«Yo no soy esa es un libro que marca el interesante tránsito de una poeta inclinada desde antes al estilo narrativo y a la reescritura de los libretos asignados a las mujeres, hacia el mundo del relato, con una soltura y libertad realmente sorprendentes», escribe la crítica Lorena Amaro sobre el último libro de Greta Montero.
Por Lorena Amaro
Inevitable leer el título del nuevo libro de Greta Montero (Coronel, 1986) sin “oír” la voz de la cantante Mari Trini: “Esa niña sí, no / Esa no soy yo”, casi un himno feminista en tiempos de la España franquista. Ni sumisa ni dulce y callada, “luchando entre olas encuentro la playa”, la protagonista de esta canción, como las que crea Montero en Yo no soy esa (Editorial Aparte), muestra tanto lo que las mujeres no somos, como lo que podemos y queremos llegar a ser.
La autora, que viene de la poesía con libros que han tenido muy buena recepción, como Dummies (Ediciones Inubicalistas, 2013), Balada del Señor Cuervo (Overol, 2016), Un día quemaré sus castillos (Overol, 2022) y La poesía acabó con nosotras (Ediciones Liliputienses, 2023), debuta en la narrativa. Su más poderosa herramienta, que ya había probado en otros textos, es la ironía. Un recurso que le permite tomar distancia crítica de las violencias que afectan a sus personajes femeninos. Así va tramando un discurso sobre la identidad y las identificaciones de sus personajes, un ser o no ser que es muy tangible sobre todo en el primero de los ocho relatos de este libro, “Yo no soy Maite Orsini”, en que, apenas en tres páginas, con una velocidad y ritmo brutales, Montero se ríe de las enormes brechas sociales chilenas. Su protagonista es una farmacéutica, cuyo monólogo rezuma resentimiento y envidia hacia la diputada y otros conocidos personajes de la farándula. En su fantasía, la narradora caracteriza a Orsini como una especie de vampiresa para generar un contraste con la mujer real que es ella misma, con tan solo 98 seguidores en Instagram: “Yo ni siquiera recuerdo haber pateado a alguien en la vida, siempre me han pateado a mí, me dejan de hablar o mandan de paseo, dicen que se me escapan las cabritas pal monte, pero la verdad es otra, la verdad es que soy fea. Y estoy gorda”. Como ella, varias otras de estas mujeres pasan por rápidos procesos de reconocimiento, rebelándose ante la pauta que sienten que les han impuesto y, a su modo, buscando, si no la felicidad, al menos la calma.
Es conmovedor el relato “Mami”, en el que utilizando el formato de un chat con la madre se cuenta la historia de una hija ya madura y separada, que ha sido madre muy joven y que durante años se postergó laboral y socialmente. Su madre la juzga, ve con desconfianza la vida de esta hija, que reclama de ella apoyo en un diálogo muy transparente, un intercambio de mensajes que revela la capacidad de la autora para observar las zonas dolorosas y hurgar en los afectos de sus personajes: “Me gustaría que me hicieras tomaticán alguna vez, siempre me muestran que lo están comiendo mi hermana y tú cuando lo preparan, pero nunca lo haces para mí cuando vienes de visita”. En este diálogo —que hábilmente omite la voz de la madre para ir mostrando la historia solo a través de las respuestas de la hija— surge un pequeño gran drama, tratado con sutileza y sin pretensiones: los fallos en la comunicación de dos mujeres de generaciones distintas y lo difícil que resulta la relación maternofilial, atravesada por el deber ser y las convenciones que tensan las vidas de las mujeres. Así ocurre por ejemplo con el amor, que en el cuento “Partera” se revela como una forma de opresión. La historia ocurre en el Alto Bío-Bío y la autora parece estar revisitando con ella los paisajes y el estilo brunetianos: “El río era fuerte y congelaba como cuchillo, la vista de él entre las quebradas era tan estrepitoso que daba ganas de llorar”. El giro final que da al relato, bastante inesperado, muestra también esa misma sabiduría para contar, en muy pocas palabras, todo un mundo.
El cuento más duro del volumen es “La solicitud”. Una vez más Montero utiliza un formato que se ha vuelto cotidiano, el chat de Facebook, para crear una atmósfera enrarecida, en la que una mujer vivirá un duro episodio de violencia. La evocadora figura de un ciprés en el muro de su habitación establece un vínculo sutil con “El árbol”, de María Luisa Bombal, aunque aquí, a diferencia de lo que ocurre en ese cuento famoso y en un universo mucho más precario, parezca un símbolo mortuorio. La síntesis y los detalles lo son todo: “Cuando lo conocí su cuerpo me parecía atractivo, siempre olía a jabón, usaba un perfume que me agradaba. Claro que tiene otras cualidades, su inteligencia, supongo, su agudeza mental, no lo sé, ya no lo tengo muy claro. Cuando se acuesta junto a mí su cuerpo huele desagradable, tiene los pliegues de la piel del pene pegoteados y debo chuparlo como una especie de compromiso matrimonial. Me aguanto las ganas de hacer arcadas, es su prueba de amor constante. Me dice siempre ‘¿ya no me quieres?’ y debo hacerlo”. La narradora va mostrando el paso a paso de una historia de abusos, hasta culminar en una escena de violencia meticulosamente expuesta, dolorosa en cada detalle: “Siento que mi cabeza va a salir de mi cuerpo, agua caliente explota en mi cara, es mi nariz, me ha roto la nariz. Qué lástima, siempre he creído que esa es la parte más bonita de mi cara”.
Hay cierta versatilidad en todo el volumen: el Messenger de Facebook, el chat cotidiano del WhatsApp, las anotaciones de unos escolares en sus cuadernos y diarios (“Ojos de araña”) o el paper de una académica, son algunos de los formatos con que trabaja Montero para articular sus breves historias, teñidas tanto de violencia de género como de otras violencias en que la pertenencia a una clase social, a un lugar, deja huellas en los cuerpos y las vidas de sus personajes. Con todo, logra impactar a sus lectoras y lectores evitando los mensajes demasiado explícitos y cultivando, también, la difícil ambigüedad del humor negro, incluso cuando sus protagonistas caen solas, en picada, sin más red que la palabra. Una palabra insistente, un deseo de hablar y de ser escuchadas que no se agota ante la indiferencia del mundo.
Yo no soy esa es un libro que marca el interesante tránsito de una poeta inclinada desde antes al estilo narrativo y a la reescritura de los libretos asignados a las mujeres, hacia el mundo del relato, con una soltura y libertad realmente sorprendentes.