per cápita aumentase de $7.000 a $10.000, pero hoy, en función de la pandemia, parece claro que también es relevante repensar la forma de financiamiento de la APS. En relación a la participación de la comunidad organizada, esta ha tenido un papel relevante a nivel territorial, muchas veces sin un diálogo posible con las estructuras del gobierno local, lo que ha dejado de manifiesto las deficiencias actuales en los mecanismos y las limitadas formas de participación y transferencia de poder a las personas y comunidades. Las organizaciones sociales y comunitarias han desplegado su trabajo no sólo en tiempos de crisis, sino siempre que el Estado no ha logrado dar respuesta con el sentido de urgencia requerido a las necesidades básicas de grupos más vulnerables.

El ambiente psicosocial es parte fundamental en las determinaciones sociales de la salud, y evidentemente estas van mucho más allá de las políticas del sector salud, pues involucran un amplio espectro de políticas públicas intersectoriales, las que deberían estar orientadas a hacer posible una mejor calidad de vida y evitar la enfermedad, disminuyendo las brechas de desigualdad en la salud en su más amplio sentido. Para ello se requiere que concurran sectores como economía, trabajo, vivienda, medio ambiente y otros, cuyas políticas también deberían estar al servicio del bienestar de la población. Hemos visto en esta pandemia que la falta de enfrentamiento conjunto de las dimensiones sanitarias, sociales y económicas ha llevado a que sólo un segmento acotado de la población haya podido “quedarse en casa”, lo que ha dado como resultado un elevado número de casos y personas contagiantes, que nos podrían mantener en una situación peligrosa de endemia prolongada mientras no se cuente con una vacuna. Esta situación ha afectado con mayor fuerza a comunas en que se concentran determinantes como menor nivel socioeconómico, mayor hacinamiento, mayor porcentaje de personas migrantes, precariedad e informalidad laboral, entre otras. Es fundamental comprender, como sociedad, que en la medida en que los países disminuyen la desigualdad, también alcanzan mayor nivel de bienestar y paz social, lo que va acompañado de mayor progreso. De esta manera, las acciones que se realicen hoy o la falta de ellas tendrá sus resultados en el mediano o largo plazo, por eso resulta urgente actuar: no se puede esperar resultados diferentes si no se generan cambios. 

“En la medida en que los países disminuyen la desigualdad, también alcanzan mayor nivel de bienestar y paz social, lo que va acompañado de mayor progreso”.

A nivel del sistema de salud se requiere de una reforma estructural que, en el marco de una nueva Constitución, nos conduzca hacia un sistema público universal de salud, con una red pública fortalecida y sin lucro, lo que permitirá avanzar hacia una reducción de las inequidades en salud. También se necesita transitar desde el modelo biomédico orientado a la atención de salud y la sobremedicalización, que ha quedado en evidencia en el enfrentamiento inicial de la pandemia, hacia un modelo de salud pública colectiva. Un modelo de atención que, más allá del discurso, tenga su eje en la APS, que considere las particularidades del territorio y las necesidades de salud de su población, que reconozca los saberes de pueblos originarios, que participe activamente del empoderamiento de su comunidad para el ejercicio de sus derechos en salud, a fin de que alcance mayores niveles de participación y le permita ser corresponsable del proceso de salud.

La pandemia también ha puesto de manifiesto la necesidad de que la gestión pública del sector salud cuente con profesionales sólidamente formados en salud pública. Nuestra Universidad de Chile, a través de la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina, forma anualmente entre 60 y 70 estudiantes de posgrado y especialidad médica en salud pública, y cuenta con el único Doctorado en Salud Pública de nuestro país. Adicionalmente, la formación de más de mil estudiantes al año en cursos y diplomas de educación continua permite la actualización de un importante grupo de profesionales de instituciones públicas. Pero, sin duda, se requiere un mayor aporte financiero del Estado para que las universidades públicas puedan cumplir con su rol en la formación de profesionales y equipos capaces de enfrentar los desafíos actuales y futuros, mucho más allá de los recursos individuales. En el ámbito de la investigación, la Universidad de Chile ha respondido con mucha creatividad y potencia frente a las necesidades que ha levantado la pandemia, y esto ha dejado de manifiesto las limitaciones en la disponibilidad de fondos para la investigación en el área de salud pública. 

