Alfredo Castro: “Lo maravilloso de la transfiguración de un actor es perder una sexualidad definida”

En 2006 en Suecia, durante la emisión del programa radial Los arrepentidos, que relataba historias de personas que se retractaban de algo en sus vidas, el artista y locutor Marcus Lindeen recibió el llamado de dos transexuales viejos que, habiendo transitado por distintos géneros a lo largo de sus vidas, ya no estaban cómodos en sus cuerpos. Lindeen los citó y los entrevistó tres veces. El resultado es un texto teatral que recrea las conversaciones entre Mikael y Osvaldo, y que en Chile montaron Alfredo Castro y Rodrigo Pérez bajo la dirección de Víctor Carrasco, en una temporada que duró siete semanas en el GAM y convocó a más de siete mil espectadores.

Por Ana Rodríguez | Fotografías Jorge Sánchez / GAM

Los arrepentidos incorpora elementos testimoniales aportados por los dos trans suecos. ¿Qué componentes de ustedes mismos están presentes en esta obra?

– Lo más interesante desde el punto de vista de la creación es esa cosa difusa de una sexualidad única que tiene el actor. Lo maravilloso del acto de transfiguración de un actor es en algunos casos perder una sexualidad definida, ingresar más bien a un estado mental de una naturaleza humana. Para este tipo de hombres trans era interesante, porque de verdad la situación de ellos es bien especial, porque hicieron una transición a mujer y están volviendo a hombre, entonces hay cuerpos a medio hacer. Hay reconstrucciones de pene no terminadas, hay pechugas que no se han quitado, pero hay una forma de pensar masculina. Esa ambigüedad me parece que como actores nos permitió a nosotros situarnos en un espacio, un descampado de sexualidad importante.

El tema de los trans arrepentidos está muy instrumentalizado por la derecha actualmente en Chile, a propósito de la ley de igualdad de género que se discute. ¿Qué te parece esa utilización que se hace del arrepentimiento?

– Gravísima. Las sutilezas del lenguaje son muy importantes. Aquí el término arrepentido no tiene connotación moral ni de culpa, ni religiosa. Yo lo entendí siempre como una posibilidad de moverse de un lugar a otro que no es mejor ni peor, es simplemente otro lugar. Es así como ellos lo manifiestan. En la obra nunca se dice la palabra “arrepentido” o “lamento haber hecho eso”. Al revés, hay un orgullo muy grande de haber transitado, haber descubierto que ese lugar no era el lugar de satisfacción, de respeto que ellos buscaban, entonces decidieron volver a otro estado. Es la pregunta que se ha hecho siempre. La derecha instaló el arrepentimiento como que la gente se mejoraba y eso nos tenía un poco asustados. Pero no ha sucedido nada de eso en la obra.

En esta sociedad donde se premia mucho el éxito, no llegar a los objetivos finales, retroceder, arrepentirse, son acciones más bien castigadas. Transitar y cambiar de idea estarían en el mismo plano del “fracaso”

– Todos los miércoles después de las funciones tuvimos conversatorios con trans y el público. Y esto lo explicaba una chica socióloga: lo trans, cuando se inicia, ese camino no tiene retorno. Siempre es más allá, aunque te quites. Pero no tiene fin. Y eso es súper difícil de comprender para ciertas personas. Pero para ellos no lo es.

Hay una resistencia muy grande a creer que hay otra performatividad posible de los cuerpos

– Tengo la impresión de que ha habido épocas. Hubo épocas en que intervenirse quirúrgicamente, introducirse, quitarse, ponerse, cortarse, mutilarse, agregarse, era lo que había que hacer. Pero ahora tú ves que entre los chicos jóvenes, trans, muy pocos se han operado. Hacen transiciones hormonales o incluso simplemente transición de vestimenta y de actitud y de voz, y no hay más. Yo conocí ahora una diversidad de opciones trans impactante. Desde las viejas trans que han aparecido a ver la obra, que contaban que las rapaban los pacos todos los meses; para ellas era muy importante el pelo porque no había plata para comprarse pelucas, porque no había pelucas en Chile, estamos hablando de cincuenta, sesenta años atrás. Y ahora te das cuenta de que las chicas trans no se están operando.

