La élite chilena salió en viaje de negocios

Por Faride Zerán

Todo parece causar sorpresa en el Chile actual. Por ejemplo, la histórica participación en el plebiscito, con más del 50% del padrón electoral votando pese a la pandemia y a una franja electoral confusa y, en general, más bien discreta; el abrumador triunfo del Apruebo y de la Convención Constitucional, ambas con más del 78% de las preferencias, así como las pacíficas y masivas celebraciones convocadas en distintos puntos de Santiago y del país.

Como si se tratara de cifras, datos, personas sacadas del sombrero de un mago, las escenas que se sucedieron el 25 de octubre último aún tienen a los analistas, líderes políticos y medios de comunicación intentando leer un país bajo lógicas y categorías que en muchos casos siguen desfasadas respecto del país real.

Porque si bien el lugar común de la reflexión tuvo como epicentro la premisa unánime de que se estaba asistiendo a un fenómeno que enfrentaba a la élite con el pueblo (aunque la palabra pueblo no fue usada sino a través de eufemismos), lo cierto es que el lunes 26 de octubre ya no amanecimos con un país polarizado, como majaderamente se insistía, sino más bien con la evidencia de que un modelo de sociedad determinado le había sido impuesto a todo un país por una minoría que, por cierto, ostentaba un gran sentido de clase.

La pregunta es cómo se produjo esa grieta o desprendimiento del tejido social y cultural, y de qué manera es posible reparar dicha falla, digamos telúrica, para usar una metáfora ad hoc con el país, sin que devenga en sismos de magnitud considerables.

Sin duda, hay muchas explicaciones que clarifican este escenario, aunque de manera reiterada ellas provengan de la misma élite y desde sus medios masivos que controlan sin contrapeso, léase diarios, canales de televisión y radios, a través de los mismos columnistas, similares invitados y pautas periodísticas.

La ausencia de diversidad de rostros, argumentos, colegios y barrios en los debates de los medios sigue siendo escandalosa.

Ello explica también el resultado de un estudio, “Percepciones sobre desigualdad en la élite chilena”, elaborado por Unholster, el Centro de Gobierno Corporativo y Sociedad de la Universidad de los Andes y el Círculo de Directores, que entre sus conclusiones señala que la élite chilena tiene una visión “idealizada” de la realidad de las personas que viven en las comunas de nivel socioeconómico medio y bajo, “siendo la clase media más pobre y frágil de lo que los encuestados perciben”. O bien, que la élite parece desconocer la verdadera magnitud de cómo la sociedad chilena está cambiando, “pues se subestima la diversidad social y de género que hoy se da en los cargos de alta dirección en las principales empresas de Chile”.

El problema no es sólo que en la burbuja se encuentren los mismos de siempre. Otro factor gravitante es la hegemonía de los grandes empresarios en el control de los medios de comunicación y, por tanto, en la incidencia y contenidos del debate público.

El malestar de la ciudadanía hacia las coberturas informativas de los grandes medios, especialmente ante las movilizaciones sociales, ha sido elocuente. No es un secreto la credibilidad y prestigio del que gozan los medios independientes, comunitarios, o periodistas de investigación que a través de las redes informan en momentos en que la opacidad mediática ha sido evidente, como ocurrió en pleno peak de la pandemia. La frase de que “periodismo es todo aquello que el poder quiere ocultar; el resto es relaciones públicas”, en el Chile actual cobra relevancia dramática.

Basta leer ahora el reportaje publicado el 29 de octubre último por el sitio “La voz de los que sobran”, donde el periodista Luis Tabilo denunciaba las reuniones secretas del presidente de la República y sus ministros con altos ejecutivos y rostros de televisión en medio del estallido de octubre de 2019. El medio online consignaba una declaración del presidente de la Federación de Trabajadores de Televisión (Fetra TV), Iván Mezzano, firmada el viernes 25 de octubre de 2019 y presentada ante la Asociación Nacional de Televisión (Anatel), sobre la cita ocurrida el sábado 19 de octubre: “Nos permitimos denunciar una práctica inconstitucional y antidemocrática por parte del Gobierno y su ministro del Interior, el que ha citado en el curso de esta semana a todos los directores ejecutivos de medios televisivos a La Moneda, lo que implicaría una clara intervención en la definición de las líneas editoriales y de prensa para cubrir la información de los medios respecto del estallido social que hoy conmueve al país”.

Sin duda, la libertad de expresión y la diversidad de medios de comunicación que contengan discursos y miradas plurales son esenciales para medir la fortaleza de una democracia. También para instalar conversaciones que efectivamente enriquezcan y densifiquen el espacio donde se produce el diálogo ciudadano.

De todo esto adolece el Chile de las últimas décadas y así lo han señalado diversos informes internacionales, como el Informe Anual de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del 31 de diciembre de 2015, que señalaba que, en Chile, “la concentración de medios en pocas manos tiene una incidencia negativa en la democracia y en la libertad de expresión, como expresamente lo recoge el principio 12 de la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión de la CIDH”. Desde su primer pronunciamiento sobre el tema, la Corte Interamericana señalaba que se encuentra prohibida la existencia de todo monopolio en la propiedad o administración de los medios de comunicación, cualquiera sea la forma que pretenda adoptar, y reconoció que “los Estados deben intervenir activamente para evitar la concentración de propiedad en el sector de los medios de comunicación”.

En ese contexto, y cuando en el país se debate el Chile del futuro al que aspiran las grandes mayorías, en medio de este debate constituyente, resulta fundamental recordar que mientras los tratados de derechos humanos exigen que los Estados adopten medidas para prohibir restricciones directas o indirectas a la libertad de expresión, la Constitución de 1980 sólo prohíbe el establecimiento de monopolios estatales de los medios de comunicación, y no se refiere a los privados.

Corregir esta distorsión, que atenta contra el derecho a la comunicación y la libertad de expresión, representa todo un desafío y una gran oportunidad no sólo para que nuestras élites conozcan el país profundo o para que los gobiernos de turno no intenten coartar la libertad de expresión. También implica que cuando se diseñen políticas públicas, los ministros de turno no se sorprendan cuando ellas fracasen al estrellarse con el Chile real.

Maristella Svampa: «Ser feminista y no ser ecologista es casi una contradicción»

Es una de las organizadoras del Pacto Ecosocial del Sur, iniciativa que promueve una “transición socioecológica que articule justicia social y ambiental” como salida a la crisis desatada por la pandemia. Un desafío que, para Svampa, exige reconocer los límites de los progresismos latinoamericanos para superar la inserción extractivista y neodependiente de América Latina en el mundo. No vaya a ser que, además de commodities, empecemos a exportar nuevas pandemias.

Por Francisco Figueroa

No es desde la erudición abstracta y aislada que Maristella Svampa toma la palabra para debatir sobre el rumbo que ha de tomar la sociedad a partir de la pandemia. La socióloga argentina e investigadora del trasandino Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) piensa desde América Latina y el acumulado de aciertos y reveses de sus luchas emancipadoras. Cita a Celso Furtado, Rita Segato y Manfred Max-Neef, a los dependentistas y a las feministas populares, y conceptualiza con referencia a los conflictos que recorren de cabo a rabo la región, desde la contaminada cuenca del río Atrato en Colombia hasta el fracking para la extracción de gas en la Patagonia argentina.

Maristella Svampa is a sociologist and researcher of the Argentinian National Council for Scientific and Technical Research (Conicet).

Las 568 páginas de Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo (2016)le valieron el Premio Nacional de Ensayo Sociológico al otro lado de la cordillera. Y con el último de sus libros, El colapso ecológico ya llegó. Una brújula para salir del (mal)desarrollo (2020, junto a Enrique Viale), quiere aportar a una conversación sobre la insustentabilidad de los modelos de desarrollo vigentes. Para que la transición socioecológica por la que pujan los países del norte, dice, no se pague con más despojo de territorios y dignidad en los países del sur.

¿A qué te refieres con maldesarrollo? ¿Y por qué ese concepto y no otros del discurso crítico como neoliberalismo o subdesarrollo?

Es una categoría que tiene su historia dentro del pensamiento crítico. Fue acuñada por Celso Furtado cuando ya no era un entusiasta cepalino y se había tornado consciente de las grandes desigualdades territoriales y sociales que había en su Brasil natal. Fue retomada también por Vandana Shiva, entre muchos otros, para señalar las múltiples dimensiones en términos de insustentabilidad de los modelos de desarrollo dominantes. En esta línea, nosotros retomamos el concepto en 2014 (con nuestro libro Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo), porque además de señalar esta pluridimensionalidad para analizar los impactos de los modelos de desarrollo, nos parece que tiene un fuerte impacto. La gente, cuando lee maldesarrollo, se pregunta por qué.

¿Implica la posibilidad de hablar de buen desarrollo?

No es el caso. En el marco del pensamiento crítico y posdesarrollista, somos de la idea de abandonar el concepto de desarrollo para avanzar hacia un tipo de sociedad resiliente, solidaria y que aporte a la sostenibilidad de la vida. En el breviario del pensamiento crítico latinoamericano hay diferentes conceptos para hablar de esto: neoextractivismo, consenso de los commodities, giro ecoterritorial. Pero mi apuesta es también no hablarle sólo a la academia o a los convencidos, sino a aquellos sectores que son cada vez más sensibles a las problemáticas socioambientales, pero tienen una ceguera epistémica que impide problematizar los modelos de desarrollo hegemónicos.

Ecuador y Bolivia incorporaron el buen vivir en sus constituciones, pero acentuaron el extractivismo. ¿En qué pie queda ese paradigma después del ciclo progresista?

Sin duda, el concepto faro en el inicio del ciclo progresista fue el de buen vivir, que remite a esa visión comunitaria y de armonía entre sociedad y naturaleza de los pueblos originarios. Pero fue vaciado de su potencialidad por los gobiernos progresistas. Hubo dificultades también para dotarlo de contenidos. Y yo creo que no funcionó porque fue disociado de ese otro concepto fuerte que es el concepto de derechos de la naturaleza, que es más potente y más difícil de bastardear, porque implica un paradigma relacional que pretende desplazar el paradigma binario de la modernidad, dentro del cual el hombre es considerado como externo a la naturaleza, punto de partida para los modelos de desarrollo que hoy conocemos, para una determinada concepción de la ciencia y que es responsable del colapso ecosistémico que estamos viviendo. Si bien Ecuador fue el primer país en constitucionalizar los derechos de la naturaleza, no fue precisamente el país que impulsó su respeto. Fijate vos que encontramos legislaciones interesantes en Colombia, un país que no participó del ciclo progresista, pero que tiene una gran riqueza en términos de movimientos sociales, campesinos e indígenas, y un Tribunal Superior de Justicia progresista que falló, por ejemplo, declarar al río Atrato sujeto de derechos.

Este paradigma parece chocar no sólo con las grandes multinacionales, sino también con las expectativas de las clases urbanas. ¿Cuán crítica es esa tensión que cruza a las posibles alianzas plebeyas de Latinoamérica?

Es un tema central, sin duda. Un gran obstáculo de los gobiernos progresistas para llevar a cabo acciones transformadoras en relación con el desarrollo fue el modelo de inclusión basado en la expansión del consumo, que algunos quisieron llamar “democratización” del consumo, una discusión que en realidad la izquierda progresista no quiso dar. En los setenta, cuando se dio a conocer el Informe Meadows sobre los límites del crecimiento, sectores del pensamiento crítico latinoamericano respondieron que esa era una mirada muy desde el centro y que el problema no era la escasez de recursos naturales, sino la universalización de modelos de consumo insostenible. Hasta ese momento, la izquierda latinoamericana apostaba a otro modelo de consumo, uno que atendiera, a la Max Neef, las necesidades humanas. Pero al calor de la globalización neoliberal, lo que se globalizó fue un modelo de consumo insustentable, que requiere explotar más recursos naturales y energía, por ende, más despojo de los territorios y las poblaciones que los habitan. Los gobiernos progresistas no promovieron un modelo económico alternativo, reforzaron ese modelo y la inserción subalterna de los países latinoamericanos en el proceso de división internacional del trabajo, todo lo cual tiene “patas cortas” en términos de modelo. Y si bien se había reducido la pobreza, se había ensanchado la brecha de la desigualdad, sobre todo cuando leemos la problemática en términos de concentración de la riqueza. Lo cual nos lleva a una situación paradójica, porque claramente estos fueron mejores y más democráticos gobiernos que los neoliberales y conservadores que hemos conocido.

El feminismo está teniendo una capacidad de articulación notable. ¿Ves en la ética del cuidado un nuevo “concepto faro”?