La pandemia deja a su paso aprendizajes e interrogantes e interpela a toda la institucionalidad pública a realizar los cambios necesarios para enfrentar los grandes desafíos del país y responder frente a las legítimas demandas de justicia social de la ciudadanía.

Alfredo Jadresic: la historia de la medicina chilena en primera persona

A sus 94 años, el decano de la Facultad de Medicina en tiempos de la Reforma Universitaria de 1968 ha sido testigo de los cambios de un sistema de salud que, a su juicio y en el contexto de la pandemia por Covid-19, hoy no da el ancho. Pero aún no es tarde. El médico y Profesor Emérito de la Universidad de Chile cree que si replicamos las experiencias exitosas de “los mejores años de la medicina chilena” podemos reconstruir un sistema sólido, integrado y en línea con las necesidades de quienes habitan este país.

Por Jennifer Abate C.

Alfredo Jadresic es médico, pero quizás será recordado más como un pensador del siglo XX. Ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en 1943 e incluso desde ese momento asumió un compromiso no sólo con su carrera, sino con el estado de la salud pública en Chile. Fue el creador de instituciones pioneras como el Laboratorio de Investigaciones Endocrinas y la Unidad de Radioisótopos del Hospital San Juan de Dios y figura clave de la Reforma Universitaria de 1968, que cambió el cariz de la Casa de Bello y la dotó de mayor democracia y de una cercanía más estrecha con la sociedad chilena. Opositor a la dictadura, fue detenido en el Estadio Nacional y en 1973 inició un exilio que sólo terminó a fines de los años 80, cuando regresó al país y se sumó a la tarea de la renovación de los estatutos de la Universidad. Hoy, confinado en su casa junto a su compañera Patricia Samsing y muy al día en el acontecer nacional, ve con indignación la respuesta que el Ministerio de Salud ha tenido frente a la pandemia del Covid-19 y recuerda mejores tiempos, cuando las características del sistema de salud chileno eran su enfoque social y su fuerte integración a lo largo y ancho del país. Esperanzado en una nueva Constitución, la reconoce como la principal vía para solucionar las deudas estructurales de un país que dejó de preocuparse por sus habitantes.

El médico y decano de la Facultad de Medicina en tiempos de la Reforma Universitaria de 1968, Alfredo Jadresic. Crédito de foto: Felipe PoGa.

—¿Cuáles son esos cambios estructurales que usted cree que le faltan a Chile? 

Creo que la experiencia del 18 de octubre es contundente. Lo que me sorprendió a la vuelta del exilio, mucho más que se produjera el 18-O, es que se demoraran tanto en manifestarse. Te diría que mi esperanza es que salga una nueva Constitución que restablezca en Chile el sentido de un gobierno solidario, responsable. Yo creo que hay que aumentar los impuestos de los sectores de mayores ingresos gradualmente, y eso lo ha declarado con un éxito muy grande Thomas Piketty en un libro que tiene casi el mismo título que el de Karl Marx, El capital en el siglo XXI, y ahí plantea que, para alcanzar la paz social, lo que hay que hacer es establecer como derechos humanos el derecho a la salud, a la educación, previsión, y resulta que esto requiere aportes solidarios. ¿De dónde puede venir esa solidaridad? De los sectores más ricos, ahí hay una posibilidad de entregar en Chile educación gratuita, de calidad, para toda la población, servicios de salud excelentes y de gran calidad.

—El historiador Marcelo Sánchez dice que el modelo fragmentario que tenemos hoy no puede recibir el nombre de sistema de salud. ¿Cuál fue la orientación sanitaria predominante en el siglo XX chileno? ¿Cuándo pasamos de una atención sanitaria concebida como medicina social a un instrumento administrativo que hoy llamamos red asistencial? 