Porque también está este cambio, de dejar de asociar género a la genitalidad

– Claro, entonces ahí hay una actitud política al respecto de “yo no me voy a operar”. Pero funciono como una mujer, soy una mujer. En el espacio de la creación, a mí, como director y actor, siempre me ha interesado más el lugar femenino o más ambiguo de la sexualidad que una sexualidad terminada. Yo creo que para el arte cualquier encasillamiento que exista es una trampa mortal. Entonces creo haber sido capaz de haber amado o haberme visto representado en el cuerpo de Amparo Noguera, de Claudia Di Girólamo, de Paulina Urrutia o de cualquier actriz o actor, sin necesariamente ser trans. Por estar a ese lado yo amorosamente puedo comprender y apreciar ese lugar femenino más profundo. Puedo dirigir y pensar como ellas. Yo soy, yo dirijo desde la escena porque soy actor, no tengo otro lugar para dirigir que no sea desde dentro de la escena. Es interesante ese lugar de la dirección.

En esta llamada tercera ola feminista suelen destacar iniciativas que hablan de las mujeres más “bacanas”, de las más exitosas, las astrónomas, las líderes políticas, las gerentas de empresas. ¿Qué pasa con la gente que no es exitosa, que se retracta, que falla, que queda marginada? ¿Qué hay de eso en la obra?

– Creo que mucho. Estamos en una zona muy delicada porque aparentemente estamos en un país muy liberal, un país que acepta todo tipo de torsiones, cambios, modificaciones, de género… y yo creo que no es así, francamente no es así. Porque lo que hemos visto en la obra, quienes han aparecido, son las trans más vulnerables. Y ha sido muy emocionante ver eso. Tal vez la Niki (Raveau) es la más armada políticamente, socialmente. Está mejor situada. Pero ha aparecido un mundo de chicas que son historiadoras, sociólogas, abogadas, profesionales, otras ex prostitutas. Y tú te das cuenta de que tú también conoces un pedazo. Lo trans se ha movido en Chile más bien en el mundo vulnerable. Y lo interesante es que la historia es larga. Es como que de repente descubrimos que había un mundo trans y tú dices, perdón: la Carlina el año ‘30, ’40, hasta los ‘60, era una casa de putas llena de travestis. El Blue Ballet: yo me acuerdo que mis padres, que hoy tendrían ciento y tantos años, iban a ver el Blue Ballet porque todo el mundo iba y no te llevaban preso ni te castigaban. Era parte del imaginario social y no había, que yo recuerde, odiosidad de género, incluso había admiración. Después el Bim Bam Bum. Esta historia es larga, y en la historia de la humanidad es más larga todavía. Que ahora esté sucediendo me parece muy positivo que una cloaca que tenía la sociedad dijo, “no soy cloaca, soy una vertiente súper interesante que requiero ser escuchada y tengo mi lugar”.

Sí, pero Daniela Vega todavía es maltratada por ciertos sectores

– Sí, José Antonio Kast la trató muy violentamente. Creo que hay más resistencia en los círculos de poder. El país está dividido radicalmente entre quienes tienen poder –gente ligada a la política y al dinero- y después estamos los ciudadanos, que no tenemos poder alguno. Y donde surge la violencia es en el poder. En lo médico, lo psiquiátrico, lo político, la burguesía, la clase acomodada. Ahí está la mala leche. Es interesante porque se arma un lugar político muy especial donde se te dice “aquí no hay ninguna seguridad de nada. Mi cuerpo no es seguridad para nadie”. Entrar a ese lugar de verdad es como actuar. Cuando yo estoy sentado en escena digo “o yo voy con esto o no voy”. Y mi opción ha sido ir con esto hasta las últimas circunstancias.

Ramón Griffero en el corazón de la república

Desde su nombramiento, el actor, dramaturgo y maestro ha logrado revitalizar un espacio que estaba de capa caída luego de haber tenido un rol fundamental en la escena artística chilena. Al sacarlo del lugar invisible en el que estaba, bajo el lema “el Teatro Nacional Chileno es un teatro para todos”, Griffero dice que pretende devolverle la relevancia que corresponde a un teatro universitario.

Seguir leyendo

Un nuevo polo cultural para Santiago

Los nuevos proyectos de infraestructura académica y cultural VM20 y VM39 albergarán, entre otras unidades y organismos de la Universidad de Chile, al Centro de Extensión Artística y Cultural Domingo Santa Cruz, CEAC, que contará con un espacio propio que dignificará la labor de sus artistas y trabajadores y le permitirá consolidar y ampliar su labor. Su ubicación estratégica, a pasos de Plaza Italia, conecta y refuerza la presencia de la Universidad en el punto más relevante de Santiago, donde convive la actividad urbana con los movimientos sociales, el arte, la cultura y la academia.

