Las pedagogías de las emergencias son pedagogías de ejercicio emancipatorio, que para la niñez y juventud se traducen por sobre todo en el juego, en las expresiones, en las creaciones, en “dejar ser” en sus lugares y acciones, escenas y escenarios, para buscar esas tan privadas libertades.
Por Viviana Soto Aranda
Ante el avance de la pandemia en el país y las medidas de confinamiento impulsadas por el gobierno, el espacio privado del hogar ha pasado a ser hoy el escenario principal de la actividad humana. ¿Qué es lo que ocurre con las vivencias en ese espacio? El hogar se ha transformado en un híbrido, tomando algunas ideas de la “hibridación cultural” que señala Néstor García Ganclini, término que refiere a cruces, donde combina tradiciones, acciones, el cual puede surgir de la vida individual y colectiva. Híbrido de fusión o mezcla es lo que quiero distinguir y tomar este concepto para remirar nuestros lugares de vida y lo que vamos en ellos, identificando.
La pregunta es ¿qué es lo que se ha ido mezclando?, y ¿qué fusiones? Las relaciones los espacios, las rutinas, el estudio, el trabajo, las emociones, las sensaciones; la vida en confinamiento ha tenido encuentros y desencuentros. Por un lado, el confinamiento ha permitido vivenciar nuevas experiencias de acogida, también de resistencia, de soportar el estar dentro, porque tal vez para muchos es una experiencia insoportable. En torno a este concepto de lo insoportable, hay que recordarque muchas personas en nuestra sociedad viven en el encierro normalmente, me refiero a cárceles donde muchos cumplen condena o incluso instituciones de protección de niños, niñas y jóvenes, quienes también realizan sus actividades cotidianas bajo normas y vigilancia -según el concepto de “instituciones totales” de Goffman- en un campo híbrido de tensiones permanentes, generadas por la seguridad y resguardo versus el control.
Las escenas de la niñez confinada y en encierro están compuestas por especificidades similares y diferentes que transitan en lo híbrido. Cabe preguntarte: ¿qué de lo hibrido referido a cruces, de tradiciones, acciones, prácticas es compartido y diferenciado en el confinamiento? La idea es develar lo que acontece en nuestra vida, que coloquemos atención a las diferentes escenas y escenarios, porque hay allí lugares y acciones, pero también personas.
Las pedagogías
Nos acercamos a hablar sobre las pedagogías, por su dimensión política porque justamente pensar en esas hibridaciones es pensar en las fisuras, es pensar en lo que aparece y en lo no explícito, más bien en lo que aparece en los pliegues de los acontecimientos, lo cual implica ir más allá y desde una mirada crítica de ese acontecer. Pensar en las fisuras es pensar en los detalles. Al respecto, tiene mucho sentido y pertinencia detenerse en la pedagogía que llamaré del detalle, y que aparece resonante en las prácticas cotidianas humanas y muchas veces invisibilizada. Ese detalle aparece en la búsqueda, en la indagación, en la observancia y que devela lo que va a contrapelo de ese todo normalizado. La pedagogía del detalle implica sumergirnos en los matices de la aceptación y acogida de quienes nos rodean y abrir la escucha y comprensión a las acciones, al juego incesante de los niños y niñas, a las preguntas, y a las búsquedas y matices juveniles. Ese detalle es implicarse con el otro y con lo que acontece; es un disponerse a estar con otros, enseñamos y aprendemos mutuamente y esa pedagogía va a contrapelo de ese todo normalizado instituido y jerárquico de estructura conservadora y dominadora del consumo de todo saber exigido bajo lógicas de control y exitismo educativo para insertarse en la sociedad.
Es interesante poder ampliar la mirada, cuando nos encontramos en situaciones de crisis, ante las cuales buscamos como reacción, un escape: aquí las denominaré salidas de emergencia,que como bien sabemos significa cambiar de trayecto, no seguir el camino habitual, sino otro, lo que implica encontrar nuevas formas de organizarse, pensar para volver a emerger. Es preciso detenerse aquí, porque muchas de las salidas de emergencia la colocan los niños, niñas y los jóvenes; así lo hemos visto en el surgimiento de las demandas sociales del pasado 18 de octubre e incluso antes. Se han visto organizados, comunicando, buscando esos nuevos trayectos, buscando salidas de emergencia, esas voces audaces, criticadas por ser parte del problema, ese problema pensado desde la lógica adultocéntrica, errada por supuesto, eso está claro.
«Lo que no podemos pensar es en una pedagogía que limite los acontecimientos e interponga aún más métodos de dominación, como el cuestionamiento a la romantización de la cuarentena: ‘quédate en casa, pero consume'».
En el confinamiento y en el encierro, ¿cuáles han sido las salidas de emergencia?, ¿ha habido espacio para esas salidas?, ¿cuáles han sido las emergencias dentro de la emergencia? es decir, ¿esas micro emergencias? En situaciones de crisis muchas personas se organizan, hay colectivos, comunidades, espacios comunitarios y surgen iniciativas que se constituyen en esas llamadas pedagogías de las emergencias, que nos invitan a pensar en nuevos trayectos, desde una mirada crítica, que insta a buscar nuevos protagonismos en la niñez y de la juventud, que erradique el adultocentrismo y su dominación. Las pedagogías de las emergencias son pedagogías de ejercicio emancipatorio, que para la niñez y juventud se traducen por sobre todo en el juego, en las expresiones, en las creaciones, en “dejar ser” en sus lugares y acciones, escenas y escenarios, para buscar esas tan privadas libertades.
Es preciso que reflexionemos, y a partir de lo descrito, que las pedagogías de las emergencias no busquen el discurso armónico de la modernidad, por ello es necesario la perspectiva crítica a nuestro vivir fundamental. Porque el ejercicio de la dominación del sistema capitalista neoliberal aparece impregnado y oculto en las prácticas cotidianas.
Siguiendo con este relato y pensando en las pedagogías, recientemente el sociólogo Boaventura De Sousa Santos, publicó sus reflexiones en un libro titulado La cruel pedagogía del virus. En él hace un abordaje sobre una lamentable realidad en la que el confinamiento de las familias en espacios reducidos, sin salidas, puede generar más oportunidades para el ejercicio de la violencia, y también para los que no tienen hogar, el confinamiento y encierro ¿no será también más grave? Estos casos aluden también a que la pandemia muestra de forma cruel cómo el capitalismo neoliberal incapacitó al Estado para responder a las emergencias.
Tensionando la Normalidad
En esta reflexión surge la pregunta sobre la normalidad, ¿queremos volver a la misma normalidad que teníamos antes de la pandemia, es más antes del estallido social?, Una normalidad que claramente nos ha llevado a pandemias y a la profundización de las desigualdades. ¿A qué queremos volver?, esa es la pregunta. Y es preciso conversarla para no reproducir las inequidades y las desigualdades que bien sabemos, como, por ejemplo, las desigualdades de género y las violencias hacia la mujer que se forjan en la niñez, en las prácticas cotidianas familiares.
Debemos estar atentos, porque normalizar esta vida es peligroso. Incluso lo normal se puede traducir en una pedagogía de la crueldad, y parafraseando a Rita Segato, esta normalidad, en tanto violencia, no se pueda pensar por fuera de las estructuras económicas capitalistas, que necesitan de la falta de empatía para sostener su poder.
Es un imperativo crítico discutir lo que está aconteciendo en la vida, sin dejarse capturar por el control y los límites de las emociones, de las jerarquías y segmentaciones, y rescatar las pedagogías del acontecimiento, del pensar y de estar dispuestos a lo inesperado, abiertos a lo posible, como un quehacer rizomático, en que la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro. Lo que no podemos pensar es en una pedagogía que limite los acontecimientos e interponga aún más métodos de dominación, como el cuestionamiento a la romantización de la cuarentena: “quédate en casa, pero consume”.
En este confinamiento y encierro cotidianos, en ese híbrido de escena y escenarios, cabe significar, como señala Esteban Levin, que no podemos caer en trampas, no podemos dejar de sorprendernos, o pensar en que sabemos lo que va a pasar, eliminar nuestras dudas, los equívocos, el absurdo, eliminar lo inesperado, las dudas, los errores, para resguardarnos en la técnica, en el método de la pedagogización. Porque si es así, lo que estamos eliminando es al sujeto que se hace del acontecer, del asombro, de la belleza, del descubrir, del equivocarse, y que es, ser niñes y jóvenes. Si eliminamos al sujeto, estamos limitando las posibilidades para las salidas de emergencia.
El comportamiento actual del sistema de salud y de las instituciones estatales en tiempos de Covid-19, han sido el de una “ausencia programada” de la realidad sociocultural y epidemiológica mapuche en los contextos urbanos y rurales actuales. Existe un relegamiento de la existencia de conocimientos y prácticas de subsistencia material, terapéutica y espiritual mapuche, de su relacionalidad, así como de su situación de salud frente a la actual pandemia.
Por Andrés Cuyul Soto
El pueblo nación mapuche ha experimentado a lo largo de su historia moderna distintas epidemias que a su vez han tenido características pandémicas, y en su mayoría han estado socialmente determinadas por el contacto forzado con el Estado de Chile, que ha tenido una política de despojo de las condiciones materiales de existencia (territorio y ganado), arreduccionamiento territorial, marginación sociopolítica y falta de memoria inmunológica y desconocimiento de las enfermedades de tipo wingka que se han manifestado con el contacto occidental. Es necesario precisar que las enfermedades identificadas como mapuche kutran o endógenas no tienen capacidad epidémica y son más bien las enfermedades de tipo exógenas o wingka las que tienen capacidad epidémica y han diezmado a la población nativa desde el contacto español y, más recientemente, en los siglos XIX y XX, tras la instalación del Estado chileno en el otrora territorio independiente donde sucedieron epidemias de cólera (1867), tifus (1892) y viruela (1904-1906 y 1922).
Machi tratando a un enfermo en una comunidad mapuche.
Situando las pandemias en su devenir histórico, podemos comprender el comportamiento actual del sistema de salud y de las instituciones estatales en tiempos de Covid-19, las que han optado por una “ausencia programada” de la realidad sociocultural y epidemiológica mapuche en los contextos urbanos y rurales actuales, es decir, por un relegamiento de la existencia de conocimientos y prácticas de subsistencia material, terapéutica y espiritual mapuche, de su relacionalidad, así como de su situación de salud frente a la actual pandemia. Esto se traduce, por ejemplo, en que a casi tres meses de iniciado el brote epidémico aún no contamos con información desagregada por pueblo indígena en el país, a pesar de que desde el año 2016 se ha actualizado la norma 820 del Minsal, que establece la inclusión de la variable pueblos indígenas en todos los registros de salud, incluyendo la notificación obligatoria de enfermedades transmisibles.
Esta ausencia programada se ha manifestado también en la inexistencia de estrategias y acciones pertinentes para la prevención de contagio que consideren las formas de vida indígenas, tales como relaciones de reciprocidad y sociabilidad, procesos migratorios vigentes (Santiago–sur de Chile), entendimiento en el mapuzungun, explicación y tiempo para la comprensión del fenómeno pandémico, así como los alcances del confinamiento para el mundo indígena, toda vez que el mensaje de “quédate en casa” anula el sentido del ser che (persona) desde la relacionalidad recíproca en la vida mapuche comunitaria. Esta actitud de la política estatal la hemos llamado, desde la organización mapuche de salud Ta iñ Xemotuam, “la pandemia de la monoculturalidad”, donde una matriz cultural dominante acciona nuevamente sobre el “otro” y no atiende a formas de ser y estar culturalmente distintas.
Al igual que las epidemias artificiales que se impusieron en el siglo XIX y siglo XX en el Wallmapu, la situación de empobrecimiento y vulneración de derechos que enmarca el desarrollo de esta pandemia sitúa a la población mapuche en particular e indígena en general como los colectivos históricamente más vulnerabilizados. De acuerdo a la última encuesta Casen, la pobreza en indígenas alcanza un 14,5%, mientras que en no indígenas es de un 8%, brecha que aumenta en el caso de la pobreza multidimensional, que vincula a la población indígena con un 30,2% respecto de un 19,7% de la población no indígena. Estudios recientes del Minsal dan cuenta de tremendas inequidades en mortalidad materno-infantil, enfermedades cardiovasculares y mortalidad por causas evitables para el pueblo mapuche. Por ejemplo, en la provincia de Arauco, la probabilidad de que un niño mapuche de menos de un año muera es 2.2 veces mayor que en la población no indígena; situación similar ocurre en comunas empobrecidas por la industria forestal, como Ercilla. Esta pandemia, por tanto, forma parte de un fenómeno mórbido colectivo que para el pueblo mapuche revitaliza la relación colonial impuesta por el Estado chileno, evidente en marginación sociocultural e inequidades socioeconómicas y sanitarias producto del racismo vigente en la agencia estatal y que se traducen en expresiones biológicas de la desigualdad en tiempos de pandemia.
Desde un punto de vista cultural mapuche, esta pandemia se inscribe en una crisis civilizatoria enorme anunciada por nuestros mayores y agentes espirituales. Desde el año pasado, con el florecimiento del coligüe como indicador de catástrofes, se presentaba la crisis social desatada en Chile, la que junto a la desoladora sequía y la inminente plaga de roedores hizo comprender que esta pandemia es un efecto más de dicha crisis, para la cual en muchas comunidades y familias la preparación continúa junto con un replanteamiento de las relaciones que mantenemos como personas con la pluralidad de vidas con las que convivimos. Debemos reconsiderar la relación con nuestros espacios en términos de reciprocidad material y espiritual. Por ello, no es casualidad que en distintos territorios se estén desarrollando ceremonias espirituales mapuche como nguillatun a propósito de esta catástrofe, con la intención de reconectarnos con las vidas que nos constituyen como che, como personas.
Frente a este contexto de agresión sistémica, el descuido de la forma de reproducción estatal de ocupación que nos afecta y de la crisis de la vida en los distintos mapu o espacios donde nos desenvolvemos, han emergido estrategias de inmunización colectiva en los territorios urbanos y rurales apelando a la memoria y solidaridad desplegadas con autonomía y a la pertinencia que da la acción propia. De esta forma, se han implementado cortes de camino para crear barreras sanitarias autogestionadas frente a posibles brotes en las provincias de Arauco y Cautín; se han elaborado mensajes propios de prevención y fortalecimiento del sistema inmunitario por parte de organizaciones mapuche de salud de la región Metropolitana y La Araucanía; se ha aumentado la cobertura de inmunizaciones y control de adultos mayores por parte de centros de salud gestionados por asociaciones mapuche como el Hospital Makewe en Padre Las Casas; las productoras y productores mapuche han donado verduras para campamentos de la ciudad de Temuco; y se ha puesto énfasis en los conocimientos y prácticas de salud mapuche en los hogares y comunidades de manera autónoma frente a la amenaza pandémica, todo lo cual ha revitalizado la importancia del conocimiento y la memoria para la proyección de la vida. A nivel agrícola, los cultivos tempranos, ayudados por las primeras lluvias de otoño, están generando inéditas siembras tempranas de granos de invierno por medio de la recuperación de semillas tradicionales casi desaparecidas, tales como el trigo colorado, libre de ensayos genéticos y que permite una siembra orgánica y libre de pesticidas y abonos químicos que parasitan la tierra.
Frente a la no existencia epidemiológica del pueblo mapuche y la ausencia programada de nuestro conocimiento y realidad sanitaria en las acciones oficiales, la alternativa es reforzar las prácticas de salud propias y negadas en su integralidad por las políticas de salud monocultural; promover estrategias autonómicas del cuidado, como la autoatención doméstica con fines preventivos y curativos; fomentar el control epidémico–territorial; elaborar mensajes propios para el fortalecimiento inmunitario y la recuperación de alimentación tradicional; y crear organización para el cuidado de la vida en el lof y la comunidad, el cultivo temprano e intercambio de semillas, entre tantas otras estrategias que se están desarrollando y deberemos promover. Una política de salud mapuche autónoma que exprese el cuidado de la vida y de las distintas vidas que nos sostienen se hace urgente frente a la crisis civilizatoria que el mal vivir y la transgresión han desencadenado y de la cual no estamos ajenos. Tenemos memoria, territorio y cultura. Kizu zapiuküleafuyiñ (podemos cuidarnos solos).