La dictadura barrió con todo. Por ejemplo, se acabó el Servicio Nacional de Salud unificado (que en nuestro país estuvo vigente entre 1952 y 1979) y se formaron 29 servicios regionales que se entienden directamente con el Ministerio de Salud. En el Servicio Nacional de Salud yo tuve la experiencia de ser miembro del Consejo Nacional Consultivo de Salud, que se creó para perfeccionar la situación docente asistencial que se daba desde la Facultad de Medicina y que funcionaba en los hospitales estatales. Estaba presidido por el ministro de Salud y lo integraba el director del Servicio Nacional de Salud, los directores de otros servicios de salud de carácter público, el presidente del Colegio Médico, de los odontólogos y químicos farmacéuticos, la Sociedad Constructora de Establecimientos Hospitalarios que la dictadura hizo desaparecer el año 82, representantes de los trabajadores y empleados, y otros organismos. Bueno, ese consejo asesor establecía todo lo que son los planes, la coordinación de todos los servicios, la integración. Eso significaba orientación, participación social. Ahora, con la pandemia y lo que ha ocurrido, se ha llegado a hablar de que nosotros hemos vivido el desastre porque aquí hay un desgobierno total. En ninguna parte se da una integración, hay un sentido de la libertad en que cada uno hace lo que se le da la gana. Lo que yo te cuento sobre la integración tan interesante de las universidades tradicionales con el servicio a lo largo de todo el país aseguraba que en esos hospitales hubiera educación continua para la gente, porque todos los hospitales de mayor jerarquía estaban vinculados con la Universidad de Chile, la Universidad Católica, la del norte y la de Concepción. Hay evidencia de que no se puede entregar, como si fueran dictadores, a un presidente y a sus ministros todo lo que hay que hacer en este país. Yo digo que no hay por dónde perderse, hay experiencias en Chile de que las cosas marchan mejor cuando el Estado es gobernado con un entendimiento social amplio.

—¿Cuáles son las características que debería tener un sistema de salud que responda a las necesidades del país? 

Te lo explico desde mi experiencia, ni siquiera es una elucubración esto: yo creo, simplemente, que aquí falta una contribución de la gente que está mejor dotada para opinar y participar en esto. Mira, la Sociedad Constructora de Establecimientos Hospitalarios, que fue clave para darle estructura a los hospitales a lo largo del país, desapareció y en Chile no se construyó ningún hospital desde 1973 hasta 1990. ¿Cómo puede darse eso? Son casi 20 años de crecimiento de la población y en el país no se crean nuevos hospitales. ¿Dónde está la clave de todo? La clave de todo está en la experiencia que Chile ha tenido, se está hablando de cosas concretas que pueden hacerse y la esperanza, para mí, es la nueva Constitución. Después del 18 de octubre y de la pandemia, cualquier visión inteligente reclama seguridad en este país, que el Ministerio de Salud sea solidario y responsable de la cobertura adecuada.

—La Escuela de Salud Pública de la U. de Chile anunció que ya no utilizará los datos del Ministerio de Salud porque “hacen imposible toda modelación”. No han sido los únicos: el requerimiento de datos fidedignos ha sido una pieza clave en el debate sobre transparencia en nuestro país. ¿Cuál es la relevancia de contar con datos fiables y que sean bien informados a la población? 

Yo creo que ha sido vergonzosa la manera en que el gobierno y el ministro Mañalich aparecieron como un gobierno triunfalista que lo hacía mejor que Argentina. Mira, las estadísticas se pueden manipular mucho y pueden servir para muchas cosas, pero la manera en que se enfrentó aquí [la pandemia] fue tan deshonesta, que resultó en la caída del ministro más blindado que tenía este gobierno. Se habla a cada rato de transparencia y se burla la transparencia, es absolutamente obvio. Este gobierno ha hablado de solidaridad, pero solidaridad, ¿dónde?, ¿con quién? Aquí la única solidaridad que puede darse para solucionar este tema es un financiamiento adecuado. Este país, en los últimos 40 años, ha multiplicado por cuatro, cinco veces el Producto Nacional Bruto, y un país rico lo que ha hecho es aumentar la distancia que hay entre los pobres y los ricos. El avance ha sido mínimo y la solidaridad no puede darse de otra manera: toda la riqueza de este país, a la que contribuyen todos los trabajadores, debe repartirse a todos los trabajadores, son cosas muy elementales. Este gobierno sigue usando la palabra solidaridad, son los capitalistas que hablan de solidaridad y no han entregado un peso para las necesidades de la sociedad.