Seguir leyendo

Escenas de memoria y reparación en la U. de Chile

Fotografías: Felipe Poga y Alejandra Fuenzalida

Al llamado de Alejandro Arturo Parada González, con un clavel rojo en la mano izquierda y apoyada en el brazo de su nieta, Amanda González se puso de pie y subió a recibir el diploma de su hijo, cuyo retrato iba prendido en su pecho.

“Como madre de Alejandro siento gran emoción por el gesto de la entrega de títulos póstumos y simbólicos a los alumnos que vieron interrumpidas sus carreras por la dictadura cívico militar del año ‘73. Actos como éste ayudan a hacer menos dolorosa la herida del corazón ocasionada por todos aquellos que le quitaron la vida a Alejandro, hombres corazón de hierro que aún no dicen dónde está él y todos los detenidos desaparecidos. Este gesto de memoria y reparación, como lo hizo la Universidad, debe repetirse a lo largo de todo Chile para así, medianamente, sanar este gran dolor y daño que causaron a nuestro país”, dice Amanda González, madre de Ale – jandro Parada González, estudiante de Medicina Veterinaria de la U. de Chile y detenido desaparecido en 1974 por la dictadura en Chile.

En un Salón de Honor colmado de familiares, académicos, estudiantes, funcionarios, autoridades, compañeros y representantes de organizaciones de derechos humanos, este 11 de abril de 2018 la Universidad de Chile realizó la primera ceremonia de entrega de distinciones universitarias de título póstumo y simbólico y de grado académico póstumo y simbólico a estudiantes detenidos(as) desaparecidos(as) y ejecutados(as) políticos(as) por la dictadura cívico militar.

Junto a Amanda González, familiares y compañeros de otros 99 estudiantes avanzaron por el salón principal de la Casa de Estudios para recibir de manos de la máxima autoridad universitaria, el Rector Ennio Vivaldi, los respectivos diplomas adeudados.

“Quienes fueron homenajeados y distinguidos póstumamente no sólo eran destacados estudiantes, que construyeron y se construyeron en la Universidad, sino también personas que en el momento quizás más hermoso de sus vidas decidieron dar incluso la suya porque el pueblo tuviese justicia, igualdad y libertad. Por eso, como familia consideramos muy valioso e importante este gesto y acción autónoma de la U. de Chile. Porque quién más que el pueblo, académico en este caso, para realizar homenaje a su propio pueblo”, dice Dago Pérez Videla, quien recibió el diploma de socióloga de su madre, Lumi Videla Moya, ejecutada política.

“Yo apenas recibí la beca Valech me puse a estudiar y me titulé ahora, el 2018. Es decir, con mi mamá nos titulamos el mismo año. Y en septiembre, cuando entreguen el título de mi padre, entonces los tres lo habremos hecho. Eso para mí y para mi hijo es muy hermoso”, cuenta Pérez Videla.

“‘Libertad y democracia’ se susurraba en la oscuridad que inundó a Chile tras el bombardeo al Palacio de Gobierno, el 11 de septiembre de 1973. Y nuestros 100 estudiantes dieron lo más preciado por la recuperación de la libertad y la democracia de todo un país”, fueron las palabras que iniciaron el encuentro. Con este acto, la institución de educación superior más antigua de Chile, y el alma mater de los 100 estudiantes que esa tarde recibieron su distinción póstuma, dio inicio a un proceso de reparación y memoria anhelado por la comunidad universitaria y el país.

“La U. de Chile está haciendo hoy un gesto de demostración de autonomía moral. La dictadura militar nos dijo que habían muerto y hoy nosotros nos sentimos con el derecho de decir otra cosa y entregarles este diploma”, destacó el Rector Vivaldi.

“En este acto hoy no entregamos sólo un título póstumo simbólico. Estamos entregando por sobre todo nuestro respeto, admiración y cariño a una parte de nuestra comunidad que no está presente, pero en cuya ausencia está plasmada el ethos, el alma, lo mejor de esta, nuestra Universidad”, enfatizó Faride Zeran, Vicerrectora de Extensión y Comunicaciones y quien ha liderado un proceso de investigación en el que ha participado la Cátedra de Derechos Humanos, el Archivo Central Andrés Bello, la Dirección Jurídica y la Dirección de Pregrado de la Vicerrectoría de Asuntos Académicos.

