Si es hora de destituir ciertos paradigmas de nuestra figuración autoral aliadas a las operaciones del mercado, también es necesario abrir nuestra mirada crítica a la pregunta por una autoría construida en relación con otras autoras.
Por Lina Meruane
I. Escribo estas líneas apuradas para comentar un contundente ensayo reciente de la crítica Lorena Amaro, una crítica brillante que en estos años se ha ocupado de rescatar del olvido a las escritoras que nos preceden, a reconstruir sus entorpecidos recorridos literarios, y a leer y hacer ver la obra de las contemporáneas. En su condición de investigadora, Amaro ha puesto su mirada perspicaz en los aportes estéticos e ideológicos presentes en las escrituras de las mujeres que otros, por décadas, han elegido pasar por alto; pero no sólo se ha ocupado de lo que contienen esas obras, también ha revisado las poses y posicionamientos de las autoras, sus modos de aparecer dentro y fuera de los escritos, los caminos que han elegido para inscribirse en el todavía pedregoso campo literario chileno. Es por ahí que se encamina su elocuente “Cómo se construye una autora” (publicado hace unos días en este mismo medio): en su ensayo, Amaro se asoma a la desigual relación entre los poderosos críticos y las audaces autoras de antaño que, como pudieron y cuando pudieron, se sobrepusieron a su silenciamiento, para observar, a continuación, el vuelco que ha sufrido esa relación desigual en una época, la nuestra, en que la crítica ha perdido el singular poder que tuvo. Es cierto que la crítica ha perdido su hegemonía porque también la literatura como la hemos entendido está puesta en jaque, pero la crisis de la literatura hace más inestable el lugar que ocupan los escritores en su conjunto y dificultan el establecimiento de las escritoras en el campo cultural.
Teniendo en cuenta estas transformaciones en las condiciones de escritura, de publicación y de circulación de las escrituras, Amaro se pregunta por la situación específica de ciertas escritoras-emergentes que, aunque multitudinarias, encuentran nuevos impedimentos para la valoración de sus obras y recurren a las redes sociales como soporte. Aquí la crítica se pregunta (y nos pregunta incisivamente a todas las que escribimos) en qué medida la aparición de sus (nuestras) voces en las redes no es una forma banal (“vacía” o “narcisista” son las palabras enjuiciadoras que elige) de autofiguración, si no es mera autopromoción, si no es insustancial al no sustentarse en la obra escrita, o peor, si pretende reemplazar la obra con una presencia mediática superflua, efímera, insustancial, incesante, excesiva. Amaro argumenta persuasivamente que la escritora-autopromocionada (esa escritora que podría ser todo quien escribe en redes) estaría peligrosamente cerca de caer en las trampas salvajes del capitalismo que, como sabemos, es una máquina devoradora y demoledora, y se propone advertirle a esa escritora con nombre y apellido (a las escritoras anónimas que leemos el ensayo) que este sistema perverso acabará tragándose su escritura para convertirla, a ella, con su consentimiento, con su voluntaria participación, en apenas un nombre consumible y olvidable, en un rostro bello pero reemplazable, en un objeto más en la veloz tranza del mercado, en otra mercancía vaciada de valor.
Así leída su intervención, no parece desacertada la pregunta que Amaro se plantea; es, al contrario, una pregunta demasiado urgente hoy como para desestimarla, porque lo que construye a una escritora hoy es precisamente lo que podría acabar destruyéndola. Vuelvo entonces a su pregunta, ¿qué es aquello que la construye? La crítica asegura con una certeza envidiable que a una escritora la hace su escritura y de esto se deduce que a eso deberíamos dedicarnos todas, a escribir y escribir y escribir sin levantar cabeza, a poner las manos en la construcción de una obra sólida que hable por nosotras. Y sería imposible para mí, como mujer que no ha hecho otra cosa que escribir, estar en desacuerdo con esta afirmación, pero a la vez que asiento al mandato de la crítica me detengo para recordarme otra cosa, y me digo, sin que nadie me escuche, ojalá fuera tan sencillo como escribir. Escribir mucho. Escribir bien. Escribir mejor. Porque enseguida pienso que nunca ha bastado con escribir, ni siquiera con escribir magníficamente. Gabriela Mistral era una escritora deslumbrante pero ya sabemos cuánto se la ninguneó. Y Marta Brunet (a quien Amaro se refiere largamente) era un talento puesto siempre por detrás de escritores que no lo eran tanto; y hubo tantas otras escritoras (mencionadas por Amaro) entre las cuales hay varias que yo confieso no haber oído ni mencionar, porque cayeron en el más abismal agujero (patriarcal) de nuestra historia literaria. Esto la crítica lo sabe y lo subraya: que la valoración de la escritura ha pasado por el juicio masculino, porque, en efecto, han sido los escritores y los editores y los críticos e incluso los periodistas, hasta ahora mayoritariamente hombres, hasta hace sólo unas décadas asegurados por una educación privilegiada, por su fortuna o su clase, por su pretendida blancura, quienes han levantado la figura del solitario genio literario, ellos quienes han validado los temas, los tonos, los registros, los argumentos que merecen ser considerados literarios, ellos quienes han decretado en qué consiste ese “escribir bien”.