Sí, soy de las que promueve al paradigma de los cuidados -lo digo en plural desde que me corrigieron unas feministas populares colombianas- como la base de la posibilidad de articulación entre justicia social y ambiental. Cuando hablamos de paradigma de los cuidados estamos hablando de la necesidad de transformar nuestra relación con la naturaleza en función de una cosmovisión relacional, que pone en el centro la interculturalidad, la reciprocidad y la interdependencia. Y como dicen las feministas de Ecologistas en Acción, hay dimensiones diferentes. La de las feministas populares sobre el cuidado de los ciclos de la vida, los ecosistemas, la relación cuerpos-territorio-naturaleza. Y la dimensión que las economistas feministas han puesto de relieve: la invisibilización del trabajo ligado a la reproducción de la vida social, que al recaer sobre las familias y dentro de esas familias sobre las mujeres, es también un vehículo de mayor desigualdad. Ahora bien, dicho esto, cuando uno observa las corrientes de los feminismos realmente existentes, por ejemplo, acá en la Argentina, hay todavía conexiones pendientes entre estos feminismos. No hay feminismo emancipador si no lleva en el centro de su mensaje la defensa del territorio y la vida. Ser feminista y no ser ecologista es casi una contradicción hoy en día.

“Chile nos conmovió por múltiples razones: ilustró un fenomenal proceso de liberación cognitiva de las multitudes, cuestionó ese país de dueños en un mundo de dueños que se hace cada vez más insoportable e insostenible y entró de lleno al ciclo de luchas latinoamericano aportando novedad”. 

Con la reactivación económica como prioridad, será difícil producir un cambio de paradigma. ¿Cómo ves la capacidad del campo intelectual latinoamericano para ayudar en ese sentido?

El problema con lo socioambiental es que requiere salir de la zona de confort de las izquierdas, requiere otro modo de pensar la relación sociedad/naturaleza y los modelos productivos. Además, cuestiona las lealtades políticas. En América Latina, la oposición entre lo social y lo ambiental sigue estando en el centro, como si no hubiésemos tomado conciencia de lo que ha dejado el boom de los commodities. Entonces, es necesario desmontar esa falsa oposición con una discusión amplia, seria. En el progresismo selectivo que nos legó el kirchnerismo acá en la Argentina hay brechas para dialogar, pero al mismo tiempo siguen pensando en reactivar la economía con más extractivismo. Te doy un ejemplo: se va a discutir un impuesto extraordinario a las grandes fortunas, ¿qué piensa hacer el gobierno? En la lista están la salud y la educación, pero un 25 por cierto irá dedicado a la producción de gas con grandes fracking. Es una locura, ¡no entendimos nada! En vez de pensar una agenda de transición energética, de abrir la discusión democrática sobre qué diablos hacer con el litio, se apuesta a subsidiar una vez más el gas del fracking. Es muy desalentador, uno tiene la impresión de que los progresismos realmente existentes no han aprendido nada.

¿Y cómo ves el papel en todo esto del nuevo socio clave de la región, China?

Más que potenciar la unidad latinoamericana, la asociación con China siempre se hizo por vías bilaterales que fueron consolidando el marco de una nueva dependencia. En América Latina y Argentina, la inversión de los capitales chinos se ha dado sobre todo en el sector extractivo y en el marco de un intercambio asimétrico. A esto se ha añadido que el gobierno argentino, a través de Cancillería, promueve la instalación de megafactorías de cerdos para producir carne porcina que será exportada a China. La Argentina, en el marco de una pandemia de carácter zoonótico, promueve un modelo que implica fuertes impactos socioambientales, que tiene potencial pandémico y obedece a la necesidad de algunos países de externalizar los riesgos buscando territorios sanos, todavía no afectados por la gripe porcina africana. Descabellado, por donde se lo vea. Siempre estamos en la senda de las falsas soluciones y eso está muy ligado al maldesarrollo.

Los dependentistas decían que la dependencia produce nuestras clases dominantes. ¿Conserva vigencia esa máxima?

Claro, como decían Teotonio dos Santos, Cardoso, la dependencia hay que leerla desde el punto de vista interno en términos de correlación de fuerzas sociales y de cómo emerge un sector de la burguesía local que no apuesta al desarrollo autónomo, sino a una mayor asociación transnacional para obtener un lugar privilegiado en la estructura económica. Hablando de burguesía nacional, acá en la Argentina está Hugo Sigman, CEO de laboratorios farmacéuticos, uno de los superricos argentinos, progresista desde el punto de vista cultural, financista de un montón de películas muy importantes, y su laboratorio fue elegido para producir la vacuna de Oxford acá. Pero, al mismo tiempo, promueve las megafactorías de cerdos. Por la puerta delantera ofrecemos una vacuna y por la trasera dejamos entrar una nueva pandemia. ¡Es una locura!

La pandemia parece estar dando nuevos aires a un concepto de vida más consciente de nuestra interdependencia, que ya veíamos reivindicado en nuestra región. ¿Puede Latinoamérica darle brújula al mundo después de la pandemia?

Ojalá, yo creo que la narrativa emancipatoria que se ha forjado en América Latina al calor de las luchas ecoterritoriales, indígenas y feministas tiene mucho para aportar a pensar ese otro mundo posible, asentado en la resiliencia, la democracia, la solidaridad y el paradigma de los cuidados. Pero, al mismo tiempo, no tiene las espaldas para afrontar el desafío que eso implica. No somos Europa, acá no hay un banco que a nivel latinoamericano promueva la reforma tributaria, el ingreso universal ciudadano, casi no hay medios y los Estados están solos frente a una situación devastadora. Entonces, si no hay un planteo de transición a nivel global, es casi imposible que podamos abrir esa agenda. Lo que puede suceder, si no, es que Europa se oriente hacia una transición socioecológica y en Latinoamérica se sigan contaminando los territorios y atropellando las poblaciones para financiar esa transición de los países del norte. Nuestras experiencias y lenguajes ecoterritoriales quedarán como testimoniales, ese es el peligro que veo yo.

En tu último libro mencionas las revueltas chilenas de 2019 como una fuente de inspiración. ¿De qué manera te interpeló el octubre chileno?

Rita Segato señala que este es un mundo de dueños, de señoríos, que la palabra desigualdad es poco. Y yo creo que tiene razón Rita y Chile lo ejemplifica de manera notoria: es un país de dueños. La revista Forbes mostraba en 2019 el ranking de los más ricos del mundo y había diez familias chilenas. Chile nos conmovió por múltiples razones: ilustró un fenomenal proceso de liberación cognitiva de las multitudes, cuestionó ese país de dueños en un mundo de dueños que se hace cada vez más insoportable e insostenible y entró de lleno al ciclo de luchas latinoamericano aportando novedad, con la interseccionalidad, los grafitis, el muralismo, la desmonumentalización, en fin, muchísimas cosas nuevas. No creo que en Chile vayamos a un proceso de clausura cognitiva, las condiciones están dadas para que se refuerce el proceso de cambio al calor de una constituyente que realmente implique un nuevo pacto social, un nuevo barajar y dar de nuevo en la sociedad.

Allende inédito: la revancha de Patricia Espejo

Tras cinco décadas del triunfo de la Unidad Popular, Patricia Espejo Brain, secretaria privada de Salvador Allende, publica sus memorias. En ellas repasa hitos y anécdotas del círculo más estrecho del presidente, pero además se refiere a sus años de exilio y al Comité de Resistencia que formó con Tati Allende en Cuba. “El estallido social y la crisis de los partidos políticos me hizo sentir que era necesario dar a conocer por dentro el gobierno de Allende”, confiesa.

Por Victoria Ramírez

Patricia Espejo Brain recuerda con claridad la última vez que vio al general Augusto Pinochet. Venía saliendo del despacho presidencial y caminaba con Salvador Allende hacia el ascensor. Era 10 de septiembre de 1973, y en la secretaría privada el trabajo era arduo. Patricia, que había estado desde el inicio de la Unidad Popular en La Moneda, reconoce haber olvidado muchas cosas en su vida, pero esos mil días con Allende permanecen intactos. En esa ocasión, el presidente la llamó para despedirse del general, quien le aseguró que el Ejército estaría con él “hasta las últimas consecuencias”. Con esa frase dijo adiós y las rejas del ascensor se cerraron. Luego se fueron caminando —el Chicho y ella— del brazo, sin hablar, hasta llegar al final del pasillo, donde él le confesó en voz baja: “¿Será esta la traición?”.

Ese tipo de intimidad aparece innumerables veces narrada en las memorias de Patricia Espejo, secretaria y asesora del círculo más estrecho de Salvador Allende, amiga y colega de Miria “Payita” Contreras y de la hija del presidente, Beatriz “Tati” Allende, con quienes trabajó en la secretaría privada.  Luego de haber estado 25 años en el exilio —en Cuba y Venezuela— y de haber guardado un silencio estoico, su libro Allende inédito. Memorias desde la secretaría privada de La Moneda (Aguilar) por fin verá la luz en octubre. Socióloga de profesión, Patricia volvió a Chile en 2002 y trabajó diez años como directora ejecutiva de la Fundación Salvador Allende. Fue en julio de 2019 cuando comenzó a escribir el libro, impulsada por la promesa que hizo a su amigo Víctor Pey, exdirector del diario Clarín, pero también porque quería relatar su testimonio a los jóvenes. “No podía dejar de contarlo, prácticamente quedo sólo yo viva”, explica a través del teléfono, y su voz suena tranquila.

Patricia Espejo Brain, Salvador Allende’s private secretary.

En sus memorias la autora muestra la calidez humana de Allende, da cuenta del gran orador, pero también del padre y del amigo, y en ese tránsito lo desmitifica, además de relatar anécdotas y valorar especialmente su sentido del humor y su cercanía. Como aquella vez en que el mandatario quiso asustar al general Carlos Prats un fin de semana en la casa de El Cañaveral,simulando un desmayo. O ese verano de 1972 en el que el Chicho, vestido de guayabera, recibió a niños con notas sobresalientes que pasaron unos días en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo, en Viña del Mar. O las maratones de películas de cowboys, el placer de ver dos al hilo. O aquellas noches en que de improviso Allende se vestía de bata blanca e iba a visitar hospitales, sin avisar a nadie. Sus dolores también los incluye: la soledad profundizada en su segundo año de gobierno, las deslealtades, las decepciones, la permanente tensión con los partidos.

De fondo, por supuesto, están los hitos fundamentales de la UP. La noche en que una marejada de gente escuchó al nuevo presidente desde los balcones de la FECH, el día en que se concretó la estatización del cobre, la construcción de la UNCTAD, la polémica visita de Fidel Castro a Chile, las negociaciones con los partidos de derecha e izquierda, la coordinación del GAP, el desabastecimiento, las amenazas de Patria y Libertad, los constantes cambios de gabinete y tantas otras cosas que ocurrieron durante esos años y que Patricia Espejo vivió en carne propia.

—Yo siempre usé un perfil bajo, por mi personalidad y por ciertas convicciones. Escribí porque creo que en la historia falta Salvador Allende como ser humano. Hoy hay mucho voluntarismo y hay que mostrar que gobernar es difícil. No te enfrentas solamente con tu equipo más allegado, sino que con enemigos internos. Gobernar significa muchas cualidades, formas de pensar, actuar, y de sentir lo que siente el otro. Eso se ha ido perdiendo, hoy las relaciones del presidente con el pueblo son distantes, de autoritarismo, de dominación. De alguna manera, el estallido social y la crisis de los partidos políticos me hizo sentir que era necesario dar a conocer por dentro el gobierno de Allende.

La secretaría privada quedaba en el segundo piso de La Moneda, frente a la Intendencia y la Plaza de la Constitución, en la intersección de Moneda con Morandé. Patricia Espejo Brain era la primera en llegar, pero a veces coincidía con Allende, cuando lograba coordinarse con el “Toromanta1”, el auto que salía de la casa presidencial de Tomás Moro, siempre escoltado por integrantes del GAP. Luego llegaban Payita a las diez y media y Tati al mediodía. Había rutinas claras, el doctor —como lo llamaba Patricia— almorzaba a las dos de la tarde en el gran comedor, generalmente para almuerzos de trabajo. Luego dormía una siesta de diez minutos en un sofá cama que habían instalado a un lado del despacho presidencial. “Era un ritual, en el baño contiguo se ponía su pijama, abría la cama y a dormir”, cuenta la autora. Con el tiempo, se fue construyendo un vínculo de confianza: “Como no tenía ninguna otra relación más que ser una colaboradora, me fue considerando como alguien en quien podía depositar ciertos secretos”.

Décadas después, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, la mandataria le pediría a Patricia que intentara reconstruir el gabinete presidencial de Allende a modo de homenaje, pero se encontró con una tarea casi imposible. Habían cambiado todo de lugar mientras estaba Pinochet. “Cambiaron toda la estructura física. Tal vez como una forma de olvidar”, reflexiona, y recuerda que incluso hoy ir a La Moneda le produce incomodidad, tanto por los detalles de protocolo como por la nostalgia de una sencillez que ya no encuentra en los salones ostentosos. 

Allende solía dejarle mensajes y regalitos en su escritorio. Uno de los más memorables lo escribió un día en que Patricia llegó tarde, pues se había quedado dormida cuidando a su hija que estaba con gripe. La nota decía: “Chiquita: /Se paró el reloj, son las 9,45 y nada /Me siento solo /Dr. Allende”. Curiosamente, ese trozo de papel cruzó la frontera el 12 de septiembre de 1973, cuando Patricia comenzó un largo exilio. Fue lo único que pudo sacar junto a su libreta de contactos, que después sería fundamental. No llevaba maleta ni ropa de cambio, solamente lo puesto.