Las primeras manifestaciones de pobladores de El Bosque y de otras comunas, quienes denunciaron estar pasando hambre debido a que la cuarentena no les permite conseguir el sustento diario, develaron la vulnerabilidad en que sigue viviendo gran parte de la población chilena, un porcentaje para el que el regreso a condiciones de pobreza está a la vuelta de la esquina. La periodista y Magíster en Gobierno, Políticas Públicas y Territorio, Catalina Littin, es actualmente la directora ejecutiva de la Fundación Superación de la Pobreza y en esta entrevista se refiere al trabajo que viene realizando la institución hace 25 años, y aborda por qué es tan urgente modificar las políticas públicas hacia una ayuda más descentralizada, directa y respetuosa de los saberes específicos y tradicionales de las comunidades.
Por Jennifer Abate
—Tengo la impresión de que hace mucho tiempo que públicamente no escuchábamos hablar de hambre en nuestro país. ¿Te sorprendió escuchar nuevamente hablar de esta dramática realidad?
La directora ejecutiva de Fundación Superación de la Pobreza, Catalina Littin.
No sé si me sorprende porque es algo que veníamos advirtiendo desde hace semanas en las distintas instancias políticas y con sociedad civil en las que participamos. Era evidente que con la alta tasa de trabajo informal que tiene Chile, y que es agravada fuertemente por esta pandemia, todas las familias que se ganan el sustento diario iban a empezar a tener complicaciones importantes en ese sentido. Ahora, por supuesto que nos sorprende en términos históricos, porque era algo que habíamos dejado atrás, ya no era una manifestación principal de pobreza en el país. Eso nos da cuenta de lo vulnerables que somos y cuán vulnerables han sido los avances en estos 30 años en términos de pobreza monetaria. La gente ha conseguido un bienestar a costa del endeudamiento, ha tenido acceso a bienes, servicios que antes no tenía, y hoy eso tiene un retroceso bien dramático y que llega de un día para otro. Creo que eso es lo más impresionante, que se instala de un día para otro. Hay que actuar rápido, con mayor celeridad y con inclusión de todos los sectores en las decisiones que se van tomando.
—El 22 de mayo comenzó la entrega de los dos millones y medio de cajas con alimento anunciadas por el gobierno, destinadas a paliar la grave situación que en este contexto enfrentan las personas más vulnerables. La medida se ha criticado, ya que otra alternativa posible era transferir el dinero directamente a las personas. También se ha cuestionado la falta de claridad inicial sobre el modo y fechas en que sería entregada la ayuda. Recién hoy sabemos que se le va a entregar sólo al 70% del 40% más vulnerable según el Registro Social de Hogares. ¿Qué opinas de esta estrategia?
Con la comunidad de organizaciones solidarias, que es donde estamos más de 240 instituciones de la sociedad civil que trabajan con temas de pobreza, vulnerabilidad y exclusión, presentamos hace semanas una carta a las autoridades políticas donde sostenemos que una transferencia monetaria es probablemente la manera más ágil y más digna para una familia que ha perdido su salario, ese ingreso diario que iba consiguiendo para poder hacerle frente en cierta medida a estos problemas. Pensamos que si hay dos mil millones disponibles, uno podría hacer una jugada distinta, pero no hubo acuerdo, la discusión política se enredó y enfrascó de tal manera, que no hubo forma de modificar el proyecto. Es evidente que la caja de alimentos es una ayuda humanitaria, de eso es de lo que estamos hablando y jamás diría que no es necesario; nosotros mismos hemos repartido cajas de alimentos en distintas partes del país en estas semanas. El punto es si acaso no es mejor hacer transferencias monetarias que permitan dinamizar los comercios locales, los pequeños negocios de barrio que están dentro de estas mismas comunas en cuarentena y que también se ven afectados. Las personas han perdido sus salarios, entonces ¿por qué no restituir aquello que se perdió? Creo que ahí hay un punto que uno pudiera analizar.
—¿Por qué crees entonces que se optó por la alternativa de hacer entrega de cajas de alimentos, que además implica una logística gigantesca?
Es gigantesca. Bueno, porque estamos frente a un proceso muy dinámico, el ministro Briones dice que “es una película en desarrollo” y tiene toda la razón. Hace dos semanas hablábamos del futuro, y en el futuro, que ya llegó, hay hambre y desempleo, que se manifiesta de manera importante. Hay que tener una capacidad adaptativa y, en ese sentido, las cajas de comida forman parte de esa capacidad adaptativa. El punto es que, como tú bien dices, requiere de una logística tan inédita que ojalá tengamos la capacidad para llevarla a cabo y que lo antes posible las familias tengan esa ayuda, pero es indudable que el gobierno ya tiene que estar evaluando nuevas medidas que va a tener que empezar a ejecutar en las semanas que vienen. Lo que hemos tratado de instalar desde el 18 de octubre, básicamente, es la necesidad de entender que estamos enfrentando un país en el que está en jaque todo un modelo de desarrollo que se ha llevado a cabo en estos años y que no es un gobierno el que puede tomar las decisiones en solitario, porque es una responsabilidad en mayúsculas. Es la responsabilidad de muchos más sectores que sólo el gobierno y ahí nos gustaría mucho que hubiera un plan maestro que mirara el mediano y el largo plazo con responsabilidad, y que los sectores políticos, la sociedad civil, el sector privado pudieran hacerse responsables de ese plan. Esto, más allá del gobierno que esté a la cabeza, porque es evidente que no vamos a resolver todo lo que se manifestó en el estallido social, más todo lo que nos va a dejar esta pandemia, en seis meses ni en un año ni en dos, va a trascender a este gobierno, probablemente. Sentarse responsablemente a tomar decisiones y hacer un pacto fiscal, definir cuánto va a gastar Chile, cuánto está dispuesto a endeudarse, a qué le vamos a hacer frente, porque a esto le vamos a hacer frente todos, no sólo el gobierno.
El Estado no llega a todas partes, Servicio País es una muestra de eso, nosotros estamos en territorios donde el Estado llega poquito y chiquitito, de alguna manera. Entonces, sabemos muy bien que se requieren alianzas estratégicas para poder hacerle frente a lo que estamos viviendo, no a lo que viene, a lo que estamos viviendo, porque cada vez va a sobreponerse más este futuro del que hablamos.
Vecinos de la comuna de El Bosque manifestándose por faltas de alimento en su población.
—¿Crees que las formas de afrontar esta pandemia han considerado las diferentes condiciones de vida de las personas? Algunas no cuentan con una vivienda digna, con recursos como agua corriente, condiciones adecuadas de calefacción, acceso a salud, un trabajo estable que permita mantener la cuarentena.
Claramente, no, pero hay que decir que ni nuestro país ni el resto del mundo estaba preparado para enfrentar lo que se vino. Esta pandemia pilló al mundo entero en profunda desventaja y es evidente que en un campamento (lo ha dicho Sebastián Bowen, de Techo-Chile, de manera muy clara) el “quédate en casa” es imposible porque, primero, de ¿cuántos metros cuadrados estamos hablando? ¿De qué distanciamiento físico estamos hablando? ¿De qué medidas preventivas básicas estamos hablando cuando hablamos de un campamento? No hay agua, no hay servicios básicos elementales que permitan que esas personas se “queden en casa”, y si a esto sumamos que esas personas no pueden ir a trabajar, significa que no tienen alimentación, y ahí es donde tenemos que avanzar más rápidamente en soluciones en estos sectores que tenemos en cuarenta total. En El Bosque llevamos seis semanas de cuarentena obligatoria, una comuna con altos índices de pobreza, de hacinamiento. No es lo mismo poner en cuarentena total a Vitacura que a El Bosque y tal vez tendríamos que haber provisto de comida, implementos de seguridad, mascarillas, a esa población para que pudiera hacer esa cuarentena con propiedad, con un cierto grado de subsistencia, pero si no estamos preparados para eso, se hace bien difícil. Sabemos que hasta ahora la manera de salvaguardar la vida es el distanciamiento, la cuarentena es lo más efectivo, pero esa dicotomía es muy difícil de abordar en poblaciones vulnerables de manera tan masiva. Podríamos habernos preparado mucho mejor, seguramente.
—¿Crees que al menos en el discurso público descuidamos la pobreza por preocuparnos de debates conceptualmente más sofisticados, como el de la desigualdad?
Sí, en parte, sí, pero lo que también es verdad es que las manifestaciones de la pobreza de los 90 a la fecha fueron variando de manera notable y estas expresiones más graves de la pobreza, como el hambre y la desnutrición, habían quedado atrás. Piensa que la pobreza por ingreso sólo ha disminuido de los 90 en adelante. Ahora, de manera tan inédita como esta pandemia, la pobreza va a subir, la pobreza por ingreso, más allá de cómo la midamos, es evidente que va a subir de manera importante, estamos hablando de un retroceso de décadas y para eso tenemos que trabajar muy duro, para que sea lo más transitoria posible. Hoy leía que no saben si la recuperación de Chile tendrá forma de V o de U, y que algunos expertos se estaban inclinando por la forma de U, es decir, que nos vamos a demorar más en la recuperación de lo que estaba pronosticado.
Las fuentes laborales son quizás de las cosas más difíciles de recuperar, hay cuestiones a las que a lo mejor les puedes ir haciendo frente con distintas políticas públicas que permitan una recuperación de la economía, el crecimiento, pero cuando tú pierdes tu fuente laboral, cuando la fuente laboral es además suprimida, porque la empresa no existe, porque quebró, etc., el que vuelvas a recuperar ese puesto con ese nivel de ingresos que tenías inicialmente, demora muchos, muchos años.
—La Fundación para la Superación de la Pobreza es una institución con más de 25 años de trayectoria en Chile, que realiza un trabajo de análisis específico a lo largo de todo el país y que ha sido capaz de dar cuenta de los factores que más impactan sobre la vida de grandes y pequeñas comunidades, tanto urbanas como rurales. ¿Cuáles dirías que son los principales fenómenos responsables de la situación de pobreza de las personas en Chile?
Sin duda, tiene que ver con el agua, el acceso y la distribución de este recurso tan fundamental para las pequeñas agriculturas, para el desarrollo del mundo rural donde nos desarrollamos. Ahí hay distintas estrategias, pero por sobre todo hay una necesidad imperiosa de restablecer los derechos de agua y los usos de agua a nivel comunitario, algo que hoy no existe. Ahí hay un tremendo problema; en general, todo lo que tiene que ver con el uso del recurso natural es crítico para sectores rurales como aquellos en los que nosotros estamos.
La falta de conectividad, en el sentido más amplio, no sólo estar o no conectado con una antena de Internet, sino también la conectividad a servicios básicos como la salud, educación, etc., es uno de los factores que determina este país desigual en el que vivimos. Creemos que hay que avanzar profundamente en generar posibilidades de vivir experiencias equivalentes en el mundo de la educación, en el ámbito de la salud, del bienestar en general, quizás ahí es donde radican las manifestaciones más importantes de pobreza e inequidad en nuestro país. Hay un montón de factores que se dan en el mundo rural que sugieren cómo, a través de ellos, se pueden implementar procesos de desarrollo inclusivo, desarrollo local, que sean pertinentes a los territorios, a los recursos naturales con que cuentan, saberes ancestrales o históricos que tienen las comunidades para salir adelante.
—Hablabas del agua y pensaba en el cambio climático y la manera en que probablemente afecta a las comunidades de maneras más fuertes en la última década por los procesos de desertificación. El año pasado, por ejemplo, veíamos a pequeños agricultores, crianceros en el norte de Chile, que perdieron su fuente laboral por ese tema.
Claro, pero son más que fuentes laborales, son formas de vida, porque en torno a los crianceros no sólo hay una retribución económica de esa actividad, hay un saber, una tradición, un traspaso de conocimiento de generaciones. Entonces, trasciende lo monetario, y ahí uno ve que todo el efecto climático va destruyendo estos medios de vida que por años han estado presentes en su territorio y eso genera una crisis en lo económico, social y cultural. Vemos también cómo dramáticamente hay sectores que se van despoblando porque la educación está fuera del territorio; antes había allí una escuela donde se educaban, ahora esa escuela está en las grandes ciudades y los niños, a determinada edad, tienen que salir de los pueblos natales para acceder a la educación y por lo tanto, al futuro. Se empiezan a deteriorar fuertemente espacios de construcción comunitaria y de identidad tan importantes para los sectores rurales distribuidos en Chile. Es absurdo pensar que todos podemos vivir en las grandes ciudades, no es sustentable ni sostenible en el tiempo. Hay que atreverse a mirar distinto el país, mirar su diversidad y la fortaleza que existe en esa diversidad para generar políticas públicas distintas que incluyan, que hagan que la gente permanezca en esos lugares donde están todos los recursos.
Por eso el proceso de descentralización es tan clave y tan urgente, sólo un proceso de descentralización va a permitir que a través del fortalecimiento, de las atribuciones de los gobiernos locales, se puedan generar políticas de nuevo cuño, políticas pertinentes a los nuevos territorios y regiones que forman parte del país y, eso es algo, insisto, urgente, a lo que debiéramos ponerle celeridad, porque además vemos que en momentos de crisis como el estallido social, la pandemia, contar con gobiernos locales fortalecidos hace que todo fluya de manera distinta y que las ayudas lleguen de manera oportuna a los territorios, genera diálogos y una inclusión distinta de la ciudadanía.
«Llevamos una década sosteniendo que hay que avanzar en políticas que miren el conjunto mayor de personas, el proceso de descentralización. Tenemos que avanzar en fortalecer los gobiernos locales y regionales e insertar prácticas propias de las economías locales en los circuitos de comercialización».
Catalina littin, directora ejecutiva de fundacion superacion de la pobreza
—Servicio País vincula a jóvenes profesionales con las transformaciones socioculturales necesarias para solucionar la situación de pobreza en diferentes rincones del país. ¿Con qué se quedan estos y estas profesionales después de la experiencia?
Los y las profesionales son un verdadero puente con la estructura de oportunidades donde el Estado no llega, porque es centralista. Estos 260 profesionales que tenemos este año, por ejemplo, repartidos en cien comunas del país con altos niveles de pobreza monetaria, multidimensional, con altos índices de aislamiento, son una verdadera oportunidad para conectar con la estructura de oportunidades pública y privada disponible, se genera un círculo virtuoso que permite levantar cientos de proyectos cada año con pertinencia territorial, que son fundamentales para el desarrollo de esos lugares.
Estos profesionales son muy jóvenes, hombres y mujeres, y para ellos este puede ser su primer o segundo trabajo, son sus primeras experiencias laborales, reciben un plan de formación muy fuerte durante todo el año, un diplomado más toda la asistencia técnica que brinda el programa, y evidentemente el crecimiento profesional es enorme. De hecho, un porcentaje muy importante nutre el sistema público a lo largo del país, porque terminan trabajando en los distintos servicios públicos, muchos en las municipalidades en las que fueron destinados. Son un tremendo aporte porque no sólo llevan su profesión y experticia técnica, sino que además aprenden a trabajar con la comunidad; el respeto, la valoración, la dinámica y los tiempos que eso conlleva es lo que te forma como un profesional completamente distinto.
—¿Hacia dónde deberían apuntar las políticas públicas y cuáles son las recomendaciones internacionales en las que deberíamos avanzar para la superación de la pobreza?
¿Cómo vamos a avanzar? Primero, vamos avanzar juntos, no es posible sin una articulación lo más sólida posible entre la sociedad civil, el Estado, el sector privado, eso como primera idea. Segundo, creemos que tenemos que insistir en una implementación de oferta pública que pueda promover la movilización de recursos comunitarios, es decir, que podemos avanzar en la modificación de mecanismos de focalización que trasciendan lo individual y que apunten más a lo comunitario. Hoy, la focalización de los recursos, las ayudas públicas, apuntan al individuo, a las familias, a veces, pero a lo comunitario no llegan, y lo que nosotros vemos desde los territorios en los que estamos es que justamente cuando una comunidad está asociada y tiene cohesión social y acuerdos conjuntos, enfrenta las crisis de mejor manera y sale de ellas bastante más rápido. En ese sentido, llevamos una década sosteniendo que hay que avanzar en políticas que miren el conjunto mayor de personas, el proceso de descentralización. Nos parece clave, creemos que eso construye el futuro de Chile de manera distinta. Tenemos que avanzar en fortalecer los gobiernos locales y regionales. En términos de política rural, creemos que hay que insertar prácticas propias de las economías locales en los circuitos de comercialización, ahí hay un componente cultural que es necesario relevar porque también es generador de ingresos.