Las ventajas del cogobierno Sin esperarlo y dedicado en ese tiempo a sus estudios de endocrinología, el doctor Alfredo Jadresic se convirtió en decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile entre los años 1968 y 1973. Le correspondió liderar, desde la que entonces era la Facultad con mayor peso en la Universidad, la Reforma Universitaria de 1968 que cambiaría el rostro de la institución, pues modificó, como rescata Memoria Chilena, de “manera sustancial el contenido y las orientaciones de las funciones universitarias, estableció una nueva estructura de autoridad y poder que permitió la participación de la comunidad universitaria en el gobierno de las universidades y se esforzó por buscar una mejor inserción de estas en los afanes por lograr el desarrollo y la modernización del país”.

“Hay evidencia de que no se puede entregar, como si fueran dictadores, a un presidente y a sus ministros todo lo que hay que hacer en este país. Yo digo que no hay por dónde perderse, hay experiencias en Chile de que las cosas marchan mejor cuando el Estado es gobernado con un entendimiento social amplio”.

—¿Cuál era la relevancia de emprender un proceso de esas características en la Universidad de Chile? ¿De qué manera la reforma cambió a esta institución? 

En Chile se pensaba que en las universidades había una estructura muy autoritaria, muy dirigida por los profesores y que en algunos aspectos no reconocía los esfuerzos sociales que eran muy importantes, pertinentes a la universidad. Se trataba de que desde la universidad hubiera una visión en todos los ámbitos de práctica que estaban ocurriendo, pero esa participación no se podía dar porque no había ningún organismo en que los estudiantes estuvieran representados. Entonces irrumpe una demanda muy fuerte de participación y desde ese momento se elige al rector, decanos, en los consejos hay participación triestamental y eso determina un cambio muy fundamental en la orientación que toma el trabajo universitario, que en salud fue muy importante. La Chile introdujo un cambio notable en los planes y programas de enseñanza. Por ejemplo, se sacó la enseñanza de la medicina de los hospitales a las poblaciones, a los consultorios, para que se conocieran otros aspectos de la realidad nacional. En la experiencia que yo tuve, la universidad tuvo un vuelco muy fundamental.

—La idea del cogobierno sigue generando incomodidad. Usted vivió ese “experimento” en la Facultad de Medicina. ¿Cómo funcionó esa iniciativa? 

En la Facultad de Medicina tuvimos un entendimiento absolutamente total con los estudiantes y funcionarios. Los estudiantes con un 25% y los funcionarios con un 10% y, bueno, con un 65% los académicos, pero se introdujo en ese momento un concepto que es muy importante, que es hablar no de una institución, sino de una comunidad, porque tenemos todos algo en común y lo que tenemos en común son los planes y programas que señalan hacia dónde va la Facultad, y en Medicina se produjo una filosofía muy favorable. El respeto mutuo que se establece en ese momento es porque tenemos algo en común, que es el objeto en que tú estás empleando tu actividad laboral. El año 69, cuando dimos la bienvenida a los nuevos estudiantes, invité a un funcionario a que participara en los discursos de bienvenida. Mira, el funcionario hizo un discurso que fue el mejor de todos, había una pasión en su voz, un entusiasmo con el que este funcionario se refería a lo que era la bienvenida para los estudiantes, que venían a cumplir una función tan importante. El hospital universitario anterior tenía paros unas tres o cuatro veces al año, a veces de semanas, no se atendía; nosotros no tuvimos nunca, en los cuatro años, un conflicto con los estudiantes que llegara a un paro. Yo soy un absoluto partidario de que la Facultad de Medicina no tuvo un periodo mejor que los cuatro años del 68 al 72, sin conflicto y con expansión y desarrollo increíbles, yo creo que todo el mundo se identificó con el proyecto. ¿Por qué no hacer participar a los estudiantes en los consejos? Yo soy un gran partidario de los cogobiernos. Si a mí me preguntan “¿usted, en que se basa para decir esto?”. Me baso en los tres años en que fui decano de la Facultad de Medicina, que era la Facultad más amplia que tenía la Chile en esa época.