La Casa de Estudios ha establecido este proceso como abierto y permanente. La próxima ceremonia de entrega de diplomas será el 11 de septiembre de 2018, donde se distinguirá a los nuevos nombres que arroje la investigación.

Seis textos para releer la Revolución Rusa

Los cien años de la Revolución Rusa estuvieron en la agenda del 2017 en medio de una nebulosa a nivel mundial. Hay quienes los han recordado con frases equivocadas, sacadas de contexto, electorales. Hay otros que han vuelto a las raíces, a las profundas motivaciones que volcaron a millones de rusos a las calles, agitando fábricas y campos, para obtener cuotas de dignidad impensables en tiempos zaristas. Aquí, un recorrido por las letras que siguen marcando esta historia.

Por Ximena Póo | Crédito foto portada: Edward Alsworth Ross

En estos días de paradojas y tensiones, las contradicciones se agudizan al mismo tiempo que se blindan soterradamente. Y es así como revisando afiches chilenos que dan cuenta del variado repertorio de conmemoraciones, el guiño con el presente nacional y/o mundial se dibuja en la nostalgia inocua y en el secreto anhelo de ver al “hombre nuevo” cruzando el umbral del siglo XXI con la frente en alto en medio de un panorama falto de la necesaria épica para sobrevivir.

Las siguientes líneas se lanzan como puntos georreferenciados en una cartografía litera – ria prolífica en torno a la conmemoración. Se recomienda comenzar por el epitafio y avanzar hacia los discursos de liberación, a la praxis del pueblo que construyó teoría. Es Svetlana Aleksiévich (1948), Premio Nobel de Literatura, quien con su libro El fin del “Homo sovieticus” (Acantilado, Barcelona, 2015) pone una lápida al comunismo que surgió de una Revolución Rusa inspiradora aún para muchos, adoptada por una América Latina que, entre décadas del siglo XX, se levantó no pocas veces para, “desde abajo”, poner en primera plana la voz, la acción y el voto de oprimidos, esclavizados y dominados.

Es probable que los y las intelectuales de esas revoluciones locales y sus seguidores lean con estupor textos como el de Aleksiévich. Y no es para menos, sobre todo cuando, por más pragmática que sea la visión sobre la vida y la liberación de las clases subyugadas, se tiene la convicción de que Stalin tiñó de horror a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Stalin no fue un paréntesis y si no lo fue, ¿lo de hoy es el futuro? Al final de este texto el mapa nos llevará a textos fundantes, que presagiaban larga vida y no el ocaso cuyo marco es un horizonte no menos desalentador, condicionado por la crisis terminal del Estado-Nación liberal, de un capitalismo sin rumbo y sin humanidad, y por unas democracias representativas sin representantes, pujando por la participación directa que logre unir los retazos. Mientras vivimos en estado de simulacro, leemos a la Revolución Rusa bajo un manto de extrañamiento, donde la izquierda sostiene un mapa que, desde los ‘90, le ha sido arrebatado por terceras o cuartas vías que sólo han logrado aceitar la máquina de los tiempos.

“Las barricadas no son un buen lugar para un escritor. Son una trampa. En las barrica – das la vista se nubla, las pupilas se contraen, los colores se difuminan. Desde las barri – cadas se ve un mundo en blanco y negro donde los hombres se convierten en los puntos negros que hay en el centro de las dianas. Me he pasado la vida en las barrica – das y me gustaría salir de ellas de una vez, aprender a gozar de la vida, recuperar la vista. Pero vuelve a haber decenas de miles de personas que salen a la calle tomadas de la mano, llevan cintas blancas sujetas a las chaquetas: son un símbolo de resurrección, de luz. Y yo estoy con todas ellas”, escribe Aleksiévich antes de hacernos caminar por las historias recogidas tras el largo final de la URSS y lo que vino después, el fervor y la amnesia, el individualismo y la nostalgia por recuperar una ideología irreductible e incompatible con las luces de neón colgadas sobre el borde de una carretera hacia ninguna parte. “¿Por qué aparecen en este libro tantos relatos de suicidas y no de personas comunes con sus comunes biografías soviéticas? (…) Yo busqué a aquellos que se habían adherido por completo al ideal, a aquellos que se habían dejado poseer por él de tal forma que ya nadie podía separarlos, aquellos para quienes el Estado se había convertido en su universo y sustituido todo lo demás, incluso sus propias vidas”, escribe la autora y, leída desde Chile, se cae en la tentación de pensar en el ciclo al revés. La dictadura cívico-militar logró lo contrario, que el Mercado (con mayúsculas) sustituyera la vida. Ambos ciclos, el fin de la URSS y el fin de la dictadura, abrieron los ‘90 por estas latitudes: a Gorvachov y Yeltsin les colgaban carteles de “vendidos y traidores” mientras aquí se esperaba que llegara la alegría, al fin.