En el “constante reordenamiento” del campo cultural, Amaro viene a decirnos que la escena se ha transformado haciendo notar que no todas las escritoras somos hoy iguales ni enfrentamos los mismos problemas ni en la misma medida, y eso es cierto, porque no es lo mismo, por ejemplo, ser una poeta Mapuche o una cronista trans o una ensayista periférica que una autora de best-sellers que cobra grandes adelantos y va de gira por el mundo. Pero sin irse a estos extremos posibles de la desigualdad autoral, Amaro hace notar que hay novelistas (entre las cuales me incluye) que, pese a las humillaciones públicas del pasado, pese a la repetida omisión de sus textos, pese a la obstrucción de su lectura, fueron levantando sus libros y haciéndolos circular aún más ampliamente que los de algunos de sus pares. Me consta, sin embargo, que esta visibilización le ocurre solo a algunas de nosotras, no a todas, no a muchas, no todavía a las narradoras-emergentes y menos aún a las tantísimas poetas. No recibimos el mismo trato por más que haya mayor curiosidad por lo que escriben hoy las mujeres, por más que se haya multiplicado la edición independiente y las revistas en línea y las redes de recomendación; al tiempo que eso ha mejorado, la circulación del libro y su permanencia se ha hecho más acotada y vulnerable a los vaivenes de la economía, y las páginas de reseña en los medios que tradicionalmente mediaban en la valoración se han vuelto más escasos que nunca. Y esa disminución o desaparición de los espacios prestigiados de la edición y de la circulación y de la lectura, es decir, del reconocimiento y la validación, están teniendo un impacto en las ansiedades y, por extensión, en la implementación de estrategias, calculadas o casuales, constructivas o destructivas, que están utilizando las escritoras-emergentes para hacerse notar en el campo literario mientras escriben, enseñan, y hacen lo posible por mantenerse a flote. Y yo sospecho que lo que ellas ven, como hemos visto todas antes o después, es que escribir bien no es suficiente, ni siquiera hoy, porque nuestro aumento de visibilidad es solo relativa y está acosada por nuevas sombras. Y pienso además (y en esto no estoy sola) que tal vez no sea del todo incompatible escribir bien o mejor y querer dar a conocer la escritura en los espacios disponibles hoy. Y que tal vez, en una lectura menos programática de la subordinación capitalista, en una lectura menos demonizadora de las redes que la propia Amaro sugiere, podamos entender esa autofiguración como una reacción (riesgosa, sí, imperfecta por impulsiva), entenderla sin justificarla, como una manera acaso irreflexiva de responder a las condiciones de feroz competencia y de exclusión que el capitalismo patriarcal nos ha puesto encima.
II. No escribo estas líneas apuradas para defender a ninguna autora ni menos para desligarme de las contradicciones autorales a las que lúcidamente apunta Lorena Amaro (tal vez ella experimente estas contradicciones que no sólo están en los medios sino dentro de las instituciones). No escribo para justificarme, su ensayo es una oportunidad para ir reflexionando sobre mis personales modos de operar en lo público mientras mi situación autoral va experimentando sus propias transformaciones. Si escribo esto es porque me apura ampliar la pregunta que Amaro nos lanza sobre la construcción autoral de las escritoras de hoy. Porque tras leer su punzante intervención y discutirla arduamente con mis contemporáneas, me pregunté si no sería que el enfoque del ensayo estaba demasiado cerrado sobre sí mismo como para observar la compleja escena en la que ocurre esa construcción. La escritora Alia Trabucco Zerán, otra pensadora de las autorías femeninas (las literarias y las criminales) señaló en un rápido intercambio que tal vez hayamos pensado demasiado desde los parámetros de una autoría solitaria construida por el patriarcado y de una autoría individual avalada por el sistema capitalista. Con ella y con otras compañeras empecé a preguntarme si no sería necesario abandonar el esquema de la escritora a solas (la escritora encerrada, la escritora peleando por un cuoteo unitario y patriarcal), sobre todo teniendo en cuenta que las escritoras no estamos solas. Estamos, muchísimas de nosotras, trabajando juntas desde hace ya tiempo, desde la multiplicación de las marchas feministas que ocurrieron aun antes del estallido que vino a desordenarlo todo de una buena vez, y a mostrar a la ciudadanía unida en un enorme colectivo.
Apunto brevemente que al centrarse en la problemática figuración de la escritora-autopromocionada en las redes, Amaro, a quien admiro y respeto, se queda en la superficie de una imagen que presenta a una escritora, a dosescritoras, en su mero accionar personal.
