Cuando la ciencia circula libremente, su impacto se multiplica: la experiencia global durante la pandemia evidenció que la colaboración sin restricciones salva vidas y refuerza la confianza en la investigación financiada por el Estado. Ahora, en Chile, iniciativas buscan que los descubrimientos generados con recursos públicos se conviertan en un bien accesible para la ciudadanía y la comunidad científica.
Por Alejandra Bertrán Delgado | Foto principal: Pexels/Polina Tankilevitch
Durante la pandemia del covid-19, el mundo fue testigo de lo que la colaboración científica puede lograr cuando no existen barreras de acceso al conocimiento. Investigadores de distintos países compartieron sus datos, abrieron su investigación y trabajaron de una manera conjunta para desarrollar vacunas en un plazo impensado. Esta experiencia no solo marcó un precedente, sino también confirmó una idea fundamental: que abrir la ciencia salva vidas.
Con esta convicción nace, hace ya varios años, la Ciencia Abierta, un movimiento mundial que promueve la transparencia, la colaboración y el acceso universal a la producción científica —en especial a aquella financiada con fondos públicos—, con el fin de ponerla al alcance de toda la sociedad.
En Chile, el presupuesto proyectado para ciencia y tecnología en 2025 alcanza el 0,40% del PIB, mientras que, en 2024, la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) destinó más de $350.000 millones de pesos al financiamiento de proyectos que abarcan desde la formación de capital humano hasta la investigación básica y aplicada. Frente a estas cifras, surge una pregunta ineludible: ¿quién es el dueño del conocimiento generado con fondos públicos?
La Ciencia Abierta plantea una respuesta clara: el conocimiento científico debe ser un bien común, accesible, reutilizable y compartido. No solo porque es justo, sino porque es eficaz. Abrir los datos, las publicaciones y los procesos de investigación democratiza el saber, pero también fortalece la calidad, la replicabilidad y el impacto de lo que se investiga, tal como lo demostró la experiencia mundial durante la pandemia.
Muchas otras experiencias también lo demuestran, como la iniciativa de ciencia ciudadana realizada en la Universidad Austral de Chile (UACh) junto con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), quienes crearon la aplicación ¿Dónde la Viste?, una forma colaborativa de avistamiento de fauna marina. La idea es que las personas cuando estén paseando por la costa y vean alguna especie de ave o mamífero, le tomen una foto y la suban a esta aplicación. Cada dato es una imagen con coordenadas georreferenciadas. Los datos, una vez verificados por un grupo de científicos, se publican de forma abierta y pueden ser utilizados por cualquier persona interesada, y pueden servir para la toma de decisiones en diversos ámbitos, recuento de especies e incluso para potenciar el turismo.
Casos hay muchos y en ámbitos muy variados, desde la astronomía, la física y las matemáticas hasta la biología —por ejemplo, el Proyecto Genoma Humano liberó toda su información genética y aceleró avances en medicina personalizada y en el diagnóstico de enfermedades raras—. Lo cierto es que la Ciencia Abierta tiene numerosos beneficios: mayor visibilidad para las investigaciones, acceso más amplio al conocimiento, colaboración reforzada entre científicas/os, un uso más eficiente en la utilización de los recursos públicos destinados a la investigación e impacto social más profundo, más transparencia y confianza en la ciencia, ya que la sociedad, al hacer más accesible el conocimiento, puede conocer cómo se generan la ciencia, evaluando sus resultados y participando activamente en el proceso, por mencionar algunos.
En Chile, la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) ha impulsado este camino con su Política de Acceso Abierto a la información y datos de investigación, y con la creación del concurso para proyectos de Innovación en Educación Superior (InES) Ciencia Abierta, que ha permitido a las instituciones de educación superior desarrollar capacidades para instalar una cultura de apertura en la producción científica. La Universidad Austral de Chile, ganadora de este fondo en 2023, ya avanza en la creación de un repositorio institucional que permitirá a la comunidad investigadora UACh depositar su producción científica financiada con fondos públicos. De esta manera, los resultados estarán disponibles libremente, tanto para el mundo científico como para la ciudadanía en general.
Todos estos esfuerzos, acompañados de un programa de capacitaciones y de la consolidación de una red nacional e internacional, permiten que desde el sur de Chile podamos avanzar hacia un conocimiento sin fronteras. Es un paso decisivo para lograr un sistema de ciencia más justo y comprometido con el bien común. Porque el conocimiento financiado con fondos públicos debe volver a la sociedad. Y abrir la ciencia es, sin duda, el camino.