—Usted enfrenta la pandemia con 94 años. Sabemos que el virus afecta de manera particular a las personas mayores. ¿Cómo ha vivido el proceso de confinamiento?

Mira, yo tengo una compañera maravillosa, Patricia es profesora de inglés, pero es poeta, pintora, ceramista, muchas cosas más, con muchas inquietudes intelectuales. A la semana de conocerla, yo le propuse matrimonio y ella dijo que sí, que se casaría conmigo. Mi madre, que estaba preocupada porque tenía 30 años y no me casaba, me pedía que aceptara ver a algunas jóvenes compañeras de mi hermana y apareció un día Patricia, era un jueves. Ese fin de semana le dije a mi mamá: “parece que conocí a la persona con la que me voy a casar”. El jueves siguiente, sin haber tratado de ninguna manera un tema sentimental, yo le dije “¿tú te casarías conmigo?”. Y ella me dijo que sí. Le escuché a González Vera, que era nuestro amigo, decir un día en Isla Negra que “un matrimonio feliz es una conversación interminable” y eso se ha cumplido. Para mí ella es la compañera ideal y tengo que reconocer que este confinamiento, con el departamento en que tenemos todas las ventanas que miran al exterior y con terraza, no me aflige en ese sentido.

—¿Ha sentido miedo de la muerte en este contexto?

Me da pena dejar sola a la Patricia, sé que le soy necesario.

La frágil memoria de las pandemias en Chile

En los últimos meses se ha reiterado que la del Covid-19 es la peor pandemia de todos los tiempos. Si bien es la de mayor alcance global y ha obligado en pocos meses a cambiar la cotidianidad de millones de personas, lo cierto es que la humanidad ya había pasado por tragedias similares. En Chile, desde el siglo XIX, enfermedades como el cólera, la gripe española o el tifus exantemático han costado la vida de miles de personas y, al mismo tiempo, impulsado importantes reformas en salud. ¿Cómo han terminado estas pandemias y por qué no las recordamos tanto? Expertos entran en ese debate.

Por Denisse Espinoza A.
Página del diario El Ferrocalito de 1886, sobre la epidemia de cólera en Chile.

Creyeron que era la pandemia que por largo tiempo habían estado esperando, pero ¿realmente lo era? 

El 16 de mayo de 2009 el entonces ministro de Salud, Álvaro Erazo, confirmaba lo inevitable: la gripe A(H1N1) había llegado a Chile con la detección de los primeros casos: dos mujeres que pasaron sus vacaciones en Punta Cana, República Dominicana, contrajeron el virus que a mediados de abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) identificó como una nueva cepa de la gripe porcina. Durante años, el organismo incentivó a los países a que trabajaran en un plan de contingencia para una posible pandemia y Chile no fue la excepción. Eso sí, desde 2005, la preparación giró en torno a un posible brote de influenza, pero de tipo aviar y proveniente de Asia, por lo que el nuevo virus se instaló en el país con una rapidez que encendió las alarmas. 

Sin embargo, la reacción de las autoridades locales fue oportuna. Se dispuso de inmediato una barrera sanitaria de ingreso al país y se hicieron exhaustivos controles en el aeropuerto de vuelos provenientes de Canadá, EE.UU. y México. No fue necesario suspender clases ni tampoco decretar cuarentenas: la epidemia concluyó en marzo de 2010 con un total de casos que se alzaron por sobre los 300 mil y con sólo 155 fallecidos confirmados por el virus. “En el papel habíamos previsto millones de casos e incluso teníamos negociada con dos años de anticipación la compra de antivirales, autorizada por el presidente Lagos, por lo que fuimos el único país del Cono Sur que contó con medicamentos en cápsulas que redujo mucho la tasa de complicaciones y, por consecuencia, la demanda de camas hospitalarias. El problema fue que después se cuestionó haber comprado demasiados antivirales”, recuerda la epidemióloga Ximena Aguilera, quien fuera una de las principales responsables del plan de preparación para la pandemia de influenza y que hoy integra el consejo asesor del Covid-19.