Patricia Espejo’s contact book. It helped to contact Chilean exiles in Cuba.

La discrepancia de los partidos

Con la perspectiva de hoy, Patricia cree que algunos de los partidos de la Unidad Popular no supieron comprender el proyecto revolucionario y democrático que pretendía realizar Salvador Allende o, en sus palabras, “no dieron el ancho”.

 —Había mucha discrepancia entre un sector y otro. Los partidos más fuertes fueron el Partido Socialista y el Partido Comunista, que tal vez fue el más consecuente. Especialmente el Partido Socialista pecó de omisión. Por otro lado, el MIR no comprendió que no se podía gobernar como pensaban. Los procesos son largos, si te tomabas veinte fundos no ibas a resolver el problema campesino. Allende se tuvo que afianzar más en opiniones de amigos y políticos que en la de los propios partidos.

Aunque Patricia fue militante de las Juventudes Comunistas mientras estudiaba Sociología y en el exilio fue militante del MIR hasta 1976, luego de esas experiencias no volvió a militar. “Yo nunca he dejado la política, he dejado la militancia, que es distinto”, precisa.  

—Pecamos un poco de ingenuos, se pensó que las Fuerzas Armadas eran una institución coordinada y vertical. A nadie se le ocurrió que podía bombardearse La Moneda. El último gesto del presidente fue llamar a plebiscito el 11, esa fue la demostración de su cordura, compromiso y lealtad. El presidente no iba a permitir un baño de sangre.

Volver a La Habana

Llevaba tres días en La Habana cuando le enseñaron a disparar. El entrenamiento comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde. Luego había tiempo para pasear y reunirse con amigos. Era mayo de 1971. “Yo, que soy muy baja de estatura y era muy flaca en ese entonces, tomé el AK y me lo puse a la cintura para disparar, la fuerza del arma me hizo ir moviéndome hacia la derecha, allí estaba Blanca, que por un tris no llegué a herirla”, dice Patricia Espejo en sus memorias. Quien la acompañaba era Blanca Mediano, exfuncionaria de la secretaría privada.

Patricia había visto ondear las banderas de Patria y Libertad en la costanera en Santiago, sus brazaletes y su hostilidad. Llegó a sentir miedo, vio a antiguos amigos que le gritaban “¡comunista de mierda!” al verla pasar. Fue ese el origen del viaje que la llevó a Cuba para realizar un curso de defensa personal e inteligencia. “Pude saber qué precauciones tomar en casa, qué cosas se podían hacer”, explica. Su tía Paz Espejo ya llevaba veinte años allí, pues se había ido para apoyar la revolución en 1959.

Tras el golpe de Estado, Patricia volvería a la isla, esta vez sin ninguna pertenencia. Serían los años en que recibiría a los exiliados y oiría los primeros relatos de torturas junto a Tati Allende. Sería también el lugar en que tiempo después comenzaría a militar en el MIR, cuando Jorge “el Trosko” Fuentes —secuestrado posteriormente en la Operación Cóndor— la invitara a ser parte de la organización por petición de Miguel Enríquez, en un mensaje que le dio en un bote en altamar.

La primera semana tras el 11 de septiembre Patricia formó con Tati Allende el Comité de Solidaridad con la Resistencia en el edificio de la embajada chilena en La Habana, que hoy funciona como la Casa Memorial Salvador Allende. Fue un tiempo duro, de activa gestión para sacar del país a quienes corrían peligro, a través de las vías diplomáticas y de contactos que comenzaron a ver las atrocidades de la tortura. “Era tanta la violencia de los testimonios que eran casi irresistibles”, confiesa la autora, recordando esos primeros relatos de terror.

—A veces me acuerdo y me pregunto cómo fuimos capaces. Ahí la fuerza la tuvo la Tati. Llegamos a Cuba el 13, no estaba Fidel. Empezamos inmediatamente a trabajar, localizamos a mucha gente a través de terceros países. La libreta de contactos nos sirvió para saber dónde estaban los focos, cómo funcionaban los militares, dónde eran los mayores apremios. Todos los días era saber que otro compañero caía. Ese tiempo que nos enfrascamos en trabajar nos ayudó a superar el dolor en la medida en que se podía, con mucho apoyo de la revolución.

From left to right: Isabel Jaramillo, Beatriz «Tati» Allende and Patricia Espejo, in the Communist Party’s Escuela Superior Ñico López, Havana.

A fines de 1973, Patricia y Tati elaboraron el primer informe de derechos humanos que se presentó en una sesión de las Naciones Unidas, al que también asistió Mercedes Hortensia Bussi, Tencha. Con el tiempo, esos relatos pasaron la cuenta. Hay un momento en que Patricia se quebró y decidió detenerse. “Estaba leyendo un testimonio y me dio un ataque de risa, y decidí parar porque me iba a volver loca”, explica. Fue entonces cuando le dijo a Tati que había que resguardarse para no enfermar, pero Tati sintió el deber de continuar con el trabajo. 

—Tati no pudo resistir el no haberse quedado en Chile el 11 de septiembre. Los cubanos son muy cuidadosos en los roles, ella tenía relaciones con embajadores y otras personas, debe haber tenido más información. Yo creo que después vino la parte emocional y familiar que la destruyó. Además, quiso volver a la medicina y se le dijo que no. Luego quiso volver a Chile y se le negó, y ya no encontró salida. La muerte de Tati fue la muerte de una hermana. Para mí, fundamentalmente nunca superó la muerte de su padre.

Tati había sido militante en la fracción del PS afín al Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia, los llamados “elenos”, que apoyaron al Che Guevara en su revolución de América Latina. Aunque Tati tenía estrechos lazos con grupos revolucionarios, aún así se plegó al proyecto democrático de la UP. “Ella amaba profundamente a su padre, era su regalona, su cable a tierra. Lo respetaba y admiraba su tenacidad y su compromiso con los más pobres. Sabía que el camino elegido era difícil y hasta imposible”, recuerda Patricia, recalcando que Tati no dejaba tiempo para el cansancio ni la tristeza. Los últimos años han aparecido libros que recuperan su historia, el más reciente Tati Allende: una revolucionaria olvidada (2017), pero durante mucho tiempo se le perdió la pista.

—Se olvida porque es una figura que molesta, es una revolucionaria que dice las cosas de frente, capaz de luchar, crítica hacia los partidos. Para ella la vida habría sido muy difícil en esta sociedad tan clasista y egoísta, cuando era el reverso de la medalla. No es una figura de consenso. Hoy hay que ser más recatada, condescendiente, hay que olvidarse de que los democratacristianos nos hicieron la vida imposible. Todo ese tipo de cosas que la Tati no habría permitido. Era una mujer extraordinariamente afectuosa, de una sencillez impresionante, muy dura consigo misma.

Luego de la muerte de Tati, Patricia siguió ligada a la familia Allende. Desarrolló una amistad muy cercana con Tencha, y luego en la Fundación Salvador Allende intentó visibilizar la obra del mandatario y de quienes lo acompañaron hasta el final.  En la actualidad, no vacila cuando se le pregunta sobre el legado del expresidente en el actual proceso político, a un año del estallido social.

—Para mí, su legado fue la consecuencia política. Los mil días que gobernó fue consecuente con su gente, incluso con los partidos que a veces no lo apoyaron. Hoy el estallido nos muestra que las diferencias sociales son aberrantes. Hay corrupción a todo nivel y la gente no quiere nada con los políticos. Lo que más llamó mi atención el 18 de octubre fue que no había banderas de partidos. Sólo a lo lejos, a dos o tres cuadras de la plaza, vi una bandera con el rostro de Allende.

Ministro Andrés Couve: hacia una economía basada en el conocimiento

En cuanto al desafío que significa contribuir desde este ministerio a la reactivación económica, tenemos claro que nuestro rol es poner el conocimiento al centro del desarrollo. Solo una economía basada en el conocimiento nos permitirá abordar las actuales complejidades con visión de largo plazo.

Por Andrés Couve

El primer Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de Chile nace en un periodo de grandes transformaciones globales; transformaciones medioambientales, transformaciones guiadas por los avances tecnológicos y transformaciones impuestas por una crisis sanitaria sin precedentes que, seguramente, va a cambiar de manera permanente muchos ámbitos de nuestras vidas.

Nacer en este contexto ha instalado políticamente a nuestro ministerio mucho más rápido de lo que pensamos en un comienzo. Y lo hemos hecho con la firme convicción de trabajar para que la investigación, la tecnología y la innovación se pongan al servicio del país y tengan el potencial de mejorar la vida de las personas y abrir nuevos espacios políticos que incorporen la evidencia en la toma de decisiones.

Lo vivido en este primer año de instalación y de emergencia sanitaria por el Covid-19 nos ha dejado la tranquilidad y el orgullo de contar con una comunidad de investigación capaz de articularse rápidamente y poner todas sus capacidades al servicio del país. Gracias a ello, tempranamente levantamos una red universitaria de diagnóstico con 36 laboratorios a lo largo de Chile, innovamos en la fabricación local de ventiladores mecánicos de emergencia, articulamos al sector privado con la academia para disponer un sistema de datos de la pandemia y una propuesta de información abierta y de libre acceso, entre muchas otras iniciativas nacionales y también propias de los territorios, como el monitoreo de aguas servidas o programas de vigilancia activa impulsados por las Seremis de Ciencia.

La ciencia se hizo presente en diversos espacios. Siempre aportando desde la calidad y la colaboración.

La Estrategia Nacional de Vacunas surge en este mismo contexto y hoy Chile se apronta a iniciar ensayos clínicos para el desarrollo de una vacuna segura y efectiva contra el Covid-19, que esperamos con optimismo será la solución definitiva a esta epidemia. En este trabajo, las capacidades instaladas en nuestras universidades y la colaboración de investigadores y representantes de la industria han sido claves para generar recomendaciones y concretar estos ensayos en nuestro país.

La llegada del virus nos exigió reorientar temporalmente capacidades, como antes lo hicimos para hacer frente a la crisis medioambiental. La emergencia climática requiere ser abordada desde la evidencia y por ello la comunidad científica nacional, con más de 600 investigadores e investigadoras, logró vincularse y llevar su sello a la cumbre de acción climática COP25. Desde ahí fuimos enfáticos: la ciencia no es negociable.

En lo político-social, este primer año también ha estado marcado por tensiones y cambios donde la investigación en ciencias sociales y humanidades es fundamental para la comprensión de los múltiples fenómenos que han configurado el escenario actual. Nuestro entorno se ha transformado en un espacio complejo, impredecible y dinámico, que requiere de nuevas formas de análisis y miradas. 

En cuanto al desafío que significa contribuir desde este ministerio a la reactivación económica, tenemos claro que nuestro rol es poner el conocimiento al centro del desarrollo. Solo una economía basada en el conocimiento nos permitirá abordar las actuales complejidades con visión de largo plazo. El reto de la recuperación tiene que lograr atender las urgencias de hoy, pero con mirada de futuro. Nuestra agenda de innovación y emprendimiento tiene esa perspectiva, y a través de programas como Start Up Ciencia y Retos de Innovación de Interés Público, buscamos promover el surgimiento de nuevas empresas de base científico tecnológica y hacernos cargo de necesidades del sector público que encuentren soluciones a través de propuestas de innovación y emprendimiento. El mismo objetivo con programas como Ciencia 2030, Ingeniería 2030 y el Fondo de Innovación para la Educación Superior, que apuntan a mejorar estas capacidades en nuestras universidades.

Este primer año ha sido un periodo de abrir caminos, de establecer nuevas maneras de hacer las cosas y, por cierto, de profundos aprendizajes. Tal vez el más importante de ellos fue resignificar la importancia vital de la articulación frente a desafíos que son urgentes e ineludibles. La vinculación entre la academia, el Estado, el sector privado, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales y las redes internacionales, permitieron establecer una nueva manera de conectar el conocimiento con su aplicación.

Esta vinculación, y así lo ha demostrado el Covid-19, tiene muchas formas de materializarse a través de la articulación que se genera con el aporte de distintos actores disponibles para atender, de forma coordinada, las distintas urgencias en distintos escenarios.

Este espíritu de colaboración es central en nuestra visión como Ministerio de Ciencia. Una visión que busca poner en valor el conocimiento y la cooperación en beneficio de la sociedad y de una economía sostenible y responsable con el medioambiente. Confiamos, finalmente, en que a través del desarrollo de nuestro talento y el despliegue de sus capacidades en distintos ámbitos de nuestra sociedad, podremos construir un mejor futuro para todos y todas en Chile.

La encrucijada de Chile según Vivaldi: ¿universidades para el conocimiento o para el negocio?