Una comunidad como Socoroma, en el altiplano, con un riego de cada 38 o 40 días, genera uno de los oréganos más increíbles y que hoy está en el circuito del comercio justo, con denominación de origen. Bueno, ahí hay una comunidad que sabe hacer lo suyo. ¿Por qué no vamos a ir en apoyo de esas comunidades para que eso pueda seguir sucediendo muchos años más? La idea es mirar de manera integral, no sólo desde la macroeconomía y el crecimiento como única estrategia de desarrollo, sino pensar en cómo logramos sentar en una mesa a todas las partes que tienen que aportar en este diseño, que, insisto, tendremos que asumir con mucha responsabilidad todos los sectores. Chile no va a salir de esto si no es con todos y todas, poniendo a disposición lo que saben y que tienen sobre la mesa.
Extracto de la entrevista realizada el 22 de mayo de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.
La artista y Premio Nacional de Arte 2011, falleció a los 95 años en su casa de Ñuñoa. Hace algunos años que sufría de Alzheimer y desde 2013 había colgado oficialmente los pinceles. Sus restos descansarán en el cementerio de El Totoral (El Quisco) junto a los de su marido, el pintor José Balmes, fallecido en 2016, y con quien formó una de las duplas artísticas más importantes de la escena local del siglo XX.
Por Denisse Espinoza A.
Hace tiempo que Gracia Barrios había dejado el mundo de los seres comunes y corrientes. Su cuerpo menudo y frágil continuaba las rutinas mundanas, pero su mente estaba en otro lugar, alejada ya de los problemas y los sufrimientos de una realidad que se había vuelto cada día más monstruosa e incierta. “Mi mamá es como una niña, pero es una persona bastante feliz también. Por suerte, no se da cuenta de lo que pasa, porque mi mamá era muy temerosa, así que ahora estaría aterrorizada”, decía recién hace dos semanas su única hija, la también artista Concepción Balmes Barrios, en entrevista con revista Palabra Pública.
La pintora Gracia Barrios fue galardonada en 2011 con el Premio Nacional de Artes Plásticas.
La pintora de 95 años padecía hace bastante tiempo un Alzheimer que la mantenía recluida en su casa de Ñuñoa y con los pinceles colgados. “Ella mira mucho sus cuadros, los contempla. Es extraño, es como que desde la lógica no sabe lo que ocurre, pero desde el sentir, ella sí sabe. Su percepción sutil funciona plenamente, y creo que eso es lo que le da paz. Tiene una conexión curiosa, distinta, es más bien como estar en otra dimensión, en otro estado de las cosas”, reflexionaba Conchita.
Con esa misma paz, la Premio Nacional de Arte 2011, dejó totalmente este mundo hoy jueves, a las 14.40 horas, rodeada de su pequeño núcleo familiar. Siempre a su lado, por supuesto, su hija le dio el último adiós. “Hace una semana que ella estaba muy delicada, con una neumonía que simplemente no superó. Estamos tranquilos, porque se fue rodeada de amor como siempre lo estuvo”, dice la artista. Sus restos serán velados en una ceremonia íntima y luego trasladados, este sábado 30 de mayo al cementerio de la playa El Totoral (El Quisco), donde ya descansa su esposo, el pintor José Balmes, fallecido en 2016.
Desde que ambos se conocieran en las aulas de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, a mediados de los años 40, las vidas de Gracias Barrios Rivadeneira y José Balmes Parramón se hicieron prácticamente inseparables. Al pintor le gustaba contar que los primeros y tímidos cortejos que emprendiera, fueron pidiéndole prestada la goma de borrar en clases, a esta joven de nariz aguileña y talentosa mano, que vivió desde niña estimulada en la creación artística por sus padres, el reconocido escritor y Premio Nacional de Literatura Eduardo Barrios (El niño que enloqueció de amor) y la pianista Carmen Rivadeneira.
Mientras a los 12 años, José Balmes llegaba a Chile escapando de la guerra civil española a bordo del famoso Winnipeg, que gestionara Pablo Neruda; Gracia Barrios ya era una precoz artista, que plasmaba en sus primeros cuadros la vida del campo, sus veranos en Lagunillas junto al río, los árboles, las frutas y todo lo que la rodeaba. “Mi papá creía que uno aprendía más en contacto con la tierra, con la gente del campo, que estando en la ciudad y perdíamos colegio. Recién después del 21 de mayo volvíamos a Santiago para empezar las clases y él encontraba eso mucho más provechoso y yo creía totalmente en su escuela natural y lo aprovechaba al máximo”, contaba, en el programa Off the record, la propia Gracia Barrios sobre su privilegiada infancia, cultivada en lo sensible.
América no invoco tu nombre en vano, óleo de 1970, parte de la colección del Museo de Arte Contemporáneo.
El arte y derechamente la pintura era el camino natural para Gracia, quien siendo adolescente tomó cursos con el pintor Carlos Isamitt y luego como alumna de Bellas Artes, desarrolló la técnica bajo el alero de Augusto Eguiluz, Carlos Pedraza y Pablo Burchard.
Sin embargo, ya a fines de los 40 y siendo parte del Grupo de Estudiantes Plásticos, abogó por el mejoramiento y actualización de la educación artística del país. Luego, junto a Balmes y los artistas Alberto Pérez y Eduardo Martínez Bonati formó el Grupo Signo, que impulsó el desarrollo de una pintura abstracta, expresiva y gestual alejada del academicismo de la época. Juntos y con el apoyo del crítico de arte José Moreno Galván -quien fue uno de los artífices del Museo de la Solidaridad- se transformaron en los seguidores naturales del informalismo europeo, haciendo exposiciones en España y Francia. En Chile, el grupo fue más allá, al plantear la necesidad de que el arte tuviese un rol político dentro del tejido social.
Corrían los años 60 y ya el matrimonio de pintores exhibía públicamente su apoyo a las transformaciones sociales que vivía el país, primero trabajando juntos en pos de la Reforma Universitaria y luego en el triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular. De esos años convulsos y políticos son dos de los óleos más emblemáticos de Gracia Barrios: América no invoco tu nombre en vano (1970), que es parte de la colección del Museo de Arte Contemporáneo (MAC), y donde se ve aparecer claramente la escena de una marcha, de una multitud recortada, en la que los cuerpos de hombres y mujeres con rostros anónimos se abalanzan decididos hacia el futuro y otra tela Sin título (1971), parte de la misma serie, en la que la artista reproduce el mapa del mundo hecha sólo con rostros humanos en colores blancos, negro y azules.
En su condición de comprometidos militantes de izquierda, los Balmes Barrios, junto a su hija, debieron salir exiliados del país tras el golpe de Estado de 1973. Se refugiaron en Francia, donde se establecieron por una década, sin dejar nunca de lado la carrera artística. A pesar de que Balmes ya tenía un puesto como académico de en laUniversidad de París I Panthéon-Sorbonne, lo cierto es que la añoranza por Chile fue mayor. Sobre todo, de parte de Gracia, quien siempre sintió nostalgia de la cordillera, el mar y su gente, escenas de esa infancia que nunca dejó de pintar.
Ser, óleo de Gracia Barrios, exhibido a comienzos de los años 2000 en galería Trece.
El apego a la patria se reflejaba en sus cuadros cada vez más abstractos, pero donde siempre estuvo presente el ser humano. “Gracia fue siempre una pintora dueña de una sensibilidad muy grande. Sus obras de los 50 y 60 son de una extraordinaria finura, un interés matérico muy interesante, con una relación muy fuerte entre textura y color”, dice el artista y director del MAC, Francisco Brugnoli. “Ella fue además una gran profesora, una persona dulce, de la que nunca escuché hablar irónicamente de nadie. Creo que Gracia es una de esas artistas memorables que siempre va a estar presente en nuestra historia y que hoy cuando la historia de Chile se fragiliza, su obra va a trascender”, agrega Brugnoli.
En el exilio y junto a otros tres artistas chilenos: Guillermo Nuñez, José García y José Martínez, los Balmes-Barrios se mantienen activos realizando exposiciones y murales en apoyo a la resistencia del Chile contra la dictadura de Pinochet. Finalmente la pareja regresa al país en 1986, periodo en el que Gracia se integra a hacer clases en la U. Católica y luego en la Finis Terrae. Tras la vuelta a la democracia en los años 90, el compromiso político se atenúa y la artista se vuelca en una pintura cada vez más abstracta y reflexiva. “Con la Gachi, como le decíamos nosotros, formábamos parte de un grupo de pintores que apoyamos el gobierno de la Unidad Popular, era ella como cinco años mayor que yo y siempre se comportó como una mamá con nosotros y ese tono maternal siempre se reflejó en su pintura”, comenta el pintor y Premio Nacional de Arte, Guillermo Núñez. “A todos el golpe nos tocó muy fuerte y claro que hay una diferencia entre su obra de antes y después de que regresan del exilio. El tiempo de la UP era una posibilidad, algo tangible que estábamos construyendo y eso se quebró, a la vuelta hay una utopía, pero cada vez menos clara, entonces su pintura se vuelve más abstracta, abandona un poco la figuración y se acerca más a la obra de Pepe (Balmes)”, dice el artista.
Aunque bebieron de lo que cada uno hacía, compartiendo el mismo taller y maratónicas tardes de trabajo, la obra de Gracia Barrios y José Balmes no se mezcló. Fueron más bien en rieles paralelos, acompañándose, estimulándose, pero siempre diferenciándose de lo que cada uno era como individuo. Para Francisco Brugnoli, la obra de Gracia, sin duda, caló hondo en la tradición pictórica de Chile. “Yo creo que la pintora era Gracia, Balmes fue un gran dibujante, que desplegó en la tela una expresión gráfica de una forma que fue inédita en Chile, pero creo que de la pareja, la pintora y la dueña de una sensibilidad excepcional era ella y por eso quedará inscrita legítimamente como una de las mejores pintoras del arte chileno”.
Conceptos como miedo, enfermedad y muerte toman matices distintos en un contexto que altera los rituales habituales. Carlos Ossa, Doctor en Filosofía y académico del Instituto de la Comunicación e imagen de la Universidad de Chile, analiza cómo la palabra y la memoria pueden ser discutidas en medio de la crisis sanitaria actual, que conlleva una crisis política, pero también del lenguaje.
Por Florencia La Mura
“Casi todo el tiempo no sé qué decir y constantemente me piden que diga algo”, dice Mariana Enríquez, la escritora argentina de terror más aclamada en la actualidad, en una columna titulada La ansiedad. “Como persona que trabaja con el lenguaje debería colaborar en la discusión pública. Pensando, escribiendo, interpretando. Pero cada día que pasa, pensar en esta pandemia se convierte en una neblina pesada: no veo, estoy perdida”, se lamenta Enríquez, en una búsqueda no sólo por su sentir, sino por las palabras para intentar nombrarlo.
El doctor en Filosofía y académico del ICEI de la U. de Chile, Carlos Ossa.
Esta pandemia no es una historia de terror, dice Enríquez en su texto, es una distopía y en ella el virus es este “enemigo poderoso” del que se nos habla. Es un ente peligroso que ha traído de vuelta el lenguaje de la guerra. Para Carlos Ossa, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile (ICEI), quien estudia la comunicación en la sociedad actual desde una mirada interdisciplinaria, este lenguaje es inherente al neoliberalismo, donde la palabra es presa de un sistema político que la vuelve meramente instrumental. Cifras y estudios aparecen como lo más relevante en un contexto que se mueve dentro de lo científico como una palabra incuestionable, pero esto deja fuera a todo aquello que no se mueva dentro de este lenguaje específico.
¿Cómo entonces, sacamos a la palabra de la literalidad? ¿Cómo logra moverse en el confinamiento? Ossa, quien ha enfocado sus investigaciones en la estética y la política, opina que la discusión debiera enfocarse en hacerse preguntas respecto al presente para así pensar el futuro, tomando el lenguaje como el punto de partida para repensar el sistema político. Esa neblina que menciona Enríquez puede disiparse si sacamos a la palabra del espacio donde ha estado atrapada.
El lenguaje verbal es nuestra principal forma de comunicación, pero en momentos de incertidumbre cuesta verbalizar. ¿De qué manera podemos comunicarnos ahora que el habla es quizás lo más importante?
Estamos en una escena donde hay ausencia de cierto tipo de palabras y hay exceso de otras, que en un contexto normal podrían convivir en la contradicción y en el aislamiento, incluso separadas e indiferentes las unas de las otras. Pero en este marco combaten por querer darle visibilidad a una cierta explicación de las cosas que, independientemente de la forma y argumento, es insuficiente. La palabra está en una condición de conflictividad radical, ya que ha sido instruida al uso meramente instrumental, al ejercicio productivista, al carácter económico. No puede vislumbrar otro relato porque quedó encerrada en esta discursividad que por un lado la ahoga y por otro lado, esta crisis le pide que restituya un cierto verosímil. La única manera que tenemos de comunicar el sentido, de apropiarnos de él, y también de sentir su falta es a través del efecto de la palabra, de lo que esta pueda decir o no. Y a pesar de que estamos en un régimen altamente tecnológico y estamos usando tecnologías expresivas, a pesar de que pensemos que suspenden lo verbal, lo subordinan a lo iconográfico. Lo que más pedimos no es solamente que aparezca una palabra, sino que esta traiga con ella un cierto pacto, porque sentimos que el contrato social en que vivíamos se ha roto.
¿Cómo la idea del “enemigo externo” que plantea el gobierno reproduce esta radicalización de la palabra?
En el neoliberalismo, la palabra no puede ser plurisignificante porque eso distorsiona su valor productivo. Tiene que ser sumamente asertiva en lo que describe, porque no solamente transporta una cierta explicación, también transporta una economía de los cuerpos y las relaciones. Ese lenguaje ha sido muy exitoso para instalarse en el mundo médico, policial, político y educativo, logrando instalar un modo de comunicar que se funda en una dicotomía, hay un afuera y un adentro. En el contexto que vivimos y antes, con el estallido social, se ve obligado a homogeneizarse, a unirse en torno al único lenguaje que lo caracteriza, porque el neoliberalismo es una lengua de guerra. Cuando hablas de competencia y remites a toda la lengua que habitualmente circula por los medios, te das cuenta de que es así, que está sosteniéndose sobre la idea de una fragilidad que debe ser combatida y que gracias al conocimiento experto puede ser estabilizada. Por ende, ante los fenómenos que la alteran y la cuestionan, tiene que construir un otro imaginario que le permita cierta unidad semántica, un imaginario del nosotros que históricamente ha tenido mucho éxito cuando se metaforiza en la figura de un mal externo.
No es extraño que la lengua del «enemigo», de un afuera que amenaza la estabilidad del sistema, aparezca repetida en el discurso de distintos sistemas políticos y gobiernos, porque obedecen a la misma lógica semántica. Está asociado con lo que Kant llamaría ese binomio inseparable de la guerra y el comercio. Ahora estamos en guerra porque lo único que está amenazado es el comercio, entonces hay que salvar al comercio para eliminar la guerra y volver a la prosperidad. Es muy difícil que en un modelo semiótico como este la cuestión de la virulencia y los comportamientos no se relacionan necesariamente con la idea de competencia por capturar el significado. Pero para hacerlo tienes que desplegar una narrativa radical en la que le hagas sentir a la población que está inmersa en un peligro tan inmenso que solamente una lengua experta puede resolverlo.
«No estamos en guerra», una de las frases que se popularizó en el estallido social del 18 de octubre. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.
Desde los medios hay un reflejo del discurso que en muchas ocasiones no contempla crítica o análisis más profundos. ¿De qué manera se mueve la literalidad de la palabra?
