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Agotamiento y revolución

En Atusparia, el último libro de Gabriela Wiener, “no falta el ingenio, pero el humor y la ironía resbalan por momentos en charcos de banalidad, agotando su tema. Recortes, retazos, guiños a la historia peruana que Wiener, postmoderna, exhibe como en un álbum personal”, escribe Lorena Amaro. “(La novela) produce cierto cansancio, y supongo que no es raro: nada más lejos de la literatura que las consignas, y Atusparia no prescinde de ellas”, advierte la crítica literaria.

Por Lorena Amaro

Atusparia fue el cabecilla de la rebelión indígena de Huaraz, en Perú, en 1885. Atusparia es, también, el libro homónimo de Gabriela Wiener (Lima, 1975), donde un colegio con ese nombre es creado por egresados de la universidad soviética Patricio Lumumba para educar a los niños peruanos en el socialismo, durante los peores años del conflicto armado en ese país. Y Atusparia es, finalmente, el nombre que decide darse a sí misma la protagonista de esta historia, una egresada de ese colegio, una mujer que padeció a su madre alcoholizada y fue criada en los años 80 por su abuela en la Resi, un vecindario dominado por el narco. En sus años de estudiante, aprendió ruso y ajedrez, pero también leyó a Mariátegui y a Scorza. Ya adulta, se hace llamar Atusparia por una casualidad y el nombre parece signar su estrella: se convierte en una líder revolucionaria. La historia de esta activista indígena y feminista se proyecta a un futuro imaginario en la década de 2030.

Lo anterior es una rápida síntesis del último libro de Wiener, autora de larga trayectoria que comenzó en el periodismo y la poesía, y que durante años ha escrito sobre sí misma en los formatos más diversos. Uno de sus textos más interesantes, Dicen de mí (2017), es una suma de entrevistas a personas cercanas, como su hermana, su terapeuta o su madre, en que les pide que hablen de ella. Ya en ese libro la autobiografía tentaba los caminos de la ficción, con una última entrevista imaginaria a un exnovio maltratador. Por ese entonces, esta estrategia autobiográfica me resultó más que novedosa y atractiva, porque veía en Wiener no solo una escritura ágil, irónica y provocativa, sino también una conciencia que expandía sus textos desde el yo al mundo, y en ese movimiento oscilante era posible ver el despunte de lo político y lo estético. 

En Atusparia, obra por la que recibió recientemente el Premio Ciutat de Barcelona, Wiener se lanza por primera vez a la ficción, aunque vuele sobre temas que ya hemos visto en sus crónicas y textos autobiográficos. No resulta extraño que incluso aparezca un texto firmado por “Gabriela Wiener” en un reportaje sobre la revolucionaria Atusparia, porque no hay cosa que escriba que no deba soportar ese yo que lo devora todo, incluso en este caso, en que recurre, como muchos textos contemporáneos, a una multiplicidad de formatos, saltando del relato novelesco en primera persona a informes de inteligencia gubernamentales, entrevistas, un cuento sobre una alpaca revolucionaria, cartas, letras de canciones e incluso una interesante playlist con canciones clásicas de protesta, himnos rusos, cumbias y, por qué no, Rosalía. No importa cuántas variaciones paródicas leamos de este grito anticolonial: siempre parece estar detrás Wiener parapetada en su bastión madrileño, con todas las causas que sus lectores ya conocen.

El libro tiene un programa que Wiener pone en boca de uno de sus personajes: “¿Sabes cómo aprendí a pelear, a amar? Leyendo. La literatura ha sido mi madre extraña, oscura, adoptiva. Te reías de mí porque me gustaba catalogar los momentos de mi vida por géneros literarios: ahora una crónica imaginada, ahora puro realismo social, mañana realismo mágico, pasado el diario de un guerrillero. A veces eran géneros inventados, otros los había leído en algún periódico, en alguna residual sección de cultura, y me habían hecho gracia. Y te decía: Pasé unos años dentro de una novela de autocienciaficción. Y te reías”. Efectivamente, esto es lo que encontramos en la novela: todos los géneros, pero el resultado es confuso, torpe. Los más evidentes son los dos primeros capítulos. La “crónica imaginada” de la escuela Atusparia es muy llamativa; construye todo un mundo para esta escuela marxista financiada por los sindicatos pesqueros rusos: “Vienen con sacos de libros rojos de Lenin y cuentos infantiles hermosamente ilustrados que aún no podemos leer porque apenas estamos para descifrar el alfabeto cirílico. Lo que sí podemos hacer es mirar embelesados los dibujos de Cheburashka, el Mickey Mouse ruso, y cantar su canción”. Es un colegio donde se conjugan las clases de ajedrez con la literatura indigenista y en que los conflictos políticos son el pan de cada día: “Yo crecí en los ochentas: para mí, salvo el poder todo es ilusión”, afirma la narradora, involucrando también en su relato las tensiones políticas de esa década en Perú. No obstante, en la “crónica” no se desarrollan diálogos o escenas y el colegio es reiterativamente “explicado”. El capítulo siguiente, “La Resi” (¿el “realismo social”?) es todo lo contrario. Se producen, con una rapidez fulminante, una serie de episodios, algunos violentos; gana la narrativa, pero también el lugar común: hay un barrio tomado por los narcos, una joven vulnerable, un novio microtraficante violento. Una sinfonía de la pornomiseria y también de los tópicos más manidos de la autora: la frágil autoestima de una mujer racializada, los intentos por vivir relaciones poliamorosas o la violencia de género, elementos que vienen de Huaco retrato (2021) y sus libros anteriores. 