“Aunque no fue exactamente el virus que estábamos esperando, había un plan pensado, sabíamos cuáles eran los comités que se debían armar, las autoridades que iban a participar más fuertemente. Era tanto así que la estrategia comunicacional estuvo a cargo de una empresa que diseñó logos, avisos, spots de radio y TV, incluso estaba escrito el discurso de la presidenta cuando llegara el primer caso y se produjera la primera muerte”, cuenta la también académica de la Universidad del Desarrollo. Diez años después de esa epidemia, está claro que el trabajo previsor se ha perdido, luego de que el mismo presidente Piñera declarara el 17 de mayo, por cadena nacional, que “ningún país, ni siquiera los más desarrollados, estaba preparado para enfrentar la pandemia del Coronavirus, como lo demuestra la evidente saturación de los sistemas de salud en países de alto nivel de desarrollo. Chile tampoco estaba preparado”.

La epidemióloga e integrante de la Mesa Técnica Covid-19, Ximena Aguilera.

¿Es posible que la memoria pandémica se pierda en una sola década? ¿Qué pasó entonces? “Yo diría que tras la epidemia de influenza se abandonó el tema en las Américas. La misma OPS (Organización Panamericana de la Salud) que empujaba el tema lo sacó de sus prioridades y se abocó al reglamento sanitario internacional. Sin embargo, otros países que participan con Chile en la APEC han reaccionado bien a esta pandemia. Los australianos y oceánicos nunca descuidaron el trabajo preventivo, de hecho, cuando empezó, vi por televisión cómo en Australia se anunció que se iba a poner operativo el plan pandémico, es decir, que lo tenían y bien actualizado”, explica Ximena Aguilera.

Así, en esta pandemia, hemos visto cómo frente al poco ojo avizor que han tenido las autoridades para controlar el avance incesante del virus se ha optado por una estrategia que pretende alzar al Covid-19 como la mayor amenaza que ha enfrentado el ser humano en su historia, pero ¿qué tan cierta es esa afirmación? Para el académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y especialista en historia de la salud, Marcelo Sánchez, comparar los contextos históricos es complejo, pero “en ningún caso esta es la peor epidemia de la humanidad”. Y ejemplifica: “las enfermedades que se dieron por el contacto entre conquistadores europeos y población aborigen se alzan por sobre los 25 millones de personas y en el contexto nacional republicano, las estimaciones más bajas de la epidemia de cólera de 1886-1888 están en torno a 25 mil fallecidos y las altas en torno a 30 mil, y eso habría que verlo en la proporción de población total del país que rondaba a los dos millones, entonces esa fue mucho peor. Creo que, más bien, lo del Covid-19, es un relato de la catástrofe que busca provocar unidad política, llevar a la gente a seguir instrucciones, pero es una retórica que sinceramente esconde falta de responsabilidad y creatividad política”, dice, tajante, el historiador.

Más que coincidencias 

Lo que sí ha complejizado el manejo de esta pandemia en el territorio local es la falta de credibilidad política que sufre el gobierno y la élite debido al estallido social del 18 de octubre. Sin embargo, los historiadores se apuran en aclarar que esta característica tampoco es excepcional. “Ha sucedido que las pandemias en el país han coincidido con crisis de legitimidad, donde la población ha mantenido cierta distancia frente a las decisiones gubernamentales. En la gripe española de 1918 que afectó a Chile, por ejemplo, también hubo una coyuntura social y política, la república parlamentaria hacía agua por varios lados, hubo grandes manifestaciones sociales y se sumaba a la arena política Alessandri, como el gran reformista, el tribuno del pueblo que iba a resolver todos los problemas”, cuenta el historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica. Así también se vivió una crisis política durante el cólera, la primera epidemia que afectó a Chile y que llegó desde Argentina en diciembre de 1886 con casos en Santa María, San Felipe y La Calera, y que se extendió hasta abril de 1888 con un carácter estacional. 

Foto histórica de la gripe española de 1918, que afectó también a Chile.