El rector de la Universidad de Chile cree que la pandemia y la crisis social son una gran oportunidad para que la sociedad chilena delibere sobre el futuro de sus universidades. Confía en que desafíos como terminar con las desigualdades y “salir del subdesarrollo” puedan reencauzar un debate dominado por quién se lleva cuánta plata. Y piensa en grande el rol que la Chile puede jugar después del plebiscito, contagiando al país con “la idea de atreverse a ver como factible y necesario un nuevo modelo de sociedad”.

Por Francisco Figueroa 

Mientras la pandemia ha puesto en vilo a un sistema de educación superior que depende del pago de aranceles y de competir por vouchers, la crisis social plantea difíciles preguntas sobre el papel de sus instituciones en la reproducción de desigualdades. Fiel a su estilo, el rector de la Universidad de Chile enfrenta estos temas evitando el reproche. Prefiere concentrarse en lo que se puede sacar en limpio: la necesidad de revalorar lo público y de transitar a una sociedad del conocimiento. A días de proponer la creación de un centro de producción de vacunas en el Parque Académico Laguna Carén y ad portas de dar a conocer los resultados de la Propuesta de Acuerdo Social que impulsó tras la crisis del pasado octubre, Vivaldi siente que las contribuciones hechas en pandemia por la universidad que dirige son los mejores argumentos para defenderla.  

Ennio Vivaldi Véjar es médico y actual rector de la Universidad de Chile.

Suele decir en sus intervenciones públicas que la pandemia nos recordó nuestra interdependencia. ¿De qué modo ese diagnóstico ha permeado el ejercicio de su rectoría? 

—Que hay situaciones que no pueden ser vistas a un nivel atómico, sino que sólo tienen sentido si se miran en su globalidad, es la gran lección que le deja la pandemia a un país que se había querido olvidar de eso. Y si tú ves las tres áreas de la salud en las que esta universidad ha hecho un aporte extraordinario, la salud mental, la atención primaria y las políticas comunicacionales, las tres son áreas que van más allá de la medicina del individuo, tienen que ver con la medicina comunitaria. ¿Con qué infraestructura contábamos en Chile en marzo de 2020? La respuesta es: con un terrible desinterés de décadas por la salud comunitaria, mental y, desde luego, por dar comunicaciones limpias a la población. No se trata de atacar o defender las políticas de salud frente a la pandemia, mucho más importante para el futuro de Chile es que reflexionemos sobre las grandes falencias estructurales del sistema que estaban allí en marzo.  

Las universidades públicas y la de Chile, especialmente, han realizado una labor crucial contra la pandemia: secuenciando el genoma del Covid-19, modelando la evolución de los contagios, desarrollando tecnologías para diagnóstico y tratamiento, levantando información sobre los impactos de la pandemia. ¿Es coherente el trato que les da el Estado con la función estratégica que están cumpliendo? 

—No, porque hay un tema político de fondo: no tiene sentido apoyar a las universidades de investigación o complejas a menos que uno quiera cambiar el modelo extractivista chileno. Recién cuando uno dice “quiero pasar a una sociedad del conocimiento” hace sentido. Y por distintos motivos fueron brutalmente combatidas, por eso el mérito de la Universidad de Chile tienes que multiplicarlo por mil. Hay toda una tradición que lo explica y gran parte del proyecto de los Chicago Boys para la educación terciaria se les fue para atrás porque no lograron un paso clave: quitarnos el nombre. Era meterse con la historia del país. Y ahora tú lo ves en plena pandemia, la Universidad de Chile es un referente impresionante para los chilenos, de confianza, de pluralismo, de inclusión. 

Pero la masificación de la educación superior chilena lleva el sello de la segmentación social y la conducen instituciones de baja o nula complejidad. ¿No es eso parte del problema que estalló en octubre y del hecho de que estemos esperando que otros países desarrollen la vacuna contra el Covid-19? 

—Por supuesto, pero eso tiene que ver con que hay mucha gente que en su fuero íntimo está convencida de que no tiene sentido proponerle a Chile otra estructura económica. Para la que actualmente tenemos, no necesitas mucho conocimiento ni investigación, es una mala inversión. Pero cuántos ejemplos no hay de países pequeños que han hecho grandes rupturas en la producción de conocimiento y tecnología, o en tener mejor atención en salud y educación que países más avanzados. En la educación, creo que hubo una connivencia con quienes vieron en la ampliación de la educación un gran negocio. Pero es totalmente falso que los estudiantes eligen entre modelos de educación que compiten. La gente entra a la universidad que percibe como mejor. Estadísticamente, no hay nadie que, pudiendo entrar a Medicina en la Chile, la Católica o la Usach, prefiera otra universidad. A tal punto, que se cayó sin pena ni gloria el Aporte Fiscal Indirecto. En Chile se obliga a los jóvenes pobres a endeudarse para entrar a universidades que no quieren, a seguir carreras de las que probablemente no se van a recibir y, si lo hacen, no van a poder ejercerlas.  

“No se trata de atacar o defender las políticas de salud frente a la pandemia, mucho más importante para el futuro de Chile es que reflexionemos sobre las grandes falencias estructurales del sistema que estaban allí en marzo”. 

Tener pocas plazas en universidades complejas nos pone en aprietos frente al desafío de repensar el desarrollo. ¿Puede la sociedad dar esa discusión con la universidad compleja en una situación de menoscabo? 

—Claramente, si tú quieres salir del subdesarrollo o plantearte una vía para alcanzar un nivel económico que te permita mantener en situación de mayor igualdad a la población, vas a tener que depender de la universidad. Lo primero es hacer una educación en todos los niveles que permita que los talentos se puedan desarrollar. Es una paradoja que en una sociedad que se llama la quintaesencia del liberalismo los individuos no tengan la posibilidad de desarrollar sus potenciales como personas. No cabe duda también de que hay que transformar la forma como la universidad aborda los problemas, por eso es cardinal introducir el concepto de transdisciplinariedad. Temas como el medio ambiente no se resuelven profundizando una disciplina, sus desarrollos han sido formidables, pero necesitamos hibridar conocimientos. Necesitamos alejarnos un poquito de estos silos del conocimiento que, en el caso de la Universidad de Chile, llegan al extremo de que sus facultades están separadas geográficamente. ¡Las personas que podrían beneficiarse del diálogo de conocimientos no tienen dónde ir a tomarse un café juntas! La Universidad de Chile tiene esa paradoja. Hay pocas universidades en el mundo tan vinculadas con la vida real del país. Pero tenemos este modelo napoleónico de un vínculo muy firme a la profesión misma, que te impide mayor interacción. Y creo que Carén busca justamente superar eso. 

La conversación sobre el desarrollo suele girar mucho en torno al cobre y poco en torno a las personas y su conocimiento. ¿Será que a las universidades públicas les corresponde ampliar esa conversación?  

—Por supuesto, en primer lugar, desarrollar conocimiento conforme a los territorios. Necesitas una investigación y un trabajo vinculado a cada una de las regiones. Y, en segundo lugar, abrir caminos que hoy día no están. Encontrar nuevas economías de producción y de la industria de servicios, ser capaces de hacer otras cosas fuera de lo extractivista y tener una sociedad del conocimiento. La Universidad de Chile está entre las diez primeras universidades latinoamericanas del ranking de Shangai. El estado de Sao Paulo tiene tres universidades, destinando proporcionalmente más de cuatro veces a investigación científica lo que destina Chile. Prácticamente lo mismo México y Argentina. Es desconcertante lo nulo que entregamos a investigación. El de Ciencias es un ministerio prácticamente sin presupuesto, los recortes son impresionantes. 

¿Prefiere una Chile empinada en esos rankings, pero sola, o una un poquito más abajo pero más acompañada de otras universidades chilenas? 

—No es por tener una respuesta diplomática, pero yo creo que no son cosas contradictorias. El tema es cómo tú colaboras, y si una cosa ha ganado mucha fuerza entre las universidades estatales es que la colaboración nos favorece a todas, a diferencia de la competencia, que nos limita. Claro, ha habido históricamente visiones más elitistas en la Universidad, pero yo diría que eso ya no existe. Y esto se ha discutido extensamente en todo el mundo, hay un consenso entre los expertos que han estudiado las universidades de que muchos de los valores que están en juego en el sistema universitario son contradictorios con los sistemas que pueden ser exitosos en el desarrollo de, digamos, neumáticos. Por lo tanto, si hay un sistema fuerte de universidades estatales, vamos a ser una mejor Universidad de Chile.  

El Cruch ha hecho en lo que va de año un gasto adicional de 16 mil 500 millones de pesos para mantener las clases a distancia, ha dejado de recibir casi 80 mil millones por concepto de aranceles y proyecta un déficit para fin de año de 114 mil millones. ¿Pueden las universidades cumplir un rol estratégico si están tan ocupadas de sobrevivir? 

—Yo me resisto a esta idea de las universidades como stakeholders, donde cada uno tira de su propia cuerda para llevarse el máximo. Es el país el que debe definir si queremos o no queremos mejores universidades por tal o cual motivo. Una gran definición que debemos tomar a partir de esta pandemia es si queremos o no tener universidades que impulsen el desarrollo del conocimiento. Uno puede considerar que esta es una magnífica oportunidad para decir “la universidad no es lo más importante porque hay muchos desempleados y hay que invertir todo en crear nuevos empleos”. Bueno, no sé si es posible a largo plazo crear nuevos empleos si uno no tiene universidades funcionando. En Europa, después de la crisis subprime, estaban muy mal económicamente y, sin embargo, la decisión que toman, lejos de podar los presupuestos de las universidades, fue fortalecerlos.  

“Uno puede considerar que esta es una magnífica oportunidad para decir la universidad no es lo más importante porque hay muchos desempleados y hay que invertir todo en crear nuevos empleos. Bueno, no sé si es posible a largo plazo crear nuevos empleos si uno no tiene universidades funcionando”.

¿Y es capaz una universidad de hacer frente a desafíos complejos si su subsistencia depende del pago de aranceles? 

—Que el voucher sea el mecanismo para financiar universidades estatales es de una ridiculez que no tiene nombre. Una consecuencia de esa política es que las universidades estatales no pueden aumentar sus matrículas como quieran, porque estarían ellas mismas fijando la plata que el Estado les va a transferir. Eso te trae a situaciones maravillosas. Por ejemplo, médicos y enfermeras no se van a vivir a Atacama. La única forma de solucionar los problemas de salud de Atacama es permitir que los atacameños estudien carreras de la salud. Pero ocurre que tienes una ley que le prohíbe el Estado aumentar en más de 2% la matrícula de sus propias universidades. Bueno, en Chile alguna vez se dijo que las universidades estatales que no tuvieran un cierto nivel de calidad no iban a recibir financiamiento. El chiste más fantástico, porque, ¿quién es responsable sino el propio Estado si una universidad estatal está mal? Castigar a la universidad es como, en un hospital público que es malo, comenzar a cobrarle a los enfermos.  

¿Dónde debiera entonces concentrar sus esfuerzos la defensa de las universidades públicas en una nueva Constitución? 

—Lo esencial es revalorar la investigación, la ciencia, las humanidades y las artes. Lo segundo, distinguir lo público de lo privado y entender que existe un ámbito para cada uno, que no significa beneficios ni perjuicios económicos para ninguno de los dos sectores en su totalidad, pero sí una relación del Estado con sus universidades. Un ejemplo que para mí es obvio: los sistemas de salud regionales tienen que desarrollar proyectos de salud propios, con las particularidades que tiene esa región. Ahí la universidad estatal tiene que jugar un rol de sinergia con el sistema de salud público. No puedes seguir viendo la relación entre el servicio de salud y las universidades como que el servicio tiene un bien, los pacientes, que puede licitar entre las universidades, como se hace ahora.  

¿Entonces poner en práctica una nueva Constitución implica volver a hablar de reforma a la educación superior? 

—Sí, yo creo que gran parte de las razones que se adujeron para no tomar las medidas correctas se daban precisamente por ciertos conceptos constitucionales, notablemente, esta idea de la educación no como un derecho, sino como un ámbito de transacciones y proyectos individuales. Por lo tanto, repensar el vínculo entre el Estado y las universidades públicas, las especificidades que tienen, y el proyecto de país que queramos hacer en cuanto al desarrollo de las ciencias y las tecnologías, las artes y las humanidades, es central. Todo lo que hemos aprendido en cuanto a desigualdades del estallido y de la pandemia tiene que ser aplicado ahí. 

La Universidad de Chile realizó varios encuentros tras la crisis social y su comunidad se manifestó a través de un plebiscito a favor de una nueva Constitución. ¿Qué rol le cabe a contar del 26 de octubre? 

—Creo que va a jugar un rol clave en la idea de atreverse a ver como factible y necesario un nuevo modelo de sociedad. Chile es uno de los casos más extremos que yo conozco de haber tomado una concepción ideológica como una verdad absoluta, en una epistemología mucho más parecida a la de la geometría o la matemática que a cualquier ciencia empírica, en la que partes de la base de axiomas. Axioma uno: lo privado es mejor que lo público. Axioma dos: la gente se esfuerza y se preocupa sólo cuando está en juego su interés individual. Y así sucesivamente, hasta que de ese conjunto de axiomas vas construyendo una sociedad y te queda este engendro en el cual estamos y que tiene un estallido. Yo no lo desacredito a priori, pero el drama es que no ha sido conversado ni discutido. El verdadero problema que ha tenido el país es que este fue un comando tácito, como dicen los psiquiatras, no ha tenido chance de ser cuestionado.  