Aleksiévich recoge, al concluir su libro, los “Comentarios de una mujer ordinaria”. En estas líneas, “una mujer ordinaria” vive como una más en la larga historia, en algún punto de los cien años que hoy algunos recuerdan, lavan o se apropian. Ella sólo recuerda, tributando a la utopía desde un lugar aislado de Rusia, desde ese margen del que nadie habla, pero que se nos hace tan familiar hoy en todo el mundo occidental: “Aquí la nieve lo cubre todo en invierno. Las casas, los coches…A veces nos pasamos semanas enteras sin ver pasar el autobús. De lo que se cuece en Moscú no tenemos idea. ¡Está a mil kilómetros de nosotros! Vemos en la televisión las noticias de Moscú como quien ve una película. Conozco a Putin y a la cantante Alla Pugachova, pero del resto no sé nada. Y veo los mítines y las manifestaciones en las noticias, pero aquí seguimos viviendo como vivíamos antes… Nuestra vida bajo el capitalismo es exactamente la misma que teníamos bajo el socialismo (…). Tengo 60 años, ¿sabe? Yo no soy de ir a la iglesia, pero necesito tener alguien con quien hablar. Alguien con quien hablar de lo humano y lo divino…A quien decirle que envejecer es un asco, por ejemplo. Y que no tengo ningunas ganas de morir”.

Esta “mujer ordinaria” tal vez habría hablado de lo humano con otras mujeres a comienzos del siglo XX. Y es que la Revolución Rusa no habría dejado esta huella si no fuera por otras que, como ella, angustiadas por el devenir de una clase, lucharon, murieron y articularon un discurso que se materializaría –a la vanguardia de cualquier país hasta ese momento- en el derecho al aborto libre y gratuito, al divorcio, la legitimidad de los hijos nacidos fuera del matrimonio, la despenalización de la prostitución y de la homosexualidad y el derecho a no seguir sujetas a la “esclavitud doméstica”. Stalin borraría parte de estos logros; logros fundados en la utopía revolucionaria.

Nadezhda Krupskaia (1869-1939), Alexandra Kollontai (1872-1952), Inessa Armand (1974-1920), Elena Stasova (1873-1966) son nombres que resuenan hoy para devolvernos el proceso revolucionario –con toda la fuerza de la clase trabajadora- al grito de ¡Pan y paz!, recordado cada 8 de marzo desde 1917 (23 de febrero del año juliano). Con prólogo de Hannah Arendt, se recomienda releer el texto editado este año por Página Indómita, Revolución Rusa, de Rosa Luxembugo (1871-1919), quien, siendo una teórica marxista fue crítica de algunas prácticas bolcheviques.

Los destinos

En tres volúmenes y con letras de destierro, León Trotski (1879-1940) escribió Historia de la Revolución Rusa, intuyendo, tal vez, que sería leído, como un legado, en 2017. Seguro, nunca imaginó que estaría entre los libros ubicados prolijamente en estanterías europeas para promover la oferta sobre “comprender la Revolución Rusa”. Hoy Trotski es leído por los anticapitalistas que reivindican su nombre y el trasfondo emancipador y democrático de 1917.

Trotski escribe: “En los dos primeros meses del año 1917 reinaba todavía en Rusia la dinastía de los Romanov. Ocho meses después estaban ya en el timón los bolcheviques, un partido ignorado por casi todo el mundo a principios de año y cuyos jefes, en el momento mismo de subir al poder, se hallaban aún acusados de alta traición. La historia no registra otro cambio de frente tan radical, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante una nación de ciento cincuenta millones de habitantes (…). En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

Los destinos a los que hace referencia Trotski, de los que hablaba Marx y Lenin, implican leer la historia desde un contexto donde sea fácil advertir “la bayoneta” o la demagogia, para desviar el foco a las ideas y las materialidades en busca de la “vida buena”. Trotski aventuraba que la Revolución Rusa sobreviviría al Sóviet de Petrogrado, a la guerra civil, a la URSS y a su caída: “La Revolución de octubre sentó las bases para una nueva cultura tomando a todos en consideración. Aun suponiendo que debido a las desfavorables circunstancias y los hostiles golpes el régimen soviético fuera derrocado temporalmente, la huella inexpugnable de la Revolución de octubre, empero, sería un ejemplo para todo el desarrollo futuro de la humanidad”.

Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, es un clásico escolar recuperado por estos días. Lenin (1870-1924), líder del Partido Comunista (bolchevique) y protagonista de ese octubre de 1917, dijo que se trataba de la “obra más veraz y vívida de la Revolución Rusa”. Habría que agregar, a la luz del proceso posterior, el discurso de Lenin en la apertura del I Congreso de la Tercera Internacional, el 2 de marzo de 1919: “El sistema soviético ha vencido no sólo en la atrasada Rusia, sino en Alemania, el país más desarrollado en Europa, así como en Inglaterra, el país capitalista más viejo. Siga la burguesía cometiendo ferocidades, asesine aún a millares de obreros, la victoria será nuestra, la victoria de la revolución comunista mundial es segura”. Aún nadie imaginaba a Stalin, el Muro de Berlín, la Guerra Fría, las vías latinoamericanas y asiáticas, en ese horizonte revolucionario y la contra-revolución que se propagaría.

Por último, siempre se hace necesario revistar al historiador Eric Hobsbawm (1917- 2012), autor de La Historia del Siglo XX (1994), que da cuenta de cómo el “largo siglo XIX” dio paso al “corto siglo XX”. Antes de morir escribió un nuevo prólogo para El Manifiesto Comunista (desde 1872 se le conoce así; originalmente se llamaba El Manifiesto del Partido Comunista, de 1848), de Marx y Engels, base de la Revolución Rusa: “El compromiso con la política es lo que históricamente distinguió al socialismo marxiano de los anarquistas y los sucesores de aquellos socialistas cuyo rechazo de toda acción política condena específicamente el Manifiesto. Incluso antes de Lenin, la teoría marxiana no trataba sólo de ‘la historia nos demuestra lo que pasa’, sino también acerca de lo “que tenemos que hacer’. Ciertamente la experiencia soviética del siglo XX nos ha enseñado que podría ser mejor no hacer ‘lo que se debe hacer’ bajo condiciones históricas que imposibilitan virtualmente el éxito. Pero esta lección se podría haber aprendido también considerando las implicaciones del Manifiesto Comunista. Pero entonces el Manifiesto -y ésta no es la menor de sus notables cualidades – es un documento que prevé el fallo. Esperaba que el resultado del desarrollo capitalista fuera ‘una reconstitución revolucionaria de la sociedad’ pero, como ya hemos comprobado, no excluía la alternativa de ‘la ruina común’. Muchos años después, otra investigación marxiana reformuló esto como la elección entre socialismo y barbarie. Cual de ambos prevalezca es una pregunta que el siglo XXI debe contestar”.

Enrique Rivera: “En las políticas del Ministerio de las Culturas no hay ninguna frase que una arte y ciencia”

La tradición tectónica del país es el pie forzado que propone la 13° Bienal de Artes Mediales para poner en discusión un cruce poco indagado en la actualidad. La relación entre arte, ciencia y tecnología es una ecuación que va más allá de la participación de los artistas en las inauguraciones e instancias de mera divulgación, dice su director, y que tiene una historia poco conocida en Chile.

Seguir leyendo

Los 70 años de la Editorial Universitaria

Este año la editorial de la Universidad de Chile cumple siete décadas. Innovadora y atrevida, en sus años dorados fue el lugar que acogió a decenas de autores jóvenes que luego se convertirían en los precursores de las letras nacionales. Ahora, luego de sortear complicados avatares económicos, se proyecta al futuro y busca recuperar su lugar de punta en el mundo de las letras.