La tarea de los medios ha sido apoyar la estrategia de la reclusión y para ello han exacerbado, desde una vestidura científica, la estimulación del miedo como justificación de un comportamiento políticamente correcto, que no se presenta como ideología, sino como auxiliar de un relato científico que distribuye las normas para comportarse en una crisis sanitaria. En ese escenario, la única palabra que puede tener lugar es la de la ciencia y la policía. Ambos coinciden en copar el espacio enunciativo en la perspectiva del cuidado y la vigilancia. Son dos palabras que en un escenario de estas características no piensan ni examinan la intensidad o la estructura lógica de su discurso, sino que, al contrario, se sienten totalmente validadas y autorizadas porque representan lo “objetivo”. Cualquier otra enunciación queda fuera y los medios están reproduciendo en el nivel de la información, pero además -en las opiniones que circulan diariamente por ellos- los miedos satánicos de los que alimenta su poder la ultraderecha.
Los medios se han anclado con ese relato del miedo como principio rector de la convivencia contemporánea, entonces el otro, en vez de volverse el horizonte del sentido, es restituido en esta figura de la desigualdad que trae consigo un mal y que debe ser combatido, alimentándose del lenguaje de la guerra. Tiene que demostrar que su palabra no está debilitada para poder resolver los problemas que ha generado un fenómeno que rompió todos los límites de la comprensión aparente, que excede nuestros rituales y ha puesto en tela de juicio toda nuestra modernidad que, con todo su desarrollo científico, no ha sido capaz de contener una situación sanitaria como esta.
¿Cómo se modifica nuestra relación con la muerte en el contexto actual?
Todo el siglo XX fue un siglo mortal, el lenguaje fue usado para convocar la muerte, hay una relación con el lenguaje que ha estado ejerciendo y desarrollando su historia sin mayores cortapisas. Ahora miramos la muerte y hace seis meses atrás nos resultaba indiferente, no solamente aquella de los seres humanos, sino también de la flora y la fauna. De pronto vuelve a estar entre nosotros, reclamando no ser olvidada por la palabra y obligando a establecer los rituales que durante siglos hemos tenido con ella. En el contexto de esta necesidad política de ordenar lo que generó el neoliberalismo, el único efecto amedrentador, la única fuerza inhibitoria de una revuelta política, va a estar dada por esta idea de una enfermedad que puede ser mortal. Entonces, el estallido social que lleva la palabra a la calle, es sustituido por la pandemia, que lleva la palabra al espacio privado. Pasamos de un movimiento en que la palabra busca incrementar una escena emancipatoria en la ciudad a otra en la que la palabra restituye la fragmentación del individuo en relación a los otros, por lo tanto, la palabra no comunica, sólo informa. Solamente deja testimonio del suceso, pero no explica qué significado previo y posterior va a tener para nosotros.
Una agrupación de escritores en Bélgica está regalando poemas a familiares de fallecidos por Covid-19. ¿Cómo analiza esta iniciativa desde la búsqueda del sentido?
Pensar en cuál es la palabra que domina y tiene la experticia mayor resulta un poco discutible, ya que en el fondo es la combinación de las experticias de las palabras, su capacidad de articular los mundos posibles que están en nuestra imaginación y necesidad de vida, lo que ayuda a resolver los problemas. Entiendo que las respuestas que vienen desde el punto de vista del arte tienden a hacerse cargo de algo que el escenario deforme de una palabra técnica no toma en cuenta ni de lo que se hace cargo, que es el duelo. La palabra y la imagen ayudan al duelo, permiten relacionarse con lo irrepresentable que ha dominado los últimos seis meses de la vida contemporánea con la figura de la muerte que, aunque no es excesiva, se ha vuelto impactante. Todas estas actividades artísticas, lo que buscan, a partir de la escena del duelo, es darle lo que siempre ha sido su trabajo, perder lo perdido. Poder aceptar que lo que ya no está es una ausencia a la que debemos conmemorar mediante un gesto de presencia que nunca nos devuelve nada, sino que profundiza y acrecenta que estamos sufriendo.
«Cuando termine la pandemia, ¿vamos a salir más violentos, más fragmentados, más intolerantes? Es decir, casi iguales, ¿o vamos a salir más solidarios, igualitarios y deseantes? (…) Nuestra sociabilidad está en juego y es resultado de qué lenguaje usamos, qué palabras usamos y cuáles dejamos de usar para decir otras».
Entendiéndolo como el espacio político que es, ¿cómo se desarrolla la idea del enemigo y del contagio en los espacios digitales?
Lo digital opera aquí en el sentido anverso. Es el espacio de la neutralización que permite jugar caprichosamente con la palabra confín y confinamiento, ya que al estar recluidos damos forma a un fin: no seremos presa ni efecto de este contagio, liberamos en el mundo digital esa interacción que ya no podemos realizar en el mundo social. Es la palabra pública, que se intercambia materialmente, la que nos pone en peligro porque está contagiada, y en cambio, la palabra esterilizada del dispositivo digital nos hace mantener el intercambio cotidiano que antes hacíamos de la otra forma, pero liberado de la angustia y de la incertidumbre de poder ser víctimas de su toque. Ahí viene lo curioso, porque lo que hace funcionar a la palabra es que te toque. Con la lógica digital, la palabra más que tocarnos solamente nos pone en contacto, disminuye toda su potencialidad política agresiva y, al mismo tiempo, debilita toda la energía psíquica que gastamos cuando estamos interactuando con un otro.
El régimen digital disminuye la tensión y nos permite contener más el tiempo, salir de la productividad acelerada, del estrés de una vida entregada a la producción y el consumo y poder encontrarnos con una dimensión del tiempo que nos estaba siendo excluida pero que solamente podemos comunicar de una forma que no sería la más idónea para poder dar cuenta de este momento distendido en el que la palabra se tiene que preocupar un poco de ti mismo. Ese es el primer mandamiento del neoliberalismo pandémico: cuídate a ti mismo porque de ese modo salvarás a los otros. Lo digital me proteje al mismo tiempo que me aisla.
¿Qué rol juega la tecnología en la memoria, ya que ambas se intercalan en nuestro espacio íntimo?
La infraestructura tecnológica altera las reglas del tiempo, puesto que los rituales de muerte y de vida están suspendidos en su interacción simbólica. Las ceremonias de todo tipo pierden la temporalidad que les permitía colocar en lo cotidiano una obra distinta. En ese sentido, la memoria está más inclinada a un ejercicio de pregunta y al mismo tiempo de conexión con lo que falta en la vida, y por ende hay una especie de ensimismarse en el detalle del diario vivir, asumiendo que ese día a día puede ser inquietante debido a las distintas formas de ocuparlo. En muchos hogares ocurre la necesidad de convertirlo en un nuevo espacio de reflexión, de producción más alegórica, por lo tanto, deja de ser solamente el destino donde se va a descansar del trabajo y se puede volver una máquina industrial, una máquina poética o una máquina violenta.
La memoria de cómo habitamos el espacio diario también está siendo conmocionada por este doble ejercicio, ya que la producción ha sido desplazada hacia lo privado y a través de la tecnología intentamos recuperar la comunicación que nos ha sido mermada por el confinamiento. La casa se está volviendo una extensión del mundo del trabajo, entonces nada cambia, sólo se modifica la configuración material. Hay una alteración del tiempo y de nuestra representación del espacio que también está trayendo consecuencias. Cuando termine la pandemia, ¿vamos a salir más violentos, más fragmentados, más intolerantes? Es decir, casi iguales, ¿o vamos a salir más solidarios, igualitarios y deseantes? Esa transformación está muy ligada a ese espacio privado que los críticos habían advertido que había sido desmantelado por esta racionalidad neoliberal que convertía todo a un valor de cambio. Nuestra sociabilidad está en juego y es resultado de qué lenguaje usamos, qué palabras usamos y cuáles dejamos de usar para decir otras. Durante décadas hemos sido obligados a usar un diccionario bastante restringido de palabras que obedecían a la lógica del intercambio y una palabra mayúscula atravesaba nuestra existencia personal como pública: la deuda. La pregunta es ¿mañana nuestra lengua tiene que seguir hablando la deuda o tiene que sustituir la deuda por otra palabra que nos permita imaginar algo diferente?
¿De qué manera podemos cambiar la búsqueda de sentido para dejar de pensar el lenguaje como una deuda?
Eso es parte de una política del presente, que ahora puede ser más imaginable que hace un tiempo atrás. La única racionalidad que podíamos aplicar era agotar la denuncia del sistema, sin pensar en otra ética. En cambio, creo que hoy se entiende que, como decía Raymond Williams, nunca va a haber un régimen que pueda repensar la vida. Siempre van a haber tensiones al interior del propio orden, no todo es claro y compacto. Hay una especie de quiebre en la temporalidad cerrada que veníamos experimentando y podemos pensar en una alternativa, pero hay que construirla políticamente. Lo que hay que aprovechar ahora, más que sugerir «políticas culturales», es imaginar cuáles son las conversaciones sociales de las que deberíamos hacernos cargo para entender que no sólo está en juego un modelo económico, sino que una manera de organizar la existencia que debe aceptar la diferencia, la diversidad, la heterogeneidad.
La pregunta por cuál es el horizonte en el que queremos vivir los próximos 50 años es capital, ya no se trata del aquí y ahora. Cualquier trabajo del lenguaje, de la estética, de una economía alternativa a la que existe, tiene que fundarse en otra teoría del presente y en otro modelo de pensamiento crítico, que no se recicle en explicarlo con un nivel de detalle exasperante, cómo funciona el neoliberalismo. Tengo la impresión de que el mundo, no como un ente abstracto sino como el espacio de la habitabilidad, nos está haciendo preguntas decisivas y tenemos que sentarnos a pensarlas y discutirlas.
El cineasta, director de la serie Una historia necesaria, que retrata la historia de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos en dictadura, ganadora del Emmy Internacional 2018, habla sobre sus nuevos proyectos en los que seguirá abordando temáticas vinculadas a las violaciones de los derechos humanos, pero esta vez en la época actual, recogiendo los testimonios de algunas de las víctimas que perdieron sus ojos tras recibir perdigones disparados por carabineros durante el estallido social.
Por Jennifer Abate
Formado como publicista en la U. de Santiago y con un postítulo en la U. de Chile, Hernán Caffiero ha trabajado como director, guionista, montajista y productor de películas y series de ficción, que incluyen el largometraje documental El sueño de todos (2014), sobre la selección chilena de fútbol, y Raza brava (2008), una mirada ociológica al tema de las barras de hinchas. Caffiero, además, recibió el premio a mejor director 2019 de la NACCC en Nueva York, y se ha adjudicado dos fondos del Consejo Nacional de Televisión.
—En los últimos días se anunció que serías el representante en Chile de BTF Media, una gran productora mexicana que decide instalarse con una oficina en Chile. ¿Cómo recibes esta noticia? ¿Puedes contarnos un poco del enfoque que va a tener la filial en Chile y si ya hay algunos proyectos pensados?
Sí, la verdad es que fue una situación bien compleja, pensando en que esto no es una cosa que sucedió de un día para otro, sino que viene gestándose hace meses, por lo que tanto el tema del estallido, el despertar social, y ahora la pandemia y el confinamiento, para nosotros ha sido súper complejo, entendiendo que estábamos haciendo un acuerdo de esta magnitud. En muchos momentos pensamos que se nos estaba cayendo, pero finalmente pudimos sobreponernos. Creo que una de las fortalezas que tiene esta alianza es que nosotros vamos a trabajar principalmente en la vinculación y generación de contenidos de plataforma y canales de TV, no para el mercado nacional, sino que para el extranjero. Si uno revisa un poco la producción de industria a nivel local y regional, te das cuenta de que probablemente se demore harto en recuperarse, por lo tanto, el contenido para películas de cine va a ser difícil de levantar en los próximos años, va a ser muy difícil que la gente quiera, por un buen tiempo, meterse en una sala cerrada con 200 personas y potenciales focos de contagio. Por otro lado, todo el tema de ventas, mercados y festivales, también va a verse mermado. Es cosa de ver los números: por ejemplo, plataformas como Netflix han tenido un alza en la cantidad de suscriptores, en marzo solamente sumaron más de 16 millones de nuevos suscriptores, Amazon otro tanto, Disney otro tanto, la gente se volcó en sus casas a ver películas, series.
El cineasta Hernán Caffiero acaba de cerrar un acuerdo para ser el representante en Chile de la productora mexicana BTF Media.
Entonces, el diagnóstico que hizo BTF a nivel internacional -su casa está en Miami- es que justamente, sobreviviendo a este periodo, lo que viene a continuación probablemente sea una demanda alta en la generación de contenidos de plataforma, que no sólo tiene que ver con la cantidad de suscriptores, sino que también con que todos nosotros nos hemos volcado a ver series. Gran parte de los que ya estábamos suscritos a estas plataformas estamos agotando la parrilla, entonces, efectivamente, las productoras y realizadores que se vuelquen a la generación de contenidos de películas y de series, de alguna forma van a sobrevivir en esta crisis mundial. Creo que gran parte de la industria audiovisual, no sólo en Chile, sino que en el mundo, va a sostenerse por esta ventana.
—¿Han desarrollado alguno de los proyectos o todavía están en la fase creativa?
Sí, estamos ya desarrollando dos proyectos que fueron beneficiados el año pasado por el Consejo Nacional de Televisión, dos series. Una de ellas es Raza brava, que es una serie que ganó la categoría histórica dentro del fondo. Es una historia popular, una historia real, que narra el surgimiento de los movimientos sociales, juveniles, ligados al fútbol, que es el despertar de los jóvenes, principalmente en la marginalidad posdictadura, que es cuando volvemos a esta democracia pactada, donde se cierran muchos espacios de representatividad, de pertenencia; muchos cabros de la pobla que deciden volcarse al estadio y a la galería para encontrar una instancia de triunfo. La serie narra justamente eso, la historia de dos cabros que se vuelcan a esto o son parte de una barra brava en Chile.
El otro proyecto es diametralmente distinto. Son 16 historias, un formato muy parecido a Una historia necesaria, que es la serie que hicimos antes sobre casos de detenidos desaparecidos. Ahora vamos a hablar sobre 16 casos de violencia machista, es un proyecto principalmente construido por mujeres; yo estoy viendo la parte de fiscalización y análisis de los procesos cinematográficos y todo el cuento, pero más del 65% del equipo que va a realizarlo, desde el guión hasta la entrega final, van a ser principalmente mujeres.
Si hay una cosa que hasta el día de hoy se sigue presentando es este desequilibrio entre las pegas, sobre todo entre las más relevantes dentro del rubro, sin desmerecer la pega de arte, vestuario, maquillaje, peluquería, donde predomina la presencia de mujeres. Nosotros queremos que la dirección de fotografía, la dirección misma de los capítulos, sea manejada y liderada por mujeres.
—Desde hace mucho, pero con fuerza desde 2018, ha habido una fuerte discusión feminista sobre la violencia contra las mujeres. ¿Cuáles han sido para ustedes los principales desafíos a la hora de abordar la violencia machista en un contexto como el del Chile actual?
Partiendo desde lo más cercano, el trabajo con tus pares, la elección del equipo, tener que generar protocolos, por ejemplo, organizaciones de mujeres en el audiovisual, para evitar o prever cualquier tipo de vinculación con hechos o personajes que estén involucrados en alguna situación compleja. No sólo en este proyecto, que trata de 16 casos de violencia, sino que en todos: una persona vinculada a cualquier tipo de acoso está absolutamente descartada de los proyectos que estamos realizando.
Gran parte del gremio y de la industria lo está haciendo también. A lo mejor son ejercicios que no se ven cuando prendes la televisión o ves una película, pero se están haciendo cada vez más presentes. Esto también ocurre en la búsqueda de contenidos, de narrarlos, la impronta y la sensibilidad asociada a eso tiene que ser mandatada por una visión que ha estado permanentemente apartada de los procesos más relevantes de la narración, que son la escritura, el montaje, la dirección.
—¿Hay alguna fecha tentativa de estreno de este proyecto?