Hitos y etapas en nuestra historia reciente

Por Ennio Vivaldi

A veces, el devenir histórico obliga a resignificar hechos y fechas. Es lo que parece ocurrir hoy con la percepción que tenemos del 5 de octubre de 1988. Nos preguntamos si acaso esa fue, efectivamente, la fecha de cierre de una etapa y comienzo de otra, o si bien no fue más que un punto de inflexión al interior de un mismo período de nuestra historia que se inició el 11 de septiembre de 1973 y cuya verdadera fecha de cierre podría ser el 25 de octubre de 2020.

No se trata de dejar más alta o más baja aquella muralla que representa, por simbolizar un límite que marca un antes y un después, la decisión de 1988 de no prolongar la condición de Jefe de Gobierno de la figura más representativa del golpe de Estado. Sin duda, fueron importantísimas las implicancias de ese plebiscito en términos de derechos humanos y vida cotidiana. Pero lo que se había instaurado en el país en 1973 era un modelo de sociedad y un nuevo conjunto de valores y principios orientadores. Por diversas razones, ese modelo fue en gran medida conservado tras el plebiscito de 1988. Más aún, había muchos convencidos de que nos encontrábamos en un nuevo momento de la historia de la humanidad; para los más entusiastas, el punto cúlmine de esa historia. Cabía opinar si ese modelo, consistente con esta nueva época, era deseable, pero sin duda era inevitable.

Esa resignación fue lo que cambió, en el mundo y en Chile. La pandemia hizo aún más evidente la necesidad de abordar los problemas con mirada transdisciplinar y disposición colaborativa. Aquí, con el estallido social que habría de terminar provocando el plebiscito, surge la determinación de no seguir tolerando un sistema que no permitía expresar, menos encauzar, el descontento. Esto se reforzaría luego, con la pandemia, cuando se hacen demasiado evidentes las consecuencias de una prolongada falta de visión sistémica en salud, educación, vivienda o pensiones.

Las preguntas de ambos plebiscitos son drásticamente distintas. Una refiere a la persona que ha de tomar la conducción de un proceso político y social. La otra, al sentido de ese proceso. Resulta especialmente significativo que fueran los más jóvenes quienes iniciaran el estallido que habría de terminar cuestionando la Constitución. No quieren que sus vidas se desarrollen en una sociedad fundamentada en valores extremadamente individualistas y egoístas. Hay una búsqueda de una nueva ética que abra espacio a la cohesión social para que, revirtiendo la primacía de intereses circunscritos, comencemos a recuperar un sentido de bien común.

Por eso resulta tan significativo que las manifestaciones hayan provenido, en primer lugar, de estudiantes de aquellos liceos donde tradicionalmente todos los jóvenes chilenos podían obtener una educación de alta calidad. El desmantelamiento de la educación pública fue una factor clave en la pérdida de cohesión social. Destaquemos a este respecto los esfuerzos recientes de nuestra Universidad, junto con la Municipalidad de Santiago, por realizar un trabajo conjunto con el Instituto Nacional.

No es cierto, como a veces se ha sugerido, que los estudiantes secundarios y universitarios desafectados pidan mejores condiciones dentro de la lógica del sistema, tales como atenuar el endeudamiento o reducir aranceles. Por el contrario, esos jóvenes denuncian la ausencia de futuro, de valores. Está en juego la relevancia de las ciencias, tecnologías, artes y humanidades y el diseño de una nueva matriz productiva para Chile, con nuevas categorías de empleo y nueva inserción en el mundo en estos tiempos globalizados.

Y en todo esto, la Constitución es la clave. Resulta ilustrativo que en la actual propuesta presupuestaria de Educación Superior se resten fondos a las universidades tradicionales para transferírselos a las privadas que no pertenecen al CRUCH, argumentando que ello es consecuencia de la política de gratuidad. Pues bien, la forma como en definitiva quedó esa política no fue decisión ni del Gobierno ni del Congreso anterior, ni tampoco de los rectores de la época, sino que la última palabra fue del Tribunal Constitucional, al establecer que “resulta inconstitucional que a los estudiantes vulnerables se les imponga para el goce de la Gratuidad, condiciones ajenas a su situación personal o académica, como es el hecho de encontrarse matriculados en determinadas universidades, centros de formación técnica o institutos profesionales”. Cada cual puede juzgar si, en esta moneda de dos caras, se está favoreciendo a “los estudiantes vulnerables” o a “determinadas universidades”.

Cuando el 25 de octubre se acuerda cambiar la Constitución, se está pidiendo construir un nuevo modelo de sociedad. Lo hace una ciudadanía descontenta, que quiere hablar, ser escuchada y participar efectivamente en la construcción de una  comunidad basada en otros valores.

El enredo del tiempo

El pasado viaja en nuestra espalda, muy cerca del olvido, y sólo abrimos los ojos hacia el hechizo del futuro que nos aguarda. Se supone que avanzamos hacia él. Pero en este presente incierto que mantiene el mañana en pausa, quizá lo único que nos quede para sostenernos es mirar lo recorrido, hacer un repaso de lo hecho y encontrar ahí, a lo mejor, una idea de futuro

Por Nona Fernández Silanes

Escribir a ciegas, tanteando un punto donde afirmarse, en medio de un tiempo hecho pedazos. El futuro se puso en pausa, el presente se desbarató y con él la fantasía de control en la que creíamos movernos. Revuelta social y pandemia enredadas para suspender cualquier interpretación de la realidad. Todo razonamiento es frágil y se pone en crisis en cuanto se asoma. Imposible aferrarse a una certeza porque no sólo es improbable encontrarla, sino que parece no servir. Nada es claro y ese está siendo el desafío a la hora de pensarnos. Andar a tientas.

Las mujeres aymara cargan a sus hijos en la espalda. Con tejidos trenzados por ellas mismas los envuelven y los cuelgan atrás, resultando este gesto una representación simbólica del lugar en el que los aymara ponen el futuro. Ese pedacito de humano que encarna el mañana viaja en el revés de su madre, suspendido en la sombra del tiempo, en ese lugar desconocido que es imposible de ver porque aún no sucede. Para los aymara el futuro no existe, sólo le pertenece a los niños. Lo ubican en la espalda, como a sus hijos, porque prefieren dar la cara a lo que sucede, que es el presente y los sucesivos presentes que conforman el pasado. Lo que ha ocurrido es lo único que pueden ver con claridad, por eso lo disponen delante, como una forma de guiar el camino. Quizá en este ejercicio del intento en el que estamos, en esta búsqueda de una baranda donde afirmarnos para no caer, podríamos cambiar el eje de nuestra mirada y probar otro punto de vista. Siempre hemos dialogado con el tiempo al revés que los aymara. El pasado viaja en nuestra espalda, muy cerca del olvido, y sólo abrimos los ojos hacia el hechizo del futuro que nos aguarda. Se supone que avanzamos hacia él. Pero en este presente incierto que mantiene el mañana en pausa, quizá lo único que nos quede para sostenernos es mirar lo recorrido, hacer un repaso de lo hecho y encontrar ahí, a lo mejor, una idea de futuro.

La escritora Nona Fernández. Créditos: Gonzalo Donoso.

En la madrugada del 5 de septiembre de 1970, hace cincuenta años, el recién elegido presidente Salvador Allende Gossens se asomó en un palco improvisado de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile para dar el que sería su primer discurso como líder del país. “Nunca un candidato (…) usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia”, dijo. “Porque todos lo sabemos: La juventud de la patria fue vanguardia en esta gran batalla”. Lo que comenzaba esa noche era un trabajo difícil. Lo sabían las y los jóvenes que, con la lucidez histórica que les caracteriza, con ese diálogo directo que siempre han tenido con el futuro, empujaban las grandes transformaciones sociales. Lo sabía Allende y lo sabían todas y todos quienes habían votado por él. El desafío avalado por las urnas implicaba cambios profundos que la oligarquía y las élites no estaban dispuestas a permitir. “Hemos triunfado para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.” Pero esa madrugada, pese a la conciencia de la dificultad venidera, todo era alegría y festejo. Se suspendió cualquier sospecha de terror futuro y se dispuso caminar con seguridad sobre la ruta trazada. “Sólo quiero señalar ante la historia el hecho trascendental que ustedes han realizado derrotando la soberbia del dinero, la presión y la amenaza; la información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad. Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que sólo trabajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese y que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tengan derecho auténtico al trabajo, a la vivienda digna, a la salud, a la educación, al descanso, a la cultura y a la recreación. Pondremos toda la fuerza creadora del pueblo en tensión para hacer posible estas metas humanas que ha trazado el programa de la Unidad Popular”.   

Casi cincuenta años después, el 18 de octubre de 2019, comenzamos a transitar el vértigo de la revuelta. La interrupción por las armas de aquel proyecto inconcluso, que se inauguró en 1970, dejó una grieta imposible de sellar que terminó alimentando la protesta. Las y los estudiantes secundarios, otra vez la lucidez de la juventud, saltaron los torniquetes del Metro y en ese gesto se abrió la gran caja de Pandora. Décadas de malestar subterráneo emergieron con fuerza. La revuelta de octubre cambió el escenario, los límites se corrieron, el punto de vista se amplió y con la caída de cada estatua de los supuestos próceres, evidenciamos el colapso de un orden que se vino abajo. La política dejó de estar encerrada en La Moneda y el Congreso y se activó fuera de los consensos pactados por los honorables hombres de la República. El ejercicio político resucitó en la calle, en la conversación larga de la esquina, en la sesión del cabildo de la plaza, en nuestras asambleas barriales, sectoriales, comunitarias, domésticas, y aparecieron nuevas ideas, propuestas, discursos, hablas, miradas que no habían sido atendidas y que, en parte, hacían eco de aquel programa anunciado en 1970. Un extraño sentimiento de comunidad comenzó a tejer lazos entre unas y otros, y el recuerdo de ese tiempo, no tan lejano, circuló como un fantasma resucitando imágenes que no todas ni todos habíamos vivido. Nuestras madres y nuestros padres lo percibieron con mayor claridad. También nuestros abuelos. Si bien las múltiples diferencias estaban a la vista entre el ayer y el hoy, las pancartas y los cabildos ciudadanos actualizaron ideas que se quedaron suspendidas en el año 1973 luego del golpe. La exigencia de los cambios que ya se habían propuesto como metas en un programa de gobierno que no pudo llegar a su fin. Otra vez se hablaba de desbaratar las diferencias sociales, de recuperar las riquezas del país para el beneficio de todas y todos, de fortalecer al Estado, de trabajar por una educación gratuita, pluralista, participativa, democrática; de establecer un sistema de salud popular, de ofrecer pensiones justas para los jubilados, de construir viviendas dignas sin reajustes que desintegren los ingresos de sus moradores, de conquistar una independencia económica, de ofrecer medio litro de leche para cada niño y niña de Chile, a los que se les debía y debe una infancia libre y feliz. Necesidades añejas que revivieron junto a otras nuevas, para mezclarse y enredarse en este presente disconforme, que dialoga con el pasado para intentar encontrar un camino hacia el futuro.

Wenu Mapu es el nombre que el pueblo mapuche le da al firmamento. La tierra de arriba, el lugar donde viven los espíritus de nuestros antepasados. Todos aquellos que alguna vez pisaron el mundo y que ahora, desde allá arriba, nos protegen. El lugar donde llegan los que no trasgreden el orden natural de las cosas, convirtiéndose en halcones o cóndores del sol. Para el pueblo mapuche los muertos son los poseedores de la sabiduría, los ubican arriba porque ahí la perspectiva es amplia y se ve mucho mejor. El pasado está por encima, protegiendo y entregando luz en un ejercicio activo. El pasado es fundamental en su manera de ver el mundo y tanta bandera mapuche circulando en la revuelta, reemplazando a las de los partidos políticos, quizá, entre otras muchas lecturas, tenga que ver con la importancia del pasado en la energía de la protesta. Naturalmente, sin que nadie lo organizara, sin que ningún partido lo mandara, sin que nadie pagara, la reunión callejera revivió cantos, consignas y planteamientos que creíamos sepultados. Los tiempos se enredaron y corrieron por pasadizos estrechos, de paredes porosas y difusas que filtraron el ayer y el hoy proponiendo una energía provocadora, porfiada y desobediente.