El tercer capítulo, “El Aire” (con el subtítulo “Uyucali, 2028”), narrado en tercera persona, pero con el foco puesto en la protagonista, quizás debía oficiar de realismo mágico, y tal vez es lo que Wiener quiere traducir a una redacción retóricamente aburrida. Han pasado muchos años y Atusparia está presa en una selva de la que es imposible salir, la cárcel El Aire: “La suya es una estación fantasma en la línea de metro de la Historia, pero al menos, con los años, se ha movido de sitio y ahora ya no mira la ventana”, “aunque la envuelvan vientos alisios de las profundidades de la jungla, hay días que no puede respirar”. No faltan parrafadas que suenan bien, pero que leyendo detenidamente parecen vacías, sin sentido más allá de su solemnidad: “En El Aire la libertad es una condena. Se le ocurre esta idea y rompe a reír al volver a notar la paradoja. El Aire. A menudo recuerda que conoce más significantes que significados. Y esta extraña vida de las palabras ajenas dentro de ella está irremediablemente unida a su vocación política y a su sentir vagamente utópico”.

Atusparia, de Gabriela Wiener. Random House. 237 páginas

A partir de aquí, Atusparia es una agotadora suma de textos con diversas tesituras sobre el poder, la revolución, las injusticias sociales en el Perú. La novela denuncia los abusos de Dina Boluarte y va tejiendo una suerte de relato utópico en torno a los alzamientos indígenas, lo que lo haría un libro político si no fuera por la suma de situaciones figuradas, las parodias y la manera algo inconsciente de restarle bulto y peso a estas denuncias. En la contraposición de Atusparia con Asunción Grass —profesora del colegio formada en Cuba con la que la protagonista se reencuentra en la adultez para compartir cama y revolución— queda sin resolver la vieja pugna entre reformismo (encarnado por Atusparia) y revolución armada (Grass). Simbólicamente, entre ellas se produce una relación amorosa, pero también un disenso político. Atusparia se pasa a la política institucional, postula a la presidencia y decide creer en el Estado, con un final poco auspicioso que no adelantaré aquí. Aparentemente hay una crítica implícita a este proceso en la novela, sobre todo cuando vemos a Atusparia en los últimos capítulos llevando una vida burguesa de exiliada en Madrid. Sin embargo, también es posible reconocer en ese exilio a la novelista peruana residente en España que escribe Atusparia e incluso ver ciertos guiños —bastante evidentes— a la figura de Trotsky, propiciador de la “revolución permanente”. Muy importante en el último tercio del libro son las cartas que Grass destina a su antigua estudiante, donde razona sobre las necesidades de la revolución: “Llega un momento en que hay que ser consecuentes con la prédica. Tengo una teoría sobre ti, tengo muchas, pero la principal es que faltaste al primer mandamiento de un revolucionario, de una revolucionaria, y es que el único criterio de verdad es la práctica». La cuestión ideológica, tan importante en un texto así, se torna algo confusa. ¿Es Atusparia una heroína injustamente “encarcelada” en la selva, es una traidora a la causa porque quiso institucionalizarse, es finalmente una egoísta que vive en burguesa armonía con su exilio europeo? Tal vez la idea fue que esto quedara abierto, pero puede que sea uno de los aspectos más débiles de este nuevo artefacto de Wiener, en que su capacidad como escritora acaba perdiéndose en pos de tres o cuatro obsesiones.

Atusparia es un libro en que no falta el ingenio, pero el humor y la ironía resbalan por momentos en charcos de banalidad, agotando su tema. Recortes, retazos, guiños a la historia peruana que Wiener, postmoderna, exhibe como en un álbum personal. Todo esto va perdiendo sentido conforme se avanza al desenlace, igualmente caricaturesco. Produce cierto cansancio, y supongo que no es raro: nada más lejos de la literatura que las consignas, y Atusparia no prescinde de ellas. En este horizonte, si bien se puede ver que la novela procura realmente armarse desde el feminismo y la defensa anticolonial, los más afectados por la violencia y la muerte en Perú, los indígenas, aparecen como una suerte de comparsa, opacados por el destino de una buena estudiante del marxismo: Atusparia (no en vano su pseudónimo revolucionario es lo que da origen al título). Ella responde en una “entrevista”: “Son ellos los que empezaron esta gesta”, refiriéndose al pueblo aymara de su abuela. Sin embargo, es la gesta personal y no la colectiva la que se sobreimprime a esta historia de inconfundible hálito narcisista.