Sí, este proyecto está pensado para estrenarlo en diciembre. Ahora, con todo este tema del Covid-19, hay un montón de protocolos que tienen que estar validados por el Ministerio de Salud, estamos viendo cuándo podemos volver a filmar. Si podemos filmar en agosto sería posible estrenar en diciembre la serie. Yo y gran parte del equipo con el cual trabajo, además estamos súper vinculados a la franja de la campaña del Apruebo. Me invitaron a participar como director de la franja, a través del comando Por un Chile Digno, que tenía en un principio 30% del espacio destinado a las organizaciones sociales, pero nosotros aceptamos asumir la dirección de esto siempre y cuando el 100% fuera protagonizado por las organizaciones sociales. Fue una petición explícita que hicimos a los partidos que conforman este comando, que son el Partido Comunista, el PRO, Franja Regionalista Verde, Igualdad, Izquierda Libertaria y otros más, y aceptaron hacerlo. Vamos a tener que saber encontrar las formas de equilibrar los proyectos y hacerlo de manera orgánica con los procesos para la realización de la serie.
Una historia necesaria se compone de 16 cortometrajes con historias sobre detenidos desaparecidos en dictadura.
—La serie de cortometrajes Una historia necesaria, por la que ganaste el premio Emmy, retrata diversos casos de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos en dictadura. ¿Cómo ves hacia atrás el impacto de esa serie, pensando en el Chile post estallido social, donde nuevamente emergieron voces críticas de las violaciones a los DD.HH. cometidas por el Estado durante ese periodo?
Con el equipo con el que ganamos el Emmy nos dimos cuenta, cuando partimos con Una historia necesaria, de que había una serie de elementos que nos obligaban a asumir esta necesidad de contar, relatar y rescatar la memoria de la gente que había sido desaparecida. Principalmente, la historia de familiares y sobrevivientes que con el tiempo, han pasado ya cuarenta y tantos años, se estaban muriendo, y con ellos también se estaba muriendo la historia de los detenidos desaparecidos. Partiendo de esa base y entendiendo también la lógica sistematizada de la negación, que va generando impunidad no solamente en el tema de las violaciones a los derechos humanos, sino que en términos de corrupción, en términos de los que se hicieron ricos en ese periodo, de quiénes fueron los civiles que propiciaron esto y que fueron bien responsables y que salieron sin polvo ni paja, creíamos que había un acto de justicia en el relato de estas historias.
Mucha gente nos dijo “hasta cuándo siguen con el tema de la dictadura, con el tema de los derechos humanos, abúrranse, qué onda”. No, po’, viejo, porque si esto sigue pasando, si los problemas de esta sociedad, en la pega, en la casa, con tu pareja, no se enfrentan, si no te miras a la cara, no buscas la verdad para solucionarlos, siempre se van a volver a presentar y por eso es que nosotros fuimos tan inquisidores también en plantearlo, en buscarlo, en hacerlo, a pesar de que no tuvimos apoyo de los canales, a pesar de que en primera instancia no querían que pusiéramos los rostros de los culpables, a pesar de que tuvimos que ganarnos un Emmy, que es como el Oscar de la televisión, para que recién nos pescaran.
Y lo que sucede a continuación del estallido, todas estas violaciones sistemáticas a los derechos humanos que ha ejercido el gobierno de Piñera, encarnada en los ministros del Interior, en las fuerzas de orden, principalmente en Carabineros, no hacen más que justificar nuestra búsqueda de rescate de la memoria de los años anteriores y no solamente de nosotros, sino que de miles de chilenos que también siguen en la misma. Creo que se hace necesario no solamente refrescar la memoria en términos de la entrega de la información, sino que también buscar los elementos que nos permitan abrir puertas emocionales en las nuevas generaciones que están viviendo esto; ya nadie puede decir “tú no puedes hablar de esto porque no viviste la dictadura”. O sea, a muchos les sacaron los ojos, hubo mutilaciones múltiples, vejaciones sexuales, abusos.
Creo que la forma de hacer entender y de perpetuar esta necesidad de generar conciencia de lo ocurrido en dictadura, de las violaciones a los derechos humanos que estamos viviendo hasta el día de hoy, es generar ese vínculo, por lo menos desde mi frente, que es el audiovisual, creo que es vital generar contenidos que nos permitan entregar información, abrir emociones, porque cuando la gente logra ponerse en el lugar de otro, empatizar y tener vínculos solidarios, se da cuenta de lo que está sucediendo.
Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, han sido súper enfáticos en aclarar lo que ha estado sucediendo. Es más, hay cosas que me parecen brutales que han seguido pasando, como la balacera en el Día del Carabinero del 27 de abril. Viene un tipo, agente del Estado, para disparar a mansalva, herir a diez personas. Por suerte no asesinó a ninguna, pero se cuenta como un anecdotario, o sea, al tipo le dieron reclusión en su casa.
—Te referías a las violaciones a los derechos humanos ocurridas en el contexto del estallido social en nuestro país. ¿Podrías contarnos un poco más sobre el proyecto en el que estás trabajando a partir de esos casos?
Estamos trabajando en dos proyectos relativos a eso. Uno es la segunda temporada de Una historia necesaria, que narra los casos ocurridos desde el estallido del 18 de octubre, pero que busca hacer el vínculo entre la primera temporada, con lo que ocurrió en dictadura, y cómo el salto del torniquete revela un adormecimiento por 30 años de transición a la democracia pactada. Expone toda la imposición de este negacionismo y de esta impunidad, no sólo en derechos humanos, sino que en otros temas como corrupción, todos los crímenes que no sólo cometen los políticos asociados a la dictadura, sino que muchos empresarios, muchos civiles involucrados.
Entonces,lo que hace Una historia necesaria es generar un gran puente entre el año 86 -esto no se lo he contado a nadie- y hoy. Queremos encarnarlo en Pepe Carrasco, a partir de lo que él vivió junto a su compañera, de la que poco se sabe. Entonces, desde la lucha que encarna José Carrasco, nosotros armamos un puente en función de la lucha, no por la vía armada, sino que por la vía democrática, desde el año 86, el año decisivo del atentado a Pinochet, cuando sucede el asesinato de Pepe y se realizan las primeras manifestaciones realmente masivas y a nivel nacional. En el paro nacional de junio se empieza a construir y develar lo que iba a ser a continuación la salida del dictador, esta democracia pactada.
Hemos estado trabajando con la familia Gatica, con Enrique y Gustavo, viendo también el caso de Fabiola Campillay, hemos trabajado con la familia de Abel Núñez, etc. También estamos desarrollando historias que tienen que ver con la primera línea, hemos estado trabajando con la Brigada Sanitaria de la USACH. Se trata de cabros de 18 años que de un día para otro tuvieron que enfrentar la muerte de su hermano, tuvieron que rescatar a Mauricio Fredes del hoyo donde se cayó; a los 18 años tienen que enfrentar la muerte cara a cara. Cabros que se convirtieron en adultos de un día para otro y que encarnaron la lucha de todos los que por años hemos estado dormidos. Eso es brutal.
«Desde mi frente, que es el audiovisual, creo que es vital generar contenidos que nos permitan entregar información, abrir emociones, porque cuando la gente logra ponerse en el lugar de otro, empatizar y tener vínculos solidarios, se da cuenta de lo que está sucediendo».
—Mencionas los casos emblemáticos, como el de Fabiola Campillay o Gustavo Gatica, pero también un sinfín de otras historias, sobre todo de jóvenes que han estado vinculados a ese proceso y que pagaron costos muy altos.
Sí, absolutamente. Uno, en función de este ejercicio del negacionismo y la impunidad, sabe que después de estos meses, sobre todo después de que gane el Apruebo y la Convención Constitucional, los casos de violaciones a los derechos humanos van a pasar al olvido mediáticamente, judicialmente y de todas las formas posibles. Entonces nosotros, los audiovisualistas, que buscamos inmortalizar las historias, estamos obligados a asumir esta responsabilidad que nadie va a asumir. Vamos a ser la principal herramienta de estas personas para buscar y obtener justicia. La idea es plasmar historias que se sostengan en hechos irrefutables, donde los derechos humanos sean violados flagrantemente, donde exista argumentación jurídica que los exponga.
Junto con esto, estamos desarrollando una serie documental, que narra desde la academia, desde la investigación más purista, por así decirlo, el tema de los protocolos, del uso de la fuerza desmedida y cómo finalmente carabineros y los agentes de orden del gobierno han ejercido su labor en este periodo. Estamos trabajando con grandes figuras del mundo de los derechos humanos, como Claudio Nash, hemos tenido colaboración y apoyo de la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile y tuvimos que hacer un gran giro, porque con esto de la pandemia se nos sumó un actor nuevo al relato, pero que de una u otra forma le da más épica al triunfo final del 25 de octubre, cuando podamos terminar con este legado pinochetista que hasta el día de hoy nos tiene sumidos en la más absoluta desigualdad.
—¿Qué opinas sobre el rol del Estado y los privados en el financiamiento de la cultura y la realización en nuestro país?
En Chile todo está súper pactado, partiendo por el hecho de que los grandes medios son las principales ventanas para generar contenidos y siempre chocan con las historias y necesidades no sólo de quienes lideran estos conglomerados de medios, sino de quienes los auspician. Hay una suerte de negación de los hechos que han ocurrido en este país y hay una identidad súper marcada, histórica, que es difícil que pueda ser asumida, encarnada, por los medios locales. En ese sentido, creemos y tenemos la certeza de que Chile sigue siendo un atractivo no solamente por la factura, capacidad técnica, sino que por las temáticas que estamos desarrollando. Históricamente, fuimos un experimento del neoliberalismo, lo cual fue, en términos cinematográficos, algo súper atractivo de retratar, y por otro lado, ahora estamos siendo observados por gran parte del mundo para ver cómo va a resolverse este proceso político-social que estamos viviendo. Efectivamente, en el extranjero y en las cadenas internacionales existe una apertura mucho mayor a desarrollar contenidos que vayan en búsqueda de la verdad histórica. Cuando tienes la posibilidad de plasmar esa obra, pero sin depender de quienes han propiciado estas mismas condiciones políticas y sociales que estamos viviendo hoy en día, tienes mayor libertad para tener una opinión.
Es más atractivo contar con aportes y financiamiento extranjero para contar las historias que queremos contar. Ahora, efectivamente, nosotros tuvimos un gran reconocimiento a través del premio Emmy, que nos entregó una credibilidad que hizo que la inversión extranjera se sintiera atraída a gente como nosotros; les podemos dar certezas de que las producciones que vamos a hacer son de alto nivel y con un contenido súper cercano a la realidad que vive la mayoría de la gente. No es que nosotros estemos haciendo algo que la gente no ve, no, la gran parte de la población se interesa en estos temas.
—Sin embargo, es difícil acceder a esos productos. Cuando hay trabajos interesantes financiados por el Consejo Nacional de Televisión, muchas veces los canales los transmiten en horarios irrisorios.
Hemos tenido la astucia de navegar en estas aguas distintas a nosotros en el sentido de lo social, de generar contenidos que no sean pasajeros, que aporten en algo y que se transformen en elementos que trasciendan a las generaciones y que puedan servir no solamente para los que ven televisión, sino también para los profesores. Nosotros regalamos la serie Una historia necesaria para todos quienes quisieran verla, nos llamaron del Liceo 1, de escuelas rurales. Se necesitan más contenidos, pero que hablen de la verdad, porque existe una corriente, que ha sido catalogada de revisionismo cinematográfico, que finalmente condiciona el trabajo a un punto de vista súper oficialista en cuanto a la escritura histórica del país, lo cual es grave, porque desde lo audiovisual se construye realidad.
Extracto de la entrevista realizada el 8 de mayo de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.
En un contexto de pandemia que va cambiando día a día, el académico del Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI) de la Universidad de Chile se refiere a cómo nuestra falta de conocimiento del pasado nos impide tomar medidas para el presente y futuro, a la idea de caridad, que en nuestra historia ha prevalecido a la de justicia social, y a las maneras en que el periodismo también reproduce la segmentación social.
Por Florencia La Mura
En 1924 se creó el Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social, actual Ministerio de Salud, para dar respuesta a las diversas pestes que estaban azotando a un Chile con alta pobreza y tasas de mortalidad asociadas a diferentes enfermedades. En ese contexto es que aparece la salud pública como un concepto elaborado por distintos doctores destacados de la época, como Eloísa Díaz, Salvador Allende y Exequiel González Cortés. El escenario previo sólo se centraba en la caridad de los aristócratas de la época, quienes construían centros de salud para ayudar a los más necesitados. El Estado debió hacerse cargo cuando, debido a la urgencia sanitaria, se tomó conciencia del carácter colectivo y social de la salud, a través de políticas públicas como campañas de vacunación y planes de protección para las y los trabajadores y sus familias.
Pero el concepto de salud pública ha cambiado y no para bien, dice Eduardo Santa Cruz, periodista de la Universidad Católica, licenciado en Ciencias Sociales del Instituto Latinoamericano de Estudios Sociales (ILADES) y postgraduado en Comunicación Social en el Centro Internacional de Estudios Superiores en Comunicación para América Latina (CIESPAL). Especializado en cultura popular y de masas, Santa Cruz advierte que la evolución hacia un Estado subsidiario como el actual ha impactado en cómo se aborda políticamente la actual crisis sanitaria. Mientras el gobierno pone un veto a la Ley de Renta Básica de Emergencia, decide distribuir mercadería entre quienes la necesiten, lo que pone en jaque el concepto de caridad versus justicia social, una disputa que para Santa Cruz se ha repetido a lo largo del siglo XX, tal como muchos procesos ignorados por no revisar la historia.
El periodista y académico del ICEI, Eduardo Santa Cruz.
¿Qué puede aprender Chile de su propia historia frente a distintas enfermedades?
Este es un país de epidemias. A fines del siglo XIX la gente moría como moscas y gracias a las políticas de salud del siglo XX, a las vacunas, se logró extinguir enfermedades como la viruela, el tifus, la escarlatina, la poliomielitis. En la década del 30 hubo una epidemia de tifus exantemático que transmitían los piojos, y si revisas la prensa de la época, entre 1933 y 1935 estaba limitada la asistencia a los estadios para que la gente no estuviera una al lado de la otra. A partidos de 15 mil personas no podían ir más de tres mil. Con esto en carpeta y ya en los años 60, se instalaron las vacunas obligatorias. En cada uno de esos episodios, los que más sufrieron fueron los pobres, y si en algún momento cambió fue porque había políticas públicas a cargo del Estado.
A mediados del siglo XX se crea una política de salud pública, donde esta se aborda como un fenómeno social, colectivo, donde la preocupación no es andar mejorando enfermos sino prevenir enfermedades, y las vacunas son parte de esto. Ese tipo de políticas se tomaron cuando la gente vivía hacinada, muchas veces sin agua potable, es una política anterior a la enfermedad porque sabían que si un virus se metía en un espacio así, era un desastre. Eso no tiene nada que ver con el concepto de salud pública actual y repercute en la forma de enseñarle a los médicos. Un médico que se dedica a atender individuos, pero no se preocupa de en qué contexto vive, trabaja, hace que todo se vuelva examen-remedio. Ahora la salud pública sólo cubre los «grupos de riesgo», si tienes, 20, 30, 40 años, no te vacunan, y debes acudir a los privados, ese es el concepto de Estado subsidiario, cuando el Estado hace lo que los privados no pueden o no quieren. Pero es tan simple como que si mi hijo de 40 años no se compra la vacuna, me contagia a mí, que soy grupo de riesgo. No se tiene la visión holística que se tenía a mediados del siglo XX. En el debate público actual no está esa revisión de ver qué hizo el Estado para anteriores epidemias.
Chile es un país muy desigual y con una precariedad disfrazada. ¿Cuáles fueron los procesos que nos llevaron a este estado de cosas?
Desde 1990 en adelante se instaló un modelo de sociedad acorde al modelo histórico del capitalismo globalizado para que Chile se insertara en la economía mundial. En esa lógica, se obviaron los procesos y ahora tenemos una tendencia en ciertos sectores de este país a creer que todo es nuevo, que nunca había ocurrido, y si se revisa la historia de Chile hacia atrás, ves que temas como la relación de la familia y el Estado en torno a grandes problemas como la educación, eso viene del siglo XIX. O la idea de que el comercio ambulante implica más delincuencia, que aparece en 1860, cuando emerge el comercio popular en el centro de Santiago. El presentismo niega la historia y eso es muy grave. Desde el 90 en adelante, además, se le agregó una obsesión muy compulsiva por evitar el conflicto social, la famosa democracia de los acuerdos, con el trauma de la dictadura encima, y así este país se volvió de eufemismos. No hay pobres, hay «sectores vulnerables».