Y no es que Lorena Amaro no haya percibido que hay diversas agrupaciones de escritoras trabajando por una ampliación inclusiva que excede la figuración de la escritora sola. Es que, en su mirada sobre esas agrupaciones, Amaro incurre, acaso involuntariamente (¿encerrada ella misma en su marco teórico?), en un reduccionismo flagrante de lo que hacemos en esas colectivas de escritoras. Apunto brevemente que al centrarse en la problemática figuración de la escritora-autopromocionada en las redes, Amaro, a quien admiro y respeto, se queda en la superficie de una imagen que presenta a unaescritora, a dos escritoras, en su mero accionar personal. Como si encandilada por tanto pantallazo es todo lo que Amaro viera, esos gestos. Y es triste que una mujer-escritora desautorice públicamente a otra mujer-escritora en exclusiva función de su apariencia pública, que discuta aquello que es ciertamente efímero e insustancial pero no examine la escritura literarias de esas autoras, lo que hacen mientras no están en las redes, lo que proponen sus escritos. Y es triste que lea su performance medial como si se tratara de una estrategia decidida por y para cada una de las autoras agrupadas en la colectiva de escritoras feministas (Auch!) a la que tanto ella como yo y otras 70 autoras pertenecemos (porque, contrario a lo que asume la crítica, Auch! no solo es para novelistas: está constituida por unas 40 narradoras, unas 15 poetas, unas cuantas ensayistas, cronistas y reporteras y otras muchas dramaturgas de diversas edades y recorridos y alineamientos feministas). Y aún más penoso es que haga deducciones sobre esta agrupación sin realizar la debida investigación, sin el sustento de un archivo disponibles en las redes y en su página web (www.autoraschilenas.cl).
Al centrar su mirada en la autora única, Amaro pasa por alto el hecho de que en la colectiva a la que esa autora pertenece decidimos, desde un inicio, entre todas, eliminar los liderazgos unitarios y las jerarquías para permitir la horizontalidad de las decisiones, para fomentar modelos alternativos de trabajo comunitario –modos menos atomizados, menos competitivos de relación– donde las voces diversas están llamadas a disentir y a debatir, donde rige la disonancia y la reflexión continua sobre nuestro hacer individual y conjunto, porque estamos entendiendo que podemos cometer errores ideológicos en el fragor de una contingencia incesante, acechadas como estamos por el modelo capitalista, colonialista y patriarcal que tenemos en contra pero que a la vez llevamos metido como un enemigo en la médula.
Incomodarnos es sin duda lo que busca la crítica (usa esa palabra en el subtítulo de su ensayo). Y la incomodidad es el estado preferente del pensamiento feminista. Pero si una debe interrogar continuamente sus modos de actuar en lo privado y en lo público, también debe examinar la estrategia y el mensaje de quien nos cuestiona. Entonces quiero levantar mi pregunta incomodante. Por qué no elige Amaro detener su mirada en lo que hoy es tanto más sustancioso en términos de construcción autoral. Por qué no examinar lo que hacemos las escritoras cuando decidimos asociarnos y activarnos y trabajar juntas, cuando nos unimos para ayudarnos entre nosotras compartiendo los secretos saberes del gremio (para evitar los abusos editoriales y la discriminación salarial, entre otras situaciones nefastas), para darle visibilidad a quienes les hace falta, para levantar las obras de escritoras sean o no parte de la colectiva (el apoyo transversal a las poetas nominadas al Premio Nacional de Literatura es un caso consensuado que elude hacer competir a las mujeres por un galardón), para recordar la obra de las que ya no están, para cuestionar el canon establecido y transformar las listas de lecturas escolares, para incluir más y mejor a las escritoras del pasado, para activar campañas de lectura, donación de libros a bibliotecas populares, distribución de ejemplares en comunas como bienes de “primera necesidad”, todos emprendimientos que no promocionan a ninguna autora y que construyen modos solidarios de autoría. Y de autoría política, cuando nos ocupamos, con un empeño y una colaboración desinteresada, sin medios más que los propios (rechazando ocasionales ofertas económicas de instituciones turbias), de rechazar la violencia que sufren otras comunidades desposeídas, siguiendo el mandato inclusivo e interseccional de un feminismo más radical.
Este es ciertamente un momento de “reordenamiento” radical de nuestra escena cultural, social, política y literaria; es, sin duda el tiempo de la destitución de todo lo que nos ha constituido, entonces, si es hora de destituir ciertos paradigmas de nuestra figuración autoral aliadas a las operaciones del mercado, también es necesario abrir nuestra mirada crítica a la pregunta por una autoría construida en relación con otras autoras para valorar cómo nos alejamos de la competencia y nos acompañamos solidariamente y nos construimos de maneras más atrevidas y menos destructivas, porque eso, en la imperante cultura de la atomización y del aislamiento y de una buscada despolitización, es poderoso y es revolucionario.
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Agradezco el afecto, la conversación y la provocación aportada para este ensayo por mis compañeras en la Comisión Política de Auch!