El presidente era José Manuel Balmaceda, quien promovió un rol más activo del Estado y que era resistido por las élites debido a su insistencia por arrogarse más atribuciones como presidente. Los debates en torno al manejo de la pandemia se vertían en la prensa, en periódicos como El Ferrocarril, El Mercurio de Valparaíso y El Estandarte Católico. Sin embargo, las clases bajas quedaban fuera y más bien se informaban de forma básica y a veces errónea, a través de los versos de la Lira Popular y de la sátira política del Padre Padilla, pasquín donde se educaba a la población y que es detallado por la historiadora Josefina Carrera en su artículo El cólera en Chile (1886-1888): conflicto político y reacción popular, donde concluye: “una de las comprobaciones más interesantes fue captar el abismo que separa al mundo popular de la elite. Así observamos a un pueblo lleno de temor, desconfianza y disconformidad ante las autoridades, especialmente las médicas”. 

Otro evento epidémico que fue consecuencia directa de una crisis económica y social fue el tifus exantemático de 1931, enfermedad transmitida por el piojo del cuerpo humano y que surgió a partir del quiebre de las salitreras del norte del país en 1929. Los mineros y sus familias fueron confinados en pésimas condiciones de higiene y luego trasladados a labores de cosecha en Valparaíso y Santiago, lo que propagó el virus hasta 1935. “En la capital se dieron restricciones en los tranvías, cierres de teatros, de las actividades docentes, hubo desinfección en conventillos y recintos públicos y muchas restricciones a la libertad individual”, comenta el historiador Marcelo Sánchez, quien ha estudiado a fondo el tema. 

El historiador y académico de la U. de Chile, Marcelo Sánchez.

Claro que quizás el contexto epidémico más curioso, por las coincidencias que guarda con el momento actual, es el brote de influenza de 1957, que vino justo luego de la llamada “batalla de Santiago”. Las protestas masivas del 2 y 3 de abril de ese año fueron detonadas por el alza en el transporte público y tuvieron como protagonistas a las organizaciones sindicales lideradas por la CUT. La policía intervino con un saldo de una veintena de civiles muertos y la declaración de Estado de Sitio. Bajo ese clima, el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo enfrentó en agosto el arribo de la influenza asiática, proveniente de un barco estadounidense que atracó en Valparaíso. La pandemia ubicó a Chile entre los países con índices más altos de mortalidad, con al menos 20 mil muertos, y parte de las razones fue el tenso ambiente político de un gobierno asediado por huelgas populares. 

“Hay ciertos comportamientos que se repiten en las crisis sanitarias. El miedo, la huida y sobre todo, la desconfianza hacia la autoridad es algo que repercute en el combate de la enfermedad”, explica Marcelo Sánchez. Según la epidemióloga Ximena Aguilera, la desconfianza social en la actual pandemia se enraíza en “el factor de la desigualdad. Si has tenido toda la vida la experiencia de que algunos tienen privilegios y muchos, y que tú no, es difícil creer que vaya a haber igualdad de trato y de derechos para todos”.

El peso de la historia 

Cien años después, un nuevo brote de cólera se detectó en Chile: llegó desde Perú a fines de 1991 pero a diferencia de otras pandemias, tuvo a favor el clima político. “El gobierno estaba compuesto por una alianza de partidos mucho más estable que ahora. Hubo presiones de empresarios que decían que para qué íbamos a comunicar la pandemia, que mejor lo hiciéramos para callado, pero yo me negué porque sabía que la transparencia era la única forma para que la gente siguiera las instrucciones y así fue”, cuenta el médico y ex ministro de Salud de la época, Jorge Jiménez de la Jara, quien lideró la coordinación con los ministerios del Interior, Obras Públicas y las FF.AA. “Era mal visto el contacto con los militares, pero decidí jugármela y ayudaron mucho en el control de las barreras sanitarias”. 

Jiménez de la Jara cuenta que justo en ese momento había expertos de la U. de Maryland (EE.UU.) y de la U. de Chile investigando en el país la fiebre tifoidea –que tiene un ciclo similar al del cólera– e hicieron un mapeo de la ciudad, indicando cuáles zonas de Santiago eran las de mayor peligro. Así, en lugares como Rinconada de Maipú, chacras regadas con aguas contaminadas fueron clausuradas por orden directa de la Seremi de Salud del sector poniente, la doctora Michelle Bachelet.