«(El Estado) está jugando a un equilibrio que es muy frágil y donde el que tiene menor poder económico va a pagar el costo mayor».
Antes de que el Estado se hiciera cargo de la salud pública, los privados eran quienes respondían. ¿Se volvió a esa lógica?
Ante estas epidemias había un sector de la oligarquía aristócrata que reaccionaba motivado por su fe, la moral cristiana, y desarrollaba acciones caritativas, por último porque les molestaba la conciencia. Siempre hubo un sector minoritario que desarrollaba una acción social, pero bajo la caridad, lo que no es muy distinto a la realidad actual. No conocemos la historia, qué se hizo bien o mal y qué se podía mejorar, y hay que conocerla, además de integrarla. Pero no como una cosa de museo: la historia es una cosa viva, algo que está repercutiendo hoy día. Pero es difícil porque impera otra visión de mundo.
Usted ha hablado del exceso de “presentismo” en la visión chilena sobre su propia historia. ¿Podría explicar este concepto desde el contexto actual?
La fase actual del capitalismo globalizante ha generado vivir un presente permanente y eso tiene una clara intencionalidad política. Si no discutes el pasado, no puedes discutir el futuro, todo es el aquí y ahora, y así se pasa por alto cómo se llegó a lo que está pasando, y a partir de ese conocimiento, entender todas las variables. Se puede operar sobre el presente con una perspectiva de avance, y la idea del presentismo es que esto no se hace porque el poder nunca se puede discutir. No discutimos los supuestos de la sociedad y sus fines, sino sólo su gestión. Es cosa de analizar qué han dicho las autoridades de gobierno desde marzo en adelante, siempre van cambiando y es caótico. La crisis sanitaria que vivimos tiene una dimensión política evidente, no es un asunto técnico de más o menos ventiladores mecánicos. El tema es la política con que se enfrenta este problema mundial, se cambian ministros y compramos tal o cual cosa porque creen que es algo que se puede resolver técnicamente, cosa que no es así. El presentismo es un mecanismo ideológico que permite escabullirse de las discusiones fundamentales de la sociedad.
Se ha acusado la falta de entrega de datos de parte del gobierno sobre contagiados por Covid-19. ¿Cree que puede ser parte de una estrategia política?
La información que se entrega, las medidas que se toman, son absolutamente coherentes a la propia estrategia del gobierno, que es muy discutible. A partir de las mismas cifras de contagiados podemos tomar posturas distintas, porque entran a operar otro tipo de criterios, ya sean económicos, políticos, sociales, etc. Eso demuestra las diferencias entre un país como Nueva Zelanda y los resultados que obtiene, y un país como Chile o Brasil. La crisis se debe ir administrando a medida que avanza y eso implica que se va a enfermar una cantidad importante, pero nunca esa cantidad puede llegar a cierto límite, y ahí es donde se aplican las cuarentenas móviles, porque me permiten mantener una serie de actividades económicas, permiten no parar el país. China cerró Wuhan y tuvo un costo económico que absorbió el Estado. El Estado chileno es subsidiario -porque siempre tiene un carácter, nunca es neutro- y no está dispuesto a asumir todo el costo de la crisis ni a trasladarlo a los principales intereses económicos del país. Está jugando a un equilibrio que es muy frágil y donde el que tiene menor poder económico va a pagar el costo mayor. Vemos cómo el gobierno enfoca sus discursos en cifras e información diaria y la prensa sólo replica esa información, no analizamos la estrategia del gobierno, qué significa y cómo afecta a distintos sectores.
¿De qué manera la forma de enfrentar y resolver los conflictos sociales históricamente se asoma en la actual crisis?
Desde hace tres décadas se oculta una enorme cantidad de conflictos sociales que se manifiesta en fórmulas tales como hablar de equidad en vez de justicia social, e igualdad no habrá nunca por muchas razones, pero sí puede haber justicia social. Pienso en una frase del padre Hurtado: «la caridad comienza cuando se acaba la justicia». En este modelo que habitamos impera la idea de la caridad. Esto robustece la idea de que si tú ayudas, eres poderoso, tanto así que eres capaz de regalarle a los que no tienen. La idea de que la caridad viene de los ricos es muy antigua, de la época cristiana, y aparece en Chile curiosamente desde los 90 en adelante, siguiendo la frase del padre Hurtado, porque no hay idea de justicia. Tapas con caridad el afán de justicia social, las diferencias horrorosas de ingresos que ha habido en este país hace cuarenta años. En el contexto de esta epidemia se vuelve a plantear que todo lo del pasado se había acabado y ahí aparece esa frase de «volver a las ollas comunes», cuando nunca se han ido.
Fútbol y prensa: cultura popular
En su carrera como investigador, Eduardo Santa Cruz también ha prestado particular atención a la historia de la prensa chilena, así como al fútbol como fenómeno social. Sobre ambos temas ha editado los libros Análisis histórico del periodismo chileno (Nuestra América, 1988);Crónica de un encuentro: fútbol y cultura popular (Arcos, 1991); Las escuelas de la identidad: la cultura y el deporte en el Chile desarrollista (LOM Ediciones, 2005), además de diversas publicaciones.
Santa Cruz se ha dedicado a estudiar el fenómeno del fútbol y su impacto en la cultura popular chilena.
Crítico de su privatización, Santa Cruz ha estudiado el impacto del fútbol en la cultura popular chilena desde los años 80 y ha afirmado que este deporte es político y responde al modelo neoliberal del país; las barras bravas y sociedades anónimas son sus emblemas principales. En el contexto actual, el periodista espera que la situación del fútbol local mejore a futuro, aprovechando la crisis como una oportunidad de cambio, aunque sea lejana.
Usted ha estudiado mucho el tema del fútbol como ritual importante en la sociedad chilena. ¿Cree que se puede perder algo de eso o modificar su modelo debido al aislamiento social, ya que no se puede desarrollar esta actividad?
Es complejo el tema y no es fácil ser muy categórico. El fútbol, más allá del negocio y espectáculo, es una cosa compleja y tiene algo de ritualidad social y cultural, muy metida en la cultura popular masiva, y no sólo en Chile, en Sudamérica es una cuestión central y vital de la sociabilidad de la gente. Si eso se interrumpe, hay un vacío. Para muchas personas (y diría que en otros países ocurre mucho más que en Chile, como Argentina, Brasil y Uruguay), el fútbol es parte de la vida, es patrimonio. Ahora el CDF sacó un videojuego de fútbol con los equipos chilenos y quizás la gente más joven se entusiasma con eso. Ahora quieren jugar partidos sin público y eso es como un entrenamiento, no es un partido de verdad. Se juega sin público cuando castigan a un equipo.
El fútbol chileno expresa los problemas de la sociedad chilena: la estructura de sueldos, las malas condiciones laborales, la privatización que se hizo con las sociedades anónimas, y mientras más dure esta pandemia y estemos sin partidos, se debería provocar una reestructuración a fondo del que llaman «el modelo de negocios», de la estructura económica, social y cultural del fútbol, en perspectivas de largo plazo. Quiero pensar que esa ritualidad vaciada de significantes y significados alguna repercusión irá a tener.
¿Qué opinión le merece la cobertura de los medios tradicionales chilenos de esta pandemia? ¿De qué manera su estado actual responde a la falta de conocimiento de nuestra propia historia periodística, como usted ha mencionado?
Si hay algo que caracteriza a las comunicaciones desde fines del siglo XX en adelante es la segmentación, es cada vez más heterogéneo. El periodismo también reproduce las mismas contradicciones que tiene la sociedad. A nivel de su dimensión laboral, tienes una pirámide donde hay arriba un pequeño grupo de periodistas estrellas que ganan mucha plata, y hacia abajo una masa de periodistas en condiciones ultra precarias. Eso implica muchas cosas, que el sector más estrella, como es la televisión, es profundamente conservador, porque esos periodistas ya son parte de la élite y piensan como ellos. Tienen muy poca percepción de lo que pasa en el país. En el caso del periodista precarizado, repercute en que hay un miedo enorme a perder la pega, porque hay despidos masivos.
Hay un tipo de periodismo que tiene un formato extraordinariamente conservador y ligado al poder, donde sólo se replican las fuentes y no se cuestionan. Ese discurso está impregnado en muchos tipos de periodismo, incluso en aquellos locales y regionales. No hay que decir que esos de allá son los malos y estos otros son buenos, porque ese discurso traspasa incluso a plataformas independientes, pensando que esas son las buenas y los medios grandes, los malos. Ese discurso también se puede encontrar en radios de regiones, lo que también es interesante, porque puedo escuchar esa radio local a través de Internet, sacarla de su espacio físico. Internet alteró todo el panorama y el escenario de las comunicaciones y el periodismo. En los 90 todos decían que esta iba a ser la democracia misma, pero su existencia no quita que no haya un discurso hegemónico. El discurso dominante de poder no está sólo en los medios masivos, ahora está en todas partes. Hay una sensación de juguete nuevo con Internet, donde no se separa lo privado y lo público y aún no somos capaces de medir sus consecuencias por pensar que Internet es neutro, como si no hubiera intereses o poderes, y eso es bien equivocado.
Desde 2015, la historiadora y activista por los derechos de la diversidad sexual, es directora del Archivo Nacional de Chile. Al frente de la institución, ha trabajado intensamente por el resguardo de los archivos y por la apertura a la colección de otros relatos que tradicionalmente han quedado relegados de la historia oficial, como el de las mujeres. Así dentro de su gestión se creó el Archivo Mujeres y Géneros, que recoge no sólo la genealogía feminista sino también a la disidencia local.
Por Jennifer Abate
-En nuestra historia, la mujer ha estado fuera no solo del ejercicio de ciertas profesiones si no también como objeto de estudio, por eso es realmente muy valioso el trabajo que están realizando en el Archivo Nacional. En tu caso como mujer, lesbiana, y posicionada políticamente desde ambos espacios ¿Qué crees que puede aportar una mirada no patriarcal en el crecimiento de la archivística?
En general en Chile la archivística ha estado muy dominada por la mirada institucional, una mirada custodial de lo que producen las instituciones públicas, y eso de forma automática se va convirtiendo en el patrimonio de la sociedad chilena. Y es nos lleva finalmente a la construcción de una historiografía política, económica, militar si se quiere. Cuando empecé a trabajar en el Archivo Nacional me di cuenta rápidamente de eso y comencé a buscar la fórmula de que el archivo como base de la historiografía pudiera escaparse de ese paradigma y me di cuenta que en la propia ley había una frasecita maravillosa que nos podía ayudar perfectamente que dice: “el archivo tiene el objetivo de guardar estos documentos pero también cualquier documento relevante para la historia nacional”, y la verdad es que la relevancia para la historia nacional es totalmente abierto. Nadie puede decir qué es lo relevante y lo irrelevante, por lo tanto dentro de eso se abre todo un margen, campo de la memoria que no está para nada trabajado. Yo vi dentro de las posibilidades como directora poder señalar cuáles era ese margen, dar un derrotero y decir por aquí va la cosa y lo que me propuse fue poner dentro de ese ámbito toda la memoria marginada, introducir las memorias de las mujeres, de todo lo que es la diversidad sexual y también dentro de los géneros las masculinidades y diversas formas de masculinidades. Actualmente acaba de entrar en el archivo un programa que siempre admire mucho que estaba antes en la DIBAM llamado Memorias del siglo XX. Que es una especie de archivo que recopila las memorias actuales del territorio con las personas, se acerca a los barrios, a las diferentes organizaciones sociales, a las personas que quieren recordar y llevar sus testimonios, fotografías, lo que quieran a reuniones que se hacen. Luego se digitaliza la información, se devuelven los testimonios que se han llevado y se devuelve la experiencia a ese lugar a través de una exposición o actividad que se entrega a la comunidad par que ellos sigan conversando de su historia.
Emma de Ramón dirige el Archivo Nacional de Chile desde 2015.
-Es un trabajo precioso y altamente relevante
Sí, los archivos en general tienen la misión de resguardar lo que han adquirido respecto del Estado, pero también tienen la misión de resguardar la memoria de las personas. La historiografía se ha convertido en algo muy elitista, por lo tanto el archivo a mi juicio tiene una misión a través de la vinculación con el medio de devolver esta memoria a las personas, de hacer y explicarles a las personas que ellos también pueden hacer su propia memoria y que la pueden construir a partir de sus propios registros.
-¿De qué forma el Archivo Nacional se acerca a las personas y a las comunidades para adquirir o llegar a esos documentos?
En el archivo de mujeres y género hemos vivido esa experiencia y la seguimos teniendo, por ejemplo con las tomas feministas del año 2018 eso fue muy habitual, hicimos campañas para recuperar información y nos llegaron cosas preciosas, diarios de vida, recetarios de cocina, etc. En fin, al final el archivo de mujeres tiene todo un fondo que se llama “fondo donaciones”, de personas comunes y corrientes que van y dejan cosas. Esperamos poder ir construyendo otros fondos a partir de estas memorias recuperadas. Hemos trabajado también, por ejemplo, con las comunidades afrodescendientes de Arica Parinacota y a partir de ahí hemos levantado sus memoria, para poder romper ese silencio del archivo sobre le tema. El archivo se suele convertir en un mausoleo de papeles, pero yo quiero que el archivo esté vivo, que salga a la gente, que pueda demostrar lo que es el patrimonio realmente, que esos papeles no están muertos, están vivos porque te devuelven una memoria quizás olvidada, que está guardada por ahí y que puedes recuperar.
-Hace no tanto en Chile estábamos discutiendo sobre cuotas políticas y finalmente la semana pasada hemos alcanzado la paridad en el contexto de la Convención Constitucional del proceso constituyente y al parecer los los cambios están ocurriendo de manera bastante acelerada. Tú dijiste que para tí el feminismo es la revolución más exitosa en la historia de la humanidad a ¿Qué te refieres cuando planteas esto?
Es cosa de mirar, cualquier revolución ha tenido su auge y su ocaso. En general todas ellas siempre han sido opacadas en algún momento y han devenido, no sé si llamarlo fracaso, pero por lo menos a un momento que no han tenido tanta beligerancia o importancia, como si lo ha tenido el movimiento feminista que desde fines del siglo XVIII cuando comenzó a surgir ha ido in crescendo hasta lograr cada vez más cosas. Las mujeres en el siglo XVII y gran parte del XVIII estábamos realmente esclavizadas, sin voz, sin posibilidad de educación, éramos solamente úteros para concebir, encerradas en casas, consideradas simplemente como seres útiles para concebir hijos y atender a los hombres. Lentamente se han ido ganando derechos, por ejemplo, si vamos a la historia de Chile: en 1877 el decreto Amunátegui fue famoso por otorgar el derecho a las mujeres a estudiar. Esto fue un logro que lo firmó el ministro de educación que era un hombre, pero detrás de eso hay un intenso lobby que hicieron las primeras educadoras que estuvieron buscando que el estudio que hacían sus estudiantes pudiera ser validado, y que muchas mujeres que estaban solas, porque el marido las había dejado, porque se había muerto, pudieran de jóvenes tener estudios para que no tuvieran que dedicarse a mendigar, para poder mantener a sus hijos con un trabajo digno. Hoy en día muchas de nosotras podemos hacer eso, podemos vivir sin un hombre a nuestro lado que nos mantenga, en los diversos niveles sociales y eso es gracias a las primeras maestras que se jugaron por ese pequeño logro y así tu vas sumando el derecho a voto o a ser elegida como parte de la política, del gobierno. Y es el logro de muchas mujeres que se jugaron por eso, que las apalearon en las calles, que salían a manifestarse, que hacían afiches, que estaban todo el tiempo movilizadas en los años 30 y 40. Así vas tú sumando esfuerzos de miles, millones de mujeres, porque claro había algunas a la cabeza, pero había otras que las seguían y que no cejaban y que iban convenciendo, criando a sus hijos de otras maneras y eso hace que hoy tengamos a un montón de muchachos y otros más grandotes que realmente entienden nuestra vida, que también eso era fundamental para lograr estar en la posición en que estamos.
