Álvaro Díaz, cofundador de 31 minutos, dice que los 15 años de amor entre México y el grupo liderado por Tulio Triviño y Juan Carlos Bodoque se explican, en parte, por la universalidad de sus historias. Con sus títeres entrañables, su humor afilado y sus canciones inmortales, el show logró cruzar fronteras y acentos hasta convertirse en un clásico de la cultura pop mexicana. Así lo prueban las fotos que tomó Díaz en su último viaje y que compartimos acá.
Por Evelyn Erlij | Crédiro imagen principal: Rodrigo Arangua / AFP
El video es corto, pero ilustrativo: por varias cuadras, en una suerte de travelling, se ve a una veintena de vendedores ambulantes que colapsan las veredas del Pepsi Center WTC, en la colonia Nápoles. “¡Aquí están las orejas de Bodoque!”, grita una señora, mientras un tipo sostiene una bolsa gigante con peluches de Juanín, Mario Hugo, Patana y hasta el Dinosaurio Roberto. “Si la industria pirata es índice de popularidad, no estamos nada mal en Ciudad de México”, dice la descripción del video, subido el año pasado en el Instagram de 31 minutos durante el estreno de Don Quijote, obra protagonizada por Tulio Triviño. Postales de este tipo para graficar el fanatismo de los mexicanos hay muchas: para entrar a la exposición MUSEO 31 en el Museo Franz Mayer de Ciudad de México, por ejemplo, la gente hizo fila desde las seis de la mañana, y, como si fuera poco, el éxito fue tan grande que la muestra fue extendida de tres a siete meses, en los que la visitaron más de 270 mil personas.

“Todos los días había una locura de gente, se transformó en una especie de lugar de procesión. Fue impresionante”, cuenta Álvaro Díaz (1972), que pocos días después de esta conversación partió a Monterrey junto a Pedro Peirano y Pablo Ilabaca a dar una serie de conferencias tras la inauguración de MUSEO 31 en esa ciudad. Ahí, firmando autógrafos, pudieron ver todo el fanart imaginable: zapatillas, poleras, dibujos, llaveros, cómics, tatuajes y hasta fotos de Juan Carlos Bodoque convertido en presidente de México. “Allá hay un tipo de fan de Comic Con, un poco excesivo, muy devoto, que traspasa ese mundo a 31 minutos. Entonces puede haber una mamá que le hace una casa de 31 minutos a su hijo o un fan muy ansioso que se disfraza de Bodoque. Es un fanatismo duro. Hay mucha gente loca, personas con muchos recursos. A veces no es agradable”, confiesa Díaz, que de su último viaje volvió con llaveros de la portada de su nuevo libro, Magadán; figuras tejidas, stickers, fotos de fans y cartas. “Cuídese mucho y no olvide que es usted una persona maravillosa”, dice una.
La historia de amor —y obsesión— entre México y 31 minutos empezó en 2006, tres años después de que el show debutara en la televisión chilena y se transmitiera luego en el cable latinoamericano a través de Nickelodeon. “Mi anterior socio, Juan Manuel Egaña, tuvo la genial idea de regalarle el programa a la televisión pública mexicana, al canal cultural Once Niños, y se convirtió en el show estrella. Era primera vez que daban algo que no era una lata, que no era en tono educativo. En paralelo, en esa época estaba empezando YouTube y tuvimos la claridad de permitir el pirateo, dejamos que eso sucediera libremente, y así llegamos a lugares más apartados. Por eso, a finales de la primera década de este siglo, se produjo una expansión subterránea de 31 minutos en México”, recuerda Díaz, que en agosto será parte de la delegación de la Universidad de Chile que participará en Filuni, la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios, donde hablará justamente de la relación entre el programa, el público y la industria cultural mexicana.
El fenómeno empezó a crecer, y hacia 2010 31 minutos llegó a lo que Díaz llama “niveles insospechados de popularidad”. “La moda en México sucedió justo en los años en que no hacíamos nada en Chile, y entramos un poco por arriba, es decir, por las capas sociales altas, a través de niños que querían ver cosas más nutritivas que lo que daban habitualmente en la tele. De ahí se puso de moda entre universitarios y rockeros, gente con onda, similar al público que tenemos en Chile. Se creó un vínculo impresionante”, cuenta.
En paralelo, en 2012, el proyecto revivió a través del formato concierto y se formó una suerte de compañía que empezó a tocar en vivo. Dos años después, se presentaron por primera vez en Ciudad de México, en el Teatro Metropolitan, y el éxito fue rotundo: la prensa habló de un “debut arrollador”, y Pedro Peirano afirmó que era un acto de justicia: “cuando éramos chicos veíamos El Chavo y todos los dibujos animados que eran doblados en México, y 31 minutos está muy influenciado por eso. Entonces es increíble, es como devolver la mano”, dijo en ese entonces.
Ahí, explica Díaz, se dieron cuenta de que México era algo así como el “mercado natural” del proyecto y se sucedieron, prácticamente cada año, giras y viajes. El nivel de penetración de 31 minutos fue tal, que hasta hoy muchos fans creen que el programa es mexicano. “Yo siempre creí que 31 minutos se había grabado en México hasta que pensé ‘¿qué es fome?’, y busqué en mi diccionario de aquel entonces y no aparecía”, dijo hace poco un usuario de TikTok. El fenómeno se replicó en otros países, en especial en Colombia, pero nunca a la escala de México, donde el show y sus canciones conectaron con el público al punto de convertirse en parte de la cultura popular local. “Nos dimos cuenta de que había que crecer. Cada vez buscábamos un teatro más grande y tocábamos para más público, ojalá en más ciudades, y en 2022 terminamos en el Auditorio Nacional. Fue espectacular”, dice Díaz sobre uno de los escenarios más importantes del país, con capacidad para diez mil personas.





Aunque en las primeras temporadas del programa hubo un leve doblaje en ciertas palabras —porotos, lata, al tiro—, y por más que para los chilenos el programa y las canciones parezcan locales, hay algo más poderoso detrás de los 15 años de relación entre México y 31 minutos. Están las referencias a la cultura popular, dice Díaz, a las películas de Hollywood, a El Chavo del 8, a canciones de la radio; y un humor y una ironía que enganchan muy bien con el público mexicano. Pero no todo tiene una explicación tan lógica y también ha sucedido a la inversa, recuerda: es cosa de pensar que en Chile hay un festival de rancheras en la ciudad de Chanco, en el Maule, y que en Lumaco, en la Región de la Araucanía, hay una decena de grupos de charros.
“Creo que, como artistas del espectáculo, con Pedro tenemos vocación de universalidad. Entendemos que mientras más público haya, mejor. Lo que importa es que sepas contar tu realidad, y que esté bien narrada. Llegamos con 31 minutos en una época en que se hacían muchos productos donde se quería que la gente hablara en neutro. No nos interesaba. Los personajes tienen mucho carácter, no están hechos a reflejo de nada ni están pidiendo mucho permiso. Y, claro, tenemos ese rompehielos que son las canciones, que son historias universales. Confiamos mucho en que es un proyecto muy único, que llena un lugar medio irreemplazable una vez que la gente lo conoce”, dice Díaz. Y agrega: “Tú no puedes forzar fenómenos así. Suceden, nomás”.