Pero de pronto, de un día para otro, en medio de ese torbellino de creatividad antigua y nueva, de ese diálogo temporal, caímos en el encierro por la crisis sanitaria y nos vimos privadas y privados del ejercicio de la calle y del estimulante intercambio en vivo. Las vidas quedaron en pausa, el intervalo se apoderó del tiempo y lo desbarató en una lógica que desafía nuestra propia neurosis por el control. Como si el virus hubiese heredado la energía caótica de la revuelta, o como si la revuelta se hubiese anticipado pavimentándole el camino, el descontrol de la naturaleza nos fuerza a ampliar la mirada, a situarnos arriba, en el Wenu Mapu, junto a nuestros antepasados que todo lo ven, y desde ahí observarnos como parte de un gran colectivo, de un universo orgánico que no gobernamos. Cayeron las estatuas de nuestros supuestos próceres y con ellas nuestra soberbia controladora poniéndonos en el lugar en el que la humanidad siempre se ha movilizado: el del caos. Y aquí estamos ahora, en medio de la incertidumbre, con la única seguridad de que no dominamos la naturaleza, sólo seguimos el orden natural de las cosas y en ese flujo quizá lleguemos a transformarnos en halcones o cóndores del sol.

La política del virus es ingobernable. Pero las políticas para la administración del virus no. De esas hemos sido testigos con asombro horrorizado. Y en ese ejercicio el desconcierto crece y nos hace juntar rabia y pena para afirmarnos en la idea que el virus nos regala, esa de ser parte de un gran organismo cuyas piezas no son autónomas. Dependemos unos de otras. Planteamiento que ya habíamos asumido en sintonía con el caos y orden natural de la revuelta. Ahí improvisamos la organización que hasta el día de hoy sostiene a muchas y muchos en un país fragilizado económicamente desde siempre y aún más por la pandemia. Ese tejido territorial, sectorial, gremial ha marcado una gran diferencia en la vivencia de la crisis sanitaria con el resto de los países latinoamericanos. Muchos de ellos eclipsados por el modelo económico chileno, construyendo serialmente la misma jaula de la que intentamos salir. Jaula construida y cerrada con múltiples candados luego de la suspensión por las armas de aquel proyecto anunciado esa madrugada de 1970. Pero hoy damos continuidad a muchas de las ideas lanzadas desde ese palco de la Federación de Estudiantes. Trenzamos redes de apoyo, lazos colaborativos, apasionados y cariñosos, que han sido la única forma de afirmarnos y seguir avanzando a tientas, sin caer.

Busco en el computador una fotografía de Salvador Allende aquella madrugada de 1970. Aparecen muchas y todas son diferentes. Tomas acotadas, no se ve bien el entorno, y en ellas el presidente viste ropas distintas. Supongo que ninguna es realmente de esa madrugada. Quizá era tan improvisado ese palco de la Federación de Estudiantes que la luz no daba como para fotos. O quizá sólo tengo mala suerte y no logro encontrar una que me parezca verídica. Como sea, en cada una de ellas Allende habla a la gente y con alguna de sus manos indica hacia adelante. Imagino que ahí sitúa el futuro. Que lo ve en frente, allá mismo donde está toda esa gente entusiasmada y feliz escuchándolo. “Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante cuando tengamos que poner más pasión y más cariño, para hacer cada vez más justa la vida en esta patria”.

Hoy su futuro es nuestro pasado.

Sabemos cosas que en ese momento él no imagina.

Podría acercarme a su oído y susurrarle lo que vino después, pero ni el tiempo ni la historia funcionan así. Sólo nos queda seguir mirando esta fotografía. Seguir la lógica aymara o mapuche y ubicarla delante o arriba nuestro. Para que nos ilumine. Y nos guíe.

Sebastián Calfuqueo: “Los artistas mapuche somos invisibles cuando no les servimos como cuota a las instituciones culturales”

Tenía 23 años cuando irrumpió en la escena del arte que lo definió como “artista mapuche y homosexual”, etiquetas que ha debido subvertir para “no quedar encasillado en clichés”. En sólo siete años levantó una obra poderosa en lecturas políticas y sociales, donde cruza el video, la cerámica y la performance. En marzo alcanzó a exhibir su última obra, donde reflexiona sobre el amparo al saqueo del agua en la Constitución del 80. Aquí habla de ser “mapuche, no binarie y feminista”, pero en sus propios términos.

Por Denisse Espinoza A.

“Mi abuela decía: ‘en la cultura mapuche no hay maricones’, cuando un sobrino maricón quiso conocerla. Y no se imaginaba que tendría unos nietos maricones en su familia patriarcal (…) No me crie como un mapuche, tampoco se me permitió serlo, pero tengo el estigma de una vida asociada a un apellido que ha sido una marca de violencia y que pesa todavía”. Así comienza You will never be a weye, video performático con el que Sebastián Calfuqueo Aliste se hizo conocido en la escena de arte local. Fue producido en 2013, pero recién dos años después se atrevió a mostrarlo, luego de que la curadora Mariairis Flores lo alentara, convirtiéndolo en uno de sus trabajos con más circulación en Chile y el extranjero.

En el video, el artista usa su propio cuerpo para representar a un machi, autoridad espiritual en el pueblo mapuche. Se le ve vestirse con un traje de machi -que en Meiggs venden como disfraz escolar-, pero aquí Calfuqueo exalta su carácter “weye”, expresión que definía a los machi de rasgos afeminados y que practicaban la sodomía, quienes fueron exterminados por los españoles.  “Tenía miedo de mostrar esa obra, de ese cuestionamiento hacia la heterosexualidad en el mundo mapuche, y tenía miedo no sólo por lo que iban a decir, sino también de exponer parte de mi biografía, como el bullying escolar y otras escenas que igual son dolorosas para la vida de alguien”, recuerda hoy Calfuqueo.

Sebastián Calfuqueo, en su performance Ko ta mapungey ka. Foto: Diego Argote.

Sus obras van desde el género a la identidad indígena, pasando por la discriminación social y la reivindicación de una historia no oficial. Para bien y para mal, fue definido desde su egreso de la Universidad de Chile como artista “mapuche y homosexual”, pero Calfuqueo ha trabajado para otorgarle a esas etiquetas una densidad que le permita cuestionar los conceptos tradicionales. “En la Escuela de Arte hubo profesores que me dijeron que nadie se interesaría en temáticas feministas y que lo mapuche en el arte contemporáneo no existía. Sin embargo, mi obra capturó la atención, apareció en los diarios, circuló por Internet y hubo una visibilización que, no puedo desconocer, me benefició, pero también exotizó mi trabajo y lo encasilló en categorías que ni siquiera yo reivindico, porque yo más bien me asumo como una persona no binaria, ni siquiera como homosexual. El arte no debería tener categorías”, dice el artista.

En estos seis años, su trabajo ha transitado por galerías, espacios independientes y museos de la capital, y por festivales y muestras colectivas en regiones. En el extranjero su trabajo ha visitado La Paz, Helsinki, Quebec y Londres. Este 2020 prometía ser el año más internacional de Calfuqueo, con exposiciones en Lund, Toronto y Zúrich. Además, participaría en las bienales del Mercosur, de Guatemala y de Sao Paulo. Todo quedó trunco por la pandemia.

Sí inauguró en marzo una muestra individual en Galería Metropolitana, compuesta por Ko ta mapungey ka (Agua también es territorio), una instalación de 20 piezas de cerámica esmaltada azul con forma de bidones y fuentes de agua; el video Kowkülen (Siendo líquido), donde el artista aparece desnudo y su cuerpo amarrado a un tronco con una cuerda azul, levitando sobre el río Curacautín; y la performance en vivo en la que pintó cinco lienzos con pigmento azul cobalto, algunos de ellos con los artículos 5 y 9 del Código de Aguas, que amparados en la Constitución de 1980, transformaron este recurso en un bien transable.

-¿Cómo nace esta obra sobre la problemática del agua en Chile y cómo se enmarca en la reflexión del proceso constituyente que estamos viviendo?

Plantea la idea de que el agua también es un territorio en disputa, la tierra no nos sirve sin agua en ella, el agua le pertenece a todos los seres vivientes. Por eso incluí las toponimias del agua dentro del mapudungun para denominar los espacios y la vinculación que tiene el agua en la cosmovisión mapuche y el discurso por su recuperación. Pero también la obra hace un guiño hacia lo sexual. El mundo se ha construido de forma binaria y radical: lo bárbaro y lo civilizado, lo blanco y lo negro, lo masculino y lo femenino, pero el agua no habita lo binario, no tiene género, se desborda en todas las posibilidades. Por eso se llama Kowkülen, que significa estar líquido. Esta obra la empecé a producir antes del 18 de octubre, pero cuando vino el estallido no me sentí capaz de salir a la calle y adjudicármela, porque en ese momento hubo una explosión de expresiones artísticas anónimas, colectivas, que proponían la no autoría. Fue un periodo complejo, obras de arte que aparecieron fueron cuestionadas por rozar el oportunismo, entonces para mí fue importante guardarla. Cuando llegó marzo, supe que era el momento para sacarla a la luz. Se acercaba el plebiscito, ya había pasado un tiempo y la obra había decantado. Creo que las obras tienen momentos de aparición que no siempre coinciden con el momento en que se conciben y producen, es parecido a lo que me sucedió con mi primera obra, You will never be a weye.

-Durante las protestas en las calles y ahora en las redes sociales ha aparecido mucho la iconografía mapuche ¿Qué te parece eso?

Estando en un territorio donde el Estado no reconoce a sus pueblos ni los genocidios que ha cometido contra los mapuche, los selknam, los kawésqar ni tampoco ha hecho ningún tipo de reparación con ellos, me parece bonito que por lo menos la ciudadanía los reconozca. Sobre todo para las generaciones de 30 años atrás o más, como mis abuelos, que tuvieron que sobrevivir en una sociedad muy racista, teniendo vidas muy estereotipadas a causa de la discriminación y la violencia, estos gestos valen. Pero también se produce un vaciamiento de las imágenes. La gente comparte en redes la Wünelfe, estrella de ocho puntas o lucero del alba, o la Wenufoye, la bandera mapuche creada en 1992, que deviene de todo un proceso histórico en un periodo clave de la resistencia mapuche, pero sin saber muchas veces el significado y eso hace que pierdan su potencial. Podemos hacer más que sólo compartir y trabajar por informar, creo que en las gráficas y en la protesta siempre tiene que haber pedagogía.

-Algunos aluden a que hay un aprovechamiento de los símbolos mapuche por parte del Estado y hubo críticas al Premio Nacional de Literatura entregado a Elicura Chihuailaf…

El oportunismo no es sólo del Estado, sino de las instituciones culturales que en los últimos años han intentado limpiar su imagen. Es triste que haya esa lectura, sobre todo porque Elicura es un poeta que se merece el premio, ha hecho un trabajo que ha sido muy importante para la historia de un pueblo, incluso por sobre su historia personal. Pero sí, las instituciones culturales son extractivistas y no siempre son respetuosas con los artistas, por lo que terminan generando todas estas situaciones incómodas. Yo misme he vivido esa limpieza de imagen y suelo bromear con que junio es mi mes, porque está el Wiñol tripantu, el nuevo ciclo mapuche, y es el mes de las disidencias sexuales, entonces me invitan a un montón de charlas y conferencias en museos e instituciones artísticas, pero los artistas mapuche, en general, somos invisibles cuando no les servimos de cuota a las instituciones culturales.

-¿Cómo esperas que sea reconocido el pueblo mapuche en una nueva Constitución?

Es importante que primero el Estado reconozca los derechos indígenas, que respete los tratados internacionales suscritos como el Convenio 169. Es importante la plurinacionalidad, el reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos y de que no sólo existe la categoría de chilenos, sino otras posibilidades de identificación. Hay comunidades que están en todo su derecho de no querer dialogar en una instancia en que se han sentido históricamente excluidas, pero al mismo tiempo siento que es nuestra responsabilidad poder reescribir esta historia y dar un nuevo inicio, sobre todo para el reconocimiento de lo que pasó. Fuimos educados en mentiras, en formas de ver la historia bajo un patriotismo que negaba otras posibilidades de pensar las identidades en este país, entonces este es un primer paso a ese reconocimiento que debió darse hace muchos años atrás.

Kowkülen, video.

SER MAPUCHE

Sebastián Calfuqueo Aliste nació en Santiago en 1991. Su mamá es chilena, pero su papá es de origen mapuche y proviene de una generación que migró desde Carahue y Nueva Imperial a la capital en los años cuarenta. Su abuelo llegó para ser panadero y su abuela empleada doméstica, debiendo enfrentar en esos años los embates del racismo y la discriminación. Sebastián reconoce que, aunque siempre volvía al sur, su infancia fue más bien santiaguina. Fue educado en un liceo de hombres donde sufrió de bullying escolar y recién cuando sus abuelos paternos murieron, a sus 17 años, comenzó a sumergirse más en esa historia familiar y esa identidad mapuche que fue plagando su obra. Hoy, además de dedicarse a su trabajo como artista visual, Sebastián enseña en un colegio Waldorf y es integrante del colectivo mapuche Rangiñtulewfü y de Yene revista, donde colabora creando imaginarios contemporáneos de la cultura mapuche.

-Siendo un mapuche santiaguino de tercera generación, ¿cómo ha sido recibido tu trabajo por las comunidades mapuche?