Seguir leyendo

A 50 años de su muerte y 120 de su nacimiento: Marta Brunet, proyecto literario y reflexión política

Por Natalia Cisternas | Fotografías: Archivo Central Andrés Bello

En 1922, una joven escritora chillaneja envía por correo a Santiago, al prestigioso crítico Hernán Díaz Arrieta (Alone), un poemario de un amigo con una entusiasta carta de recomendación. Alone no se tarda en contestar: “los poemas de su amigo son malos”, dice, “pero la carta es muy buena”, agrega. A renglón seguido le pregunta a la joven si no tiene algo de su propia autoría. La muchacha le envía inmediatamente a Alone un conjunto de poemas suyos acompañados de una nueva carta. “Los poemas son malos”, vuelve a responder Alone, “pero la carta es buena, ¿no tiene algo en prosa?”, le consulta el crítico. La joven envía por tercera vez un correo a Alone, esta vez con una novela escrita a mano en un cuaderno escolar. Alone no puede creer lo que lee, la novela estaba lejos de ser una muestra inicial de una ficción en proceso, era una novela acabada y de gran nivel literario, con una suma de imágenes estéticamente poderosas. La joven en cuestión era Marta Brunet, y la novela enviada era Montaña Adentro, la que con el apoyo del mismo Alone, terminaría siendo publicada al año siguiente. Esta anécdota, que será relatada por Brunet y por el propio Alone en más de una ocasión, nos muestra a una escritora de talento que, aunque inmersa en la provincia, no desconoce las instancias y las formas de legitimación del ámbito cultural nacional: sabe cómo y a quién hay que dirigirse para lograr un mayor reconocimiento y circulación de los textos literarios. Por aquellos años, Brunet con 25 años, no era ninguna novata en los espacios de difusión y validación cultural. Ya había publicado varios cuentos con el nombre de Miriam en distintos periódicos de Chillán y Concepción, también participaba activamente en un pequeño ateneo literario en su ciudad, conformado por jóvenes escritores varones, de uno de ellos era precisamente el primer poemario que envía a Alone. Así, si bien Marta Brunet no había publicado ningún libro, y no tenía grandes contactos en los circuitos letrados más importantes, sí era una escritora activa de la vida cultural chillaneja y con la suficiente claridad para entender que el reconocimiento a nivel nacional pasaba por obtener la legitimación en los circuitos artísticos e intelectuales de la capital.

Si antes de la carta a Alone y de la publicación de Montaña Adentro, Marta Brunet dibujaba con dedicación, pero de manera dispersa, una trayectoria literaria sólo visible en algunos periódicos locales, después de estos acontecimientos su obra constituyó un proyecto literario cada vez más maduro y coherente, acompañado por un trabajo cultural y público de envergadura, que cuatro décadas después vería definitivamente consagrado con la obtención del Premio Nacional de Literatura. Marta Brunet fue la segunda mujer en obtener el Premio, después de Gabriela Mistral, a quien, como todos ya saben, la máxima distinción de las letras locales le fue otorgada seis años después del Nobel. Al momento de recibir el Premio Nacional, en 1961, Brunet tenía publi cadas ocho novelas y tres libros de cuentos, y decenas de relatos y crónicas en distintas revistas y periódicos tantos nacionales como extranjeros, entre los que se destacaban los periódicos La Discusión de Chillán, El Mercurio y La Nación de Santiago, La Nación de Buenos Aires, y las revistas Caras y Caretas y Sur de Buenos Aires y Repertorio Americano de San José de Costa Rica. A inicios de la década de los sesenta, cuando el jurado se decidió por su nombre para ser la vigésima figura en recibir el Premio Nacional, Brunet trabajaba intensamente en la publicación de sus Obras Completas que aparecerían en 1963 bajo la editorial Zig-Zag, estaba terminando su última novela Amasijo y contaba con una trayectoria profesional e intelectual sobresaliente, en la que destacaba su trabajo diplomático en Argentina y Uruguay, su labor como editora de la prestigiosa revista Familia y su rol docente en las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile.

Los antecedentes mencionados hacen de Marta Brunet una justa merecedora del Premio Nacional. Sin embargo, si consideramos que sus principales obras literarias las había publicado dos décadas antes y que previamente el jurado se había inclinado por figuras como el historiador Francisco Encina y el crítico literario Hernán Díaz Arrieta (Alone), la entrega de esta distinción llegó con un evidente e injustificado retraso; un retraso que al final de cuentas era parte de las formas de funcionamiento de un campo cultural que respondía a las mismas lógicas de exclusión y validación del sujeto femenino que operaban en el resto de la sociedad. En otras palabras, si las mujeres y su trabajo creativo e intelectual rara vez eran visibilizados y legitimados, la tardanza del Premio Nacional de Brunet no era en ningún caso la excepción, sino la norma.