-Una de las mujeres que lucharon por la igualdad de género fue Elena Caffarena, de quien se lanza este 12 de marzo una antología editada por la U. de Chile: Elena Caffarena, mujer pública, donde además tu escribes un artículo con Antonella Caiozzi titulado “Elena Caffarena más allá de la lucha por el sufragio femenino”, donde destacan su lucha por todo tipo de injusticias hacia las mujeres. Cuéntame más sobre esto.
Elena Caffarena es un personaje que merece, más allá de que sea mujer u hombre, un reconocimiento por su contribución a la historia de Chile. Hay que decir primero, que ella nació en Antofagasta, en el seno de una familia librepensadora, a principios del siglo XX y que vivió más de 100 años. Se llaman libres pensadoras a todas estas familias que eran liberales, muy ligadas a los radicales y masones, y a eso se debe gran parte esta posibilidad que tuvo Elena y otras mujeres de estudiar; porque una cosa que se promulgara la ley y otra cosa es que las mujeres de clase media pudieran entrar efectivamente a la universidad. La familia de Elena Caffarena y de otras chicas de su estrato social, posibilitaron que entraran a la educación media y eso significaba entrar a un liceo de hombres con chaperonas, porque en esos años se interpretaba que los hombres tenían una imposibilidad de controlar su sexualidad e iban a saltar sobre estas niñas y a violarlas. Entonces, las mujeres tenían que ir con estas chaperonas, lo que transformaba la educación de estas niñas en toda una obra familiar y eso quisiera destacarlo, no era que las niñas quisiera simplemente estudiar si no que las familias las impulsaban a hacerlo.
La abogada y activista Elena Caffarena protagoniza el último lanzamiento de Editorial Universitaria: Elena Caffarena, una mujer pública.
–Lo mismo sucedió con Eloísa Díaz, primera médica que estudió en la U. de Chile.
Claro, en el caso de Elena tuvo que venirse a Santiago para estudiar leyes y en esos años por ejemplo no había aún baños adecuados para mujeres en la U. de Chile. Para cualquier mujer es importante tener un baño especial y hasta los años 80 eso no era una realidad, en la U. de Chile había solo un baño para mujeres y eso implicaba que tenían que hacer cola +, mientras que baños de hombres había miles, imagínate todas las primeras mujeres que tuvieron que estudiar, peleando por tener un baño. Al entrar a la U. de Chile, Elena logró abrir su mente para encontrarse con todas estas ideas más revolucionarias, se abrió al mundo de la pobreza, que ella no conocía, porque venía de una familia acomodada.Comenzó a conocer los padecimientos de la mujer pobre, pobladora, lo que ellos llamaban en esa época proletaria y el problema, por ejemplo, de los embarazos no deseados, mujeres que simplemente tenían hijos 12 o hasta 15 hijos como sabemos que ocurría en esa época y que los niños andaban mal criados, en el estricto rigor de la palabra, porque no tenían una buena alimentación ni cuidado y finalmente las mujeres tenían que dedicarse en cuerpo y alma para sacar adelante a los niños; trabajar lavando ropa, casi desangrarse para que estos niños pudieran seguir creciendo. Hoy en día sabemos todo lo que le ocurre a los cuerpos de las mujeres al tener tantos hijos, entonces todo esto la conmovió a tal punto, que cuando se congregan todas estas mujeres fundadoras del Movimiento Pro Emancipación de las mujeres chilenas (MEMCH) en el año 35 y se obtiene el derecho a voto en las elecciones municipales, ellas trascienden el tema del mero voto. En realidad hacen una propuesta que está en su declaración de principios, que va también a mejorar la vida de las mujeres en general, no solo el tema del voto, también está el control de su propio cuerpo, de la maternidad, de la fertilidad, la lucha por los anticonceptivos, el aborto, el divorcio, que le era impedido a las mujeres.
-En tu trabajo como archivera cuando se hace la genealogía de las mujeres, se suele hablar de las primeras, de hecho Elena Caffarena fue la mujer número 15 en titularse como abogada en nuestro país, pero sin embargo a veces muchas quedan relegadas al olvido. ¿De qué manera se pueden recuperar las historias, documentos, legados sobre todo, de tantas mujeres que contribuyeron a la historia de sus países y que hasta hoy persisten en el anonimato?
Lo interesante es que todas estas historias dejan rastros que son los documentos y para eso existen los archivos, por suerte, donde podemos guardar miles de miles de papeles, registros, fotos, videos, todo tipo de soportes para legarlos al futuro y que otras personas puedan investigarlos y conocerlos. Lo que nosotros hemos hecho es fundar un archivo especial que se llama Archivo de Mujeres y Género, donde vamos copiando este tipo de documentos a través de donaciones, adquisiciones y de documentos que nos llegan de todo tipo de fuentes. Actualmente tenemos una cantidad importantísima de documentos de Elena Caffarena y del MEMCH particularmente, lo que ha sido gracias a un esfuerzo que ha hecho la familia de Elena Caffarena, sus nietas particularmente. Ella era muy ordenada y tenía todos sus documentos y como era abogada todo lo dejaba por escrito.
La archivística ha estado muy dominada por la mirada institucional, una mirada custodial de lo que producen las instituciones públicas. Cuando llegué al Archivo comencé a buscar la fórmula para escapar de ese paradigma. Fue entonces que me propuse poner dentro del ámbito de acción la memoria marginada, de las mujeres, de todo lo que es la diversidad sexual y también dentro de los géneros, las masculinidades»
Emma de Ramón, directora del Archivo Nacional de Chile
– Para el libro “Elena Caffarena una mujer pública”, el Archivo Nacional contribuyó de manera muy gentil y generosa al igual que Ximena Jiles, nieta de Elena Caffarena. ¿Hay otros proyectos a futuro para trabajar con memoria feminista dentro del Archivo?
Sí, tenemos un proyecto absolutamente precioso y favorito, tal vez una de las más olvidadas somos las mujeres trabajadoras dentro del hogar y a ese respecto nos hemos ido acercando voluntariamente con mucha paciencia. Hay dos sindicatos u organizaciones que nos han ido legando sus memorias, documentos como el Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular, que dirigía hasta hace un tiempo Ruth Olate. Estamos haciendo el traspaso de documentación de ese sindicato unido a uno mayor que es latinoamericano, el que ya nos hizo donación de su documentación, con lo que estamos levantando una exposición con ese material que se hará a mediados de año. La verdad es que el trabajo doméstico, lo hacen trabajadoras del hogar, pero también lo hacemos todas las mujeres cuando llegamos a la casa, que es el trabajo silencioso, el olvidado y que no se remunera. Lavar ropa, hacer comida, todo eso es completamente invisibilizado y las trabajadoras de hogar, justamente han hecho un trabajo muy lindo, consiguiendo diversas legislaciones y ganando derechos, como por ejemplo, horas de trabajo, ciertos rangos de sueldo, que les paguen sus imposiciones. Tenemos documentación de data desde 1929 en adelante, por eso te digo que esto es un movimiento imparable.
-A pesar de lo que hemos estado conversando, hay que decir que nuestro país no tiene una ley de archivos ¿Por qué no existe esa ley? ¿Es relevante? ¿Cual es la disputa? Y ¿Por qué no hemos llegado a ese punto?
No sé por qué no tenemos ley, la verdad es que en mi dirección tenemos levantado, pero que debemos afinar, un proyecto de ley de archivos. Existen cuatro artículos de un decreto con fuerza de ley del año 1929 resolvía todas las cosas y nadie se había molestado de actualizarlo, pero un primer terremoto para esos cuatro artículos, fue la ley de transparencia, porque algunos hicieron ver que sin desarrollo de los archivos no es posible una ley de transparencia, porque si tienes todo en una bodega no es posible una la ley de transparencia, puede que estén por ahí llenos de arañas y un funcionario se demora una semana tal vez en recuperar esos papeles, y eso no es transparencia.
-¿Qué proponen ustedes en este artículo que están trabajando?
Nosotros estamos trabajando en una ley de archivos que realmente asuma la obligación de parte de los servicios público de ordenar sus archivos y eso incluye sanciones severas a los jefes de servicio si no las cumplen. Equivalentes a las que impone la ley de transparencia al Jefe de servicios sino entregan información. El segundo terremoto es la ley de transformación digital, porque exige que los servicios públicos que incorporen a la gestión la documentación en formatos electrónicos y ahí no tenemos posibilidades de tener la documentación ordenada y organizada porque la documentación electrónica es todavía más frágil que la de papel, por lo tanto si nos ponemos las pilas como Estado en organizar nuestros documentos y tratarlos de manera adecuada, en pocos años no vamos a tener ninguna memoria y no es que sea alarmista, ni nada, esto es así, porque los formatos de los documentos digitalizados van avanzando tan acelerados que lo que tenemos va a quedar obsoleto y en cinco años no vamos a poder leer nada de lo que estamos escribiendo ahora, es así de trágico.
-En otro aspecto, sé que están recopilando documentos sobre lo ocurrido en nuestro país posterior al 18 de Octubre ¿En qué consiste eso y con qué tipo de artículos documentos, archivos cuentan ahora?
Estamos empezando a trabajar en eso, son programas de trabajo y memoria, no se trata de salir a tomar fotos a la calle, si no que son trabajos de personas que hacen memoria y que van llegando con distintos tipos de formato para poder nutrir estos espacios en de memoria, en los diferentes territorios. A mediados de año tendremos resultado concretos.
Extracto de la entrevista que se realizó el 6 de marzo de 2020 en el programa radial Palabra Pública, de Radio Universidad de Chile, 102.5.
Casi dos meses después del primer diagnóstico de Covid-19 en Chile, la directora del Hospital Clínico de la Universidad de Chile aborda los principales retos que ha enfrentado la institución y se refiere a la necesidad de entender este momento como una coyuntura que permita relevar el rol de un sistema de salud público que ha probado ser exitoso y a la misión que cumple uno de los principales centros de atención compleja del país.
Por Jennifer Abate
Desde el 16 de marzo, fecha en que se declaró la fase 4 de la pandemia por Covid-19, la vida de la doctora Graciela Rojas, Profesora Titular, psiquiatra, primera mujer a cargo de la dirección del Hospital Clínico de la Universidad de Chile (HCUCH), se volcó a transformar la institución sanitaria para responder a la emergencia. Sin tiempo que perder, la dirección a su cargo tomó la decisión de ampliar el área de emergencia, crear espacios segregados para recibir a los pacientes sospechosos de portar el Coronavirus (que hoy son tratados en un área exclusivamente dedicada a ello) sin olvidar a quienes consultan por otras emergencias, y fortalecer el área de enfermos críticos. A esto se suma la puesta al día del centro de salud en materia tecnológica: se ha profundizado la labor de telemedicina y se han mantenido reuniones virtuales con equipos internacionales para compartir experiencias y enfrentar de mejor manera la pandemia. “Hasta ahora, con orgullo, puedo decir que no tenemos ningún fallecido y sólo tenemos cinco funcionarios infectados”, dice a la distancia la doctora Rojas.
La psiquiatra y directora del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, Graciela Rojas.
Sin embargo, el bienestar físico de las y los pacientes no ha sido la única preocupación de la psiquiatra. En un contexto de enorme estrés y preocupación por la situación del país, la salud mental de las y los funcionarios también ha estado entre las prioridades. “Ya en las primeras semanas, la unidad de recursos humanos del Hospital, junto con nuestra Clínica Psiquiátrica Universitaria, desarrollaron un programa de apoyo emocional para nuestros funcionarios, con una sala segura donde cualquiera puede retirarse a descansar y pedir apoyo emocional si se siente estresado o sobrepasado por las circunstancias. También ha sido muy importante el rol que ha jugado, en este sentido, nuestro equipo de comunicaciones, a cargo de la periodista Fernanda Farfán, que en forma permanente está resaltando los aportes y logros de los distintos grupos de nuestra comunidad hospitalaria”. Por cierto, la líder del hospital reconoce el aporte de iniciativas como la de la enfermera Patricia Bisbal, que creó la canción “¿Quién lo iba a decir?” para motivar a sus compañeros y compañeras y que tuvo amplia repercusión en diferentes medios de comunicación.
A dos meses de la detección del primer caso de Covid-19 en Chile, a Graciela Rojas aún le sorprende que una parte de la población no se tome en serio la pandemia. Sin embargo, dice, el resultado de la estrategia es alentador: “Si recordamos las imágenes de Italia, España y ahora Estados Unidos –países con más recursos que nosotros–, podemos afirmar que, a la fecha, nuestro país puede mostrar buenos resultados”.
Tarea nada fácil si se considera el contexto post 18 de octubre de 2019. “Teníamos en contra la falta de confianza de nuestra población en las autoridades y en sus instituciones, incluida la red de salud, y a favor, la larga trayectoria de salud pública de esta República. Si hoy la red de salud del país está respondiendo a la pandemia es gracias a la Institucionalidad que la República ha creado y que se ha puesto a prueba en muchas epidemias. En el pasado, nuestro sistema de salud derrotó la desnutrición infantil y las enfermedades infecciosas, y ha logrado tener una población longeva. También hay que reconocer que nuestras autoridades y dirigencias políticas se han alineado con la autoridad sanitaria. Creo que podrían haberse explicado mejor algunas decisiones y que podría haberse trabajado más colaborativamente con las autoridades locales, pero tengamos en cuenta que el enemigo es grande y la tarea, colosal”.
—En el caso del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, ¿cuáles han sido los principales desafíos en los últimos dos meses?
El gran problema que hemos tenido es financiero. Ha habido momentos en que los elementos de protección personal han escaseado y/o han tenido precios muy especulativos, por lo que al interior del Hospital se montaron grandes talleres que confeccionan escudos faciales y mascarillas. No hay que olvidar que el Hospital se autofinancia con la venta de servicios, que en este caso son nuestras prestaciones clínicas, y desde el 16 de marzo estas se han limitado: no se pueden realizar cirugías postergables, está restringida la actividad ambulatoria y está regulada la actividad en general. Recién en la última semana se autorizó un aumento de esta. Además, un número importante de nuestros funcionarios ha debido permanecer en sus casas, ya sea por edad, por tener una enfermedad crónica o por tener que cuidar niños. Nosotros no tenemos posibilidad de postular a créditos, sólo tenemos a la Universidad detrás de nosotros. Por otro lado, creo que el teletrabajo y la telemedicina han sido desafíos importantes. En pocas semanas hemos avanzado lo que no habíamos logrado en años.
—El Hospital Clínico de la U. de Chile decidió poner a disposición a sus profesionales para ser trasladados a regiones como La Araucanía y Magallanes, donde se ha detectado un gran número de casos. ¿Cuál es la realidad de la disponibilidad de especialistas en regiones y, al margen de este ofrecimiento, qué está haciendo la Universidad de Chile para contribuir al mejoramiento de la salud pública a lo largo del país?
El Hospital Clínico ha jugado, históricamente, un papel muy importante en la formación de especialistas y de recursos humanos en salud, razón por la que nuestros profesionales participan de redes extensas de ex alumnos que hoy juegan roles protagónicos en regiones. Nos han contactado de varios lugares, pero en La Araucanía y Magallanes, por distintas circunstancias, la demanda fue mayor que los servicios disponibles. En La Araucanía había que aumentar la capacidad de camas intensivas en un hospital recién inaugurado, por ello partió un grupo a apoyar la instalación de dichas capacidades. En Magallanes, más bien, necesitaron profesionales que se integraran a capacidades ya instaladas. Estas situaciones nos brindan la posibilidad de desarrollar la telemedicina desde el Hospital hacia regiones para ayudar a enfrentar la distribución inequitativa de recursos humanos especializados de nuestro país. El Hospital ha desarrollado mucho la teleradiología, por lo que ya tenemos experiencias exitosas en las que apoyarnos para desarrollar otras especialidades.
—En Chile, la salud privada y la salud pública suelen ir por carriles separados, pero desde el comienzo de la pandemia en nuestro país, el ministro de Salud señaló que la autoridad tomaría el control de los recursos de ambos sistemas para asegurar la cobertura y la atención oportuna a las personas. ¿Le parece que este es un momento para reevaluar de manera permanente el rol del Estado de cara a la oferta de salud, a fin de que pueda tener una mayor intervención en lo que hacen los privados en materia sanitaria?