Tuve la suerte de participar en 2018 del festival de cine y arte indígena, el FicWallmapu, y llevé mi obra a una itinerancia grande al sur. Estuvimos en el Centro Cultural de Carahue, de donde es mi abuelo, en una ruca en Trovolhue, en el Museo Regional de La Araucanía en Temuco -donde  hice una performance en una de las vitrinas que cuestionaba los modelos de exhibición arqueológica que se tienen de los pueblos mapuche, siempre en relación al pasado pero no al presente y mucho menos al futuro del pueblo- y en el Museo Mapuche de Cañete, que fue superbonito porque es el único museo de Chile que es liderado por una mujer mapuche, Juana Paillalef. Mi obra fue la primera de arte contemporáneo que se mostraba ahí. Luego he estado volviendo a exhibir en Villarrica, en Lautaro, en Victoria, en espacios más cercanos a lo mapuche. La verdad es que mis obras siempre han sido recibidas con respeto y he sentido apoyo de las comunidades, creo que porque son trabajos honestos y en ese sentido me siento afortunade de que mi obra sea leída en distintos contextos.

-¿Qué referentes artísticos mapuche o locales tuviste?

Un referente importante fue Bernardo Oyarzún, pero también lo fue la Paz Errázuriz, las Yeguas del Apocalipsis, Carlos Leppe, toda esa tradición de artistas muy icónicos que hablaron de lo marginal. Yo diría que la primera voz mapuche importante para mí fue Pedro Lemebel, a pesar de que puede sonar problemático porque evidentemente no corresponde a lo esperable mapuche, pero es de las primeras personas en mi vida que escuché hablando del Wallmapu públicamente, masivamente, tenía un compromiso político que me marcó.

-¿Sientes alguna presión al ser una artista joven tocando este tipo de temas sensibles?

Creo que antes me sentía mucho más presionade de esas expectativas y de lo que se pudiera pensar de mi obra, pero ahora estoy en un momento creativo muy libre. Acá hay una idea exitista del artista joven que es nefasta, siempre se busca la obra inédita y eso a mí me jode mucho. Siento que no es justo porque, de partida, no te están pagando por esas producciones inéditas, y segundo, porque se piensa que los artistas tenemos que producir constantemente algo inédito para ser validados. Me considero un artista productivo y muchas veces cuestiono esa productividad, ¿acaso vale la pena cuando en Chile no se valora ese rendimiento? Para mí ha sido importante al menos tener la porfía de resistirme y no trabajar con técnicas tradicionales asociadas a lo mapuche, a pesar de que me interesan. La idea de pensar cómo abrimos otras posibilidades de lenguaje, en el video, en el 3D, en lo digital, cómo pensamos un mundo no colonial con esa tecnología, cómo poder utilizarla a nuestro favor y no en nuestra contra.

-¿No son comunes los soportes experimentales entre los artistas mapuche?

Al contrario, hay una gran cantidad de personas mapuche trabajando con formatos contemporáneos. Artistas como Francisco Huichaqueo, Jeannette Paillan, Eduardo Rapiman o el mismo Bernardo vienen trabajando hace mucho rato con el video, pero eso no estaba tan reconocido ni puesto en valor en las artes visuales. El curador Cristian Vargas Paillahueque está investigando sobre arte mapuche contemporáneo con una lectura hacia lo que pasó antes. Hay un montón de artistas mapuche desde inicios del siglo XX haciendo obra en lenguaje experimental y contemporáneo, es sólo ignorancia pensar que ahora lo mapuche está de moda, esa es la idea más violenta que puede haber sobre lo mapuche hoy.

Cómo la pandemia agudizó la crisis de los cuidados (y por qué puede ayudarnos a enfrentarla)

Históricamente, las mujeres han asumido en mayor medida el trabajo reproductivo y de cuidados. Una labor invisible, poco valorada, pero central. La pandemia evidenció el agotamiento del modelo que se sostiene únicamente sobre los hombros de las mujeres y aceleró la discusión sobre la corresponsabilidad social de los cuidados.

Por Pamela Barría Osores  

Una isapre le rechazó la licencia médica a Ariadna y ella no entiende cómo es posible después de todo lo que ha pasado. Para apelar tuvo que someterse a un peritaje psiquiátrico. Le explicó al especialista que no, que si bien no ha pensado en el suicidio, sí necesita descansar y reorganizar su vida, que está triste y agotada. Y cómo no, hace apenas dos meses murió su padre, a quien bañó, vistió y alimentó hasta sus últimos días.  

Desde marzo, producto de la pandemia, asumió sola su cuidado, también el de su madre adulta mayor y el de su hija, de nueve años. Para reducir los riesgos de contagio, la persona que la ayudaba con los quehaceres domésticos, otra mujer, no siguió trabajando en su casa. El papá de la niña estaba en cuarentena total hasta hace poco, y no siempre había permisos disponibles para padres separados en Comisaría Virtual. “Tenía tres jornadas laborales: la de mi trabajo, la del cuidado de mi papá y la de acompañar en el colegio a mi hija”, dice.  

La experiencia de Ariadna no es única. Histórica y globalmente, son las mujeres las que han asumido en mayor medida el trabajo reproductivo y de cuidados, es decir, todas aquellas tareas cotidianas destinadas a sostener la vida y atribuidas culturalmente a las mujeres. Un trabajo agotador como cualquier otro, pero invisible y no remunerado, una sobrecarga muchas veces brutal, justificada bajo el supuesto de un inagotable amor.  

Lorena Flores es economista y directora ejecutiva del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile.

Esta realidad, en el actual contexto de pandemia, persiste con una magnitud preocupante. Así lo han advertido organismos como ONU Mujeres y Cepal, que en el informe Cuidados en América Latina y el Caribe en tiempos de COVID-19: hacia sistemas integrales para fortalecer la respuesta y la recuperación (agosto 2020), señalan que la crisis “ha demostrado la insostenibilidad de la actual organización social de los cuidados, intensificando las desigualdades económicas y de género existentes, puesto que son las mujeres más pobres quienes más carga de cuidados soportan y a quienes la sobrecarga de cuidados condiciona, en mayor medida, sus oportunidades de conseguir sus medios para la subsistencia”.  

Para Lorena Flores, economista y directora ejecutiva del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, lo más preocupante de esta crisis es el retroceso en la participación laboral femenina. “En marzo se notó un impacto inmediato en las mujeres. El 16 de ese mes cerraron los establecimientos educacionales, entonces la mujer que perdió el empleo se declaró inactiva, dejó de buscar trabajo, y eso tiene que ver con estar a cargo de los cuidados de otros y del hogar”, explica.  

La tasa de participación laboral de mujeres cayó 7,6 puntos, llegando a un 45%. “Es una cifra similar a lo que existía en 2004. En estos meses se ha retrocedido 16 años en participación laboral femenina y no sabemos cuánto va a durar, sobre todo porque la reactivación que se ha anunciado se dará en sectores que son mayoritariamente masculinos, como la construcción, logística y transporte. Los establecimientos educacionales tampoco están abriendo y eso hará que la decisión de las mujeres sea quedarse en la casa, que no salgan a buscar empleo si no está resuelto el tema del cuidado”, advierte Flores.  

Mujeres en primera línea 

“Las mujeres siempre somos carne de cañón en las crisis”, dice la doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Carolina Franch. “Con el cierre de colegios, las madres hoy han tenido que ser coadyuvantes de la educación de sus hijas e hijos, una carga que no existía antes. Además, tuvieron que asumir tareas como la alimentación y la limpieza de la casa, domesticidad que un porcentaje de mujeres tenían resuelta a cargo de otra mujer de otra clase social”, describe.  

Precisamente, las trabajadoras de casa particular, quienes han reclamado por años el reconocimiento de sus derechos laborales, representan uno de los sectores altamente feminizados que se han visto más golpeados por la pandemia. La Coordinadora de Organizaciones de Trabajadoras de Casa Particular estima que se han perdido unos 120 mil empleos, correspondiente al 40% de los puestos de trabajo. Sin embargo, recién el 9 de septiembre, a medio año de iniciada la crisis, lograron que se aprobara el proyecto de ley que las incorpora al Seguro de Cesantía. “Es un sistema completo el que desvaloriza todo el quehacer femenino”, complementa Franch.  

La antropóloga apunta a otro factor, la corresponsabilidad. “Tras la pandemia no ha existido una corresponsabilidad en la redistribución de trabajo. Muchas veces ocurre que los hombres cierran la puerta de la pieza en la mañana y la abren a las 6 de la tarde, cuando terminan su jornada laboral. Mientras tanto, las mujeres no hicieron eso: tuvieron que abrir el computador desde la cocina, acompañaron a los hijos en el estudio, hicieron funcionar una casa a la vez que intentaban mantener un ritmo laboral. En los trabajos de los hombres también se asume que ellos pueden encerrarse y no atender nada más que el trabajo”, agrega.  

“El derecho al cuidado desde que naces hasta que mueres debe incluirse en los principios de la nueva Constitución, porque se debe organizar la economía y la sociedad en torno a la reproducción social de la vida”, asegura Teresa Valdés, coordinadora del Observatorio de Género y Equidad. 

Sin embargo, el problema está lejos de ser sólo individual y puertas adentro. La invisibilización de la división sexual de los cuidados compromete incluso la contención de la pandemia, porque está afectando a la primera línea de resistencia del Covid-19.  

“Más de un 70% de la fuerza laboral en salud son mujeres. Por los estereotipos de género que persisten, para las trabajadoras de la salud ha sido especialmente dura la pandemia, por la sobrecarga de cuidados y porque han debido mantener sus trabajos con mucha más carga asistencial. Nosotras hemos hecho una defensa de las médicas y, en colaboración con otros gremios de la salud, hemos empujado algunas alternativas legales, como por ejemplo que algunas de las trabajadoras que tienen hijos e hijas pequeños puedan acogerse a teletrabajo si es que no tienen a nadie con quien dejarlos”, cuenta Francisca Crispi, encargada de género del Colegio Médico de Chile.  

“La autoridad sanitaria ha sido bien ingrata con las trabajadoras de la salud. Hasta ahora, han entregado nulo apoyo a los cuidados, pese a que lo solicitamos. Nos dieron la opción de salvoconducto para cuidadoras y cuidadores, pero ha funcionado muy mal, tenemos más de 20 casos en que simplemente no se les respetó el salvoconducto”, detalla Crispi.  

Por otro lado, está el problema de los recursos. “Las médicas, en general, van a poder pagar a un tercero que cuide, pero es superimportante identificar qué integrantes de los equipos de salud no pueden costear en este minuto y dar un bono compensatorio para asegurar los cuidados, y también flexibilidad para adaptar los horarios laborales”, complementa.   

Un cambio obligado  

Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo del INE, de 2015, en el Chile prepandémico las mujeres dedicaban 5,89 horas al trabajo no remunerado por día, superando en más de tres horas a los hombres, quienes destinaban 2,74 horas a las mismas labores.  

En junio de este año, un estudio del Centro de Economía y Políticas Sociales de la Universidad Mayor, a cargo de la economista Claudia Sanhueza, determinó una pequeña variación en esa brecha en cuarentena: las mujeres dedican dos horas más por día que los hombres a las tareas domésticas. Mientras ellas suman 5,6 horas, ellos lo hacen 3,8 horas. 

Irma Palma, es doctor en Psicología, académica de la Universidad de Chile e investigadora principal del estudio “Vida en Pandemia”

La doctora en Psicología, Irma Palma, académica de la Universidad de Chile, está a cargo del estudio longitudinal Vida en Pandemia, que está monitoreando la forma en que la crisis sanitaria impacta a distintos grupos de la población en diversos temas.  

El segundo informe de la investigación, explica Palma, tiene el siguiente eje. “Cuando se iniciaba la crisis se formulaba una hipótesis -fundada en la experiencia histórica de crisis humanitarias y desastres naturales- que decía que con el cierre de escuelas se profundizaría la desigualdad entre hombres y mujeres en el trabajo no remunerado. Puestos en la desestabilización de la vida cotidiana, cuyo orden estaba basado en la desigual distribución de estas labores en perjuicio de las mujeres, ¿es que los hombres no asumirían nada o poco de la nueva carga debido a la crisis de más trabajo doméstico en los hogares, de cuidado de la niñez y del inédito trabajo educacional?”. 

Se les preguntó a hombres y mujeres cuánto habían hecho en las últimas dos semanas, si “mucho menos”, “menos”, “igual”, “más” o “mucho más” que en las primeras semanas de marzo. Entre los resultados, el 69% de las y los entrevistados hace “más” o “mucho más” en la crisis de las actividades como cocinar o hacer limpieza en su casa. No obstante, las mujeres han incrementado en mayor medida que los hombres la cantidad del trabajo doméstico que realizan: 52% de mujeres y 37% de hombres declaran hacer mucho más que en el pasado inmediato a la crisis. 

El informe también reporta que existe una brecha de género en la distribución del trabajo de cuidado infantil, en favor de los hombres, y que al mismo tiempo ha aumentado la cantidad de hombres que durante la crisis asumieron el trabajo de cuidado infantil. En cuanto al trabajo educacional en casa, también existe una diferencia de género: 67% de madres y 43% de padres, respectivamente, acompaña a niñas y niños en la educación en casa todos los días de la semana. 