Así, ese mismo campo cultural que Brunet había demostrado conocer muy bien al inicio de su carrera cuando le escribió a Alone y aceptó la tutela del crítico para abrirse paso en ese mundo letrado, era el que la relegaba a un segundo plano a la hora de su valoración definitiva. Marta Brunet obtendría finalmente el Premio de la misma manera como lo había obtenido Mistral: cuando ya era imposible e injustificable seguir manteniendo su nombre entre los eternos candidatos; cuando la importancia de su obra traspasaba fronteras y su producción creativa era vista como un hito dentro de la historia literaria nacional.

En relación a su aporte literario, desde sus primeras publicaciones Marta Brunet fue considerada por la crítica como una autora innovadora, cuya prosa introducía un nuevo aire a la representación del mundo rural, hasta entonces dominada por la corriente criollista que imponía un estilo más bien descriptivo del paisaje campesino y las costumbres regionales. A diferencia de autores como Mariano Latorre, Brunet proponía una literatura cuyos conflictos centrales descansaban en la subjetividad de sus personajes, principalmente en el desarrollo emocional e intelectual de protagonistas enfrentados a complejos dictámenes sociales. Con Montaña Adentro se habló de una suerte de neocriollismo, el retrato del mundo campesino adquiría en la novela una densidad existencial que escapaba a la sola necesidad de elaborar retratos fieles de la vida rural. Con el correr de los años, la escritura de Marta Brunet se distanciaría cada vez más de esta definición de neocriollista. En la década del cuarenta publicará los libros de cuentos Aguas abajo (1943) y Raíz del sueño (1949) y las novelas Humo hacia el sur (1945) y La mampara (1946). Aun cuando en varios de estos relatos las acciones se sitúan en espacios campesinos, nos encontramos con historias cuyas temáticas rebasan los límites de ese mundo. Marta Brunet, con recursos propiamente literarios, despliega elaboradas reflexiones sobre el lugar político y social del sujeto femenino en comunidades rurales, poblados de provincia en vías de modernización o urbes completamente modernas. Las complejas formas de explotación de la mujer trabajadora, las tensas relaciones con sus pares de género en un marco social que las obliga a competir por el varón, las obligaciones domésticas que anulan sus capacidades creativas e intelectuales, la apropiación de su patrimonio y de sus derechos sobre su prole por parte de los hombres (maridos u otros), la necesidad de encajar en los moldes de femineidad que se le asignan, son los desafíos y problemas más frecuentes que viven las protagonistas brunetianas. En sus textos se constituyen universos en los que las enrevesadas formas de subordinación de la mujer se despliegan como constantes que proyectan la idea de una sociedad en la que, independiente de los avances modernizadores, persiste una jerarquía rígida en donde las mujeres, y sobre todo las mujeres pobres, constituyen el sector más marginado y explotado de la comunidad.

Esta dimensión crítica de la literatura de Marta Brunet la hace especialmente incómoda, al punto que la crítica de las primeras décadas prefirió omitirla de sus interpretaciones o bien ocultarla bajo la definición de una “prosa recia”, “poco femenina”, que no dudaba en exponer con un lenguaje crudo y directo los aspectos más crueles y violentos de la vida campesina. Bajo estas descripciones amplias, el fino análisis a los roles de género y las formas de exclusión de la mujer presente en sus ficciones quedaba totalmente desdibujado. Varias décadas más tarde, importantes críticas feministas, realizando lecturas desde una perspectiva de género, darían cuenta de una obra no sólo estéticamente notable sino capaz de desarrollar elaboradas reflexiones sobre el rol de la mujer en la sociedad chilena. Lorena Amaro, Kemy Oyarzún, Rubí Carreño, Diamela Eltit, Eugenia Brito, por mencionar a algunas, han contribuido a que ahora podamos entender en términos estéticos y también ideológicos la obra de una de las narradoras más significativas de la literatura chilena.

Bernardo Oyarzún, artista: “La violencia en Chile viene desde los inicios del Estado”

Su obra Werken ha sido reconocida en la 57° Bienal de Venecia, instalando el mensaje de un “pueblo que está absolutamente vivo” en un país que “es mapuche, pero se cree nórdico”. Siendo uno de los artistas más políticos de la historia chilena reciente, Oyarzún critica a la Bienal porque se ha ido constituyendo en un espacio cada vez más banal y vacío de sentidos.

Seguir leyendo