Efectivamente, la autoridad sanitaria ha tomado el control de la red pública y privada de salud y la ha coordinado en forma centralizada. Nosotros, diariamente, debemos informar sobre nuestra ocupación de camas y nuestra disponibilidad de recursos. Pertenecemos al área norte de Santiago y en la actualidad tenemos semanalmente reuniones con las autoridades del Servicio de Salud Norte para coordinar nuestra actividad asistencial. El Hospital Clínico de la Universidad de Chile es público, como lo es toda la Universidad, pero es considerado parte de la red privada de salud. Creo que hoy debemos volver a plantear cómo debiese ser reconocido el rol público que juega nuestro Hospital en la formación de especialistas, pero también en la solución de problemas sanitarios del área norte de Santiago y de problemas complejos de salud a nivel nacional.
La salud pública chilena es muy fuerte, pues atiende al 80% de nuestra población y las políticas de salud pública comprometen a la red pública y privada de salud, pero hace falta discutir las lógicas de funcionamiento de ambos sistemas. Es muy difícil la convivencia de dos sistemas que trabajan de manera diametralmente distinta. En el área pública, para acceder a un especialista, una persona debe ser derivada por un médico general, como ocurre en Alemania y en el Reino Unido, pero en el sistema privado uno puede acceder a un especialista rápidamente, y sólo por una decisión personal avalada por la capacidad de pago. ¿Cuál es el resultado? Todos quieren más especialistas porque los más ricos acceden a ellos, lo que no es posible ni necesario
“La salud pública chilena es fuerte, atiende al 80% de nuestra población y las políticas de salud pública comprometen a la red pública y privada, pero hace falta discutir las lógicas de funcionamiento de ambas. Es muy difícil la convivencia de dos sistemas que trabajan de manera diametralmente distinta”.
—¿Cuál es su evaluación de la estrategia de «nueva normalidad» y posterior «retorno seguro» que está implementando el gobierno?
Es complejo el tema. Cualquiera sea la nominación que utilicemos, debemos convivir con el agente patógeno por mucho tiempo, y se puede mientras tomemos dos medidas muy importantes: el lavado de manos y la distancia física entre las personas. En algunos países no se han necesitado controles para que la gente tome las precauciones necesarias. Debemos también considerar la experiencia de los hospitales, donde muchos funcionarios se han infectado en los comedores o en las pausas, donde se relajan las medidas de seguridad y no se respetan las distancias físicas. No sacamos nada con estar encerrados en nuestras casas si vamos a ir a la feria y no vamos a guardar la distancia física. Tampoco necesitamos que trabajen presencialmente funcionarios que pueden hacerlo muy bien desde sus casas, pero no podemos tener funcionarios en sus casas y, a la vez, a la población aglomerada pues no abrimos suficientes sucursales de servicios básicos. Es muy complejo y no se puede generalizar. Las cuarentenas son muy duras y mucha gente no las puede respetar porque vive hacinada o porque tiene que buscar su sustento.
—En el actual contexto hemos visto gestos de enorme solidaridad hacia personas que están pasando por situaciones críticas, y otros cuestionables, como el de quienes insisten en llegar a sus segundas viviendas a pesar de los riesgos que esto implica. Como psiquiatra, ¿cómo explica esta disparidad de acciones frente a un mismo contexto no sólo nacional, sino global?
Así es el ser humano y por eso la salud mental es tan importante, pues tiene que ver con las conductas de las personas, tanto las conductas irresponsables, como no respetar las instrucciones de la autoridad, como las solidarias. Yo creo que en esta pandemia se han revelado nuestras debilidades como una sociedad que ha fomentado el individualismo extremo y la falta de empatía con los otros. Quizás esta es la oportunidad para que los medios fomenten la solidaridad, la ayuda mutua, y resalten tantas muestras de colaboración y empatía. Esta pandemia requiere que la enfrentemos de manera colectiva y colaborativa.
—El gobierno, las instituciones y el sistema en general habían sido cuestionados en nuestro país tras el estallido social del 18 de octubre. ¿Qué cree que ocurrirá con la confianza en las instituciones una vez que haya pasado la emergencia sanitaria y puedan retomarse las discusiones políticas en la sociedad chilena?
Todas las instituciones estaban cuestionadas antes del estallido social. Yo echo de menos la reflexión más profunda sobre la sociedad que queremos post Covid-19. Esta pandemia no sólo tiene implicancias sanitarias, y extraño propuestas que involucren no sólo al sistema de salud, su funcionamiento y financiamiento, sino también nuestras formas de convivencia, nuestras libertades, nuestro sistema de protección social. Si el estallido social cuestionaba nuestro orden, la pandemia lo desordenó completamente, y no he escuchado voces que apunten a cómo reordenarlo.
—Muchas personas ya van a cumplir dos meses en zonas en cuarentena y respetando medidas estrictas de distanciamiento social. Como especialista, ¿cuáles son sus recomendaciones para mantener la salud mental frente a decisiones que restringen la libertad y que detienen la vida cotidiana de las personas?
El tema de la salud mental debiese ser muy prioritario. El país ya tenía una deuda con la salud mental de los chilenos antes del estallido social y en ese proceso se evidenció que era una demanda importante. La sintomatología ansiosa y depresiva aumenta en situaciones como esta, en que tenemos un enemigo poderoso que puede terminar con nuestras vidas y nadie puede entregar certezas. La incertidumbre respecto al desarrollo de la pandemia y al desarrollo de nuestras vidas posterior a ella es muy grande y ello genera angustia. En situación de confinamiento hay que mantener las rutinas, organizar actividades para el grupo, usar las tecnologías para comunicarse con seres queridos que estén a la distancia, evitar el consumo excesivo de alcohol y las situaciones que puedan generar violencia entre las personas. Obviamente, para quienes viven en espacios pequeños es muy difícil, más aún si deben cuidar niños de distintas edades, ayudar a estos en sus deberes escolares y realizar teletrabajo. La Universidad de Chile elaboró una propuesta que fue presentada en la Mesa Social Covid-19 por nuestro rector. En el documento se plantea que el tema de la salud mental debe ser abordado intersectorialmente y que es necesario generar estrategias específicas para las distintas poblaciones: mujeres, niños y adolescentes, adultos mayores, personas privadas de libertad, entre otras.
Si algo tienen los momentos de emergencia es que muestran de modo prístino las fortalezas y fragilidades de la sociedad que hemos construido y heredado. En este contexto de pandemia, el respeto y protección de los derechos humanos debe ser nuestra guía indiscutible en la toma de aquellas decisiones cruciales, en las que nada menos que la vida de nuestra gente está en juego.
Por Manuel Guerrero
Brotes de enfermedades infecciosas, como la actual pandemia por Coronavirus (Covid-19) que se ha propagado a nivel global, implican con frecuencia un clima de incertidumbre científica, disrupción social e institucional, así como temor generalizado y desconfianza en la población. Quienes se encuentran en el ámbito político, en posición de tomar decisiones, se ven presionados a hacerlo a gran velocidad, contando, la mayoría de las veces, con escasa evidencia a la mano. Y quienes en el mundo de la salud pública se ven compelidos a proveer atención médica a grandes grupos de personas, lo tienen que hacer en un contexto de emergencia en que los sistemas de salud corren riesgo de verse desbordados, por lo que deben priorizar unos casos de atención médica por sobre otros. En ambas situaciones, la toma de decisión requiere ponderar principios éticos de igual importancia que, en el contexto de emergencia, fácilmente pueden entrar en conflicto ante la imposibilidad de ser satisfechos simultáneamente.
En una sociedad democrática, la fuente de orientación fundante son los derechos humanos. El reconocimiento, respeto y protección de los derechos enunciados en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos son, de hecho, la condición necesaria para que estemos en presencia de una sociedad que pueda llamarse democrática. ¿Qué implica asumir los derechos humanos como marco de orientación para la toma de decisiones en momentos de emergencia? Un modo de responder a esta pregunta es identificar los principios relevantes que derivan de tal marco, los que fueron identificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Marcha por los DD.HH. en Santiago. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.
Justicia. Principio que demanda la equidad en la distribución de recursos, oportunidades y resultados, tratando a casos iguales por igual, evitando la discriminación y explotación, y de particular relevancia para las personas que se encuentran vulnerables a ser dañadas o tratadas injustamente. Este principio implica un componente de justicia procedimental, en el sentido de que debe existir un proceso justo para la toma de decisiones que considere el debido proceso (el derecho a ser informado y escuchado); transparencia (provisión de información precisa y clara sobre los criterios y el mecanismo de toma de decisión); inclusión y participación de la comunidad (certeza de que actores relevantes puedan participar de la toma de decisiones); rendición de cuentas (asignación y cumplimiento de responsabilidades en la toma de decisión); y seguimiento (provisión de mecanismos apropiados de monitoreo y reporte).
Beneficencia. Es el principio que refiere a la promoción de actos benevolentes hacia otros, como el esfuerzo por reducir el dolor y sufrimiento de una persona. En el contexto de la salud pública, obliga a la sociedad a satisfacer las necesidades básicas de los individuos y comunidades, particularmente las de tipo humanitario, como alimentación, albergue o refugio, adecuadas condiciones de salud y seguridad.
Utilidad. Concierne a las acciones que promueven el bienestar de individuos y comunidades, maximizando la utilidad de una acción tomando en consideración la proporcionalidad y la eficiencia para el logro del mayor beneficio al menor costo posible.
Respeto por las personas. Es clave en la cultura de los derechos humanos y remite a tratar a las demás personas desde el reconocimiento de nuestra humanidad compartida, su dignidad y derechos intrínsecos. Este principio, formulado explícitamente en el artículo primero del Código de Nüremberg de 1947 al término de la Segunda Guerra Mundial, considera el respeto a la autonomía de las personas, permitiendo y facilitando que ellas tomen, de modo informado, voluntario y libre de coerción y manipulación, sus propias decisiones. Para quienes no tienen la capacidad de tomar decisiones se debe considerar a otros que protejan sus intereses. Se considera, además, el respeto a la privacidad y la confidencialidad, así como el respeto a las creencias o convicciones sociales, religiosas o culturales, incluyendo los lazos significativos, como los familiares. La transparencia en la información y la comunicación veraz son requisitos para la toma de decisiones de modo libre y autónomo.
Libertad. Esta incluye un amplio abanico de libertades sociales, religiosas y políticas, tales como la libertad de movimiento, a reunión y libre expresión.
Reciprocidad. Este principio debe mantenerse respecto de las contribuciones que han realizado las personas y promueve el principio de justicia en tanto permite corregir desigualdades de base que impactan en la distribución de riesgos, cargas y beneficios durante la respuesta a la epidemia.
Solidaridad. Promueve un “nosotros” que actúa colectivamente frente a una amenaza común. En tal acción concertada es vital superar desigualdades que tienen efectos de exclusión y discriminación de grupos y minorías.
Para que tengan una posibilidad de orientación práctica, la aplicación de estos principios, que se inspiran en la cultura de los derechos humanos, debe ser aterrizada y específica a un contexto concreto, y dado que las situaciones de pandemia como la que vivimos se caracterizan por la ausencia de evidencia completa, e incluso a veces se carece de información específica, se recomienda que el razonamiento moral opere por analogía. Es decir, una toma de decisiones informada por experiencias previas en las que sí se contaba con información a mano. Sin embargo, pese a la contingencia, los países y Estados tienen que respetar las obligaciones que han suscrito en materia de derecho internacional de los derechos humanos.
Estos son fundantes de la brújula moral que orienta la toma de decisión, al tiempo que también establecen los límites que la situación de emergencia no puede sobrepasar. Esto es lo que queda expuesto en los Principios de Siracusa sobre las Disposiciones de Limitación y Derogación del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. La limitación, por ejemplo, de algunas de las libertades consagradas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Carta de las Naciones Unidas, como ocurre con las medidas de cuarentena y confinamiento obligatorio que restringen la libertad de movimiento y reunión, sólo puede darse cuando se considere “necesaria” por un requerimiento público o social apremiante, para responder a un objetivo legítimo y disponiendo medidas que sean proporcionales a tal objetivo.
La salud pública es uno de los motivos que puede invocarse a la hora de ver necesaria, razonablemente y de modo no arbitrario, la limitación de ciertos derechos sólo en tanto permita al Estado la adopción de medidas que logren hacer frente a la grave amenaza a la salud de la población, para impedir la propagación de enfermedades o lesiones, y para proporcionar los cuidados necesarios. Con todo, ni siquiera en contextos de excepción, los Estados pueden suspender ciertos derechos humanos. Tal es el caso de los derechos a la vida; a no ser sometido a torturas ni a penas ni a tratos crueles, inhumanos o degradantes; a no ser sometido a la esclavitud ni a ser servidumbre no voluntaria; a no ser encarcelado por no cumplir una obligación contractual; a no ser condenado a una pena más grave en virtud de una legislación penal retroactiva; a ser reconocido como una persona ante la ley; y a la libertad de pensamiento, consciencia y religión. Estos derechos no admiten derogación bajo ninguna condición, por lo que establecen un límite claro e infranqueable para los Estados, sus órganos y agentes.
En este marco y ante la crisis de salud pública ocasionada por la pandemia del Coronavirus (Covid-19), la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile ha formulado un conjunto de recomendaciones a las autoridades del país para que en la gestión de la emergencia:
a. Se priorice la salud y la vida de toda la población por
sobre las consideraciones económicas de corto plazo y se garantice que las medidas de salud pública y económicas se tomarán en pos del bien de la población y no para obtener réditos personales o partidarios.
b. Se dé fiel cumplimiento a los compromisos del Estado en materia del derecho a la salud, garantizando el acceso a condiciones adecuadas y sin discriminación a las personas afectadas por el Covid-19. c. Se garantice que se tomarán medidas eficaces de prevención y de tratamiento en todo el país.
d. Se tomen medidas eficaces para garantizar el derecho a la educación que sean compatibles con el cuidado de niños, niñas y adolescentes.
e. Se entregue apoyo, protección y recursos adecuados a todos los equipos del área de la salud y trabajo social que hoy desarrollan una labor heroica atendiendo a la población que lo requiere, en condiciones de alto riesgo para su propia salud y bienestar físico y psíquico.
f. Se garantice que el uso de los recursos públicos se hará en forma transparente y bajo un estricto apego a la normativa vigente.
g. Se garanticen condiciones de vida dignas a la población; apoyo en materia económica a las personas mientras se mantiene la crisis, a fin de que no se vean obligadas a romper las medidas de autocuidado. h. Se garantice el apoyo psicosocial a las personas y comunidades dadas las consecuencias para la salud mental generadas por la pandemia, las que deben ser diagnosticadas, atendidas y monitoreadas.
i. Se permita a los órganos de control realizar sus labores de supervisión de las decisiones y el gasto público. j. Se abran canales de participación de organismos técnicos en la toma de decisiones de prevención y combate de la pandemia.
k. Se abran canales de participación a las organizaciones ciudadanas para proponer medidas orientadas a combatir la crisis económica asociada a esta pandemia.
l. Se evite adoptar medidas destinadas a generar situaciones de impunidad respecto de graves violaciones de derechos humanos.
m. Se adopten todas las medidas necesarias para que las facultades extraordinarias del estado de excepción constitucional de catástrofe no sean usadas como forma de represión a la ciudadanía.
Quizás no haya momentos más definitivos para que una sociedad ponga en evidencia su potencial ético que aquellos de crisis. Tales situaciones comportan un momento veritativo en el sentido en que muestran de modo prístino las fortalezas y fragilidades de la sociedad que hemos construido y heredado. Los derechos humanos son un buen punto de partida, de referencia y de evaluación para saber si estamos a la altura de llamarnos democráticos. No en declaraciones y frases de corrección política que, como dice la sabiduría popular, son “para el bronce”, sino en cada una de las decisiones que tomamos exigidos por el contexto crítico que enfrentamos. Ahí, en ese día a día, nos jugamos no sólo la vida, sino la posibilidad de una vida buena. Decente, digna y respetuosa para con los derechos de lo más valioso que tiene un país y sociedad: su gente.