“Observamos un hecho nuevo, un aumento del trabajo por parte de los hombres, y a esto hay que atender en el futuro, pues en las crisis multidimensionales, complejas y diferenciadas, emergen formas nuevas de hacer, de relacionarse y de pensar, y puede que esto vaya a ocurrir en el plano de la división sexual del trabajo no remunerado”, asegura Irma Palma. 

Un dato llamativo es que existe una diferencia entre lo que los hombres informan sobre su propia participación y aquella que sobre ellos declaran las mujeres. Sólo 23% de mujeres dice que el padre acompaña en la educación en casa todos los días de la semana, no 43% como aseguran los hombres, y 31% de mujeres informa que el padre no hace nunca acompañamiento, no 9% como declaran los hombres.  

En cambio, mujeres y hombres coinciden en el alto nivel de trabajo educacional de las madres: 65% de los hombres dice que la madre acompaña en la educación en casa todos los días de la semana, prácticamente lo mismo que dicen las mujeres sobre las madres (67%). 

“Es necesario explorar de qué modo en las nuevas condiciones de la vida cotidiana se reorganiza el trabajo no remunerado, si permanece intacta la división histórica o ésta misma se desestabiliza. No se trata de cómo se comportan las brechas en la crisis, aunque sea injusta, por cierto, la posibilidad de que crezcan. Observamos un hecho nuevo, un aumento del trabajo por parte de los hombres, y a esto hay que atender en el futuro, pues en las crisis multidimensionales, complejas y diferenciadas, emergen formas nuevas de hacer, de relacionarse y de pensar, y puede que esto vaya a ocurrir en el plano de la división sexual del trabajo no remunerado”, asegura Irma Palma. 

Los cuidados al centro 

“Pienso que estamos en un tránsito, en un momento de inflexión. O avanzamos hacia que los cuidados son responsabilidad de todos o reafirmamos el modelo anterior”, plantea Camila Miranda, directora de la Fundación Nodo XXI, quien apunta a algunas medidas urgentes e inmediatas para enfrentar esta crisis, por ejemplo, una encuesta nacional que se aplique a la brevedad. 

“Hay varios países que por ley realizan encuestas para visibilizar la división sexual del trabajo. Eso en Chile no está. La última es la del INE del 2015, sobre uso del tiempo, y ese tipo de cuestiones son importantes de producir, tanto para visibilizar el tema como para comprenderlo con exactitud”, explica. 

Camila Miranda, directora de la Fundación Nodo XXI

La directora de Nodo XXI también propone que desde ya se comience a articular un sistema integral de cuidados, en el que participen los ministerios de Salud, Educación, de la Mujer y Equidad de Género y de Desarrollo Social, “todas las institucionalidades que pueden apoyar en este momento en que no existe una institucionalidad central que se encargue de los cuidados, esa es otra pelea más a largo plazo”. 

Finalmente, la investigadora apunta al endeudamiento femenino derivado de los cuidados, por cuestiones básicas como la alimentación. “En ese sentido, se puede proponer la condonación de deudas por este concepto o un aporte basal que está en la lógica de la renta básica universal, y que se podría discutir en lo inmediato”, plantea. 

“Las políticas públicas deben ir hacia cómo se logra la corresponsabilidad social en el cuidado, tanto en el espacio privado como en el público, pasando por la comunidad. Se tiene que asumir que esa tarea no es de las mujeres ni es exclusiva de las familias, sino que la reproducción social es tarea común de la sociedad”, fundamenta la socióloga y coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, Teresa Valdés. 

Una tarea que el feminismo ya ha puesto sobre la mesa de cara al debate constitucional que se aproxima. “El derecho al cuidado desde que naces hasta que mueres debe incluirse en los principios de la nueva Constitución, porque se debe organizar la economía y la sociedad en torno a la reproducción social de la vida”, agrega Valdés.   

App’s de transporte y delivery: ¿de la explotación laboral al futuro del transporte público?

Por Andrés Fielbaum 

La pandemia ha vuelto a relevar las desigualdades que se viven en nuestro país. Las extremas diferencias de ingresos se traducen en nuevas y disímiles realidades al enfrentar una emergencia, desde las condiciones del hogar para vivir un encierro hasta los ahorros, el tipo de empleo y la seguridad laboral para subsistir sin asistir presencialmente al trabajo. Esto último se ha mostrado especialmente grave para un grupo de trabajadores muy precarios, pero que a su vez ha resultado fundamental para la manera en que nuestra sociedad ha sobrellevado la crisis: los repartidores y conductores de plataformas digitales. 

De su precariedad ya se conocía bastante antes de la pandemia. Trabajadores disfrazados como “socios” por compañías que niegan todo tipo de responsabilidad laboral, desligándose de la necesidad de contratos, seguros para los más que probables accidentes, derechos a vacaciones y a no ser despedidos, entre otras cosas. Más aún, personas que se ven enfrentadas a una doble o triple precariedad, pues a lo dicho se le suman muchas veces endeudamientos por estudiar (en el caso de los conductores de Uber, los análisis muestran que más de un 60% de ellos cuenta con estudios superiores), además de créditos o arriendos irregulares y abusivos para poder acceder a un vehículo que les permita trabajar.  

Los meses de encierro y de riesgos de contagio han vuelto a estos trabajadores vitales (quizá literalmente), al tiempo que han extremado su precariedad. Esta paradojal situación ocurre además con el aval del Estado, que ha tardado al menos un lustro en regular la situación de estas plataformas y sus trabajadores, pero que de inmediato les reconoció su carácter “esencial” cuando requirió que bicicletas y motocicletas recorrieran la ciudad para abastecer a quienes pueden pagar por estos servicios. Los riesgos de estos trabajos en este contexto son obvios: los trabajadores se exponen cotidiana y permanentemente al contagio, un riesgo que se extiende también a quienes reciben los productos. 

«Cuando las nuevas tecnologías están al servicio exclusivo de las capas más ricas de la población y la ciudad se adapta, para luego “parchar” con los sistemas de transporte mayoritarios, el resultado puede ser aún peor para el resto de los habitantes».

Sobre la base de esta situación, caben al menos dos preguntas hacia el futuro. Por un lado, respecto al futuro del trabajo, ¿cómo regular de manera efectiva, a nivel nacional, empleos que dependen de aplicaciones internacionales sin un rostro claro en el país y con tendencia a la automatización? Por el otro, respecto al futuro de las ciudades, ¿es posible imaginar sistemas de transporte de pasajeros y de bienes que hagan uso de las nuevas posibilidades tecnológicas sin descansar sobre las espaldas de quienes conducen? 

Para la primera pregunta ya existen luces. Lo demuestran procesos políticos y judiciales en diversos lugares del mundo donde estas plataformas han aprovechado vacíos legales para expandirse, como es el caso de California, donde la justicia acaba de exigir a las plataformas contratar a sus trabajadores; o las incipientes organizaciones protosindicales de trabajadores y repartidores que han levantado movilizaciones en diversos países del mundo como Argentina, India, Holanda y recientemente también Chile. Pero los trabajadores de estas plataformas valoran positivamente la flexibilidad para decidir sus horarios, así como el poder trabajar allí mientras encuentran un empleo más estable. De este modo, las legislaciones tradicionales, basadas en jornadas de trabajo fijas, no son directamente aplicables, lo que en ningún caso excluye la posibilidad misma de reglamentar. Por ejemplo, reconocer la relación de subordinación entre empresas y trabajadores permitirá formalizar las incipientes organizaciones sindicales, equilibrando las relaciones de poder y permitiendo así que los propios procesos de negociación puedan pulir la manera de regular. 

Constatada la explotación de conductores y la falta de regulación y de pago de impuestos, es ineludible preguntarse por las razones del éxito de estas plataformas. ¿Existe algún valor agregado en la manera de asignar online oferta y demanda, o es simplemente un aprovechamiento de la alegalidad actual? Si bien las empresas sacan ventaja de la falta de regulación, existe suficiente evidencia para sostener que la capacidad de coordinar de manera masiva y en línea aumenta de manera significativa la eficiencia del sistema. En el caso del transporte de pasajeros, el tiempo que el vehículo conduce sin pasajeros logra ser disminuido de manera relevante. En el caso del transporte de bienes, coordinar cientos de tiendas y proveedores es fundamental para recortar las distancias entre el origen y el destino de un producto. 

Conocidos son los problemas endémicos asociados al transporte que sufren la mayoría de las ciudades en el mundo. Congestión y contaminación son las más mencionadas, pero el uso de espacio público para infraestructura dedicada es también muy relevante. Si bien hay problemas tanto o más importantes que no resuelven sólo las políticas de transporte -como las largas distancias a recorrer por miles de personas que viven muy lejos de sus trabajos-, construir sistemas de transporte más eficientes e igualitarios es un desafío ineludible. Cuando las nuevas tecnologías están al servicio exclusivo de las capas más ricas de la población y la ciudad se adapta, para luego “parchar” con los sistemas de transporte mayoritarios, el resultado de mediano-largo plazo puede ser aún peor para el resto de los habitantes (como las autopistas en Santiago, gracias a las cuales más personas deben desplazarse a trabajar en lugares alejados y recientemente poblados), fomentando además que nuevos usuarios abandonen el transporte público para comprarse automóvil, agudizando el problema original. 

De este modo, el diseño de sistemas de transporte público que integren estas nuevas tecnologías resulta tan relevante como una regulación que priorice efectivamente el transporte público por sobre los medios privados.  

Para lo primero se requieren concepciones más amplias de lo que se entiende por transporte público. Si bien medios masivos como el metro o los buses seguirán siendo fundamentales por su capacidad, otros medios de mayor flexibilidad pueden ser un complemento importante, incluyendo servicios eléctricos compartidos que funcionen online y otros no motorizados, como las bicicletas compartidas. El carácter de transporte público se alcanza cuando se sirve a toda la ciudad por igual, garantizando una disponibilidad similar de vehículos a lo largo de la ciudad -en lugar de una presencia que segrega según nivel socioeconómico por perseguir fines lucrativos-, y cuando la manera de asignar pasajeros a vehículos se decide de acuerdo a criterios que consideren a todos los actores involucrados.  

«Si los correos fueron fundamentales para conectar extensas zonas geográficas hace algunos siglos, es perfectamente posible diseñar sistemas públicos de delivery que puedan funcionar de manera igualitaria y eficiente, respetando la integridad de quienes allí trabajen, y que prioricen el transporte de bienes esenciales o para beneficio de personas con movilidad limitada». 

Para regular los medios privados, es crucial limitar su uso en los contextos de mayor congestión, con criterios que no se basen en el poder adquisitivo del usuario. Diversos investigadores han estudiado la posibilidad de reemplazar la tenencia privada de automóvil por estos sistemas integrados, ahorrando espacio de estacionamiento y el costo económico y ambiental de construir miles de automóviles. Y es que por naturalizada que tengamos la posesión de automóviles, su ineficiencia resalta al notar que suelen estar sin uso (estacionados) durante más del 90% del tiempo. 

Con todo, es la distribución de bienes lo que ha experimentado un mayor auge durante la pandemia. Es también donde la precariedad ha sido más evidente, al tiempo que un número creciente de personas ha disfrutado la comodidad de resolver varios asuntos y compras sin necesidad de desplazarse. El debate en torno a la regulación de las plataformas, y en particular las propuestas gubernamentales al respecto, han estado marcadas por una ideología que ve a los ciudadanos como consumidores y no como trabajadores, por lo que las app’s parecen ser solamente beneficiosas y los conductores quedan fuera de la discusión. Pero no es necesario tener plataformas que impongan tiempos máximos de reparto y obliguen a los conductores a arriesgar sus vidas: los beneficios de un sistema masivo y coordinado pueden mantenerse sin necesidad de un intermediario que extraiga utilidades.  

Si los correos fueron fundamentales para conectar extensas zonas geográficas hace algunos siglos, es perfectamente posible diseñar sistemas públicos de delivery que puedan funcionar de manera igualitaria y eficiente, respetando la integridad de quienes allí trabajen, y que prioricen el transporte de bienes esenciales o para beneficio de personas con movilidad limitada. Esto puede hacerse fortaleciendo Correos para que asuma una repartición masiva y gratuita de bienes, como es el caso en diversos países europeos para entregas que tardan unos pocos días, o con aplicaciones ad hoc para reparto inmediato, en las que los repartidores sean realmente controladores, pudiendo decidir democráticamente las reglas que busquen un equilibrio entre nivel de servicio (demora en la entrega) y condiciones laborales dignas. 

Las lógicas neoliberales han sobredeterminado la utilización de las nuevas tecnologías en transporte, convirtiéndolas en modelos del mal empleo. Sin embargo, estas mismas capacidades tecnológicas pueden abrir la puerta a sistemas en los que el transporte público sea prioritario y ofrezca un mejor servicio, así como a una expansión de los servicios de reparto hacia el conjunto de la ciudadanía.