Los resultados del manejo del cólera fueron exitosos: se notificaron sólo 146 contagiados, tres fallecidos y la población cambió para siempre sus hábitos higiénicos: lavarse las manos se volvió natural, al igual que desinfectar las verduras y no consumir mariscos crudos. “En ocho años se logró que el tratamiento de las aguas servidas fuera una realidad en todo Chile, del 5% subió al 95% con la implementación de plantas en varias ciudades y una inversión de varios miles de millones de dólares”, agrega Jiménez de la Jara. 

Sin duda, tras las pandemias se han mejorado los aparatos institucionales. La epidemia de cólera de 1888, por ejemplo, impulsó la creación en 1892 del Consejo Superior de Higiene y el Instituto de Higiene, dependientes del Ministerio del Interior. Estos dieron paso en 1929 al Instituto Bacteriológico y luego al Instituto de Salud Pública en 1979, que incluso supervisó la manufactura nacional de medicamentos y vacunas hasta fines de los años 90. “Desde 1892 Chile construyó un sistema público de salud bastante robusto, pero todo eso se destruyó entre 1979 y 1981”, afirma el historiador Marcelo Sánchez, pero aclara: “por supuesto que el sistema antiguo tenía defectos, era lento, burocrático, muchas veces no tenía recursos y siempre se le acusaba de practicar una medicina deshumanizada, pero como ideal quería atender la salud de todas y todos los chilenos y no había ninguna exigencia de pago para la atención primaria y de urgencia”. 

Además, sucede que una vez aprendidas las lecciones, los recuerdos más duros de las crisis se terminan enterrando. ¿A qué se debe esta mala memoria de los detalles de la tragedia? “Son traumas colectivos y buena parte de la población lo único que quiere es olvidar”, dice el historiador de la UC, Marcelo López. “Es parte de la psicología humana dar vuelta la página, pero hay sociedades que deciden recordar e incluso hacer memoriales. Esa es una discusión que hace falta en nuestro país, porque no tenemos una buena memoria sanitaria”, agrega. 

El historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica.

Por ejemplo, en 2003, durante las excavaciones para la construcción de la Costanera Norte, se descubrieron restos óseos humanos dentro de fosas comunes que, luego se comprobó, correspondían a un antiguo cementerio de coléricos de 1888, ubicado al lado de uno de los lazaretos de la época; residencias sanitarias donde los enfermos eran aislados. “Se construían en las periferias de las ciudades, eran muy precarios y allí básicamente se iba a morir. Eso da cuenta de la magnitud de este tipo de tragedias y la respuesta común que se les dio durante el siglo XIX”, dice el historiador de la U. de Chile, Marcelo Sánchez. De hecho, al igual que el del 2003, hay una serie de otros sitios de entierro de cadáveres en distintas zonas de Chile que quedaron inscritos en la memoria popular como las “lomas de los apestados”, pero que nadie sabe exactamente dónde están. 

Pareciera que uno de los errores más recurrentes es reducir la respuesta de una crisis de salud al ámbito de la ciencia, cuando en realidad el elemento social es decisivo y por eso urge cruzar disciplinas. “Mientras no haya una vacuna o un tratamiento, dependemos más que nada del comportamiento humano. Hoy sabemos que los niveles de confianza y la credibilidad en las instituciones es importante para manejar una crisis como esta y lo sabemos porque justamente no se está dando”, dice la historiadora de la ciencia y académica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva. “Lo de la memoria y la conciencia histórica es un tema sensible, o sea, en los últimos años hemos visto las intenciones de reducir la relevancia de la historia y de las ciencias sociales en el currículum escolar y eso tendrá consecuencias ahora y a largo plazo”, agrega Silva. Mientras, López da un dato relevante. “La historia de la salud se desterró de la mayoría de las Escuelas de Medicina y eso es paradójico. Es decir, ni siquiera los médicos conocen la historia de su disciplina. Al parecer, lo que ocurrió fue que en el siglo XX la medicina se enamoró tanto de sí misma que ya no necesitó ninguna otra disciplina para explicarse los problemas”.